Mis hijos con mi hija 2
Un padre que estuvo lejos de su hija ahora tiene el placer de recuperar su lugar en su vida, pero las cosas han cambiado ahora que ella se encuentra preñada por el hijo que tuvieron antes de haber sido separados.
Angela vivía en un segundo piso, justo encima de una tienda de abarrotes y debajo de otros inquilinos. Era un lugar transitado y nadie se fijó en nosotros cuando subimos. Con solo entrar a su pequeño departamento comenzó a desnudarse. Yo sólo me saqué la verga y me la empecé a jalar frente a ella.
-Papi la tienes enorme. – dijo con muchos ánimos, mi hermosa hija preñada.
Me deleité con su bellísimo cuerpo. Lucía más madura, pero sin duda era la misma chiquilla que dieciséis años atrás vi desnuda cuando mi esposa me dejó. Su enorme embarazo la delataba. Cargaba al bebé de la misma forma y sus tetas parecían pesadas y listas para ser ordeñadas.
Ella era mi hija, la misma de la que me enamoré y que preñé en su adolescencia. Supimos que tendríamos un segundo bebé y por ello su madre, las autoridades de la escuela y policiacas, nos descubrieron. Pasé años lejos de ella, en la cárcel y hospedándome con mi hermano cuando por fin salí. Estuve esperando volver a verla sólo para volverla a follar. Casi perdía la esperanza cuando mi sobrina me pidió llevarla al centro comercial, pero en realidad era un plan de mi hija para poder follarla de nuevo.
Sólo no esperaba encontrarla preñada por alguien más. Nuestro segundo hijo, Ángel no sólo se follaba a su hermana Angelica, sino también a su madre y a su prima. Soltaba su leche en el interior de esas mujeres. No podía culparlo. Era un hombre y esas chicas eran hermosas. Pero tenía un problema, su madre y su hermana no eran suyas. Eran mis mujeres y debía recordárselo a mi hija.
Tomé a Angela por el cabello y la llevé al suelo. Quedó de rodillas, con el rostro un poco desorientado y algo adolorido. Luego conduje su cara hacia mi verga, a la cual dejó entrar a su boca como si de un instinto se tratara.
-Eso es hija, mama la verga que te hizo. – le decía mientras su boca se movía de arriba hacia abajo mi enorme falo. Por lo que veía, se había olvidado del tamaño que yo manejaba. – Soy tu papi y tú eres mi mujer, ¿entiendes?
Se sacó la verga de la boca sólo para decir:
-Claro papi, lo que tú digas. – y por su propia cuenta volvió a mamar.
Parecía saborear. Se deleitaba con el salado sabor de mi hombría. Ponía los ojos en blanco como si estuviese saboreando un manjar. Sólo se cubría la panza con las manos. Con cada movimiento de adelante a hacia atrás, su vientre pegaba con mis piernas. Eso era aun más excitante, mucho más conmovedor y al mismo tiempo me hacía desear llenarle la boca de semen.
Pero debía resistir. Debía reclamar su coñito, recuperarlo para mí. Me enojaba pensar que había sido usado por alguien más, pero me calentaba saber que fue mi hijo quien le puso ese bebé. Mi hija era una puta incestuosa al servicio de la familia. Mi hijo Ángel era su hermano e hijo al mismo tiempo. La niña que en ese momento cargaba, ¿qué sería de él? ¿su hija-sobrina? ¿Y de Ángela sería su hija-nieta-sobrina?
-Levántate puta. – le ayudé a ponerse de pie y la llevé a sala.
Hice que subiera las rodillas a uno de los sillones y me diera la espalda. Sus brazos se sostenían en el respaldo, por lo que su culo daba hacia mí, justo a la altura para tener un acceso bastante cómodo a su vagina. Pasé mis dedos por su rajita para sentir su humedad. Se los metí un poco sólo para escucharla gemir y pujar y luego deslicé mi verga por entre sus labios vaginales, pero sin penetrarla. Quería escucharla, pero, sobre todo, quería que suplicara que por fin se la metiera, justo como hacíamos cuando era pequeña.
-Por favor papi, cógeme. – gimió, pero la ignoré. Sentía cómo se mojaba más y más. – ¡Papi!
-En cuanto nazca esta niña, voy a cogerte de nuevo hasta preñarte. No eres de Ángel, eres mía. Y Angelica… esa chiquilla también aprenderá a amarme. Tú y ella me darán hijos hasta yo muera. ¿oíste?
-Sí papi, pero por favor, ¡Ya cógeme!
Y de golpe introduje mi verga en la concha de mi hija.
-Ahhhhhh – gritó.
Yo no me detuve. La tomé de la cadera con una mano y del cabello con la otra. No me detuve, ni siquiera porque ella se sostenía sólo con una mano y protegía su vientre con la otra. Cada golpe lanzaba a su bebé hacia adelante. Rogaba a Dios para que no le pasara nada a pesar del infinito placer que me daba cogerme a mi hija de esa manera. Ella gritaba y chillaba. Creo que incluso tenía lágrimas en los ojos. Era una brutalidad placentera. Le gustaba ser poseída por su padre, el hombre que la crió. Cuando era niña decía que era el único hombre al que amaría y cuando creció y pude preñarla, creí que eso sería cierto. No pensé verla con una panza hecha por su hijo. Él también tenía derecho de poseerla, porque, de una forma o de otra, esa era la vagina por la que salió.
Mi hija, una vagina con patas. Siempre al servicio de una verga de la familia. Me gustaba eso. Me importaba una mierda lo que se dijera sobre el incesto y la endogamia. Mi hija, mi coño. La tomé por las tetas y se las comencé a presionar. Seguramente nos veíamos como un caballo montando a una yegua, por como dejaba caer mi peso sobre su espalda. Le presioné los pezones para sacarle la leche, la misma que salía para alimentar a la pequeña Angelica cuando tenía menos de un año. Hice que se le derramara y cayera sobre el respaldo del sillón. Sus gritos de dolor, placer y emoción sólo me llenaban de más adrenalina y me hacían sentir como si estuviera bautizando a aquella pequeña que llevaba en el vientre con la tradición familiar. Era la mejor forma de decirle “tu mami es una puta y espero que tú también lo seas en el futuro”. Yo era su abuelo y su bisabuelo al mismo tiempo y me sentía orgulloso.
-¡TOMA PUTA! – grité al tiempo que solté toda mi leche dentro de ese coñito, apretado y hermoso como lo recordaba. Pareciera que el uso y los partos no lo hubiesen cambiado en nada.
-¡Sí PAPI! ¡DAME TU LECHE! ¡DAMELA TODAAAAA! – gritó enloquecida al tiempo que su cuerpo se contraría por el placer. Con la espalda curveada, los ojos en blanco y sin poder respirar, mi hija soltó un chorro transparente desde su coño.
Fue como si cada mililitro de liquido absorbiera un poco de su fuerza vital, porque después de venirse, la muy puta perdió fuerza en los brazos y se dejó caer. Sólo protegió el vientre, pero sólo por instinto. El resto de su cuerpo carecía de control y apenas podía hacer más que sólo respirar agitadamente.
Cuando saqué mi verga. Aquella sustancia blanquecina se desbordó de su coño. Me pareció una imagen cautivadora, magnifica. Su hubiese tenido una cámara o un teléfono como los de la actualidad, la habría retratado y la habría usado para presumir de mi fechoría con ella. Ese coño lleno de leche era un sueño por fin cumplido. Era lo único en lo que pensaba en la prisión y lo único que me hacía querer salir lo antes posible. Había otros hombres que se dedicaban a aliviar los deseos sexuales de los internos, pero yo sólo quería la vagina de mi hermosa hija.
Ahora estaba frente a mí, inundada, rojiza y con un aroma intoxicante. El rostro de mi niña hermosa estaba rojo, igual que sus ojos por las lagrimas que salieron entre tanto placer. Sus tetas estaban enrojecidas e hinchadas; sus pezones ennegrecidos por el embarazo goteaban leche como si de sudor se trataba. Esa imagen de mi niña, ahora una mujer con su propio departamento para ella y sus hijos, toda una maestra del sexo para ellos, me parecía de lo más maravilloso. Estaba orgulloso de ella.
-Te amo hija.
-Te… amo… papi.
Me subí los pantalones sin darle mucha atención y salí del departamento. No me importó dejarla ahí en el suelo sin poder respirar o llena de leche. Si por mí fuera, me la cogería frente a nuestros hijos sólo para recordarles que ella es mía y que cualquier coño salido de ella también lo era.
Sin embargo, también me agradaba que mi hijo se la cogiera. Me causaba celos y lo veía como un reto a mi hombría, pero él se merecía el placer de follar a una mujer tan maravillosa. Quince años y ya era padre. Siempre que Ángela me cumpliera como mujer, él podría acceder a ella cuando quisiera.
Conduje de regreso al centro comercial. Justo en la entrada vi a la hermosa jovencita que era mi sobrina Rosaura. Me había negado a verla como hermosa por respeto a mi hermana, pero ahora con la adrenalina de haberme cogido a mi hija, no pude negarme a mirarle sus bellas piernas y ese buen culo que tenía detrás. No tenía grandes tetas, pero la chica junto a ella sí las tenía. Rosaura tenía el cabello rubio oscuro, casi castaño, mientras que la chiquilla a su lado lo tenía justo como mi hija. Ambas, acompañadas por un chico muy similar a mí en mis fotos de mi adolescencia, reían. Éste último, de cabello un poco largo, parecía muy despeinado a pesar de habérselo acomodado.
Se despidieron cuando me acerqué a la acera y pude ver como los otros chicos me miraban con una sonrisa entre tramposa y malévola. Era un nivel de picardía muy interesante. Lo mejor era que la chica, casi idéntica a su madre, se mordía el labio al verme. Me habría gustado decirles que me acababa de coger a su madre. Sólo me despedí de ellos con la mano, sabiendo que Ángel y Angelica sabían quién era yo.
Conduje con Rosaura detrás en silencio por un buen rato. Estábamos a pocos minutos de llegar al edificio donde vivía con su padre cuando por fin habló.
-¿Cómo te fue?
-Maravilloso. – respondí sabiendo que ella había sido parte del plan de reunirme con mi hija.
-¿De qué hablaron? – preguntó, disimulando su interés.
-De cómo casi quedaste embarazada de tu primo, mi hijo. – respondí ahora con una sonrisa.
-Error. No fue casi, me embarazó y tuvimos que ir a una de esas clínicas.
-Debiste tener al bebé.
-Si voy a tener un bebé incestuoso, y a esta edad, no quiero que sea de Ángel, sin ofender. Me interesa alguien más.
Recordé lo que me había dicho Ángela sobre que el divorcio de mi hermano se debió a las confesiones de Rosaura acerca del amor y lujuria que sentía por su padre.
Llegamos al edificio de mi hermano y subimos a nuestro departamento. Él mismo llegaría en cualquier momento y se llevaría a su hija con su madre, pero por el momento, yo estaría solo con ella. Eso me preocupaba bastante porque, aun sin perder la emoción del sexo con mi hija, comenzaba a ver a esa hermosa chica como sexualmente apetitosa.
Al llegar, me senté en el sillón y ella hizo lo mismo, pero frente a mí.
-¿Te gusta mi culo? – preguntó de repente. – No has dejado de verme por detrás. ¿Acaso tienes interés de cogerme como lo hace tu hijo?
-¿Desde hace cuanto que lo hacen?
Se llevó un dedo a los labios, haciendo un gesto pensativo coqueto.
-No lo sé, tal vez dos años. Yo tenía quince y él trece. Su hermana y él ya lo hacían desde hacía tiempo.
-Pasaron la pubertad juntos. – deduje.
-Por lo menos él con ella. Creo que fue Angelica quien dio el primer paso. No sé cómo lo hizo, pero el chico quedó cautivado. Fue hace poco que mi prima Ángela se nos unió, aunque ella me pide que la llame tía por ser tu esposa.
-Esa puta loca – murmuré – y dime, ¿Ángel y Angelica se aman?
De nuevo apareció ese gesto pensativo coqueto.
-Yo creo que no, pero a ella le gusta coger y a Ángel le gusta tener un coño al cual follar. Puede ser mío, el de Angelica, el de Ángela o el de alguna vecina. Cuando su hermana le enseñó a follar, un mundo nuevo se abrió ante él y quedó maravillado.
-Interesante. ¿Y qué hay de ti? Ángela me dijo por qué tus padres se separaron.
Rosaura de pronto pareció incomoda, pero lo disimulo casi al instante.
-No puedes juzgarme. Te cogías a tu hija cuando tenía dieciséis y la preñaste dos veces. ¿Por qué es diferente lo que yo siento por mi padre?
-No te juzgo. Entiendo lo que es el amor no comprendido por los demás. Y, como sabes, estuve dispuesto a ir a la cárcel por ello.
Esto era en parte mentira, pues en un caso judicial como este, es casi imposible tener una defensa sólida. Menor y familiar eran igual a cárcel. El abogado sólo podía pedir condenas más amables debido a que fue consensuado.
-Amo a mi papá y quiero ser su mujer. – dijo después de meditarlo por un momento – Pero sé que nunca acepará nada. Lo amo más que a cualquier cosa en el mundo, pero como ni siquiera él lo entendería, tengo que conformarme con alguien que vagamente se le parece.
Ángel se parecía a mí y por consiguiente a mi hermano.
-¿Follaste con él hoy, cierto? – dije.
-Y tú a tu hija.
-Pero estoy seguro de que aun así estás mojada por sólo mencionar a tu padre y a lo que sientes por él. ¿Qué harías con él? ¿Cómo lo seducirías?
Se puso de pie y caminó hacia mí. Sus caderas se balanceaban de lado a lado y sus brazos se pusieron sobre mis hombros. Su rostro era deseo puro.
-Millones de veces he pensado en lo que le diría para seducirlo, pero sé que siempre se me olvidaría. – dijo. – Pero eres casi igual a él.
-¿Entonces qué esperas?
Apenas terminé la frase me besó como nunca. Metió la lengua dentro de mí como si quisiera atraparme y no dejarme ir. Mi verga, de por sí semi erecta, se endureció al instante. Ella la sintió con la mano y de inmediato se separó sólo para sonreírme con picardía.
-Es enorme. – La sacó de mi pantalón. – La quiero dentro de mí.
Se arrodilló para besármela, lamerla y acariciarla con su cara. Resoplaba de emoción y la besaba como si la adorara. La metía en su boca por unos segundos y la volvía a sacar sólo para asegurarse de que aun la tenía frente a ella. No lo podía creer.
Entonces se dio vuelta, se bajó la falda y las bragas justo frente a mi cara y tomó mi verga para guiarla hacia su pequeño y húmedo coño. Bajó con lentitud, apreciando cada segundo. Sus labios se abrieron ante el paso de algo tan masivo y toda su humedad fue necesaria para permitirle la entrada.
-¡La tienes muy grande papi! – exclamó. Llegó hasta abajo y ahí comenzó a hiperventilar. Mi querida sobrina volvió a subir. La tomé del culo para ayudarla. – ¡Me encanta papi! – dijo todavía más fuerte. Los movimientos se volvieron cada vez más rápidos y frenéticos. Ahora no sólo gritaba, sino que sollozaba y pedía más. – ¿Por qué no me amas papi?… Quiero ser tu mujer… Te daré muchos hijos… Te cogeré siempre… ahhh… ¡Fóllame papi!… ¡TE AMO PAPI! – gritó conforme sus sentones aumentaban de velocidad.
Fue entonces que se abrió la puerta del departamento. La delgada chica de diecisiete años penetrada por mí se levantó en el acto y con un rostro totalmente aterrorizado y avergonzado, miró a su padre, quien acababa de llegar con unas bolsas de comida y una total palidez.
-¡QUÉ PUTAS ESTÁ PASANDO AQUÍ! – exclamó.
Yo sólo supe que una lluvia de golpes estaba por caer sobre mí y los tenía bien merecidos. Sólo tomé aire y vi como mi sobrina Rosaura se acercaba a su padre para calmarlo. Lo único que lamenté fue no haberme venido dentro de ella.
Muy bueno. Leí la primera parte ye gustó. Espero la tercera
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