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Incestos en Familia

Mi prima y yo

Tarde en casa de la abuela .
La tarde en la casa de la abuela transcurría con una calma engañosa. El sol se filtraba a través de las hojas de los árboles del patio, proyectando sombras danzantes sobre el suelo de cemento. Dentro de la casa, el silencio era absoluto: la abuela dormía en su habitación, su respiración profunda y regular, ajena al mundo. Afuera, el aire estaba cargado de una tensión que nadie había previsto. Mi prima, Lucía, estaba en el patio, hablando por teléfono con alguien que, evidentemente, la hacía reír. Llevaba solo un sostén blanco que apenas cubría sus pechos firmes y unos shorts cortos que se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel. Sus piernas largas y bronceadas brillaban bajo la luz del sol, y su cabello castaño caía en ondas sobre sus hombros. Yo la observaba desde la sombra de la puerta, mi corazón latiendo con una mezcla de nerviosismo y deseo.

Me acerqué sigilosamente, sintiendo cómo la adrenalina recorría mi cuerpo. Lucía no me había visto aún, demasiado absorbida por su conversación. Me detuve a unos pasos de ella, mi mirada fijada en su figura. Sin pensarlo dos veces, me bajé los shorts y el bóxer, dejando mi polla al aire. Era un acto impulsivo, pero algo en mí necesitaba que ella me viera, que supiera lo que su presencia me hacía sentir. Comencé a masturbarme lentamente, mis dedos deslizándose sobre mi erección mientras la observaba.

Lucía finalmente levantó la vista, sus ojos encontrándose con los míos. Su expresión pasó de la sorpresa al asombro en cuestión de segundos. Su boca se abrió ligeramente, pero no dijo nada. Seguía hablando por teléfono, su voz ahora más baja, como si temiera que la otra persona al otro lado de la línea pudiera escuchar lo que estaba sucediendo. Sus mejillas se sonrojaron, pero en lugar de apartar la mirada, sus ojos se clavaron en mi polla, dura y palpitante.

Sin dejar de hablar, Lucía dio un paso hacia mí. Su mano se deslizó de su lado, como si fuera atraída por un imán, y se extendió hacia mí. Su dedo índice rozó la punta de mi polla, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Ella sonrió, una sonrisa pícara y llena de promesas, y comenzó a tocarme con más firmeza. Su mano era cálida, su tacto eléctrico. Yo jadeé suavemente, sintiendo cómo mi deseo crecía con cada movimiento de su mano.

De repente, Lucía colgó el teléfono. El sonido del corte de la llamada resonó en el silencio del patio. Me miró directamente a los ojos, su sonrisa ahora más amplia, más atrevida. Sin decir una palabra, me tomó de la mano y me llevó hacia el lavadero, un pequeño espacio al fondo de la casa, apartado y discreto. El corazón me latía con fuerza, anticipando lo que estaba por venir.

El lavadero era un lugar sencillo, con paredes de concreto y un suelo de baldosas desgastadas. La luz entraba por una pequeña ventana, creando un ambiente íntimo y casi secreto. Lucía se detuvo frente a mí, su cuerpo cerca del mío, su respiración acelerada. Sin esperar, comencé a desnudarla, mis manos temblorosas pero decididas. Le quité el sostén, liberando sus pechos perfectos, firmes y coronados por pezones rosados y erectos. Ella cerró los ojos, disfrutando del momento, mientras yo admiraba su cuerpo, cada curva, cada detalle.

Me arrodillé frente a ella, mi mirada fija en su coño. Lucía llevaba unos shorts tan cortos que apenas cubrían lo esencial, y cuando los bajé lentamente, su sexo se reveló ante mí. Era perfecto, los labios hinchados y húmedos, brillando bajo la luz tenue. Acercué mi rostro, inhalando su aroma dulce y femenino. Mi lengua se extendió, rozando suavemente su clítoris, y ella gimió, sus manos agarrando mi cabello.

Comencé a lamerla con dedicación, mi lengua explorando cada pliegue de su coño. Lucía se movía contra mi boca, sus gemidos llenando el pequeño espacio. Sus flujos eran abundantes, su cuerpo respondiendo a mis caricias con una intensidad que me excitaba aún más. Mis dedos se deslizaron dentro de ella, complementando el trabajo de mi lengua, y ella se retorció, su cuerpo tenso de placer.

«Métemela ya,» susurró, su voz ronca y llena de necesidad. No necesitó repetirlo. Me puse de pie, mi polla dura y lista, y la levanté, sus piernas rodeando mi cintura. Su coño me recibió con facilidad, ajustándose a mí como si hubiera sido hecho para mí. Comencé a moverla contra mí, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba al mío, cómo su calor me envolvía.

La llevé hacia la pared, apoyando su espalda contra ella, y la penetré con más fuerza. Lucía gimió, sus uñas clavándose en mis hombros. La embestí sin piedad, mi polla entrando y saliendo de su coño con un ritmo frenético. Sus pechos rebotaban con cada movimiento, sus pezones rozando mi pecho, y su rostro era una máscara de placer y deseo.

Sin previo aviso, la giré, poniéndola en cuatro sobre el suelo frío. Su cuerpo se arqueó, su culo perfecto elevado hacia mí. La penetré de nuevo, esta vez más profundo, más intenso. Mis embestidas eran salvajes, mi polla taladrando su coño sin descanso. Lucía gritaba, sus gemidos llenando el lavadero, su cuerpo temblando bajo el mío.

Sentí cómo mi orgasmo se acercaba, inevitable e imparable. Con un último empujón, me vacié dentro de ella, mi leche caliente llenando su coño. Lucía gimió, su cuerpo convulsionando mientras mi semen la inundaba. Me quedé dentro de ella, sintiendo cómo su coño apretaba mi polla, cómo nuestros cuerpos se fundían en uno solo.

Finalmente, me retiré, mi polla aún palpitante. Lucía se giró hacia mí, su rostro brillante de sudor, su sonrisa satisfecha. Nos miramos, sin decir nada, pero sabiendo que ese momento había cambiado algo entre nosotros. El silencio del lavadero fue interrumpido solo por nuestras respiraciones entrecortadas, y el sol seguía brillando afuera, ajeno a la tormenta que acababa de desatarse dentro.

6 Lecturas/21 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Fherrera
Etiquetas: abuela, culo, leche, orgasmo, polla, prima, semen, sexo
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