NATASHA Y EL PROFESOR DE GIMNASIA
El comienzo de la historia de Natasha y tantas otras en el mundo del sexo desenfrenado.
PRÓLOGO
Hace unos años empecé a publicar en esta página, con otro nick de autor. Desde entonces he evolucionado algo en mi forma de escribir, por lo que voy a reanudar mi actividad en aquello que de verdad me motiva: escribir relatos eróticos en los que el sexo es el protagonista básico, y en torno a él, adolescentes deseosas de divertirse. Como elementos imprescindibles para ello cuentan con el alcohol, los porros, las pastillas, alguna que otra sustancia varia y, el elemento complementario sin el cual el sexo no sería posible: la colaboración de los machos hicieran realidad los sueños que tienen muchas adolescentes de sentir una buena polla en lo más profundo de sus coños. En muchos casos, la edad del “follador” será muy superior a la de la “follada” por lo que el “sexo intergeneracional está asegurado”
De ello van a tratar la mayor parte de los relatos que iré subiendo, recuperando algunos antiguos, con las debidas actualizaciones. Serán una especie de autobiografías, escritas en primera persona por parte de las protagonistas, que en principio ubicaré en la categoría de “Incestos en Familia” porque en bastantes de las historias el sexo en familia es algo habitual, aunque encuentro que una categoría de “Sexo adolescente” tendría un buen éxito de relatos que se podrían incluir en ella.
Los hechos y situaciones son más o menos habituales en nuestra sociedad. Las historias son ficticias en tanto a nombres, localizaciones y circunstancias personales, aunque muchas de ellas parten de confidencias de sus protagonistas, o se basan en hechos en parte reales.
Varias de las protagonistas van a confluir en un evento a nivel internacional, del que poco a poco iré dando datos en diferentes relatos.
Y sin más preámbulos, ahí les dejo la primera de las historias.
NATASHA Y EL PROFESOR DE GIMNASIA
Capítulo 1
Mi nombre es Natasha. Nací en noviembre de 2 005
Mi madre era huérfana y desde muy pequeña vivió con sus abuelos. Me parió a los 15 años. Era algo casi inevitable, teniendo en cuenta que las compañías que frecuentaba vivían sus fines de semana inmersos en unas fiestas en las que el consumo abusivo de alcohol era fundamental para propiciar la diversión. Soy lo que podría calificarse como la previsible consecuencia de aquellas noches locas en unas fiestas de Carnaval.
Ni idea de quién pudo ser mi padre, por varias razones: mi madre era muy promiscua y estuvo bastante borracha los días en que me concibió. Por ello fue incapaz de determinar, no ya quién pudo embarazarla, sino entre cuántos podría estar ese quién.
Cuando sus abuelos descubrieron el embarazo de su nieta adolescente ya era demasiado tarde para que abortara, –la habrían obligado a ello, de haberlo conocido a tiempo–. Esa fue la razón de que yo naciera.
Sin embargo, aquello no le sirvió a mi madre de escarmiento, porque ella siguió manteniendo las mismas amistades de las que hasta entonces se había rodeado. Supongo que si se vio con algún otro embarazo posterior, tomaría sus medidas y acabaría abortando.
Mi madre era muy terca y obstinada; no admitía consejos de nadie. Constantemente amenazaba a sus abuelos con largarse de casa y abandonarnos a todos si no la dejaban vivir su vida tal como ella la concebía. Sus amenazas surtieron efecto y mi madre continuó viviendo “a su manera”. Con altibajos, pero a su aire.
A medida que creció en edad, sus compañeros de aventuras la incitaron a que probara alguna que otra sustancia, con el señuelo de que, en compañía del alcohol, esa mezcla, además de explosiva, haría el sexo más atrayente y divertido y, sobre todo, le permitiría aguantar mejor una fiesta más larga. Y mi madre lo aceptó. Así vivió los siguientes años, mientras yo iba creciendo.
Mi madre me quería mucho y se ocupó siempre de mí mientras vivió. Antes de acostarme cada noche me daba mi vaso de leche calentita, con vitaminas para que me pusiera fuerte y sana, –decía–, y para que durmiera de un tirón y no molestase a los abuelos, que entonces eran ya bastante mayores, –ahora pasan de los 80, y están algo torpes–. Lo que mamá llamaba “vitaminas” era una pequeña cantidad de vodka, que mezclaba con la leche, y así conseguía que yo durmiera profundamente.
Sus compañías la llevaron a que mi madre le diera al sexo una prioridad absoluta. Para ella era algo de lo que no podía prescindir. Lo necesitaba a diario.
Antes de que yo tuviera la primera regla, mi madre ya hablaba conmigo de sexo y de todas esas cosas. Un poco en secreto, para que los abuelos no se enterasen, porque decía mi madre que eran muy mayores y estaban chapados “a la antigua”. Me contó muchas cosas sobre las relaciones sexuales y cómo llegaría el día en que me sentiría atraída sexualmente por algún chico. Me dijo que eso sería muy natural y que no debería asustarme, ni ocultárselo a ella cuando me ocurriera, porque ella me aconsejaría lo mejor para mí.
También me habló mucho sobre la realización del acto sexual, siempre aprovechando ocasiones en que estábamos solas en casa, enseñándome su coño y comparándolo con el mío para que viera en lo que se convertiría cuando yo fuera mayor. Me dijo que follar, o joder, es algo bonito, que proporciona mucho placer, pero que aún era muy pronto para mí, aunque era conveniente que me fuera preparando mental y físicamente para que cuando llegase el momento lo viviera con seguridad y sin complejos.
Mi madre metía pollas de plástico dentro de su coño para enseñarme cuánto se podía dilatar, y cómo mi coño, que entonces era estrecho y cerrado, con el tiempo se ensancharía tanto como el suyo y me permitiría gozar de las relaciones sexuales. Me dijo que a medida que fuera creciendo me seguiría guiando en ese terreno, para evitar que fuera víctima de algún aprovechado que quisiera robarme la juventud. Yo entonces no entendía muy bien todo aquello, pero confiaba ciegamente en mi madre y creía a pie juntilla lo que me decía.
Entre nosotras dos se consolidó una relación de tal complicidad, que ambas creamos nuestro mundo secreto, que nos pertenecía solo a nosotras, del que no contábamos nada a nadie, y en el que nos sentíamos muy a gusto cuando estábamos a solas.
Mi primera regla la tuve apenas cumplidos los diez años. A partir de ahí mi desarrollo corporal fue muy rápido. A los doce años tenía ya bien desarrollados los senos y una apreciable mata de pelo en el pubis. Eso hacía que a primera vista la diferencia de edad con otras chicas mayores que yo no se apreciara en absoluto, lo que tendría una gran importancia en el futuro.
Mamá lo aprovechó para advertirme de los peligros que tendría a partir de entonces; sobre todo, de ser víctima de un embarazo juvenil no deseado. Cuando empieces a tener actividad sexual, debes protegerte siempre, Natasha. No lo olvides. Siempre. También me previno sobre el abuso del alcohol. Yo ya no tengo remedio, Natasha, pero tú no caigas en los mismos errores que yo. Elige bien tus amigos y amigas y procura no dejarte embaucar por ellos.
Los siguientes años los viví en plena efervescencia adolescente, con las hormonas siempre a tope, revolucionadas al máximo y, lógicamente no me pude resistir al asedio al que todas éramos sometidas por los chicos de nuestro curso… y algunas de nosotras también de los de cursos más avanzados… y de algún que otro profesor, sobre todo del de gimnasia, ya que éste nos veía a todas algo más ligeras de ropa y se le iban bastante los ojos hacia las más jovencitas. Sin embargo nunca un profe se me insinuó directamente.
De ahí a los primeros besitos, más o menos furtivos, los toqueteos, primero superficiales y luego cada vez más atrevidos que derivaron en las primeras torpes masturbaciones que me hacía en casa al meterme en la cama. A partir de los los doce años mi coño era como una especie de volcán a punto de erupcionar.
En las charlas con mi madre no le ocultaba nada y muchas veces fue ella misma la que me enseñó prácticamente cómo había de masturbarme, y me enseñó a utilizar los diferentes artilugios que debidamente introducidos en la vagina me producían orgasmos de lo más placenteros. De momento, eso me bastaba.
Pronto llegaron las pajas a los chicos, y las primeras felaciones. La verdad es que, según ellos, mamar una polla se me daba muy bien, –para eso practicaba con los consoladores de mi madre–. Pronto adquirí fama de ser una mamona insaciable, porque teniendo muy en cuenta el peligro de un embarazo no deseado, cada vez que un compañero me pedía follar, lo contentaba con una buena mamada. Mamé muchas pollas, sí, pero pude continuar siendo virgen durante los primeros cursos de la ESO. Y siempre me tragaba el semen. Era la forma más eficaz de no dejar “huellas” de la mamada.
Mi madre falleció en septiembre de 2020, a los treinta años, en uno de esos fines de semana locos que acostumbraba repetir muy a menudo. Murió víctima de un fallo multi orgánico, causado por una sobredosis de droga unida a una borrachera descomunal, que la llevó a un coma tóxico-etílico, del que los servicios médicos no pudieron recuperarla. Yo tenía entonces quince años y acababa de empezar el 4º de la ESO.
Al morir mi madre, ese mundo quedó para mí sola y en él me refugiaba cuando algo no me iba bien. No pude conservar ningún consolador, porque los abuelos se deshicieron enseguida de las ropas de mi madre y supongo que cuando los encontrasen se escandalizarían y los tirarían a la basura. Seguro.
Sí me quedaron otros recuerdos materiales; sobre todo fotografías y alguna pequeña joya, pero nada tan valioso para mí como la memoria y el recuerdo de todas aquellas horas de confidencias y consejos; que no fue poco.
Tras la muerte de mi madre seguí viviendo con mis bisabuelos. Ya era una mujercita y no les daba más guerra de la necesaria… dentro de un orden. Ya tenía quince años y me manejaba sola bastante bien.
Debido a la zorrería que adquirí a través de las charlas que tuve con mi madre, siempre supe cómo torearles; unas veces con mentirijillas y otras con medias verdades, de forma que siempre he tenido por su parte bastantes facilidades para conseguir mis propósitos, sin que ellos se dieran cuenta. O, si se la dieron, prefirieron no agobiarse con otro problema similar al que padecieron con su nieta. A mí me veían como más juiciosa y, aparentemente, más inteligente, dócil y, sobre todo, responsable.
El viaje
En mi colegio, –que era privado/concertado–, se daba todo el conjunto de las enseñanzas previas al acceso a los estudios Universitarios: –Primaria; ESO y Bachillerato, o la Formación Profesional.
Siempre he sido buena estudiante y mis notas han sido magníficas durante todos los cursos y en casi todas las asignaturas. Esa circunstancia me permitió gozar de ciertos privilegios cuando me fui haciendo mayor. Lo veréis más adelante.
En mi clase estaban Lucía, –hija del profesor de educación física–, que tenía casi 16 años, y dos gemelas, Vanesa y Lorena, que habían perdido un año en el extranjero, a punto de cumplir ya los 17. Las tres habían perdido un curso, eran muy amigas y estaban casi siempre juntas. Podría decirse que eran inseparables. Durante el curso insistieron mucho en que uniera a ellas, pero yo preferí mantenerme al margen.
A mediados de junio del 2 021 terminábamos 4º y se organizó el viaje del fin de ciclo de la ESO.
Programaron una visita recorriendo la ruta de los castillos franceses del Valle del Loira y, lógicamente, mis bisabuelos no me negaron la posibilidad de ir. No solo pagaron el viaje, sino que me dieron una buena cantidad de € para “mis gastos y caprichitos”
En el viaje también estaban las gemelas Vanesa y Lorena, y Lucía, así como su padre que, al ser profesor de gimnasia, hacía las veces de jefe de los monitores y guía turístico. Tenía la experiencia de haberlo hecho en cursos anteriores, conocía bien los lugares que visitaríamos y, además, dominaba el francés. El viaje duraría diez días, saliendo un viernes muy temprano y regresando el domingo de la siguiente semana.
Durante los tres primeros días Lucía, Vanesa y Lorena estuvieron pegadas la una a la otra, como casi siempre, pero pusieron mucho interés en que yo también me incorporara a su grupo. Al fin no me resistí más y lo consiguieron. Preferí ceder y evitar estar asediada durante todo el viaje.
Sus conversaciones eran siempre de lo más subidas de tono. Hablaban constantemente de lo buenos que estaban algunos chicos y lo bien que se lo pasarían con alguno de los monitores, casi todos mayores de 20 años. Ninguna de ellas era virgen. Las tres se habían estrenado durante el curso y hablaban y no paraban de lo guay que se lo pasaban con el sexo.
Se burlaban de mí y se extrañaban mucho de que yo todavía no hubiera “mojado”, como decían, porque dado lo buena que estaba y, sabiendo que había varios chavales que continuamente trataban de ligar conmigo, suponían que ya habría caído con alguno de ellos.
Acabamos tomando confianza y les conté que me masturbaba con mucha frecuencia y que en ocasiones me introducía en la vagina alguna que otra salchicha, y conseguía de esa forma llegar al orgasmo.
Ellas me escucharon atentamente y acabaron confesando que traían entre manos la preparación de una pequeña reunión con algunos chicos, para morrearse y, si se daba el caso, echar unos polvos.
– No seas tonta. Aprovecha la ocasión. Tía, vas a cumplir dieciséis y sigues virgen. ¿Eres lesbiana o qué? No sabes lo que te estás perdiendo, –me machacaban, charla tras charla.
– Ganas no me faltan, –respondí–, pero creo que aún no estoy preparada para ello. Me cuesta mucho decidirme y tengo reparo a hacerlo así porque sí. Y no he traído condones ni nada por el estilo. Y sin condón; nada de nada. No me quiero exponer a un posible embarazo. Sé muy bien la consecuencia que puede traer. –Vinieron entonces a mi memoria las palabras de mi madre y empecé a considerar seriamente que no iba a estar ayuna de sexo toda la vida y que quizá hubiera llegado el momento de mi estreno sexual–. ¡Cuánto eché en falta entonces su presencia! Faltaban pocos meses para mis 16 y alguno de los chavales estaba como un cañón, y empezaba a ver como posible estrenarme en el sexo.
– Por los condones no te preocupes. Nosotras sí que tenemos. Podemos dártelos. Hemos traído de sobra.
– Si es así lo pensaré y a lo mejor me animo.
– Date prisa en pensarlo, pasado mañana es un buen día para ello. Te llevaremos un bomboncito.
Durante la noche le di bastantes vueltas a lo que me habían propuesto. El plan era muy atractivo, ellas no habían dejado de animarme, ya lo habían hecho más veces y, además, me facilitarían los condones, con lo que no tendría riesgo de un embarazo.
El día siguiente les dije que estaba de acuerdo.
El caso es que el quinto día se produjo el anunciado encuentro y las cuatro nos reunimos en dos habitaciones: Lorena y Vanesa en la suya, con sus respectivas parejas, y Lucía, yo y nuestros dos chicos, en la de su padre, porque ese día se había adelantado a la siguiente ciudad que visitaríamos, resolviendo una incidencia y preparando nuestra próxima visita. Allí nos esperaría, por lo que no volvería a dormir. Así que aprovechamos después de la comida para pasar la tarde en su habitación.
Lucía iba con un chico que la acompañaba a menudo y para mí trajo a un primo suyo, de 19 años, que hacía las funciones de ayudante de los monitores. Esa tarde fue mi primera experiencia sexual. No resultó un fracaso total, pero tampoco como para tirar cohetes; ni fu ni fa.
A consecuencia de haberme metido antes las salchichas, mi coño estaba ya un poco abierto y la polla de Pablo no tuvo excesivas dificultades para entrar, –tampoco era muy grande ni gruesa–, a pesar de mi nerviosismo y de lo tensa que me encontraba, pensando constantemente en que nos podrían descubrir. Pero no pasó absolutamente nada. Me folló, se corrió en el condón y enseguida se marchó. No fue una cosa tan espectacular como yo había pensado que sería. Ni mucho menos.
Por la noche nos reunimos las cuatro después de cenar. Estaban locas por escuchar lo que les podía contar de mi experiencia.
Les dije que no había estado mal, pero que no lo había disfrutado del todo por el miedo a ser descubierta. La verdad es que me había decepcionado un poco.
Ya en mi habitación, que compartía con Lucía, tuve remordimientos y problemas para conciliar el sueño. Me acordaba de las recomendaciones de mi madre. ¡Cómo la eché de menos en ese momento! Falta de ella, no tuve con quien consultar ni nadie a quien pedir consejo. Yo me lo tuve que guisar y me lo tuve que comer. Yo. Sola y exclusivamente, yo.
Pero al día siguiente ya me había hecho a la idea de que a partir de ese momento sería yo la que tendría que tomar mis decisiones y gobernar mi vida como mejor supiera. No tuve más remedio que intentar madurar a marchas forzadas.
Pero la maduración, al igual que cualquier otro tipo de evolución, no es algo que se produce de un día para otro; requiere su tiempo y tiene sus fases. Yo quise hacerlo todo muy deprisa. Y así resultó el asunto. Peor imposible.
Quedaron que el día siguiente repetiríamos, yo con Vanesa y Lucía con Lorena, pero con otros chicos, pues los que las conocían de antes ya tenían hecho como un reparto de los días, de manera que ellas iban a follar con un par de tíos diferentes cada una. Yo no supe cómo negarme y me uní al grupo. Fue la primera claudicación de muchas otras que llegarían más adelante.
Cada día empecé a pasarlo un poco mejor con el sexo, de manera que esperaba impaciente la llegada de la tarde para ver la sorpresa que me preparaban, en forma de chico que yo no me esperase. Follar con alguien, sin saber con quién, me producía una gran excitación ante lo desconocido; me decían que era una morbosa. Siempre esperaba que fuera mejor que el día anterior. Pero no siempre fue así. Hubo de todo.
Viví los días que restaban del viaje en una especie de nube. El sexo recién descubierto lo absorbía todo. Además, eran chicos que ya no estaban en el insti; hacían de monitores porque ya estaban en la Universidad y eran conocidos del padre de Lucía. El sexo era algo nuevo para mí y yo quería averiguar cuanto antes si era tan bonito como mi madre me decía y si lo que yo sentía era ese placer del que hablaba. Pero no lo acababa de ver muy claro.
Volví del viaje contenta de haber descubierto el sexo y con la cabeza llena de ideas de cómo me las apañaría para intentar follar cuando ya estuviera en casa. Imaginaba una y mil excusas que contar a mis bisabuelos, pero no encontraba la tecla que me pudiera dar oportunidades de pendonear.
La cosa iba a resultar mucho más sencilla de lo que yo había supuesto. Lucía, más avezada en el sexo, era un verdadero diablo y tenía una imaginación sin límites, de manera que ella prácticamente pensaba por las cuatro y urdía toda clase de tramas.
Me explicó con detalle lo que tramaba y le dije que sin que mis abuelos, –a mi lo de bisabuelos, no me salía–, me dieran permiso no habría ninguna posibilidad, y para ello tenía que ganarse antes la confianza de ellos. Así que puso en marcha un plan. Esa fue mi segunda claudicación.
Una tarde invité a las tres a merendar en mi casa, para que mis bisabuelos las conocieran y les cogieran confianza. Fueron vestidas muy discretitas para causar la mejor impresión y Lucía se encargó de dejar caer durante la merienda que su padre era un profesor del colegio, sin especificar qué materia enseñaba, lo que hizo que mis bisabuelos quedasen todavía más impresionados y empezaran a confiar en ella. Al fin y al cabo, Lucía era la hija de un profesor.
Cuando se despidieron quedamos en que yo iría al día siguiente a casa de Lucía para ayudarle en algunas materias con las que tenía alguna dificultad. Debería recuperar un par de asignaturas para el examen de septiembre.
Mis bisabuelos son mayores, pero no tontos, y preguntaron por qué no ayudaba a Lucía su padre. A fin de cuentas era profesor del instituto.
– Abuelo –yo les llamaba así–; el padre de Lucía es el profesor de educación física.
– ¡Ah! Lo de la gimnasia y esas tonterías. Esa no es una asignatura seria; es una María. Así las llamábamos nosotros.
– Pues eso, abuelo. De matemáticas, yo estoy más al día que él.
Entonces sí le pareció muy bien a mi abuelo y me dio todas las facilidades para que yo ayudase a una compañera en lo que necesitara, más en el caso de la hija de un profesor, aunque se tratara del de gimnasia, como decía él. Lo que hicimos Lucía y yo esa tarde fue follar como unas locas con su primo y un amiguito universitario.
Ese amigo tenía un piso compartido con dos estudiantes de fuera de Madrid, por lo que acabados los exámenes ellos se marcharon a su ciudad quedándose él solo en el piso. El piso se convirtió durante julio en el lugar de nuestras citas y por allí desfilaron el primo de Lucía y algún amiguito suyo más. Tanto Lucía como Vanesa, Lorena, y yo misma, fuimos repetidamente folladas por todos ellos. Y allí, en ese piso, fue donde le empecé a descubrir el “gustillo” que me daba una buena polla que me llenaba el coño, me follaba y refollaba y hacia que me corriera dos o tres veces cada tarde. Realmente, allí pasé de ser una mamona fantástica a ser una putilla que disfrutaba como loca con una buena polla metida en el coño hasta los huevos.
Yo, que pensaba gobernar mi vida, comprobé a mi pesar que era Lucía quien realmente la gobernaba, porque estaba a expensas de que ella fuera la que preparase las citas, a las que yo acudía gustosísima…, y eso que de momento tan solo follaba. ¡Lo que me quedaba por descubrir!
Yo no me preocupaba más que de mirar en mí correo en el móvil y cuando tenía uno de Lucía en que me preguntaba si le podía echar una mano con Naturales, Anatomía o Física, yo sabía que había plan de jodienda. Se lo decía a mis abuelos y no ponían pega alguna a que le echase una mano; es más, me animaban a que ayudase a una niña muy simpática que no tenía la misma facilidad que yo para estudiar. Si yo tenía la regla le decía que no podía en ese momento por estar de limpieza general, y ella me entendía. Le añadía el día en que suponía que ya habría terminado y ella lo tenía en cuenta a la hora de organizar otro encuentro.
Así transcurrió el mes de julio, en el que, –menos los días de la regla–, casi todos los demás follé como si fuera una ninfómana. Me importaba un huevo quién fuera el chico que me esperaba. Tan solo le pedía a Lucía que, si le conocía, que tuviera una buena polla. ¡Y vaya si la tenían!
El padre de Lucía, Juan, es viudo y tiene un chalet con piscina en la sierra cercana a Madrid un. Un día nos invitó a mí y a mis abuelos a pasar un domingo con ellos, para escapar del calor, bañarnos, y así agradecerme el trabajo de ayuda que estaba haciendo con Lucía, ya que él, en materias técnicas de enseñanza, no la podía ayudar tanto como yo.
Juan vino a casa a recogernos y nos trasladó en su coche al chalet. Nos atendió de maravilla, nos invitó a comer en un buen restaurante y mis abuelos se quedaron muy bien impresionados y contentísimos de sus atenciones para con ellos, de manera que cuando Lucía les pidió que me dejasen pasar algún fin de semana con ella en el chalet, para que la hiciera compañía y no estar tan sola, mis abuelos accedieron encantados pero pidieron a Juan que me recogiera y me devolviera a casa, para que yo no tuviera que ir sola en el tren.
El padre de Lucía nos trajo a Madrid en su coche y quedamos en que podía ir el siguiente fin de semana. Ese fin de semana iba a marcar absolutamente mi porvenir,
El viernes 30 de julio de 2 021 vinieron Lucia y su padre a buscarme a media mañana. Como estábamos de vacaciones no volvería a casa hasta el lunes 2 de agosto, a fin de evitar las caravanas de coches que solían producirse los domingos por la noche. Mis bisabuelos se despidieron de mí haciéndome todo un sin fin de recomendaciones sobre que me debía comportar adecuadamente y que no diera más guerra de la habitual en una cría de casi dieciséis años.
Llegamos al chalet y salimos al pueblo a tomar el aperitivo y comer en un restaurante. Luego volvimos al chalet y fuimos a bañarnos en la piscina. Después del baño nos tumbamos a tomar el sol.
El padre de Lucia, –Juan en adelante–, nos llevó unos refrescos. Hacía bastante calor y estaban muy fresquitos, con lo que enseguida nos los bebimos, a pesar de que a mí me pareció que tenía un sabor algo distinto. Juan nos trajo otros y nos pusimos a charlar.
Hablamos del colegio y de cómo íbamos a iniciar el nuevo curso, 1º de bachillerato y si tendríamos la suerte de estar en la misma clase; si Lucía aprobaba las pendientes, porque había tres clases, –A, B, y C– por cada curso, ya que el colegio era bastante grande.
Al cabo de un rato Juan se dirigió a mí.
– Natasha es un nombre muy largo ¿Puedo llamarte solo Nat?
– Claro. Puedes llamarme así, si lo prefieres.
– Veras, Nat; Lucía y yo estamos invitados mañana a una fiesta en una finca de unos amigos en Guadalajara y espero que tú nos acompañes.
– Pues, la verdad, no lo sé. No conoceré a nadie y me encontraré algo cortada. Me puedo quedar en el chalet hasta el domingo, o me puedes llevar a Madrid mañana, antes de iros a Guadalajara.
– No te preocupes, Nat. Como Lucía también va, ella te hará compañía. No estarás tan sola como piensas. Además, también habrá gente de vuestra edad.
– Bueno; si es así no os quiero fastidiar. Iré.
Juan me preguntó cuántos años tenía y le dije que en noviembre cumpliría dieciséis.
Ya eres una mujercita y mereces que se te trate como una adulta y no como una cría, así que a partir de ahora nos dejamos de convencionalismos y hablamos todos con entera libertad, si no os parece mal a las dos.
– Mi padre es así de directo, Nat. Ya le conocerás mejor: un poco brusco a veces, pero en el fondo es un cielo.
– Bueno, respondí yo, un poco cortada, pero no sé si me voy a acostumbrar.
– No te preocupes, te acostumbrarás muy rápido, –me aseguró Juan.
A continuación me dijo que estuviera tranquila y me preguntó así, de sopetón:
– No te asustes por la pregunta; dime: ¿Estás embarazada, Nat?
– Claro que no, –asombrada por la pregunta.
– No tienes que preocuparte, Nat. Sabía que ya no eres virgen, porque Lucía me ha contado todas vuestras aventuras en el viaje de fin de curso. También estoy al corriente del uso que habéis dado al piso de ese chico de la universidad.
Yo estaba totalmente sorprendida. Miraba a Lucía queriendo fulminarla, por haber contado a su padre todas nuestras andanzas.
– No sé cómo has podido hacerme esto, Lucía, –dije con rabia–. Jamás pensé que se lo contarías a nadie y, menos, a tu propio padre. Ya no confiaré nunca más en tí.
– No te enfades con Lucía, Nat. Y no tengas miedo. No pienso decirles nada a tus bisabuelos.
– ¿De verdad? ¿Me lo juras, Juan? Se llevarían un gran disgusto y no sé qué me harían.
– Puedes estar segura. Es más. Es mucho mejor que tengas experiencia sexual porque soy de la opinión de que cuanto antes disfrutéis del sexo, mejor. Tampoco me importa que Lucía lo haga, y es mi hija.
Me vinieron entonces a la memoria alguna de las conversaciones que tuve con mi madre relativas al sexo, y creo que a ella tampoco le habría importado mi comportamiento. Pero, –eso sí–, me habría dado consejos y eso me estaba haciendo mucha falta ahora.
Juan dijo que tenía una gran confianza con Lucía y que él mismo le había enseñado cómo tenía que actuar para obtener el mejor disfrute del sexo, lo que venía haciendo desde apenas cumplidos los catorce años. De acuerdo con ella, fue precisamente él quien la penetró por primera vez.
Mientras Juan y yo hablábamos Lucía preparó otros refrescos, los terceros.
Al traerlos, Lucía me dijo de forma jocosa:
– No sabes tú lo bien que folla mi padre; muchísimo mejor que los tíos que nos han jodido durante este mes. Yo en tu lugar, aprovecharía ahora mismo y le pediría que me echara un buen polvo. Disfrutarías una barbaridad.
Seguíamos en las tumbonas; Juan con un calzón de baño de los de competición, –es decir, ajustado–, Lucía y yo bikini, –bastante escasos de tela, por cierto.
Yo estaba aturdida, sin saber cómo reaccionar. Todo eso era incomprensible para mí. Esa conversación y los dos refrescos raros que me había tomado empezaban a hacerme sentir una cierta excitación; en definitiva: me estaba poniendo un tanto cachonda.
Casi sin quererlo se me iban los ojos al paquete que notaba en Juan, bastante considerable, por lo que supuse que la polla se le estaba poniendo dura. Como el sol estaba desapareciendo Juan dijo que era mejor que pasáramos dentro, y seguir con la conversación en el salón. Con la caída de la tarde la temperatura empezaría a bajar y no era como para estar en bikini.
Nos terminamos los refrescos y entramos.
Como ya estábamos secos no nos cambiamos de ropa. Nos sentamos en el sofá, Juan en medio de nosotras dos.
– Papá, me parece que ya es hora de cambiar de bebida.
Lucía fue al mueble bar y preparó tres vasos con vodka y unos cubitos de hielo.
A mí el vodka no me era desconocido, pero solo lo había probado en un par de ocasiones, en el piso del universitario, pero sólo un par de chupitos, para que no se me notase al volver a casa.
– Yo no creo que deba beber eso. Solo lo he probado un par de veces, y muy poquito. A lo mejor no me sienta bien y me mareo.
– No te importe, Nat. Si acaso te mareases no se iban a enterar tus abuelos. No tienes que volver a casa hasta el lunes. Además, te puede servir como prueba para la fiesta de Guadalajara. Allí seguro que te ofrecerán bebida; como a todos, –añadió Juan.
– De todas formas, prefiero tomarlo con algo de naranja. Así estará más suave.
Lucía trajo de la cocina una botella grande de refresco de naranja y me puso un vaso, al que le añadió un poco de vodka para que lo probase, a ver si me gustaba así. Lucía y Juan se lo tomaron a palo seco, rápidamente.
Probé ese brebaje y, la verdad, no tenía un mal sabor, y me lo fui bebiendo, pero poco a poco.
– Pero no acabo de estar convencida para ir a esa fiesta que has dicho, Juan. No conoceré a nadie y estaré muy cohibida y despistada.
– Quién sabe, –dijo Lucía, guiñando un ojo a su padre–. A lo mejor encuentras allí gente muy conocida.
Eso me dejó muy intrigada, sobre todo por el tono de misterio que empleó, pero yo seguía dudando.
– Lucía; no veo a Nat nada convencida para acudir a la fiesta. Creo que debemos animarla a que nos acompañe.
– Tienes razón, papá. A ver, Nat, ¿qué te parece si te ponemos un video grabado en otra fiesta que se hizo hace algunos meses? Así te puedes hacer a la idea de lo que te puedes encontrar mañana.
– Bueno; no es mala idea. Me parece bien.
Durante la conversación había ido bebiendo del vaso de naranja con vodka, hasta que lo terminé. Estaba realmente bueno por lo que no dije nada cuando al terminármelo Lucía inmediatamente me puso otro.
Me lo empecé a beber nada más tenerlo delante. Me sentía cada vez mejor, más desinhibida y charlatana.
Pusieron una cinta en el vídeo, bajaron un poco las persianas para atenuar la luz y empezamos a ver la cinta.
Era una grabación casera, pero el color y el sonido estaban muy bien conseguidos. Se había grabado desde un coche, porque se veía un plano de una carretera, luego una desviación, otro tramo de carretera, más estrecha, luego un camino de tierra y por fin una cerca alta, con una gran puerta de hierro. La atravesaron y siguieron por un camino con bastantes árboles. Era ya anochecido y transcurrido un tiempo se vio a lo lejos una luz muy tenue y la silueta de una gran casa de campo. A la derecha una especie de almacenes, donde entró el coche. En el interior había ya aparcados unos cuantos coches más.
Se bajó Juan, –era Lucía la que iba grabando–, y caminó hacia una puerta que daba acceso a la casa, pero sin salir del almacén.
Abrieron la puerta y pasaron a una habitación amueblada estilo rústico, pero bastante grande. Allí les recibió una pareja como de unos 35 o 40 años, que les saludó con familiaridad y confianza.
Pasaron a otra habitación donde había ya varios hombres, también de la misma edad. Estaban tomando unas bebidas, sentados en unos sillones. Era como una especie de cuarto de estar, pero bastante más grande. Saludaron a Lucía, que les besó a todos de una forma que a mí me pareció bastante cariñosa.
Trajeron a Juan y Lucía unas bebidas y se unieron a los que ya estaban allí, charlando con ellos animadamente. No se entendía bien de qué hablaban pero debía ser divertido porque reían bastante; sobre todo, Lucía.
Al poco rato se abrió la puerta y, –primera sorpresa–, entraron Vanesa y Lorena, acompañadas del primo de Lucía, y el monitor que me desvirgó en Francia, en el viaje de fin de curso. Cuando llegaron les pusieron también bebidas y se unieron al resto.
Enseguida llegó una pareja, hombre y mujer, con una jovencita de unos catorce o quince años, que igualmente se incorporaron al grupo, provistos de sus correspondientes bebidas. Me pareció notar algo raro en la chica, que más adelante descubriría.
Dijeron que ya estaban todos y que podían pasar a cenar. Eran diez hombres, tres mujeres y cuatro chicas: Lucía, Lorena, Vanesa y Vivian, que así se llamaba la desconocida.
Mientras veíamos el video, –alrededor de media hora–, yo me había bebido todo el vaso de vodka, pero Lucía me lo había vuelto a llenar, –esta vez con un poco menos de naranja y un poco más de vodka–. Yo nunca había bebido alcohol de esa forma antes. Fue mi tercera claudicación.
No me importó y no dije nada, a pesar de que notaba que me estaba calentando cada vez más, y que casi sin darme cuenta estaba con las piernas bastante separadas, como esperando a que alguien me metiera mano. El vídeo continuó después de la cena, en un gran salón con una mesa bastante grande, todos sentados a su alrededor, y todos acompañados de sus inseparables bebidas, –las chicas también.
Empezaron una partida de Parchís Strip, como me dijo Lucía que se llamaba el juego. Había dos bandejas, una para hombres y otra para chicas. En la de las chicas había una baraja y una bolsa negra con cuatro pequeñas bolas: verde, azul, amarillo y rojo. En la de los hombres había otra baraja y una bolsa de tela negra en la que metieron doce bolitas, tres de cada uno de los mismos colores. Las barajas no eran normales de jugar, sino que sus cartas eran figuras de prendas de ropa o instrucciones de lo que tenía que hacer el que sacara la carta, –por ejemplo: besar al de la derecha, o enseñar una teta, o meterse en la boca una polla–. Cuando una chica sacaba esa carta los chicos hacían una subasta y el que más ponía era al que la chica se la chupaba. Cada uno por turno cogía una carta de su baraja y si esa carta tenía la figura de una prenda se la tenía que quitar, a la vista de todos los demás. La carta volvía a la baraja y si alguien cogía una carta con una prenda que ya se había quitado cogía la siguiente carta y así hasta que sacase una carta cuyo significado pudiera cumplir.
A medida que transcurría la partida la gente se iba desnudando. La primera en quedarse con las tetas al aire fue Vanesa y la primera mamada la hizo Vivian a uno que pujó 50 euros, sin que ningún otro ofreciese una suma mayor. Viendo el video me bebí rápidamente el tercer vaso de naranja y vodka, al tiempo que me ponía mucho más cachonda.
Miré de reojo a Lucía, al otro lado del sofá y estaba metiendo su mano dentro del bañador de su padre, al tiempo que con la otra mano se estaba pellizcando un pezón después de haberse soltado la parte superior del bikini. Ver eso me animó a lo que ya estaba decidida: no frenar en absoluto mis impulsos.
Abrí del todo las piernas insinuando a Juan mi deseo de que su mano sobara mi coño.
– Creo que tenemos bastantes cosas encima que nos están estorbando ¿Eh, chicas? –Sugirió Juan.
Lucía fue la primera que se quitó el bikini y yo, algo mareadilla ya por la bebida, no lo dudé y la imité.
– Vaya, Nat. Tú no tienes esa manía de rasurarte el coño, que tienen ahora las jovencitas. Menuda mata de pelo tienes. Así me gustan a mí. Yo soy de los chapados a la antigua.
Lucía me llenó otra vez el vaso; pero esta vez la naranja y el vodka ya eran prácticamente mitad y mitad. Empecé a pensar que aquello no tenía buena pinta y que acabaría borracha. Pero no me importó.
Mientras, en la cinta, Vivian se tuvo que quitar las bragas a la vista de los demás y fue entonces cuando descubrí lo que me parecía raro al principio. Me pareció que Vivian tenía un poco de tripita, y pensé que solo estaba algo gordita, porque Vivian hacía poco que había cumplido los quince años.
– Parece que Vivian está un poco gordita. Si no se cuida se convertirá en una maruja, –expresé en alto.
– Nat; espabila. Vivian no está “gordita”, como tú dices. Es otra cosa, –corrigió Lucía, pícaramente.
– No me digas que es que está… –Lucía me cortó en seco.
– ¡Al fin te caes del guindo, Nat! Pues claro. Está embarazada, pero aún no sabe lo que va a hacer. En su casa aún no se han enterado; está hecha un lío. Tiene un miedo que se caga. Está de algo más de tres meses.
Poco a poco fueron quedándose todos en pelotas. La primera fue Vanesa, que cogió una bola de la bolsa, sin enseñarla, y se fue por las escaleras arriba.
La cámara la siguió y vimos que en el piso de arriba había cuatro habitaciones y cada una tenía la puerta de un color, así que cada persona se metía en la habitación cuya puerta coincidía con el color de su bola. Por eso las bolas estaban en una bolsa de tela negra. Así nadie podía elegir con qué chica querían ir, ni la chica sabía qué chicos aparecerían.
En cuanto en una habitación coincidían dos personas empezaban inmediatamente a sobarse, besarse, o follar, si les apetecía. Luego se incorporaban los demás chicos a medida que se iban quedando desnudos De esa forma cada chica tenía dos o tres chicos para ella, según la suerte.
Mientras tanto nosotros tres habíamos empezado a meternos mano, de forma que ya no hacíamos mucho caso al vídeo, así que Juan lo apagó.
– Mañana terminaremos de ver el vídeo. Es mejor que continuemos arriba. Estaremos más cómodos.
Me bebí de una vez el medio vaso que me quedaba y subimos al piso, donde estaban todas las habitaciones.
Al subir noté que las piernas me flaqueaban un poco, –efecto de la bebida–, pues llevaba ya cuatro vasitos de vodka con naranja en poco más hora y media. Pensé que me marearía en cualquier momento.
– No me deis más naranja con vodka, porque si bebo un vasito más me voy a emborrachar. Ya me noto un poco rara.
– Estate tranquila, Nat. Antes de emborracharte tenemos que hacer una cosita que seguro que te va a gustar mucho, –dijo Juan.
– Supongo que acabaremos follando los tres. Si no, no habríamos subido a tu habitación.
– ¿Eso es lo que quieres, Lucía? ¿De verdad quieres follar?
– Pues claro, papá. Nos hemos estado metiendo mano y me he puesto cachonda. ¿Qué quieres? ¿Qué me haga una paja? Nat seguro que también lo desea. Vamos, Nat; dinos algo. Parece que te ha comido la lengua el gato.
– Estoy aturdida, Lucía. Todo esto me parece una encerrona. Yo no tenía idea de que todo esto iba a pasar. Vine creyendo que pasaríamos las dos un fin de semana juntas. Un pequeño descanso del pisito.
– ¿Pero en qué mundo vives, Nat? Para qué coño necesitamos descansar. ¿Ya te has cansado de follar? A mí me gustaría hacerlo todos los días…, y a todas las horas.
– No sé, Lucía; no sé. Estoy medio borracha. No había bebido nunca como hoy. Creo que me voy a marear en cualquier momento. No me encuentro lo que se dice nada bien.
– Pero cachonda sí estarás, ¿O, no? Porque bien que se te iban los ojos al paquete de mi padre.
– Sí, eso sí; cachonda sí que estoy. Pero todo esto es muy raro para mí. Y, además, lo de la fiesta esa de mañana. Todo esto me supera, Lucía.
– Bueno, bueno, bueno, –intervino Juan en nuestra charla–. Creo que a la pobre Nat la estamos agobiando un poco. Es lógico. Ella no se esperaba nada de lo que está pasando. Pero, ya que estás aquí, Nat, ¿Por qué no aprovechas la ocasión y echas un buen polvo con un hombre como yo, bien experimentado? Así verías lo diferente que es joder conmigo, de hacerlo con esos jovencitos.
– Eso sí es verdad. Con ellos me lo paso bien, pero es como si me faltara algo. No se cómo decirlo. Es muy rutinario todo. Me gusta, y cuando me llama Lucía, vuelvo; pero es que siempre es igual: un par de achuchones, el condón, me la meten, se mueven hasta que se corren y ahí termina todo.
– Lo que yo me imaginaba, pero antes de follar tenemos que ponernos bien a tono y, sobre todo, hacer lo posible para que tu coño, con solo dos meses de actividad, sea capaz de acoger mi polla. A Lucía le costó casi tres meses conseguir que se la pudiera meter entera.
Así que organizaron una buena estrategia: Juan se puso de pie en la cabecera de la cama; yo me puse de rodillas frente a él, para chuparle la polla, con mis rodillas ligeramente separadas, y Lucía se tumbó boca arriba, con su cabeza entre mis rodillas, para lamerme el coño, al tiempo que me metía un par de dedos todo lo dentro del coño que podía.
Yo había chupado ya antes muchas pollas, pero eran de gente bastante joven y solamente me había metido el capullo en la boca. Nunca lo había hecho con una polla de adulto, salvo alguna mamada con los que había follado, pero en cuanto se les ponía tiesa la sacaban de la boca y me la metían en el coño.
Intenté que la de Juan se metiera todo lo dentro que pudiera, pero mi boca era muy pequeña para el tamaño de su polla. Juan me apretaba la cabeza contra su polla pretendiendo metérmela todo lo más profundo posible. Yo notaba la cabeza de su polla en mi campanilla y me daban arcadas, como si fuera a vomitar, a pesar de tener mi boca abierta todo lo que podía.
Cada vez que Juan me sacaba su polla me caían babas espesas que resbalaban por mi barbilla y llegaban a mis tetas. Al poco me bajaban también por la tripa y llegaban al pelo de mi chocho. En ocasiones las babas salían acompañadas de algo más líquido, de color naranja: parte del vodka que había bebido y que me subía desde el estómago. No pasó mucho tiempo sin que esos restos llegasen a mi coño, empapándolo, y de ahí a la cara de Lucía, que se afanaba en ponerme cada vez más cachonda a base de lamerme el clítoris y meterme un par de dedos en el coño.
– Me estás empapando, Nat. Pero no dejes de chuparla. A mi padre le gusta mucho que se la mames, y no tengas miedo, aguanta bastante sin correrse.
Entonces cambiamos un poco, mientras Lucía nos preparaba otro “pelotazo”, –así llamaban ellos a los vasos de vodka–, esta vez sin naranja porque solo habían subido la botella de vodka.
Yo me tumbé de espaldas en la cama, con las piernas dobladas y abiertas y Juan encima de mí con su boca encima de mi coño y su polla cerca de mi cabeza, –haciendo un 69–. Yo abría la boca todo lo que podía, cogía su polla y me la metía dentro. Entonces Juan apretaba y su polla se deslizaba por encima de mi lengua y llegaba hasta la entrada de mi garganta.
Cada poco tiempo tenía que sacarla para que yo pudiera respirar, porque el aire que cogía por la nariz no me era suficiente y notaba que me ahogaba. Poco a poco su polla se deslizaba un poco más adentro y al cabo de un cuarto de hora o cosa así ya me entraba con mayor facilidad, aunque en el fondo no pasaba ni de la mitad, puesto que su polla mide algo más de veinte centímetros y es gruesa.
A todo esto, Lucía siguió bebiendo y yo ya me encontraba bastante mareada, pero cada vez me gustaba más todo lo que hacíamos. Nunca había disfrutado tanto en una sesión de sexo, y aun me quedaba lo mejor; que Juan me la metiera. Desde luego que esto era muy diferente y mucho mejor que a todo lo que estaba acostumbrada.
Mientras tanto, Juan no se limitarme a lamerme el coño sino que metía su lengua dentro de mi chocho, de manera que, entre su saliva y mi flujo, lo tenía ya completamente empapado. Mis tetas estaban a reventar de tiesas y duras y ardía en deseos de ser follada. Así que una de las veces que me sacó la polla de la boca se lo pedí.
-Juan, por favor, métemela en el coño cuanto antes; estoy cachondísima. ¡Fóllame, Juan! ¡Fóllame!
Nos dimos la vuelta y me puse boca arriba con las piernas totalmente abiertas ofreciéndole mi coñito para que me lo perforase y Juan acercó su polla a mi chocho y empezó a empujar hasta que consiguió meter el capullo.
Me dolió bastante, a pesar de lo mojada que estaba, porque su polla es enorme; bueno, al menos para el tamaño de mi coño, pero una vez dentro se deslizaba con cierta facilidad, aunque enseguida notaba que tropezaba con el fondo de mi vagina y solo conseguía que me metiera poco más de la mitad. Juan empujaba y empujaba pero tropezaba con el cérvix y no había forma de que profundizara más. Yo aún tenía solo quince años, y menos de dos meses de actividad sexual. Todavía estaba casi virgen para la penetración de una polla tan grande.
A pesar de todo Juan seguía empujando, metiendo y sacando. El roce de su capullo con las paredes de mi coño me hacía lanzar gemidos de placer, acercándome cada vez más al orgasmo más intenso de mi corta vida sexual. Levanté cuanto pude mis piernas y con ellas rodeé la cintura de Juan, elevando mi pelvis todo lo que podía, porque quería sentir dentro de mi coño toda la enorme polla de Juan, quien seguía empujando.
Le dije a Juan que estaba a punto de correrme y dijo que no me preocupase porque él también estaba dispuesto a hacerlo enseguida. Pero decidió cambiar de postura para dilatar un poco nuestro orgasmo y que fuera todavía más intenso.
Hizo que me pusiera arrodillada en la cama, a cuatro patas, con los antebrazos apoyados en el colchón de forma que mi trasero quedase en pompa para que él me pudiera meter la polla por el coño en una mejor posición. ¡Y vaya si me la metió! Del primer intento metió más de la mitad y entonces empezó a bombear en mi coño, con embestidas cada vez más fuertes, más rápidas y más intensas que me hacían gritar como si me estuviera abriendo en canal. Me dolía el coño, ¡ya lo creo que me dolía!, cada vez que sentía estrellarse la polla en el fondo de mi coño, pero estaba cada vez más excitada y empujaba atrás con mi culo para sentir su polla más dentro de mí.
No sé el tiempo que estuvo follándome de esa manera, pero su experiencia le llevó a retardar la corrida hasta que yo empecé a contraerme y tensarme, como preludio de mi orgasmo, y entonces, cuando más apretaba yo mi chocho contra su polla para sentirla lo más profundo posible, noté un chorro caliente bien dentro de mi coño y luego otro y luego otro, y entonces me corrí lanzando alaridos como una loca.
– ¡ME CORRO! ¡ME CORROOOOO! –Grité una y otra vez, mientras me convulsionaba en medio del orgasmo más intenso experimentado hasta entonces.
Aquel fue mi primer polvo real. Hasta aquel día siempre había jodido con condón, por lo que nadie se había corrido antes dentro de mi coño. Para mí fue una sensación nueva, muy, pero que muy placentera; y extraordinaria, tan extraordinaria que casi sin recuperarme de mi primera corrida tuve un segundo orgasmo casi de inmediato, porque a pesar de correrse Juan seguía percutiendo en mi coño con su polla que seguía tan dura como al principio de follarme.
Mi respiración era muy agitada y entrecortada, por lo que Juan mantuvo aún su polla dentro de mí un tiempo, mientras yo recuperaba la normalidad de la respiración. Al fin me tranquilicé y Juan se decidió a sacarla.
Durante el tiempo que duró nuestra cópula nos habíamos olvidado completamente de Lucía.
Mientras nosotros jodíamos ella se había metido un enorme vibrador dentro de su coño y otro más pequeño dentro del culo y los tenía en marcha mientras se pellizcaba las tetas y bebía a morro de la botella de vodka, que casi habíamos vaciado entre los tres.
– Mira, Nat. Para que celebres tu primer polvo adulto, con un hombre de verdad, debes beberte un vaso de vodka bien mezclado.
Yo estaba todavía en la nube a la que Juan me había transportado con su maravillosa follada y la contesté sin apenas pensar lo que decía.
– Como tú quieras, Lucía. Tú eres la experta.
Lucía cogió dos copitas y se vino hacía mí. Una la llenó de vodka y colocó la otra justo debajo de mi coño para recoger toda la leche que Juan me había echado dentro, que ya me escurría, saliendo mezclada con mis flujos vaginales. Consiguió una buena cantidad. Terminó de llenar la copa con vodka. Luego se acercó a mí y me las ofreció.
– Toma, Nat. Pruébalo. Beberte la leche del primer polvo te traerá buena suerte y nunca te faltará una buena polla cuando la necesites.
Yo creo que eso es algo que se le ocurrió a Lucía en ese momento, porque ya estaba bastante borracha. Yo estaba tan borracha o más que ella, y la verdad es que no era capaz de pensar nada con claridad.
Cogí la copita con la leche de Juan y mis flujos vaginales mezclados con vodka y me lo bebí de un trago. A continuación pedí a Lucía otra copita de vodka, esta vez a palo seco, sin nada de semen ni flujo. Me supo a rayos, me raspó la garganta, y me hizo toser repetidamente, a la vez que me vino una arcada y parte de la bebida me salió por las comisuras de la boca y me escurrió hasta las tetas.
– Lucía; creo que será mejor que vayas preparando los biberones, –pidió Juan.
Yo estaba medio recostada en el suelo, junto a la cama.
– Tómate esta pastilla, Nat. Te despejará.
Juan me dio una pastilla con un poco de agua. Me la tomé como si fuera una autómata y Juan me dejó descansando, recostada en un rincón.
– Verás como muy pronto te encontrarás bien, Nat y si quieres, podrás volver a follar…, y a beber. La noche es joven, jajaja.
Y esto es solo el inicio de una de las historias.
Si me queréis contactar: [email protected]
Me ha gustado mucho. Bien desarrollado sin ir al folleto sin más. Me gusta el desarrollo de la situación
Gracias por tu comentario. Si quieres más detalles o sugerirme algo, ya tienes mi mail.
Esa es la forma en que concibo las historias que escribo. Han de tener un marco y un contexto determinado, sin que eso signifique que luego no puedan desbarrar y tener episodios de alta intensidad.
Gran relato.
Detallas todo lo sucedido muy bien.
Te felicito.
Gracias por tu comentario. Es la forma en que suelo escribir mis historias. Pretendo rodearlas de un contexto en el cual se deselvuelven. a las que a veces voy incorporando nuevos personajes como forma de enriquecerlas.
Espectacular relato. Una iniciación increscendo.
Esperamos pronto, nuevos relatos.