Mis chicas
Mi hija Luisa me hace pensar en la relación con el resto de mi familia. Es una niña especial y yo le daré un regalo muy especial.
La noche llegó y fue la hora de ver a Luisa. Abrí la puerta de su habitación y se encontraba tomándose fotos para enviarlas a sus amigos. El internet me parece una verdadera maravilla. Antes habría sido necesario revelar el rollo de una cámara y luego conducir hasta la casa de esas otras personas para entregarles esas fotos. Ahora sólo se presiona una pantalla y las tetas se vuelven disponibles para todo aquel que quiera masturbarse.
- Hola papi, ya casi acabo. – dijo Luisa e hizo el símbolo de la paz con sus dedos mientras se tomaba otra foto. Sus jóvenes tetas, pequeñas, pero bien formadas, quedaron plasmadas en su teléfono.
- Tomate tu tiempo hijita. ¿A quién se la envías?
- A mi profe de historia. Parece ser un tipo solitario, así que le doy un poco de alegría a su vida.
- Siempre tan buena. – le dije, acariciando su cabeza.
- Creo que con estas son suficientes, ¿lo intentamos de nuevo?
Me saqué la verga del pantalón. Ya estaba erecta y parecía señalar a mi hija, quien al estar sentada en el borde de su cama, sólo tuvo que inclinarse un poco para humedecerla con su boca. No era la primera vez que lo hacía, sabía cómo hacerlo desde hacía unos años, por ello mis gruñidos de satisfacción. No era tan buena como su hermana Raquel, pero no tenía que serlo. Sólo era un preludio para lo demás. Aun así, lo estaba disfrutando bastante. Ambos lo hacíamos.
- Me avisas cuando estés por venirte papi. – dijo Luisa y volvió a su labor.
La tomé de la cabeza y comencé a moverla de adelante hacia atrás. Le gustaba demostrar sus habilidades, pero le gustaba más que yo me hiciera cargo. Comencé a penetrarle la boca con más fuerza, casi con furia. Me gustaban los sonidos que emitía cuando llegaba al fondo. Sabía que lo disfrutaba por sus gemidos ahogados a pesar de sus lagrimas.
Para cuando sentí que estaba por eyacular, saqué su cabeza abruptamente y la sostuve para que me mirase. Jadeaba un poco, pero sonreía.
- Cógeme papi. – dijo antes de levantarse y acostarse en la cama. – Intentemos hoy de misionero.
Se acostó en la cama con las piernas abiertas. Antes de unirme a ella, saqué mi teléfono y le tomé una foto. Una delgada chica blanca, de cabellos rubios y tetas pequeñas apareció en la pantalla. Me gustaba como su ligera capa de pelo pubico brillaba por la humedad de amor familiar.
- Te la enviaré sólo porque quiero que la tenga ese profesor.
- Eres un santo papi. – dijo mi hija.
Subí a la cama y enfilé mi verga hacia ella. Luisa la condujo hacia su interior y gimió sólo con el primer contacto.
- Oh, sí papi, está entrando. Ohhhh, ahhhh… ¿crees que hoy lo logremos?
- No lo sabremos si no lo intentamos.
La embestí para que la verga entrara más rápido. Ella lanzó un fuerte gemido. Tomé impulso y de nuevo la penetré con velocidad. Repetí esas penetraciones pausadas pero intensas otras tres veces, como si con ello probara la resistencia de su inexperto coño. Podía ser que mi hija fuera una puta, pero su experiencia en el sexo era muy poco. Apenas dos meses atrás habíamos comenzado a follar, a diferencia de con su hermana con quien cumpliría tres años en abril. Nuestra primera hija, Minerva, cumpliría dos años pronto. Manuel, el segundo con ella, apenas y se separaba del seno de su madre. Suertudo.
La envidia llevó a Luisa a pedirme un bebé. Y lo intentamos todos los días. Mi hija mayor, Susana, quien también es su madre, no estaba muy de acuerdo. El problema no era la endogamia. Había quedado claro que eso no nos importaba desde que ella me ofreció su coño por primera vez hacía más de veinte años. Mi esposa nos abandonó al encontrarnos follando como desquiciados. Desde entonces Susana se convirtió en mi esposa y prometió darme todos los hijos que quisiera, o mejor dicho los que pudiésemos mantener. Primero llegó Raquel, una hermosa niña de cabello negro como el mío. Luego llegó Luisa, rubia como Susana y su madre, al final un par de gemelos, niño y niña, totalmente inseparables y siempre felices de compartir el tiempo. Éramos una familia feliz, pero mi esposa Susana temía que alguna de esas niñas le quitara su lugar en mi cama después de que las mayores demostraron interés en mi verga.
- No te preocupes, hermosa. Eres mi esposa, mi mujer, pero también eres mi primera hija y la madre de mis hijos. Eres irremplazable. – le dije cuando salí de la habitación de Raquel. Aquel día nos había revelado que estaba embarazada.
Mi verga se levantaba de inmediato de sólo pensar que mis hijas tendrían a mis hijos. Por eso no dejaba de follar a Raquel ni siquiera cuando el medico indicaba lo contrario. A ella le gustaba, yo lo disfrutaba, entonces no había por qué detenernos. La atención que le daba comenzó a hacer mella en mi relación con mis demás hijos, en especial con Luisa por su cercanía en edad. Cuando supo que la escuela podía ser opcional, comenzó a presionar para ser follada también. Le dije que podía tener novio y cogerlo, pero se negó. Era su padre o nadie. Susana trató de hacerla recapacitar, pero no fue posible.
La follé en su cumpleaños. Le tapé los ojos con un pañuelo y la acosté en su cama. Primero comencé a besarla en la boca, luego en su cuello y en su pechito. Ya estaba desnuda, por lo cual nada detuvo a mis labios para saborear sus pezones hermosos. Para cuando llegué a su pubis, emanaba un fuerte y delicioso olor a lubricación. Esa pequeña ya necesitaba ser follada, pero aun no terminaba el ritual de seducción. Aun sin quitarle el pañuelo de la cara, me acerqué más a ella, para ponerle la verga en los labios. Dejé que la conociera, que la saboreara, que se familiarizara con la textura, sabor y olor. Estaba recién lavada porque horas atrás estuvo dentro de su hermana. Luisa disfrutó mi verga y yo me enorgullecí del amor de mi hija. Dejé que me la chupara como ella quisiera, que experimentara antes de yo decirle cómo se hacía correctamente. Por suerte, su instinto la guió por buen camino. Tuve que detenerla porque ya era el momento de penetrarla.
Recuerdo como se puso tensa cuando la sintió en la entrada de su hermosa vagina. Tuve que besarla para calmarla, para convencerla que debía permitirme tomar su santidad. Le dije “tranquila, bebé, soy yo, papi”. Palabras mágicas, mi verga entró en ella con total facilidad. Gimió con fuerza y estaba por hiperventilar. Le agregué velocidad y no me detuve hasta verla gemir con más efusividad. Le quité el pañuelo de la cara cuando me convencí de que estaba en el umbral del orgasmo. Quería que su placer tuviera mi nombre y mi cara.
Tanto en ese momento, como después, gritó “¡PAPITO!” cuando se vino. Palabras mágicas para mí también porque me hicieron eyacular enseguida.
De sólo recordarlo, aumenté la velocidad con Luisa. La embestía como si no hubiese mañana. Cuando la desvirgué había sido tierno y paciente, pero ahora quería que probara mi hombría, mi vigorosidad. Su profe no sabría que esa chiquilla que le coqueteaba en realidad era una de las mujeres de su padre. Tres de cuatro hijas habían recibido mi semen, mi semilla, fragmentos de la sustancia que las creó. Susana ya estaba embarazada cuando su madre nos abandonó. Raquel no terminó la escuela por tener a mis hijos. Ahora Luisa recibía mi enorme verga para cumplir su deseo de ser madre.
- ¡Si papi dame tu leche! ¡Quiero darte muchos hijos! ¡Préñame como a mamá o a Raquel! ¡Dame la leche con la que me hiciste! ¡Me vengo! ¡Ay papi! ¡Papi…!
Nos venimos a la vez. Fue una marea de placer y de leche en su interior. Ambos rugimos al sentirlo, pero ella, con la cara roja, los ojos en blanco y los músculos palpitantes, parecía estar al borde de la convulsión.
- Papi… papi… por Dios… papi… te amo.
- Yo también te amo. – respondí.
Salí de su interior y me dirigí a una silla cercana. No quería estar cerca de ella, demasiada tentación, aun debía guardar algo para Susana. Esa era la condición: por cada vez que follara a nuestras hijas, a ella debía follarla también. Era más fácil cuando sólo me cogía a una, pero ahora con Luisa, yo quedaba por completo deshidratado.
- ¿puedo hacerte una pregunta? – dijo desde la cama cuando su cuerpo se tranquilizó un poco.
- Sí.
- ¿Cuándo cogerás con Rosalía?
Rosalía era su hermana menor, la gemela de Roberto.
- Creo que nunca, hija.
- ¿Por qué?
- Porque así lo pidió Roberto.
La tarde siguiente de cuando forniqué por primera vez con Luisa, Roberto me alcanzó en mi trabajo. Yo estaba por salir cuando él me encontró y me dijo que estaba de paso y que si podíamos regresar juntos. Me contó sobre que cosas de su vida, sobre cosas de la escuela, pero lucía nervioso. Cuando lo pregunté si le sucedía algo, me dijo que sabía del incesto en la familia. Era obvio y no lo ocultábamos en la casa, pero no lo mencionábamos. Me veían entrar a la habitación de Raquel y seguramente los gritos se escuchaban por toda la casa. Un embarazo era difícil de ocultar, dos mucho menos. Pero ellos no sabían que su madre Susana era también su hermana. Nunca lo contamos, pero Roberto lo descubrió. Amenazó con publicarlo en internet y poner una denuncia sobre nuestros actos inmorales.
- ¿Qué quieres de mí? – dije porque si quisiera publicar esa información, bastaba su teléfono. Debía querer algo.
- Tengo algo lindo con Rosalía. No quiero que lo arruines con tu verga.
Comprendía por qué lo decía. A leguas se vía su enamoramiento. Hermano y hermana siempre juntos, pasando tiempo a solas, riendo y jugando juntos. En algún momento de su crecimiento seguramente experimentaron entre ellos, se exploraron y se dieron cuenta de lo mucho que les gustaba esa experiencia.
- ¿Ella siente lo mismo por ti? – le pregunté.
- Ella fue quien empezó. – dijo totalmente rojo.
Hice como si lo meditara por unos segundos. Si yo había embarazado a mi hija, a mi primera hija-nieta y ahora o intentaba con la segunda, ¿Quién era yo para prohibírselo a mis otros dos hijos? Después de todo, ellos ya estaban juntos incluso desde antes de nacer.
- No sé hasta dónde han llegado, pero estoy de acuerdo con que sigan con lo suyo. No soy nadie para pedirte que uses protección, pero… un hijo es caro.
- No te preocupes, pa. A diferencia de mis hermanas, nosotros no tenemos planes de tener hijos.
- Sólo tengo una condición…
- No estás en la posición de poner condiciones.
- Lo siento, olvidé que esto es un chantaje, pero considera lo siguiente. – Lo miré a los ojos tanto como el camino me lo permitió. – Yo fornico con dos de mis hijas más jóvenes, pero la primera se comienza a quedar sin atención. Creo que es tu deber también follarla.
- ¿Te refieres a…?
- Sí, creo que debes coger con tu madre.
Se quedó en silencio, pero creo que vi una ligera sonrisa en su rostro.
- Pues… sólo si Rosalía lo permite. Ya sabes, queremos una relación de verdad, no simples fornicaciones sin sentido.
- Pues ten las folladas casuales con tu madre y sé el hombre de familia con tu hermana. – No podía creer la combinación de palabras que acababa de usar. ¿Cuántas familias hablarían de lo mismo en el mundo? – Háblalo con ella. Si Rosalía acepta, yo convenceré a tu madre para que acepte tu verga. Quien sabe, tal vez y te dé tu primer hijo.
- Eso pondría celosa a Rosalía. Ella es muy competitiva. – no lo dijo con preocupación. Parecía agradarle la idea.
A Luisa le pareció romántica la relación de sus hermanos menores. Ellos lo mantenían en secreto, incluso con la familia. Pero era un alivio porque ahora sería más fácil salir y entrar de las habitaciones de mis hijas. Ya todo el mundo estaba en la misma página.
- ¿y qué dijo mamá? – preguntó Luisa.
- Aun no se lo pregunto. Roberto no se lo ha planteado a Rosalía todavía. Ya sabes lo complicadas que son las relaciones.
- No lo sé, pa. Mis únicas relaciones han sido contigo y con el profe de historia… ¿seguro que no te opones a que me lo folle?
- Siempre que tu primer hijo sea mío, todo estará bien. Coge con quien quieras y si un día quieres hacer una familia con alguien más…
- ¡Claro que no papi! Yo te amo a ti. Sólo quiero que me la meta, no para algo serio. Si tendré una familia será con alguien con quien confíe desde pequeña, como tú.
Tal vez no esté bien tener una familia con la familia, pero las palabras de mi hija me conmovieron. Fue algo similar a lo que dijo Raquel después de que tuvimos a nuestra primera hija en brazos después del parto:
- No imagino un mejor padre para esta pequeña que mi propio padre.
Yo tenía muchas dudas cuando vi a esa pequeña hermosa. Me encontraba alrededor de los sesenta, con algunas inversiones y unos cuantos ahorros, pero mi tiempo comenzaba a verse limitado. Me daba miedo no ver a esa pequeña de adulta.
- Tranquilízate, papi. Nos criaste bien. Podremos hacernos cargo ante cualquier eventualidad. – continuó Raquel. Tal vez era una ninfómana y una pervertida, pero también era sabia, algo inusual para su edad. – Concéntrate en mantenerte en forma para seguir fallándome. La vida es corta y por eso debemos apreciar los placeres sencillos. El sexo es lo más sencillo y satisfactorio de la naturaleza y tú me lo das siempre. Por eso mi propósito en la vida es gozar contigo mientras sea posible. Además, tal vez la leche de mis tetas te mantenga joven por siempre.
Y lo estaba logrando. De sólo pensar en sus tetas goteando mi verga volvía a ponerse dura, algo bueno para quien vive en una casa con tres hijas que necesitan su ración de leche paterna. Luisa me vio de nuevo con la verga empalmada y se relamió los labios.
- Ni te emociones, preciosa, que es para tu madre. – dije yendo hacia la puerta. Estaba por cerrar la puerta cuando me detuve en seco gracias a una idea bastante bella. – ¿Quieres verme follar a tu mamá? – dije en el último momento.
Luisa se puso de pie de un salto.
- Claro que sí. ¿También puedo participar?
Le guiñé el ojo. Ella volvió a aplaudir de alegría. Pude oler su humedad de coño desde donde estaba. Se mojó al instante. ¿Cuántas veces lo habrá imaginado?
- Juntos salimos de su habitación y nos dirigimos a la habitación que compartía con mi hija mayor. Nos tomamos de la mano justo antes de abrir la puerta.
Hola podrían contar más historias??
Esa historia estuvo de pelos
Hola buen relato me gustaría hablar contigo
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Lindo seria que se la coja junto con el profe