Paleta de chocolate y leche como postre
Una sonrisa pícara se dibujó en mi cara y respondí “una paleta de chocolate, y si la chupas bien puede que salga leche condensada”. Daniel pasó su lengua por sus labios con alegría. Supuse que ya había probado la leche condensada y sabía lo que era..
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Hace un par de años, una noche mi hermano me pidió que cuidara a su primer hijo, Daniel, que por ese entonces acaba de cumplir tres años. Tres meses atrás, yo había terminado con mi novia, una negra hermosa culona y tetona, así que en las noches de los fines de semana estaba libre y acepté cuidar a mi sobrino.
A los tres años, Daniel era un niño hermoso, siempre alegre, sonriente y juguetón. Realmente quiero mucho a mi sobrino aunque ya no lo veo seguido, pues hoy en día ya es mayor de edad y esta estudiando en el exterior. A veces me lo imagino participando en las orgías de las fraternidades, cogiéndose a tres rubias al mismo tiempo, deseosas por tener adentro una verga de latin lover como él.
Ese día llegué a las 5 pm. Mi hermano y su esposa iban a una fiesta y seguramente después a un motel. Así que llegarían en la madrugada. Debido al nacimiento de Daniel, la vida sexual de mi hermano y su pareja ya no era tan intensa. Según me contaba mi hermano, antes de Daniel, cogían como conejos por todo el apartamento. Como su verga no es muy grande, defecto de toda la familia que me incluye a mí, su posición sexual favorita eran las tijeras sexuales usando como soporte la mesa del comedor. Aquí mi cuñaba se acostaba boca arriba sobre la mesa con las piernas colgando en el aire. Luego mi hermano se colocaba frente a su mujer y tomaba sus piernas por los tobillos. Mientras la penetraba, él cruzaba y abría las piernas de ella. Según mi hermano la vagina se estrecha tanto como si fuera la de una virgen. Mi cuñada tenía las manos libres así que podía estimular su clítoris. La fricción y estimulación eran tan grandes que un orgasmo siempre estaba asegurado para cada uno. No tenía duda de que mi hermano, esa noche en el motel intentaría prender de nuevo la llama de la pasión en su esposa.
Justo cuando llegué, mi sobrino me cogió de la mano y me guió hasta su cuarto para que jugara con él. Mi hermano aprovechó para salir sin despedirse y evitarse una pataleta. Cuando ya era hora de comer, llevé Daniel a ver televisión en la sala y puse a calentar la sopa que había dejado mi cuñada. Mientras tanto me puse a leer las noticias en mi móvil. Vi un titular que decía “¿Por qué nuestra memoria no empieza hasta que tenemos tres años?”. Según la noticia la mayoría de personas no recordamos nada antes de los tres años y cuatro meses de edad. De repente se me ocurrió una idea, si Daniel me daba una mamada esa noche lo más seguro era que no lo recodara cuando fuera mayor. No sé de dónde vino esa idea, seguramente de mis bolas rechonchas que clamaban más de tres meses por una descarga, pero no me pareció tan descabellada.
Serví la sopa y dije “Daniel, si te tomas toda la sopa, te doy un postre”. A Daniel le brillaron sus ojitos y dijo “Tìo y ¿qué es postre?”. Viendo la alacena vi un tarro de nutella, mi hermano era dicto. Una sonrisa pícara se dibujó en mi cara y respondí “una paleta de chocolate, y si la chupas bien puede que salga leche condensada”. Daniel pasó su lengua por sus labios con alegría. Supuse que ya había probado la leche condensada y sabía lo que era.
Con unas pocas cucharadas y casi sin mi ayuda Daniel terminó rápidamente la sopa y me dijo sin rodeos “quiero mi paleta”. Con solo escuchar eso mi verga salto de alegría y se puso muy dura. Yo le dije “está bien, pero esta es una paleta especial, no la puedes morder, solo chupar”. Daniel asintió con la cabeza. Fui a la cocina por el tarro de nutella y nos acostamos en sofá. Me quite el pantalón y el short. Mi verga estaba como una roca ansiosa de tener acción después de tanto tiempo. Abri el tarro cubrí mi verga de una buena cantidad de nutella. Desde la unión con mis bolas hasta la punta del glande. Le dije a Daniel “listo, chupa”. Daniel no estaba seguro, entonces tome su cabeza y guié su boca hasta mi verga. Con su lengua comenzó a lamer el chocolate. Su lengua era tímida al principio pero cada vez tomaba más confianza y sus lamidas eran cada vez más fuertes. Mi verga no es muy grande, pero era perfecta para Daniel. Con un lengüetazo alcanzaba a recorrer desde la base hasta la punta. Al igual que a su padre, le encantaba el chocolate. Lo noté porque su salivación era abundante. Comenzó a salir saliva por su boca y esta lubricaba toda mi verga y también caía en mis bolas. Cada vez que se acaba el chocolate de mi verga, tomaba mas del tarro y lo volvía embadurnar. Especialmente la cabeza, su lengua era magistral en mi glande y frenillo. Sin darnos cuenta nos habíamos acabado todo el tarro de nutella. Daniel parecía satisfecho pero yo aún no lo estaba. Le dije “ahora viene la mejor parte, la leche condensada, pero para eso debes agitar con tus manos la paleta”. Daniel hizo cara de no entender. Así que tome sus manos y con ellas agarré mi verga. Luego hice un movimiento de sube y baja. Le dije “debes hacer este movimiento, sube y baja, muy rápido”. Daniel pareció entender y comenzó a mover sus manos. Me había mamado y ahora me estaba haciendo una paja sin saberlo. Aunque su motricidad no era la mejor, el movimiento era suficiente para causarme un gran placer. Su boca y sus manos no eran comparables con las de mi exnovia pero teniendo en cuenta mi abstinencia esto era el cielo para mi verga. Con par de subes y bajas ya estaba listo para eyacular. Le dije “ya vine la leche”. Daniel abrió su boca. Me vine con cuatro chorros. Una buena cantidad de leche por mi abstinencia. Los dos primeros cayeron justo en su boca. Con esos pudo saborear mi leche. Los otros dos cayeron en los cachetes.
Admito que el orgasmo ha sido uno de los mejores que he tenido. Sin embargo la felicidad no me duró mucho. Fue interrumpida por el llanto de Daniel. Evidentemente estaba asustado por los chorros que había recibido en su cara. No se los esperaba. Y obviamente mi leche no sabía propiamente a leche condensada. Su llanto rompió el silencio de la casa y me asusté bastante. Tomé conciencia de que lo que había hecho no estaba bien. Mi calentura podría causarle un trauma a mi sobrino sin importar si lo pudiera recordar o no. Realmente lo amaba y lo que menos deseaba era hacerle daño.
Lo alcé en mis brazos con toda la ternura y el amor. Fuimos hasta el baño y limpie su cara con agua tibia. Mientras tanto le hablaba como bebé y lo trataba de calmar. Poco a poco dejó de llorar. Bostezó y supe que tenía sueño. Sin embargo no quería que se durmiera triste, con llanto y asustado. Le propuse leerle un cuento. Asintió pero sin sonreír. Me sentí morir ya que el siempre sonreía. Le puse la pijama. Le bañé los dientes. Y lo acosté. Cogí su cuento favorito y comencé a leerlo interpretando las voces de los personajes. Poco a poco, la sonrisa de Daniel fue creciendo hasta que se convirtió en carcajadas. Eso me tranquilizó. Luego cerró sus ojos y se durmió.
Volví a la sala a limpiar el desastre y ponerme mis pantalones. Vi el tarro de nutella vacío y caí en cuenta que un niño de tres años se había comido todo eso. Lo más seguro es que se despertara en la mitad de la noche vomitando y con dolor de barriga. Pero «¿qué brutalidad había hecho?» pensé. El remordimiento y la culpa no me dejaron pegar el ojo en toda la noche. Me levantaba seguido para ver cómo estaba Daniel. Conté con suerte porque Daniel no enfermó.
En la madrugada mi hermano y su esposa llegaron. Me encontraron despierto. “¿Cómo te fue con Daniel?” preguntó ella. “bien” respondí. Mi hermano notó que no había dormido en toda la noche y me preguntó. “¿Estas bien? ¿Continuas pensando en tu ex?”. Sin mirarlo a los ojos, con miedo de que si lo hacía descubriera lo que había hecho, dije «si» moviendo la cabeza. Mi hermano replicó “no te preocupes, mi esposa quiere un trio y adivina quién vamos a invitar”. Me guiñó el ojo y se fue acostar.
exitante