Pablito y su mamá
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Saúl regresó a casa a eso de las 10 de la mañana, en búsqueda de unos archivos que olvidó subir al pen drive.
Llamó a casa un rato antes desde su oficina y nadie atendió.
Tampoco respondió su esposa el celular, así que no tuvo más remedio que ir en persona.
Entró y solo oyó el sonido del televisor en la sala.
Llamó a su esposa y nadie respondió.
Pensando que Sofía había salido fue a su escritorio y encendió la computadora.
Al cabo de unos minutos, ya con los archivos en su poder, se dirigió la puerta con intención de retirarse.
Con la mano en el picaporte recordó que también necesitaba alzar unos documentos del auto que tenía en una caja en el ropero de su habitación.
Pero urgido por el reloj dejó eso de lado.
En ese exacto momento, en la habitación matrimonial, su esposa Sofía, ajena a toda acechanza o peligro de ser descubierta, estaba arrodillada al costado de la cama, inclinada hacia delante y abajo para de ese modo poder efectuar una perfecta felación al jovencito que tenía acostado en la cama.
El chico balbuceaba unas protestas con voz temblorosa y entrecortada, tratando de detener el asedio de la mujer, que no daba ocasión para otra cosa que esa débil oposición, dado el experto trato que proporcionaba al grueso y macizo falo.
Cuando los labios de Sofía estuvieron muy cerca de provocar el derrame del semen, el muchacho se incorporó bruscamente, mirando extasiado lo que su madre le estaba haciendo.
“Ay mami, no, déjame por favor, no podés, está re mal, por favor, basta…”.
Si Pablito hubiera sabido que sus protestas exaltaban incluso más a su madre Sofía.
Tras cada pedido de clemencia de su hijo, ella refinaba sus artes de succión.
Probablemente, Saúl hubiese ingresado en su dormitorio justo cuando su mujer extraía chorros de leche del miembro del chico, una leche que escapaba como podía del sello con que los labios de la madre habían aprisionado la verga de Pablito.
Unos momentos después que su padre salió del departamento, Pablito liberó sus tensiones con unos gritos fuertes y roncos, uno por cada bombeo de semen que su madre le provocaba.
Pablito observaba hipnotizado el soberbio espectáculo de su madre chupándole la verga.
La mujer, arqueada sobre él, desnuda, mostraba todo el perfil de una diosa griega, blanca, encarnada, hermosa.
Su cabeza perfecta, adornada por una cabellera larga y suave, subía y bajaba siguiendo un compás enloquecedor.
Una mano de ella se había posado sobre el torso de Pablo y lo acariciaba ardorosamente.
Del semen derramado no quedó más que un brillo en el falo y en el rostro de Sofía, quien lo había bebido en tragos perversos.
Apenas 2 minutos después que su marido salió del departamento, ella abría la puerta del dormitorio y desde el pasillo invitaba a su hijo a seguir el asunto en la pieza de él.
Desnuda y jadeante, caminó por el pasillo deteniéndose un par de veces para meterse unos dedos urgentes en la vagina, lo que hacía recostada por la pared para no desfallecer y caer de rodillas a causa de la debilidad intensa que sentía al alcanzar picos de excitación.
Pablito tal vez no respondiera a la invitación, por la contrariedad que experimentó al principio cuando su madre comenzó con el abuso, horas atrás, pero oírla jadear en el pasillo, oírla murmurar obscenidades, imaginarla masturbándose desnuda mientras iba su pieza, fue insoportable e irresistible para sus instintos masculinos, así que salió al pasillo tras su madre.
Asomándose fuera de su habitación vio a su madre Sofía caminar dificultosamente rumbo al cuarto, temblorosa y vacilante por efecto de la terrible calentura que estaba desarrollando.
Vio a su madre detenerse y llamarle con voz urgente que sonaba a ruego e invitación.
Al hacerlo se masturbaba y unos quejidos deliciosos contemplaban el cuadro obsceno que hipnotizaba al chico.
Pablito caminó cual autómata hacia el cuerpo desnudo de su madre.
Ella reiniciaba la marcha y continuaba llamándole sin dar la vuelta, tal vez para incrementar su incertidumbre acerca del efecto que estaban teniendo sus maniobras incestuosas sobre su hijo.
No sabía que Pablito venía hacia ella apenas 2 metros atrás, con la verga durísima como guía y sin otro fin que seguir a su progenitora hasta el cuarto y sin duda la cama.
El paso de Pablito era firme pero traspasado de temblores que le bajaban desde la ingle.
Alcanzó a su madre a centímetros de la puerta del cuarto.
Ella se había detenido algo mareada del calor sexual tan intenso que ya era una condición inmanejable para su sentido del pudor.
Sofía se recostó por la pared murmurando el nombre de su hijo y con una mano, por delante acariciaba su vagina y la otra, por detrás atendía la entrada del ano, para lo cual la degenerada madre debió inclinarse su torso por delante, quedando su cabeza viendo entre las piernas.
Así fue que Sofía pudo ver que su hijo, desnudo y totalmente empalmado ya llegaba sobre ella.
Entonces ella libró su culo y concha de la cobertura de ambas manos y Pablito apoyó la verga sobre las partes íntimas maternas, con torpeza y azoramiento, creyendo apenas que todo esto fuese real.
Su madre permitió el contacto por algunos segundos y siguió avanzando.
En la puerta paró otra vez, no como parte de un plan sino otra vez exhausta y sobrepujada de ardores.
Sus piernas morenas y sólidas se separaron por dictado del instinto y la cintura muy arqueada y las nalgas tirándose atrás ofrecían al joven macho –su propio hijo de 14 años- el camino directo al más oscuro sexo imaginable entre madre e hijo.
Cuando Pablito alcanzó a su madre por segunda vez, esta logró que la verga del chico se apoyara directamente sobre los labios vaginales, poniéndose en puntas de pie por ser ella más baja que él.
En este momento Sofía no pudo hablar, aunque fue su intención exaltar al muchacho con pedidos urgentes a su condición de macho.
En lugar de palabras soltaba jadeos y verbalizaciones confusas, suspiros, ronquidos ansiosos, todo un repertorio que no hizo otra cosa que poner a Pablito en la cima del furor.
Había comenzado –sin quererlo, llevado por instinto- a frotar la cabeza de su falo contra los muy húmedos labios dela concha materna.
Sofía respondió con un contoneo de caderas y un ir venir atrás y adelante muy suave que logró poner el falo de Pablito entre los labios, lo que resultó para el chico en una fenomenal sensación de angustia e inquietud, pues nunca tuvo su miembro antes en esta situación.
Y ahora le ocurría.
Con su mamá.
Con su mamá que acentuaba los movimientos introduciendo el trofeo un poco más adentro.
Él sentía la presión que la entrada vaginal ejercía sobre la cabeza de su miembro y la suave textura del interior materno.
De algún modo oscuro pero natural, sucedió que ambos cuerpos, el de Sofía y el de su hijo, comenzaron a sincroniza el movimiento de acople y la sorprendida verga del adolescente ya iba hasta la mitad en cada apogeo.
Ambos incluso jadeaban al unísono.
Si el padre hubiese regresado en ese momento, les hubiera visto en pleno acople, moviéndose muy lentos, de acuerdo al ritmo impuesto por su esposa y respetado por su hijo.
Hubiese escuchado el contrapunto de jadeos que enmarcaba el acto indecente entre su mujer y su hijo, en el que los ¡¡aahhh!! de ella eran seguidos por los ¡¡uuhhh!! de él, los chapoteos de la verga juvenil en los jugos lubricantes de su mamá y entre ambos una penetración que iba haciéndose más profunda.
Le hubiese visto a su mujer desnuda abrazada contra la pared lateral de la puerta y a su hijo cubriéndola por detrás y hasta hubiese visto como el falo grueso y extenso entraba y salía morosamente del cuerpo femenino.
Continuará
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