Mi sobrinito
No confiaba ya en los hombres, y si tenía pretendientes. De hecho, en cuanto algunos amigos supieron que estaba separada, comenzaron a invitarme a salir, haciéndome todo tipo de insinuaciones, pero simplemente no tenía apetito para comenzar de nuevo con otro hombre..
Nunca imaginé que una sola decisión cambiaría por completo mi forma de ver las cosas. Al principio, todo parecía un mal sueño, una de esas historias que escuchas de otros pero jamás crees que te sucederán. Sin embargo, con el tiempo, comprendí que había perdido algo más que una relación: había perdido la confianza.
Camila, mi hermana, y su pequeño hijo Pablo vivían solos. Aprovechando la excusa de mi profunda soledad, los invité a vivir conmigo. Ella, con solo 21 años, aceptó sin dudarlo. Desde entonces, nuestras noches se llenaron de conversaciones interminables y copas de vino que ella solía traer a la casa, como si en esas charlas pudiéramos remendar las ausencias que cada una cargaba.
Con el tiempo, la compañía de Camila se convirtió en un refugio, y juntas comenzamos a imaginar un nuevo rumbo. Pensamos en abrir un negocio entre las dos, algo sencillo pero que nos mantuviera ocupadas. Comprábamos cosas por internet con la idea de revenderlas en mi vecindario, convencidas de que, además de ayudarnos económicamente, nos daría una nueva motivación para seguir adelante.
Con este negocio, ni siquiera tenía que salir de casa, lo que me permitía evitar cualquier incómoda confrontación con los hombres. En ese momento, mi desconfianza hacia ellos había llegado a tal punto que preferimos enfocarnos únicamente en productos femeninos. Desde el principio, nos fue sorprendentemente bien, ganando lo suficiente para mantenernos y darnos ciertos lujos. Nos asegurábamos de ofrecer solo productos de alta calidad, lo que rápidamente nos hizo ganar la confianza y fidelidad de nuestras vecinas.
La convivencia con mi sobrino también resultó maravillosa. A pesar de que nunca había vivido con él, la adaptación fue natural y sin incomodidades, ni al principio ni cuando empezaron a suceder los acontecimientos que aquí relataré. Pablo era un niño lleno de energía, cursaba su primer año de colegio y, afortunadamente, el bus escolar lo dejaba justo en la puerta de nuestra casa, lo que nos evitaba la necesidad de salir. En las tardes, jugaba con nosotras en el jardín, siempre con su pelota de fútbol, y por las noches le encantaba que le contara cuentos. Su favorito era uno sobre dragones, especialmente uno muy conocido, que me pedía repetir una y otra vez con la misma emoción de la primera vez.
En una de nuestras noches de hermanas, aquellas en las que hablábamos sin parar bajo la sombra de innumerables copas de vino, tocamos un tema que hasta ese momento había sido casi intocable: los hombres. Yo seguía estando completamente reacia, con una aversión que no lograba superar. Pero mi hermana, aún tan joven, me hizo saber con una sinceridad desarmante que sentía la necesidad de cumplir con ciertos deseos y necesidades, cosas que, aunque yo comprendía, me resultaban difíciles de abordar.
—Los hombres no son necesarios —recuerdo haberle dicho a Camila, con la misma convicción con la que rechazaba cualquier posibilidad de volver a confiar en ellos—. Si tan cachondas andas, pues mastúrbate.
Ella se echó a reír, con esa risa suya despreocupada que siempre contrastaba con mi rigidez ante ciertos temas. Dio un sorbo a su copa y me miró con burla, como si mi respuesta no la sorprendiera en absoluto.
—No es lo mismo —respondió, apoyando los codos en la mesa—. No es solo eso… es la sensación, la compañía, la piel.
Rodé los ojos, pero en el fondo entendía su punto. Yo misma, en otro tiempo, había disfrutado de esas cosas sin reservas. Pero ahora, la simple idea de involucrarme con un hombre me revolvía el estómago.
—Bueno, pues suerte con eso —dije finalmente, levantando mi copa—. Solo no me metas en ese desastre.
Camila sonrió con un brillo travieso en los ojos, como si ya estuviera planeando algo. En ese momento no le di importancia, pero más adelante, aquella conversación cobraría un significado que nunca imaginé.
—Bueno, pues mastúrbate y luego vienes a hacerme compañía. Yo seré tu pareja de discusión después del auto placer —solté, claramente pasada de copas.
Apenas las palabras dejaron mi boca, me sorprendí a mí misma. Ni siquiera creía lo que acababa de decir. Camila, en cambio, me miró con una mezcla de asombro y diversión antes de soltar una carcajada.
—¡Vaya, con Clarita! —exclamó, alzando su copa en mi dirección
Me encogí de hombros, sintiendo el calor del alcohol recorrerme.
—Supongo que el vino me está afectando —dije, restándole importancia.
Pero Camila siguió mirándome con esa chispa de picardía en los ojos, como si estuviera considerando algo que no quiso decir en voz alta. Lo dejé pasar. Luego, con una sonrisa ladeada, añadió:
—O sea que, en estos momentos, eres una loca de la masturbación, me imagino.
Bufé, fingiendo indiferencia, pero sentí el calor subir a mis mejillas.
—No seas idiota —repliqué, llevándome la copa a los labios—. Solo digo que no necesito a nadie para satisfacerme, eso es todo.
Camila soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Claro, claro… —murmuró, con ese tono que usaba cuando no me creía del todo—. Pero dime la verdad, ¿hace cuánto que no…?
—¡No pienso hablar de eso contigo! —interrumpí rápidamente, sintiéndome de pronto más expuesta de lo que me gustaría.
Ella sonrió como si hubiera ganado una pequeña batalla, pero no se detuvo ahí.
—¿Lo haces con la mano o usas uno de los objetos que traemos para la venta? —soltó entre risas, con esa malicia juguetona que siempre tenía cuando lograba incomodarme.
La miré con incredulidad, apretando los labios para no darle el gusto de verme ruborizada.
—Camila, por el amor de Dios… —bufé, llevándome la copa a la boca en un intento de ocultar mi incomodidad.
Pero ella no se detuvo.
—Vamos, admítelo. Seguro probaste alguno antes de venderlo, por control de calidad y eso —agregó, alzando las cejas con picardía.
Negué con la cabeza y solté un suspiro, fingiendo exasperación.
—Si tanto te interesa el tema, ¿por qué no lo pruebas tú y me cuentas?
Camila soltó una carcajada escandalosa y chocó su copa contra la mía.
—¿Y quién te dice que no lo he hecho, hermana…? —dijo con diversión—. Tengo uno favorito en mi cajón.
Rio eufóricamente mientras yo la miraba con incredulidad.
—¡Mentira! —exclamé, entornando los ojos—. A ver, muéstramelo si tanto presumes.
Camila me lanzó una mirada desafiante, se levantó tambaleándose un poco por el vino y desapareció por el pasillo rumbo a su habitación.
Yo me quedé en la mesa, sonriendo con incredulidad, segura de que solo estaba bromeando. Pero cuando regresó, con un enorme consolador de goma entre las manos y una expresión de triunfo en el rostro, supe que, para mi sorpresa, hablaba completamente en serio.
—Esta es mi compañía —anunció Camila triunfante, levantando el objeto como si fuera un trofeo.
Me quedé boquiabierta mientras ella, sin la menor vergüenza, le daba un beso en la punta, riendo con picardía.
—¡Eres una desvergonzada! —exclamé entre risas, negando con la cabeza.
—Por supuesto —respondió, encogiéndose de hombros—. Y te digo algo, hermana… es mejor que cualquier hombre. No discute, no se va, y siempre está listo cuando lo necesito.
Rodé los ojos, pero no pude evitar reírme.
—De verdad que el vino te pone insoportable.
Camila se dejó caer en el sofá, abrazando su juguete con aire dramático.
—Si quieres, te lo puedo prestar —dijo con una sonrisa traviesa—. Digo, para que hoy pases una placentera noche.
Negué con la cabeza, divertida.
—Eres imposible, Camila.
Le quité el objeto de las manos y lo analicé con minuciosidad, sintiendo el peso y la textura entre mis dedos.
—Es enorme —le dije, alzando una ceja—. ¿Te entra todo esto?
Camila soltó una carcajada y se encogió de hombros con aire divertido.
—Bueno, no es cuestión de metérselo de una sola vez como una salvaje —respondió, guiñándome un ojo—. Hay que saber usarlo, disfrutar el proceso.
Sacudí la cabeza, aún incrédula, mientras Camila me miraba con esa expresión juguetona que siempre tenía cuando estaba a punto de soltar alguna locura.
—Primero hay que ensalivarlo un poco —dijo entre risas, divertida con mi reacción.
—¿Así? —respondí con una sonrisa desafiante antes de llevármelo a la boca e introducir toda la cabeza por un segundo, mirándola fijamente.
Camila soltó una carcajada escandalosa y se llevó las manos a la cara, sorprendida y fascinada a la vez.
—¡Dios mío, Clara! ¡No pensé que te atreverías!
Yo también empecé a reír, sintiendo el calor del vino y la confianza del momento envolviéndonos. Le di unas lamidas más mirando a mi hermana desafiante.
—¡Esto está muy mal, Clara! ¡creo que me estoy excitando!
—Bueno y ¿qué podemos hacer? —Le digo volviendo a meter el juguete en mi boca.
Camila se rio mas suavemente, se acercó más a mí, hasta que la sentí prácticamente a centímetros
—Podemos hacer un par de cosas que se me ocurren. —Su mano calo en mi pierna, acercándose peligrosamente a mi vagina. Se inclinó y comenzó a besar mi cuello y mi mejilla.
Su mano se metió por debajo de mi camiseta y apretó por dentro mis senos, el juguete aun estaba en mis manos, pero ahora tenía los ojos cerrados y disfrutaba de los toqueteos de mi hermana.
Luego se subió sobre mí, quedando sentada en mi regazo y me quitó la camiseta que llevaba. Yo misma desabroche mi sujetador y mis tetas quedaron al descubierto, las admiró por un momento y luego volvió a apretarlas, a juntarlas. Luego tomó el consolador de mis manos y me lo introdujo en la boca, imponiendo un ritmo salvaje. Con su mano izquierda me apretaba mis tetas y con la derecha me follaba la boca, yo tenía cerrados los ojos, disfrutaba ser dominada por mi hermana menor.
En un movimiento final me lo metió muy al fondo de mi boca, siento que hasta mi garganta y luego lo saco, varias líneas de saliva propia cayeron sobre mis abultados senos. Suspire excitada y con una mirada que reflejaba lo que estaba experimentando.
Ella se bajó de mí, se arrodillo en el suelo y comenzó a desabrochar mis pantalones. Yo simplemente me dejaba hacer, halo fuertemente de la parte alta de mis pantalones hasta que me los quitó junto a mi ropa interior. Allí estaba yo, completamente desnuda y vulnerable ante mi hermana menor, mi vagina estaba húmeda, llevaba tiempo sin depilarme y ella lo noto, algún chiste hizo al respecto que realmente ni atención le preste, porque rápidamente tomó el consolador e intento metérmelo de un solo movimiento, pero a pesar de mi excitación y de lo mojada que estaba y de los dispuesta, además, este no ingresó ni la mitad, de hecho me dolió tanto su intento que grite acaloradamente.
—Estoy muy caliente Clara. Tengo una idea para que disfrutes sin que te duela.
Acto seguido, me halo de la mano, me llevó con prisa hacía su habitación, abrió la puerta y prendió la luz. Allí estaba, Pablo, mi sobrinito estaba dormido boca arriba, la luz hizo que arrugara un poco el contorno de sus ojos pero no se despertó.
Lo vi con ternura, no sabía o no había deducido lo que quería Camila en ese momento, pero una leve sonrisa se dibujo en mis labios al ver a mi pequeño sobrino de 5 años.
—Confío en ti Clara. Hace unos días descubrí algo con Pablito, espero no me juzgues. —Se fue acercando lentamente a donde él estaba y ante mi incrédula mirada comenzó a bajarle el pantaloncito de su pijama, mostrándome el pequeñísimo pene de mi sobrino, estaba recién circuncidado, Camila me comentó que el año anterior le había hecho el procedimiento y el resultado fue ese.
Mi incredulidad no disminuyó ni un ápice, y mucho menos cuando veo a Camila inclinarse y meter todo el penecito de Pablito en su boca, me sorprendí con su acción, pero también con el movimiento involuntario de mi Mano al comenzar a tocarme mi vagina.
Pablito se mantenía dormido, pero a medida que Camila metía y sacaba su pequeño pene de su boca ví como este se le iba poniendo duro, ahora parecía como un dedo de mi mano, esto me tenía excitada a más no poder. Camila por momentos me miraba y sonreía mientras yo me masturbaba desesperadamente con mis dedos viéndola hacerle sexo oral a su pequeño hijo.
Me acerqué a ellos y coloqué mi mano sobre la pancita de mi sobrino, acariciándolo con cariño. Camila al verme se hizo a un lado y me dijo que me lo metiera, yo dude, lo juró que dude, pero fue en unos segundos que mi cuerpo en contra de mis propias convicciones obedeció.
Mantuve mi pierna izquierda en el suelo, pero la derecha rodeó el cuerpo de Pablito, me era muy difícil acercar su pene, yo soy un poco gordita, pero Camila me ayudó, tomó el pene de Pablito totalmente duro y yo fui bajando con cuidado. Lo que sentí es algo indescriptible, no se trata del tamaño ni de la esencia del sexo. Las sensaciones orgásmicas que estaba experimentando estaban explícitamente relacionadas con el morbo de la situación. Me movía muy lentamente y muy poco para que el pene no se me saliera, cerraba los ojos simplemente entregándome a ese placer que jamás había sentido antes.
Pablito alzó una de sus manos, pasándola por sus ojos, ahora estaba despierto, me quede quieta por un instante, pero pegada completamente a su pequeño cuerpo.
—Camila, se despertó. —Dije, dándole manotazos a mi hermana. Ella se acerco al rostro de Pablito y le dio un besito pequeño en los labios.
—Shh, mi pequeño… Mamá y tu tía solo están jugando —Susurró, acariciando suavemente su cabello. Mi sobrino parpadeó ligeramente hasta poder abrir bien sus ojos, intercambió miradas entre su madre inclinada hacia él y yo que estaba encima, su vista era de su tía completamente desnuda casi que sentada sobre él.
—Mami, ¿qué están haciendo? —Camila sonrió suavemente, le dio un par de besos más
—Solo estamos pasando un rato de diversión, mi amor. —Mi sobrino asintió y luego Camila saco la lengua y se la paso por todos los labios al niño, lo lamía con morbo. En ese momento volví a retomar mis movimientos.
Luego se hizo a un lado.
—Mira eso, mi amor. Eso que estas haciendo está haciendo muy feliz a tu tía en este momento.
Pablito se apoyo sobre sus codos y miraba como su pequeño penecito entraba y salía a mi ritmo de mi vagina. Sus ojos se abrieron de sorpresa, no creo que sintiera realmente algo, porque hasta que no lo vio no había percibido lo que pasaba con su pene. Yo comencé a gemir, y l miraba directamente a sus ojos, amasaba mis propias tetas.
—¿Te gusta mi amor? —Le decía Camila. Pablito asentía sin pronunciar palabra y sin dejar de ver su pene. Camila se puso de pie y se quitó su pantalón y su ropa interior. Sin dejar de brincar admire su cuerpo, era delgada, su vagina estaba completamente lampiña, se subió sobre Pablito, dándome la espalda a mí, no podía ver nada, pero era evidente que le había puesto su vagina en la boca al niño. Además de que empezó a gemir. Acomode mi cabeza en sus hombros, moviéndonos, juntas sobre Pablito.
Baje mi mano y basto el roce de mis dedos sobre mi clítoris para llegar a mi orgasmo. Me quede quieta por un momento, pero creo que estaba aplastando a Pablito, porque sentí sus piernas patalear debajo de mí. Me puse de pie, pero el siguió pataleando, me acerqué y pude ver que no era por mí, Pablito tenía su nariz y boca dentro de la vagina de su madre. Camila se restregaba contra el con sus ojos cerrados, tuve que darle una palmada para que reaccionara y dejara respirar al niño.
Camila se separo y Pablito tomo aire e hizo una carita como de asco, Camila y yo nos reímos, tenía toda su boquita brillante. No hubo más acción, Camila alzo a Pablito en sus brazos y lo llevó al baño. Me despedí de ella con un beso, pequeño en los labios y me fui a dormir.
Ya en la soledad de mi habitación, me quedé mirando el techo mientras el eco de nuestros gemidos aún resonaba en mi mente. Habíamos bebido demasiado, habíamos hecho demasiado… cruzando límites en nuestra confianza. Pero al final, no era más que eso: dos hermanas compartiendo sin filtros, compartiendo a mi pequeño sobrino en la seguridad de su propio mundo.
Me giré en la cama, sintiendo el peso de la noche sobre mis párpados. A pesar de todo, por primera vez en mucho tiempo, no me sentía sola. Camila y yo habíamos construido algo juntas, un refugio lejos de todo lo que alguna vez me hirió.
Solté un suspiro y cerré los ojos
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