Mi Pequeña Sofía – Parte 1
Algo que no pensaba que pasaría, sucedió. Algo que muchos calificarían como prohibido, fue lo que nos llevó a mi hija y a mí a estar más unidos, mucho más… .
Mi nombre es Ronald. Tengo 35 años, mido 1.86, cabello y ojos color café; no tengo un cuerpo musculoso pero me conservo muy bien. Soy separado; mi ex esposa nos abandonó a mí y a mi hija hace 5 años, persiguiendo a un tipo con el que se obsesionó sentimentalmente. Desde entonces, me quedé con la custodia de Sofía, la niña, quien en ese entonces tenía 7 años, e hice todo lo posible para darle una infancia feliz. Y como no deseaba tener más hijos, me hice cirugía para quedar estéril.
Sofía estaba en la edad en que dejaba la niñez para finalmente comenzar su adolescencia temprana. El tiempo había pasado muy rápido, cuando apenas me había dado cuenta que mi pequeña había empezado a desarrollarse, poniéndose cada vez más hermosa. Para que te hagas una imagen de cómo es ella, te la describiré: 1.45 de altura, cabello color castaño claro, ojos azules bastante grandes, heredados de su abuelo, labios pequeños y muy proporcionados; su cuerpo tenía una contextura delgada, aunque a esta edad comenzó a desarrollar unas caderas un poco más anchas, y sus incipientes pechos apenas se destacaban por debajo de su camiseta. Era una niña muy activa, alegre, curiosa y muy inocente, aunque también muy determinada para conseguir lo que deseaba.
Lo bueno es que siempre he sido muy abierto con ella, lo cual le generó una gran confianza conmigo, siendo muy cercanos y unidos. No tenía el menor inconveniente de acompañarla a comprar sus primeros sostenes en la tienda de lencería, dejando que eligiera libremente la ropa interior que más le gustara. Recuerdo cuando se acercó a mí sonriente, con su canasta de varios conjuntos de ropa interior, y noté que algunas prendas eran algo pequeñas para que las usara alguien de su edad, pero decidí que se quedara con ellas.
El sábado pasado, había llegado a casa más temprano que de costumbre. Tras subir las escaleras en dirección a mi habitación, escuché algo que, al principio, me parecían los sollozos de Sofía. Me acerqué discretamente a la puerta cerrada de su habitación y presté atención a lo que escuchaba. Descubrí que no eran sollozos, sino gemidos. El silencio de la casa también me permitió escuchar un leve sonido como si algo húmedo estuviera siendo frotado: mi hija se estaba masturbando, lo cual no me sorprendió ni me pareció extraño, pues sabía que lo hacía desde hacía algunos años. No quise interrumpirla, ni mucho menos que escuchara mi presencia, así que me dirigí silenciosamente a mi habitación, donde me quedé recostado pensando en varias cosas relacionadas con ella.
Por un lado, pensaba en que la combinación de la pubertad y su curiosa personalidad podrían llevarla a tomar decisiones de las que podría arrepentirse para la búsqueda de placer. Por otro lado, trataba de reflexionar sobre qué podría hacer para que, llegado el caso, no se viera involucrada con un chico adolescente irresponsable que la dejara embarazada o, peor aún, que le contagiara alguna enfermedad. Además, su cumpleaños iba a ser el próximo sábado, lo cual me dio una gran idea. Salí discretamente de la casa y me fui conduciendo el auto hacia el centro de la ciudad.
Había pasado una semana. El siguiente sábado, me había ido a trabajar bien temprano como de costumbre, dejando a mi pequeña dormir hasta tarde como lo solía hacer. Le había dejado una nota en la mesita de noche de su habitación que decía: «Feliz cumpleaños, preciosa. Nos veremos para el almuerzo». Ese día, decidí salir más temprano del trabajo que lo usual. Llegué a casa con una caja grande de pizza y una gaseosa, la comida favorita de Sofía. Al escucharme entrar, ella bajó rápidamente por las escaleras con su alegre energía diciendo: -¡Hola, papi!, se acercó y me abrazó, empinándose para darme un tierno beso en la mejilla. – ¡Hola, hermosa!¡Feliz cumpleaños! – respondí. Iba algo cargado en las manos, así que Sofía me ayudó, tomando la caja de pizzas y yendo rápidamente al comedor para abrirla y tomar una porción. No había notado que, además de la gaseosa, traía una caja con su regalo, lo cual me pareció conveniente.
Nos quedamos en el comedor disfrutando de la deliciosa pizza. Al terminar, dejamos limpia la mesa y le dije a mi hija que se acercara. – Te tengo una sorpresa. – dije sonriente. Ella me respondió -¿Qué es, papi? ¿Qué es?- sin disimular su alegría. – Ábrelo – le indiqué, entregándole una caja no muy grande, como del tamaño de un perfume, envuelta en papel de regalo. Ella lo tomó y lo abrió con afán. Al abrir la caja, su cara cambió de expresión, denotando claramente una confusión. – ¿Y esto qué es? – me preguntó, perpleja, sacando un objeto color rosa de unos 13 cm de largo de la caja. – Es lo que se conoce como consolador. Es… digamos… un juguete comúnmente para adultos, pero creo que ya tienes suficiente edad para usarlo -. Al notar que seguía confundida sobre la función de ese «juguete», me senté un momento y le expliqué cómo podía usarlo. Su cara volvió a tener la expresión alegre y emocionada. Me dio un fuerte abrazo, me besó la mejilla diciendo «muchas gracias, papi», tomó su regalo y subió a su habitación, cerrando impetuosamente la puerta. No dudé que le daría uso en ese momento.
Fui a mi habitación, planeando echarme una siesta. Al cruzar frente a la puerta de la habitación de mi hija, no escuché nada, por lo que atiné a pensar que aún estaba tratando de averiguar cómo usar el consolador. Me recosté en la cama, quedándome sólo en boxers, y estuve un buen rato mirando el celular, cuando a los diez minutos aproximadamente, escuché que Sofía había llamado a la puerta de mi habitación. – ¿Papi? – preguntó con su tierna voz. – Pasa, Sofi – respondí. Al abrir la puerta, vi a mi pequeña vistiendo apenas un top blanco de tiritas que terminaba por sobre su ombligo y unas panties blancas algo pequeñas; en su mano, traía el consolador. – No puedo meterlo, creo que no lo estoy haciendo bien – me dijo, y continuó, con algo de pena: – ¿será que… me podrías… ayudar?
Yo me quedé en silencio por unos segundos. Mi cabeza comenzó a pensar en muchas cosas: ¿será que la ayudo? ¿no debería dejar que lo descubriera por sí misma? ¿Esto es sano? Pero un pensamiento prevaleció por sobre los demás: mejor le enseño cómo usarlo, para que no se lastime. – Está bien, ven aquí – le indiqué, dando golpecitos con la palma de mi mano sobre mi lado izquierdo de la cama. Ella se alegró y, de un brinco, subió a la cama. Me entregó el consolador y, sin perder tiempo, se quitó sus panties, abriendo posteriormente sus piernas. Como hipnotizado, me quedé viendo su vulva, de una forma perfecta, rosada y con apenas unos pocos vellos de color claro en la zona púbica, aunque estaba algo roja y se la notaba húmeda en los labios. Ella me notó absorto, viendo su vulva, y dijo: -Papi, cuando quieras… – Yo salí inmediatamente de mi hipnosis y respondí: – Ah, sí.. sí, pe-perdón preciosa, es que debo buscar algo primero -. Me acerqué a mi mesita de noche, abrí el cajón y saqué un recipiente con lubricante íntimo. Sentía que el corazón me latía fuerte, como si estuviera nervioso, pero me concentré y continué. – Primero, vamos a lubricar esto. – le indiqué, echando lubricante en el consolador. Si bien su vulva ya estaba húmeda, era mejor asegurarse de lubricar bien el consolador para introducirlo por primera vez.
Me quedé sentado al lado de Sofía, ubiqué el consolador entre los labios de su vulva y comencé a frotarlo lenta y suavemente contra ellos. El hecho de que ella no supiera cómo introducirlo me dio indicios de que no se había masturbado antes con algún objeto, lo cual me alivió pues, de haberlo hecho, podría haberse lastimado. Ella miraba atentamente cómo iba yo manipulando el consolador. Dediqué unos minutos a hacerlo lentamente, para asegurarme que lo disfrutara. Poco a poco, iba introduciendo el glande del consolador en su vagina, haciendo un movimiento lento pero constante de atrás hacia adelante, sin que ella percibiera qué tan profundo lo había introducido. Tras unos minutos, el glande ya se había introducido, y continué metiendo el consolador cada vez más profundo. Me di cuenta que Sofía ya estaba disfrutándolo cuando escuché su primer gemido. Miré su cara y noté que tenía los ojos cerrados, las mejillas rojas y su boca levemente abierta, por la cual se escuchaba un suave jadeo.
Ya con el consolador casi a la mitad, decidí darle un empujoncito como para meterlo 2 centímetros más adentro. Sofía dio un gemido fuerte, mordió su labio inferior y, aún sin abrir sus ojos, sujetó fuertemente las sábanas, empuñando sus manos. Al ver a mi hija gozando, no pude evitar excitarme, por lo que sentía que mi pene ya no cabía dentro de mis boxers. Excitado, aumenté el ritmo de movimiento del consolador, haciendo que Sofía gimiera con mayor frecuencia, entrecortando su respiración. Para cuando lo había notado, los 13 centímetros del consolador estaban casi completamente adentro. En la excitación, ella se levantó el top por sobre sus pequeños pechos y comenzó a tocárselos, apretándolos.
Mi calentura era tal que sólo quería verla gemir más y más, por lo que aumenté aún más la rapidez del movimiento del consolador, hasta que ella comenzó a arquear su cuerpo, conteniendo su respiración. Sus piernas comenzaron a temblar, y segundos después dejó salir un gemido largo y excitante. Su vagina hacía presión para expulsar el consolador. Dejé que lo expulsara y continué mirando los movimientos y gemidos de mi hija mientras se iba recuperando de lo que claramente era un orgasmo. Yo estaba que me quería masturbar para quitarme las ganas.
Luego de recuperarse, Sofía me miró sonriente, jadeante y con la cara roja. Segundos después, me dijo, con tanta ternura: – muchas gracias, papi. Me encantó tu regalo – . Yo sólo respondí: – es con mucho gusto, preciosa -, devolviéndole el juguete. – Espera, llévate esto también – le indiqué, entregándole el lubricante. Ella lo tomó con sus manos, se arrodilló y me dio un largo y tierno beso en la mejilla, para luego dar un brinco e ir hasta su habitación para continuar con lo que habíamos empezado. Descuidadamente, había salido sólo con el top puesto y sin nada debajo, dejándome sus panties húmedas en la cama. Tan pronto como cerró la puerta de mi habitación, me acosté y me masturbé con tantas ganas que a los pocos minutos eyaculé una enorme cantidad de semen, como no lo había hecho en años.
Perfecto muy bueno este relato
Muchas gracias, Eltiojj
Muy buena historia, se agradece la buena ortografía y el realismo de la misma.
Muchas gracias por tu retroalimentación.
Que relato excitante!
Muchas gracias, me alegra que te haya gustado
Hola y saludos. Buen relato y a la vez te felicito porque me llevas a una fantasía que no tendré nunca porque únicamente tuve un hijo.
Ricura de hija que está junto a ti. Sigue así y házlo más excitante.
Gracias, aunque es una fantasía, no está basado en un hecho real, aunque a veces desearía que así fuera.
Excitante y con morbo.
Muchas gracias.
wow rico
Gracias por este gran relato
Me gustó mucho, espero más relatos similares a éste.