Papá y Tía
Papá y tía siempre discutían por cosas pequeñas, pero aquella tarde todo cambió. En la mesa del comedor, entre tazas de café frío y miradas tensas, un secreto largamente guardado salió a la luz..
Leonardo, o simplemente «Leo» como le decía tía, se había hecho cargo de todo desde que mamá se fue. Por eso, vivíamos los tres juntos en aquella casa antigua, llena de recuerdos y rincones olvidados. Tía había venido a ayudarnos por unos meses, pero los meses se volvieron años, y al final, terminó siendo parte de nuestra pequeña familia.
Salí de mi habitación sin preocuparme por ponerme más ropa; en casa siempre andaba en ropa interior, era lo que me resultaba más cómodo. Al llegar al comedor, encontré a papá y a tía sentados frente a frente, en un silencio pesado. Pensé que habían discutido otra vez, así que fruncí el ceño y pregunté sin rodeos:
—¿Qué pasa ahora?
Me detuve en seco al ver cómo se miraban. No era la tensión de una discusión cualquiera, era algo más denso, más íntimo. Tía bajó la mirada, como si evitara mi pregunta, y papá suspiró, pasándose una mano por el rostro antes de hablar.
—Tenemos que hablar contigo —dijo, con un tono que me puso alerta.
Me crucé de brazos, esperando. Tía tragó saliva y, sin mirarme a los ojos, dejó escapar las palabras que me hicieron sentir como si el suelo desapareciera bajo mis pies.
—Tu padre y yo… estamos juntos.
Tía Ana siempre había sido una presencia extraña en mi vida. No porque no nos lleváramos bien, sino porque nunca encajó del todo en el papel de «tía» que se supone que debía tener. Era demasiado joven, demasiado diferente a mi padre como para que la viera como una hermana para él. Tenía solo 21 años, apenas cuatro más que yo, mientras que con papá la diferencia era de casi veinte. Medía 1.72, tenía una piel morena tersa, de ese tono dorado que parece brillar con la luz, y unos ojos claros que podían pasar de la dulzura a la frialdad en un segundo. Su cabello, largo y oscuro que caía en ondas sueltas sobre unos pequeños pero firmes pechos. A mí me resultaba inevitable voltearla a mirar cuando ella no me miraba, tenía ese tipo de traseros que son perfectos para cualquier hombre.
Y sí, era hermosa. Tanto que, en más de una ocasión, me había sorprendido mirándola más de la cuenta. Me sentía culpable por ello, pero no podía evitarlo. Su forma de moverse, de reírse, la manera en que su ropa ceñida marcaba su trasero… todo eso me confundía. Pero siempre me recordaba que era mi tía, que no debía pensar en ella de esa forma. Ahora, con su confesión flotando en el aire, con papá mirándome como si esperara que explotara, todas esas emociones reprimidas volvían con fuerza.
No solo me molestaba la relación en sí, sino lo que significaba, estábamos hablando de incesto. Me hacía sentir pequeño, como si yo fuera un niño al margen de una historia que desconocía. También me dolía pensar que tal vez, en algún rincón de mi mente, había llegado a imaginar que si las cosas fueran diferentes… si no fuera mi tía… ella y yo podríamos haber sido otra cosa.
Pero ahora todo estaba claro. Ella había elegido a mi padre.
Puede que en mi cabeza hubiera pasado una eternidad, con pensamientos enredándose y chocando unos con otros, pero en realidad solo habían pasado unos segundos. Ambos me miraban, esperando mi reacción, con una tensión en el aire que casi podía tocarse.
Pero en lugar de explotar, de hacer preguntas o de mostrar lo que realmente pasaba por mi mente, simplemente respiré hondo y solté lo primero que se me ocurrió.
—Los entrenamientos de fútbol han estado pesados últimamente —dije, encogiéndome de hombros, como si nada hubiera pasado.
Tía frunció el ceño, sorprendida por el giro repentino, y papá entrecerró los ojos, estudiándome. Sabía que no era tonto, que no podía haber digerido la noticia tan rápido, pero tampoco me presionó.
—¿Sí? —dijo finalmente, cruzándose de brazos—. ¿Y qué tal van los partidos?
Me forcé a sonreír y me recargué en la silla, con una actitud despreocupada que no sentía en absoluto.
—Bien, aunque hay mucha tensión en el equipo… Ya sabes, a veces es difícil cuando hay gente que se mete donde no debería—. Dije mirando a Tía
Mis palabras eran veneno disfrazado de conversación casual, una prueba para ver si reaccionaban, si se incomodaban, si al menos se daban cuenta de que esto no iba a ser tan fácil para mí como pretendían.
Antes de pararme e irme de allí, me tomé un momento para mirarlos a ambos. No porque quisiera, sino porque no podía evitarlo. Papá mantenía esa expresión seria, como si ya estuviera preparado para cualquier reacción mía. Pero tía… ella era otra historia.
Había algo en su mirada que me desconcertaba, algo que no había notado antes o que simplemente nunca me había atrevido a analizar. No era solo incomodidad o culpa, era más profundo, más confuso. Nos miraba a los dos de una manera que me hizo tragar saliva. Una parte de mí quería preguntarle qué pasaba por su cabeza, qué significaba todo esto para ella.
Nunca había imaginado encontrarme en una situación así. Tenerla tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos. Sentir que algo en la dinámica entre los tres se había roto sin remedio. No estaba listo para lidiar con eso, así que hice lo único que podía hacer.
Me levanté sin decir nada más y me fui de allí.
Los escuché hablar entre susurros a mis espaldas, pero no me detuve. Sus voces se hicieron cada vez más tenues a medida que me alejaba, hasta que dejaron de ser más que un murmullo distante. No quise pensar en lo que decían, en si hablaban de mí, de mi reacción, o si simplemente seguían con lo suyo sin preocuparse por lo que yo sentía.
Más tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse y la casa estaba en ese punto intermedio entre la calma y el letargo, los volví a encontrar. Esta vez en la sala, sin rastro de nerviosismo, sin el más mínimo intento de disimulo. Supongo que, para ellos, ya no había secretos.
Papá la tenía tomada por las caderas, con sus dedos descansando sobre una de sus nalgas, con una naturalidad que me crispó los nervios. Su mano se deslizaba con discreción, pero yo vi el gesto. Vi la forma en que sus dedos tanteaban la tela de su falda, esa falda amarilla holgada con cuadros negros que se ceñía a sus movimientos con cada leve roce.
No podía apartar la mirada, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas. Algo dentro de mí se tensó, un nudo extraño que no sabía si era rabia, incomodidad o… algo más. No debería estar mirando. No debería importarme. Pero ahí estaba, incapaz de hacer otra cosa.
Mi padre permanecía tranquilo y ella también, la note mirarlo detenidamente y morderse los labios. Luego observe que algo más ocurría, papá tenía la cabeza hacia atrás y su respiración era entrecortada, había movimiento pero el propio cuerpo de tía me impedía ver más.
Me moví ligeramente desde el arco que da entrada a la sala donde ellos estaban, y lo vi con claridad, Tía lo estaba masturbando, a mi padre. Lo hacía con entusiasmo, mirándolo directamente a los ojos. Luego se inclinó y se metió su pene a la boca, papá gemía de placer, claramente disfrutando de la atención de tía Ana.
Parecía que en ese momento papá estaba viniéndose en la boca de tía, porque veía como comenzó ella a agitarse, sin embargo, aparentemente tragó todo lo que salió de su pene, luego de enderezarse se relamía los labios. Luego se puso de pie y caminó hacia mí. No sabía como reaccionar, pero ella estaba bastante tranquila.
—¿Qué pasa, Diego? —dijo finalmente, cruzándose de brazos al llegar a mí—. ¿Te gustó lo que viste?
Papa solamente enderezo un poco la cabeza pero no se molestó en cubrirse ni en decir nada.
—Tu padre sabe muy bien, pero si quieres, ahora será tu turno.
Comencé a temblar ligeramente, estaba excitado y no podía negarlo. Me empujó suavemente hacia la pared y se pego por completo a mí, su cara llegaba a la altura de mi cuello y en mi pecho sentía la presión de sus pechos.
—Se que me deseas Diego, puedo sentirlo. —Ella bajó su mano y agarró mi verga a través de mis pantalones
—Estas así de duro por mí, ¿verdad? —Colocó un dedo en mis labios, deteniéndome. —Shh, Diego. No hay prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Se sacó su camiseta, dejándome ver un sujetador blanco de encaje y el contorno de sus pechos. Se acercó nuevamente y comenzó a besar mi cuello suavemente. Sus manos acariciaban mi pecho, luego bajo nuevamente sus manos y desabrochó mis pantalones, metiendo su mano para acariciar directamente mi verga. Se arrodilló ante mí y comenzó a bajarlos, junto a mis calzoncillos dejando mi verga al descubierto. Comenzó a lamer la punta mirándome llena de lujuria.
Tía abrió la boca y tomo toda mi verga dentro, chupando y lamiendo con entusiasmo. Sus ojos se cerraban en éxtasis mientras saboreaba mi sabor. Comenzó a mover su cabeza hacia arriba y abajo, tomando la totalidad de mi verga. Con su mano me acariciaba mis bolas mientras seguía chupando y su otra mano en la parte posterior de mi muslo derecho. Miraba constantemente hacía mí, hacia mi cara, hacia mis ojos.
Observo que papá se ha puesto de pie y camina hacia nosotros. Tía se detuvo y miró hacia atrás, luego sonrió lascivamente. Papa sonreía mientras colocaba sus manos en la cabeza de tía. Le acercó su flácida polla a su rostro, pero ella se volteó y volvió a meter la mía en su boca.
—Tu tía y yo hemos planeado esto. Sabíamos que te unirías a nosotros. —Decía mientras frotaba su pene en el cabello de ella. —Ella disfruta mucho chupando, siempre ha sido una puta caliente.
Papá no dejaba de sonreír. Estaba emocionado. Por mi parte mis gemidos se hicieron cada vez más intensos. Tía mueve su cabeza con ímpetu, es realmente buena chupando.
—Es una perra en celo, siempre lo ha sido. —Veo que a ella le gusta que le traten así. —Vamos, hijo. Métela en el culo de Ana. Quiero verte.
Papá la tomo por el cabello y la obligó a girarse. Tía jadeaba, tenía los ojos vidriosos de lujuria, abrió la boca y metió nuevamente el pene de mi padre dentro. Mientras yo me arrodillaba detrás de ella, subí su falda y pude darme cuenta de que no llevaba ropa interior. Su trasero era algo hermoso, el contorno de sus nalgas me obligaba a ayudarme con mis manos para alcanzar su agujero. Su culo, Papá dijo que utilizara su culo, con ambas manos abrí sus nalgas y pude ver el agujero de su ano. Apoyé mi verga y al no notar obsesión comencé a ejercer presión. Era la primera vez que mi verga entraba en el ano de una chica y que mejor que mi propia tía. Su ano se adapto de manera inmediata, parece que estaba familiarizado con una verga dentro.
Comencé a follarla con fuerza, su cara se distorsionaba con el placer, con los ojos cerrados y la boca abierta mientras papá luchaba por meterle su pene dentro. Papa gruñía, su pene no estaba en erección, pero parece que disfrutaba humillándola. Mis bolas golpeaban contra sus nalgas y esa sensación era el cielo para mí.
—¿Te gusta eso puta? ¿Te gusta que te folle tu sobrino? —Decía mi padre.
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