Números
Continúo narrando cómo adquirí una ran experiencia en masturbarme a raiz de que me enseñó mi hermano y cuántas veces lograba venirme en seco, antes de empezar a producir leche..
Números.
Gracias a la enseñanza de mi hermano dos años mayor, como ya he contado en otro anécdota, cuando tenía yo 11 años, supe lo que en verdad era masturbarse.
Tan pronto empecé a experimentar el orgasmo, yo estaba feliz de gozar mi pito. Era increíble que con un movimiento tan sencillo apareciera un placer tan grande.
Buscaba en todo momento la ocasión de sacarme el pito y hacerlo disfrutar.
Al llegar de la escuela, lo primero que hacía era encerrarme en el baño. De inmediato me bajaba el calzón y a darle.
También en la escuela hallaba la oportunidad de masturbarme. Igualmente me encerraba en el baño, aunque algunas veces fui más atrevido y me escondía detrás de una torre de agua o incluso me subí a la azotea y allí, colocándome en cuclillas, me sacaba el pito y me lo pelaba hasta venirme.
Me encantaba sentir mi pito tieso, bajarme el cuero y mirarme la cabecita amoratada, acariciarme los huevitos arrugados. ¡Era un juguete hermoso! Y era maravilloso que siendo un pito de niño, ya me proporcionara tal gozo, el disfrute de los adultos.
En cada sesión me hacía no menos de tres chaquetas, sujetándome el pito como si estuviera agarrando un taco y así me movía el pellejo tapando y destapando la cabeza como me enseñó mi hermano.
Era fabuloso jalarme el cuero lentamente, luego rápido, otra vez lento y así, para que después de varios minutos de estar meneándolo, empezara a sentir rico, sentir el delicioso hormigueo que me llenaba el pito de placer de abajo hacia arriba, desde el pubis hasta llegar a la punta. ¡Era el exquisito orgasmo! ¡Me estaba viniendo en seco!
Entonces poco a poco disminuía el meneo de mi mano mientras gozaba el orgasmo, murmurando para mí mismo: Ya se fomentó…….. yaaase.. fo….men…tooooó….., ya-se… fo-men…toooooó… (refiriéndome a que mis caricias lograban llevarme a ese punto, o sea «fomentaban» esa sensación)
Detenía mi movimiento y terminaba de disfrutar, suspiraba, pasaba saliva, me quedaba mirando mi lindo pito y esperaba así unos minutos.
Cuando me reponía comenzaba de nuevo aquel juego tan sabroso.
Noté que con la excitación, empezaba a producir una especie de babita transparente que me salía de los labios del pito, había empezado a producir lubricante. Desde luego, la curiosidad me hizo probarlo, con el dedo me quitaba la gota y me la comía. Al principio no tenía sabor, pero conforme pasaban los días, llegó a tener un saborcito ligeramente salado muy sabroso.
Era una chaqueta tras otra, en ocasiones me hice cinco, seis y hasta siete en una sola sesión. Era tan largo el chaqueteo que con frecuencia después de la segunda me salía espuma en la cabeza.
En ciertas ocasiones, incluso me llegué a sacar ampolla en el pellejo por tanta fricción con mis dedos. Pero eso no me detenía, hallaba la forma de sujetar el cuero en otro lado para no sentir el ardor y seguir gozando el exquisito placer sexual.
También me di cuenta que, para evitar la resequedad que me producía tanto jaloneo, convenía lubricar la cabeza, así que pronto aprendí a ensalivarla, ya fuera recogiendo de mi boca la saliva con los dedos y untándola en la punta del pito, o de plano escupiéndole. Muy pronto adquirí la habilidad de dejar caer la saliva exactamente en la cabeza, atinándole siempre.
Ya era todo un chaquetero y me encantaba. Hubo veces en que a lo largo de todo el día, logré provocarme 15 venidas en seco.
La excitación venía tan solo de mirarme el pito de niño que maduraba rápidamente, pero también en ciertos momentos pensaba en la noche de mi entrenamiento con mi hermano, o también pensaba en mujeres, cuerpos sin rostro.
Del mismo modo venían a mi mente los recuerdos de cuando jugaba encuerado con mi prima Lety, pensaba en su cuerpo de niña, su riquísima puchita lampiña, su pepita levantada. Pensaba en las chichis grandes y blancas de Clara. Recordaba el pito de mi primo, hermano de Lety y cómo nos lo llegamos a chupar algunas veces.
Pero sobre todo la imagen de una verga me calentaba.
Una vez que me compró mi mamá calzones, en la envoltura venía una foto de una trusa modelada por algún jovencito, sólo se veía del ombligo hacia abajo, una parte de las piernas, pero era suficiente para mí, me gustaba cómo se marcaba el bulto del modelo y guardé en mi cajón aquella etiqueta.
A veces la tenía a la vista durante la sesión de chaqueteo. Hasta que desapareció. Seguramente mi mamá la encontró en mi cajón y la consideró basura.
Fue en esa época que tan fácilmente se me ponía tieso el pito, que aumentó mi curiosidad y en una ocasión espié a mi hermana Raquel bañándose. Como no teníamos regadera, en alguna de las habitaciones de la casa se colocaba una tina y al lado una cubeta grande donde mezclábamos el agua fría y caliente, para bañarnos con jícara. Tampoco había puertas en los cuartos y al convertirlas en cuarto de baño se tapaban con una cobija.
Esa tarde sólo estábamos ella y yo en la casa y como yo andaba afuera, cuando se preparó el baño no tapó la entrada. La casa estaba inconclusa y lo que sería después otra habitación, tenía provisionalmente una tabla para cubrirla, pero había varias rendijas que permitían mirar al interior.
Por ahí me asomé para verla bañarse, tendría 21 o 22 años. Estaba sentada dentro de la tina echándose agua con la bandeja. Tenía un cuerpazo. Se le veían las tetas lindísimas, no muy grandes, pero si bien formadas y paraditas.
Sólo la espié unos segundos y huí, con remordimiento de conciencia por mi morbosidad.
De cualquier modo, esa noche fue un buen recuerdo para motivarme a la hora de estarme dando gusto en el pito.
¡Qué deliciosa era la sensación de venirme, de “fomentar” el placer con mi hábil manoseo!
Los orgasmos eran uno tras otro, uno tras otro, sin descanso. Sólo me detenía lo indispensable para gozar la venida en seco, suspirar y otra vez a jugar con mi pellejo, subiendo y bajando en la cabeza amoratada. A veces cerraba los ojos, imaginando lo que he mencionado, otras no dejaba de contemplar mi hermoso pito con apariencia aún infantil, pero tieso, que empezaba rápidamente a ponerse más moreno y comenzaba a aumentar de tamaño, pero aún me lo sujetaba con los dedos, no ameritaba usar toda la mano, porque todavía no crecía lo suficiente.
Su tamaño me permitía mover la mano rapidísimo al jalar el cuero una y otra vez y, como era tan larga cada sesión, en varias ocasiones la mano se me entumecía. La llegaba a sentir dormida después del largo jaloneo y a veces punto de alcanzar el placer, pero no me importaba, aún así, seguía jalando aunque me doliera, hasta el “fomento” la riquísima venida. Entonces bajaba poco a poco la velocidad hasta detenerme y al pasar el entumecimiento, otra vez, a repetir el sabroso juego.
En ciertas ocasiones intenté jalarme el pellejo con la mano izquierda, pero como soy diestro no había desarrollado esa habilidad y no coordinaba bien el chaqueteo, así que mejor esperaba a que mi mano derecha se aliviara para seguir con mi rica ocupación. Fueron muchos años después que aprendí a usar la izquierda hasta volverse mi favorita.
Como dije, era en todos lados, en la cama al estar acostado, me bajaba un poco el calzón o hasta debajo de las nalgas y así me las hacía; cuando me metía en el baño a darme gusto, me sentaba en la taza y así me procuraba el placer, al bañarme ni se diga. La posición que más me gustaba era de rodillas, con las piernas abiertas, levantando la pelvis; esto siempre lo hacía a medio baño, después de haberme lavado el pelo y la cara, porque lógicamente lo que seguía era lavarme el cuerpo y al empezar a enjabonarme, mis caricias me excitaban y se me paraba el pito.
Como de hecho aún era un niño, mi mamá me tallaba la espalda, era una costumbre en casa, no teníamos el cepillo necesario y si no estaba ella, alguna de mis hermanas lo hacía. Uno le avisaba que ya quería que lo tallaran y entraban a hacerlo. Sólo un par de veces, o no más de tres, me talló mi hermano, y eso de mala gana. Pocas veces lo hizo mi papá.
Una vez le pedí a mi hermana Conny que me tallara y cuando entró, me dijo: si quieres, déjate tu calzón. No entendí bien por qué me dijo eso, pero así le hice. En realidad tanto mis papás como mis hermanas y hermano me conocían encuerado. Pienso que tal vez era porque ya se me empezaba a ver un pito adulto y quizá temió excitarse. De hecho con el calzón mojado se me formaba un bulto muy rico, entre niño y adulto.
Pero ya como chaquetero, pedir que entraran se tardaba mucho más, pues me hacía mis chaquetas antes de pedir ese favor. De modo que una vez, como pasaba rato y yo no pedía la ayuda, mi mamá entró a la habitación donde estaba metido en la tina, justo cuando me estaba jalando el pellejo con fuerza, diciendo: Yo ya voy a entrar, porque no dices nada.
Sorprendido solté de inmediato mi pito que por el susto, perdió rápidamente la erección, y encuerado no tenía ni cómo cubrirme, pero me moví tratando de dar la espalda y ocultar mi sexo excitado.
Sin agregar nada, me talló la espalda mientras yo mustio, nervioso y avergonzado, guardaba silencio. Terminó el tallado y salió sin agregar nada. Pero yo creo que mi mamá se dio cuenta de lo que estaba haciendo, porque a los pocos días, mi papá dijo algo molesto que yo debía ya bañarme solo.
Y en efecto, no volvieron a tallarme la espalda, tuve qué aprender a hacerlo.
Pero lo qué más aprendía, ¡era a darme gusto! Y creo que había aprendido antes que la mayoría de mis compañeros de escuela.
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