Oscuros deseos de una madre.
—Tómame … Entra en mí, que no resisto más el deseo de tenerte dentro de mí … Entra en el vientre de tú madre … Fóllame, hijo … Quiero sentirte hasta el fondo y que me llenes con tú lechita ….
Bueno, me casé ilusionada de haber encontrado mi otra mitad, pero al correr de los años me di cuenta de que era yo quien se esforzaba por mantener viva la llamita del amor, solo que los vientos borrascosos soplaban cada vez con mayor fuerza y finalmente las brasas se consumieron y no hubo más combustión. Nos divorciamos hace tres años y él finalmente se alejó con otra mujer. No volvimos a vernos, me quedé sola con mi hijo al cual le quedaban todavía tres años de enseñanza media. Él estaba en la época del pavo y vivió nuestra separación un poco de lejos, estaba más interesado en sus amigos, juegos y actividades deportivas. Por un lado, me alegré por él, ya que me angustiaba de que él fuera afectado por este divorcio que tuvo sus altos y bajos. Yo me encerraba en la soledad de mi cuarto y lloraba a mares, pero frente a mi hijo siempre me mostraba fuerte, tranquila y sonriente.
Mi hijo Alberto, me recompensaba con un excelente rendimiento en sus actividades escolásticas, así yo me esforzaba de cumplir con todas sus necesidades, bueno, no todas, me di cuenta especialmente de ello un día que nos mandaron a todos a casa a conectarnos en teletrabajo debido a la pandemia, también mi hijo tenía clases virtuales via internet. Entré silenciosamente para no disturbar sus clases, pero él no estaba en su cuarto, deposité mi cartera y mis carpetas, me puse las pantuflas para andar en casa y pasando cerca del baño escuché el sonido de la ducha, Alberto se duchaba, de reflejo abrí la puerta y me encontré a mi hijo de pie bajo el agua con su pija en una mano y la ducha teléfono en la otra. Estaba tan ensimismado en su actividad que ni siquiera me escucho abrir la puerta, se masturbaba como cada muchacho de su edad, solo que jamás había presenciado a nadie hacerlo, ni siquiera a mi exmarido.
La situación era extraña, quizás porque llevaba un par de años sin tener relaciones íntimas, me fije en su pene, ¡Oh, Dios mío! Era grueso como una lata de Coca Cola, pero con la punta más aguzada, se veía perfectamente su prepucio que cubría y descubría su cabezota y de abajo sus cojones que rebotaban en alto y en bajo, sentí sus gemidos y gruesas hebras de semen salieron disparadas de su verga. Me bloqueé por la sorpresa, en esos breves instantes aprecié sus fornidas piernas y amplios pectorales. Instintivamente cerré la puerta, pero antes de hacerlo sentí sus ojos sobre mí. Quería meterme bajo tierra, estaba asombrada, temerosa y avergonzada por haberme quedado a admirar el hermoso cuerpo de mi hijo.
Alberto salió finalmente de la ducha, estaba en la cocina preparando un café cuando entro envuelto en su bata azul de baño.
—¡Hola!, mami … ¿Cómo tan temprano en casa? …
—Por la pandemia, hijo … trabajaremos desde casa … más tarde te pediré ayuda para conectarme con el servidor de la oficina … ¿Me ayudas? …
—Por supuesto que sí, mamá … voy a cambiarme, luego te ayudaré con las conexiones …
De un salto desapareció de mi vista, no me dejó ni menos darle las gracias. Pero los chicos de hoy son así, giran y vuelan por todos los espacios.
La tarde transcurrió sin sobresaltos, Alberto expertamente me ayudo a conectar con la oficina, luego de eso se fue a su habitación a estudiar y yo me quedé preparando mi trabajo para el día siguiente. Volvimos a juntarnos para la hora de cena en la cocina, conversamos de todo y ninguno de nosotros hizo alguna referencia al hecho ocurrido en el baño, fue como si nada hubiese sucedido. Me comporté lo más tranquila posible, pero en mi yo interior no dejaban de girar las imágenes del magnífico cuerpo de mi hijo con su gran pene y una hermosa erección. Todo eso me turbaba, pero también me daba un cierto goce interno, me complacía de ver a mi hijo adolescente crecer e ir transformándose en hombre.
Después de cenar y ver un poco de televisión, nos fuimos cada uno a su respectivo dormitorio. Esa tarde sin saber por qué, me sentía particularmente excitada y acaricie mi coño, me había mojado bastante de antemano, me extrañó y la sensación era mucho más intensa cuando abrí mi concha con dos dedos y refregué mi clítoris, estaba con los ojos cerrados pensando en tener una hermosa pija con la cual jugar, irreflexivamente gemía y mordía mi labio inferior masajeando cada vez con mayor intensidad mi chocho que a este punto parecía un charco, mis dedos chapoteaban en mis fluidos, la verga que cruzaba una y otra vez ante mis ojos era gorda y gruesa, además disparaba copiosos chorros de esperma. Me detuve de golpe cuando me di cuenta de que estaba imaginando la polla de mi hijo. Avergonzada y turbada apagué la luz e intenté dormir.
Pasaron algunos días y esos pecaminosos e insanos pensamientos parecían haber dejado mi mente, hasta cuando un día Alberto se paró frente a mí que estaba trabajando sentada al escritorio vestida solo con una blusa blanca de trabajo y la parte de abajo mi pijama, solo para hacer ver en la oficina de que estaba vestida. Mi hijo me miraba desde lo alto y me dijo:
—Mami … deberías seguir vistiéndote lindo … como cuando vas de persona a la oficina … con tus vestidos sexys … en modo de que puedas encontrar otro hombre y rehacer tú vida … era una bella mujer … no debería ser difícil para ti …
—Gracias hijo por tus consejos … pero ahora no estoy yendo a la oficina y lo hago por comodidad … pero tienes razón, no debería perder la costumbre de vestirme por completo …
—Sí, mamá … si no fuera porque eres mi madre, yo te hubiese cortejado desde hace tiempo …
—¡Oh!, qué gentil eres …
Le respondí ruborizada con una sonrisa plena en mi rostro. Los galanteos de mi hijo me llevaron de inmediato a devaneos sobre las imágenes en la ducha cuando él se masturbaba. Le di la razón y comencé a vestirme como si debiese ir a trabajar presencialmente, con vestidos ajustado, blusas que resaltaban mis pechos, faldas cortas que pusieran bien en muestra mis torneadas piernas y fuertes muslos. También cambié peinado y me maquillé en forma ligera. Desde el principio me di cuenta de que sus miradas iban a mis piernas y senos, no descaradamente, pero su mirada recorría todo mi cuerpo en forma casual. De todas maneras, un poco en broma o un poco por coquetería femenina, me percaté de que estaba mostrando más de lo que cualquier buena madre muestra a su hijo. También no podía dejar de darme cuenta de que sus miradas eran lascivas y esto me excitaba y me sentía con mi entrepierna bañado y cálido. A mi pequeño hijo ya no lo veía tan pequeño, había crecido, se había transformado en hombre y mis miradas comenzaron a ser las de una mujer a un hombre y no las de una madre a su hijo. Además, estaba la pandemia. Solos él y yo encerrados en nuestro apartamento.
Desde el divorcio con su padre no había tenido ninguna relación permanente, solo uno que otro encuentro adventicio con algún amigo y solo para descargar la tensión sexual. Pero ahora en mi cabeza gira un único pensamiento, un deseo carnal con mi hijo, quisiera hacer el amor con él, de tocar su sexo estallando en chorros que cubrieran mi cuerpo, sentir su gruesa polla dentro de mi vientre, pero esto es ¡Incesto! ¡Qué fea palabra! Pero no podía hacer nada más que pensar e imaginar que eso sucediese.
Por cierto, nada de esto escapaba a mi hijo, también él se había dado cuenta de que las cosas entre él y yo estaban cambiando y que había surgido una tensión. Uno de esos días, él me abrazó desde atrás y me beso en el cuello teniéndome muy estrecha a su cuerpo, me daba placer sentir sus fuertes brazos rodeándome y su respirar tibio cerca de mi oreja.
—Mami … tú sabes lo mucho que te quiero … puedes pedirme cualquier cosa … estoy dispuesto a todo por ti …
Me acurruqué más a él ¡Si solo supiera lo que giraba por mi mente! Pero reaccioné y me alejé turbada, pensativa y agitada. No podía rendirme así de pronto, no era sensato ni normal lo que mi cabeza me hacía desvariar. La horrible palabra iba y venía en mis pensamientos, ¡Incesto!, pero cada vez me resultaba más difícil estar lejos de Alberto, a ratos lo buscaba, necesitaba ver y saber que estaba ahí para mí, que era mío.
Él no me facilitaba las cosas, sus arrumacos se hicieron cada vez más frecuentes, su abrazo rozando imperceptiblemente mis pezones me dejaba encendida por días, no hacía otra cosa que masturbarme pensando a él. Decidí de una buena vez eliminar esa deleznable palabra de mi léxico, pensé que era más importante no forzar las cosas. Si sucedía todo de forma lineal y espontanea, no me iba a negar al placer, pero no lo iba a obligar a nada, debía ser una cosa reciproca presente en nuestro ánimo.
Todavía me recuerdo el día que finalmente sucedió. Fue un viernes en la noche, estuve todo el día mirándolo pasar fuera de mi oficina provisoria, trataba de hacer ejercicios caminando con pantalones cortos y una remera sin brazos, su cuerpo era magníficamente delineado por sus ajustada vestimenta, me levanté a ofrecerle un vaso de jugo y note su miembro dibujado en esos pantalones de yoga, estaba sudado, me senté un momento junto a él olisqueando su olor de hombre y su afanoso respirar, hubiese querido saltarle encima y violentarlo, pero volví a mi oficina con las piernas que me temblaban. ¡Oh!, mi Dios, cuanto lo deseaba.
Termine de trabajar, rápidamente cenamos y antes de acompañarlo a ver televisión juntos, me fui a duchar y volví a la sala vistiendo solo un neglige rosado casi trasparente, para no parecer tan obvia me deje la bata de dormir, pero sin amarrar. Nerviosa y excitada me acomodé sobre el diván con las piernas dobladas bajo de mí. La bata abierta le permitía una amplia vista de mis piernas. Noté su incomodidad, a cada rato bajaba y subía sus piernas, quizás para ocultar una erección incipiente, dada la penumbra, no lograba ver si se estaba excitando o quizás no. No sucedió absolutamente nada para mi pesar, es más, Alberto se levantó al improviso, me dio el beso de buenas noches y se fue a dormir a su cuarto, no sin antes volverse a mirar mis piernas desnudas.
Quedé totalmente desconcertada, dejé pasar algunos minutos y decidí irme a dormir, pasando delante de su puerta la abrí ligeramente y le dije.
—¡Buenas noches, tesoro! …
—¡Buenas noches, mamá! … ¡Te quiero mucho! …
Cerré su puerta y me fui a mi cama, no logré conciliar sueño, no entendía si ese “Te quiero mucho” tenía alguna connotación agregada, que es lo que realmente me estaba diciendo. Decidí masturbarme para relajarme y dejar de pensar, tampoco lo logré. Una cosa demencial rondaba dentro de mí, necesitaba saber si yo le atraía sexualmente, no pude resistir un momento más y me levanté de mi cama solo con mí revelador neglige, me fui al cuarto de mi hijo, abrí la puerta y él me miró un poco sorprendido.
—Tesoro … estoy intranquila y no logro conciliar el sueño … ¿Puedo venir cerca de ti? …
Casi balbuceando me respondió.
—Sí, mami … ven …
Se movió hacia un lado para hacerme un lugar, luego sus ojos se posaron sobre mi cuerpo casi desnudo, me dijo:
—¡Mami! … ¡Estás casi desnuda! …
Sin responderle levanté la sábana para acostarme a su lado y no pude dejar de notar su inmensa polla dura como el mármol. Al parecer habíamos comenzado bien, el efecto era lo deseado, él se excitaba al verme. Una vez que me acomodé a su lado me fue imposible resistir más, su sexo me atraía como un fuerte imán. Como si no bastara su pene estaba duro. Tenía tantos deseos de él, de su pija, en un instante mi cabeza se deslizó por su vientre, mi mano hábilmente levanto el elástico del boxers y la gruesa cabeza quedo libre y prontamente mi boca se adueñó de esa joya de la naturaleza, la sentí hinchada y nervuda. Con suaves movimientos de mi cabeza comencé a masajear su verga para llevarla al máximo de la erección. Alberto se quedó paralizado acostado de espalda sin hacer nada, en ningún momento trato de sustraerse a mis caricias o de rechazarme. Me bastaron solo un par de minutos de chupadas enérgicas y caricias a sus pelotas rellenas, para sentir sus gruñidos, sus piernas se entiesaron y gritó de placer. Su mano se apoyó en mi nuca y empujó prepotentemente su verga al fondo de mi garganta, sentí las pulsaciones de su pija en mi boca y el primer chorro caliente y denso comenzó a llenar mi boca, su verga pulsaba y se agitaba como una víbora, pero no cejé en mi empeño, tragué ávidamente su lechita todo lo que pude, solo que era tanta la cantidad que mi boca se rebasó y algo escapó por la comisura de mis labios y bañó mi barbilla. Cuando sentí sus últimas y potentes salpicaduras en mi lengua y todavía con su inmenso miembro llenando toda mi boca, recapacité sobre lo que acababa de hacer. Mis mejillas ardían llenas de vergüenza, era un baldón, me sentía confundida, era un acto irracional y obsceno. Lentamente me levanté y sin siquiera mirarlo a la cara escapé a mi dormitorio. Una vez acostada en mi cama y con mi entrepierna encharcado con mis abundantes fluidos, lamí mis propios labios saboreando todavía el dulce semen de mi hijo, toqué mi chocho mojado y estaba tan caliente qué continué a masturbarme pensando al momento único que acababa de vivir con él.
Todavía sentía los deseos por mi hijo. La sensación de la copiosa eyaculación de él en mi boca estaba demasiado fresca en mi mente. Me llamó la atención de la abundancia de su esperma que por momentos me atosigó, quizás no había tenido sexo con su polola, pensé. Mi hijo tiene una novia que es mayor que él, la chica trabaja y durante la semana no tienen mucho tiempo para verse, generalmente se ven los sábados y domingos, ella viene y se queda a dormir con él, pero hoy es viernes y tal vez me bebí su esperma acumulado de toda la semana. No me siento celosa de ella, todo lo contrario, me siento feliz de que Alberto esté en esta relación con la chica. Me tranquilicé y me adormecí con mis dedos acariciando mi cuquita hinchada y mojada.
Al día siguiente me levanté relajada, me percaté de que Alberto se había levantado temprano y había salido sin decirme nada, por un lado, sentí un alivio enorme al no tener que mirarlo a la cara después de lo que sucedió la noche anterior, pero quedé ansiosa y con mil pensamientos. No me llamó en todo el día y tampoco regresó a dormir, lo que me hizo preocupar mucho, ya no sabía que pensar y más culpable me sentía al haber ocasionado está insólita situación, pensé que se habría quedado a dormir en la casa de su novia y que no querría verme luego de haber sido violentado por mí. Me fui a mi dormitorio a llorar, pero entre mis saladas lágrimas, me parecía volver a saborear el exquisito esperma de mi retoño.
El domingo por la tarde Alberto regresó a casa y se comportó del todo normal, me saludo como si no hubiese sucedido nada, me contó de que se le había hecho tarde en casa de Antonia y está lo invitó a quedarse la noche allí. Pero nada me importaba, él estaba de regreso en nuestra casa y esto me llenaba de alegría.
Lunes y martes pasaron sin eventos que narrar, pero el miércoles me llamó mi hermana que tenía algunos problemas de salud y me pidió que la ayudara por un par de días mientras se reponía, le pregunté a Alberto si podía trasladarme con mi oficina provisoria a casa de mi hermana, se requieren un par de horas en auto para llegar al lugar y yo necesitaba permanecer en contacto con mi trabajo, él me dijo que no habría ningún problema y se ofreció a venir conmigo para ayudarme en todo lo necesario, estaba contentísima y esa misma tarde después de terminar mi trabajo, nos preparamos para irnos a la ciudad donde mi hermana vivía. Alberto por todo equipaje llevaba una mochila y yo eché mis cosas en una pequeña maleta y una caja con mi Pc y mi impresora. Feliz y segura con mi hijo a mi lado, nos fuimos hacia la autopista. Guié sin contratiempos, me había vestido con una falda ancha y una blusa holgada para estar más confortable, la falda se abrochaba en su parte frontal y con los movimientos del carro se me había alzado a mitad del muslo, no me había puesto ni medias ni pantys, la temperatura era más que agradable. Viajamos por casi una hora con pequeños comentarios dispersos sin iniciar una verdadera conversación. Nos sorprendió la penumbra del atardecer, encendí las luces del carro y seguimos nuestro viaje. Alberto estaba sujeto a su asiento por el cinturón de seguridad, sin siquiera girarse hacia mí, él apoyó su mano izquierda en mi cálido muslo, tragué saliva sorprendida, como precaución bajé un poco la velocidad. Disimuladamente, su mano comenzó a subir por mi entrepierna debajo de mi falda, acercándose tímidamente a mis bragas. Por cierto, su iniciativa me halagaba, mientras más subía su mano, inconscientemente más abría mis piernas para ayudarlo en su progresión. Finalmente, sus dedos alcanzaron su objetivo, mis bragas que comenzaban a humedecerse, sus dedos palparon mi coño y lancé un gemido que lo hizo voltearse hacia mí. Mi vagina era una laguna y continuaba a bañarse en abundancia. Hábilmente sus dedos se metieron bajo el elástico de mi tanga y entraron en contacto con los suaves vellos de mi conchita, enseguida se ubicaron entre mis labios hinchados y abiertos. Sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo cuando su dedo rozó mi clítoris, mis manos se apretaron al volante y traté de mantenerme tranquila. Cuando sus dedos penetraron más allá de mis labios menores, se me escapó otro gemido audible. Hubiese querido detenerme y pasar al asiento trasero para que me follara ahí en medio a la carretera, pero me contuve. A este punto, él sacó los dedos desde mi cuquita, tomó mi mano derecha y la puso sobre sus shorts abultados por una tremenda erección, sentía su gigantesca pija pulsando bajo la delgada tela de sus joggins. Entendí inmediatamente lo que él quería, le acaricié su pene tiernamente. Alberto desató el lazo que sujetaba sus joggins, se los bajó con un poco dificultad, bajó un poco su slip y su pene emergió en la penumbra, iluminado apenas por el estéreo del carro, se veía enorme, atrayente y poderoso. Suavemente acerqué mi mano y lo aferré decidida, el volvió a poner su mano sobre mi chocho, acariciando preferentemente mi clítoris, mientras el hacía vibrar mi conchita, yo comencé a masturbar su grueso pene. En ese momento me olvidé de ser su madre, nos estábamos masturbando mutuamente. Alberto convulsionó meneando su ingle hacia arriba, lanzó una serie de gruñidos y yo puse mi mano a cubrir su capela brillante mientras su cálido semen chorreaba la palma de mi mano y escurría entre mis dedos, lo había hecho acabar con mis manos. No intercambiamos ningún comentario, Alberto sacó de mi bolsa una confección de pañuelitos y procedió a limpiarse, agarró mi mano para limpiarla y me dijo.
—Mami … eres única … te quiero mucho …
De ahí a poco llegamos a la casa de mi hermana, nos saludamos con los saludos convencionales, Maritza me agradeció de haber venido en su ayuda y también abrazó a su sobrino afectuosamente. Le ayudé a preparar la cena. Luego con la ayuda de Alberto limpiamos todo, acompañe a mi hermana a su cama y me aseguré de que prendiera su medicina, algo para ayudarla a dormir y descansar. Alberto se fue a duchar primero y luego envuelto en su bata se sentó a mirar la Tv, aproveché de irme a bañar y después volví a la sala, me había vuelto a poner mi negligé rosado, pero no había llevado mi bata, así que me senté a su lado con mis piernas descubiertas.
Sinceramente traté de concentrarme en la televisión, pero sus continuas miradas a mis piernas me tenían en ascuas y encendida totalmente. Además, la tele no tenía nada de realmente interesante, mi cabeza estaba en otra parte y sintiendo otras cosas, al parecer le sucedía lo mismo a mi hijo. Estábamos iluminados solo por la luz de la pantalla, nos miramos a los ojos y sin mediar palabra, en las penumbras de la habitación, Alberto se levantó y se arrodillo frente a mí, abrió mis piernas y movió hacia un lado mi tanga, luego sumergió su cabeza entre mis muslos, instintivamente mi espalda se arqueo en deleite, su lengua se fue directa a empujar y lamer mis labia vaginal. Me abandone a sus caricias y sin decir nada mi cabeza se fue hacia atrás y gemí sintiendo a mi hijo lamer mis partes íntimas, lo deje hacer a su libre albedrío. Sus labios chupaban mi clítoris dilatado de pasión, su lengua estimulaba una y otra vez mis labios mayores y se adentraba en lo profundo de mi vagina. Era una dulce e insoportable tortura, tuve que poner mi mano en mi boca para no gritar. Su lengua intrusa exploraba cada recoveco de mi chocho, cada pliegue de mi boquete vaginal venía estirado una y otra vez, agarré un cojín y lo puse en mi rostro para cubrir mi lujuria y mis chillidos. Alberto me llevaba hacía un abismo de placer, jamás me había sentido así de caliente, estaba a punto de correrme con las caricias de su boca y de su lengua, levanté mis piernas del suelo y me estremecí de pies a cabeza cuando me penetro con uno de sus dedos. Hundí mi vientre, me faltaba el aire, mis tetas hormigueaban y mis pezones parecían estallar de un momento al otro, dejé caer el cojín, mis manos se crispaban y mis pies también se encorvaban, gruñía sin descanso siendo golpeada por olas sucesivas de un placer inmenso, finalmente cerré mis muslos alrededor de su rostro bañado de fluidos y le pedí de detenerse, me estaba muriendo de goce.
Alberto se detuvo y secó su rostro con la punta de su bata de baño, se quedó contemplándome mientras me reponía de mi imponente orgasmo, luego se levantó, me tendió la mano y nos fuimos a nuestro dormitorio. Una vez allí, me senté al borde de la cama, el cuarto estaba iluminado solo con una lamparita de mesa, él me miraba tiernamente, levanté mi negligé y me lo quité, inmediatamente sus ojos se fueron a mis pechos de pequeños pezones y anchas areolas. Él se acercó con sus manos extendidas a tocar mis mamas, yo extendí la mía y acaricié sus cojones sobre sus joggins, la tela estaba abultada por su pene, silenciosamente se despojó de la prenda y se acercó más a mí, jugué un poco con la bolsa de sus bolas y luego me apoderé de su polla ya dura como palo. Estaba excitando a mi hijo y la cosa me complacía mucho.
Sin mediar dialogo alguno, su mano se posó sobre mi hombro y me empujo dulcemente hacía atrás. Me recosté sobre mi espalda y él me abrió las piernas dejando mi sexo totalmente expuesto y dispuesto para hacer lo que quisiera, lentamente se acostó sobre mí, su miembro incandescente encontró el camino hacia mi cuevita y con un leve empujón lo metió dentro casi a mitad, luego apoyó sus pectorales sobre mis tetas y dejó entrar la otra mitad. Su entera pija estaba dentro de mí, en aquel momento inició un suave movimiento dentro-fuera, una y otra vez dentro y afuera, buscando el espacio necesario dentro de mí coño estrecho. Había energía, decisión y dulzura en sus embistes acompañados de sus gemidos masculinos que resonaban como música celestial cerca de mi oreja. Lo abracé y me apreté a él, mis manos se fueron a sus glúteos y lo empujé con todas mis fuerzas dentro de mí. Lo había tenido por nueve meses dentro de mi útero, ahora lo quería dentro de mi coño por toda mi vida. No hay nada de más tierno, dulce y acendrado que tener el propio pene de tu hijo horadando las rosadas carnes desde donde nació.
Mi fantasía se había hecho realidad, estaba haciendo el amor con mi hijo, lo envolví con mis piernas para no dejarlo escapar jamás y sentirlo más profundo dentro de mí. Sus embistes se hicieron más profundos y enérgicos, me hizo gritar. Alberto prontamente puso su boca sobre mi boca para acallar mis chillidos, igualmente bramaba y bufaba como una tigresa en celo sintiendo el miembro potente de su macho. No se necesitó mucho más, sentí una onda de calor nacer en mi vientre y distribuirse en oleadas de placer por todo mi cuerpo, me contorsioné como una anaconda, me sentí rejuvenecer y sentir este placer como la primera vez, todo mi cuerpo tiritaba y mi cabeza se movía sin control, como así también mis piernas y brazos. Casi me desmayé cuando Alberto se corrió y comenzó a inundarme con su lechita caliente, sentía su cálido semen en mi matriz, sus chorros bañaban mis entrañas, estaba mordiendo mi lóbulo y lo escuché susurrar en mi oído:
—Mami … ha sido lo más bello de mi vida … mi gran amor eres tú …
Sin duda que era un momento de ensueño, fantástico. Nos quedamos abrazados acariciándonos y besándonos, mezclando nuestras salivas en nuestros rostros sudados. Acaricie sus firmes nalgas, él estaba dentro de mí y su pene robusto no se había reblandecido ni siquiera un poco, estaba duro como el granito, mi coño estaba todo mojado y rebosante de esperma, pero todavía con deseos. Restregué mis tetas en su pecho, lo apreté a mí y le susurré al oído.
—Amor mío … fóllame otra vez … quiero sentirte de nuevo en mi matriz … entra en el útero de tú madre una vez más … pero hazlo dulcemente … suavecito … hazme gozar otra vez …
Casi extrajo el aire de mis pulmones cuando lo tiro fuera y lo apoyó sobre mi clítoris, luego de pasearlo entre mis labios enrojecidos, lo hizo deslizar con toda lentitud en lo profundo de mi coño y comenzó a moverse lentamente, con largas y profundas estocadas, a momentos se detenía tocando el fondo de mis entrañas, me acariciaba y besaba por algunos segundos y luego reprendía sus movimientos sublimes que me empinaban al paraíso celestial de la concupiscencia. Me apretaba a su cuerpo, acariciaba mis senos, se plegaba a morder mis pezones y lamer mis areolas y sus movimientos continuaban a ser dulces y lentos haciéndome soñar este momento único, algo que jamás podré olvidar. Además de excitada, me sentía emocionada y dentro de mi placer, sollozaba de alegría al tenerlo así tan mío, sentirlo como se estremecía y arremetía profundamente dentro de mi cargándome con copiosos chorritos de su esperma, mi hijo acababa de correrse una vez más dentro de mí vientre materno, lo sentí enloquecer, me besaba por todas partes y respirando afanosamente me estrechaba a su cuerpo y me decía.
—¡Oooohhhh!, mami … que feliz me haces … te quiero …
Esas palabras fueron suficientes para disparar mi lujuria, con mis piernas rodeando sus glúteos moví mis caderas y ordeñé hasta la última gota de su esperma, luego me corrí mordiendo su hombro para no gritar. Durante mi vida sexual no había tenido muchos hombres, solo tres, pero jamás ninguno me hizo sentir lo que mi hijo me hacía sentir, ni siquiera su padre.
Temprano en la mañana, Alberto me tomó dos veces más. Nunca me había entregado tan completamente a un hombre, solo él me hacía comportarme en ese modo, era una pasión carnal verdadera e impoluta entre madre e hijo. Nos habíamos convertido en amantes. Nos quedamos en casa de mi hermana dos días más, ella se sintió mejor y afortunadamente no se dio cuenta de nada, follamos varias veces, pero elegimos los momentos en que ella se encontraba dormida bajo los efectos de sus pastillas.
El domingo después de mediodía regresamos a casa. Mientras guiaba hacia Santiago, mi hijo dormitaba en su asiento, habíamos tenido una maratón sexual esa madrugada y seguramente él se sentía agotado. Sola con mis reflexiones, otra vez me asaltaron los pensamientos negativos y pensé de ser una madre depravada, una mala madre. Me parecía de haber quizás enloquecido temporalmente. ¿Cómo pude dar riendas sueltas a mi concupiscencia? ¡¡Había hecho el amor con mi propio hijo!! Luego me recordé de su mano en mi muslo, después sus dedos estimulando mi sexo, él también lo deseaba, no le obligué a hacerlo. Él es casi un adulto ya, había colaborado en todo, había dado su tácito consentimiento.
A este punto me convencí de que teníamos que conversar respecto a lo nuestro, no podíamos continuar adelante cómo si nada. En cualquier modo yo soy su madre, una madre que lo ama intensamente, pero también soy su amante cuando él me toma y él es mi amante cuando le dejo tener sexo conmigo. Teníamos que organizar nuestras vidas en un modo diferente, públicamente seremos madre e hijo, secretamente seremos amantes.
Se hizo tarde a nuestro regreso a casa, apenas llegamos Alberto me tomó de la mano y me llevo a mi dormitorio, quizás de ahora en adelante deberé decir, nuestro dormitorio. Era la primera noche en que estaríamos solo él y yo, sin preocuparnos de nadie. Nos desvestimos de prisa mirándonos con ardor, yo quería y también él quería, se leía en sus ojos el deseo por mí. Mis bragas estaban ya humedecidas, sentía el particular hormigueo en mi vagina que estaba pronta a sentir una vez más su apasionada penetración. Al hacerlo en nuestra casa me sentía emocionada, se me hizo como un nudo en la garganta, estábamos desnudos él y yo, con un hilillo de voz le dije.
—Ven querido … tómame una vez más … hagamos el amor …
Mis ojos no se despegaban de su enorme pija que estaba ya pronta y dura, su cabezota se veía más hinchada del normal y su prepucio lucía arremangado. La hermosa visión del pene de mi hijo sobre excitó mi calentura y ya no podía contener más mis deseos por él. Me incliné y se lo besé con adoración, lamí repetidamente los bordes de su inflada cabezota antes de engullirlo con ganas. Comencé a chupar su vergota como si se tratara de un manjar exquisito. Él carne de mi carne, era simplemente maravilloso. Alberto me dejó hacer por un instante, luego me hizo levantar, me abrazó y poniendo sus manos en mis glúteos me levantó en el aire, rápidamente rodeé su cintura con mis piernas, sentí la humedad de su glande apartando mis labios vaginales, como pude aferré su pija para encaminarla dentro de mi coño, pero él se detuvo mirándome intensamente a los ojos, jamás podré definir la exaltación, afecto y pasión que había en su mirada, él quería penetrarme, pero esperaba mi permiso, entonces me apreté con mis tetas a su pecho y susurré en su oído.
—Tómame … Entra en mí, que no resisto más el deseo de tenerte dentro de mí … Entra en el vientre de tú madre … Fóllame, hijo … Quiero sentirte hasta el fondo y que me llenes con tú lechita …
Movió levemente su pija y me penetró. Con un potente golpe de su verga, me empaló posesionándose de mi coño completamente, desde mis labios mayores hasta el fondo de mi matriz, estaba completamente ensartada en su polla. Lancé un chillido de sorpresa y placer, nunca lo había hecho en esa posición, sintiendo la fuerza abrumadora de mi hijo, sus potentes músculos me levantaban y me dejaban caer en su gloriosa verga, nadie me había follado con esa fuerza salvaje. Me clavo su pene dentro sin misericordia una y mil veces. Era como una muñeca en sus potentes brazos. Me poseía con inusitada pasión. Me hacía enloquecer. Grité y chillé sintiendo su enorme verga resbalar dentro y fuera de mi coño. Luego él también gritó:
—¡Oooohhhh! … ¡Mammaaaa! …
Sentirlo llamarme con su pene enterrado profundamente en mi chocho acrecentó mi placer, me follaba como poseído, sus embistes eran violentos, demenciales. Tomé su rostro desfigurado de lujuria en mis manos y lo besé apasionadamente, comenzó un lento va y viene, me hacía sentir toda la longitud de su maravilloso pene, los pliegues de mi vagina salían enredados en su verga, me estiraba dentro y fuera. Inicié a mover mis caderas como en una danza del vientre, mi cuerpo ondulaba disfrutando su pija dura y gruesa. Lo sentía excitado al máximo y me percaté de que estaba pronto a descargarse dentro de mí, me apretaba y besaba una y otra vez, su cuerpo tiritaba y su clímax se aproximaba. Separó su boca de la mía y lo escuché decir:
—¡Mammaaaa! … ¡Mami! … ¡Que rico me haces sentir! …
Apreté mis piernas alrededor de su cintura y me apreté con mi coño contra su pelvis, quería sentirlo lo más profundo posible dentro de mí, su esperma candente comenzó a versarse dentro de mí, mí vagina si contraía con cada chorro.
—¡Sí!, mi amor … dame todo de ti … lo siento muy bien … tú también me haces sentir así … es hermoso cuando me llenas de ti …
Nos quedamos inmóviles pegados por nuestros sexos, hasta que el pene de Alberto expulsó la última gota de semen y su verga termino de pulsar dentro de mí. Yo no había alcanzado mi orgasmo pleno todavía, estaba demasiado ansiosa de provocar primero el goce de él. Mi coño estaba lleno de él, me sentía inundada de su esperma, pero ahora estaba tan caliente que quería buscar mi propio placer, la lujuria y deseo se incrementaban dentro de mí. Alberto me deposito suavemente sobre la cama y se acostó a mi lado, pude constatar el vigor sexual de un choco adolescente, su pija no obstante hubiese descargado una copiosa cantidad de semen solo un minuto antes, permanecía sólido y enhiesto. Pausadamente pasé una pierna sobre sus muslos y me monte a caballo sobre él, tome su pene chorreante en mi mano y comencé a restregar mi conchita en su dureza masculina, con su brillosa cabezota masajeaba mi clítoris y mi labia enrojecida, gimiendo y bramando como una gata en celo, apunté su glande a mi ojete y me empalé lo más profundo posible. Quería sentir la aguzada puntita de su glande estimulando mi útero. Él me dejaba hacer, con sus ojos fijos en mi entrepierna, veía su miembro ser engullido por mi rosada y caliente cavidad. Me incliné sobre su rostro y nuestros ojos se encontraron en una mirada sublime de adoración. Su miembro entraba y salía de mi coño y lo besé metiendo mi lengua en su boca con pasión. Él recorría mi espalda con las yemas de sus dedos y rascaba mi piel con sus uñas, yo apretaba mis tetas y movía mis pezones sobre su pecho, mi lengua jugaba con la suya, pero él tenía más intereses, se plegó y comenzó a lamer mis pezones endurecidos y a mordisquearlos tiernamente, la sensación era abrumadoramente placentera, su pija se enterraba una y otra vez con el movimiento de mis caderas, mi chocho rebosaba de esperma y fluidos. Gocé un largo rato del vigor de mi hijo, tomando y revolviendo sus cabellos y, acallando mis gritos y chillidos en su cuello y la almohada. Sus manos se habían apropiado de mi trasero y me tiraba hacia sí con fuerzas, me hacía gritar de placer y mi orgasmo comenzaba a hacer tiritar mis muslos, mis piernas parecían de gelatina, mordí su lóbulo y luego su mejilla cuando exploté en ondas que me hicieron convulsionar, todo mi cuerpo se contorsionaba y mis vagina se contraía succionando su gruesa pija que comenzó a bañar mis paredes con sus semilla bendita, grité mi amor por él:
—¡Ssiii! … ¡Hijo! … ¡Dámelo todo! … ¡Oooohhhh! … ¡Ssssiiii! … ¡Oh!, siii …
Era tanta la esperma que su pija descargaba en mi que sentí mi vientre inflarse levemente, una cálida onda de calor se propagó desde mi chocho por todo mi cuerpo, con mis dientes enterrados en su piel, me calmé y comencé a recuperarme de este fabuloso trance de placer que me había procurado una vez más mi hijo.
Desde esos días, el inicio del verano y el fin de su último año de enseñanza media, dormimos juntos todas las noches y no pasamos una sin poseernos ambos. Él también dormía con su novia los fines de semana y ocasionalmente cuando estaba libre y podía venir a acompañarlo. Me gustaba chupar su pija y hasta el día de hoy lo hago, cada vez que su novia se distrae o va al baño, le hago una mamada exprés, luego nos reímos cómplices de nuestras guarradas. Un par de veces que tuve a mi hermana de huésped, él se escapaba después de que ella se había ido a dormir a mi dormitorio, hacíamos el amor en silencio, él me llenaba de su lechita y luego regresaba a su cuarto. Según él, yo le chupo la verga mejor que su novia, pero yo creo que lo dice para hacerme sentir bien, lo que no deja de halagarme. También dice que su vagina no se contrae igual que la mía, cuando ella llega al orgasmo no se arquea ni contorsiona como lo hace mi cuerpo, agrega que soy única.
Prácticamente nos hemos acostumbrado a hacerlo todas las mañanas antes de que se vaya al colegio, en la cama, en baño o en la cocina. En la cama apenas nos despertamos; en el baño a veces mientras nos duchamos; en la cocina, a menudo sobre la mesa u otras veces de pie y él me penetra desde atrás; lo importante es comenzar la jornada amándonos. Algunas veces nos retrasamos y en lugar de no hacer nada, me arrodillo frente a él, bajo el cierre de sus pantalones y le chupo la pija hasta beber todo su elixir caliente y exquisito.
Tengo vivido en mi mente la noche de navidad del año pasado, teníamos de huésped a mi sobrina, Julia, habíamos hecho todos los festejos y estábamos yéndonos a dormir, Alberto llegó sigilosamente detrás de mí, yo ya me había cambiado y vestía solo una larga y holgada remera sin mangas, si mi inclinaba mis tetas eran claramente visibles; me abrazó y apretó mis senos con sus manos, sus dedos jugaron con mis pezones, metió sus manos por los costados y se apoderó de mis pechos desnudos, cerré mi ojos y comencé a disfrutar de sus carantoñas, sentí morderme el lóbulo y me dijo:
—Mami … Quiero hacerte el amor …
Se apoyó con su pecho en mi espalda y luego sentí su pene endurecido presionando una de mis nalgas, mientras pellizcaba mis senos, su otra mano levantó mi camiseta y se insinuó entre mis glúteos hasta alcanzar los labios de mi vagina que se humedecía con tantas atenciones, diestramente sus dedos se enfilaron dentro de mi panocha que era ya abundantemente bañada. Lo deje hacer, me encanta sentirme aprisionada en sus fuertes brazos, es imposible para mi resistirme. Eché mi cabeza para atrás y él me besó con ardor, empujé mi culo sobre su pija diciéndole:
—¿Y que esperas? … ¡Tómame ahora! … ¡Soy tuya y lo sabes! …
—¿Y que pasa si Julia nos ve? …
—De seguro la sentiremos llegar … ¡Ya! … apúrate, no me hagas esperar …
En un segundo él levanto mi remera sobre mi cintura, bajó los pantalones de su pijama y apunto su pene macizo directamente a mi conchita, se me escapo un gemido de placer. Afortunadamente estaba bien lubrificada y mojada, su pija se deslizó fácil y profundamente dentro de mí. Ni él ni yo pudimos contener nuestro placer y rápidamente alcanzamos la cúspide del placer y explotamos en un delicioso orgasmo; a mala pena contuve mis gritos, pero él emitió un gruñido diciendo:
—¡Ooohhh! … ¡Mammaaaa! … ¡Que goce! … ¡Maravilloso! …
—¡Cállate! … ¡Julia podría escucharnos! …
Su verga me inundo en profundidad, afirmada a la mesa de la cocina, mis piernas temblaban y mi cuerpo tiritaba en espasmos de lujuria. La penetración fue breve e intensa, primera vez que un hombre me hacia acabar de manera tan acelerada y vibrante. Se enderezó calladamente y me dijo:
—¡Te amo, mami! …
Me quedé apoyada a la mesa por unos segundos antes de recuperarme y alzarme. En mi vientre sentía un calorcillo fantástico, como ondas vibratorias, sentía su cálido esperma escurriendo por mis muslos, tomé un pedazo de toalla absorbente para bloquear el chorreo y abrí un poco la ventana para hacer circular el aire y disipar el olor a sexo después de esta furtiva copulación.
Por todo el verano, entre mi hijo y yo hubo ternura, complicidad, pasión, amor y sexo. Desafortunadamente, Alberto se inscribió a la universidad y se tuvo que trasferir a regiones, me quedé sola. Mi hijo me aconsejó y pidió que me buscara una pareja y como quien busca encuentra, conocí a un hombre bueno, optimo compañero y me folla bastante bien y a menudo, pero no me quita la nostalgia por mi hijo. Le echo de menos, le extraño mucho. Tengo una necesidad irracional de sentir su gruesa verga en mis manos, en mi boca o en mi vagina. Quiero volver a sentir que me infla el vientre con su dulce, cálida y espesa lechita.
En la primera visita de abril pasado, mi pareja estaba ausente por motivos de trabajo, dormimos juntos mi hijo y yo. Quiero decir “dormir” entre comillas, porque pasamos la noche entera a amarnos, me hizo acabar entre seis a ocho veces, orgasmos violentos, dulces, tiernos, explosivos, gratificantes. Me hizo casi enloquecer de placer, no lograba calmarme ni alivianar la carga sexual y los deseos que tenía por él. Finalmente, exhaustos no quedamos dormidos abrazados y amarrados con nuestras piernas, después de unos días el regresó a Concepción, sede de su universidad y yo volví a quedarme sola.
Un día sorpresivamente me lo encontré cerca de mi auto a esperarme a la salida de mi trabajo. Subimos a mi auto, me giré para verificar que nadie nos observara y me lancé a sus brazos a besarlo, lo hice en forma voluptuosa, acercando mis tetas y refregándolas en su brazo, puse mi mano en su pantalón y su pija exquisita estaba ya dura.
No nos fuimos a casa, nos detuvimos en un motel al borde de la autopista como dos amantes furtivos. Apenas entramos al cuarto, me desnudé completamente, quería que me viera y me gozara plenamente, me acerque a él frotando mis senos en su brazo, le di un beso fugaz y me dejé caer de rodillas, rápidamente le bajé los pantalones y le hice una mamada alucinante, no me detuve hasta cuando no me regaló su semen tibio, como un caudal inagotable sus chorros golpearon mi garganta. Después de esto, continué a acariciar su pija y masajear sus cojones, se mantuvo erecto y duro, me recosté en la cama con mis piernas abiertas ofreciéndole mi panocha empapada:
—¡Vamos, hijo! … ¡Fóllame! … ¡Haz gozar a tú madre! …
No se lo hizo repetir, rápidamente termino de desvestirse y se lanzó sobre mis senos, los devoró dejándomelos lustrosos con su saliva. Después me penetró y comenzamos a tener sexo con enérgica pasión, me hizo arribar dos veces sin sacar su pene de mi panocha, creo que mis uñas se incrustaron en su espalda procurándole algunos rasguños profundos, pero él no hizo caso, solo quería tomarme una y otra vez. Me hizo ver cuanto le faltaba y yo me entregue a toda su concupiscencia voluntariosa y deseosa de sentirlo en mí.
Alberto continúa con la misma novia, también yo mantengo mi relación con mi compañero. A menudo cuando hago el amor con mi pareja, evoco los momentos con mi hijo, no puedo compararlos, son relaciones totalmente diferentes. Mi hijo me posee en cuerpo y alma, mi pareja folla mi panocha. Hemos hablado numerosas veces mi hijo y yo sobre nuestra relación, no sabemos que nos depara el futuro, finalmente decidimos no hacernos muchas interrogantes y continuar a disfrutar lo que la vida nos da, sin arrepentimientos ni remordimientos, solo vivir los maravillosos momentos en que estamos juntos en esta situación prohibida por la moral mojigata y bien intencionada de la sociedad. Sabemos ya que no podemos prescindir el uno del otro, nuestra unión es única e imperecedera, hasta cuando se case y tenga hijos. Si es que eso sucede algún día …
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Muyyyyyyyyyy bueno, excelente relato