Mi tía Sandra
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por DelNorte1.
Me llamo Modesto, y soy un chico muy tranquilo. Quiero relatarles las experiencias que me acontecieron el pasado verano y que tanto me sorprendieron e impactaron, las estancias en casa de mi tía Sandra. Comenzaré por describirme: tengo trece años estoy en secundaria y todos coinciden en que soy un niño muy modosito y tranquilo, algo tímido y estudio bastante bien. Desde siempre he sentido curiosidad por todo lo que me rodea, pero nunca he sido un niño preguntón, sino más bien autodidacta. No tengo muchos amigos y soy más bien introvertido, pero de ahí a que sea tonto, falta mucho.
He crecido en una familia estricta y conservadora, tradicional y educado en la disciplina y obediencia, sobre todo por mi madre que además es muy católica. Hago mis deberes, se me compra algún caprichito, de verano voy con ellos a donde vayan y sin salirme del cauce. Siento gran curiosidad por la informática y los ordenadores no sé por qué. En casa tienen uno, con internet, pero solo me dejan usarlo para lo estrictamente necesario de los estudios y deberes, lo tienen con filtros parentales y pins que no conozco, ellos me lo conectan y me lo desconectan cuando se lo pido para consultar algo, jugar un ratito a los solitarios de cartas, y mirar en la red alguna cosilla de ropa, deportes, algún videojuego y nada más. Ellos tampoco lo usan mucho más que para mirar rutas de montaña, alojamientos rurales y cosas así. Mi madre que además es muy celosa tampoco permite a mi padre que esté con él mucho tiempo.
Ya sé que es un tópico, pero es que pasa en todas las familias; mi abuela materna, ya mayor, se puso malita y mis padres tuvieron que salir para allá unos días. La casa es pequeña, y como yo era un incordio –debieron de tenerme de penalti, joder, porque parece que siempre estuve de más- y como además soy tan calladito decidieron enviarme unos días… a casa de mi tía Sandra.
Sandra es mucho más joven que mi madre, también mucho más alta y moderna, peor hablada, más culta y menos fanática, más rebelde y reivindicativa. Es morenaza, de pelo y cejas negras, musculada y no se parece en nada a mi madre físicamente, aunque sí en los gestos, la voz y el hablar. Mis padres la llaman, acepta. En presencia es imponente, por algo extraño o difícil de explicar, tiene “ese no sé qué” que tiene alguna gente. Está muy buena, o eso creo, o eso dice el porcentaje que ocupa en mis pajas. Así que cuando me doy cuenta, ellos ya se han ido, ya me he apeado del autobús maleta en mano y estoy tocando el timbre de Sandra. Tras un rato se abre la puerta y aparecen ante mí los 180 centímetros de Sandra. Yo todavía mido solo 165…
Cara de fastidio, tarda un rato en decir nada, el suficiente para que yo rememore en mi interior, con cierto regocijo y un tanto de respeto aquella situación ocurrida unos años atrás en casa de los abuelos maternos, los padres de mi madre y de ella, cuando ella llegó de fiesta ya de lunes a las once de la mañana, como tantas y tantas veces, borracha, medio desvestida y con no sé qué blanco embadurnándole las fosas nasales. Mi abuelo la abroncó y le llamó la atención y ella le metió dos hostias que lo tiró patas arriba. Entonces se tuvo que ir de casa y se mudó a donde llego yo ahora…
-Pasa, Pitufo- me dice con un cierto desdén. Luego me conduce a la que será mi habitación y me muestra el resto de la casa. Al mediodía comemos y la conversación va por cauces sin importancia; cómo están mis padres, cómo llevo los estudios, qué loco está el tiempo, llueve un mes seguido y otro mes hace un calor de perros…
A media tarde, leía yo en un sofá, me había traído unas novelas de aventuras en la maleta cuando ella me dice:
-Escucha, Pitufo (qué puta manía de llamarme así, ella siempre me llamó “Pitufo”) –Voy a salir un rato a hacer unas compras y recados, volveré en una hora.
–De acuerdo, me quedo aquí leyendo.
Pero nada más salió yo no pude contener la curiosidad y empecé a husmear por la casa. En un saloncito, una especie de despacho o escritorio, había una mesa con un portátil y un sillón. Lo abro, lo enciendo y para mi alegría no tiene contraseña ni bloqueo de ninguna clase, (ella es soltera, vive sola, y de carácter complicado) y aparece ante mí el fondo de pantalla con varias carpetas. Iba a buscar un solitario, pero me puede la curiosidad; abro una carpeta de imágenes dividida a su vez en un montón de carpetas, abro una con galerías de fotos e imágenes y oh, descubrimiento…:
Una valquiria rubia enorme y tetuda vestida con un mono ceñido de cuero negro, tortura a un tipo atado a la pared en una cruz de madera, golpeándolo con una fusta. En otra galería, otra tía más baja y de pelo castaño, de 48 o 50 años, caderona y muy potente, también encuerada, pasea a otro tipo con un collar y cadena de perro…
En otra galería, son amplias, de bastantes fotos cada una, la rubiaza imponente de antes aparece en una celda con botas militares y uniforme de marine, paseando a un tipo desnudo que camina de rodillas por la celda y ella lleva amarrado con una cuerda por los testículos. La misma rubiaza, enorme, voluptuosa, labios carnosos, mirada penetrante –creo por un instante que me está mirando a mí- se me aparece ahora en otra nueva galería…
Noto el pecho palpitarme, agitado, y siento un enorme cosquilleo en mi bragueta; nunca he visto nada así. Acabo de descubrir algo extraño, desconocido, que me inquieta, me produce curiosidad, y a la vez es muy excitante. Me pongo empalmado a un nivel desconocido, siento dolor en mi bragueta. La rubia ahora con botas negras de tacón alto, un mini tanga de cuero negro, y las tetazas ya libres pisa y patea a otro tipo. Hay un montón de carpetas y galerías de esta temática. Me salgo, cambio a otro fichero titulado “Muscle”, allí se me aparecen muchas tías fibradas y musculosas, solas o por parejas, posando en gimnasios o playas y en ocasiones parece que follando entre ellas. Creo reconocer a la rubiaza de antes, otras son morenotas, hay alguna negra…
Debo decir que nunca había visto una película porno ni nada parecido, solo algunas revistas que llevaban los compañeros al instituto, escondidas en la mochila y había comenzado a hacerme pajas hacía no mucho tiempo, tras escuchar a los otros hablarlo en clase. En mi tía solía pensar muchas veces cuando me masturbaba, pero nada más. Ahora se abría ante mí, en aquel ordenador portátil, un mundo nuevo, desconocido, que impactaba mi mente aún infantil…Abro otra carpeta, sale una morenaza impresionante tomando el sol en un diminuto microbikini, de espaldas; reparo en la siguiente foto que me empalma muchísimo. La morenaza abierta de piernas, la diminuta tela desaparece entre sus labios vaginales enormes, de los que sale o asoma un apéndice muy abultado, más arriba escoltando el ombligo unos abdominales muy marcados , y cuando miro su cara, me quedo anonadado, a pesar de unas gafas de sol grandes, la reconozco bien… Es mi tía…
Estoy excitadísimo, se me nubla la vista, me palpita el pecho, siento un cosquilleo en mis pezones (los míos) que me sube hasta la garganta, cuando recibo un terrible sobresalto… He creído ver con el rabillo del ojo una gran sombra tras de mí, respiro una fragancia ya conocida, percibo una presencia…
En las películas y tal, cuando ella vuelve a casa suele decir aquello de: “Cariiiñoo, yaa estoy aaaquííííí…”Pero una hora pasó muy rápido y yo estaba absorto, cuando me dí la vuelta me encontré con la silueta gigante de mi tía –me pareció más alta que nunca- con cara de pocos amigos…
-¿Te diviertes, Pitufo?- dijo, y tras observarme unos instantes con una mirada de hielo se encaminó con las bolsas hacia la cocina. –Cuando acabes, apaga el ordenata, que tenemos que hablar- añadió con aspereza.
Apagué por inercia y me dirigí avergonzado a la cocina, rojo como un tomate, a punto de lágrimas, y me quedé paralizado al umbral de la cocina, pensé incluso en salir corriendo calle abajo…
–Yo… Yo…- balbucí- Es que… Perdóname… No quise… No sabía… Lo siento… Te juro que no volverá a pasar…
Ella colocaba con parsimonia las cosas en la cocina dándome la espalda, traía unos minishorts vaqueros muy cortitos, hasta cerca de la ingle, resaltando sus piernazas largas y morenas, y una camisetita de manga corta, fina , de color azul clarito. De no ser por el estado en que me hallaba ahora mismo pensaría en la expectación que “levantaría” entre los machos en el supermercado…
Cuando acabó de colocar las cosas me indicó el sofá y me dijo:
-Siéntate ahí, pequeñín, vamos a conversar un poco tú y yo-. Se sentó a dos centímetros de mí cruzando las piernas – Cuéntame, Pitufín, qué estabas mirando…
– Verás, yo… Solo quería… Es que…
Ella cogió mi pierna -yo estaba temblando aún y traía un pantalón corto- y se entretuvo un rato en hacerme cosquillas en esa parte detrás de la rodilla, luego metió la mano por debajo de mi camiseta y me acarició un poco el pechito, tratando de tranquilizarme…
-A ver, mi rey, no va a pasar nada, esto no va a salir de aquí, los papis no se van a enterar, ¿vale? pero no te consiento que me balbucees y me tartamudees más, porque no lo soporto. Háblame claro, con voz firme y seguida, como un hombre, como lo que debes ser…
Me tranquilicé un poco, tomé aire y comencé a hablar con voz suave y queda, pero sin pausa, mi alegato de defensa:
– Quería jugar unos solitarios, tía, en casa apenas me dejan, se me ocurrió entrar en las carpetas, me llamó la atención. Es que había una rubia… Y más… Me gustó, nunca había visto chicas así…
-Y, ¿qué más viste?, cuéntame, pero sin tartamudear…- Inquirió, y advertí que su tono se iba suavizando, y su rostro iba tomando una expresión más amable, lo que me tranquilizó en cierta manera.
– Bueno, luego vi tus fotos, estás muy guapa porque eres tú, ¿verdad? Pero es que la rubia alta…
-La rubia te gustó… Está buena, ¿eh?… Te la ha puesto dura, ¿eh?…- me preguntó mi tía mientras se aplicaba otra vez en hacerme cosquillas detrás de la rodilla…
–Sí,- asentí yo- es que es impresionante, y en esas imágenes sobre todo.
– Dímelo a mí, – dice ella, insistiendo en sus cosquillas de un modo profesional- que la he probado en persona…
-¿Cómo?, ¿la conoces?
-Es Jane Taylor, americana, dominatrix, actriz porno, experta en artes marciales, luchadora de wrestling, modelo de culturismo y fitness. También ejerce la prostitución de lujo como escort. Me puse en contacto y pasé una semana con ella. ¿Recuerdas que viajé a Florida el año pasado? ¿A qué crees que iba allí?, aunque a tus padres les dije que iba a ver museos. Entre el viaje, la estancia y los honorarios de ella, me dejé una pasta, pero estuvo de puta madre…
– Ahora con una mano ella acariciaba mi muslo y con la otra, abrazando por detrás de mi cuello acariciaba mi pecho por encima de la camiseta, pellizcándome de vez en cuando algún pezón. Una fuerte erección que ella notó abultaba en mi pantalón.
-¿Sabes?, -me preguntó acercando su boca a mi oído, cosquilleándome ya cerca de la ingle, con voz lenta y muy sugerente, -también fue marine en el ejército…
No acerté a contestar. Ella prosiguió:
–Bueno y de mi ¿qué te pareció?, ya sé que soy tu tía, pero eso no importa ahora, dime, ¿Qué te pareció de mí? ¿Te la puse bien dura…?
-La verdad es que estás muy buena, tía, siempre lo has estado. Recuerdo de niño cuando venías a casa con minifaldas negras y medias, con pantaloncitos cortos como el que traes ahora, con aquellos vestidos tan ceñidos, y con aquellos novios altos y fuertes que te traías uno distinto cada sábado. Recuerdo cuando de pequeñito me llevabas contigo a la playa, –tú y yo solos, decías, no hace falta nadie más, ¿verdad?- yo tenía pocos años pero recuerdo bien.
Me acuerdo de tu cuerpo, muy alto y bonito, atlético, en aquellos bañadores y biquinis. Recuerdo que me llevabas a una parte aislada de la playa, una esquina más apartada de la gente y tranquila, -aquí solitos estaremos mejor, decías- y jugabas mucho, mucho conmigo. Recuerdo que me desnudabas del todo y me hacías muchas cosquillas por todo el cuerpo, me acariciabas bien, luego me llevabas al agua, nos bañábamos juntos…
Tengo la visión de tu cuerpazo mojado saliendo del agua, como a cámara lenta, los rizos negros de tu cabello húmedo cayéndote por la frente, los bultos de tus pezones marcando bajo el bikini, el vientre plano y duro, ya por entonces se te marcaban mucho los abdominales, las piernas larguísimas, los muslos fuertes, aún me parecías mucho más alta. Luego de secarnos, seguías un buen rato tocándome por todo el cuerpo, caricias, me gustaba, nos reíamos los dos, tu sonrisa con los dientes perfectos, blanquísimos.- ¿Dónde tienes más cosquillas, aaquíííí… O aaquíííííí…?- me decías- Huummm, eres mi juguete preferiiidooo…
A la vuelta a casa me comprabas un buen puñado de chucherías y me decías y me repetías con insistencia. “Recuerda, diles a papá y mamá que te lo pasas muy bien conmigo, y no des demasiados detalles ni explicaciones aunque te pregunten; tú te haces el tontito y ya está. A lo mejor un día se acaban nuestros juegos y tú no quieres que eso ocurra, ¿verdad?, porque nos lo pasamos muy bien juntos y aquí solitos, ¿a que sí?”…
Y me repetías eso a la vuelta siempre cuatro o cinco veces, cada vez que volvíamos a casa en coche. Yo la verdad, que nunca abrí la boca más de la cuenta porque estaba muy bien contigo, y me gustaban mucho nuestros juegos. Pero luego ya fue cuando todo se acabó de golpe: vinieron tus discusiones constantemente con mi madre, o sea tu hermana, por mil motivos, con los abuelos… Problemas con la bebida y con algo más, faltar de casa cuatro o cinco días a cada poco, golpes en el coche, peleas sin motivos con tus novios, aquella amiga tan rara de la cresta roja en el pelo, que parecía un gallo… Llamarle a mi madre “beata histérica mal follada”…
-Por cierto, ¿recuerdas aquel novio delgado de gafitas que te duró un mes? Aquel chico tímido tan educado y atento que estudiaba Literatura, que me regalaba a mí muchos cuentos, y mi madre y la abuela lo querían mucho… Es que no recuerdo ahora cómo se llamaba… Aquel que cuando le diste puerta y los de casa te pidieron explicaciones, alegaste “que era maricón, que no te daba la caña que tú necesitabas”. En fin… Luego, durante años te distanciaste de nosotros y perdimos bastante el contacto…
Mi tía se queda un rato pensativa, mudando la expresión del rostro. Al fin comenta, con voz pausada:
-Sí, es cierto, hubo problemas, luego las relaciones se enfriaron bastante. Sabes, no he vuelto a aquella playa desde entonces…-
Pero pronto recupera la sonrisa y se queda mirándome maliciosamente, me mete la mano otra vez por debajo de la pernera del pantalón corto, muslo arriba, hasta cerca de la ingle; sus dedos expertos llevan las cosquillas a un límite cardíaco…
-¿Te gustaban aquellos juegos, eh Pitufín?… Pues ahora que estamos solos otra vez, podemos reanudarlos…
Asiento con la cabeza, pues no acierto ya a articular palabra, de gozo, de nervios, de excitación; mi corazón no termina bien el día de hoy…
Mi tía me coge de la mano, me lleva a su habitación, cálida por el sol que entra suave por la ventana. La cama está sin hacer, solo tiene sobre el colchón una sábana blanca; aunque vive sola es una cama matrimonial, grande, donde debe llevar a sus novios… Y a sus novias… Me quita la camiseta casi de un tirón y luego de un golpe me baja el pantalón corto y el slip, todo a la vez. La picha surge de golpe, erecta, como un resorte con la reacción de un estímulo, pero no es muy grande, solo tiene trece años. Mi tía se desnuda, quedando ante mí toda su musculatura morena; de los pies a la cabeza, pasando por los labios del coño, es toda músculo. Me tumba en la cama de un empujón :
-Te voy a dar un masaje…
Me empieza a frotar suavemente con un poco de un gel aromático, que tiene una fragancia muy agradable, está sentada encima de mí, acaballada sobre mi vientre y mi polla bien dura pegando contra la línea que separa sus glúteos durísimos. Me frota bien el pechito, me apreta los pezones, me acaricia el vientre, el comienzo del pubis… Luego baja pasando de golpe a los muslos y las ingles, un rato, finalmente se concentra en mis cojones, para luego agarrarme bien la picha. Me la menea fuerte, piel arriba y abajo, descapullándome con violencia, tensando el frenillo…
-Vas a probar un 69, Pitufo, a ver si te gusta…
Se tumba invertida encima de mí, que aguanto sorprendido y expectante, parece que hoy voy a aprender muchas cosas, aunque eso de 69 suena raro, ¿verdad?. Sus muslazos aprisionan mis sienes, pone su coño en mi boca, su paquete de abdominales tan trabajados posa en mi pecho. Instintivamente comienzo a lamer su coño depilado, sin saber ni lo que hago. Me gusta su sabor acre y agradable, su olor excitante y perfumado. Lamo sus labios vaginales, grandes, abultados, contundentes y chupo como puedo ese bulto, ese apéndice que me causa tanta curiosidad, juego con él con mi lengua…
Mi tía se entretiene trabajándome la picha, agarrando el vástago con su manaza de coger mancuernas de gimnasio, meneándomela y pelándomela pausadamente, sin prisas, con calma, para acelerar luego el ritmo y volver a disminuirlo, para atenta y expectante estudiar mi reacción; la gata jugando con el ratoncito, se divierte…
Soporto encima de mí con estoicismo ochenta kilos de tigresa; ella es delgada pero al ser tan alta y musculosa, pesa mucho, a ratos me falta el aire, y la razón. Creo ahora llegar al infarto (no salgo de hoy, ya estoy convencido); me la ha empezado a chupar: con violentas chupetadas se la traga entera de cada vez, mi pollita treceañera no es nada para ella…
Me mata de gusto cada vez que su boca alcanza mis testículos; siento una descarga eléctrica que me sube vientre, pecho y garganta arriba. Ahora con lengua experta me trabaja el glande, para luego insistir en el frenillo. Si no me he corrido aún es porque anoche me he pajeado y esta mañana cuando me he despertado, otra vez. Pero ya no puedo más; describiré los instantes finales:
Se me nubla la vista. Se detiene el tiempo. Se me escapan unas lagrimitas de gusto por las comisuras de los ojos. Insisto con mi lengua en sus labios y el bulto. Meto como puedo mi mano entre mi pecho y su vientre; necesito tocar sus abdominales duros, meter el dedo en los surcos que delimitan cada uno de ellos. Con la otra acaricio uno de muslazos tan bien torneados. Me faltan manos. Soy un Pitufo indefenso con un juguete peligroso que le queda grande. Mi tía insiste de manera profesional con el glande y el frenillo, sabe que no voy a aguantar mucho más. Se me encogen los testículos. Noto la polla engarrotada y durísima como nunca. Me corro. Me quedo exhausto…
Permanezco un buen rato tumbado en la cama, medio inconsciente. Mi tía, ya tumbada a mi lado, me acaricia la rodilla, con gesto compasivo y a la vez malicioso. He creído percibir un atisbo de cariño hacia mí en ella, pero su rostro enigmático, su mirada profunda, penetrante, misteriosa, su expresión condescendiente y cariñosa a la vez que perversa y un puntito cruel, me desconciertan…
-Tía…
-¿Qué…?
-Me encanta que me llames Pitufo…
Con la edad ya quedé 🤤
Bebé rico, me lo como.