Mi vida con mi padre
Predestinada al sexo.
“La vida es sólo una larga serie de primeras veces”
«El cazador de la oscuridad», Donato Carrisi
Prólogo
Muchos hombres, ya sea que vivan solos o acompañados de sus parejas o familiares, han visto en Telegram una escapatoria al aburrimiento general de los días de cuarentena, o tal vez sería más apropiado decir “noches” de cuarentena, y ha significado un acompañamiento eficaz en otros hombres con gustos similares, compañeros virtuales que se cuentan sus experiencias reales o inventadas; más bien lo último, diría yo, pero quién se va a fijar en detalles, ¿no? Hombres que, bendita tecnología, no se andan con timideces a la hora de postear la última foto de sus vergas erectas o culos peludos en una suerte de cofradía de amigos o en un intento de “llevar a alguien a un privado”, en un sentido virtual, por supuesto.
Otros, sin embargo, no tienen tiempo para rodeos inútiles y explícitamente piden una especie de “te muestro el mío si me muestras el tuyo” (variante: “te muestro a mi Adelita si tú me muestras a tu Paolita”) acudiendo raudamente a un privado para… bueno, ustedes entienden.
Esos privados, a veces también sirven para simplemente acudir a alguien con quien conversar. Y de eso el autor tiene mucha experiencia. Así es como han salido tres o cuatro historias que resumen noches de conversación con otros desvelados con vidas que necesitan ser puestas en palabras.
La siguiente es una historia que me fue contada en la privacidad de uno de esos “chats” por un usuario de SST que, habiendo leído otras historias mías, sintió que su vida también merecía ser contada.
Él vio reflejada su vida en otras palabras que relataban experiencias similares. Historias que cuando menos han sacado algunas eyaculaciones de lectores como tú, que con los pantalones abajo en el baño de la casa, las leen en su celular cuidando de que nadie más los vea en esa actividad tan placentera. O como tú, que te metes a la cama y te bajas los slips para liberar la erección que anticipa el placer. Historias que, me atrevo a decir, han logrado orgasmos de maridos que recuerdan las partes calientes para acabar en las vaginas demasiado usadas ya para generar descargas sin ayuda. Y esa ayuda, muchas veces está mucho más cerca de lo que uno cree. Como en el relato que van a leer a continuación.
En esta historia hay un hombre y una mujer y por razones que no viene al caso mencionar la he escrito desde el punto de vista de ella.
Es la historia de un padre y su hija. Dos seres que juntaron sus vidas en un recodo del camino para descubrirse mutuamente y entregarse a la lujuria y al placer carnal. Tal vez como lo haces tú también, o como desearías hacerlo. Tal vez refleje lo que viviste en tu niñez o desate recuerdos que de tan escondidos ni sabías que existían. Tal vez afloren deseos que habías reprimido eficazmente por años y hoy nuevamente salen a la luz. También puede ser que estén leyendo esta historia aquellos que sabiendo de qué escribo, esperan encontrarse a sí mismos reflejados en una recreación de sus propias fantasías. ¡Vaya uno a saber! Hay tantas razones de por qué un hombre adulto (no creerán que hay menores leyendo esto, ¿verdad?) siente la sangre fluir hacia el pene cuando un relato como este cae en sus manos.
¿Qué lleva a un hombre al que no le faltan mujeres a sentirse de pronto atraído por su propia hija? Podríamos decir que una cosa no excluye a la otra; que la sexualidad del ser humano es mucho más compleja que las etiquetas que nos ponemos todos en algún momento de la vida, no obstante, creo que lo mejor es no anticipar soluciones al problema. Lean y al terminar ensayen sus propias respuestas. O sigan a la siguiente historia, como ustedes prefieran.
1.
Mi primera verga la probé en esa etapa de nuestras vidas que no recordamos. Era muy pequeña. Lo sé porque me lo contó mi padre.
Ese día me había preparado el biberón. Fue un impulso, así me lo relató él. Un pensamiento que se cruza sin saber cómo: “¿Qué podría pasar?”, “¿me atreveré?” Estaba caliente y cuando alguien está caliente suele nublársele la razón. El punto es que se le ocurrió que podría hacérselo chupar por mí. Al principio fue solo una idea, pero después de unos minutos de juntar valor, lo hizo, se abrió el pantalón y sacó su verga erecta y sin pensarlo dos veces me quitó el biberón y lo reemplazó por el falo duro y baboso.
—De aquí también sale leche —me susurró.
Casi se corre en ese mismo instante al ver su trozo de carne durísima entre mis labios si no hubiera sido porque a mí no me gustó y lo rechacé. No salía leche. O así lo creía yo.
En los días que siguieron a ese acto impúdico de mi padre, le sobrevino la culpa. Durante meses tuvo remordimientos por haber cometido un acto tan inmoral. Se culpaba, y con razón, de haber cedido a sus bajos instintos y no volvió a repetirlo. Sin embargo, nuestra relación siguió tan cercana como siempre. Yo permanecía en la ignorancia de lo que rondaba por su cabeza.
Por otro lado, debo decir que durante gran parte de mi niñez mis padres tuvieron una relación sin altibajos. Yo era una niña muy querida y mi padre en especial se desvivía por mí. Yo era la niña de sus ojos. Vivía por y para mí. Me dedicaba gran parte de su tiempo, me compraba cosas, me vestía, me bañaba, en suma, me adoraba. Esto fue siempre así. Nunca hubo algún intento de su parte de sobrepasarse en sus interacciones conmigo, aunque, entiendo ahora, no porque no se le cruzara la idea por la cabeza, sino simplemente porque no se atrevía o yo no me daba cuenta. Esto último lo digo porque él se preocupaba de bañarme y generalmente entrábamos a la ducha juntos, pero para mí eso era algo tan usual como desprovisto de otras intenciones, sin embargo, hoy no podría asegurarlo.
Mi vida siguió tan normal como lo puede ser para una niña pequeña que aún no iba a la escuela. Compartía con mis amigas, veía televisión, etc., pero todo cambió cuando mi madre se hizo cristiana ortodoxa. Ese fue el punto de inflexión en que se perdió la armonía en mi familia. Mi madre comenzó a imponer muchas reglas que yo no entendía, pero que nos afectaban mucho a mi papá y a mí. De pronto, cosas usuales pasaron a estar vetadas: películas, música, personas, video juegos. Todo parecía tener que pasar por una suerte de tribunal de la inquisición que imponía sobre ellas una particular censura. Me volví una prisionera en mi hogar y no lograba entender qué había pasado.
Mis padres comenzaron a discutir mucho y yo era el único refugio de mi papá. Conmigo él se sentía bien y yo con él, pero la situación fue demasiado para él. Mis padres se separaron cuando apenas había cumplido 6 años. Por supuesto, la custodia quedó a cargo de mi madre, por lo que yo pasé de ser una niña normal a una niña temerosa de un ser que no entendía y que parecía querer castigarme por transgredir una regla con la amenaza del infierno. La hermosa niña, feliz de la vida, se volvió una niña apagada y triste.
Mis pocos momentos de felicidad consistían en los fines de semana en que visitaba a mi padre. Él se esmeraba por hacerme feliz en los momentos que compartíamos y yo anhelaba que llegaran esos días en que podía escapar del ambiente opresor de mi hogar.
Curiosamente, mi muy religiosa madre al poco tiempo rehízo su vida sentimental con un hombre que no se enmarcaba en absoluto en su estilo de vida, pero al parecer él sí podía vivir con normas ajenas sin que eso le significara rechazo alguno.
Ese hombre, mi padrastro, fue el que desencadenó toda la serie de sucesos que habrían de devenir.
Él era un hombre, no diré atractivo, sino más bien común, aunque musculoso y con una actitud sobrada, del macho que cree que sus necesidades están por sobre las de los demás. Yo tuve que satisfacer varias de sus necesidades.
Primero empezó con arrimones. Pasaba por la cocina y hacía como que no tenía el suficiente espacio y me rozaba su entrepierna por mi espalda de niña todavía inocente. Me abrazaba, pero sus abrazos los sentía extraños. No eran los abrazos de mi papá, eran los abrazos de un hombre que insistía en frotar su cuerpo con el mío. Desde luego que todo esto ocurría en la ausencia de mi madre, o con ella en otra habitación. Pero aquello que yo sentía extraño, no era “tan” extraño como para sentir que debía decírselo a mi madre. Por lo demás, en mi hogar no se hablaba de esas cosas. Yo era una niña que aún no cumplía 7 años, ignorante y vulnerable que entendía que a los adultos hay que obedecerlos sin cuestionamientos.
Los roces fueron avanzando hasta transformarse en agarroncitos, en toqueteos a mi trasero, a mis tetitas inexistentes, piquitos aparentemente inocentes y yo concluí que en nada de eso había algo malo.
Más adelante las cosas se fueron volviendo menos inocentes: de a poco fui aprendiendo a tocar lo que había tras la tela del pantalón; a veces mustia, a veces palpitante; otras veces, dura como la roca. Aprendí antes de verla, que eso era el pene de mi padrastro y, aunque nunca mostré mucho interés, tampoco hice cuestión de ello. Sabía sin que me lo dijera que era algo secreto, y para una niña, lo secreto desafía la curiosidad. Que mi padrastro me tomara la mano y la sostuviera entre las suyas seguramente le demostraba a mi madre las dotes paternas de su nueva pareja. Que las manos del hombre estuvieran justo sobre su bulto no parecía advertirlo. Así, sentados en el sofá, supe de su dureza, de su contorno, de la calidez que irradiaba su miembro, mientras veíamos televisión.
La osadía de mi padrastro se fue haciendo cada vez más evidente. Al principio todo era un simulacro de “casualidades”, pero a poco andar, ya no había simulación alguna. Cuando estábamos solos, tomaba mi mano y la metía dentro del pantalón y me hacía tomar el miembro rodeándolo completamente con mi mano. Mi curiosidad era cada vez más patente; sentir ese trozo de carne caliente me provocaba deseos que no entendía del todo, pero a él no le interesaba más que su propia satisfacción, y así fue como al poco tiempo me puso a mamar.
La primera vez ocurrió en el baño. Mi mamá había salido a comprar y él entró detrás de mí cuando fui a orinar. Me dijo que ya se hacía y mostró su apuro bajándose el cierre y sacándose el miembro por la abertura. Yo no supe qué hacer, ya estaba sentada en el inodoro, pero él, adulto al fin, me dijo que solo separara las piernecitas y él haría por “ahí”. Se agachó y puso el pene entre mis piernas y apuntando hacia la porcelana, pero en vez de “hacer pipí”, la cosa que estaba frente a mí fue creciendo en tamaño y él solo miraba hacia la pared, como si no se diera cuenta de lo que le estaba sucediendo. Yo sentía mi carita roja de la vergüenza, y alternaba mis miradas a su verga y a su rostro que, impasible, seguía mirando a la pared. Cuando miró hacia abajo se paró bien y dirigió su pene erecto a mi boca.
—¿Lo quieres chupar? —me susurró.
Yo negué con la cabeza, muy avergonzada.
—Anda, chúpalo, te va a gustar —insistió acercándolo más y rozando mis labios con su cabeza mojada.
Yo moví la cabeza para evitarlo. Por un lado, me parecía algo asqueroso, pero por otro, me moría de la curiosidad de saber qué se sentiría. Al final ganó mi espíritu aventurero y me quedé quietecita cuando él me rozaba los labios con la verga caliente.
—Abre la boca —me susurró.
La verga traspasó así mis labios en lo que para mí era la primera vez, aunque años más tarde sabría que esa era, en realidad, la segunda.
De ahí en más, chupársela se fue haciendo costumbre. Lo hacía en distintos lugares: el dormitorio, la cocina, el living. Solo bastaba que mi mamá hubiese ido al mercado y ya mi padrastro me la hacía tragar.
Él me intimidaba, pero en el fondo me gustaba lo que me hacía, aunque siempre anteponía una urgencia que solo tenía en cuenta su necesidad y no creo que jamás haya pensado en mí como otra cosa que no fuera un objeto para satisfacer su pulsión sexual. Tanto así que a veces me hubiera gustado explorar su pene, verlo, tocarlo y sentirlo, pero para él no había más que un sacárselo y metérmelo en la boca. Al menos ese primer año.
Las cosas en mi hogar no iban bien. Me fui transformando en una niña apagada. Extrañaba a mi papi. Anhelaba que pasaran los días para estar con él. Sabía que con él las cosas por un día cambiaban del cielo a la tierra. Me sacaba a tomar helados, paseábamos en el parque, me hacía sentir la niña más especial de la tierra, pero ni aun así lograba sacar de mí la niña que había sido.
Así pasaron un par de años hasta que mi padrastro, aprovechando un día en que nos encontramos solos decidió penetrarme. Siguiendo su lógica de macho que no se preocupa de los demás, lo hizo solo para satisfacerse él. No fue una experiencia agradable. Lo soporté apenas y ahora, más que nunca, sentí que no había nadie a quién contárselo. Ni mi madre me habría creído, ni me hubiera atrevido a contárselo a mi papá. Tampoco sabía qué tan malo era lo que hacía. A veces lograba sentir sensaciones, cosquillas, algo de placer, pero casi siempre solo sentía vacío y desagrado por mi padrastro.
Mi papá comenzó a notar ese cambio. Se veía preocupado por mí, por mi actitud. Comenzó a sospechar que algo me pasaba; algo que él no entendía. Me comenzó a hacer preguntas, pero yo nunca podía decir lo que me pasaba.
Hasta ese momento, mi papá todavía se metía a la ducha conmigo. Me veía desnuda desde que era una bebé y yo nunca le había dado importancia. Él era como un compañero, un amigo, el hombre que más me quería en el mundo. Con él me sentía plena, pero nunca lograba dejar de lado completamente la tristeza porque sabía que todo eso se terminaba en el instante mismo en que me iba a dejar a la casa nuevamente.
Mi padrastro me decía siempre que yo era bonita y de algún modo, eso hizo que me empezara a esconder; no quería ser bonita para él. Creo que involuntariamente pensaba que si no me mostraba bella él me dejaría tranquila. Pero no fue así, aunque me escondía con gorros de lana para que nadie me viera, él siempre me veía y continuaba usándome para satisfacerse.
A los 11 años, no aguanté más. Fue un día en que me sentía especialmente vulnerable y mi papá había sido particularmente insistente en preguntarme lo que me pasaba. Traté de negarme, pero cuando me dijo que lo que le contara, fuera lo que fuera, no se lo diría a nadie, que él me querría siempre sin condiciones. Ahí, con esas palabras, se desbordó todo y le conté lo que estaba pasando.
Mi padre se enfureció tanto que sentí mucho miedo. No sabía qué iba a pasar en ese momento, pero ya no podía hacer nada. Lo había sacado todo afuera y ya no era posible volver atrás.
Fue a la casa y se enfrentó a mi madre y mi padrastro. Lo que pasó allí lo tengo un poco en una nebulosa, pero mi padre no me dejó con ellos, me llevó de vuelta con él a su casa y de allí no salí más. Mi madre le cedió la custodia a mi padre ante la posibilidad de ir a la cárcel. Mi padrastro no fue capaz de sostener su versión falaz. Años después supe por mi papá, que incluso vio videos de mi padrastro que lo incriminaban, por lo que todo se arregló dejándome ir a vivir con mi padre y de ellos no supimos más.
2.
Mi papá recibió en su casa a una niña tímida y callada. No era la misma que él había dejado al separarse de mi mamá. Tenía 11 años y mucho miedo de todo. Me sentía realmente muy fea y no sabía si mi papá me iba a querer o se iba a aburrir de mí. Pero mi padre era mi padre. Me quería por sobre todas las cosas y poco a poco, con su ayuda, volví a recuperar en parte mi ser perdido.
En esa época mi padre ya no se bañaba conmigo, había dejado de hacerlo un año antes. Yo no sabía por qué, pero pronto lo sabría.
Por varios días, mi papá me preguntaba qué me había hecho mi padrastro y yo siempre le respondí vagamente, porque no quería recordarlo ni hablar de él. Y además porque él insistía en hablar de cosas que yo realmente no sabía. Me explico, a veces me preguntaba por cosas como si mi padrastro me había tocado la “vulva” y yo callaba porque era una niña muy ignorante. Mi mamá nunca me enseñó nada del sexo porque pensaba que era cosa del diablo y yo no manejaba ni los nombres de las cosas. Realmente me avergonzaba de mí misma. Tal vez por eso cuando me ofreció enseñarme cómo era el pene mostré inmediato interés.
Fue la primera vez que vi un pene en todas sus etapas desde que está lacio hasta que se endurece y la primera vez que le hice un oral en forma consciente y no obligada. Me comenzó a preguntar sobre lo que me hacía mi padrastro y, un poco adivinando lo que me pasaba, me comentó que eso no siempre era malo, que si quería hacerlo tenía que ser con cariño y no por la fuerza. Mientras hablaba me acariciaba suavemente el cabello y con sus dedos me rozaba tiernamente el rostro.
—Mira —me dijo—, si lo deseas, intenta hacérmelo a mí y verás que es algo muy diferente.
Así fue como se la chupé por primera vez. Fue empujando mi cabeza que descansaba en su pecho hasta llegar a unos centímetros de su cinturón y luego se subió la playera que andaba trayendo logrando que mi mejilla descansara en los pelos de su barriga y luego se soltó el cinto y, como en cámara lenta, vi cómo se bajaba el pantalón y levantando el elástico de los calzoncillos, me mostró su miembro que se iba engrosando e irguiendo poco a poco.
Lo tomé en mi mano y le bajé el capullo como ya sabía hacer y sin pensarlo mucho, me lo llevé a la boca y lo chupé. Gocé de su sabor, un sabor distinto, por un segundo se me pasó por la mente que ese era el sabor de mi papá y me gustó. Me gustó mucho.
—¿Ves la diferencia? —me decía—. Tú eres hermosa y lo que ocurrió es que aprendiste esto de mala forma, pero ya verás que no tiene por qué ser así, que se puede hacer con cariño.
Al oírlo hablar así, sentí que debía poner aún más empeño en mamarlo bien. Quería demostrarle cuánto lo quería. Le acaricié las bolas y me introduje el falo unos centímetros más en mi boca, haciéndolo suspirar de gusto.
—¡Qué linda eres! —me repetía—, y que afortunado soy yo de tenerte así, pegadita a mi verga, mi bebé.
Reconozco que sus palabras me enardecían, aunque yo no decía nada, pero en esos momentos me sentí tan suya, tan deseada, tan bella, que no cabía en mí de gozo.
Con él aprendí cómo se siente tocar una verga sin coerción mediante, tomarla en mis manos, descubrir su cabecita. Conocí la sensación de tener un par de bolas adultas y peludas en mis manos. Son suavecitas. Mi padre me enseñó todo eso con mucha paciencia. Con él comencé realmente mi educación sexual. Al principio le apretaba la verga con mis dedos y le preguntaba si le dolía. Mis preguntas no eran tal vez las más adecuadas, pero era lo que se me ocurría a esa edad y que saciaban mi curiosidad.
También en esa época pude contarle a mi papi lo que me hacía mi padrastro, no con mucho detalle, pero en mis palabras le hacía saber que había cosas que me hacían sentir cosquillitas. Una vez mi papá me preguntó si yo querría que él me enseñara esas cosas y yo me quedé calladita al principio, pero por dentro sentí una felicidad tan grande. Quería que él me enseñara todo, todo, pero no me animaba a decírselo. Sin embargo, creo que mi papá sabía lo que yo quería mejor que yo misma.
Hoy sé que él sentía conmigo mucho más de lo que yo imaginaba. Me confesó que había dejado de bañarse conmigo porque tenía deseos que no podía cumplir y que no quería hacerme daño. Me confesó también lo que había hecho cuando yo era muy pequeña y que esa imagen volvía una y otra vez a su mente. La imagen de mi pequeña boquita de labios rojos con el pene atravesándolos de forma impúdica. Me pidió perdón por haber hecho eso que yo ni siquiera recordaba, pero también me hizo sentir tan amada, tan querida que nada que viniera de él podía hacerme daño.
Esas imágenes que atormentaban a mi padre tenían un origen muy anterior. Tenía que ver con una vida pasada en que mi padre hizo cosas impensables y que yo desconocía.
Para eso voy a contar algo sobre mi padre que yo supe años después y lo haré de la forma en que él me lo contó:
Mi papito viene de una familia disfuncional como le llaman ahora. No tuvo padre. Este se largó de la casa cuando nació su hermana y él tenía apenas 12 años. Desde ese momento solo su madre quedó a cargo de ambos. Sin embargo, la vida era difícil y a los 19 entró a trabajar a un café para ayudar a la economía del hogar. Para ese entonces su hermana ya tenía 8 años. Su nombre: Alicia.
Mi papi, de algún modo se había conseguido varias revistas porno que se estilaban en la época y un día, Alicia lo descubrió leyéndolas. De ahí en adelante tuvo que aceptar verlas en compañía de su hermana.
En esos años, se hizo muy popular un juego con unas fichas llamadas “tazos”. Cualquier persona que haya estudiado a finales de los 90s los tendrá que recordar. Pues bien, Alicia era experta en jugar con los tazos en los recreos de la escuela, pero no estaba exenta de perder unos cuantos cuando estaba de mala racha y su hermano tenía la perfecta solución. En el café en que trabajaba, era común que los clientes dejaran en las mesas los tazos que no querían o no tenían utilidad para ellos.
Por esa razón mi papá reunía a diario una gran cantidad de tazos, los mismos que significaban un tesoro para su hermana Alicia quien era capaz de cualquier cosa por conseguirlos.
Así fue como a mi papi se le vino a la cabeza por primera vez esto que habría de marcar su vida. Cambiar los tazos que reunía a diario por “favores”.
A Alicia esa idea no le gustó en principio.
“No porque luego yo te tengo que hacer lo mismo que sale en las revistas» —dijo.
—Te doy todos los tazos que quieras si te dejas chupar las tetitas y allí abajo —le dijo mi papá, pero ella se molestó y no aceptó.
Sin embargo, el jueguito de los tazos la tenía demasiado enviciada a Alicia y un par de días después no resistió más y se dirigió al cuarto de mi papá para decirle que sí quería los tazos.
Eso fue todo. De ahí en adelante, mi papi la proveía de tazos y ella lo proveía de sexo. Aunque en un comienzo este constaba de mamarle las tetas apenas insinuadas y chuparle la conchita que a los 8 no era más que una rajita pelada con olor a orines. Pero pronto las cosas comenzaron a progresar más en esa ruta que ambos habían decidido recorrer.
Llegó un momento en que los tazos se fueron convirtiendo en una excusa para tener sexo. Alicia comenzó a disfrutar de los agasajos de su hermano y también ella aprendió que podía recibir y entregar placer con su boca.
La mamá de ambos trabajaba todo el día por lo que tenían la casa para ellos solos y para hacer lo que quisieran. Pronto esas actividades comenzaron a hacerse sin ropa. De la vagina, mi papi comenzó a lamerle el ano que, en principio, no era el más higiénico, pero la excitación de mi papá podía más, siempre podía más.
Cuando había pasado un par de meses, mi papá le propuso a su hermanita que probara ella a chuparle la verga.
Ella no aceptó. Le repugnaba siquiera pensar en echarse a la boca el miembro de su hermano. Más aún porque a veces él se lo sacaba para masturbarse y ella lo había podido observar: grande, venoso, de olor peculiar. Pero claro, unos días después y ante la disyuntiva de quedarse sin las chupadas que el hermano le prodigaba, aceptó probar, solo probar.
Las primeras mamadas que Alicia le propinó a mi papi no fueron las más expertas, pero el hecho de que fuera una niña que aún no cumplía 9 años, lo hacía todo tan lujurioso que hasta su falta de experiencia era obviada fácilmente. Mi papá le enseñó a tener cuidado con los dientes y a chupar de la manera que más goce le proporcionaba a él.
Alicia aprendió a mamar el pico, pero también, con el tiempo a descubrir goces tan extravagantes como chuparle el culo al hermano. Aprendió a disfrutar de los besos con lengua, de la lengua en el culo, a chupar los huevos peludos, en fin, se fue transformando en una niña que daba placer, pero que también lo exigía para sí.
Mi papá me contó que nunca la quiso penetrar por la vagina. Le daba miedo de dejarla embarazada, por lo tanto, cuando llegaron a la etapa de las penetraciones, estas se produjeron por el ano. Mi papi hasta el día de hoy es un fanático del sexo anal. Allí está la explicación. Algo que le debo agradecer a mi tía.
Una vez, recordando mi propia traumática experiencia, le pregunté a mi papá cómo había sido para ella la primera vez que él eyaculó en su boca y lo que él me dijo me hizo sentir a mi tía muy cercana a mí.
—Casi se vomita —me dijo.
Lo cierto es que a mí me pasó lo mismo, con la diferencia que con mi padrastro no había posibilidad de escupirlo, tenía que tragarlo.
Alicia aprendió con el tiempo, tal como yo, que tragar el semen es un gusto adquirido y llega un momento en que escupirlo o desecharlo no es opción. Al contrario, para mí es casi un insulto a mi padre querido.
La primera vez que la penetró por la colita no fue fácil. Mi padre solo usó saliva, no sé por qué no se le ocurrió que una primeriza necesitaba algo más, pero supongo que la juventud de mi padre se demostraba también en esa inhabilidad.
Esa primera vez mi padre trató infructuosamente de clavar la verga en la colita de su hermana, pero a ella le dolía, aunque de tanto intentar, a mi papá se le ocurrió decirle que hiciera fuerzas como cuando iba al baño. Alicia lo hizo y la cabeza de la verga que yo tan bien conozco, se fue adentro como en un guantecito.
En ese momento ya las actividades sexuales incluían de todo. Alicia se tragaba el semen con deleite, las penetraciones anales se fueron haciendo cada vez más fáciles y placenteras, sin embargo, la verdad sea dicha, los hermanos nunca se transformaron verdaderamente en amantes. Siempre fueron hermanos que descubrieron en el incesto una forma de desahogo sexual, en una manera de descargar la fuerte pulsión que los consumía, pero no desarrollaron una relación romántica entre ellos.
Todo terminó de manera abrupta cuando Alicia por razones que nunca quedaron claras, le dijo la verdad a su madre. Un día mi papá llegó de su trabajo y encontró a su madre muy enojada. Lo llamó a la pieza de la hermana donde se encontraba Alicia sentada y llorando.
—¿Cómo es eso de has estado teniendo relaciones sexuales con tu hermana? —le arrojó la pregunta a la cara.
Mi papi no supo qué decir, miraba a su madre y luego a Alicia. Su cara quedó blanca de miedo y vergüenza, pero luego se recompuso y negó todo indignadísimo de que la mamá pudiera pensar algo así, recriminó a su hermana por mentir y jugó su papel de hombre ofendido tan bien como pudo. La mamá lo amenazó con llamar a la policía y la pelea escaló unos cuantos peldaños más. Esa noche, mi papi sentado en la entrada de la casa, cavilando hacia donde marcharse vio acercarse a la mamá. Esta le pidió perdón. La hija le había confesado que nada era cierto, que ella había inventado todo porque mi papi le había arrebatado algo y no quería devolvérselo. Así, todo fue volviendo a la semi normalidad. Nunca más hubo intimidad entre mi papá y su hermana.
3.
Como expliqué antes, cuando llegué a casa de mi papá, a los 11 años, yo era una niña distinta a aquella que mi papi había dejado, pero con su ayuda fui recuperando poco a poco mi verdadero yo y la real conciencia de mi valer. Mi papá se dedicó a enseñarme y transformarme en una señorita capaz de enfrentar su vida con decisión, a recuperar mi estima, a sentirme bella otra vez. También me participó de su verdadero sentir respecto a mí, pero no me forzó a nada. Yo decidí dejar de lado mis malas experiencias en torno al sexo y transformarlas en experiencias positivas en mi vida. Volví a ser penetrada, pero esta vez con el amor incondicional de mi papá quien puso todo su empeño en que, esta vez sí, yo estuviera primero en la escala de prioridades. Así, esa primera penetración de mi padre fue un acto de amor, de profundo amor. Recibir la verga que me dio la vida fue para mí un episodio trascendental por todo lo que significó en términos de la unión con mi papá y su influencia en el desarrollo de esa “nueva yo” que intentaba salir de mi ser y mostrarse ante el mundo bella y valiente.
Sentir la verga de mi padre entrar en mí me produjo un cúmulo de sensaciones. El goce de la carne disfrutado sin culpas, la plenitud que se encuentra cuando el sexo se practica con quien se ama, el sentirme poseída por mi progenitor al mismo tiempo que ser poseedora de la llave de su felicidad. Así y todo, el sexo vaginal no ha sido primordial en nuestras relaciones. Mi papá tiene una verdadera fascinación con el sexo anal y a mí me produce una enorme satisfacción también así es que eso es lo que hacemos regularmente. Además, por supuesto, de todo lo que conlleva dormir juntos, hacer vida marital y disfrutar el uno del otro.
Una de mis actividades favoritas es chuparle la verga. Se lo chupo a cualquier hora y en cualquier lugar. Su pene venoso y grueso con su cabeza siempre babeante me atrae como ninguna otra cosa. Me gusta sentarme con él y meter mi mano en su pantalón y mantenerla así, agarradita, como si se me fuera a escapar. Y a mi papi le encanta que esté tan enamorada de su verga. Me lo da sin reservas. Otra cosa que me fascina es su habilidad en comerme la concha. Desde siempre sentir su boca y su lengua en mi concha ha sido un regalo de los dioses. Su esmero rinde frutos, me enloquece, especialmente cuando toma mi clítoris entre sus labios y lo succiona con esa pericia conque me hace el amor. Las tetas que tengo hoy se las debo también a su labor con ellas; desde mis once años que me las ha comido y me las ha formado, haciéndome gemir de gusto cuando toma mis pezones entre sus labios. Eso ha hecho que cada vez que le como la verga me esfuerce en retribuirle el placer que él me regala día a día. Hoy puedo decir que soy una experta en mamarle la verga a mi papá y a él le fascina que lo despierte cada mañana sacándole la leche que, ojalá, algún día nos traiga una sorpresa a ambos.
Sabemos que es una relación secreta y que debe permanecer así. Tomamos resguardos, pero debo reconocer que a veces, ya sea por la calentura de uno o del otro, hemos corrido riesgos.
En una ocasión tuvimos una reunión familiar en casa de mi abuela. Hubo muchos familiares invitados, tíos, primos, mucho alcohol, etc. y nos quedamos a dormir allí. Nos quedamos ambos en un cuarto de invitados ya que todos estaban ocupados. Según me ha contado mi papá, esa noche él estaba muy caliente a la vez que temeroso de hacer algo y que nos fueran a escuchar, ya fuera por el movimiento de la cama o por los típicos sonidos que se producen con el ímpetu de la pasión. Cuando nos acostamos me hizo muchos cariños, me dio besitos, me desabrochó el jeans y me bajó los calzones. Cuando me tuvo completamente desnuda me chupó las tetitas, ambas, con mucho cuidado, mientras me amasaba las nalgas. Al poco rato me puso en posición para regocijarse con mi cola, su actividad favorita. Esa noche me cogió inclinada al costado de la cama. No quiso arriesgarse a meter ruido en la forma tradicional, pero saber que los familiares estaban al otro lado de las paredes le dio un toque extra de adrenalina a nuestra pequeña perversión. Yo sentía una extraña fascinación ante el hecho de tener a mi padre respirando agitado en mi nuca mientras su pene me penetraba incesantemente. Todo esto mientras mi abuela o mis tíos dormían a unos metros.
Otra ocasión en que pudimos haber traspasado un límite ocurrió en un viaje. Mi papá sale mucho por su trabajo y aquella vez me llevó con él. Nos detuvimos en un puesto de la carretera para descansar un poco, nos quedaríamos esa noche en un hotel, por lo que antes de ir a la cama decidimos disfrutar de esa noche. En el puesto había mucha gente, un ambiente muy festivo, con risas, alegría, una noche ideal para gozarla. Mi papá se tomó unos tequilas y yo también bebí algo. Como a veinte metros de donde estábamos nosotros había un camión con problemas mecánicos y el conductor, al darse cuenta que no podría arreglarlo esa noche, se acercó al puesto de modo que terminó sentado junto a nosotros.
Mi papá y él se dedicaron a conversar y a tomar al punto que cuando fue hora de irse a acostar, mi papá tuvo el atrevimiento de invitarlo a compartir la habitación. Según la explicación que le dio fue que así saldría más barato y al día siguiente él podía invitarnos el desayuno. Una explicación no muy convincente ante una invitación tan extraña, pero cuando de por medio hay varios tragos, todo parece lógico, así que esa noche recibimos al extraño en nuestra habitación. Una cama para él y otra para mi papá y yo.
Al pasar unas horas, tanto mi papá como yo estábamos muy pegaditos uno al lado del otro y a mí me entraron ganas por lo que me bajé el calzón cuidando de no hacer bulla. Mi papá me restregaba su verga por entre las nalgas y yo ya no aguanté más y la dirigí a mi vagina. El falo resbaló deliciosamente hacia dentro y a mí se me escapó un gemido de placer. Nuestro compañero de habitación estaba despierto y comenzó a decirnos que si queríamos nos dejaba solos, pero mi papá le contestó:
—No se preocupe, don Pedro, ya es la despedida, usted duérmase.
Dicho esto, mi padre me descubrió completamente y me montó sobre él y me cogió hasta llenarme de leche ante la vista de este señor desconocido.
Tiempo después mi padre me confesó que estuvo a punto de pedirle a ese hombre desconocido que participara con nosotros. Eso hubiera sido traspasar un límite, pero debo confesar que cuando me lo dijo sentí un cosquilleo entre las piernas.
Mi relación con mi padre era, a esas alturas, la de dos adultos, a pesar de mi edad, sin embargo, de uno u otro modo a veces la diferencia de edad y de experiencias se demostraba tal cual era.
En una ocasión fuimos a un evento de animé a un estado vecino. Yo iba disfrazada de “Fionna, la humana” con su sombrero de conejo y su mechón rubio; falda corta azul y medias blancas por sobre la rodilla. Un cosplay perfecto. Esa tarde más que nunca, mi padre era mi padre y yo su hija. En la noche, nos quedamos en un hotel y tuvimos sexo. Esa ocasión tuvo la gracia de que mi padre me cogió en mi rol de personaje de animé lo que tuvo un efecto de especial depravación para él, según me contó más tarde, porque lo calentó muchísimo penetrarme en uno de mis roles de preadolescente. En realidad, para mí también fue especialmente caliente que mi papá me cogiera con mi disfraz. Fue como que yo le hubiese permitido a Fionna descubrir la verdadera magia de los hombres.
¿Qué más puedo decir? Que me fascina mi papá. Hacer el amor con él siempre tiene algo de novedoso, algo de pervertido también, pero tal vez por eso mismo, no me imagino nada más caliente que seguir cogiendo con él.
Cuando sale de viaje, prácticamente hablamos todas las noches. Me masturbo pensando en la forma en que me come la concha mientras le dejo mis uñas marcadas en su espalda y en su cuello. Me desespera cuando me come la entrepierna. Me mojo entera cuando me dice que muere por verme y penetrarme con ese pene tan rico que tiene. Solo escucharlo hablar así, me produce un temblor, unas ganas de sentir el miembro entre mis piernas entrando completamente en mí.
Por mi parte, cuando está de viaje me entran unas ganas inmensas de hacerle un oral y dejarle las bolas vacías. Él dice que le encanta que se la chupe y que lo mire a la vez. Le gusta mirar mis ojos mientras su pene se introduce entre mis labios. Dice que lo chupo con delicadeza y femineidad. Yo trato de darle lo que él quiere. Y lo que él quiere es coger a su niña, a su bebé.
Amo a mi papi y lo amaré por siempre.
Fin
Torux
Relatos: https://cutt.ly/zrrOqeh / Telegram: @Torux
Tienes un talento natural para este tipo de historias, genial relato como siempre.
Gracias, villentretenmerth.
Excelente relato, un poco familiar, parecido a muchos, pero este tiene algo especial, ojalá sigas contando.
Un saludo.
«una verdadera delicia» hehehehe