Perdóneme, padre, que he pecado — Capítulo II
Sacramento de la penitencia.
Capítulo II: 2da confesión
—En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
—Amén, perdóneme, padre porque he pecado, mi última confesión fue el día jueves de la semana pasada; me acuso y me arrepiento de haber faltado a los preceptos de nuestra santa madre iglesia y vengo en busca de ayuda, padre; siento que un vicio muy grande se ha apoderado de mí y no puedo abandonarlo, padre.
—Hijo mío, que el señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados, que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.
—Gracias, padre
—Cuéntame de qué te arrepientes, hijo mío.
—Padre, si bien usted me absolvió de mis pecados la semana pasada, ese día no terminé de contarle todo lo que me ha pasado, ni todos los pecados que cometí antes y después de verlo a usted, padre.
—Bueno, hijo, ahora es el momento de que me cuentes todo lo que ocurrió.
—Padre, ¿recuerda todo lo que le conté de Marito el día que lo pillé haciendo eso?
—¿Haciendo qué, hijo?, sé claro, recuerda que tienes que decírmelo todo, no te guardes nada si realmente quieres la absolución de nuestro señor.
—Sí, padre, claro.
—Entonces, ¿qué pasó?, ¿qué cosas tienes que contarme?
—Padre, el día aquel en que mi Marito me chupó el pico y yo incluso lo ayudé a que lo hiciera, él se tragó todos los mocos, ¿se acuerda?
—Sí, claro, hijo, ¿cómo podría olvidarlo?, fue un acto de extrema depravación… ¿y qué pasó después, hijo?
—Padre, después de eso, él se fue a su pieza y me dejó ahí con la pichula limpiecita, acuérdese que él se tragó toda la leche.
—Ajá
—Eso fue una madrugada de sábado y en la tarde de ese mismo día, me fui a la casa de mi compadre, muy aproblemado por lo que pasó y mi compadre Juan Carlos, que como usted sabe es como mi hermano, me vio mal y me insistió mucho para le contara qué me pasaba.
—¿Y qué hiciste, hijo?, ¿le contaste a tu amigo?
—Más o menos, padre.
¿Cómo así, hijo?
—Es que solo le dije que se trataba de mi niño, no me atreví a decirle nada más, sin embargo, en cuanto mencioné a Marito como la causa de mi tormento, mi compadre me llevó a un taller que tiene en el patio donde estuvimos solos y me obligó a que le dijera qué me pasaba.
—Entonces, ahí le contaste a tu compadre.
—Más o menos, padre.
—!SÍ O NO, HOMBRE!… ¡perdón, hijo!, ¡No fue mi intención alzar la voz!, sígueme contando, hijo mío.
—Bueno padre, lo que pasa es que mi compadre adivinó.
—¿Cómo…?, adivinó qué… ¿que el maric…, Marito te come la pichula por las noches?
—Padre, es que aquí viene lo bueno…
—¿Todavía hay algo mejor?…quiero decir, ¿todavía hay más?
—Sí, padre, lo que pasa es que mi compadre, al verme tan angustiado, me ayudó a hablar.
— ¿?
—Padre, cuando ya le había dicho que Marito estaba teniendo un comportamiento muy difícil de entender, mi compadre me soltó: «¿no te la estará comiendo, no?
—Ay, hijo… ¿y cómo sabia él eso?
—Eso mismo le pregunté yo, padre, que cómo sabía él eso, y aquí viene lo bueno.
—¡Otra vez!
—Bueno, mi compadre me dijo: «es que a mí me ha hecho lo mismo»
—¡Oh!, ¿también se come el pico del padrino? ¡pero qué hijodep…!
—Sí, padre, pero creo que en esto mi compadre también tiene una gran culpa, es más, él también debería estar confesándose, porque sus pecados son igual de graves que los míos.
—Entiendo, pero ahora concentrémonos en tus pecados, hijo, que yo no puedo lidiar con todos los pecadores al mismo tiempo.
—Sí, claro, padre.
—¿Entonces?
—Padre, lo que pasa es que mi compadre se ha estado comiendo a su hija, Macarena se…
— …¡Ay, hijo mío!
— …llama y es una niña más linda que el sol, padre, blanquita, de cabello castaño hasta el hombro, con algunas pecas en la cara y unas tetitas, padre, que ya se insinúan…
—¡No!
— …a través de la blusa de la escuela, porque aún no usa sostén, y lo más rico, padrecito, es que tiene un chorito peladito,
—¡Ufff!
— …sin ni un pelito, y con un olorcito divino, padre.
—¡Ay, hijo mío, tú me vas a matar!
—Padre, ¿está enfermito?
—No, hijo, estoy bien.
—Qué bueno, padrecito, entonces le sigo contando.
—Por favor, hijo, no te detengas.
—Bueno, mi compadre me contó que la Maquita, su hija, un día lo había visto desnudo saliendo del baño y no alcanzó a taparse el pico, y déjeme decirle que mi compadre y yo somos bien dotados, padrecito, dios nos bendijo con unas vergas muy poderosas así que la niña se encontró de frente con «la» coyoma.
—¿Es cierto eso, hijo?, ¿es muy grande?
—Sí, padrecito, tenemos la bendición de tener un par de vergas largas y gruesas.
—Mmmm, continúa, hijo.
—Bueno, le decia que la Maquita vio a su papá salir del baño en bolas y desde ese momento se le hizo una obsesión tratar de ver desnudo a mi compadre y… ¡como el weón es caliente! ¡ay, perdón, padre!, ¡no fue mi intención!
—No te preocupes, hijo, se entiende que a veces el lenguaje más descriptivo es aquel que carece de eufemismos.
—¿?… ehh, si usted lo dice, padrecito; bueno, le decía que mi cumpa es un caliente y ver a su hija babosa por la callampa, lo hizo pensar en qué habría de malo en dársela a probar, total quién mejor que un padre para enseñarles del sexo a los hijos, ¿no cree usted?… o sea, no me refiero a usted, padre, no quiero insinuar que usted ande enseñándole el pico a los niños, sino que un padre de verdad es el mejor para…— ¿usted me entiende, verdad?
—Hijo mío, los hombres adultos no deben andar mostrándole la pichula a los niños, aunque hay que reconocer que a veces los pequeños son unos verdaderos putos… quiero decir, que a veces los niños son unos verdaderos frutos de los tiempos sin dios ni ley que imperan hoy entre quienes no aceptan a nuestro señor.
—Claro, padre, entonces mi cumpa buscó una noche en que mi comadre estaba muy cansada y de madrugada se dirigió a la pieza de la Maquita y de ahí en adelante no sé muy bien cómo pasaron las cosas, padre, pero me quedó claro que desde ahí la Maquita le come la pichula al compadre casi todas las noches.
—¡Qué suerte!… digo, ¡qué fuerte lo que me cuentas, hijo mío!
—Sí, padre, yo también lo encuentro algo fuerte, pero para resumir el cuento, un día mi Marito los pilló, después de todo él pasa gran parte del día en la casa de su padrino, y mi ahijada lo invitó a ayudarla a comerle el chuto a mi cumpa, como si fuera un juego, y desde ahí que los dos juntos o por separado han estado mamando a mi cumpa cada vez que pueden; de hecho, mi cumpa me contó que estaba deseando que yo lo ayudara con los niños porque a él lo tienen seco y ya le está costando cumplir con la comadre.
—¡Ay, hijo!, !no hay derecho!
—¿Cómo, padrecito?
—Que no hay derecho a que estos niños no estén asistiendo a catequesis, hijo mío; con lo que me has contado, creo que sería muy beneficioso que ellos vinieran a la iglesia para guiar sus almas inocentes.
—Voy a hablar con mis compadres y mi esposa, padrecito, estoy seguro que aceptarán, y yo estaría muy contento que todos nos acercáramos más a nuestra iglesia para vivir como dios nos manda.
—Sin duda, hijo, no te puedes imaginar las ganas que tengo de conocer a los chicos para presentarles la gracia divina de dios; de hecho aquí en mis manos tengo la divina gracia que quiero mostrarles para que la hagan parte de sus vidas.
—Padre, tan bueno que es usted, yo estoy feliz de haber venido a confesarme con usted, padre.
—Gracias, hijo, pero los sacerdotes solo cumplimos con nuestro deber.
—Yo creo que hacen mucho más, padre, ¡mucho más!
—Bueno, hijo, volviendo al tema, ahora ya sabes por qué tu hijo parecía tener tanta experiencia en el arte de mamar vergas, ¿no?
—¡Ay, padre!, usted lo dice tan lindo que parece algo tan natural.
—Y lo es, hijo, es algo muy natural, pero eso no quiere decir que no sea un vicio que hay que tratar de evitar y de curar.
—Sí, padre, tiene usted razón, Marito es un verdadero artista en mamar la callampa, pero yo he cometido otros pecados, padrecito ¡y me arrepiento de eso!
—¡Hombre!, ¿más pecados?
—Sí, padre, como usted la semana pasada me dijo que dios entendería si yo ayudaba un poquito a mi hijo, me puse manos a la obra y le estuve enseñando algunas cosas a mi Marito para que no vaya a desarrollar un trauma como me dijo usted.
—Claro, claro, hijo… y dime, ¿qué le enseñaste que él no supiera aún?
—A chuparme el culo, pad…
—Aghgh, conchet…
— …re, a meter su lengua en mi hoyo caliente y a comérmelo.
—¿Eso hiciste, hijo mío?, ¿y te lo comió?
—Totalmente, padrecito, le gustó tanto que ahora todas las noches me chupa…
—¡Hijo’ep…!
— …la verga y me mama el culo y estoy pensando en enseñarle a recibir mi pichula por el culo, padre; ¿cree usted que estaría bien?
—¡Ay, hijo!, ¡para mí sería un sueño penetrar su…!
—¿Usted quiere culearlo, padrecito?
—¡Oh, hijo! Jamás se me habría ocurrido eso a mí, yo soy un hombre de dios y él todo lo ve; lo que quiero decir es que me agradaría mucho penetrar su corazón y ayudarlo a enmendar el rumbo que está tomando en la vida.
—Padrecito, yo jamás dudaría de usted; por eso he acudido en busca de sus consejos.
—Claro, claro; yo entiendo la disyuntiva por la que estás pasando y el objetivo que buscas, hijo; estás intentando enseñarle rápidamente las cosas de la vida, para que más pronto se aburra y deje de pecar de una vez.
—Sí, padre, eso es exactamente lo que estoy tratando de hacer, usted me entiende muy bien y también he pensado mucho en lo que me dijo usted la vez pasada, que traiga a los niños para que comiencen a acercarse a nuestro señor aquí en la iglesia, y tengo muchas ganas de que usted conozco a mi Marito, padre; ¡estoy seguro que lo amaría!, ¡es un niño tan bueno que es imposible no amarlo!; Si usted tuviera algo de tiempo, padre, de enseñarle como recibir a nuestro señor, yo creo que él terminaría con esa necesidad que parece consumirlo, padrecito. ¡Se lo imploro padre! Aunque… tal vez le estoy pidiendo demasiado, padrecito, y esto es más de lo que usted puede ofrecerme; si es así, por favor, padre, dígamelo y no se lo pediré nuevamente.
—¿´tai más weón?, ¡oh!, ¡Disculpa, hijo!, quiero decir que yo estaría más que encantado de poder ponerle las manos encima… ehh, quiero decir, de ponerle las manos y traspasarle así la gracia de nuestro señor jesucristo.
—¡Qué bueno es usted, padrecito!, y como le decía antes, yo he estado pensando en meterle el pico, pero si usted conociera lo que me cuelga de entre las piernas, comprendería que es una labor casi imposible para mí de llevar a cabo en un niño tan pequeño, así es que no creo que pueda, ¡ojalá conociera a alguien con el pico más chico que el mío en el que pudiera confiar para que le dé por la raja!
—¡Ay, señor Jesús, por qué me pones estas pruebas!, mmm, hijo mío, yo no debería decir esto, pero todo sea por el bien de tu alma, continúa enseñándole al muchachito las cosas de los hombres, ya verás que pronto ya no le llamará la atención, y déjame decirte que dios está muy contento de ver el empeño que has puesto en ayudar a tu hijo y eso se te recompensará.
—Gracias, padre, y espero que usted no se moleste, pero necesito hacerle una pregunta y no sé si estará bien.
—Dime, hijo.
—Padrecito, ¿piensa usted que sería una buena idea buscar a alguien para que se culee a mi niño? Incluso, ayer estuve pensando en que tal vez usted… no, olvídelo, padre y perdone mi atrevimiento, ¡perdón!, ¡perdón!
—Pero… hijo… ¡¡¡eres weón o qué????, ufff, disculpa, hijo, a veces no me contengo, perdón.
—¡Ay, padre!, entiendo que se enoje conmigo, es imperdonable lo que he hecho, pedirle algo así a un santo como usted, le ruego me perdone, padre.
—No te preocupes, hijo, quiero que el sábado en la tarde, después de las 5 traigas al niño y ahí veré qué se puede hacer, entiendo tu congoja, hijo mío y yo estoy aquí para ayudarte; sé que nuestro señor lo entenderá.
—¡Gracias, padre!, ¡muchas gracias!
—No hay de qué, hijo, ahora deberás irte a tu hogar tranquilo que todo saldrá bien con el niño, y espero que convenzas también a tu compadre para que traiga también a la pequeña maraquita…
—Maquita, padre, Maquita.
— …que también necesita de ayuda, ¿sí?
—Sí, padrecito, pero antes de traerlos me gustaría poder contarle lo que me ha ocurrido con ella…
—Claro que sí, hijo, pero tendrá que ser en una próxima oportunidad, mira que ahora me urge ir a correrme una…
—¿Cómo, padre?
—Que me urge ir a correr una cama que quiero cambiar de posición en mi celda, hijo.
—¿Necesita que le ayude, padre?
—¿Eh?, ¿quieres corrérmela?, no, no es necesario, hijo, lo he hecho muchas veces y por ahora, no creo necesitar ayuda.
—Está bien, padre y muchas gracias por el librito de oraciones que me regaló el otro día.
—No hay de qué, hijo, tu penitencia será que durante los próximos siete días, reces un ave maría justo en el momento en que tu pequeño marac… maravilloso hijo te la esté chupando y reflexiones sobre tus actos.
—Sí, padre.
“dios, padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su hijo y derramó el espíritu santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la iglesia, el perdón y la paz y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo”.
—Amén.
Torux
Pero que buenos relatos, me estoy echando todos, y ya me dieron ganas de confesarme con un padre