Náufragos – Última parte
El paraíso no puede durar para siempre.
Era una atardecer de fuego. Todo el horizonte se tiñó de hermosos colores a la par que el sol se ocultaba del otro lado de la isla. Pude encender un fuego bien grande. La verdad es que tenía hambre en serio. Mi compañerita de placeres se ponía la manita sobre el estómago, y me miraba como esperando que la alimentara, mientras me miraba pícaramente.
Ya estaba casi oscuro, así que Sandrita y yo nos sentamos frente al fuego preguntándonos que sería de Nat y Raquel, cuando en eso ellos aparecieron de la oscuridad. Traían agua fresca, frutas y peces, todo lo necesario para un banquete, un consuelo para nuestra pobre vida de náufragos!
Los dos estaban totalmente desnudos, la mamá y el hijo, así que la ropa ya no parecía importarles.
“Era hora que llegaran! Nos tenían preocupados!” les dije en tono de reproche.
“Salimos tarde a buscar agua y comida,” me respondió ella.
“Bueno, habrán estado muy entretenidos esta tarde….” Le dije, mirándola de arriba abajo, devorando con mis ojos su cuerpo desnudo. Qué hembra más hermosa!
“Ah!! Y ustedes dos no se habrán aburrido supongo!” me respondió ella lanzando una carcajada.
Me puse a limpiar los peces con el único cuchillo que teníamos mientras Raquel le quitaba toda la ropa a su pequeña hija y se los llevaba a ambos hasta la orilla del mar para lavarlos. Había luna llena, era una noche clara y cálida, bien como un paraíso soñado!
Mientras me ocupaba de preparar la cena, me puse a pensar en la desgracia que estábamos pasando, solos en una isla, sin comodidades, con una horrible incertidumbre sobre el futuro, pero al mismo tiempo, pensé en lo privilegiados que éramos por estar en semejante jardín del edén, y más que nada pensé en la libertad total de que gozábamos, sin los tabúes de la sociedad, libres de disfrutarnos y de amarnos sin límites ni prohibiciones.
Los miraba sentado junto a la fogata, lo felices se veían, las risas y los juegos pícaros entre el suave oleaje, y supe que los tres eran míos, mi nueva familia que el destino me regalaba.
Volvieron al rato empapados y felices. Entonces disfrutamos una rica cena. Raquel y yo, luego nos sentamos lado a lado, apoyando nuestras espaldas contra un tronco, mientras los hermanitos corrían y jugaban alrededor del fuego.
“La pasaste rico con Sandrita?” me preguntó, susurrándome al oído
“Sí Raquel, sí…. Es deliciosa la nena…” Le dije, no ocultando más lo mucho que me gustaba.
“Imagino que te la habrás cogido de verdad… Nat y yo, nos hicimos de todo…” siguió con toda naturalidad.
“Se la metiste entera o solo la mitad? Esa verga grandota que tenés” siguió, ahora claramente buscando calentarme
Yo era el único que conservaba algo de ropa y Raquel ya estaba con su mano palpándome el bulto, mientras seguía hablándome sucio al oído.
“Mirá qué linda mi nena! Que cuerpito tan tentador con solo ocho añitos…. Me dan ganas de comérmela yo esta noche!” siguió la mamá, llevándose una mano entre las piernas!
Que mierda!… pensé yo, y me quité los pantalones para disfrutar también del momento.
Los dos adultos comenzamos a excitarnos cada vez más, mirando a los hermanitos que corrían y jugaban desnudos alrededor del fuego. Ella me agarró la verga y empezó a hacerme una rica paja, mientras seguía incitándome a gozar de la niña y el niño. Yo le pasé una mano por atrás y le metí un dedo en el culo, para excitarla también, como si fuera necesario!
“Mmmm!!! Nat me quiso meter su pijita por el culo pero no pudo. Lo vas a ayudar al nene a hacerme el orto?” me preguntó. “Quiero que me coja por adelante y por atrás también…” siguió la guacha de la madre haciéndome hervir la sangre.
En un momento dado, los chicos se dieron cuenta de lo calientes que estábamos y con qué ganas los mirábamos! Nos vieron sentados con las piernas abiertas, mi pija bien parada y la concha de la mamá toda mojada y abierta. Nos vieron masturbándonos mientras los mirábamos con muchas ganas. Entonces los muy pícaros se acercaron un poco a nosotros para que los viéramos mejor y sin más vueltas, se empezaron a besuquear de lo lindo y a tocarse, para ser como los “grandes”.
Era de lo más erótico verlos besándose de lengua y cómo se acariciaban, tratando que nosotros les viéramos todo.
“Llevemos los chicos a la chocita… la nena es para mí esta noche…” volvió a susurrar Raquel en mi oído… esta vez con la voz ronca por el deseo!
Continuará…
(mi telegram es @hecnd si quieren charlar algo en privado)
La dejé que casi arrastrara a Sandrita al pequeño refugio. Raquel era una loba hambrienta que estaba descontrolada de lujuria!
“Vamos a poner más madera al fuego.” Le dije a Nat, tratando de hacerme el desentendido, pero con mi pija bamboleándose delante de mí, dura como un palo, era difícil disimular mi estado.
El nene me ayudó como todo un hombrecito, pero el pobre también tenía una rica erección, con los huevitos para arriba porque la pijita la tenía bien alzada. Debía ser la mitad de larga que la mía y menos de la mitad de gruesa.
Me volví a sentar contra el tronco frente al fuego, de ahí podía ver como Raquel se la devoraba a Sandrita, y podía disfrutar del espectáculo.
Entonces Nat se me acercó un poco tímidamente, y se paró entre mis piernas abiertas mientras yo me acariciaba la verga, despacito, gozando tranquilo. Me di cuenta que el chico necesitaba atención y lo atraje hacia mí. Lo senté sobre mis piernas para besarlo un poco. Me acordaba bien que besaba casi mejor que la hermanita.
El niño se me prendió como ventosa, abriendo su boquita para matarnos con besos de lengua. Lo hacía más que bien, y sentí su aliento excitado junto con su pijita, caliente y parada, frotándose contra la mía.
Ya podíamos sentir los gemidos de la mamá y la nena, que se estaban chupeteando entre las piernas, la una a la otra. Pronto empezaron nuestros propios gemidos, a medida que los frotamientos nos calentaban más y más.
“Te gusta la verga grande de papá Nat?” le pregunté, mientras él asentía sin pronunciar palabra y trataba de seguir buscando mis besos de lengua, que obviamente lo calentaban mucho. Le acaricié el culito, el ano, y sentí como le palpitaba al tacto de mis dedos.
“Me gustás porque sos igual de lindo que tu hermanita, pero como no tenés concha, te la voy a tener que meter por el culito!” Le susurro al oído, mientras le voy metiendo un dedo
“Tu hermanita se salvó porque solo tiene 8 añitos, pero vos tenés 10, y te la voy a meter entera!” le digo, gimiendo de calentura!
El mueve la cabecita como asintiendo, y con una vocecita suave me pide que me lo coja!
“Ponete como perrito….” Le digo, ya no aguantándome más.
El me hizo caso en seguida, se puso en cuatro, separó bien las rodillas y movió el culito para tentarme. Me puse de atrás y agarrándome la chota se la froté contra su ano calentito.
“Metésela toda Héctor!” escuche a Raquel de pronto, que tenía a su hijita chupándole bien la concha. Ella quería ver al nene convertido en mujercita, eso la excitaba mucho a la mamá.
Se la clavé toda, casi de una! Nat pegó un gritito pero se la bancó. Me lo cogí con ganas al chiquito, como lo haría un animal, y no paré hasta acabarle adentro del culito. Mientras, le manosee la poronguita y me deleité viendo a Sandrita comiéndose el sexo de su mami, como si fuera la más deliciosa fruta.
Raquel y yo empezamos a gemir, acabando casi al mismo tiempo, gozando a los chicos, y mirándonos con lujuria a los ojos.
Quedamos todos boqueando de la excitación.
Después de un rato, lo llevé a Nat junto a las hembras, y nos acurrucamos todos juntos, compartiendo dulces caricias y besos entre todos hasta quedarnos dormidos.
Y así fue nuestra vida en aquella isla. No pensábamos en la soledad ni en el peligro de estar solos. Teníamos en general suficiente para comer, aunque hubo algunos días malos, cuando no podíamos pescar nada por ejemplo. Pero siempre nos consolábamos con el sexo y el amor que nos teníamos.
Generalmente Nat estaba con su mamá. La pija de a poquito le iba creciendo y la podía satisfacer mejor a su mami. Se la podía meter más adentro.
Yo estaba casi siempre con Sandrita y poco a poco le pude meter la verga más y más adentro. La nena me adoraba y yo a ella. Nos decíamos cosas dulces y yo me la cogía cada noche, o a veces de día.
Igual seguíamos teniendo momentos especiales, todos con todos, noches de celebración les decíamos, pero que eran pequeñas orgías en realidad.
Perdí la cuenta de los días y de los meses, y ya no me preocupé más por el paso del tiempo, pero en base al clima pudimos saber cuándo, aproximadamente, habíamos pasado un año ya en la isla. Si al menos un año! La nena ya tendría nueve añitos seguramente y Nat once!
Éramos felices a nuestra manera y muy unidos.
Temprano una tarde, ocurrió algo inesperado, fue un momento que no puedo olvidar.
Vi a Sandrita parada sobre la arena, con sus dulces ojos clavados en el horizonte, y señalaba a lo lejos con su manito.
Entonces lo ví. Era un barco y ya habían bajado un bote se dirigía derecho hacia nosotros que, por supuesto, estábamos todos desnudos!
“Rápido Raquel, chicos!” exclamé, “tenemos que ponernos ropa, busquen!”
“Pero por qué? Qué pasa?!” preguntaba Raquel hasta que le señalé el bote y el barco a la distancia.
“Nos vienen a rescatar Mamá?” preguntó Nat a su adorada mamita.
“Sí, eso parece…. Que…. Qué alegría!” dije, con un dejo amargo en mi voz.
“Papá, ¿vamos a poder seguir queriéndonos como ahora cuando nos rescaten?” me preguntó la nena inocentemente.
Raquel y yo, nos miramos a los ojos. La alegría por el inminente rescate estaba, pero ensombrecida por la forma en que seguramente tendríamos que vivir al volver a la sociedad. Era como una separación, una pérdida.
“No te preocupes, amorcito.” Le dije a mi nena, “Mamá y yo vamos a casarnos para poder seguir viviendo juntos.” Le dije, mirando a Raquel, que asintió con su cabeza y al fin esbozó una leve y casi forzada sonrisa.
Esperamos de pie en la arena a que el bote llegara. Eran marineros ingleses con rumbo a la India. El capitán fue muy amable y nos llenó de atenciones, asombrado por nuestra historia. A los niños les explicamos que ni soñando podían mostrarse cariñosos ni entre ellos ni con nosotros, al menos no de la forma que más les gustaba y a la que estaban acostumbrados.
Esa noche, yo estaba bañado y afeitado. Raquel peinada, y los niños, bueno…. no había ropa para niños en el barco, así que hubo que coser con algunas telas algo que no estuviera completamente raído o en harapos.
Al capitán le dijimos que estábamos casados obviamente y nos dio un camarote privado para los padres. Nat y Sandrita tendrían que dormir en el camarote general de la tripulación, en unas hamacas colgantes, lo cual les pareció re-divertido.
Esa primera noche, juntos en la cama, Raquel y yo estuvimos al borde de las lágrimas, extrañando a nuestros pequeños amores. Nos consolamos un poco con caricias y besos, pero no nos alcanzaba.
En un momento dado, la cara de Raquel se iluminó de alegría.
“Tengo una idea!” me dijo. “No vamos a volver nada a San Francisco ni a la verdadera civilización! Podemos ir a vivir a la plantación de mi padre en Borneo! Allá todo es bien salvaje, casi como la isla, y papá tiene muchos sirvientes, familias que trabajan los campos, y seguro que va a estar más que contento de verme, y a los chicos también los va a querer, eso es seguro, que le va a encantar tenerlos….” Siguió ella en una catarata de palabras. Y yo noté un tono especial en su voz, y una mirada de esas que ya le conocía cuando se excitaba sexualmente.
“Vamos a Borneo entonces, vamos a La Plantación” le dije, no pudiendo siquiera imaginar lo que allí nos esperaría.
Continuará como “La Plantación”.
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