Mi primita de 14
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Elnarrador.
La primavera era intensa, intensa como las emociones, el deseo y la curiosidad.
Fue una tarde que mi tía festeaba el cumpleaños de uno de mis primos, y por supuesto, mi primita estaba allí.
Breve confesión: «Me atraía»
La relación con mi primita siempre ha sido muy amena, desde que recuerdo, ella era muy apegada a mí, e incluso decía que yo era su novio. Cerca de cinco años atrás, cuando jugábamos, a veces accidentalmente (intencional) le tocaba sus partes erógenas, pero jamás pasó de un simple toque. A media que fue pasando los años, su cuerpo se fue desarrollando a grandes ancadas y también mis deseos y mis toqueteos.
Pasó cerca de un año en que no supe nada de ella, sus padres se habían mudado por cuestiones de trabajo. Y fue hasta aquella fiesta que la volví a ver.
Una descripción de como la vi aquel día: «llevaba una falda de holanes que le llegaba a medio muslo, sus piernas era esbeltas y torneadas; vestía un blusón holgado que le iba muy bien con su cuerpo, y acentuaba su senos ya desarrollados; su cabello era castaño claro y sus ojos completaban el accesorio; una nariz discreta y unos labios bermellón. Y por su puesto, una piel hermosa y clara sin llegar a la palidez».
Al verla, quedé sorprendido, era hermosa. No la miraba como una prima. Y es que en verdad no parcia mi prima. Ella me miró. Yo la miré. Se acercó y me saludó. La pasamos gran parte de la fiesta platicando. Y entonces llegó el momento; con un remilgo, arrastrando las palabras me dijo “Me gustas”. No supe que responder. En ese momento pasó una de mis tías y exclamó “Qué hacen” .No fue una pregunta sino una indicación de que ya nos fuéramos porque ya estaban repartiendo el pastel.
No dije nada.
Fuimos por el pastel.
Después de terminar el pastel, ella me dijo “Ven, acompañame”. Salimos a la calle, después de unos minutos de caminar en silencio, ella se paró y me dijo “¿Qué piensas de lo que te dije? No hablé, no eran necesarias las palabras, acaricie su mejilla y la besé. El beso se prolongó por varios minutos, y a cada tic tac del tiempo, crecía entre nosotros una pasión y una excitación que en cualquier momento estallaría. No podía resistir, mi lívido se desbordaba. A afortunadamente la calle era una especie de privada por lo que casi no circulaban personas. La seguí besando y acariciando su frágil cuerpo. Había aprendido a besar y a acariciar a una mujer gracias a jovencitas más grandes que yo, pero sobre todo una: Marina (en otra ocasión relataré como la conocí y me enseñó). A cada beso y caricia ella se excitaba más, en ocasiones dejaba escapar algunos gemiditos. Mi casa estaba a unas cuantas calles de la privada.
Le dije que me acompañara a mi casa. No objetó. Llegamos. La metí a mi habitación. Quería hacerla mía, pero tenía miedo de como fuere a reaccionar, y sobre todo como parte de una educación, era inadmisible querer a una prima, y más tener relaciones con ella.
?Wuau, primo, cuántos libros tienes –dijo mi prima sorprendida, al ver mi estantería de libros. Se quedó mirando un rato los libros y leyendo algunos títulos.
?Te gusta leer –interrogué.
?No
Me acerqué por detrás, ella levantó la vista, giró lentamente y quedamos de frente. La besé con ternura y poco a poco fui llevándola al borde de la cama. Cuando sus piernas tocaron borde se flexionaron, sentándose y después recostándose al ritmo de cada beso. Le di pequeño empujón de caderas para llevarla más al centro de la cama. Soltó un pequeño gemido, pues mi cadera estaba atrapada entre la suya. La temperatura de ambos estaba subiendo, su rostro rosado estaba cubierto por un ligero sereno de sudor.
Mi cadera comenzó a moverse por sí sola, y mi miembro estorbado por mi bóxer y pantalón, se frotaba con su ropa interior. Mis labios fueron descendiendo como las gotas de sudor en su cuerpo. Primero bajando por su cuello, su cuerpo serpentea arriba abajo; mis labios siguieron su descenso hasta llegar al borde de su pequeño escote, con una mano froté su pecho, y ya que su blusón era lo suficientemente elástico, bajé su escote en conjunto con su sostén. Era hermoso. Firme. Cabía en la palma de mi mano. Ella me miró como desconcertada, y antes de darle oportunidad de arrepentirse, mi lengua jugueteó con su pezón ligeramente rosado. Su respiración era tan fuerte y profunda que no bastaba con la nariz para respirar, su boca también se unió a la respiración y soltando leves gemidos.
La mano que propicio el descubrimiento de su seno, descendió con brusquedad, y se dispuso a acariciar su pierna subiendo lentamente como un anciano subiendo unas escaleras (en todo el sentido de la metáfora), hasta que llegó a la costura de su ropa interior, y con el mismo cuidado con el que se tratan la heridas, acaricié sobre la tela su vulva. Estaba húmeda. Era cálido. Intenté meter un dedo entre su piel y la tela. Rosé sus labios. Gimió. Su ojos se dilataron mirándome fijamente “Qué haces” me dijo. Mi corazón se disparó a todo latir, pensé que la había regado. “¡Nada!” vaya Perogrullada dije; “No quieres hacerlo” dije como último recurso esperando lo peor. “Si…” pronunció con timidez, parecía que las palabras se le iban de los labios, continuó “… Y si quedo embrazada”.
En la secundaria les proporcionaban esta clase de información.
“No va a pasar nada, te lo prometo” mentí. Ella no se lo tragó. Y recordé que mi antigua exnovia había comprado unas pastillas del día siguiente, y como la caja venia en presentación de dos pastillas y ella solo se había tomado una, (por qué no se tomó la otra, esa es otra historia). Me levanté de un tirón, y busqué la caja, abrí todos los cajones, y nada. Estaba por rendirme cuando me acordé que las había escondido detrás del libro de la historia del ojo de Georges Bataille (libro muy recomendable, erótico y a la ves filosófico). Metí la mano detrás del libro, cogí la caja y la saqué.
Ya convencida, proseguí en lo que me había quedado. Le quité la blusa y su sostén, sus pequeños pechos melocotón caían como dos gotas de agua. Ella también ayudo a quitarme la camisa. La abracé. Nos besamos. Me puse de rodillas y deslicé mis manos por sus muslos, ocultándose tras la falda hasta llegar a sus bragas. Ella quedó despojada de éstas. Y bueno, la excitación se genera aún más cuando se rosa el límite de lo oculto y lo desnudo, por lo que decidí dejarle su faldita. Tardé más en semi-desvestirla que yo en despojarme de todo. Mi verga ya estaba adolorida de estar aprensada, y cuando la liberé sentí como una especie de orgasmo. No quería que terminara todo esto, quería que durara para siempre. Prolongué la penetración. Comencé a besar sus pechos, pero esa no era mi intención, fui bajando, cruzando el vientre y seguí el caminito de jerez (la línea que crea el vello púbico), sus piernas perdieron la fuerza, abriéndome todo el paso a su feminidad. Su aroma era dulce y a la ves agrio, era una mescolanza de su sudor, de orina, de ella y de su feminidad. Mi lengua latigueaba sutil su clítoris y separaban sus labios, entrando de vez en vez por su estrecha concavidad color salmón. Comencé a notar unas pequeñas contracciones y su dilatación, sentía en ocasiones como mi lengua era como absorbida.
Era el momento para hacerlo. Rápidamente crucé el caminito de jerez, subí por su vientre, esquivé sus senos, rocé su cuello, y la miré a los ojos como diciéndole “Estas lista”, ella asintió con la cabeza. Con una mano direccioné mi verga y la coloqué en la entada de su vagina virginal. Con sutileza fui empujando. Cada vez era más caliente. Cuando hubo entrado el glande. Ella gimoteo. Sus gestos eran de dolor. “¿Quieres detenerte?” le sugerí ?no me gusta presionar?. “No, sigue, estoy bien”. Iba metiéndolo lentamente, sentía que en cualquier momento perdería el control y se lo dejaría ir hasta dentro. Sentí un especie de flujo caliente, eché un vistazo, solo era un poco de sangre. Su vagina era estrecha y sumamente caliente. El idilio se apoderó de cada poro de mi piel. Nadie, nadie me había llevado a probar la ambrosia de lo idílico como ella lo estaba haciendo.
Cuando mi miembro quedó totalmente apelmazado entre sus paredes vaginales, comencé a envestirla (obvio con gentileza. Lo duro para otra ocasión). Sus ademanes que en un principio eran de dolor, se convirtieron en placer. Sus gemidos discretos pronto inundaron la habitación. Sus piernas recuperaron su fuerza y abrazaron mi cintura. De pronto grito, y sentí un estrangulamiento en mi verga, ella estaba en medio de un orgasmo. Mi ritmo aumento su velocidad y sentía cada vez más intensa sus contracciones, yo también gemí como no lo había hecho antes, y vertí el néctar del orgasmo en su interior. Nos quedamos un rato abrazados. Ella aun temblaba. Habiendo paso unos minutos saqué mi verga, y de su vagina escurría nuestro pecado. Mi pecado.
Te amo, dijo ella.
No estabas seguro.
Te quiero, le dije yo.
Nos vestimos.
La oscuridad caía lentamente, seguro nos preguntarían, “¿En dónde estaban?” y ¿Qué tanto hacíamos?”
Respuesta breve: se enfermó del estómago, y como estábamos cerca de mi casa la conduje al baño.
Lo siguiente queda a la imaginación. Los próximos relatos habrá menos romanticismo y no tanto de incesto, y en algunas ocasiones crucen de historias.
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