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Incestos en Familia

Pedrito y el abuelo de las montañas

Conversaciones en cuarentena.

 

—Abuelito, ¿a qué hora llega mi papá?

—Mmm, en estos días ya no es seguro a qué hora llegue, Pedrito.

—¿Por qué, abuelito?

—Porque tiene mucho trabajo.

—Abuelito, ¿ya te va a salir la leche?

—Si sigues chupando así, no demorará en salir, mi niño.

—Me encanta tu verga, abuelito.

—Me alegro de que te guste, Pedrito, pero ya es hora de ir a la cama.

—Abuelito, ¿qué cuento me contarás esta noche?

—Mmm, te leeré el cuento de Heidi. ¿Te acuerdas que quedamos en que ella se había ido a Frankfort?

—No me acuerdo, abuelito.

—Pues, eso pasa porque te quedaste dormido.

—Creo que sí, abuelito, ¿te acostarás conmigo hasta que me duerma?

—Claro que sí, mi niño, claro que sí.

—Abuelito, ¿toda la gente está presa?

—¿Presa?, no te entiendo.

—Que si todos están presos como nosotros.

—Ja, ja, ja. Nosotros no estamos presos, Pedrito. Estamos en cuarentena.

—¿Y por qué no podemos salir?

—Pues, porque podríamos enfermarnos.

—Pero mi papá sale todos los días a trabajar.

—Tu padre hace un trabajo muy especial, hijo, él trabaja en el hospital y tiene que atender enfermos.

—Mmm, yo ya estoy aburrido de estar encerrado, abuelito; quiero ver a mis amigos.

—Lo entiendo, Pedrito, yo también quisiera salir, pero por ahora no podemos.

—¿Y cuándo vamos a poder salir, abuelito?

—Espero que sea pronto, hijo. Ojalá.

—¡Vamos a acostarnos, abuelito!

—Espera, ve tú antes, yo apagaré las luces y voy.

—Bueno, abuelito.

 

—Ya estás en la cama. ¿Te lavaste los dientes?

—Sí, abuelito, ahora te toca a ti.

—Espera, ya vuelvo.

 

—Abuelito, ahora que has vuelto, ¿te vas a poner tu pijama?

—¿Quieres que me ponga el pijama?

—No, abuelito, prefiero que te acuestes sin ropa como la otra noche.

—Está bien, entonces me sacaré la ropa. ¿Y tú?, ¿también te vas a sacar el pijama?

—¡Sí, abuelito!, ¡quiero dormir sin ropa, igual que tú!

—Ok, dame un lado.

—Abuelito, estás muy peludo, ¿eh?

—Es que soy grande.

—¿Todos los hombres grandes son peludos como tú, abuelito?

—No todos, Pedrito. Algunos hombres tienen pelos y otros no.

—¿Todos los hombres son diferentes, abuelito?

—Así es, hijo. Todos los hombres somos distintos.

—A mí me gustas tú, abuelito.

—¿Sí?, ¿y se puede saber por qué?

—Porque eres muy grande y tienes la pichula gorda.

—Ja, ja, ja. Es verdad, mi niño, tengo la pichula muy gorda, ja, ja.

—Abuelito, ¿mi papá también tiene la pichula gorda?

—Claro, hijo. ¿No se la has visto nunca?

—Sí, una vez se la vi, pero no la tenía dura y no supe si se le pone gorda como a ti o no.

—Pues, tendrás que averiguarlo, Pedrito.

—Sí, abuelito, me gustaría verla. ¿Crees que le puedo preguntar?

—No veo por qué no, Pedrito. Si quieres saber, lo mejor es preguntar.

—Está bien, abuelito, cuando llegue le preguntaré.

—Está bien. ¿Quieres que te lea el cuento, ahora?

—Sí, abuelito.

—Ok.

 

Esa mañana en que Heidi ya se había marchado a Frankfort, Pedrito subió a la cabaña del abuelo a buscar las cabritas:

—¿Cuánto tiempo se va a quedar Heidi en Frankfort, señor?

—No lo sé, Pedro.

—Mmm, ¿y Ud.…?

—Yo, qué…

—Pues… Ya no está Heidi…

—Vamos, General, dilo de una vez, ¿qué quieres saber?

—¡Cáscaras! Solo quería saber si Ud.… que cómo lo va a hacer sin Heidi.

—Hacer qué, Pedro, dilo ya.

—Pues, ¡que a quién se va a culear!

 

—¿Qué es culear, abuelito?

—Lo que hacemos en las noches con eso que tienes en la mano ahora, mi niño.

—¿Entonces “culear” es cuando te clavan el pico en el culo, abuelito?

—Así es, mi niño, a eso se le llama “culear”.

—¿Y el abuelo de Heidi se la culeaba?

—Parece que sí, por eso el pastor está intrigado.

—Mmm, sigue abuelito.

—Ok.

 

Cuando el pequeño pastor le preguntó al abuelo cómo lo haría sin Heidi, el abuelo estalló en una risotada:

—¡Ja, ja, ja! General, ¿Y cómo sabes tú lo que hacemos Heidi y yo?

—Ella me lo ha dicho.

—Te ha dicho qué….

—Qué Ud. lo tiene muy grande y gordo.

—Ja, ja, ja. Es verdad, General…. y dime, ¿quieres tú ocupar su puesto?

—¿Yo? Mmm, pues… no sé. Mejor me voy a las montañas. ¡Vamos Blanquita!, ¡vamos Copo de Nieve!

 “El chico tiene razón. Ahora que no está Heidi, ya no tengo con quién pasar la noche” —pensó el abuelo. Luego se dio vuelta y con su vozarrón, gritó:

—¡General!

—¿Eh?

—Cuando vuelvas con las cabras, te invitaré a una taza de chocolate.

—¡Está bien, señor! …. “Cáscaras, este viejo está bien loco”

 

—Pedrito, ¿estás seguro de que quieres que continúe?, ¿o prefieres chuparme la callampa?

—Las dos cosas, abuelito. Quiero seguir chupándote el pico mientras me lees.

—Está bien, mi niño, pero no duraré mucho si sigues así.

 

La tarde pasó rápidamente para el abuelo y también para Pedro, el pastor, quien intrigado por el ofrecimiento del abuelo se dispuso a llevarle de vuelta las cabritas.

 

—¡General!, guarda las cabras y ven a la cabaña. Acompáñame.

—Sí, señor.

—¿Quieres algo de queso, General?

—¡Sí!

—¿Y pan?

—¡Sí!

—Ja, ja, ja. Eres un glotón, General. ¿Hay algo que no te eches a la boca? Ja, ja, ja.

—Ja, ja, ja. No, señor, ja, ja, ja.

—General, ¿alguna vez has visto esto?

“¿Qué?, ¡el viejo se está sacando el pico…!” —¡Oh!, señor, ¿qué está hacien…

—Qué… nunca has visto una pichula así, ¿verdad?

—No, señor. ¡Es muy grande!, ¡cáscaras!

—¿La quieres tocar?

—¿Puedo, señor?

—Pues, claro que puedes, dame tu mano.

—¡Cáscaras!, se siente muy caliente y dura.

—¿A ti no se te pone así también?

—Pues, sí, a veces sí, señor, cuando Heidi me acompaña con las cabritas.

—Ja, ja, ja. ¿Te la ha mamado la niña, General?

—Ehh, no, señor… sí, señor. Una vez, señor

—Vamos, General, a mí no me puedes mentir. Sé que te has culeado a la pequeña.

—¡No! Bueno…. pues, una vez, pero solo porque Heidi quiso.

—Conque ella quiso, ¿ah?

—Sí, señor. Una tarde me dijo que Ud. la había culeado toda la noche por el chorito y ella me enseñó cómo se hace.

—Ja, ja, ja. Está bien, General. No has hecho nada malo.

—¿No?

—No, pero ahora que Heidi no está yo no tengo a quién ponérsela. ¿Te animas tú?

—¿Eh?

—Sácate la ropa, Pedro.

—¿Aquí?

—Sí, aquí. No pretenderás salir a desnudarte al frío, ¿verdad?

—No, señor.

—Eso es. Toda, los zapatos también.

—¿Así, señor?

—Sí, ahora ven. Acompáñame a la chimenea y ponte de rodillas frente a mí.

 

—Abuelito.

—¿Sí, hijo?

—¿Pedrito se hincó igual como lo hago yo contigo?

—Sí, mi amor. Igual que tú.

—¡Qué bien!

—Ja, ja, ja. Ok, ¿continuo?

—Sí, abuelito.

 

El pastor se inclinó desnudo frente al viejo de los Alpes y este guio su cabeza con la mano para recibir del chico una mamada, como las que le había enseñado a Heidi.

—Abre bien la boca, General, trágate el pico hasta los cocos, vamos, más adentro. Así, ufff… qué rico lo haces, Pedro, casi tan bien como mi nieta.

“Qué pichula tan gorda y dura tiene el viejo, apenas me cabe en la boca”

“Qué bien se la traga el muchacho, ¿lo hará igual de bien por el culo?”

—Vamos, General. Sube a mi cama. Aquí tienes este aceite para que te lo pongas en el hoyo.

—¿Qué va a hacer, señor?

—Te voy a culear, claro.

—¡Oh!

—Abre las nalgas con las manos, General.

—¿Así, señor?

—Sí, ahora aguanta. ¡Aguanta!

—¡Ayyy!, ¡sáquela, me duele!, ¡Ayyy!

—Qué…. ¿es que acaso eres virgen, niño?

—¡Ayyyy!, es muy grande, señor.

—Pero, dime, ¿es que acaso es la primera vez que te meten el pico?

—Sí, señor, es la primera vez.

—¡Qué raro!, ¿Es que en el pueblo nunca te la han cogido?

—Pues, una vez se la chupé al profesor, y otra vez al doctor, pero no me la habían metido jamás.

—Ja, ja, ja. El doctor es un viejo zorro. No me cabe dudas de que se haya hecho mamar por ti, pero, bueno…. siempre hay una primera vez y esta vez te tocó a ti. Ya iba siendo hora de que alguien te estrenara. Siente como la meto y la saco. Ya no te duele tanto, ¿ves?

—Sí, señor. Ya no me duele tanto.

—Los próximos días te culearé en la mañana y en la tarde para que te acostumbres. Ahora déjame descargar que tengo las bolas llenas.

—Sí, señor.

 

—Abuelito.

—¿Sí, hijo?

—¿Tú también tienes las bolas llenas?

—Pues, creo que sí, mi amor. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque las tienes bien gordas, abuelito, apenas me caben en la mano.

—Bueno, sigue acariciándolas así y yo también me descargaré como el abuelo de Heidi.

—No, abuelito, yo quiero que te descargues en mí, como el abuelo con Pedrito.

—Está bien, hijo. ¿Quieres que continúe?

—Sí…. Ehhh, ¡No!, mejor juguemos a que tú eres el abuelo de Heidi y yo soy el otro Pedrito. ¿Sí?

—Ok, ¿quieres que te culee como el abuelo del cuento?

—Sí, abuelito.

—Está bien, hijo. Ponte en posición de perrito. Te echaré un poco de cremita, ¿sí?

—Sí, abuelito.

—Ya, ahora aguantarás como Pedrito, el pastor.

—Sí, abuelito, méteme la pichula igual como el abuelo de Heidi.

—Ahí va entonces.

—¡Ay!

—¿Te dolió?

—Sí, pero no importa, abuelito. Yo aguanto igual que Pedrito.

—Está bien, hijo. Te la voy a meter y sacar muy fuerte. Aguántame, ¿sí?

—¡Ohhh, abuelito!, ¡qué rica pichula!, ¡Me gusta!, ¡me gusta!

—¿Te gusta que te la clave así?

—¡Ahhh!, ¡qué ricooooo!

—Ufff, tienes un hoyito tan apretadito, Pedrito. ¿Te gusta como te la meto hasta el fondo?

—¡Ay, abuelito!, ¡es tan grande!

—Creo que me voy a descargar, mi niño. Prepárate a recibir los mocos.

—Sí, abuelito, dame toda la leche, abuelito, toda, toda.

—Ahí va, mi amor. ¡Ahhhh!, ¡qué rico aprietas el hoyo, mi nietecito precioso!, ¡qué bien mueves el culo!, ¡Ahhh!, ¡tómala toda!

—Ahhh, abuelito, te sentí todo cuando me echaste los mocos adentro.

—Yo también sentí como me apretaste el pico con el anillito, mi rey. Ufff, acostémonos juntitos un ratito.

—Abuelito, te quiero mucho

—Yo también te quiero mucho, mi vida.

—¡Papá!, ¡Es mi papá!, ¡Ya llegó!

—Sí, mi amor. Ya llegó tu padre.

 

—Hola hijo, papá, ¿cómo están? Veo que ya se acostaron.

—Sí, hijo. Recién nos acostamos y le acabo de leer un cuento a Pedrito.

—Mmm, un cuento. Espero que no haya sido uno de “esos” cuentos que me contabas a mí, ¿verdad?

—¡No, papá!, Hoy el abuelito me leyó el cuento de Heidi.

—¿Ah sí?, ¿y te gustó?

—Sí, papi, mucho…. ¿Papi? ….

—¿Sí, mi amor?

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Claro, mi niño.

—¿Tú también tienes la pichula tan gorda como la del abuelito?

 

FIN

 

 

Torux

 

Relatos: https://cutt.ly/zrrOqeh / Telegram: @Torux / Mail: [email protected]

10943 Lecturas/21 mayo, 2020/4 Comentarios/por privado
Etiquetas: abuelo, chico, gorda, padre
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4 comentarios
  1. alexpinwi12 Dice:
    21 mayo, 2020 en 8:18 pm

    No manches buen relato me regusto mucho y sigue contando…. 🙂 😉 🙂 😉

    Accede para responder
  2. Torux Dice:
    22 mayo, 2020 en 1:12 pm

    Gracias, alexpinwi12.

    Accede para responder
  3. Nino Putito Dice:
    4 junio, 2020 en 7:10 pm

    ola amigo tu relato estuvo buenísimo pero le falto la presentación y el inicio saber los nombres y las edades del abuelo nieto y padre y a que edad el abuelo comen so a Culiar a su nieto y también sabes si el abuelo avía Culiado tu hijo cuando era niño inicio del cuento Heidi por todo lo demás estuvo muy buenísimo amigo

    Accede para responder
  4. Torux Dice:
    12 junio, 2020 en 2:07 pm

    Hola Nino Putito, espero que estés muy bien. Me excuso por no haber leído tu comentario antes, pero por si acaso, te explico lo siguiente. Mis relatos que caen en la categoría de «conversaciones de cuarentena» son una especie de ventana a un diálogo del que no se necesitan detalles. El lector es quien está destinado a suponerlos. Por ejemplo. Un niño al que se le lee un cuento de noche, necesariamente es un niño dentro de un rango de edad anterior a la adolescencia. Los nombres del abuelo y el nieto no tienen importancia dentro de la estructura narrativa porque no inciden en la historia. Tampoco cuándo el abuelo comienza a tener sexo con el nieto ni ninguna de las interrogantes que mencionas porque simplemente el relato está pensado como una diálogo íntimo al que uno accede casi por casualidad. No hay secuela ni precuela. No hay desarrollo posterior. NO es una saga. Es solo una conversación que uno mira desde afuera y que deja muchas interrogantes, ganas de saber más, etc. A PROPÓSITO. Solo queda suponer cosas, soñar, fantasear, imaginar.

    Saludos y gracias por leerlo.

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