Penetré a papá.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por IraqiZorro.
Mis padres eran muy jóvenes, nací cuando tenían veinte años.
Papá era maestro de deportes y mamá de natación.
Aunque no éramos adinerados, comíamos bastante bien.
El departamento eran dos habitaciones, una cocina-comedor y el baño.
No tuve hermanos, pero no me importaba mucho, papá me entrenaba en la liga infantil de futbol y mamá se las arreglaba para llevarme a nadar; no podía ser más feliz.
El único «problema» es que yo era tan promiscuo como ellos, hoy no me avergüenzo, pero en un principio no todas las cosas salieron tan bien.
Me gustaba espiar a mis padres cuando tenían sexo, en especial a papá, porque siempre fue mi héroe, yo quería imitar todo lo que él era, su trabajo, su esposa, su cuerpo, todo lo que él hacía era genial.
La primera vez que lo vi desnudo fue en los vestidores de natación.
Él sólo me hablaba de atender a mamá y no ir mucho a la zona honda mientras se bajaba los calzones.
Tal vez fueron dos o tres segundos, en tanto se ponía el bañador, pero vi lo que más quería ser de papá.
En ese momento la frase «tener muchas pelotas» había cobrado un significado real para mí.
Obviamente notó que lo había visto, pero se limitó a decir —tranquilo colega, ya crecerá el tuyo—.
Sonrío y me acarició el cabello —ya es hora, vamos a las regaderas— entonces entendí que ver a otros hombres era casual, no anormal.
Pero no todo era color de rosa; estaban las temporadas de liguillas en futbol, cosa que él tomaba muy a pecho, yo todavía sigo sin entender porqué era tan importante.
En cualquier caso, el problema no era jugar soccer, sino las borracheras que venían entre los torneos.
A veces mamá simplemente aceptaba que era parte de la hombría de papá y terminaban jadeando en la cama, cosa que yo aprovechaba a para fisgonear.
Por su puesto que sólo distinguía siluetas moverse entre la cama seguidos de muchos «que rico, amor».
Mamá me daba envidia; pero si lo hacían a solas y suponiendo que yo estaba dormido, era porque yo no debía.
Las otras veces, mamá no soportaba que papá estuviera ebrio, y luego de una larga discucion, o lo corría del departamento o lo mandaba al sillón.
En fin, un drama.
Cumplí diez años y las cosas no cambiaron mucho.
Sólo me enteré de que mi atracción por los hombres no era, prácticamente, bien vista y empezaron, de echo, a gustarme algunas chicas.
Como sea, cuando me hacía una paja pensaba en papá, ningunas tetas me excitaban tanto como mi papá desnudo, no podía evitarlo, tenía muchas ganas de ocupar el lugar de mamá.
Una noche él llegó tambaleándose al departamento.
Mamá se puso como fiera, me escondí en mi alcoba y esperé a que todo se calmara.
Fue ahí cuando tuve la idea de mi vida.
Si estaban tan peleados no iban a tener sexo y él seguramente terminaría dormido en el sillón; así que yo sólo esperaría a que ella se encerrara en la habitación y aprovecharía para tocar todo lo que quisiera mientras estuviera dormido en el sofá, plan infalible.
Me sentí como un agente secreto esperando el momento correcto para actuar.
Era cerca de media noche, toda una hazaña de mi parte, y decidí que era ahora o nunca.
Salí despacio y ahí estaba papá.
La sala iluminada por el televisor y él encogido de piernas sobre el sillón, con los ojos cerrados y una pequeña manta que le cubría los brazos.
Me acerqué sigilosamente y cuando lo tuve de frente no sabía cómo empezar.
Le toqué el hombro para asegurarme que no estaba despierto y enseguida me acerqué a su cuerpo, dándole un abrazo —¿Qué estás haciendo hijo?— mierda, lo acabo de despertar, inventa algo rápido —Te quiero mucho pa, no me gusta cuando se pelean tú y mamá— que torpe, no me pude inventar algo peor —Descuida colega, son cosas entre mamá y yo.
Entenderás cuando te cases.
Después te doy consejos, es tarde para que andes deambulando— seguía borracho, y yo agradecía que no haya pillado mis intenciones, juré que nunca, nunca iba a intentarlo de nuevo —Espera colega— me detuvo del brazo —¿Crees que puedas hacerle espacio a un compatriota caído? Aquí empieza a hacer frío y la espalda me está matando.
Ya verás a lo que me refiero cuando te manden a dormir al sofá— no supe cuánto tiempo me quedé en shock, me acababa de ganar la lotería y estaba petrificado —Sí, sí claro.
No hay problema— se puso en pie mientras mantenía el equilibrio con sus manos —Creo que no se me han bajado las copas— balbuceó mientras lo agarraba por la espalda.
Lo apoyé contra la pared y tras unos minutos de maniobras entramos en mi cuarto.
Se tumbó en la cama y empujaba su zapato con el otro —Yo te los quito— le dije mientras zafaba uno.
Sentí un placer que me recorría la cabeza, el fuerte olor en sus pies me habría hecho vomitar en otras circunstancias; pero ahí era un hedor masculino, una terca señal que dejamos los hombres luego de un día de trabajo duro —Bájate el cierre para que te quite los pantalones— creo que jalé muy rápido porque casi salieron los calzoncillos, aunque papá los alcanzó con la mano.
Nos acomodamos en la cama y charlamos de cualquier cosa, hasta que por fin dejó de hablar.
Yo estaba muy nervioso por lo que iba a pasar.
En mi imaginación todo era perfecto, pero ahora que estaba sucediendo, tenía mucho miedo.
Lo tenía muy sencillo y probablemente nunca se repetiría una oportunidad igual «¿qué putas estoy esperando?» bajé mi mano hasta las pelotas de papá.
No pasó nada, él seguía durmiendo y yo sudaba de todas partes.
Examiné con la mano todo lo que pude.
Sus cojones parecían grandes y suaves por la tela del calzón, me enamoré de la sensación de acariciarlos.
Pero no era todo lo que había ahí abajo y no podía distinguir el rabo con los calzoncillos puestos.
Quité las cobijas, quería verlo desnudo.
Me costó trabajo bajar su calzoncillo.
Entonces apareció su polla, ya sabía cómo era, no era la primera vez que lo miraba, pero sí la primera que lo tenía tan cerca.
Las bolas me habían dejado de interesar.
Su pene era suave, grueso, cabía en mis dos manos, quería quedarme con ese pedazo de carne para siempre.
Pero el olor, era muy intenso, como si un pescado se hubiera muerto en la entrepierna.
No sabía cómo no me daba asco, al contrario, potenciaba mi exitación.
Pensé que a eso debíamos oler los machos, algún día yo también tendría que oler así.
Le empecé a hacer una paja, pero no se ponía tiesa como yo esperaba y simplemente me dediqué a olerlo.
Entre más olía, más estaba tentado a lamer, no me pude resistir mucho tiempo y acerqué mi lengua; pero no era suficiente, quería probar pija.
Lo agarré con una mano y lo metí en mi boca.
Tenía el sabor del olor de la orina, pero no lo saqué de mi boca, si ese era su sabor entonces estaba bien; llevaba mucho tiempo deseando ese día.
Fue cuando noté que se empezaba a inchar, seguí chupando hasta que era demasiado grande para tenerlo en mi boca.
¿Ese es el amor que pedía mamá entre gemidos? Pues era mío por esa noche.
Voltee a mirar su cara, tenía una ligera sonrisa.
Tal vez papá no era consciente de lo que yo estaba haciendo; pero no había duda de que él lo disfrutaba.
Le besé el bombillo y lo volví a meter en mi boca.
Disfruté mucho tiempo mamando a papá, hasta que sentí un chorro golpeando mi garganta.
Me asusté un poco pensando que se había despertado; pero no quise que manchara mi cama y me tragué los otros tres.
Había ordeñado a mi señor padre; la sensación de su leche era caliente, un poco salada, un poco amarga y muy espesa.
Ningúna golosina era tan deliciosa.
Seguí chupando hasta que perdió tamaño.
Pero yo no estaba satisfecho; también quería ser hombre, ser macho.
Como pude hice girar a papá, él simplemente estaba noqueado por las cervezas.
Y yo ya sin pudor, acaricié sus nalgas, era como tocar sus bíceps, duras pero con una sensación suave.
Besé el culo como si fueran sus labios y otro hedor diferente despertó mi curiosidad.
Separé sus gluteos para oler el fundillo, era un encuentro de sensaciones.
Sabía que era olor a mierda, pero eso no le quitaba el placer.
Le di un par de lengüetazos a su raja; es difícil entender el sabor, prácticamente no sabía a nada y a la vez era muy asqueroso.
Decidí meterle un dedo para comprobar que era fácil; pero puso mucha resistencia, lo único que se pasó por mi cabeza fue aceite de cocina.
Tardé más en ir por el aceite que en untarlo por su ojete.
Puse un poco en mí y entré muy despacio en el interior de papá, sólo un poco.
Era muy caliente, muy apretado, muy pegajoso.
Miré hacia él, seguía inconciente; pero tenia una expresión encabronada.
«A la mierda, yo soy el macho ahora» seguí penetrando hasta que encontré un tope dentro.
Empujé un poco más y todo ahí se contrajo, como si la carne adentro rodeara mi pene para no dejarlo ir, la sensación de humedad, de viscosidad, resbalando a cada contracción, me invitaban a seguir adelante.
Movía mi verga de diez años dentro de un musculoso culo de treinta; en cada movimiento procuraba empujar ese tope que estimulaba las entrañas de papá.
Luego se relajaba y tenía que volver a empujar, era un ciclo vicioso.
Su cara seguía siendo de matón rabioso, y cómo no si era un macho con las bolas bien puestas que pasaba a ser la hembra de su pequeño hijo.
Pero sus caderas apuntaban lo contrario, se movían hacia mí; era un reflejo inconsciente, pero me decía que lo estaba pasando increíble, todo un putazo.
No pude evitar soltar un gemido mientras me metía al fondo; él estrujó muy fuerte contra mi pene y sentí cómo mi lefa se abría paso a lo profundo de su cuerpo.
Perdí la noción del tiempo mientras imaginaba cómo mi esperma recorría todos los rincones de papá, después de todo eso había hecho, si hubiera sido mujer la abría preñado, acababa de violar a papá.
Me sentí culpable, ¿se iba a dar cuenta? «mierda, tengo que limpiar todo lo que hice».
Quité los rastros de sus muslos con una servilleta «papá había tirado mucho aceite».
Quise meter mi lengua por donde ya había estado mi pene.
El sabor había cambiado, su culo olía a mi verga, a pescado, yo mismo olía a hombre luego de una noche de trabajo duro.
Esta era mi recompensa, había invadido y conquistado el hoyo del macho que me trajo al mundo.
Ningún otro hombre era más hombre que yo.
Saboreé un minuto más el culo que ya llevaba mi bandera y subí los calzoncillos de papá.
Puse las cobijas y le dí un beso en la frente, su cara ya estaba tranquila, me decía «gracias por la culearme colega»; lo abracé pegando mis calzoncillos con los suyos y quedé dormido.
Cuando desperté eran las once de la mañana, la cocina olía a wafles y mamá se veía de buen humor —Hey, colega.
Gracias por lo de anoche.
Hoy no me duele la espalda; aunque me parece que he comido algo rancio fuera de casa.
Tengo un dolor en las tripas— me decía mientras se terminaba de poner la corbata —Ven a desayunar que tu mamá te lleva al zoológico.
No puedo creer que no tenga resaca.
Voy a junta de maestros y los alcanzo en el parque.
Te quiero hijo— se despidió de mamá con un beso y salió por la puerta.
Mi cabeza estaba llena de preguntas; casi sin notarlo saludé a mamá y entré corriendo al baño; en ese momento sólo tenía la sensación de que no había orinado en una semana.
***
Es la primera vez que escribo ficción erotica, espero recibir comentarios y críticas constructivas 😉
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