MIS VECINOS TAMBIEN SON INCESTUOSOS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
La vida seguía su curso en aquella vecindad.
Los días pasaban uno a uno hasta convertirse en rutina, mis hermanos y yo seguíamos haciendo lo que siempre habíamos hecho, escuela y tener sexo entre nosotros.
La llegada de Rosa si en principio supusimos que alteraría nuestra forma de vida, no lo hizo.
Ella seguía durmiendo en el cuarto y a la vez cocina donde dormían nuestros padres.
Salía temprano a trabajar y regresaba hasta la noche, cansada talvez.
Conversaba un poco con mamá para después irse a la cama porque tenía que levantarse temprano.
Poco a poco fui descartando la idea de que Rosa me regalaría el placer de saborear ese cuerpazo, penetrar su vagina que debía seguir tan golosa como antes, lamerle aquellos pechos como melones, duros con pezón grande.
Follarla mientras me agarraba de sus caderas y ver cómo rebotaban contra mi cuerpo.
Sentir su boca caliente engullendo mi polla, escucharla gemir mientras arañaba mi espalda diciéndome que la quería hasta adentro.
La sola idea de que eso pudiera pasar me despertaba la bestia sexual que llevaba adentro, tanto que cuando cogía ya sea a Beatriz o a Lily pegaba unas acabadas de burro.
Porque desde el día que había aparecido otra vez nuestra hermanastra, Beatriz otra vez más se había unido al clan de hermanos que cogían entre sí.
De nuevo éramos cuatro hermanos viviendo como parejas sexuales, mi hermano durmiendo con Lily y Bea conmigo, aunque a la hora de follar no era extraño que intercambiáramos entre nosotros.
Desde la llegada de Rosa, papá tampoco había ido a visitar a Beatriz.
Quizás se la cogiera en otro lado o talvez la presencia de nuestra hermanastra lo frenara y tuviera miedo a ser descubierto, aunque también existía la posibilidad de que la misma Rosa fuera ahora su otro desahogo sexual aparte de mamá.
Dormía a su alcance, a tan solo una puerta que si la abría lo dejaría a solas con aquella hembra que años antes no había tenido reparos en comerse una verga de alguien de su familia.
Recordarla masturbándose cuando papá follaba a Beatriz me decía que esa hipótesis no era del todo una locura.
Conjeturas como esas me hacían andar todo el tiempo con el pito parado.
Pero como dije, tenía dos hermanas para deslecharme cuando quisiera, tener 17 y una familia como la mía era toda una bendición.
Tanto que el mundo fuera, incluido el sexo que podría tener con las mujeres de papá como Doña Vicky o su hija era algo que había pasado a segundo plano.
Como dije, nuestra vida había regresado a la de unos meses atrás.
Una mañana de sábado, día de descanso porque no teníamos escuela.
Mis hermanos habían salido, Lily talvez estuviera donde Ruth su compañera de grado a quien una semana antes habíamos iniciado en el sexo pero por alguna razón no habíamos vuelto a repetir.
Estaba solo y la idea de hacerme una paja se barajo en mi mente, por encima de mis pantalones toque mi polla medio parada, sin embargo la voz afuera hizo que desistiera de ello.
Era Alfredo, un vecino treintañero que vivía con su madre a quien llamábamos Doña Petra.
Por el tono de su voz supe que andaría tomado, algo normal en él especialmente los fines de semana.
– Mamá – le escuché decir.
Mamá, ya déjame hacerte el amor viejita.
Quiero cogerte, quiero comerte la panocha.
– Cállate que te van a oír.
– Que nos escuchen, que sepan que yo soy tu hombre, que sepan quien te hace feliz.
– Alfredo cállate -dijo ella suplicante como si quisiera callar aquella confesión que a todas luces debía mantenerse en secreto.
– Mami ¿A poco no te gusta como te hago el amor?
– Si hijo, pero eso no se anda gritando para que los demás lo sepan.
– Mami.
Mami, eres mi mujer desde hace años y quiero cogerte ahora mismo.
Mami – dijo con aquel acento que evidenciaba su embriaguez.
Mami, me gusta meterte la verga
– Alfredo cállate por favor
Todo había sucedido frente al cuarto donde yo estaba, oculto a su ojos había sido testigo de aquel diálogo que de ser verdad no era más que la confirmación de que el incesto no era exclusividad de nuestra familia.
Me asome un poco, quise ver comprobar que no estaba equivocado, que realmente quien hablaba era el hijo de aquella señora que a juzgar por como se veía tendría unos 50 años.
Efectivamente era él, Doña Petra lo llevaba rodeándolo con su brazo.
Alfredo iba sin camisa dejando ver su cuerpo músculos y quemado por el sol por trabajar como ladrillero en una de las fábricas cercanas.
Pude verlos cuando llegaron frente al que era su cuarto, ella lo sujeto para que pudiera entrar por la puerta, su hijo aprovecho aquel momento y sin el mayor reparo le puso su mano sobre el trasero a manera de caricia, la deslizó de abajo hacia arriba como si le estuviera limpiando después de ir al baño.
Doña Petra giro su cabeza de lado a lado, talvez quiso cerciorarse de que nadie hubiera visto lo que su borracho hijo había hecho.
Ya bajo el marco de la puerta Alfredo se giró de frente a su madre e inclinándose un poco hundió su cabeza en el cuello de Doña Petra.
La besaba con pasión, su mano derecha empezó a hurgar bajo las enaguas dejando ver las piernas flacas de aquella señora que nadie creería estaba a punto de ser follada por su hijo.
Alfredo parecía haber perdido la noción de donde estaba o simplemente no le importaba que lo vieran.
Goloso seguía besando a su madre aunque ahora sus caricias iban en busca de las tetas, esas que con dificultad había sacado del vestido de Doña Petra.
Su mano había regresado abajo, apartando el elástico del blanco calzón ahora le tocaba el chocho haciendo que está doblará su cuerpo como rendida ante semejante caricia.
Desde mi escondite pude ver el bulto que de la nada se le había marcado a Alfredo entre la entrepierna, Doña Petra talvez lo adivino porque vi como su mano izquierda se movió hasta colocarse sobre aquello que quizás ya ansiaba tener dentro suyo.
Lo acaricio en toda la extensión, desde lo que debía ser el tronco hasta la cabeza.
Bonita verga la que se manejaba su hijo juzgar por el bulto.
Abrazados y sin dejar de acariciarse caminaron hasta desaparecer, adivine que tras de sí la puerta se cerraría evitando con ello cualquier ojo curioso, pero no.
Continúo abierta.
Yo seguía en mi cuarto, inmóvil.
Uno y mil pensamientos se atropellaban entre sí, lo que había visto era algo que jamás hubiera creído ver.
Mi verga yacía como tronco bajo mis calzoncillos, si antes había pensado en pajearme ahora necesitaba follar, descremarme.
Un ligero dolor se había ido a alojarse a la parte baja de mis huevos.
Con la verga en la mano tuve que tomar la decisión, me masturbaba ahora mismo o iba a espiar y saber en que acaba lo que recién había visto.
¿Ya la estaría cogiendo? – me pregunte a mí mismo.
Salí al patio, la vecindad parecía estar sola a pesar de ser sábado.
Quizá el hecho de que a esta hora estuvieran pasando el programa infantil de moda tuviera algo que ver, porque los niños de mi época adoraban ver a aquella chica sexi bailando y haciendo concursos en ropa provocativa.
Xuxa era la chica infantil del momento.
Una mirada alrededor fue todo, seguro de nadie pudiera verme caminé hasta donde minutos antes habían entrado aquel calenturiento hijo y su madre.
Pude ver hacia adentro, la puerta segunda, esa que daba acceso al dormitorio estaba entreabierta.
Ahí debían estar ya Doña Petra dándose amor con su hijo.
Sin pensarlo entre a lo que debía ser el corredor pero que muchos utilizábamos como cocina y hasta un dormitorio extra cuando las familias eran numerosas.
Muy despacio me moví hasta ubicarme a la altura de la hendidura entre las bisagras y el marco mismo de la puerta.
Pude verlos, Alfredo se había bajado los pantalones dejándolos en sus talones.
Ella, Doña Petra sentada frente a él en la cama sosteniendo entre sus manos aquella verga algo extraña, extraña porque aparte de cabezona en la parte media se ensanchaba como plátano bien abonado, curva hacia un lado que la hacia parecer garfio de pirata.
Todavía a medio parar, los huevos grandes como toro le daban ese toque a la escena de que a Doña Petra le esperaba una cogida para ser contada.
Ella misma levantó aquella verga para meterse abajo y empezar a chuparle las bolas a su hijo, quién ahora parecía haber recuperado un poco de sobriedad.
Su cara levantada al techo dejaba ver que su madre lo hacía sentirse en la gloria.
Ah qué puta eres mamá – exclamó mientras arqueaba su cuerpo como minutos antes lo hacía su madre cuando el le metía mano.
Ah qué rico mamas, sigue, sigue.
Comete mis bolas, aaah que rico.
Aquella verga seguía creciendo frente a los ojos de Doña Petra, quien no la soltaba.
Ella seguía chupando los huevos de aquel hijo que no tenía reparos en llamarla puta, seguro lo disfrutaba porque sus ojos brillaban de una manera lujuriosa.
Un hilo de saliva quedó colgando en el aire cuando Doña Petra dejo las bolas de Alfredo y ahora se dirigió a la cabeza del pene.
Su mano derecha se deslizó hasta el tronco dejando así descubierto el glande en toda su totalidad, definitivamente aquella verga era extraña.
Si no estuviera viendo a Alfredo frente a ella hubiera pensado que aquel pedazo de carne le pertenecía a un burro y no a mi vecino incestuoso.
– Cómetela toda puta, métetela en la boca.
Quiero sentir cuando te llega a la garganta.
No le cupo, aunque Alfredo le puso las manos en cabeza apenas y se tragó la mitad.
Su boca era demasiado pequeña o por el contrario aquella verga era demasiado gruesa de en medio, Alfredo la culeaba haciendo ver como si ella tuviera un dulce entre los cachetes, sus ojos lujuriosos ahora brillaban pero por las lágrimas.
El ser sometida de aquella manera la hacia llorar aunque no precisamente por dolor.
Quiero que me cojas – le alcance a escuchar.
Quiero que me rompas el culo, quiero que me des verga.
Su mano derecha ahora se levantaba la falda, no tenía aquel calzón blanco que le había visto antes.
Ahora podía verle su coño arrugado, desflorado, rodeado de escasos pelos y aquella pepa color oscuro saliendo entre los delegados labios vaginales.
Fue el mismo Alfredo quien le saco el vestido por arriba, su flaco cuerpo quedó al descubierto, sus nalgas chupadas, las tetas pequeñas.
Quizás si tan solo la estuviera viendo a ella en aquellas fachas, me hubiera largado.
Saber que se iba a comer aquella vergota me causaba morbo.
Si de comparar se trataba.
Un brazo de Doña Petra era igual o más pequeño que aquel pedazo de carne moviéndose de lado a lado frente a ella.
La petición de su mamá iba a se cumplida, pero Alfredo quiso antes darle un preámbulo delicioso.
La empujó suavemente sobre la cama hasta dejarla totalmente despatarrada, el rojo chocho de su madre quedó expuesto, la entrada parecía haber sigo destrozada a fuerza de verga, una serie de surcos delataba que aquella panocha si había tenido el privilegio de comerse buenas pollas.
Húmeda, preparada para follar aunque no por ello Alfredo se privó de darle lengua hasta hacerla retorcer de gusto, sus manos en la cabeza de su hijo, gimiendo, pujando, exhalando aire de más como si sentir aquella lengua en su clítoris fuera algo que no podía soportar.
Tras de la puerta, verga en mano yo me pajeaba, despacio como si quisiera seguir el ritmo y sentir que era yo quien me cogía a aquella señora que podría ser mi abuela.
Lo vi poniéndose de pie, su buen formado culo quedó en dirección a donde yo estaba.
Doña Petra despatarrada aún con su chocho chorreando saliva, su mirada fija en la verga que su hijo sostenía en la mano como si de preparar una herramienta que va a utilizar se tratara.
Se sacó los pantalones por completo dejando a la vista su cuerpo bien marcado y quemado por el sol.
Frente al 150 de estatura de su madre Alfredo parecía una mole bien proporcionada en relación a su verga.
Ven putita , ven con tu papito rico que te va coger como te gusta – dijo – mientras la jalaba de las piernas.
Alfredo de pie, junto a aquella vieja cama, ella sentada al borde.
Él en medio de sus piernas, la empujó suavemente hasta que su mamá quedó frente a él dispuesta, acostada, esperando a que su hijo la hiciera suya.
Desde mi escondite pude ver cómo aquella panocha abierta aguardaba ansiosa, no por mucho tiempo.
Porque Alfredo levantó las piernas de Doña Petra hasta medio hombro, se metió entre ellas y colocó su garrote en la entrada, tuve que agacharme para ver, quería ser testigo de cómo aquella cabezota se abría paso en aquel chocho rojo que si bien estaba destartalado aquel sombrero de verga estaba como para causar curiosidad.
Le entró sin problemas, aunque Alfredo se detuvo.
Doña Petra había cerrado los ojos como si con ello pudiera saborear aquel trozo de carne que le acababa de entrar.
Yo polla en mano también me había detenido y en acto involuntario cerré los ojos un segundo como si con ello pudiera sentir que era yo quien estaba penetrando a Doña Petra.
Un impulso más de Alfredo y todo, absolutamente todo aquel vergón fue parar a lo más profundo de la vagina de su madre, que emitió un gemido de agradecimiento como pocos había escuchado.
Alfredo subía y bajaba, sus caderas perfectas moviéndose rítmicamente perforando hasta el fondo, Doña Petra gozando o al menos eso delataban sus intensos gemidos y su cara.
El dolor en mis huevos se había incrementado, seguía pajeandone pero necesitaba mas, otra vez cerré los ojos para y acelere mis movimientos.
Me causaba morbo ver que cuando la verga de Alfredo venía hacia afuera parecía como si con ella trajera la vagina pegada, era tal el tamaño y aquella forma de garfio que daba la impresión de podía sacarle las entrañas.
Fueron largos minutos de culeada, movimientos rudos de una cogida sin tabúes.
Aquel hijo adentrándose en su madre como la peor puta, ella gozando pidiéndole que no parará, rogándole casi que la partiera en dos.
Alfredo sudaba, gruesas gotas de sudor se deslizaban por su espalda y hasta sobre su culo, que no sabría porque, pero me parecía apetitoso y creo que hasta me estaba pajeando en su honor.
– Métemela por el culo – escuché decir a Doña Petra.
Pararon, ella se colocó a cuatro sobre sus rodillas.
Su hijo detrás, sin preámbulo la enculó, manos en la cintura de su madre la jalaba con fuerza hasta enterrarle hasta el último centímetro, sus grandes huevos meciéndose, todo era morbo, todo.
El sonido de las nalgas de Doña Petra chocando con su hijo, sus gemidos, los bufidos de Alfredo y sus palabras diciéndole a su madre que era una puta.
Todo eso hizo que me corriera en sendos borbotones de semen, sentí que el alma se me salía por el pito, mi corazón latía de tal manera que por un momento pensé que hasta Doña Petra y Alfredo podrían escucharlo.
Pero no, ellos tenían su propia su propia distracción, su hijo en el afán de complacerla mejor, se había subido a la cama y ahora siempre le daba por el culo, pero parado sobre el colchón haciendo una especie de flexión de piernas la penetraban hacia abajo, ella había enterrado la cabeza y aguantaba aquel palo que cada vez parecía más grueso, más negro y más duro.
Aún así parecía no darle abasto, porque aquella madre golosa, al tiempo que recibía verga por el culo ella se masturbaba el chocho, lo hacía fuerte, se restregaba los dedos en toda la panocha y sobre aquel puntito que parecía pene.
Doña Petra era una desconocida, nada que ver con la señora que a diario veía en la vecindad, aquella que tantas veces había visto conversado con mi madre, esa que vestía como si todo el tiempo fuera para la iglesia.
Hoy estaba ahí tragándose una buena verga, masturbándose ella misma y gimiendo de gusto, viviendo un orgasmo.
Porque su rostro lo decía, su cuerpo lo decía, ella misma lo confesó con aquel intenso gemido, con los ojos abiertos, acabó.
Su hijo también había llegado al final, le había sacado la verga y parado sobre la cama se pajeo hasta sacar chorros y chorros de semen que derramó sobre su madre y el colchón mismo donde estaban.
Yo también había llegado al límite, polla en mano me masturbaba, era la segunda vez.
Mi pene estaba duro, hinchado y hubiera terminado si no hubiera perdido el equilibrio hasta toparme con la puerta y empujarla levemente haciendo crujir las viejas bisagras.
Alfredo y Doña Petra giraron su mirada hacia donde yo estaba, por un instante sentí los ojos fijos de ella aunque solo podía verme a través de aquella hendidura.
No cerraste la puerta -dijo Doña Petra dirigiéndose a su hijo.
¿Quién anda ahí? Hablo Alfredo.
Los tres inmóviles, ellos adentro yo afuera, él con su verga colgando y yo con la mía en la mano.
Supe que tenía que irme, una última mirada al chocho rojo de aquella madre recién cogida y caminé rápido hacia el patio.
Ya afuera corrí hacia mi cuarto, apenas alcance a llegar, entre y fue cuando escuché al incestuoso hijo gritar.
¡Hijo de puta! ¿Qué quieres que te coja también? El ruido de un machete golpeando sobre el suelo, Doña Petra pidiéndole que se calmara.
No era nadie – decía ella.
Fue el viento, cálmate Alfredo.
El tipo había vuelto a su anterior estado, era otra vez el borracho que había pasado junto a su madre una media hora antes.
De seguro no me había visto o ahora mismo lo tendría frente a mi puerta aun siendo yo un chaval de 17 años.
Con el corazón a mil entre al cuarto donde dormía, la verga se me había bajado un poco aunque el dolor de huevos aún lo tenía.
Me quite los pantalones por completo y empecé a pajearme recordando lo que había visto.
Sin explicarme porque, sentí la necesidad de acariciarme el culo, mi entrada.
Ver mi verga totalmente tiesa hizo que por primera vez me deseara a mí mismo, imaginé que podía sentirla adentro.
Tomando una gota de líquido pre seminal lo unte en mi dedo medio y empuje hacia adentro, me lo metí todo.
Se sentía bien, se sentía rico.
Sabía que necesitaba más para sentirme lleno y eso me hizo pensar en aquella verga con cabeza de sombrero que tenía el borracho de mi vecino, que aún seguía gritando con machete en mano frente a su casa.
Fue entonces cuando escuché llegar a mi hermana Lily.
No sabía si venía sola así que me cubrí bajo la colcha.
Me miró:
– ¿Tienes frío? – pregunto.
– Te estaba esperando – dije descubriendo mi desnudez y dejando a su vista mi verga totalmente parada que normalmente media 17 cm, pero hoy quizá medía unos 3 cm mas.
Yo estaba urgido, así que la jale hacia mí y la desnude.
Mi morena preferida estaba lista, su chocho a los 12 ya estaba desflorado pero no como el de Doña Petra.
La penetre, rico.
Cogimos como tantas veces lo hacíamos, acabe adentro y por ilógico que parezca, imaginé que era en el rojo y destartalado coño de mi vecina de 50.
Seguiré contando ….
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