NO LE DIGAS A MAMI: MARINA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rxxa4.
En una tarde fría de invierno, el vecindario se encontraba muy tranquilo.
Todos se encontraban en sus casas pasando un buen rato en familia.
El hogar de la familia García era, una casa de dos plantas de un estilo moderno y de color salmón claro, era muy cómodo para ellos que eran una familia pequeña, conformada por la señora Irma de 30 años, de 1.
65 de estatura, piel blanca, esbelta, con un trasero muy bien formado y senos talla 34c, de cabello lacio color castaño hasta los hombros, muy responsable, cariñosa con su familia y una buena ama de casa; el señor Gerardo de 35 años, vendedor de seguros de vida, de 1.
68 de estatura, piel blanca, algo rollizo sin llegar a ser gordo, cabello lacio negro peinado de raya hacia su costado izquierdo, siempre porta anteojos, un hombre muy responsable y amoroso con su familia; y por último, pero no menos importante, tenemos a la pequeña Marina de 10 años, de 1.
47 de estatura, piel blanca, cabello castaño y lacio a los hombros como su mamá, con un cuerpo apenas en desarrollo, excelente estudiante, becada, del quinto año de primaria en la escuela del vecindario.
Los tres se encontraban disfrutando del calor que les ofrecía su hogar, haciendo cada quien algo distinto, pero reunidos en familia.
Mientras Irma se encontraba en la cocina viendo el interior de su refrigerador, pensando en que prepararía para el almuerzo, Gerardo se encontraba leyendo sentado en un cobertor en el suelo, para ser más claros en la mesita de centro de la sala, un ejemplar de la revista Car and Driver, admirando automóviles que solo en sueños podría tener a la vez que disfrutaba de una deliciosa taza de chocolate caliente, y Marina se encontraba frente a su padre, sentada del lado opuesto a él, bebiendo lo mismo mientras observaba a su padre leer.
De pronto, Irma se para al lado de ellos, usando un suéter color gris y sosteniendo una bolsa de mezclilla resistente.
– Voy al supermercado.
Necesito comprar algunas cosas para la cena.
– dijo ella.
– ¿Necesitas dinero? – pregunto su marido.
– No.
Todavía cuento con algo de lo que me diste en esta quincena.
– Por si las dudas ten quinientos pesos más.
– el hombre le dijo sacando un billete de dicha denominación y extendiendo su brazo hacia a ella para que lo tomara.
– Ok.
Aunque no hace falta.
¿Mari quieres acompañarme o te quedas en casa con papi? – preguntó a la pequeña.
– Me quedo mami.
Hace mucho frío y aquí en casa esta calentito.
– dijo la niña.
– Muy bien entonces me voy.
– dijo Irma.
La joven mujer antes de irse dio un beso en la frente a la niña y uno en los labios a su esposo, una muestra del amor que les tenía.
Salió de su casa, decidida a caminar hacia su destino para no usar la camioneta, pues el supermercado se encontraba a diez minutos caminando.
Marina observó a su padre leer por un par de minutos más, cuando éste cierra la revista y la coloca en la mesita.
El hombre miró a su hija directamente a los ojos, con su rostro algo serio, mientras ella le devolvía la mirada.
De pronto, se levantó y caminó hacia detrás de su hija para cerrar las cortinas del gran ventanal.
Volteó a ver a su hija y la niña se volteó también para verlo.
Cruzaron miradas nuevamente y ambos sonrieron, pues se encontraban solos una vez más y disfrutarían de su juego secreto.
La niña se puso de pie y sin desviar su mirada de la de su padre, levantó su vestido color café, dejando a la vista de su progenitor sus pantaletas blancas con lunares de varios colores, adornadas con un moñito en la parte del frente bajo el elástico.
Gerardo dio un paso hacia el frente y se agachó, se inclinó un poco hacia el frente y colocó su nariz justo en la vagina de su hija, aspirando ese aroma característico de niña.
Luego de esto se separó un poco, colocó sus manos en los costados de las pantaletas de Marina y jaló la prenda hacia abajo, encontrando nula resistencia por parte de la niña.
Levantó su cabeza y de nuevo miró a su retoño a los ojos quien tenía una sonrisa pícara.
Su mano derecha se levantó y con su dedo índice comenzó a frotar la infantil rayita.
– Que suave tienes tu puchita bebé.
– dijo el hombre.
Marina solo sonrió y se dejó hacer.
El dedo se movía lento sobre la vagina, haciendo sentir a Marina una gran sensación, la niña miraba cómo la mano de su padre se movía, mientras de su puchita comenzaba a salir algo de humedad.
Debido al gran placer que empezaba a sentir, no pudo evitar cerrar sus ojitos, relajándose y dejándose levar por lo que sentía.
Aquel juego secreto lo habían jugado desde hace dos años, cuando Marina tenía ocho añitos, un día que Irma fue a visitar a su hermana en otra ciudad, a cuatro horas de donde vivían.
Como la niña debía asistir a clases, decidieron que ella iría sola y Gerardo y su hija se quedarían.
A partir de ahí ambos compartían ese caliente secreto.
La niña abrió su boquita, dejando escapar un largo y gutural gemido lleno de placer.
– ¡Aaaaaaaaaah!
En ese momento, Irma se encontraba en la sección de frutas y verduras del supermercado, mientras seleccionaba unas grandes, redondas y apetitosas naranjas.
Había planeado preparar naranjada para acompañar al pollo a la jardinera que cocinaría.
Tomando su tiempo, revisaba la fruta y así poder elegir la de mejor calidad para su familia.
En casa, Gerardo, quien ya se había quitado sus pantalones, estando cubierto de la cintura para abajo solo con bóxer y con camisa morada, se encontraba besando tiernamente los dulces labios de su pequeña hija, sumergido en un mar de pasión.
Un par de minutos después, se separó de los labios de la niña y la miró nuevamente directo a sus ojitos.
En ellos notaba la excitación que ella tenía, y además denotaban amor.
La pequeña Marina se encontraba profundamente enamorada de su propio padre.
Deseaba que ese momento nunca terminara, y jugar el juego secreto con papi para siempre.
Gerardo se puso de pie y la nena se arrodillo frente a él, quedando su prominente bulto frente a ella.
Tomó el bóxer negro de su padre del elástico y jaló hacia abajo, liberando el miembro semi erecto de su padre.
La nena agarró con su manita la verga de su padre y comenzó a masturbarlo lentamente, descubriendo la cabeza rojiza con calma.
– ¡Oooh Mari! Así mi niña, así.
– gemía su padre.
– ¿Lo estoy haciendo bien papi? – preguntó la niña con carita inocente.
– Sí bebé.
¡Oooh! Lo haces de maravilla.
– contestó a su retoño.
– ¿Y qué tal si hago esto?
En ese momento, Marina comenzó a atacar a lengüetadas el prepucio de su papi, haciéndolo tocar el paraíso.
– ¡AAAH SI! – gritó de placer el hombre.
Marina dio unas cuantas lengüetadas más y de pronto, cubrió con sus labios la cabeza rojiza y movió su lengua en círculos para después comenzar a meterse la barra larga de carne en su boquita.
En la sección de carnes frías del supermercado, Irma probaba una pequeña porción gratis de salchicha.
– Esta es la salchicha favorita de mi niña.
Me llevaré un kilo.
– dijo la mujer sin saber que su hijita estaba saboreando en ese momento la que en realidad era su salchicha favorita.
Marina había logrado meter en su dulce boca la mitad de la verga de su papá, mamando y degustando esos diez centímetros de carne que apenas logró meter, dejando secos otros diez centímetros de esa daga.
Sus ojitos permanecían cerrados, mientras disfrutaba del sabor de esa gran verga.
– Así mi niña.
¡Aaah Mari! – gemía Gerardo mientras sostenía la cabeza de la pequeña, marcando el ritmo que debía llevar.
El hombre se encontraba absorto.
No sabía donde estaba, quién era, ni la fecha de ese momento.
Su excitación estaba al máximo, pues el placer de sentir la húmeda y cálida boquita de su hija era indescriptible.
De pronto, sintió como sus huevos se inflamaban, y su verga se endurecía cada vez más, hasta que por instinto sostuvo la cabecita de la niña por la parte posterior mientras llegaba a su orgasmo, disparando chorros y chorros dentro de la boquita de su nena, quien hizo un gran esfuerzo por beberse la leche calentita de su papi.
– ¡AAAAAAAGHH! – gimió Gerardo vaciando su semen.
– Papi, salió mucha.
– dijo la niña derramando solo un poco de semen que atrapo con su mano.
– Y todavía me queda más bebé.
Pero no me gusta que se desperdicie, así que comete lo que se derramó en tu mano.
– dijo el hombre con voz tranquila.
– Si papi.
– La niña llevo su manita hasta su boca y lamiendo tres veces ingirió los restos de semen de su papi, sin provocarle asco, sino todo lo contrario.
Entonces, Gerardo se recostó en el suelo y le dijo a su niña que era hora de hacer un sesenta y nueve.
La pequeña tomó la orden con naturalidad, pues ya sabía en qué consistía esta famosa posición del kamasutra.
Estando en esa posición, Gerardo llevó su dedo corazón a su boca y lo llenó de saliva, para inmediatamente después meterlo en la vaginita de la pequeña, mientras ella chupaba la verga de su papi.
– ¡Aaaah! ¡Papi! – gemía la niña sacándose un momento el trozo de carne.
El hombre siguió con su labor, metiendo y sacando el dedo de la rayita de su hija, proporcionándole un inmenso placer, aunque debido a esto, no podía concentrarse mucho en chupar la erecta daga.
Un par de minutos después, Gerardo jaló un poco a su hija para que con tan solo levantar su cabeza pudiera chuparle su conchita.
En lo que él lengüeteaba, besaba, succionaba y mordía un poco la vagina, desde sus labios gorditos hasta el clítoris, la nena lo pajeaba.
Mientras tanto, Irma iba de camino a cajas, para poder pagar la despensa que llevaba para el consumo de su familia, sonriendo por lo feliz que era con su familia, pues tenía un marido preocupado por todos los gastos de la casa y muy cariñoso con ella y con su hija.
Y tenía razón, era muy cariñoso, especialmente con la pequeña.
En casa, Gerardo se encontraba acostado con la verga erecta, mientras Marina lentamente bajaba su cuerpo para poder insertarse la verga en su panochita.
Sin dejar de mirar a su padre, la niña le sonrió cuando sintió la cabeza del pene en la entrada de su vagina, anidándose pronto en esta.
La niña comenzó el descenso sintiendo como avanzaba la verga de su papi hacia su interior.
Pronto esta llegaba hasta el fondo, siendo solo once centímetros los que le entraban.
Se quedó quieta por unos segundos y luego comenzó con la cabalgata, sacando la verga casi por completo para volver a meterla hasta el fondo a un buen ritmo.
– ¡Aaaaah, aaaaah, aaaaah! ¡Paaaapiiii! – gemía Marina.
– Eso pequeña sigue.
Así.
Dale placer a tu padre.
– decía el hombre.
Él no hacía ningún movimiento, permitiéndole primero gozar a su hija a su propio ritmo, relajándose mientras ella hacía su labor.
– ¡Mmm, aaah, aaah! – continuaba gozando mientras cabalga esa sabrosa verga.
La vagina de la niña comenzó a segregar cada vez más fluidos, permitiendo que la verga entrara con más facilidad, y a su vez permitiendo que los chasquidos por el roce de los sexos de ambos dieran la ambientación perfecta para aquella morbosa situación.
La nena recordó en ese momento, la primera vez que su papi logró meterle el pene a sus ocho añitos, después de varias semanas intentándolo para así dar un paso más en aquel juego que había iniciado cuando ella tenía siete años.
Gerardo se incorporó y metiendo sus manos debajo del vestidito de la niña y llegando hasta sus diminutas tetitas, dándole un suave masaje a los pezones que comenzaban a despertar por la excitación.
Estuvo así por unos segundos para después abrazar a su pequeña demostrándole su cariño, claro está sin que ella dejara de moverse.
– ¡PAAAAPIIII! – gritaba poseída por el placer mientras tenía su primer orgasmo.
Por su parte, Irma ya se encontraba pagando las compras que había realizado, y se disponía volver a su hogar.
El padre de familia ya había puesto a la niña en el suelo recargándose sobre sus brazos mientras con ella teniendo las piernas abiertas y al aire debajo de él, embistiendo con su verga a aquella tierna vaginita.
– ¡Aaaaah, aaaaah! – jadeaba Marina.
– ¡Uuuufffff, uuuufffff! – pujaba aquel macho alfa.
– ¡PAAAAAAPIIIIIII! ¡AAAAAAAHH! – debido a lo excitada que estaba, la pequeña llegó a su segundo orgasmo tres minutos después del primero.
Después de esto, el padre de familia hizo que cambiaran de posición colocándola sobre la mesita de centro en posición de perrito, ahora embistiendo a mayor velocidad.
La mesita crujía por el brusco movimiento, pero él seguía con lo suyo, disminuyendo de vez en cuando para hacer pequeños círculos, gozando de la cuevita infantil.
Irma iba camino a casa cuando una de sus amigas chismosas la intercepta para contarle lo último que acontecía por el lugar, distrayéndola un poco.
Nuevamente habían cambiado de posición, la niña estaba abierta de piernas mientras su padre le sujetaba estas en lo que él metía y sacaba su dura verga a gran velocidad.
– ¡Oooh sí! ¡Ooooh, ooooh! – gemía Gerardo.
– ¡Aaaaaah! ¡Aay! – gozaba la pequeña pero también se quejaba debido a la intensidad de la cogida.
– ¡Uuuufffff! ¡Maaariiii! ¡Ooooh! ¡Tu coñito es delicioso! – la alagaba para excitarla aún más.
– ¡Dame papiii! ¡Dame más duro! ¡Aaaaaaah! – gritaba y gritaba Marina.
El calor de sus cuerpos estaba al máximo, la lujuria se había apoderado por completo de ellos.
En cualquier momento el desenlace de aquel incestuoso y morboso encuentro llegaría.
El movimiento de cadera de ambos aumentaba, haciendo de la cogida casi una danza desenfrenada pero rítmica.
La verga recorría todo el interior de la vagina, haciendo que segregara más y más jugos, formándose espuma alrededor de la entrada de ésta.
El aroma a sexo perfumaba el lugar, volviendo a ambos completamente locos, rebajándolos a animales deseosos de sexo.
No les importaba nada, si llegaba Irma no les importaría, su única meta era llegar al punto máximo de excitación.
– ¡AAAAAAAAAHHH! – grito Marina llegando a su tercer orgasmo, convulsionándose de tanto placer.
– ¡GAAAAAAAAAGH! – bufó el hombre mientras se vaciaba dentro de aquella caliente vagina de su niña.
Pero, a pesar de haber llegado a su segundo y tercer orgasmo respectivamente, el hombre y la pequeña no pararon, moviendo todavía sus caderas.
Gerardo seguía moviendo su cadera, metiendo y sacando su gran verga mientras su niña aguantaba las embestidas.
– ¡Paaapiii! ¡Sigue! ¡Siiiiiigueeeee! – demandaba la nena.
La cogida se prolongo diez minutos más, hasta que nuevamente su orgasmo llegó, dejándolos totalmente exhaustos.
– Aaah… Papi… gracias… – dijo la pequeña jadeando, toda exhausta.
– Gracias… aaaah… ti… mi niña.
– contestó el hombre con el mismo cansancio que su pequeña.
Gerardo sacó la verga de la vagina de su hija y estaba a punto de darle un beso, cuando escucharon que la puerta metálica color blanco de la barda se abría, haciendo que rápidamente se acomodaran la ropa y sentándose en su respectivo lugar para seguir bebiendo su taza de chocolate, el cual no se derramó milagrosamente aún con los bruscos movimientos de ellos.
La puerta de la casa se abrió y entró Irma caminando hacia la cocina.
– Ya llegué.
– dijo mientras recorría el pasillo.
Gerardo y Marina miraron espantados hacia el suelo, a un metro y algunos centímetros, las pantaletas de la niña se encontraban tiradas, haciendo que sus corazones latieran con intensidad.
Afortunadamente la mujer siguió de largo su recorrido sin voltear a verlos, sacándoles un suspiro de alivio a ambos.
– ¡Mari! ¡Ven a ayudarme! – gritó estando ya en la cocina.
– ¡Si mamá! ¡Solo voy al baño y te ayudo! – gritó la niña levantándose.
Caminó hacia donde estaban sus pantaletitas y las tomó, regresó hacia donde su padre y le plantó un sonoro beso en los labios.
– Te amo papi.
– dijo la pequeña y caminó hacia el pasillo.
Pero antes de recorrerlo para ir al baño, se dio la vuelta y levantó su vestido mostrándole a su padre como chorreaba su vagina el caliente semen.
– No le digas a mami.
– dijo la niña con su dedo en la boca en señal de silencio y guiñándole su ojo derecho.
Quiero una segunda parte, por favor, demaciado bueno el relato.