Mi vida en una comunidad indígena
la historia de uno de mis seguidores, que os sorprenderá, atrapará y os sumergirá en una nueva realidad…..
Otra historia más de uno de mis seguidores, que supone para mí todo un lujo y un privilegio, el poder contarla.
“Me llamo Ernesto, soy de Guatemala y ya tengo la edad suficiente como para haber vivido muchas experiencias que me gustaría que contaras en forma de un relato de los tuyos.
Fui maestro durante gran parte de mi vida, por lo que tengo una cierta cultura para poder expresar todas esas experiencias que pueden vivirse en cualquier comunidad indígena de las que abundan en este país, que ha sido uno de los que más resistencia opuso a las imposiciones morales y religiosas de los conquistadores, por lo que actualmente conviven esas dos formas de ver y de vivir la sexualidad, que se mezclan con las propias de estos pueblos descendientes de los Mayas, Xinca, Garífunas, Mestizos y otros más minoritarios.
Para la mentalidad indígena, el sexo no es pecado, es diversión y placer que empieza en la propia familia y puede buscarse con tu mismo sexo y el contrario, bajo unos antiguos rituales que hace tiempo que no se siguen, por lo que todo es más desordenado y caótico, llegando en muchas ocasiones al abuso.
Todo esto lo pude vivir desde niño, viendo el sexo con toda la naturalidad que se puede tener a esas edades, en una casa que compartía con mis hermanos, hermanas, abuelos y tíos con sus hijos en la casa de al lado, lo que en realidad formaba un único lugar de convivencia familiar.
Las familias solían ser bastante numerosas, con muchos hijos y otros familiares que compartían la casa, por lo que el espacio para dormir era ajustado y compartido, así como el lugar para el aseo diario, que se convertía en comunitario entre toda la familia, lo que era común en toda la zona, en la que tampoco había muchas familias estructuradas, ya que cada mujer solía tener hijos de varios hombres, incluyendo los de “origen desconocido”, entre los que se contaban todos esos casos producidos entre los miembros de una misma familia, ya fuera de forma consentida o abusada.
En estas regiones son habituales los embarazos en niñas de apenas 10, 11 años, alguno de lo cuales llega a ser más mediático o con más transcendencia social y otros muchos son gestionados por la propia comunidad.
En esos años de mi niñez, lo normal era compartir cama con otros miembros de la familia, padres, hermanos, tíos, primos o abuelos, sin un orden establecido, ya que cada día podíamos dormir en un lugar diferente sin que tuviéramos ninguna cama asignada a cada uno y según el espacio que hubiera, podíamos dormir varios hermanos juntos o con algún adulto.
De todas formas, las niñas, en esos primeros años, dormían con sus padres, como una forma de protegerlas, aunque eso no evitaba que fueran estimuladas e iniciadas sexualmente en una especie de preparación para lo que les vendría después.
Dadas estas circunstancias, es fácil suponer las situaciones que podían darse y cómo el sexo afloraba con fuerza en todas ellas. Todavía recuerdo las quejas de alguna de mis hermanas más pequeñas cuando compartían cama con un tío nuestro, que en las noches se abrazaba demasiado a sus cuerpos y esos roces provocaban que él se corriera en sus cuerpos desnudos, lo que les causaba desagrado a ellas, porque amanecían manchadas de semen.
Mi madre trataba de quitarle importancia, trasladando a mi hermana esa resignación heredada de generaciones anteriores, aunque no sé si le diría algo a su hermano para que se contuviera, supongo que en vano, ya que en todo caso, si una protestaba demasiado, se juntaba a otra que fuera más sumisa a sus desahogos, porque como dicen por acá, hay niñas que son bien putas y el hombre tiene que responder ante ellas.
Porque en verdad siempre hubo de todo; las que les molestaba este tipo de contactos y las que los buscaban por esa calentura que se despierta cuando descubres el sexo, o incluso antes de saber lo que es, ya se prestan a ello.
Yo tampoco me sustraía a esas inclinaciones, estimuladas por una hermana mayor, que, junto a una prima, se divertían conmigo, disfrutando de esa morbosidad que les habrían inculcado a su vez a ellas.
Rosa, mi hermana mayor, era la más caliente de todas, quizás porque era la que tenía más experiencia. Desde que era pequeño, recuerdo verla sentada encima de mi padre o mi tío, siendo sobada por ellos. La dejaban sin ropa y le metían el miembro mientras ella gemía deslavazada sobre su pecho. Mi madre les había sorprendido alguna vez, pero parecía no importarle. Ella no podía darle lecciones de nada, porque se quedó embarazada de ella cuando tenía 15 años, después de haber disfrutado de varias vergas. Nunca pudo asegurar quién era su padre, le gustaba demasiado coger y de cualquiera podría haber sido….
¿Qué iba a enseñar a su hija? Los hombres enseguida lo notan, saben que se dejan tocar desde niñas, que les gusta sentir el gusto entre sus piernas y nada se podía hacer ante eso. Si decidía ser una puta, al menos esperaba que fuera un poco lista y les sacase el dinero a los hombres, los que quedaban más mayores, porque los jóvenes emigraban a los EEUU.
Yo desde niño aprendí esas cosas también. Era la educación que recibíamos, ver a mis hermanas con los hombres mayores de la familia, o con vecinos, incluso, sobándolas, quitándoles la ropa y metiéndoles la verga, cuando podían, por lo que ellas también se acostumbraban a eso.
Mi hermana pequeña, Lucía, se prestaba también a esos juegos conmigo. Siempre quería dormir a mi lado y se la pasaba tocando mi pollita. Le encantaba sentirla dura en su mano. Le habían enseñado a masturbar y sabía que a mí me gustaba también. Pero eso solo pasaba cuando no se la llevaba alguno de los mayores, algún tío o primo que ya andaban buscando metérsela, así que cuando a mí me tocó, ya estaba desvirgada y le habían llenado el coño de leche.
Pero eso sucedía hasta que no les llegaba su primera menstruación, porque desde entonces me enseñaban a que no dejara mi leche dentro de su vagina, por lo que la experiencia adquirida me ayudaba a controlar la eyaculación para sacársela cuando me iba a venir.
En ese tiempo siempre recuerdo a mi madre estando embarazada, por lo que muchas veces me quedaba mirándola mientras ella daba el pecho a mis hermanos pequeños y como me veía cara de pena, me invitaba a chupar también de su teta, grande y con una aureola oscura enorme, con un pezón siempre chorreante de leche sobrante que yo le ayudaba a sacarse.
En esos momentos me decía que se ponía muy caliente y me hacía ponerme entre sus piernas para que la follara y le calmara sus ganas, creándose ese círculo perverso de que la leche que ella me daba en la boca, yo se la devolvía por su vagina.
En el poblado había muchas mujeres solas, porque sus maridos o sus hijos habían emigrado, como una vecina mayor, que cuando yo cumplí 14 años, habló con mi madre para que yo fuera a dormir con ella. Mi madre aceptó porque así me alejaba de mis hermanas y tenían menos riesgo de embarazarse, pero la señora me recibía muy contenta todas las noches porque me follaba hasta sacarme toda la leche, y en esa época yo producía mucha.
Otras mujeres mayores también nos buscaban a esas edades, viudas o que estaban solas, e incluso casadas, que tenían ese morbo de manejarnos a su antojo y disfrutar de nuestro vigor. Yo disfruté de muchas de ellas, que también disfrutaron de mí y me lo enseñaron todo en el arte de amar para complacer a una mujer.
Los hombres mayores tomaban unas hierbas para mantener su potencia sexual y seguir disfrutando de lo que tenían a su alrededor, como las niñas de la familia, sin que nadie se opusiera a ello, ya que era parte de su cultura ancestral.
En ocasiones visitaban las comunidades, personas venidas de la capital, trabajadores sociales o maestros que asignaban a las escuelas, con la pretensión de que abandonásemos nuestras costumbres y forma de vida, pero muchas veces, ellos mismos acababan dejándose llevar por esa dinámica natural de disfrutar de lo que la vida nos ofrece.
Para justificarse, decían que las niñas se les ofrecían, por ellas mismas o por sus padres, pero la realidad es que ellos las buscaban y no evitaban la compañía de varias de ellas en sus cabañas, disfrutando de un sexo que no conseguían en otro lugar.
Cuando yo tenía 15 años, llegó uno de esos hombres al poblado. Le llamaban D. Antonio, y era una de esas personas enviadas por el Gobierno, una especie de trabajador social con la misión de “civilizar” a los indígenas, para lo cual tenía que hacer más estable la presencia de la Iglesia y de los órganos del Estado en las comunidades indígenas.
El puesto de cura estaba vacante desde que el anterior dejara embarazada a una niña de 14 años, por lo que le fue ordenado que volviera a la capital. Durante su estancia había creado un grupo de niñas y niños a los que daba la catequesis y enseñaba las creencias católicas, pero la facilidad para el sexo que encontró en esas niñas le hizo caer en la tentación de los placeres carnales, convirtiéndolas en sus amantes, hasta que el embarazo de una de ellas le delató y tuvo que huir.
Pero ese era un problema de la Iglesia que ellos debían de resolver y D. Antonio venía más a encargarse de que pudieran venir un maestro para la escuela y un médico para el Consultorio, ya que los anteriores también habían tenido sus devaneos y fueron trasladados cuando esos rumores llegaron a la capital.
Durante su estancia en el poblado, a D. Antonio se le hizo sitio en nuestra casa, porque allí no había hoteles, tan solo una especie de Hostal a las afueras del pueblo, en la carretera que iba a la capital, pero allí éramos siempre muy hospitalarios con los que venían de fuera y se solían quedar en alguna casa.
Mi casa tampoco era muy grande y éramos muchos de familia, pero mi padre pensaba que le daba prestigio alojar a los funcionarios que venían de la capital y atenderlos como era debido, con todas las atenciones.
Mientras hablaban en el patio de la casa, mi padre ya había notado que a D. Antonio se le iban los ojos detrás de mis hermanas, sobre las que le hacía algún comentario:
—Tiene unas hijas muy bellas.
—Sí, son una bendición de Dios, y dan muchas alegrías —le dijo mi padre.
—Me imagino. Se las ve siempre tan dispuestas. Ya me tocó venir hace unos años al poblado de al lado y pude disfrutar de la estancia.
—¡Aja! Entonces ya sabe. Puede servirse….
—¿Aquí delante? Yo solía hacerlo por las noches. Era más discreto para mí.
—¡Na!, no importa. Aca nadie se preocupa de esto. ¿Quién se le apetece? ¿La pequeña?
—¿La pequeña….? ¿Ya….?
—Sí, claro. Acá se aguantan poco, jaja.
—¡Uuuffff! Nunca tuve oportunidad, así tan….
Mi padre llamó a mi hermana pequeña:
—Xiomara. Ve con D. Antonio, haz lo que te indique.
Ella se acercó, y él le dijo:
—Siéntate encima, cariño. Déjame acariciarte…. Qué linda eres, pareces una pequeña Diosa, con esa piel tan suave. Qué dicha tiene tu papá contigo. ¿La tiene todas las noches con usted? —le preguntó a mi padre,
—Todas no, tengo que atenderlas a todas, y sus hermanos también las reclaman.
—Ustedes tienen un paraíso aquí. Y nosotros venimos a quitárselo….
—Somos un pueblo muy resistente y llevamos muchos siglos así. Sé que usted tiene que hacer su labor, pero todos acaban claudicando.
—Cierto. Es difícil resistirse a esto.
—Puede montarla ya. La nena se ha excitado mucho con sus manos.
—Sí…. ¡Cómo está de mojada…..!
D. Antonio colocó a mi hermana encima de él para penetrarla y al meter toda su polla dentro de ella, exclamó:
—¡Dios! No puedo creerlo, ya le entra toda la polla, qué estrechita está. Qué carita pone, como la está disfrutando. No voy a aguantar mucho sin correrme, es una delicia —decía al escuchar los calientes gemidos de Xiomara.
Yo observaba todo eso muy excitado, al igual que mi padre, que se sentía orgulloso de poder ofrecer a su hija a D. Antonio, quizás esperando algún tipo de compensación económica, que nunca nos venía mal para atender esas necesidades para las que se necesitaba el dinero.
Cuando D. Antonio se corrió, sacó su polla todavía con restos del semen que rebosaba del coño de mi hermana, con una gran satisfacción por su parte:
—¡Uuufff! Ha sido tremendo… ¡Qué criatura más divina! Tendré que recuperarme para la noche.
Cuando llegó la noche, tuvimos que juntarnos más para dejar una cama libre para nuestro invitado, pero como no quiso dormir solo en ese colchón, al ver como dormían en un colchón tres de mis hermanas, invitó a una de ellas a su cama para que pudieran dormir mejor, y como las tres querían ir con él, les dijo que estaría una noche con cada una de ellas, pero al ver las demás como la follaba la primera noche, las otras dos se unieron a la fiesta y acabó follando con las tres, así que más no podía pedir.
En mi casa no había puertas ni apenas paredes que separaran las estancias, por lo que todos podían ver lo que pasaba, incluso durante las noches, y no sé si porque D. Antonio ya estaba cansado de follar con mis hermanas, se fijó en mi hermano pequeño Edgar, que en ese momento tenía 12 años y creo que era el más guapo de todos, porque era el preferido de nuestras vecinas para llevárselo con ellas.
En ese momento observé cómo D. Antonio conversaba con él y empezaba a acariciar su cuerpo, ya que solo tenía unos calzones y su piel brillaba por el sudor que le provocaba el calor húmedo de la época.
Me acerqué intentando escuchar lo que le decía:
—Mi estancia acá me ha convertido en un vicioso de las niñas y los niños como tú. Seguro que tú ya has tenido más experiencias con hombres como yo. ¿Me vas a dar el gusto?
Mi hermano no le respondía, tan solo se dejaba acariciar y no se opuso a que D. Antonio le bajara los calzones, dejando a su vista una verga que le encendió, porque no tardó en acomodarse para empezar a chupar su pija en erección.
—¡Mmmm…! Deliciosa… —decía entusiasmado, mientras se sacaba su verga para dársela a Edgar— Toma, dale tú también.
A mi hermano Edgar, con ese aspecto afeminado, le gustaban las vergas, porque incluso me la había pedido a mí y me la había mamado varias veces con gusto, y su ano ya había sido penetrado varias veces también, algo que D. Antonio no quiso perderse, y colocó a mi hermano de espaldas a él para follárselo como si de una nena se tratara.
Era excitante ver cómo ese hombre le daba a mi hermano, que le hacía gemir, porque a la vez pajeaba su polla hasta hacerle correrse, mientras él se vaciaba en su culo.
De todas formas, ese tipo de relaciones no era tan extraño que sucediera, porque casi todos los muchachos las habían tenido alguna vez en su vida, sobre todo en su juventud, como a mi mismo me pasó, ya que es algo que se considera como parte del aprendizaje al sexo, y luego a unos les gusta más o menos, o eligen sus preferencias.
En mi caso, me inició en esas prácticas un tío. Estaba claro que él tenía esas preferencias, que eran respetadas por la familia. Cuando acudía a mi casa, siendo yo un niño, siempre me buscaba para tener esos momentos de cariño conmigo, lo que yo no rechazaba tampoco, y le seguía el juego. Con él aprendí a mamar una polla y a saber que un hombre también me podía dar placer con su boca, en esa época en la que mis primeras leches salían todavía aguadas, pero eran deliciosas para él, según me decía, aunque ese gusto era compartido por el resto de mi familia, que disfrutaban de ellas, como mi madre o hermanas.
Después de estar con mi hermano, D. Antonio también se fijó en mí y pasé varias noches con él, en las que también empezó a penetrarme por el ano, dilatándolo lo suficiente para que eso se convirtiera en una práctica agradable para mí, que todavía hoy, sigo disfrutando en alguna ocasión, tanto en modo activo como pasivo.
Después de aquello, D. Antonio me cogió un cariño especial y habló con mis padres para llevarme con él a la capital. Les dijo que allí podría estudiar y labrarme un mejor porvenir. Mis padres, agradecidos, le permitieron que me llevara con él, porque así tendrían una carga menos en la familia, aunque mi madre me echaría más de menos y lloró en mi marcha.
A ellos no les importó que la motivación principal de D. Antonio para llevarme con él, fuera el sexo, el tener a un niño a su disposición para follarlo siempre que quisiera, y aunque a él le hubiera gustado llevarse a alguna de mis hermanas, mi compañía resultaría menos llamativa para los demás y hasta se le valoraría la buena obra que estaba haciendo conmigo.
A la llegada a la capital, me instalé en su casa, donde lógicamente compartiría su cama con él. Ya desde el primer día empezó a disfrutar de mi cuerpo, llenándome el culo de su leche y sacándome toda la que yo podía darle.
Al estar alejado de mis hermanas y de mi comunidad, durante un tiempo, el único sexo que tenía era el que tenía con ese hombre, al que estaba agradecido, porque gracias a eso, pude estudiar la carrera de Magisterio, para poder ejercer de maestro, sobre todo en Comunidades como la que yo había nacido, para llevar la cultura a toda esa gente que tanto lo necesitaba.
De todas formas, al principio, sobre todo, venía a casa una señora mayor para que estuviera conmigo, ya que al parecer, D. Antonio le debía algún favor, que aunque no me quisieron contar el motivo, yo intuí que la señora Celsa le había permitido disfrutar con una nena de la familia hasta que sus padres se la llevaron. Esta señora era muy viciosa y se volvía loca conmigo. Parecía querer devorarme en cada beso que me daba o mamada que hacía a mi polla, hasta que no aguantaba más y me pedía desesperada que se la metiera y la follara, mientras me decía unas obscenidades que la excitaban todavía más.
En la Universidad ya pude conocer a varias chicas de mi edad y tener relaciones con ellas, pero como cualquier otro chico en esos años de máxima actividad sexual para muchos, aunque en mi caso, nunca me había faltado.
De todas formas, esos años fueron como un paréntesis de “normalidad” en mi vida, porque cuando me gradué, fui destinado en una de esas Comunidades indígenas en las que siempre había querido trabajar.
Se trataba de una comunidad al norte del país, con un tipo de vida que no me resultó para nada desconocida, porque me retrotrajo a esos años de mi niñez donde me críe.
La Escuela era humilde, pero traté de ponerla en las mejores condiciones para la enseñanza de los niños de esa comunidad, que en ese momento llevaban tiempo sin maestro, y como al principio tenía poca asistencia a las clases, tuve que hablar con los padres para que enviaran a sus hijos.
No fue difícil convencerlos, porque sabía cómo pensaban, sus costumbres y su forma de vida, por lo que todo me resultó más fácil que a otra persona que no hubiera tenido contacto con ese mundo rural indígena.
Tenía una única clase con varios niños y niñas de varias edades, por lo que la enseñanza tenía que ser más personalizada, con una dedicación especial a cada alumno, según sus necesidades. Con los chicos mayores era más difícil atraer su atención, porque ya tenían sus prioridades y pronto serían reclamados para el trabajo en los campos u otras tareas comunales, así que me centré en los más pequeños, con los que mi labor sería más agradecida y fructífera.
Recuerdo cómo las niñas más pequeñas se sentaban en mis piernas para que les enseñase esas primeras letras y a manejar los números. En esos momentos tenía la misma sensación de cuando estaba con alguna de mis hermanas pequeñas en mi niñez, y como con la mayor naturalidad, mis manos acariciaban su cuerpo semidesnudo, debido a ese clima tropical, húmedo y caluroso.
Ellas reaccionaban a esos estímulos de una forma sumisa y cariñosa, tal como habían sido educadas y acostumbradas en sus familias, provocando mi calentura, que debía controlar ante la presencia de sus compañeros, que tampoco daban especial importancia a lo que pudieran ver, ya que entre ellos, a veces empezaban a entretenerse y tenía que llamarles la atención para que hicieran su tarea.
Entre ellas, había una llamada Analisa, en la que destacaba su belleza y sensualidad. No era de las más pequeñas, y su cuerpo ya marcaba esas formas voluptuosas que mis manos recorrían sin fin, cuando se ponía conmigo, pero como era fácilmente excitable, acercaba su boca a la mía buscando mis besos, a lo que no podía resistirme, jugando con su deliciosa lengua, que me hacía olvidar el lugar donde estaba y mis responsabilidades.
En una ocasión, vino su madre Gladys a visitarme para preguntarme por el progreso de su hija en los estudios, pero la conversación pronto giró hacia lo que la niña le había contado a su madre sobre mí. En otro caso o en otro lugar, hubiera sido una conversación desagradable, pero mi procedencia hizo que no me sorprendiera cuando esa mujer me dijo que su hija quería casarse conmigo, algo que también ella veía con agrado, ya que el maestro era una persona bien considerada, y un “buen partido” para cualquier mujer de la comunidad, pero yo tuve que decirle:
—Analisa es encantadora, pero es muy niña todavía y lo que tiene que hacer es estudiar para formarse lo mejor posible y tener acceso a una mejor vida.
—Con usted todo sería más fácil, estaría más motivada y centrada.
—Bueno, no la conozco lo suficiente todavía. Tan solo nos hemos dado unos besos y necesito más tiempo para buscar una esposa —le dije, sin que lo viera como un desprecio hacia su hija.
—Ella ya sabe mucho más que dar besos. Con su padre ha disfrutado del sexo y la ha enseñado a satisfacer a un hombre —me dijo la madre, con ánimo de convencerme.
—Ya me imagino…. Pero su marido, ¿qué opina de casarla tan pronto?
—Él trabaja lejos y solo está en casa algunos días, que es cuando está con la niña y conmigo, pero necesitamos más. Tan solo tiene otro hermano, más pequeño que ella.
—Está bien, seguiré conociendo a Analisa y ya veremos en el futuro —le dije, para intentar zanjar el asunto momentáneamente, aunque sabía que insistiría, como hizo días después.
—¿Qué le parece si viene a dormir a casa hoy, que mi marido no está?
Gladys era muy joven y bella también y por un momento me imaginé estar con las dos en su casa toda la noche, por lo que le contesté:
—Está bien. Les llevaré la cena y charlaremos.
Durante la cena, la madre de Analisa me contó muchas cosas de su vida, que por otra parte, me eran familiares, por haberlas vivido yo con mis hermanas anteriormente en mi Comunidad, ya que en todos esos años que habían pasado, pocas cosas habían cambiado; en todo caso, se intentaba disimular más u ocultar esas prácticas a los ojos extraños, por la injerencia del Gobierno en la vida de esos lugares, con personas como yo, que eran enviadas allí para intentar controlar esas pasiones contrarias a toda moral, aunque lo que solía pasar, era que ellos mismos caían en ellas y cuando se descubría, eran trasladados de un día para otro a otro poblado lejano.
Como se hizo tarde, a causa de la amena charla que manteníamos, me invitaron a dormir con ellas, en una cama en la que apenas cabíamos los tres, pero como ellas eran menudas de cuerpo, pudimos acomodarnos de la mejor forma posible.
Gladys le dijo a su hija que se colocara entre los dos, para equilibrar el colchón por los extremos, aunque en realidad acabamos pegados los tres, con nuestros cuerpos desnudos y sudorosos por el calor, por lo que fue inevitable que empezáramos a sentir esa calentura con el contacto de nuestra piel, sobre todo, cuando Analisa se colocó encima de mí y su madre me abrazó haciéndome sentir sus apetecibles pechos, que acabó poniéndomelos a la altura de la boca para que empezara a lamerlos mientras la niña mantenía dura mi polla entre sus piernas.
En esas condiciones poco podríamos dormir, así que decidí no alargar más ese momento de tensión sexual, y mis manos empezaron a acariciar los cuerpos de la madre y la hija, que empezaron a gemir a dúo como dos hembras en celo necesitadas de desahogarse con su macho.
En ese momento, me sentí como en una especie de paraíso, recordando experiencias pasadas en mi comunidad. Si la madre era ardiente, la hija parecía superarla cuando empezó a chuparme la polla con una maestría inapropiada en una niña de su edad, a pesar de que yo tenía una amplia experiencia en este tipo de encuentros.
Gladys también quiso compartir mi polla con su hija y entre las dos la iban lamiendo hasta ponérmela tan dura que ya sentía dolor, pero también, por los pequeños mordiscos que me daban en ella, llevadas por esa excitación que sentían al estar conmigo y por el ansia de agradarme en ese primer encuentro sexual entre nosotros, así que tuve que tomar la iniciativa y colocar a Gladys en posición para follarla, a ver si podía calmarla un poco antes de dedicarme con más detenimiento a su hija.
Gladys me ofreció su culo, pero yo penetré primero su coño para darle una buena follada que le hiciera correrse antes de hacerlo yo, y cuando la llegada de su orgasmo le hizo gritar, se la saqué y la puse en el coñito de Analisa, donde no esperaba tener mucha oposición, después de lo contado por su madre.
Efectivamente, mi polla se deslizó con suavidad por la vagina de la niña llena de sus jugos, y esta vez no pude aguantar más para correrme en su interior, para orgullo de su madre, que me dijo:
—Se lo dije, que no podría resistirse…..
Ella se afanó en lamer el semen que seguía saliendo de mi polla y yo me entretuve con el abierto coño de su hija, del que seguía cayendo restos de mi corrida.
Después siguieron los besos profundos de las dos para ponerme en orden de follarlas de nuevo, esta vez por el culo de Gladys, como ya me había pedido en un principio. Cuando la penetré noté como gozaba especialmente de su ano, ya dilatado para admitir el tamaño de cualquier polla, con esa excitación especial de recordar sus primeros orgasmos a través de la sodomización durante su iniciación sexual, como solía ser normal en casi todas las niñas en esas primeras edades.
Analisa también recibió mi polla en su culo, con gran placer para ella y nuevamente para mí, ya que me hizo correrme otra vez.
Luego de eso me dejaron dormir un poco, pero poco antes de levantarnos, ya me despertaron para una nueva follada matinal, por si no recordaba bien la noche anterior. Las dos empezaron a cabalgarme por turnos, hasta que finalmente me derramé en el coño de la madre, que demostró más habilidad para deslechar a un hombre.
Antes de marcharme, Gladys me preguntó:
—¿Qué tal ha sido la experiencia? ¿Mi hija podrá ser una buena esposa para usted?
Yo estaba muy agradecido por esa maravillosa noche, pero tampoco quería ningún compromiso matrimonial precipitado y le contesté lo mejor que puede para que no sintieran un desprecio por mi parte, después de haberse entregado a mí.
En cierta forma, pude mantener esa ambigüedad hasta el final de curso, aprovechando cada momento para estar con cualquiera de esas niñas y como al año siguiente me destinaron a otro lugar, pude librarme de un matrimonio que todavía no era deseado, pese a esos mágicos momentos que me hacían pasar Analisa y su madre.
Para el siguiente curso me enviaron a un barrio periférico de la capital, donde la situación era totalmente distinta a las comunidades que yo conocía. Allí me encontré con una pobreza extrema, donde la mayoría de sus habitantes no superaba los 30 años, la vida era dura y la prostitución era la salida económica más frecuente.
La mayoría de ellos vivían hacinados en chabolas precarias sin las mínimas comodidades para una vida digna y cuando llegué a la Escuela me encontré con alumnos conflictivos, niñas que eran sacadas de la clase para atender a algún cliente y una situación difícil de sobrellevar, en la que el anterior maestro había durado 2 meses, pero yo estaba curtido en la vida dura, porque también tuve que luchar para sobrevivir y no me iba a dejar amedrentar.
Me quité de encima a los chicos que no tenían ningún interés por aprender nada de lo que yo pudiera enseñarles. Muchos de ellos no llegarían a los 20 años, ajusticiados por pandillas rivales, o, con suerte, encarcelados por los delitos cometidos.
Me quedé con un grupo de menor edad, con esos que una ilustración a tiempo podría salvarles de la violencia de las calles y una vida sin futuro, soñando con hacer con ellos, lo que hicieron conmigo, lo que me permitió llegar al puesto que tenía, totalmente vocacional para mí.
Niños y niñas abandonados por sus padres, que mal vivían en la calle, pero como no podía llevármelos a todos a mi casa, ofrecí mi ayuda a una niña de 9 años llamada Liliana, y a Germán, un chico de 11 que vivía con su tío, que siempre estaba borracho y que abusaba de él a cambio de darle de comer.
Liliana ya se había iniciado en la prostitución incitada por su hermana mayor, pero todavía había hecho pocos servicios y mantenía esa frescura de la edad.
El primer día ya se metió en mi cama, pensando que debía pagarme lo que estaba haciendo por ella, pero le aclaré que no debía pagarme nada y que todo lo que hiciera sería por su propia voluntad. Germán tampoco quería dormir solo, porque en mí encontraba esa protección de la que había carecido toda su vida, así que en esa cama dormíamos los tres, y en la que el tiempo y la confianza generada me llevarían a tener otras vivencias dignas de ser contadas.
A pesar de que a las familias de Liliana, con su madre y su hermana mayor dedicadas a la prostitución, y la de Germán, con un tío alcohólico que solo se acordaba de él cuando tenía ganas de culearle, al principio les pareció extraño que yo quisiera ocuparme de ellos, pero luego lo aceptaron, quizás por el respeto que tenían a mi figura, como maestro de la Escuela, pero sobre todo, porque así podrían despreocuparse de ellos, sabiendo que iban a estar bien atendidos, sin imaginarse o sin importarles que yo ahora me sirviera sexualmente de ellos.
Y así fue como sucedió, pero sin ninguna obligación de ellos por mi parte, porque ellos mismos ya tenían esa receptividad a las caricias y a unas atenciones sexuales, que, acostumbrados a los malos tratos y la indiferencia, era lo único que entendían como cariño por parte de un adulto.
Era difícil resistirse al encanto de Liliana, a esa forma de acurrucarse en mi cuerpo como si fuera un gatito, y sentir la calidez de su piel, que encendía mi libido, a sus besos en medio de la noche, para recordarme su presencia y su disposición a darme placer, a ese aroma que emanaba al calentarse con ese flujo que salía de su vagina y que se pegaba a mis dedos al tocarla, hasta que sentía mi polla dura, era entonces cuando se lanzaba hacia ella para lamerla desde la base del tronco hasta el glande, que se metía deliciosamente en su boca.
Cuando Germán se daba cuenta de lo que pasaba, no quería quedarse excluido de esa relación, y también quería mostrarme su agradecimiento de la única forma en que le habían enseñado. Se pegaba a mi espalda, haciéndome sentir su pene empalmado, que frotaba con mi culo.
Yo me encontraba en el medio de esos dos niños en una situación un poco extraña, pero después de la vida que había tenido, ya casi nada era una novedad para mí, así que me centré en disfrutar de todo aquello que se me brindaba, sin pensar en nada más.
Después de dejar que su compañero Germán me lamiera la polla, como había hecho ella, Liliana se sentó encima de mí para introducirse mi miembro dentro de su vagina, lo que le costó un poco de trabajo consumar, ya que su coño era muy estrecho todavía para albergar mi polla, a pesar de que alguna ya había entrado por allí, así que no cejó en su intento hasta que sintió como mi glande quedaba ya totalmente en su interior y dejó que fuera introduciéndose completamente mi polla hasta sentirla en el fondo de su útero, lo que le hizo quedar casi paralizada, pero luego empezó un suave movimiento de sube y baja que me mató de placer y ella empezó a chorrear una especie de squirt que me sorprendió.
Para completar esa escena de máximo morbo, Germán me puso su polla en la boca para que se la chupara, lo que hice con gusto hasta sentir esas primeras gotas del presemen que ya amenazaba con salir, al igual que el mío, que llenaría el interior de Liliana.
Germán me ofrecía su culo para que le hiciera sentir ese placer anal al que le había acostumbrado su tío, algo que yo tampoco rechazaba, habituado también a ese tipo de prácticas.
Liliana era incansable y buscaba tener una y otra vez mi polla en su coño, a pesar de ese dolor placentero que parecía causarle, hasta que entre los dos me dejaban exhausto, pero satisfecho, sin muchas ganas de buscar otras aventuras fuera de ese trío inhabitual.
Cuando yo ya no podía más, se entretenían entre ellos. Era hermoso verlos follar y disfrutar de sus cuerpos con esa estética belleza, que me transmitían al observarlos, dedicándose ese amor y ternura que es difícil de explicar si no se ve.
Y así fueron sucediéndose las demás noches, ajenos a los ojos de los demás, disfrutando de unas sensaciones que nos hacían felices a los tres, aunque era obvio que no podíamos librarnos de los rumores que se corrían en la escuela, quizás propiciados por esos celos de quién anhelaba tener esa misma situación.
Quizás, inducida por otros, la madre de Liliana aparecía alguna vez para reclamar a su hija, pero su adición a las drogas y su aspecto descuidado, no ofrecían el mejor entorno para cuidar a una hija pequeña y las autoridades no le hacían demasiado caso cuando eran requeridas, ya que entendían que la niña estaba mucho mejor conmigo, alejada de ese mundo, algo refrendado por la propia cría.
En cambio, el tío de Germán, ya parecía haberlo olvidado totalmente, porque siempre lo vio más como una carga que una obligación, al morir la madre del chico, y seguramente sus desahogos sexuales ya los estaría teniendo con alguna de las crías o críos del barrio que vendían su cuerpo para sobrevivir.
Al terminar el curso, mi labor en esa Escuela fue valorada y apreciada, por lo que se me renovó por un año más, lo que yo acepté gustosamente, porque podía ejercer plenamente mi vocación de ayudar a los más desfavorecidos, y de paso, obtener esa recompensa sexual, sin que se me cuestionara excesivamente.
Y después de ejercer mi labor en otros lugares, con sus diferentes circunstancias, tuve la suerte de poner volver a mi Comunidad de origen, donde pude formar esa familia, como la que yo había tenido y ofrecer lo mejor de mí a todos esos niños para que tuvieran el mejor futuro, pero sin olvidarse de sus raíces y sus tradiciones, como yo había hecho.
Yo también recibí en mi casa a uno de esos D. Antonios que iban a visitar la Comunidad, y fui hospitalario con ellos, tal como me habían enseñado a mí, aunque quizás ya no era lo mismo, porque los tiempos van cambiando y las cosas ya no se pueden hacer igual, de puertas para afuera, pero de puertas para dentro sí, y todos ellos seguían buscando esos placeres que en otros lugares era más difícil conseguir.
Mi mujer me dio tres hijas y dos hijos, todos ellos solícitos y dispuestos a hacer de esa familia un refugio para desarrollarse y compartir con los demás. Su madre les transmitió la cultura y tradiciones de la comunidad, y yo intenté ser su guía para encontrar su camino, pero ese sueño que muchos dicen buscar, siempre estuvo ahí, al alcance de los que quisieran verlo.
El D. Antonio de turno, esta vez se llamaba D. Enrique, era inspector del Ministerio de Educación y quería supervisar de primera mano mi labor en la escuela de la Comunidad. Cuando llegó allí, yo le ofrecí mi casa, y mi mujer le dijo que, aunque éramos muchos, le buscaríamos un acomodo.
La hospitalidad siempre fue una de las tradiciones más marcadas de estas comunidades y D. Enrique estaba un poco desconcertado porque no esperaba esas atenciones, y nos decía:
—No tenían que molestarse. Yo puedo quedarme en un Hospedaje, aquí cerca.
—Estará mejor aquí, se sentirá como en familia. ¿Qué cuarto prefiere, el de las niñas o el de los niños? —le preguntó mi mujer.
Ante esa pregunta, su desconcierto aumentó, sin saber qué responder:
—¿Es que puedo elegir?
—Claro, donde se sienta más cómodo. Tendrá que compartir cama con ellos.
Una cosa es lo que D. Enrique desearía y otra lo que tendría que decir, para no quedar como una especie de pervertido, según su percepción de las cosas, aunque no sabía que sería peor, de elegir una cosa u otra, y dijo, sin mucho convencimiento:
—Me da igual, lo más cómodo para ellos y para ustedes.
—Entonces creo que tendrá más sitio con las niñas. Nos llevaremos a la pequeña con nosotros y así tendrá una cama para dormir solo, y las dos niñas en la otra.
Él sonrió y lo aceptó con agrado, imaginándose como sería esa noche con dos nenas en la cama de al lado.
La primera sorpresa se la llevó cuando vio como ellas se desnudaban para meterse en la cama, sin importarles su presencia, dejándole durante un rato deleitarse con sus cuerpos, sin saber muy bien si mirarlas directamente o con disimulo, para no incomodarlas. Pero a la vista de la espontaneidad y naturalidad de las crías, se quedó observando como actuaban como si él no estuviera delante, aunque de vez en cuando le miraban y le dedicaban una sonrisa.
Cómo él no sabía muy como actuar con ellas, si ignorarlas o hablarles con naturalidad para salir de esa confusión, que era en realidad lo que estaba deseando, porque sentía mucha curiosidad de saber como pensaban sobre la forma en como vivían en ese lugar, pero como él no se decidía, tuvieron que ser ellas las que le dijeran:
—¿Quiere dormir con nosotras?
—¿En la misma cama, dicen? —les preguntó, con incredulidad.
—Sí, claro.
—¿A sus padres no les importará?
Ellas se quedaron mirándole como no entendiendo por qué les iba a importar a sus padres, si era algo que hacían habitualmente con otros hombres mayores, y le dijeron.
—No, ya hemos dormido con otros señores.
—¡Ah! ¿Sí? ¿Y como ha sido eso? —les preguntó, sorprendido.
—Con nuestros padres, vecinos, mis tíos…., muchos.
—Supongo que sería por alguna necesidad, de falta de espacio, visitas de invitados….—les dijo D. Enrique, intentando buscar una lógica a esa forma de actuar.
—No sé. Cuando viene alguien a casa, siempre duerme con nosotras o mis hermanos.
A D. Enrique le hicieron gracia esas espontáneas contestaciones de las niñas, y ya más relajado, les dijo:
—Si las tuviera durmiendo conmigo, mis manos no podrían estar quietas, jeje.
—Como las de ellos. Siempre acabamos follando.
—¡Ay, Dios mío! ¿Qué me están diciendo? ¿Ya no son vírgenes a su edad?
—Nuestra hermana pequeña si lo es, jaja.
—¡Ah! Bueno, menos mal…..
—Pero mi papá se lo va a hacer pronto, porque ella quiere ya.
La cara de estupefacción de D. Enrique lo decía todo. Obviamente, era nuevo en ese puesto de Inspector, y era la primera vez que visitaba una comunidad indígena, sin que nadie le advirtiera de estas cosas….
Finalmente, ya un poco desbordado por la situación, sin saber muy bien lo que hacía, les dijo a las niñas:
—Bueno, pues acomódense conmigo para dormir juntos.
Las niñas, prácticamente desnudas, se metieron en su cama, y como él empezó a sentir calor, y también, porque deseaba sentir su piel junto a las de ellas, se desnudó igualmente, por lo que ya entonces, ese contacto empezó a hacer su efecto, y la polla de D. Enrique se endureció, lo que no pasó desapercibido a mis hijas, que la agarraron con la mano, masajeándosela y sonriendo con picardía, provocando la reacción de ese hombre.
—¡Aaayy! ¿Qué me están haciendo? —mientras sus manos manoseaban los culitos de las niñas y los dedos pasaban por sus rajitas humedecidas.
Mis hijas se pusieron a lamerle la polla, lo que le llevó al borde de esa primera corrida que parecía inevitable, así que para intentar distraerse, se amorró a la vagina de mi hija mayor para lamer sus jugos, que ya mojaban sus muslos. Luego hizo lo mismo con la pequeña, y ya no pudo aguantarse más y esos primeros chorros de semen cayeron sobre la cara de las crías, divertidas por ello, después de haberlo sentido en sus bocas.
Las lamidas de D. Enrique habían abierto las vaginas de las niñas, aunque a él no le pareció suficiente como para que pudiera entrarles una polla, pero la decisión de mis hijas, ya experimentadas en ello, hizo que se sentaran sobre él y esa polla acabara entrando en las dos, una tras otra, lo que llevó a D. Enrique al mayor de los éxtasis, expulsando todo el resto de semen que le quedaba en sus testículos.
Después de esa sesión sexual, finalmente se quedaron dormidos y al despertar, a la mañana siguiente, D. Enrique recordaba todo aquello como si hubiera sido un sueño, aunque al ver a las niñas acostadas desnudas a su lado, se dio cuenta de que había sucedido en realidad.
Cuando se encontró conmigo, casi no se atrevía a mirarme, supongo que avergonzado por lo que había pasado con mis hijas. A mí me divirtió un poco esa actitud y traté de quitarle ese apesadumbramiento:
—¿Qué tal ha pasado la noche?
—¡Eehhhh…! Bien, Ernesto, he dormido muy bien.
—¿Y mis hijas le han molestado mucho o han tenido algo que ver con eso?
Su cara cambió al sentirse descubierto, pero suponiendo que yo no me iba a ofender con ello, me dijo:
—No han sido ninguna molestia. La verdad es que me han ofrecido una buena compañía, pero no me haga pasarlo mal con esta conversación. Creo que usted ya sabe lo que ha pasado….
—Jajaja, no se preocupe ni se culpe por ello. Solo tratamos de hacerle lo más agradable posible su estancia en nuestra casa.
—Y tanto…. Yo debería hacer un informe de todo esto, pero, ¿qué voy a decir….?, si yo mismo he participado.
—Yo no voy a meterme en su trabajo. Solo pretendo hacerle entender como es la vida en nuestra comunidad, y que lo vea por sus propios ojos, no por lo que le cuenten por ahí….
—Y se lo agradezco. A veces en la capital estamos ciegos, o no queremos ver, sintiéndonos superiores a ustedes, pero la vida nos da lecciones que nos pone en nuestro sitio.
—¡Vaya! Parece que ya lo ha entendido y apenas ha empezado.
—¿Ah, sí? ¿Qué más puedo esperar?
—Toda mi familia está a su servicio, para complacerle.
—¿Toda? —preguntó sorprendido— Solo me quedan su mujer y la pequeña —me dijo con un poco de incredulidad.
—Bueno, si quiere esta noche puede dormir con ellas y yo me acomodaré con mis hijas.
—¿En serio?
—Claro, hombre. A ellas no les importará y sabrán complacerle.
—Bien, bien…, dijo D. Enrique, todavía sin creérselo mucho.
Al llegar la noche, le invité a entrar en mi habitación, donde mi mujer y mi hija pequeña le esperaban. Cerré la puerta y ahí lo dejé con ellas. Mi esposa me contó su turbación al verla con sus encajes para dormir y sus senos al descubierto, a la vez que él miraba a la niña, que estaba únicamente con su braguita.
Todavía un poco receloso, D. Enrique se metió en la cama con ellas. Mi hija quedó en el medio de los dos, por lo que la tenía más a mano para empezar a manosearla, mientras miraba a mi mujer para ver su aprobación, mientras ella le decía:
—Espero que comprenda que no puedo dejarle solo con la niña, porque todavía es virgen y mi marido está esperando su momento.
—Claro, lo entiendo. Para mí ya es una delicia estar así con las dos, y a la pequeña no pienso hacerle ningún daño. Esto es como un sueño que no me creo que sea realidad.
D. Enrique no dejaba de acariciar a mi hija pequeña y después de pasar sus dedos por su rajita y comprobar como se humedecía, puso su cabeza entre sus piernas para lamer todo lo que destilaba de ella, aunque su lengua quiso abrirse paso dentro de su cavidad para llegar a lo más profundo que pudo.
La nena sujetaba su polla con la mano y la masturbaba con la ayuda de su madre, que a su vez, se masturbaba ante esa escena, cada vez más excitada, también.
D. Enrique cambió esa posición para meter su polla en la boca de la cría, que ya había aprendido a chupar con destreza, lo que enardeció más todavía a ese hombre, cada vez más próximo al éxtasis total, el que alcanzó cuando deseoso de follar un coño, se puso sobre mi esposa para penetrarla mientras se comía sus grandes pechos, pero sin abandonar a la niña, a la que puso entre los dos para besarla, metiendo su lengua en su boca, mientras metía la polla en el coño de su madre.
Todo eso era ya demasiado para ese hombre, que no pudo evitar correrse con abundancia dentro de mi esposa, que también alcanzó su orgasmo, tras lo cual, él volvió a meter su polla, todavía con los restos de semen y los flujos de mi mujer, en la boca de mi hija, que acostumbrada igualmente a su sabor, sin que ello le desagradara.
D. Enrique tuvo una larga noche con la madre y la hija, que le dejó agotado, pero también le permitió cumplir ese sueño secreto de muchos hombres, que no llegan a alcanzar.
A la mañana siguiente, me agradeció una vez más mi generosidad, pero en medio de su entusiasmo, y ya vencida cualquier inhibición por su parte, me pidió también a alguno de mis hijos:
—¿Sus hijos están dispuestos también?
—Claro, ¿cuál le gusta?
—Nunca he estado con un chaval así, y no sabría decirle. Soy inexperto en el tema, pero siempre me ha atraído el poder probar alguna vez. Me siento avergonzado al decirle esto, pero después de todo lo que me ha ofrecido, me he atrevido a comentárselo.
—No tiene por qué avergonzarse. En estas comunidades es una práctica habitual, por la que todos hemos pasado, como parte de nuestro desarrollo. Puede estar con los dos y así se decanta por uno de ellos, aunque yo creo que cada uno tiene su encanto y, ya que tiene la oportunidad, puede aprovechar para disfrutar con cada uno de ellos. Ya ve que sus edades son parecidas y están en ese momento que complacerían a cualquiera.
La siguiente noche, D. Enrique durmió en el cuarto de mis hijos, donde al igual que había hecho con mis hijas, podría dar rienda suelta a sus vicios ocultos, sin tener que responder ante nadie por ello.
Él se acomodó en medio de los dos y cada una de sus manos agarraron la polla de ellos, que pronto se pusieron duras para aumentar su excitación, inclinándose primero hacia el mayor para meterse su polla en la boca y degustar eso que siempre había deseado probar en alguna ocasión. En esos momentos, se sintió como una putita haciendo una mamada a un chaval adolescente, alternando su polla con la de su hermano pequeño, hasta que el sabor de ese pre semen impregnó su boca y continuó hasta provocarles la corrida.
Luego, ellos también se pusieron a chuparle su polla de la misma forma que lo había sus hermanas, y antes de que llegara a correrse, le ofrecieron su culo para ser penetrados por él. Dos culos, que a esas edades, podían ser parecidos al de sus hermanas, pero el morbo de tener una polla balanceándose por delante, según les va follando, aumentaron su excitación y su corrida no tardó en llegar, llenado con sus semen ambos anos dilatados.
D. Enrique continuó divirtiéndose con ellos hasta quedar agotado, quedándose dormido con sus pollas en la mano.
En su visita a la Escuela, también había sido agasajado por las madres de los niños, que le reclamaron más medios para que yo pudiera hacer mi labor en las mejores condiciones, llegando incluso, alguna de ellas, a ofrecerle su casa para poder atenderle como era habitual en nuestro pueblo, por lo que pasó las dos últimas noches con una de las madres, que tenía a su marido en los EEUU, dejándole 5 hijos que la mujer tendría que sacar adelante.
Al igual que había sucedido en mi casa, D. Enrique pudo deleitarse esas noches con la mujer y sus hijos, con toda libertad para poner en práctica todas sus perversiones reprimidas, y cuando nos despedimos, él me confesó que lo que más le había llamado la atención de ese lugar, era que los hombres siempre tenían coños disponibles para poder desahogarse, y que eso les daba una felicidad y un estado de bienestar difícil de conseguir en otros lugares.
Durante esos días en la Comunidad, D. Enrique se había convertido en un vicioso de todo tipo de placeres con los que ni soñaba antes de llegar allí, y ya parecía totalmente integrado en ese entorno, cuando le llegó la orden de volver a la capital con los informes que le habían encargado, que obviamente, iban a estar muy condicionados por las experiencias que había vivido allí.”
Buena historia, de eso yo hice una tesis de las cosas que pasan en las comunidades de Guatemala. Saludos paisano.