NATASHA Y EL PROFESOR DE GIMNASIA
Tras su primera follada con un adulto maduro, Nat y Lucía preparan lo que va a ser su primera visita a esa fiesta a la que están invitadas..
Capítulo 2
A continuación Lucía se sacó su consolador del culo, se puso a cuatro patas encima de la cama y presentó el culo a su padre, que inmediatamente le metió la polla, que aún mantenía su erección.
Se la folló un buen rato por el culo y cuando iba a correrse, se la sacó; Lucía se dio la vuelta y ofreció a su padre la boca abierta para que él se corriera dentro. Le echó unos buenos chorros de leche y Lucía cerró la boca y se vino a mi lado, me besó y me pasó parte de la leche de su padre, balbuceando que debíamos compartir las leches de nuestros hombres, como las dos buenas golfas que éramos.
Lucía estaba muy borracha, –se le notaba al hablar, igual que a mí, pero se mantenía lúcida y coordinaba–. Después me dijo que hacía casi un año que se emborrachaba a tope cada fin de semana.
En la media hora que aproximadamente duró su follada yo me había recuperado bastante de mi mareo y había vuelto a ponerme cachonda viendo cómo Lucía recibía la polla de su padre en el culo, mientras seguía teniendo el otro consolador metido en su coño.
Yo estaba empapada de arriba abajo; sobre todo con las babas que me habían salido al meterme Juan la polla en la boca, así como de las arcadas acompañadas de las bebidas que había medio vomitado. También el coño y mis muslos estaban bastante mojados a consecuencia de mis flujos vaginales y de los restos de la corrida de Juan.
Un ratito después Lucía se sacó el consolador del coño y pasamos a la ducha para asearnos un poco.
El agua fresca de la ducha ayudó mucho a despejar mi borrachera y, aunque tenía la cabeza un poco pesada, coordinaba con toda claridad mis palabras y andaba ya sin titubeos. También me bajó un poco el calentón sexual que tenía, aunque seguía deseando volver a follar.
Eran ya casi las diez de la noche, por lo que Juan preparó una cena ligera y luego pasamos al salón para charlar un poco y seguir bebiendo. Ah, se me olvidaba: después de la ducha no nos volvimos a vestir y continuamos estando desnudos. Era agosto y el calor acompañaba.
Juan nos preparó unas copitas de vodka, poco vodka, sin naranja, que Juan me recomendó que saborease muy lentamente para absorber mejor el alcohol y aguantar más cantidad y más tiempo.
– Bebe despacio, Nat. No tengas prisa. Tenemos toda la noche y mañana es sábado y no hace falta que madruguemos ¿De acuerdo?
– Como quieras. Es la primera vez que hago esto y creo que me va a sentar fatal. No he bebido con exceso nunca, apenas un par de chupitos, y hoy ya me he emborrachado una vez. Si sigo bebiendo será peor. Seguro que me voy a emborrachar mucho más.
– No te preocupes, Nat. Si te emborrachas, yo te cuidaré. Es lo que hago siempre con Lucía. Pero si no quieres seguir bebiendo, no pasa nada. Ya habrá más días.
– Pues yo voy a hacer como casi todos los fines de semana. Voy a seguir bebiendo hasta que esté muy borracha. Hace ya casi un año que lo hago. Me gusta mucho y a mi padre no le importa.
– Pero eso es muy peligroso, Lucía.
– Yo hace ya un año que me emborracho casi todos los fines de semana y no me ha pasado nada. Muchas chicas de nuestra edad lo hacen en la calle, en los botellones; yo tengo la ventaja de hacerlo en casa, con mi padre, que siempre me cuida. Aquí, en casa, cuando ya estoy medio borracha, me pongo la bebida en un biberón de plástico, como los de los bebés, y chupo de la tetina. Así si se me cae no se vierte, ni se rompe, ni mancha, ni nada. Con un vaso, o con la botella, se pueden romper y cortarte con los cristales.
A mi todo aquello me pillaba de nuevas, pero había disfrutado tanto jodiendo y bebiendo que ya había perdido el control y estaba dispuesta a probar lo que fuera, si eso me hacía disfrutar más del sexo.
Lucía me preparó un biberón con cuarto litro de vodka y algo de naranja. Me lo dio y dijo que tenía que durarme al menos una hora, para aguantar más, y que cuando lo terminase ya me prepararía otro, si hacía falta.
Juan la dejaba hacer mientras se fumaba un buen cigarro.
A continuación Lucía me puso un poco en antecedentes de cuál había sido su proceso hasta llegar a la situación actual.
Al cumplir los 14 años empezaba a estar lo que los chicos decían maciza. Juan habló con ella sobre el sexo y los chicos y Lucía le confesó que ya se había morreado con alguno, incluso le habían sobado las tetas y ella había hecho ya alguna paja a un par de compañeros de clase. También le dijo que se masturbaba en la cama frotándose el clítoris con los dedos hasta correrse.
Juan dijo que eso no tenía importancia, que era una necesidad natural de las personas y que todas las prohibiciones sobre ello eran consecuencia de las enseñanzas religiosas, en las que ninguno de los dos creía. En algunas culturas se veía el sexo como una actividad más del ser humano; como el vestirse o alimentarse, y no existía traba alguna ni sentido de propiedad, sino que satisfacían sus necesidades con aquel que en cada momento les apetecía, con la única limitación de que tanto el hombre como la mujer estuvieran de acuerdo y ambos desearan practicarlo. Sin que mediaran imposiciones.
Tampoco existían tabúes de edad y podían satisfacer sus necesidades entre familiares, no teniendo necesidad de ocultarse para practicarlo, y las cópulas podían perfectamente realizarse en presencia del resto de la comunidad, sin vergüenza de ningún tipo. Es decir: para ellos el sexo era una cosa totalmente natural y no lo consideraban vedado para nadie ni prohibido por sus dioses.
La llamada “civilización” había traído cosas muy buenas, eso era indudable, pero también incorporó una serie de convencionalismos, sobre todo de tipo religioso, que rodeó de un concepto de pecado todo lo referente al sexo, salvo que se cumplieran unas determinadas reglas; naturalmente, las que se imponían por parte de la jerarquía religiosa de cada etnia o grupo social..
Así que creía que era conveniente que ella descubriera el sexo poco a poco y de la mano de alguien con experiencia que la pudiera aconsejar y enseñar en la práctica, para que cuando se le presentaran las ocasiones entre la sociedad en que vivía supiese cómo actuar en cada caso y no ser víctima de aprovechados y oportunistas que pudieran abusar de ella.
Como todas nosotras, Lucía tenía del sexo una idea como de algo misterioso y apetecible por lo que suponía de desconocido y prohibido, –como el fumar o el beber alcohol–, así que se quedó alucinada y muy contenta de que su padre no la hubiese abroncado por los escarceos amorosos tenidos con los chicos, –ella se esperaba que la soltara un buen sermón, dijera que tuviera mucho cuidado y que eso estaba muy mal– El caso es que Lucía le dijo a su padre que le quería mucho y que le gustaría que fuese él el que la enseñase todo lo que necesitara saber, ya que al no tener madre ni hermanas mayores solo podía hablar de ello con las compañeras de clase, tan crías como ella y llenas de fantasías, prejuicios y reprensiones.
Desde entonces Juan empezó a guiarla en cómo masturbarse mejor, enseñándole a retardar su orgasmo para disfrutar más tiempo. Cómo encontrar la forma de darse placer de forma permanente mediante la introducción de pequeñas salchichas en el coño y mantenerlas dentro durante un tiempo y cosas por el estilo.
A partir de ese momento todos los días al llegar a casa del colegio se desnudaba y esperaba a su padre en pelotas, estudiando o haciendo cosas de la casa. Tenía siempre a mano una bata por si llamaba alguna vecina o persona desconocida poder abrir la puerta pero si era su padre el que llegaba salía a recibirle con una sonrisa y su joven cuerpo libre de ropas. Se besaban en la boca nada más llegar y continuaban cada uno con sus tareas. Lucía dijo a su padre que no le parecía justo que ella estuviera desnuda y él vestido, por lo que Juan también se quitaba la ropa al llegar. Faltaban un par de meses para cumplir los quince años cuando tuvo esa conversación con su padre.
Poco a poco empezaron a verse no sólo como padre e hija, sino también como hombre y mujer y a sentirse atraídos de forma animal. Lucía lo descubrió enseguida, un día en que su padre empezó a tener una erección.
-¿Estás cachondo, papá?
-¿Tú qué crees, hija?
-Pues mastúrbate o, mejor, déjame que te masturbe yo. Tú me masturbas a mi cada día así que ¿por qué no voy a poder hacerlo yo cuando le necesites?
Juan se rindió ante la lógica de su hija y Lucía le hizo su primera paja.
Juan se corrió casi inmediatamente, lanzando su esperma sobre el pecho de Lucía. Cuando terminó de correrse Lucía le besó el capullo, sintiendo en sus labios el sabor tan peculiar del semen al pasar por ellos su lengua.
Metió en su boca el capullo, que dejó en ella las últimas gotas de la eyaculación. Sacó el capullo y enseñó la boca a su padre y se tragó los restos de esperma. Luego recogió con sus dedos los chorreones que tenía sobre sus tetas y vientre y se los llevó a la boca. Su padre besó apasionadamente a Lucía y ella le devolvió los besos, metiéndose respectivamente la lengua mientras rodaban por la cama de su padre.
Al acabar, Lucía le preguntó si se había quedado satisfecho. Completamente, respondió su padre.
Lucía le dijo que ella se había excitado mucho y que le apetecía, no ya que la masturbase, sino que la penetrara por primera vez.
Juan dijo que como eso tenía que ocurrir un día u otro, que de acuerdo; ¿para qué iban a esperar más?
Antes de cenar Juan preparó un pequeño aperitivo compuesto de frutos secos regado con zumo de naranja.
Tras la cena pasaron al salón, donde Juan le puso un chupito pequeño de vodka y le dio una pastilla. Puso una cinta en el video en la que se veía a algunas chicas tan jovencitas como ella follando con diversas personas mayores.
Con el zumo, la pastilla, y el vodka, además de la visión de la cinta, Lucía estaba excitadísima y deseando que su padre la follara, así que pasaron a la habitación donde a lo largo de una hora su padre la estuvo acariciando las tetas, pellizcándole los pezones, rozándole el clítoris con su capullo y metiéndole alguno de sus dedos en el coño. También la comió el coño por primera vez, lamiendo sus labios mayores y el clítoris, metiendo su lengua en su vagina en busca de los labios menores y lubricando con su saliva todo el interior de esa cueva que estaba a punto de explorar por primera vez.
Lucía por su parte se metía el capullo en la boca y procuraba chuparle la polla lo mejor posible y cuanto más dentro mejor, cuidando de no rozarlo con los dientes. También ella tuvo varias arcadas con abundante producción de babas espesas que le corrían por la barbilla, el cuello y las tetas.
Hasta que llegó el momento de sentir dentro de su coño la polla de su padre, cosa que hizo su padre con gran delicadeza, metiendo el glande y al sentir el freno del himen, parando y volviéndolo a meter una y otra vez, procurando hacerlo cada vez un poco más intensamente, hasta que Lucía, que cada vez estaba más cachonda y excitada empezó a exigirle que se la metiera toda.
-Papá, ¡fóllame! Estoy muy cachonda, quiero que me la metas toda, porfa, papi, ¡¡FÓLLAME!! ´
– Te advierto que va a dolerte un poco, ¿de verdad quieres que te la meta toda entera?
– Sí, papá. Lo estoy deseando; ¡fóllame ya!, por favor.
Juan le avisó antes de hacer la fuerza necesaria para perforar el himen, y descargó su fuerza con una embestida que se llevó por delante el virgo de Lucía.
Ella soltó un grito y Juan se detuvo, sin sacar la polla, esperando que Lucía asimilase el dolor y se calmara un poco, mientras se echaba sobre ella, la besaba y acariciaba sus tetas, pellizcando sus pezones y tirando de ellos para excitarla más.
Cuando Juan sintió que el pubis y la pelvis de Lucía comenzaban a intentar elevarse, Juan comenzó unos movimientos de vaivén con su polla, metiéndola y sacándola a lo largo de su vagina, pero sin que saliera por completo; eso sí follándola hasta lo más profundo de su coño, entrando y saliendo hasta que ella y su padre intensificaron sus movimientos hasta que se corrieron casi al mismo tiempo. Su padre le dio a Lucía a probar sus propios jugos, cogiéndolos de su coño con sus dedos, que Lucía lamía hasta no dejar gota alguna.
En menos de media hora estaban los dos volviendo a follar con renovadas fuerzas hasta correrse de nuevo, y luego una tercera vez.
En poco más de una hora Lucía fue penetrada tres veces corriéndose y disfrutando ambos de la leche y de los jugos vaginales de Lucía.
Al final un nuevo chupito de vodka para celebrarlo, asearse y a dormir porque el día siguiente había que ir al colegio.
Esa noche fue la primera que durmieron juntos y ya nunca ha vuelto Lucía a dormir sola en su cama. Durante los dos siguientes meses Lucía y su padre continuaron follando a diario.
Ahora duermen los dos juntos como si fueran una pareja y ninguna noche le falta a Lucía el correspondiente polvo.
Lucía conseguía meterse la polla cada vez más dentro de su boca y empezaba a deslizarla a través de su garganta, cada vez más profundamente, aunque eso le costaba no sólo las correspondientes arcadas, sino algún que otro vómito completo. También la penetración en su vagina era cada vez más fácil, aunque no conseguía aceptarla completamente en su interior (eran unos veinte centímetros para un coño de solo 15 años y apenas dos meses de actividad)
Al cabo de esos dos meses Lucía advirtió que no le llegaba la regla. Su padre compró un método de verificación de embarazo y, efectivamente, Lucía estaba embarazada.
Lucía se asustó al principio pero su padre le dijo que no se preocupara porque él iba a ocuparse de solucionarlo por medio de un amigo médico, y siguieron jodiendo como si nada. Un par de meses después Lucía tuvo su primer aborto, –tenía quince años recién cumplidos.
Durante esos cuatro meses Lucía siguió bebiendo vodka a diario después de cada polvo, pero los fines de semana, al no tener que madrugar el día siguiente ni tener que ir despejada al colegio, la cantidad de vodka que bebía se fue haciendo cada vez mayor, de manera que muchos viernes y sábados acababa completamente borracha. De esa manera Lucía se fue haciendo adicta al alcohol.
El aborto tuvo lugar en Guadalajara, en la finca que te contaba de las fiestas, donde tienen una habitación convertida en pequeño quirófano en el que practican los abortos a las niñas que se quedan preñadas en sus fiestas, que son bastante frecuentes.
La casa es de un grupo extranjero que la tiene como lugar en el que graban videos de menores practicando el sexo en todas sus variedades, que luego venden en Europa. A ella solo acuden gentes de reconocida solvencia económica, a las que les gusta joder con jovencitas, –ninguna de ellas llega a los 18 años–. El precio a pagar por el aborto es participar en una orgía organizada para grabar un video, en la que la niña es jodida por un indeterminado número de hombres maduros, generalmente en torno a los diez.
La chica tiene que estar dispuesta a todo lo que le hagan, así como a beber alcohol hasta caer completamente borracha. Esa es la razón de que les añadan dosis de cocaína, porque esa droga contrarresta los efectos del alcohol y les permite beber mucho más sin caer borrachas a la media hora, además de que la cocaína estimula el apetito sexual lo que les hace desear más y más pollas, a veces lo complementan con los convenientes afrodisiacos que administran en gotas añadidas a la bebida, lo que hace a las niñas insaciables, en cuanto a practicar sexo se refiere.
El fin de semana que hicieron abortar a Lucía, 12 hombres la jodieron el viernes y se bebió alrededor de dos botellas de vodka a lo largo del día. El sábado otra orgía similar, y el domingo le hicieron el aborto.
Superado su aborto, Lucía siguió follando con su padre, bebiendo hasta emborracharse todos los fines de semana y empezó a consumir cocaína, en poca cantidad y solo los fines de semana. Luego se echó encima el viaje de fin de curso y el resto ya lo sabeis.
Lucía me contó esto en el salón de su casa, mientras Juan se fumaba un puro y yo ya me había bebido la mitad de mi biberón de vodka con naranja.
Le pregunté si yo también debía tomar cocaína y me dijo que sí. Que podía dejarlo y no seguir, pero que si quería continuar jodiendo y bebiendo esa noche era mejor que lo tomase. Así que ella misma preparó una pequeña rayita para que yo la esnifase, se preparó otra para ella, un poco más gruesa que la mía, vi cómo Lucía la esnifaba y a continuación la imité con la mía.
Escuchando su relato yo me había puesto de nuevo muy excitada y ardía en deseos de que terminase Juan el puro, -le quedaba ya poco-, para que me la metiera de nuevo, así que no me quise resistir y seguí bebiendo, dispuesta a volver a disfrutar del sexo cuanto antes.
Juan se terminó el puro y empezó a meter su mano entre mis piernas, por el interior de los muslos, hasta llegar a mi coño, que volvía a estar ardiente y húmedo.
Yo inmediatamente abrí mis piernas todo lo que pude. Estábamos en el salón y esta vez no subimos al dormitorio, sino que en el mismo sofá me tumbó boca arriba y se puso encima de mí haciendo un 69, en el que su polla entraba en mi boca de forma bestial, al tiempo que con sus dientes mordía los labios de mi vulva y mi clítoris.
La cocaína y el alcohol habían disparado mis apetencias y sólo ansiaba que sus embestidas fueran cada vez más brutales, aunque sentía el daño que me producían; pero ese dolor me excitaba aún más y deseaba que siguiera. Las babas me cubrían toda la cara, tumbada como estaba y me escurrían por las orejas hasta empapar mi pelo.
Cuando cambiamos de posición aproveché para pegar un buen trago del biberón, del que dejé sólo una mínima cantidad.
Mientras tanto, Lucía volvía a entretenerse con sus vibradores, había llenado de nuevo su biberón, y al ver el mío prácticamente vacío procedió a reponerlo, ahora ya con más vodka que naranja.
Al cambiar de posición Juan se dedicó de lleno a introducir su enorme polla en mi pequeño coño. Evidentemente eso no resultaba en absoluto nada fácil. Su polla era grandísima y mi coño seguía siendo el de una cría de escasos 16 años, por muy excitada y estimulada que estuviera por el alcohol y la cocaína.
Sin embargo me resultaba imposible dejar de pedirle una y otra vez que la metiera toda entera, al tiempo que abría mis piernas con desesperación, buscando facilitar al máximo la entrada de su polla.
-Por favor, Juan, por favor, métemela toda, le pedía. Hazme el daño que sea necesario, pero méteme toda tu polla en mi coño. Necesito que me jodas con todas tus fuerzas, –gritaba.
Lucía asistía como espectadora y a pesar de tener sus dos agujeros llenos con los vibradores, cogió mi biberón recién rellenado y me lo acercó a los labios. Yo chupé con ansia el vodka al tiempo que Lucía me mordía los pezones, hasta casi hacerlos sangrar. Juan, por su parte, seguía empujando con su polla, que cada vez entraba más y más en mi coño, hasta meter bastante más de la mitad. De ahí era imposible pasar, a pesar de que yo arqueaba mi culo hacia arriba para apretarme más contra el vientre de Juan. Los esfuerzos me habían cubierto completamente de sudor y no dejaba de gritar, –menos mal que el chalet está un poco retirado y tenía las persianas totalmente bajadas–, en parte por el dolor que me producía Juan y por mis totalmente descontroladas ansias de sentir toda su polla dentro de mi coño.
Al cabo de casi una hora de incesante follar, chorreando sudor y restos de babas, tuve el orgasmo más impresionante de mi vida, –Lucía dice que estuve más de un minuto corriéndome–, al tiempo que Juan me inundaba de nuevo con su leche.
Cuando Juan se quitó de sobre mí, pedí a Lucía que me sacara toda la leche del chocho porque quería bebérmela sin dejar una sola gota. Así que con un vaso recogió todo lo que caía de mi coño y luego con una cuchara, metiéndola dentro, siguió sacando leche mezclada con mis flujos vaginales. En total llenó medio vasito, que me bebí lentamente, saboreando cada sorbito y cada gota, hasta el final, limpiando con mis dedos las paredes del vaso para no dejar rastro alguno de semen. A continuación le di un buen viaje al segundo biberón, hasta dejar menos de la mitad, y quedé profundamente exhausta, sin fuerza alguna para moverme.
Lucía puso a mi lado un juego de vibradores de diversos tamaños y grosores para que fuera practicando mientras ella y su padre echaban otro buen polvo, –me dijo.
Juan se tomó un buen vaso de vodka y Lucía se puso casi de inmediato a chupar la polla de su padre para que alcanzara una nueva erección.
Cuando la consiguió, Lucía y su padre me dieron una buena exhibición de cómo disfrutar del sexo más de una hora seguida. Metiéndola en el coño; luego volviéndola a chupar, –Lucía se traga entera la polla de su padre–, y luego babeando a mares, de manera que al poco tiempo de chuparla tenía sus tetas, vientre, y pelo del coño absolutamente encharcados. Más tarde Juan le metió a Lucía la polla por el culo, también hasta el fondo, –qué envidia tenía yo en esos momentos–, mientras Lucía se metía en el coño unos de sus vibradores.
Yo no perdía ojo y, mientras, me metía en el coño el vibrador más grande que podía y lo hacía de un solo golpe, hasta notarlo en el fondo de mi coño y sentir el dolor que me producía el repetido golpe contra el cuello de mi útero, –entonces no tenía idea de donde procedía el dolor, solo lo sentía–. A cada dolor respondía con un golpe más fuerte que el anterior, como si desease abrir más y más mi agujero para que de una puta vez me entrase toda la polla. Al mismo tiempo seguía bebiendo, hasta terminarme el segundo biberón.
Por fin Juan se corrió de nuevo en la boca de Lucía, que otra vez vino a compartir conmigo la leche que acababa de recibir de su padre. Me mando abrir la boca y se puso sobre mí, dejando caer la leche de su boca a la mía, diciéndome que no me la tragara todavía. Mantuve la leche en mi boca y me pidió que se la devolviese. Lo hicimos un par de veces y cada vez la leche estaba más líquida, acompañada de nuestras respectivas salivas y babas. Al final nos la tragamos a medias y de remate otro buen trago del biberón, con lo que yo terminé definitivamente el mío. Descansamos un poco y llenamos de nuevo los biberones, –el cuarto para Lucía y el tercero para mí–, aunque no eran biberones grandes, más o menos de cuarto de litro, como mucho.
Juan puso de nuevo el video por donde nos habíamos quedado, con lo que mientras hablábamos un poco terminamos de ver cómo Vanesa y Lorena se quedaban en pelotas y subían a sus habitaciones y Lucía hacía lo mismo.
Lucía me dijo que en esa fiesta entraron en su habitación tres tíos que la follaron por todos sus agujeros y luego cogió una de sus mayores borracheras, de la que no despertó hasta el mediodía del sábado. Suerte para ella que uno de los tíos era su padre.
Mientras estábamos viendo el video yo seguía bebiendo de mi biberón, pero al poco tiempo se me empezó a nublar la vista y antes de poder acabarlo me desmayé, completamente borracha. Serían como las dos de la mañana.
Me desperté casi al mediodía del sábado. Estaba en la cama de Juan, junto a Lucía que, aún dormida, estaba abrazada a un biberón del que apenas quedaba nada. Creo que era el cuarto.
Juan llegó al poco tiempo y me preguntó qué tal estaba.
Le contesté que ahora bien, aunque la cabeza me daba mil vueltas, pero que no me acordaba nada de cómo acabé la noche.
Me dijo que era muy normal y que para no haberme emborrachado nunca había aguantado más de lo que esperaba. Me fui a la ducha y el agua fría acabó de despejarme y cuando ya estaba arreglada apareció Lucía medio tambaleante, terminándose el resto del biberón, ¡nada más despertarse!
Juan me dijo que no era la primera vez que, al despertarse después de la borrachera del viernes, continuaba bebiendo el sábado nada más despertarse, pasándose el día bebiendo continuamente, empalmando dos días seguidos en permanente borrachera, con los correspondientes polvos que él y sus amigos la podían echar.
Sin embargo esa mañana ya no bebió más porque tenían la fiesta de Guadalajara y se reservaba para ella. Allí pensaba pasarse la noche entera borracha y follando.
Nos dimos un buen baño en la piscina. Nos arreglamos bien guapos los tres y nos fuimos a comer a un restaurante del pueblo. Luego volvimos a casa, otro bañito en la piscina y unos pelotazos en el salón, para coger el tono para la noche.
Me preguntaron si les acompañaría a la fiesta y dije que me daba muchísimo morbo lo de no saber quiénes eran los que me iban a follar, así que de acuerdo; sería una más en la orgía.
Juan me dijo que sin cumplir los dieciséis años probablemente sería de las más jóvenes que habían pasado por la finca, descontando a Lucía, que abortó a punto de cumplir los quince.
Antes de salir para la fiesta, además de la cocaína y los tres vodkas que ya nos habíamos tomado, Lucía me dio un par de pastillas para que me las tomase al final de la cena. Dijo que en cosa de una hora me producirían un gran “subidón” que me permitiría estar mas de dos horas seguidas follando sin parar y bebiendo lo que quisiera.
Eran casi las ocho de la tarde cuando íbamos a salir y entonces se me ocurrió que mis abuelos podrían llamar por teléfono al chalet para ver qué tal estaba o algo así, y se lo dije a Juan.
Me respondió que todo estaba previsto y controlado; habían dejado el teléfono del chalet con el desvío de llamadas al móvil de Juan, así que si llamaban mis abuelos sonaría su móvil y contestaríamos como si estuviésemos en casa. Como la juerga de la jodienda no empezaría hasta cerca de las 12 de la noche no habría problema alguno, ya que mis abuelos siempre se van a dormir alrededor de las 10 de la noche, o poco más. Cuando la cosa estuviera bien caliente ellos ya estarían dormiditos en la cama.
Cuando llegamos a Guadalajara habían pasado las nueve de la noche y la cena iba a empezar sobre las diez. Nos concentramos en el salón, donde nos sirvieron unas copas. Nosotras nos tomamos unos vodkas.
Al poco rato aparecieron Vanesa y Lorena, que apenas se sorprendieron cuando me vieron, porque estaban enteradas de que Lucía y Juan intentarían llevarme a la fiesta del grupo.
No conocía a nadie más, claro, porque todavía no conocía a los padres de Vanesa y Lorena. El padre era el abogado de las empresas del dueño de la finca.
Antes de cenar hubo una llamada general a todos los invitados para proceder a mi presentación ante el grupo.
Me presentaron como lo que era, una niña que estaba a punto de cumplir los dieciséis años, ansiosa de nuevas experiencias, y que solamente hacía dos meses que me había iniciado en la vida sexual, aunque las referencias mías que les había facilitado Juan auguraban que era una niña llamada a convertirme en corto plazo en una de las protagonistas más importantes del grupo. También les pidieron que fuesen considerados conmigo y no me forzaran en exceso, pues estaba aún muy “tiernita” –fue la expresión–, añadiendo que aún no había experimentado ninguna penetración anal.
La cena transcurrió muy vacilona, llena de alusiones a la juerga que después nos íbamos a correr, y casi todas las miradas, sobre todo las de los hombres, se dirigían a donde yo me encontraba, ya que era la cara nueva de la reunión y, por lo tanto, la más apetecible de todas, –supongo por lo de la novedad, jajaja.
Una vez terminada la cena yo aproveché un momento en que la gente empezaba a levantarse de la mesa, para tomarme las dos pastillas que Lucía me había dado. Después pasamos a la sala de la mesa grande para establecer un mejor conocimiento entre los que aún no se conocían y, sobre todo, para efectuar el juego de las cartas y distribuir a los participantes.
En conjunto éramos también cuatro niñas; Lucía, Vanesa, Lorena y yo. En cuanto a los tíos eran un total de trece. Colocaron las cuatro bolas grandes de color, para las niñas, y doce pequeñas, tres de cada color para los hombres; eso hacía que para hombres sólo había 12 bolas, pero así se aseguraban que cada una de nosotras tendríamos tres hombres y una tendría cuatro. Para ello el primer hombre que se quedase en pelotas elegiría a qué color iba, aunque sin decirlo, sino que subiría la escalera y se metería en la habitación que prefiriese. No tenía ninguna ventaja, ya que si algunas ya nos habíamos quedado en pelotas y estábamos en nuestra habitación, como no enseñábamos la bola, él no sabría la que ocupaba y podía aprovechar y meterse con ella o meterse en otra, no sabiendo donde estaba o estábamos las que nos hubiésemos despelotado antes.
Me centraré en los desnudos de las chicas. La primera en elegir carta fue Vanesa y se quitó la falda. Luego me tocó a mí quitarme el sujetador, para lo cual me tuve que desabrochar la blusa mientras todos los ojos no se separaban de mí, para ver mis tetas. Me quité la blusa y así me vieron mucho mejor al quitarme el sujetador porque me quedé por unos momentos desnuda de cintura para arriba. Lo hice despacio para que me vieran bien y luego me volví a poner la blusa. Lucía se quitó las bragas, enseñando el coño mientras lo hacía y luego Lorena se quitó los zapatos. A continuación vino el sujetador de Vanesa, mi falda, la camiseta de Lucía y las bragas de Lorena.
Y por hoy ya está bien. En el próximo capítulo comenzaré con cómo fueron quedándose las chicas en pelotas para subir a las habitaciones.
Ya sabéis; si me queréis contactar: [email protected]
Que morbo saber que existe este tipo de reuniones