Mi precoz inicio en el sexo y encuesta
A veces la vida es difícil, sobre todo para las mujeres, pero no queda otra que adaptarse y buscar siempre lo mejor, mientras disfrutamos de esa vida que nos marca el destino..
Mi madre me tuvo con 20 años, estando soltera y sin pareja estable, después de que se marchara de casa, cansada de que su padre, cuando estaba borracho, abusara de ella y la violara en muchas ocasiones, pero a ella ya le había metido el vicio en el cuerpo y siguió con una vida promiscua, cuya consecuencia fue su embarazo, por lo que yo nunca conocí a mi padre, ya que ni mi madre quizás tampoco supiera quien fue, debido a su agitada vida sexual desde su adolescencia.
Ella tuvo que buscarse la vida de una forma u otra, sin ayuda familiar, viviendo solas de casa en casa, buscando una estabilidad económica y sentimental que nunca lograba.
De esta forma, desde que tuve uso de razón, me acostumbré a ver como mi madre traía a casa a multitud de hombres con los que se iba a su habitación a tener sexo con ellos, sin importarle que yo estuviera allí o que pudiera ver lo que hacía, quizás porque muchas veces llegaba a casa bastante tomada de alcohol o por su poca responsabilidad como madre.
En ocasiones llegaba con dos o tres hombres a la vez, con los que se metía en el cuarto, pero otras veces, iban entrando por turno en su habitación, según iban terminando.
Esos hombres la pagaban por follar y ella se justificaba conmigo diciéndome que era una forma de ganar dinero para poder mantenerme, lo que me hacía sentir un poco culpable porque mi madre tuviera que hacer esas cosas por mí, y de alguna forma, eso me hizo ver que yo también debería colaborar con eso, aunque no fuera de una forma consciente todavía, debido a mi edad.
Pero en realidad, mi madre hacía todo eso porque quería, porque le gustaba el sexo, y no por ningún noble sentimiento de madre protectora que nunca fue, pero ella sabía manipularme para que yo me sintiera como ella quería, y que incluso colaborara con su forma de actuar y de relacionarse con los demás.
En estas condiciones, podéis suponer como fue mi educación, sin referentes a los que agarrarme para tener unos valores que me aportaran dignidad como persona y como mujer.
Debido a estas circunstancias, según iba creciendo, esos hombres iban fijándose en mí y no era extraño que en alguna ocasión se entretuvieran conmigo toqueteándome o pretendiendo estar conmigo directamente, por lo que me acostumbré precozmente a masturbar a un hombre o chuparle la verga, mientras mi madre era ajena a ello o si no lo era, no hacía nada por evitarlo, porque incluso, en alguna ocasión, llegó a suceder en su presencia mientras ella miraba divertida como yo aprendía a chupar una polla.
Yo no sé si otra madre hubiera permitido eso, pero con el tiempo me dí cuenta de que ella, en sus condiciones, no tenía la fuerza moral para evitarlo y se dejaba llevar por ese ambiente lúgubre y desinhibido que se creaba en esos momentos entre cliente y cliente, que disfrutaban de ese morbo tan especial de disponer de una mujer con la presencia de su hija pequeña.
En una de esas noches en las que mi madre atendía a sus clientes, uno de esos hombres que estaba esperando, se fijó en que yo estaba en mi habitación, mientras mi madre se divertía con otro en la suya, así que entró conmigo y tras diversos juegos a los que ya estaba acostumbrada, introdujo su verga en mi vagina desvirgándome, recién cumplidos los 11 años.
En aquél momento no puedo decir si lo disfruté o no, pero si me di cuenta de cual iba a ser mi papel como mujer, siguiendo el ejemplo de mi madre, y eso me hizo perder toda la concepción de moral que debería tener si tuviera una familia como las demás niñas.
Al terminar, el semen salía de mi vagina mezclado con la sangre de mi virgo y al tocarlo con los dedos, sentí esa extraña sensación que tiene una mujer cuando es poseída por primera vez, algo que solo una mujer entenderá por qué lo digo, porque te sientes a la vez como una puta, pero orgullosa de haberle sacado el semen a un hombre, lo que para una niña no es tan fácil de asumir como para una mujer adulta con más experiencia.
Otros de los hombres, que lo había visto todo, le dijo:
—Déjale una propina a la niña, hombre, que se ha portado muy bien.
—Tienes razón, no se ha quejado nada, y creo que lo ha disfrutado la muy puta. Nunca había desvirgado a una cría de esta edad, y habrá que compensarla. ¿Tú no quieres follarla? A su madre no le va a importar —animándole a aprovechar la oportunidad.
—No, yo prefiero a la madre. Quizás otro día….. —le contestó el otro.
Esa fue la primera vez que un hombre me pagó por follarme, y tuve una sensación rara que me hizo comprender a mi madre, pero también creó en mí un hábito, o me descubrió una manera de relacionarme con los hombres que ya marcaría todas mis relaciones futuras, de una forma u otra.
Después de eso, ya fueron otros muchos los que al igual que con mi madre, fueron entrando en mi habitación, bien porque me elegían a mí o porque deseaban hacerlo con las dos a la vez, como sucedía en otras ocasiones en las que mi madre me llamaba a su habitación, porque se lo solicitada su pareja de turno, deseoso de tener en la misma cama a madre e hija.
A esa edad yo ya había agarrado y chupado más vergas que la mayoría de mis amigas y me había acostumbrado a ver el sexo como algo agradable y divertido, aunque también es verdad que porque tuve la suerte de que todos esos hombres me trataran siempre muy bien y fueran muy cariñosos conmigo, excepto en una ocasión en que uno de ellos me quiso forzar de una forma más violenta y mi madre se opuso a ello, y le echó de casa. Eso me hizo pensar, más adelante, que quizás mi madre en esa época llegara a alguna especie de pacto con ellos para que pudieran estar conmigo, pero nunca me lo quiso decir.
La realidad era que ella conseguía clientes para mí, hombres que deseaban cumplir la fantasía de estar con una niña como yo. Algunos me trataban como si yo fuera su hija, y se relacionaban conmigo con mucha ternura, aunque siempre acabaran follándome. Otros eran más rudos y sin tener en cuenta mi edad, me trataban como una puta más de las que estarían acostumbrados a frecuentar, quién sabe si de mi edad también, ya que en aquella época, había un club en las afueras del pueblo, donde hablaban que había gitanas que llevaban a sus hijas a prostituirse.
Cuando una mujer pobre y sin recursos tiene que sobrevivir, parece que la sociedad no le deja otra salida que vender su cuerpo a esos hombres que van a perpetuar ese oficio para siempre, a pesar de que algunos hipócritamente digan que hay que acabar con esa explotación sexual.
En esas condiciones, yo no podía culpar a mi madre de hacer lo que hacía y de inducirme a mí a seguir su camino, porque no le daban otra opción, pero cuando yo cumplí 14 años, mi madre encontró trabajo en una Hacienda, en el campo. A las dos nos alojaron en una recámara con dos camas divididas con una cortina, pero con dos puertas también.
El trabajo se trataba de atender a una familia compuesta por la mujer enferma, que estaba en una silla de ruedas, su marido y su hijo, unos años mayor que yo.
Cuando creía que nuestra vida había encontrado una cierta estabilidad, pronto entendí que todo seguiría igual, ya que a las pocas noches, mientras dormía, me despertaron los gemidos de mi madre en la cama de al lado. El señor de la casa estaba encima de ella montándola, como con tantos otros la había visto hacerlo. Y como había sucedido en el pasado también, también el señor empezó a fijarse en mí, y a hacerme esas visitas nocturnas en las que yo era la que le satisfacía sexualmente.
Su hijo también se hizo asiduo a esas noches y aunque él me confesó que prefería a mi madre, cuando ella estaba ocupada con su padre, era conmigo con quien estaba, lo que para mí era un motivo de alegría, ya que era un chico muy guapo y más cercano a mi edad, aunque yo siempre obtenía mucho placer con todos los hombres de cualquier edad desde un principio.
Pero con el tiempo, su padre casi siempre me elegía a mí, y yo cada vez tenía menos a su hijo, que disfrutaba de mi madre encantado.
Al final, parecía que esa familia nos había contratado más como putas, que para atender la casa, pero a mí me daba igual, porque esa situación se prolongó durante un año, en el que al menos, dejaron de desfilar por nuestras vidas la retahíla de hombres a los que me había acostumbrado mi madre; y en esa casa, sólo nos encargábamos del padre y del hijo, en una relación extraña, obscena y hasta enfermiza, porque siempre tuve la sensación de que éramos observadas seguramente por su esposa, desde algún lugar que no pude descubrir, ya que su comportamiento con nosotras era como de una extraña complicidad y cariño.
Cuando yo la atendía, ella se quedaba mirándome, y acariciándome, me decía:
—Eres muy mona. Seguro que vas a tener muchos novios y vas a poder elegir a quién quieras.
Y seguidamente, me preguntaba:
—¿Te tratan bien mi marido y mi hijo?
No sé con qué intenciones me preguntaba eso, pero yo le respondía que sí, sin darle más explicaciones, aunque ella insistía:
—Tienes que intentar complacerles en lo que te pidan. Yo en estas condiciones no puedo hacer muchas cosas, pero ellos son muy buenos. Si te tratan mal, me lo dices.
Esa podría parecer una conversación normal entre la señora y su empleada, pero sabiendo yo lo que sucedía, y suponiendo que ella lo sabía también, me resultaba un poco extraño y surrealista todo eso que me decía, y aunque yo no le daba mucha conversación, ella seguía hablándome, quizás para matar la soledad en la que estaba sumida en esa Hacienda:
—Solo tuve a Juanito —así era como ella llamaba a su hijo—, y de pequeño le consentía mucho, ¿sabes?, quizás demasiado, y ahora que ha crecido, él tiene unas necesidades y unos vicios que su padre le ha permitido. No sé si me entiendes….
—Sí señora, lo entiendo, no se preocupe, ellos no tendrán queja de mí —le contestaba, con esa misma ambigüedad que me hablaba ella.
Estaba claro que allí estaban acostumbrados a una forma de actuar y de disponer de sus empleados, condicionada por su poder y el dinero con el que mantenían todo eso, por lo que mi madre y yo teníamos que aceptar sus caprichos y necesidades, algo a lo que mi madre ya estaba habituada, pero yo estaba aprendiendo a llevar esa vida quizás a una edad muy temprana, aunque allí había más niñas como yo, que también habían pasado por las manos del padre y del hijo, y que me veían como una privilegiada por ser la favorita del Señor, como decían ellas.
Eso quizás levantara los celos de las demás mujeres que trabajaban allí, ya que por haber llegado las últimas, despertábamos el interés de los dueños, por lo que a veces esas mujeres le decían a mi madre:
—No te creas tan especial. Yo también he llevado a mi niña muchas veces a su cama para que durmieran con ella, bueno, lo de dormir…, te puedes imaginar, jaja.
Mi madre no les contestaba, pero ellas seguían:
—Son muy viciosos, hasta la madre cuando estaba bien, venía a buscar a las crías para llevárselas al marido y al hijo, que era un niño todavía. Y hasta yo le he tenido entre mis piernas, jaja.
Y otra decía:
—Llegará un momento en que también se cansen de vosotras, y tendréis que estar en los barracones, con nosotras, aunque tampoco nos privamos de nada, porque por las noches hay mucho movimiento en las camas…..
Siempre terminaban las frases con unas sonoras carcajadas, como si pretendieran escandalizarnos con lo que nos decían, que no era el caso, pero yo me sorprendía de que esas mujeres hablaran de esa forma tan desvergonzada, aunque supongo que la vida allí les hacía ser así. Al fin y al cabo, ese lugar quizás no fuera tan distinto a otros donde podríamos vivir.
Después de un tiempo en aquella Hacienda, sin saber exactamente lo que sucedió, quizás lo que decían esas mujeres, nos fuimos de allí, y nuestra vida volvió al pasado, a una situación en la que mi madre se vio otra vez en la calle y teniendo que ocuparse todavía de mí, debido a mi edad, pero ella supo aprovechar de nuevo esa circunstancia y fue a buscar trabajo en el Club de carretera que había a las afueras del pueblo.
El encargado ya la conocía, porque en el pasado quiso que trabajara para él, pero en esta ocasión iba conmigo, y eso hizo que él tomara más precauciones, por lo que nos mandó pasar a su oficina, donde empezó a hablar:
—Bueno, tú ya sabes como es el trabajo aquí, los porcentajes que hay y lo que tienes que pagar por el hospedaje y manutención, pero tu hija puede ser un problema, porque yo no tengo a ninguna menor aquí alojada —le dijo a mi madre.
—Pero yo sé que las tienes a disposición de los hombres que las buscan para follarlas.
—Sí, eso si, pero me las traen y se las vuelven a llevar. No duermen aquí.
—Ya, entiendo, entonces ¿como podemos hacer?
—Me pones en un compromiso, porque el pacto que tengo con las autoridades es no tenerlas alojadas en el Club. Pero podemos hacer una cosa, si te parece bien. Por las noches, al cerrar, me la puedo llevar a mi casa a dormir, y al día siguiente la traigo para trabajar.
—Bueno, si no hay otra opción…. De todas formas, espero no estar mucho tiempo aquí, solo hasta que nos salga otra cosa mejor.
—Claro, lo entiendo. Aquí todas son libres para marcharse cuando quieran.
Esa misma noche, el encargado ya me llevó con él a su casa, y ni que decir tiene que me hizo dormir en su cama y me folló todo lo que quiso durante el tiempo que estuvimos trabajando en ese lugar.
En el Club, yo tenía que estar junto a las demás niñas que llevaban cada día, en un sótano secreto que había allí, donde bajaban a los hombres que nos habían solicitado especialmente.
Las había de varias edades, aunque yo era de las mayores, porque las que ya tenían 16 o 17, las hacían pasar por mayores de edad y las tenían en la parte de arriba, a la vista de todos.
Nuestros clientes eran de todo tipo, aunque me sorprendió ver pasar por allí al cura del pueblo, al Alcalde y algún policía. Se notaba que el Encargado estaba bien relacionado y lo tenía todo bien atado.
Normalmente, estaban un rato hablando con nosotras mientras nos sobaban, hasta que se decidían por una y se la llevaban a la habitación. A veces coincidían varios hombres con nosotras, creandose un ambiente distendido, en el que esos hombres se sentían seguros y con toda libertad para hacer lo que quisieran con las que estábamos allí, disfrutando del momento y de esas fantasías que en ese lugar se hacían realidad.
En una ocasión, llevaron a una nena de 10 años, que cuando la vieron, se volvieron locos con ella, pudiendo ver en los ojos de esos hombres esa mirada extraña de excitación perversa que había visto en tantos hombres en mi vida.
Aunque ella parecía un poco asustada, se notaba que no era la primera vez en su vida que estaba en una situación así, aunque quizás no con tantos ojos pendientes de ella y tantas manos recorriendo su cuerpo.
Algunos eran asiduos y repetían varios días, a pesar de que nosotras éramos más caras que las mayores, pero teníamos mucha demanda de viejos pervertidos que les gustaba follar a niñas.
Lógicamente, las que estábamos allí ya no éramos vírgenes, pero no sé si en alguna ocasión llegó a pasar con alguna que tuvieran el privilegio de estrenarla allí, pagando más dinero por ella, claro.
Según el día, a mi me tocaba atender a varios clientes, y luego, por la noche, al encargado en su cama, que no parecía importarle todos los hombres que me follaban cada día, por lo que yo a veces estaba muy cansada y solo dejaba que él se descargara conmigo.
Mi madre siempre tuvo un buen cuerpo y muchos clientes se iban con ella, así que entre el dinero que ganaba ella y el que ganaba yo, que me lo guardaba ella, pudimos ahorrar una buena cantidad, que hizo que mi madre me dijera que pronto nos íbamos a poder marchar de allí, y que estaba esperando una buena oportunidad para hacerlo.
A pesar de mi edad, yo ya parecía mayor y los clientes iban prefiriendo a las más pequeñas, por lo que fui perdiendo clientes y el encargado me decía que me iba a subir con las demás mujeres del club, pero antes de que pasara eso, un cliente le ofreció trabajo a mi madre en un pueblo cercano, en la mansión de los ricos del lugar, y me llevó con ella.
Aquella casa era muy distinta a todos los sitios donde habíamos estado hasta ahora, todo lleno de lujos y de unas riquezas a las que nunca podríamos aspirar, pero al final, como en todos lados, aparte del trabajo diario, mi madre iba a ser una puta más de los señores, entre todas las mujeres que trabajaban allí, aunque para consolarme, ella me decía que debido a mi edad, iba a ser el capricho de alguno de ellos y que me darían un mejor trato.
Allí vivían un señor mayor, que se llamaba D. Arturo y su mujer Esmeralda. Debían de tener algún título nobiliario, como marqueses o condes, porque la casa estaba llena de escudos y grandes cuadros y aunque sus hijos eran ya mayores y no vivían allí, solían frecuentar la casa, e incluso, se quedaban a dormir, en ocasiones.
Efectivamente, como me había dicho mi madre, el dueño de la casa pronto me echó el ojo, y decidió que yo durmiera en la parte principal de la casa, para trabajar en su servicio personal, lo que en realidad consistía en ser su puta particular y exclusiva, alejada de las manos de los demás empleados del servicio.
Aunque también debía alejarme de sus hijos, cuando iban de visita a la casa, que al verme allí, bromeaban con él diciéndole que cada vez le gustaban más jóvenes, y cuando le pedían probarme, él se lo negaba y les decía que eligieran a cualquiera otra para pasar la noche.
Cuando me mandaban hacer alguna tarea, D. Arturo les decía que yo no estaba para eso, y le contestaban con ironía:
—Perdone, se me olvidaba que la nena es solo para la cama del Señor.
A su mujer no parecía importarle todo eso y que la mayoría de las noches su marido no durmiera con ella, ya que tenía otra habitación donde las pasaba conmigo o con alguna otra de su séquito particular, pero a mi me cogió un cariño especial, quizás, porque con mi experiencia sabía como calentarle y le hacía gozar más que las demás.
Allí noche tras noche, dormía con él, y a pesar de su edad, su vitalidad le permitía follarme sin descanso, disfrutando de mi joven cuerpo en toda su plenitud, aunque a él le gustara deleitarse despacio conmigo, lamiéndome y besándome por todos lados, y tratándome con un cariño como nunca tuve de ningún hombre, lo que me hacía sentir una privilegiada.
Por eso, quizás, él fue lo más parecido a un padre que tuve, porque me hacía sentir como si fuera su hija realmente, aunque acabara follándome todas las noches, pero creo que ese fue el periodo más feliz de mi corta vida, hasta ese momento.
A consecuencia de todo eso, tuve mi primer embarazo, aunque me preguntaba como no lo había tenido antes, quizás porque el destino o la naturaleza habían sido benévolas conmigo y me habían evitado ese problema. También es verdad que tal como me había enseñado mi madre, me cuidaba para que eso no sucediera, pero ahora, al menos, en ese lugar iba a tener las condiciones adecuadas para llevarlo adelante con todas las atenciones, aunque D. Arturo siguiera follándome disfrutando de mi cuerpo de preñada joven.
Cuando nació mi niña, el señor sabía que era suya, pero se la entregó a las criadas para que la criaran como una más de ellas, aunque después de eso, parecía que ya se había cansado de mí y eligió a otra favorita más joven y menos usada que yo para volver a empezar ese ciclo eterno al que su familia parecían estar acostumbrada.
Eso me dejó muy triste y decepcionada, aunque todo lo que me había pasado no era más que una realidad que yo había convertido en fantasía, y que me había puesto en mi lugar.
Mi madre parece que también se cansó de ese lugar, y nos marchamos de aquella casa, aunque tuve que dejar a mi hija allí, a la que no volví a ver nunca más, pero no pude evitar que se me pasara por la cabeza, en que llegado el momento, la cría volviera a pasar por la cama de D. Arturo, como uno más de sus caprichos, y que se convirtiera en su “nena” sin importarle que ella si fuera en realidad su hija.
Mi madre y yo nos fuimos a otra ciudad donde no nos conocieran, pero en la que nuevamente ese ciclo vicioso volvió a repetirse en nuestras vidas. y otra vez tuvimos que ver como numerosos hombres desfilaban por nuestras camas eligiendo a una u otra, según sus gustos o apetencias del momento, hasta que llegó un momento en el que me pude separar de mi madre para intentar iniciar una nueva vida alejada de todo eso, por lo que le pedí todo el dinero que me tenía guardado, que me ayudara a encontrar un camino que no fuera el de puta, y que me permitiera tener las opciones que no pudo tener mi madre.
En esa nueva ciudad, nadie conocía mi pasado, por lo que pude tener un trabajo “normal”, pero como todas las que hemos sido putas alguna vez, llevamos algún tipo de estigma que atrae a los hombres, que parece que lo huelen, y tuve que aprender a espantar a más de uno, que solo deseaban follarme, y esta vez, sin pagarme nada.
Pero llegó un día en que un hombre bastante mayor que yo, se fijó en mí, y su educación y elegancia me hizo pensar que era el hombre adecuado para tener una relación con él, y ser una mujer normal, con una vida normal.
Mi vida me había hecho tener una fijación especial por los hombres mayores, quizás porque con ellos sentía esa protección que siempre me faltó, y mis artes aprendidas en la cama, me sirvieron para embaucarle fácilmente y que me pidiera matrimonio. Así que me casé, y pronto nacieron mis dos hijas, que nos convirtieron en una familia feliz.
A consecuencia de esto, con una buena situación económica, mi vida alcanzó cierto punto de normalidad, hasta que mis hijas llegaron a una edad en que volví a revivir esos momentos de mi niñez, pero en esta ocasión, siendo yo la madre, y donde tendría que asumir mi nuevo papel.
Una tarde descubrí a mi marido con las dos niñas en la cama desnudos, jugando a algo que no todos los padres juegan con sus hijas y en ese momento, no supe cómo reaccionar. Me vinieron a la mente todos los recuerdos de mi vida pasada, el como había actuado mi madre conmigo, y como había influido eso en mi vida, pero a la vez veía a mis hijas felices con su padre, riendo y pasándoselo muy bien, así que decidí consentirlo todo.
Otra mujer en mi lugar, seguro que no se mostraría tan pasiva o complaciente ante esa escena, pero no sé por qué, o quizás, por mi vida pasada, reaccioné con naturalidad, llevada por un instinto de supervivencia para no perder a mi familia y esa estabilidad que tanto me había costado conseguir, y otra vez me dispuse a ser objeto de elección de un hombre, en este caso, de mi marido.
Quizás el hecho de que ese hombre fuera su padre y mi marido, y no cualquier otro hombre ajeno a la familia que quisiera aprovecharse de mis hijas, me ayudó también a tomar esa decisión, ya que todo eso sería algo privado e íntimo entre nosotros, sin injerencias externas y sin nadie que tuviera que dar su opinión sobre nuestra forma de vida familiar.
Debido a esas circunstancias, y pudiendo conocer a mi marido como no le había conocido hasta ese momento, me animé a contarle mi vida pasada, aunque él no pareció sorprenderse mucho, porque me dijo que siempre había observado en mí que me guardaba algo oculto, que aprendió a intuir en nuestras sesiones de sexo.
Mi marido era un hombre inteligente y con experiencia con las mujeres, y nuevamente, la puta que llevaba marcada en mi forma de actuar, acabó delatándome, y quizás por eso, él sabía que podría aceptar más fácilmente sus juegos con nuestras hijas para poder satisfacer esos morbos que muchos hombres tienen reprimidos, y que solo pueden satisfacer en algunos casos que las circunstancias lo permiten.
A partir de ese momento, para satisfacer sus necesidades sexuales, en unas ocasiones mi marido me elegiría a mí y otras veces, abriría la puerta de la habitación de nuestras hijas, sin que esto fuera inconveniente para que también hubiera lugar a que otras veces, todos estuviéramos juntos, disfrutando de lo que muchos de vosotros entenderíais como esa familia ideal o feliz que tantos anheláis conseguir, aunque la mayoría de las veces solo se acabara quedando en una de esas fantasías que siempre perseguimos y que nunca cumplimos.
Todo esto que os he contado, en realidad le sucedió a una amiga mía, de la que esta es su historia, y con la que muchas veces he tenido conversaciones, hablando de hombres, de sexo, de mujeres y de familias. Y hemos discutido sobre por qué un hombre que tuviera la misma oportunidad de tener sexo tanto con una mujer como con su hija, acaban eligiendo a la hija y por qué motivos.
Muchos acudirán al morbo como única razón, pero está claro que es algo más profundo, que tiene que ver con la forma en la que cada uno entiende el sexo y la forma en la que se desarrolló su sexualidad, pero es algo que también puede ir variando con el tiempo, en función de la edad y las experiencias de cada uno.
También es verdad, que a veces hay circunstancias que te llevan a desear o condicionar una posible elección, que también he tratado en mis relatos, como en esos casos de aislamiento en los que un padre y su hija, o una madre y su hijo encuentran consuelo a tanta soledad, o incluso, sin que exista ese aislamiento, una relación familiar perversa puede llevar a ello, con múltiples complicidades, igualmente.
Este dilema ha sido una constante en muchos de mis relatos, en los que he contado también numerosos casos en los que los hombres han preferido más tener sexo con sus propias hijas que con sus esposas, algo que muchos han corroborado que hubieran hecho igual, o que incluso, lo han llegado a hacer.
En mis conversaciones con ellos, me han dado múltiples razones para pensar así, que en parte, he expuesto también en esos relatos, y aunque muchos puedan pensar que este es un dilema perverso que no debería darse, la realidad nos muestra lo contrario, y es tozuda, porque esto se repite una y otra vez.
La complicidad también es un rasgo habitual y determinante en estos casos, tanto en un lado como en otro, ya que muchas relaciones de esas son consentidas e incluso, a veces inducidas dentro de esa dinámica familiar difícilmente entendible desde fuera.
Ante eso, solo nos queda entenderlo, discutirlo y hablarlo desde un punto de vista natural y humano, ajeno a los convencionalismos sociales que nos quieran imponer, ya que en ese caso, no habría debate.
Así que aprovechando los comentarios de este relato me gustaría hacer una encuesta sobre si cada uno de vosotros tuviera la oportunidad de abrir dos puertas, donde tras una de ellas se encontrara a una MILF (o Madre que me follaría), que tan de moda parecen estar ahora, o tras la otra puerta, a su hija, dejando su edad a elección del lector para no limitar su imaginación, cuál de ellas abriría.
Muchos me dirán que preferirían a las dos juntas, ya que muchos hombres con los que he hablado me dicen que esa sería una de sus mayores fantasías; tener a una madre y su hija juntas a su disposición. Los más jovencitos quizás me digan que preferirán las generosas y contundentes curvas, así como de la experiencia de una MILF y otros muchos seguro que me dirán que no dudarían en abrir la puerta de la hija para cumplir una de las fantasías más perseguidas de disfrutar de la inocencia, ternura y morbo supremo de una nena, sin preocuparse de consecuencias o responsabilidades legales.
Después de tantos relatos que tengo publicados en esta página, y vuestras peticiones para que escriba nuevos relatos, para no hacer como esos cantantes o grupos de música que siempre corren el riesgo de repetirse y de escribir la misma canción que les dio tanto éxito, me parece una idea novedosa plantearos esto a todos los que os animéis a dar vuestra opinión, y agradeceros una vez más vuestro seguimiento.




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