Pensamientos de lascivia con mi madre
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Esa noche cogi como nunca, dichosos 15 que terminas y prácticamente sin sacar puedes echar otro polvo.
Quizá hasta mi hermana que sólo tiene 14 pudo percatarse que yo era otro al menos en lo sexual, porque apenas iban a ser las 12 de la noche y con esta era la tercera vez que la tenía con mis 16 cm en lo más profundo de su panochita.
Ella abajo yo arriba, nuestra respiración entrecortada.
Sudados, a oscuras en aquel cuarto que compartíamos con nuestros otros 2 hermanos menores a los que les había ganado el sueño.
Podía saber que mi hermana estaba al borde del orgasmo, su cuerpo tenso, sus manos apretando mi espalda y ese serie de quejidos la delataban.
Su vagina se había estrechado quizá por tanto roce.
En las últimas 10 horas esta era la cuarta vez que se comía mi verga.
Igual estaba yo, sentía como mi polla se había hinchado por el uso.
La tenía más gruesa y adormecida, no era para menos.
Había sido un día inusual, de esos que se repiten pocas veces.
Mi madre nos había encontrado cogiendo y débil ante la naturaleza del sexo había terminado follando conmigo.
Rico, extremadamente morboso.
Su enorme panocha se había merendado mis 16 centímetros dándome el mejor polvo de mi vida.
Esto no debió pasar –me había dicho – agregando que hacía tiempo que sabía de los juegos de sexo que teníamos casi a diario mis hermanos y yo.
Sabes que no lo apruebo – agregó – pero si es de su gusto háganlo.
Sólo no se dejen ver de su padre o vayan a descuidarse y terminen embarazados.
Finalmente me había dicho cuánto le había gustado follar conmigo y me había recomendado no cogerme a mi hermano menor.
Eso sí está mal hijo – dijo en tono suplicante – A Lidia (la llamamos Lily), ella es una niña, no la vayas quitar su virginidad todavía.
Este no debe repetirse – sentenció mientras me pidió dejarla sola para dormir o quizá para matar algún sentimiento de culpa por ceder a sus instintos sexuales.
No era para menos, el recuerdo de lo vivido era más que cualquier viagra y ahí estaba yo dandole a Beatriz, haciéndola llegar a uno de tantos orgasmos.
Haciendo que su frágil cuerpo se contorsionara bajo el mío mientras pujaba una y otra vez mmmm mmmm mmmmm mmmm.
O era mi imaginación pero está era vez también ella parecía haber cruzado el límite de excitación.
¿Ella también estaría pensando en lo había hecho mamá conmigo?
Porque pude verla junto a Lily siendo testigo, espiando tras el hueco de la puerta, sonriendo pícaramente como si aquello les causará algún morbo.
De seguro vieron como me cabalgó, como aquellas nalgas grandes bajaban y subían engullendo todo mi pene.
De seguro vieron como mamá excitada me pidió que la cogiera por el culo, de seguro escucharon que me dijo que jamás lo había hecho por ahí con nadie más.
Mis hermanas y yo regresamos a lo que estábamos haciendo y terminamos lo que interrumpió nuestra madre.
Cogimos como locos, porque si bien me había corrido dentro de mamá mi pene aguantaba dos round seguidos.
Primero fue Beatriz, de perrito mientras Lily me chupaba los huevos, algo en lo que se había vuelto experta a sus 10 años.
Ignorando lo que mamá me había pedido o víctima de la excitación, ese día por primera vez mi hermanita también comió verga.
No se la metí toda, la mitad quizá.
15 minutos en término de tiempo en que invertimos los papeles.
Esta vez Lily retorciéndose de placer tragando polla y Beatriz masturbándose junto a nosotros.
Fue a Lily a quien le regale 6 u 8 chorros de leche esa tarde entre gemidos de placer de ambas.
¿Nos estará viendo mi madre? – pensé mientras giraba mi cuerpo en busca de alguna mirada intrusa.
No había nadie, quizá seguiría en su habitación ya que dijo que dormiría un poco.
La tarde pasó sin más, fue hasta la hora de cenar cuando pude ver en la mirada de mamá una luz de complicidad al percatarse que mis ojo se clavaban en sus anchas caderas.
Algo que solo ella pareció darse cuenta.
– Después que coman recojan los platos y los lavan – dijo como si quisiera desviar la atención al momento.
Y en ese entendido fui el primero en salir del comedor y me fui a cualquier parte.
A la calle, a la entrada de la casa a ver pasar la gente.
Mi mente trataba no imaginar lo que había hecho, pero el recuerdo era tan significativo que mi cerebro me traicionaba y evocaba cada imagen de lo sucedido.
La gran vulva de mamá era algo que jamás podría olvidar, sus tetas enormes y de pezon grande.
Esas piernas gruesas, su mata de pelos, la mueca de su rostro excitada y deseosa de sexo, su voz pidiéndome que le diera por el culo.
Era tan fuera de lo normal lo que vivido ese día que mi verga prácticamente había pasado en estado erecto toda la tarde.
A eso de las 9:30 nos fuimos a la cama, mamá dormía con los 2 hermanos más chicos en uno de los “apartamentos” de aquella vecindad a donde habíamos ido a vivir.
Mis tres hermanos menores que yo en otro.
Papá lo había dispuesto así ya que todos no cabíamos en uno solo.
Podía decirse que nos habían proporcionado el medio ideal en donde podíamos vivir nuestro incesto.
Desde que nos mudamos cogiamos casi a diario.
Y aunque la idea original de nuestros padres había sido que las 2 hembras durmieran juntas, en la práctica casi siempre dormíamos Beatriz y yo en una cama y en un colchón mi hermano de 12 y Lily de 10, cómplices y hechores en nuestros secretos de sexo.
No era extraño que mi hermano de 12 y yo hiciéramos un trío con Beatriz o qué fuera Lily quien le mamara el pito.
Porque esa morenita de 10 era adicta desde los 8 a mamar polla.
Igual se lo chupaba a mi hermano o a mi.
– Me gusta mamartela porque la tienes más grande – decía -.
No la habíamos penetrado, hasta hoy que le metí media verga.
Quizá por ello nomas entramos y se quedó dormida.
Igual nuestro hermano, quizá consciente de que no tendría quien se la chupara se durmió rápido.
A eso de las 10 ya habíamos iniciado el cachondeo con Beatriz.
Ocultos bajo las colchas nos estregábamos uno al otro, era algo que habíamos hecho cientos de veces.
Como juego, ya sea ella o yo buscaba toparse lo más que podía y era señal de que queríamos sexo.
Lo habíamos hecho incluso cuando dormíamos en el mismo cuarto con nuestros papás.
Esperábamos a que todos durmieran o creíamos que no podrían descubrirnos y nos acercábamos.
Nos acariciábamos, yo le besaba la parte trasera del cuello o sus pechos, la espalda.
Le encantaba, también le chupaba la panochita.
Eso la hacia delirar.
Beatriz era una experta en mamarme la verga, era experta en sexo.
Cogiamos desde que ella tenía 10 y yo 11 y habíamos aprendido practicando lo que veíamos en revistas y algunas películas porno.
También habíamos aprendido en vivo y en directo con adultos.
Especialmente de 2 mujeres que nos descubrieron y prácticamente se volvieron nuestras maestras.
Doña Alicia y Doña Refugio, la primera dueña de la casa a donde íbamos a ver televisión, Doña Refugio mamá de una niña vecina a la que hicimos cómplice y que tenía sexo con nosotros y la experiencia de haber sido follada por su maestro y el cura del pueblo.
Cualquiera que nos viera en el día quizá no nos hubiera reconocido al momento de coger.
Beatriz cabalgaba como las mejores.
Los dos éramos adultos en cuerpos de niño.
Le encantaba sentir mis 16 hasta el fondo –decía mi hermana – Le gustaba follar en diferentes posiciones y aunque su favorita era montarme, de perrito era una de sus favoritas.
Mamar ni se diga, le fascinaba la verga, tragarse el semen, lamerme los huevos.
Introducirse la polla hasta casi provocarse vomito.
Era una golosa sexual.
Y ahí estábamos en este tercer polvo de la noche.
Yo arriba ella abajo, sus piernas al hombro dejándosela ir toda hasta casi sentir sus tripas y escuchar aquellos largos gemidos de placer, su respiración entrecortada, su voz balbuceante animándome a metérsela hasta el fondo, pidiéndome más.
Quién diría que ese cuerpecito de 150 de estatura necesitará una polla de más de 16 cm.
Mmmm aaaahhh ahhhhh ahhhh ahhhh – dame más.
No la vayas a sacar, dame más.
Que rico, que rico.
Dame más era todo lo que podía decir.
Yo estaba cachondo, a pesar de lo rico que me hacía sentir mi hermana, fantaseaba que a la que me estaba cogiendo era a mi mama.
Las diferencias eran abismales, Beatriz flaca, pequeña de estatura.
Mamá gordita de anchas caderas, ese chocho grandote y de labios gruesos, pero sobre todo jugoso y caliente.
Aún así imaginar que a quien le metía la verga era a ella me tenía en otra dimensión.
Consciente de iba acabar, gire a Beatriz para cogerla desde atrás.
La puse sosteniéndose a la cama y parados los dos supimos que estábamos a punto de llegar al final de aquel polvo que hasta ahora era el más intenso de la noche.
Afianzado a su culo le sembraba toda la reata, duro, con fuerza.
Me gustaba escuchar el choque de sus nalgas con mi cuerpo, esos jadeos de mujer satisfecha con su hombre.
Sii sii sii, que rico.
Que rico, sii sii – era la larga melodía que escapaba de sus labios.
Supe que había llegado el momento, la electricidad bajando por mi espalda y ese hormigueo bajo el ombligo era señal inequívoca de que todo había terminado.
Cerré los ojos y levantando mi cara al techo me deje vencer, le di una última embestida para que la punta de mi polla pudiera descargar toda su leche en lo más profundo de aquella vagina ardiente.
La verdad fue poco el semen que me salió, pero el placer fue intenso, más que los polvos anteriores.
Nos quedamos pegados, descansando de aquel ajetreado día de sexo.
Yo aún tratando de mentirme a mí mismo que a quien tenía penetrada era a nuestra madre.
Aun resonaba en mis oídos lo que había dicho después que tuvimos sexo: ESTO NO DEBE REPETIRSE.
¿Será posible que no? – me dije a mí mismo.
Con ese dilema en mente, le saque la polla a mi hermana para que ella misma me la limpiara con la boca como siempre hacia.
YA VEREMOS – pensé –
Seguiré contando …
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