Pajas fraternas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vierno.
Los protagonistas de este sucedido soy yo y mi hermano (y un amigo de mi hermano). Ya acabo de decir que yo tenía 10 años, mi hermano tenía 15 (como los que yo tenía en el otro relato que conté la semana pasada) y el amigo de mi hermano tendría edad similar a él (15, 16, 14… más o menos). Era verano. No recuerdo muy bien cuál fue la causa o qué conversación nos traíamos para que ocurriese lo siguiente. El caso es que, una tarde que estábamos los tres, el amigo de mi hermano propuso que nos viéramos la polla (no sé si lo comentarían antes entre ellos o salió de sus conversaciones espontáneamente). Yo ya había comentado que había visto a niños en mi clase que se pajeaban en sus pupitres tapándose con un cuaderno o con un libro…, pero que bastaba con mirar un poco para ver como movían sus brazos, y si estabas al lado, les veías todo, como se pajeaban. A mí me resultaba chocante…
El caso es que, el amigo de mi hermano había propuesto que nos viésemos las pollas, y me preguntaron si quería ver las suyas. Yo decía que sí, pero tampoco estaba muy entusiasmado en enseñar la mía. Además, la diferencia de edad era mucha (en esas edades, se nota mucho). Iba a ser un ratito, más como curiosidad de los tres (más bien, ellos tenía curiosidad en ver cómo la tenía yo, y yo tenía curiosidad en ver las suyas). Como estábamos en mi casa, y no era un lugar muy discreto, la cosa fue rápida. Nos bajamos ropa y gayumbos y ahí estuvimos enseñando nuestros “asuntos”. Ellos saciaron su curiosidad y dijeron que qué pequeña la tenía (¡no te jode!, pues claro que era pequeña). Yo ya sabía que mi pene era pequeño (bueno, normal correspondiendo a la edad que tenía), pero desconocía como era el pene de ellos dos, que eran penes adultos, ya desarrollados, con testículos colgantes (a mí ni se me veían) y pelos. Una vez que me sentí un poco ridículo con mi pene infantil, me subí la ropa y puse fin a mi exhibición. Me quedé mirando los dos penes adultos que estaban ante mí…, pero el sitio no era muy seguro y al rato ya estábamos los tres vestidos.
El día siguiente, también por la tarde (es que la hora de la siesta en verano es una hora tonta que no se sabe bien qué hacer…), estábamos solos mi hermano y yo, y me dijo él que si queríamos hacer otra vez lo mismo, enseñarnos los penes. Yo puse cara de hastío y daba largas porque realmente no soy muy exhibicionista y no me gusta enseñar. Me dijo mi hermano: – “Si quieres, no te quites la ropa; ¿me la quito yo?. No hace falta que me enseñes la polla”. Entonces yo dije que sí; si mi hermano me enseñaba la polla pero me disculpaba que se la enseñase yo, pues perfecto. Me salía gratis el espectáculo.
Y ahora había más discreción: estábamos en la habitación solo él y yo, y no había un tercero como el día anterior. Eso sí, seguíamos en la misma habitación y con el mismo peligro indiscreto de que alguien entrase en la habitación, así que teníamos que estar con la oreja puesta para oír los pasos de alguna visita imprevista. Entonces, mi hermano se bajó la ropa: pantalones cortos (no recuerdo si eran bermudas, bañador o pantalón de deporte. Era verano, y el pantalón era corto) y luego los gayumbos: y ahí apareció su polla gorda, con los huevos gordos colgando y los pelos negros que hacían que me fijase con atención. Obviamente, la diferencia con mi polla (la que tenía muy vista) era mucha pues la polla de mi hermano era la de un hombre adulto. Supongo que sería una polla normal, pero para mí me pareció un pollón muy grande…, y eso que estaba flácido. Como en esa situación no podíamos estar mucho tiempo, me sugirió que esa misma noche me la enseñaría mejor sin molestias de nadie que pudiera venir a la habitación. Pero antes de guardarse la polla, me dijo que se la agarrara. Yo no puse ninguna pega, pues tenía curiosidad. – “¿Te gusta?”, me dijo él, a lo cual yo respondí que sí. Proseguí: – “Es mucho más grande que la mía o la que he visto de mis compañeros de clase cuando se pajean”. – “Esta noche te enseño como se hace”, me aseguró mi hermano.
Y pasó la tarde…..
Y llegó la noche. Cada miembro de la familia estaba ya en su habitación (mis padres en la suya y nosotros en la nuestra), y ya sabíamos que teníamos todo el tiempo que quisiéramos si no hacíamos mucho ruido. – “Ya no se oye ningún ruido. ¿Me vas a enseñar ahora?”, dije a mi hermano. – ¿Ya estás preparado?”, me contestó mi hermano. – “Si”, contesté, y lo estaba desde la tarde, esperando que llegase la noche. Me daba morbillo ver la polla de mi hermano, tan grande, tan distinta a la mía, tan adulta. Era como participar en el mundillo de los “mayores”, tan oculto a los niños.
Por supuesto, yo ya había dejado claro a mi hermano esa tarde que yo ya no me iba a desnudar, y que mi polla era una birria de pequeña…, pero eso no era ningún problema para que mi hermano quisiera enseñarme la suya, cosa que me parecía muy bien (me pareció un gesto de generosidad suya). Pues eso: se bajó la ropa y los gayumbos y volví a ver ese pollón gordo, ancho, peludo y con esos huevos tan grandes (ahora entendía bien tantas frases hechas referidas a los “huevos” y los “cojones”. Los míos eran tan desapercibidos…, pero es que no tenía edad para tenerlos desarrollados. Pero, los de mi hermano sí estaban desarrollados: eso eran ¡huevos!).
– “Mira. Ven. Agárrame la polla”, me dijo mi hermano, y así hice yo. Con mi mano de niño, que no abarcaba el ancho de la polla, noté que estaba caliente.
– “Ahora, haz como te diga”, me siguió diciendo. Entonces, me puso su mano encima de la mía (que seguía agarrando su pene) e hizo el movimiento de mete y saca. Ahí empezó a salir el glande de su polla, que hasta ahora estaba oculto debajo de la piel del prepucio. Un buen glande, jeje, un glande grande… (comparado con lo que había visto). Pero la polla no estaba tiesa, sino que empezaba a hincharse. – “Sigue así, sube y baja, sube y baja”, me decía mi hermano mientras me dejaba sola a mi mano que fuese haciendo eso mismo a su pene. Y yo notaba con asombro como esa polla se empezaba a llenar de sangre, a hincharse, a descapullarse hasta que el glande sobresalía por fuera del pellejo. Mi asombro era mayúsculo pues ni mi polla ni las de mis compañeros de clase (de mi misma edad) eran parecidas ni por asomo. Es normal ese asombro para quien no ha visto antes una polla adulta, ¿no?.
– “Esto de subir y bajar, mete y saca… es hacer una paja”, decía mi hermano
– “Ya…, pero, jajaja, es tan distinto a lo que hacen en clase”, dije yo, refiriéndome a los pajeros de mi clase.
– “Pues yo te enseño a hacerme pajas y así me vas preguntando lo que quieras…, si tienes alguna duda. Mi polla es de hombre, no como la de tus amigos”, seguía diciendo mi hermano.
Y era cierto, que ese pollón no tenía nada que ver con lo que había visto. Se podría decir que yo estaba entusiasmado por ese misterio que tenía para mí solo entre mis manos. Era de noche, y nadie iba a estorbar. Así que, mete y saca, mete y saca, con mi mano fui pajeando a mi hermano, que tan a gusto estaba (los dos ganábamos: él por el pajote que le estaba haciendo, y yo por el misterio y la novedad que estaba descubriendo y que me sigue emocionando después de tantos años).
Lógicamente, le fui preguntando por el tamaño de sus genitales, tan bestiales (bestiales para mí, porque supongo que serían normales para una persona adulta), los peludo que era él (peludo normal, supongo, pero excepcional para un niño de 10 años que no tiene ningún pelo) y esos huevos tan gordo colgantes en la bolsa escrotal, que tanto me llamaba la atención. – “En unos años, ya te crecerá también a ti”, me aseguró mi hermano. Es cuestión de edad. ¿Y esos huevos?. Ahí se hace el semen, la “lefa”, que es un palabro que se decía, jeje, el esperma. Cuando los genitales se desarrollan, los huevos empiezan a fabricar esperma, que no tiene nada que ver con la orina. Tras una relación sexual con una tía o con un buen pajote, los huevos expulsan la lefa por la polla. – “ahhh, vale”, decía yo, que ya sabía algo pero tampoco tenía las cosas muy claras. Una cosa es la teoría (con 10 años) y otra cosa es la práctica, que es lo que estaba viendo. Mi hermano me aseguró que, tras un rato pajeándole, sus huevos iban a echar la leche por la polla. Me avisaría cuando pasara, pero lo iba a ver… y así fue. Tras unos minutos, 10 minutos o un cuarto de hora, me dijo: – “Mira la punta de la polla, que va a escupir leche”. Y así ocurrió: escupió porque lanzó unos chorretones de leche que fueron cayendo mientras mi hermano ponía cara de éxtasis (intrigado y con morbo emocionado atendía yo a estos momentos). Se me llenó la mano de semen, que cayó también en el suelo y en mi ropa. Me dijo mi hermano: – “no te preocupes, que no me he meado. La leche no es mala y le encanta a las mujeres. Vamos a limpiarnos, pero ya te digo que la lefa del hombre no está sucia y se puede beber”. ¿Se podía beber?, pensaba yo. Así se lo dije a él…
Esa noche fuimos a dormir…, mi hermano tras la eyaculación estaría en la gloria. Yo estaba excitado y emocionado. Ya me sentía un poco más mayor. A los dos días (o varios días después), mi hermano me volvió a susurrar al oído si quería que le enseñara la polla. Yo decía que sí (la mía no…, pero si es la suya, pues perfecto), y así él se sacaba la polla y yo ya sabía que hacer: agarrar ese gran pene, y menearlo hasta que se hinchaba que parecía que iba a explotar. Dependiendo del sitio, solo le pajeaba poco tiempo o todo el tiempo del mundo hasta que eyaculaba…, y es que no siempre le agarraba la polla en el silencio nocturno de nuestra habitación. Algunas veces, era en otras casas o era en otros edificios donde me decía si podía agarrar su polla. Por ejemplo: pocos días después, en casa de mis primos, me dijo que si le agarraba su polla (por supuesto, mi respuesta era SÍ) y nos íbamos al cuarto de baño donde durante poco tiempo (un minuto, dos o tres) yo le pajeaba un rato. Entonces no acababa en eyaculación porque no podíamos estar 10 minutos o el tiempo que fuese hasta que se corriese. Pero el chico salía la mar de a gusto (eso sí, marcaba un bulto inmenso debajo del pantalón, que hasta podría llamar la atención si uno se fijaba en su entrepierna). En esa misma primera semana en que le hice la primera paja, fue cuando probé el semen por primera vez:
Siempre que se corría y escupía la lefa por su polla, me decía que – “¡Cuánto desperdicio!. Toda esa leche sin que nadie la utilice”. Claro, yo pensaba: el esperma tiene su función, cuando se mete en el coño de las mujeres (la teoría ya me la sabía de la clase de Ciencias Naturales del cole, jejeje)…, pero ya me aclaraba mi hermano que también se podía beber, y que las mujeres solían chupar las pollas y beberse el semen. Yo no era una mujer, pero el semen y las pollas no entienden de eso. Si la leche de hombre está buena y tiene vitaminas (jojojo) pues todo es cuestión de probarla. Realmente, lo que sale de la polla parece que da un poco de asquito…, pero también da morbo, y más sabiendo que hay gente que se la toma. El caso es que, varios días después, en casa por la noche (o sea, con tiempo para eyacular) me dijo mi hermano que si quería darle unos chupetones a su polla.
Yo, como no podía quejarme de la generosidad de mi hermano enseñándome tanto, pues no quise negarme: Acerqué mi cara a su polla erecta, con su glande hinchado a un palmo de mi cara… saqué mi lengua y di un lametón a esa cabeza de polla tan grande. – “Muy bien. Así, así. Chúpame el capullo un rato y luego métete mi polla en la boca”. Como me dijo, así hice: como no me dio ningún asco (ya hacía una semana que le estaba pajeando, así que ya tenía su polla bien vista), le lamí el glande mientras le sujetaba su polla con mi mano y al final ese capullo entró en mi boca, metiendo y sacando. Me daba morbo esa situación, que tanto placer daba a mi hermano.
La paja se convirtió en una paja chupada: mientras pajeaba, el glande me lo metía en la boca, lo sacaba, lo lamía… Y llegó el momento de la eyaculación. Se corrió como tantas veces (lanzando chorros al aire y al final, derramando leche en mi mano). Esa vez, acerqué mi mano con semen a la cara…, lo olí, puse cara de intriga (realmente huele, pero no sabría decir a qué huele), di un lametón a mi mano donde había semen, o sea, lo probé… y como no me pareció que supiera mal, seguí lamiendo el semen de mi mano. Mi hermano aprobó que no me disgustara, y me dijo que hiciera lo mismo con su polla, que seguía saliendo leche a borbotones, e iba derramándose por su polla manchando sus huevos. Pues vale: como no me da tanto asco como podría esperar, pues le voy chupando la punta de su polla, y por todo el tallo de su pene hasta sus huevos. Primera vez que tomo semen. No es que esté muy rico, pero tampoco está desagradable.
Y, una vez que ya he tomado semen, pues de ahí que ya no me diera asco tomarlo otras veces (incluso el mío). Ese verano seguí haciendo pajas a mi hermano. Lo mismo estábamos en un centro comercial y me decía: – “Ven conmigo al lavabo, que se me ha puesto dura”. Nos metíamos los dos en el cuarto de baño, cerrábamos la puerta y se sacaba la polla para que le pajease. Y ahí, o le pajeaba un rato y luego salíamos…, o le pajeaba hasta el final y le chupaba la polla, tragándome el semen dejándole la polla limpia; el caso es que hubiese un poco de discreción, y que nadie nos viese metiéndonos juntos en el mismo wáter. Tenía que pajearle en silencio (no decíamos ni pío) para que no se notase nada. ¿Más sitios que no fuesen mi casa? En sitios públicos, solo podía pajearle poco tiempo (yo creo que a mi hermano también le daba mucho morbo que le pajease en esos sitios… o es que casi siempre estaba salido, jajaja): Ya he dicho que en algunos lavabos de centros comerciales; en los lavabos del colegio (pero aquí era poco tiempo porque siempre tenían mucho movimiento)…
En casa de familiares…, pero siempre éramos los dos solos (un secreto de los dos que ninguno queríamos desvelar); en el campo; en la montaña (eso en verano, si hacíamos alguna excursión, siempre se la arreglaba mi hermano como para ir conmigo a algún sitio solitario y allí sacar su polla para que le pajeara, y, dependiendo de si había tiempo o no, correrse); en la playa (en la misma playa, no. Fue una vez dentro del agua). Yo me he pajeado años más tarde en el mar, sabiendo que de cuello para abajo no pueden ver desde la orilla qué hago con mi polla (y buenas ristras de leche he dejado para que se la beban los peces, jejeje).
Con mi hermano, ahora que lo pienso, la situación era más exhibicionista, pues no es lo mismo pajearse solo dentro del mar, que te pajee alguien. Desde la orilla alguien nos podía haber visto demasiado juntos…, aunque tampoco tienen por qué pensar mal, pues éramos hermanos y podríamos estar jugando. Jejeje, pues sí, estábamos jugando, pero a unos juegos de mayores. Pues eso, que me dijo mi hermano en la playa que si le pajeaba y yo no dije nada porque no sabía dónde podría hacerlo. – “En el agua. Nos metemos en el agua y me pajeas allí”, afirmó. Y allá que fuimos…, y en un sitio sin gente a un montón de metros de la orilla, se bajó el bañador a la mitad de la pierna de modo que mostrase el culo y el rabo (cubierto bajo el agua. Desde lejos no se vería…, pero yo que estaba al lado, sí lo veía). Pues ahí que fue mi mano a agarrar ese pene que ya estaba tieso y, ¡hala!, a darle al mete y saca. No llegó a correrse porque tampoco estuvimos mucho tiempo con el pajote (supongo que al final no convenía estar mucho tiempo así)…, pero ese pajote bajo el mar me sigue emocionando con el tiempo y, ya lo he dicho, he llegado a hacerme pajas yo solo bajo el mar. Es un morbo especial…; te pajeas casi en público, jeje.
Y ya no cuento más situaciones como estas, que la narración me ha salido un poco larga. Solo decir que agradezco a mi hermano que me haya enseñado tantas cosas antes de tiempo y que siempre emocionan cuando se descubren por primera vez. Gracias a que probé la lefa de mi hermano, luego no me ha dado asco probar la mía o incluso la de mis amigos. Y de eso trataba la otra narración que ya conté la semana pasada.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!