Perdóneme, padre, que he pecado — Capítulo IV
Sacramento de la curación.
Capítulo IV: 4ta confesión
—Ave María purísima.
—Sin pecado concebida.
—Te he extrañado, hijo, y me alegro que hayas vuelto para expiar tus culpas.
—Padre, he venido arrepentido en busca del perdón de nuestro señor. He pecado, padre.
—El señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados.
—Dios mío, con todo mi corazón me arrepiento del mal que he hecho y de todo lo bueno que he dejado de hacer. Al pecar te he ofendido a ti, que eres el supremo bien y digno de ser amado por sobre todas las cosas.
—Amén. Ahora cuéntame, hijo, qué es lo que te aflige. Haz tardado mucho en regresar, pensé que no te volvería a ver.
—Padrecito, le ruego que me perdone. Aquí estoy con mi corazón contrito y dispuesto a confesar mis pecados con el alma preparada para recibir la gracia de nuestro divino señor. Mi última confesión fue hace 20 días más o menos.
—Fue hace 21 días exactos, pero dime, hijo, qué te trae por aquí.
—Padre, sé que debí haber traído a los niños hace dos semanas atrás, pero simplemente no fue posible.
—Entiendo, hijo, ya hablaremos de eso, y dime, qué tienes que confesar en esta ocasión.
—Bueno, padre, esta vez no me iré por las ramas, aunque siento una gran remordimiento por las cosas que he hecho, pero me prometí a mí mismo en un acto de reflexión con mi conciencia que hoy le diría lo que me atormenta.
—Qué bien, hijo, un examen de conciencia es siempre bienvenido. Espero que se traduzca en una completa confesión tanto de pecados veniales como mortales.
—Mire, padre, lo que yo quería confesar es lo que ocurrió el día que mi compadre me invitó a mirar el video, ese que grabó con el celular, ¿se acuerda?
—Por supuesto, no hay noche que no me imagine a la pequeña maraquita con su boquita haciendo una «O» en el pico del papá. Eso fue lo último que me dijiste y lo recuerdo muy bien.
—Así es, padre. Ehh…la niña se llama Macarena, padre, y le decimos Maquita.
—Recuerda, acabas de decir que esta vez no te irías por las ramas, hijo, así es que cuéntame qué pasó con la niña.
—Padre, ese día solo vi el video, pero esa imagen de la niña comiéndose la pichula del papá no me abandonó más, padre; entre mi Marito que me la come como los dioses… ¡Ay, padre!, ¡perdón!, no quise decir que dios se la come, sino que…
—Está bien. Dejemos a dios a un lado por ahora, ya veremos después.
—Bueno, padre, le decía que entre mi Marito haciéndome todas esas cosas y la imagen de mi ahijada comiéndose el pico con tantas ganas, los pensamientos impuros ya no me abandonan ni de noche ni de día, padre. Eso es lo que me atormenta.
—En realidad, hijo, sería muy raro que pudieras pensar en otra cosa con tanta carne virginal revoloteando alrededor. Yo andaría a toda hora pensando en cul… culminar de una vez por todas con estos excesos.
—Padre, ¡cómo quisiera yo tener la mitad de su fortaleza y bonhomía!, pero soy un pobre pecador que fácilmente cae en esos excesos de los que usted habla. Vergüenza me da que usted sea testigo de mi debilidad, pero no puedo hacer otra cosa más que decirle la verdad para que mis pecados sean realmente absueltos.
—Es cierto, hijo, ese es tu deber en este instante, decirme toda la verdad, toda, por muy horrible que pueda parecer, porque esa es la única forma en que dios puede remitir tus ofensas.
—Esta es la verdad, padrecito: Un día, antes de venir a usted por primera vez, mi compadre Juan Carlos me llamó muy cauteloso al celular. Me contó que mi comadre iba a la peluquería y usted sabe como son las mujeres, padre, cuando van a la pelu…
—¡Pero…!, ¡¿Esta es tu forma de no irte por las ramas?!
—…quería, se dem… ¡Oh!, perdone, padre, continúo; mi compadre me dijo me iba a esperar en la casa después de las 4 y que íbamos a tener fácil unas 2 horas solos con la niña.
—Mmmm, esto se pone bueno.
—No sé si sea bueno, padre, pero me las arreglé para contarle a mi mujer que la comadre iba a la peluquería y le pregunté si no querría ir ella también, y me resultó bien la jugada, porque ella se entusiasmó y llamó a la comadre. Resumiendo, se fueron las dos y yo de inmediato me pasé a la casa del lado. Mi hijo no supo en un principio, lo dejé jugando con sus videos y partí solo. Allí estaba mi compadre, esperándome en el living. En cuanto me vio me tomó del brazo y me subió al segundo piso, mientras llamaba a la niña.
—¿Y…?
—La Maca salió de su pieza y en cuanto me vio se alegró tanto, padre, porque yo la quiero mucho a ella y ella también a mí. Así es que me miró y corrió a darme un abrazo, aunque…
—¿Qué…?, ¿qué pasó?
—Que eso era algo habitual, padrecito, pero esa vez, la niña no solo me abrazó, sino que se restregó un poco en mis genitales que hasta se me anduvo parando el pico, ¿puede usted creerlo?
—Uff, hijo, a estas alturas me puedes decir lo que quieras que de todo te creo capaz.
—¿En serio, padre?, ¿me he convertido en un depravado?
—Pero, hijo, qué quieres que te diga… tu hijo te come la pichula todas las noches, le has enseñado a que te coma el culo, estás a punto de pecar con tu ahijada ¿y me preguntas eso?
—Qué vergüenza, padre, por eso es que necesito el perdón de dios, padrecito, por eso es que lo necesito tanto a usted, porque usted comprende lo que me ocurre.
—Bueno, tampoco es para tanto, hijo, todos somos pecadores en este mundo.
—Pero no todos han cometido pecados como los míos, padre. Usted, por ejemplo, es un santo.
—Si supieras, hijo, si supieras.
—Bueno, padre, le contaba que la Maquita se avalanzó a abrazarme y en cuanto me tocó la pichula se me empezó a parar sin que lo pudiera evitar, padre, y mi compadre solo sonreía y le decía a su hija: «Aquí está su padrino, mi niña, tal como se lo prometí», o sea que el caliente de mi compadre me había ofrecido como regalo para la niña, padre, ¡me sentí como un objeto!
—Bueno, hacerse el ofendido en esas circunstancias, hijo… yo creo que estás yendo demasiado lejos.
—Es que uno también tiene sus sentimientos, padre… en fin, en ese momento, cuando me di cuenta que la niña ya sabía a qué iba, yo solo atiné a mirar a mi compadre y le pregunté: «¿dónde?»
—En la pieza —me contestó—, y se dirigió ¡a la pieza matrimonial!, ¡Ahí mismo donde se culea a la comadre!, ¡qué hijo de puta! —pensé yo—, pero bueno, él era el que mandaba, así es que entramos a la pieza y la Maquita al tiro, sin preguntar nada, me agarró del cinturón y lo soltó para…
—¡Ahhh!
—…luego bajarme el cierre, padre
—¡Ay, qué rico!
—Y mi compadre, que como le he dicho es un caliente, se bajó el cierre él mismo y se sacó la verga ya completamente erecta,
—¡dios mío!
—con la cabeza roja y toda mojada, padre.
—¡tsss! (inhalando aire por los dientes)
—La Maquita en tanto, me bajó los pantalones hasta la rodilla y sin mediar palabra me bajó los boxers dejándome en pelotas. En cuanto hizo eso, su carita mostró su sorpresa y más me calenté, porque exclamó «¡Oh!» y puso la boquita igual que como la recordaba yo chupándole el pico al papá; eso hizo que se me hinchara aún más la callampa, padre, me llegaba a doler de lo dura que la tenía.
—¡Hijo!, ¡me muero!
—¿Padre?
—Sigue, hijo, me muero de ganas de seguir escuchando.
—No le tuve que decir nada, padre, al igual que mi Marito, agarró el pico por la base y me chupó la cabecita tan, tan rico, padre, que cerré los ojos y me temblaron las piernas de lo caliente que me puso. Padre, su boquita se sentía ¡tan caliente! y la lengua, padre, la lengua me la pasaba por la cabeza del pi…
—¡Ay, no más!
—…co, padre, y me la acariciaba provocándome un espasmo, la pichula me saltaba en la boca de la niña, padre… en un rato, hasta trató de meter la puntita de la lengua en el hoyito del pico, padre…
—¡Qué riiiicooo!
—…y eso me hizo saltar de gusto; le agarré la cabeza y comencé un metesaca que le llegué a sacar lágrimas, padrecito, pero la niña no se quejó nunca, padre, y mi cumpa más caliente me ponía porque le susurraba: «así, mi niña, eso es, tal como yo le enseñé!
—¡conchetum…!
—y eso me ponía más loco, padre, sentía un ardor, un ímpetu tan grande que en ese momento no me importaba nada, ni aunque hubiera llegado la comadre habría podido retirar la callampa de la boquita de la niña. ¡Es una diosa chupando la verga, padre! No sé si es algo natural o será que mi cumpa la enseñó muy bien, yo creo que es algo innato en la chiquilla, padre
—Ufff, hijo, no sería nada extraño, en mi vida sacerdotal he conocido muchos casos de niños que poseen un talento singular para chupar chutos. ¡Vaya si no habré conocido casos!
—¿En serio, padrecito?
—Sí, hijo, lamentablemente debo reconocer que tu caso no es el único de esas características al que me he visto enfrentado en mi vida al servicio del señor. Y en la mayoría de esos casos he tenido que involucrarme activamente para tratar de salvar esas almas, por eso es que insisto tanto en que tienes que traerme al par de perv… per… permanentes focos de excesos y lujuria en que se han convertido tu hijo y ahijada antes de que sea demasiado tarde.
—¿Y qué hará para ayudarlos, padre?
—Bueno, tal como te dije antes, necesitamos que comiencen a tomar clases de catecismo. Aquí hay buenos profesores, sacerdotes con vasta experiencia en niños y niñas. Puedes estar seguro que entre todos sabremos qué hacer con estos chicos y satisfacer sus necesidades.
—Padre, yo sé que debía haber traído a los niños hace hartos días ya, pero el problema es que las señoras no quieren que los niños interrumpan sus vacaciones y… para serle franco, no estuvieron muy convencidas de permitirles venir, usted sabe, con todo esto de los abusos en la iglesia…
—¡Mujeres!, ¡siempre causándonos problemas! Está bien, hijo, pero cuento conque tú harás lo imposible por traérmelos, es imperativo que me los traigas. No te perdonaré si no lo haces. Ahora, volviendo al tema, hijo, dime, ¿qué más pasó?… no me terminaste de contar, recuerda, hijo mío, que necesito que seas veraz conmigo para poder interceder por tí ante nuestro señor Jesucristo y su infinita bondad.
—Sí padre… le estaba contando lo que sentí cuando la Maquita, preciosa bebé, hacía maravillas con mi verga en su boca. Bueno, cuando ya me tenía completamente trastornado y suspirando con los ojos cerrados, de pronto se sacó el pico de la boca y otra cosa suave y viscosa me tocó la cabeza del chuto. Sorprendido, miré y la muy maraca… ¡se había puesto a jugar con mi pichula y la de su papá haciendo que se tocaran las dos cabezas, padre!
—¡Ay, no!, ¡Qué rico!
—Y se reía, padre, se reía del juego de las pichulas que acababa de inventar, y yo padre… muy a mi pesar, creo que igual lo disfruté, padrecito, perdón diosito, sé que las santas escrituras lo prohiben, pero se sentía tan rico tocar la cabecita tan suavecita de otro pico, padre, y mi compadre se hizo el weón no más, porque cerró los ojos como que no se daba cuenta, pero yo sé que se dio cuenta, padre, si uno no es weón.
—Ehhh… bueno, dejémoslo ahí.
—De repente, padrecito, mi niña, mi ahijada, a quien he visto crecer desde que era una bebé, se tragó el pico, padre… ¡de no creer! Usted sabe lo que calzo de pichu…
—¡Cómo no!, flap, flap, ¡claro que lo sé!
—…la, padre, porque usted también la probó, ¿se acuerda?
—Me acuerdo, hijo, flap, flap, no hay día que, flap, flap, no lo recuerde.
—Y la muy hijueputa se metió !toda la verga en la boca!, padrecito, no sé cómo lo hizo, padre, pero la tragó enterita. Yo creí morir de gusto…
—¡Qué par de pervertidos, flap, flap, con más suerte!, ¡dios!, ¡por, flap, flap, qué ellos y, flap, yo no…!
—Padre, así fue alternando, un poquito mi verga, otro poquito la verga del papá, y para serle franco, padre, cada vez que se metía la verga del papá a la boca…
—flap, flap, flap
—yo más caliente me ponía, porque imagínese, padre, ver a una niña tan pequeña comerse el pico de su progenitor…
—flap, flap, flap, ¡ahhhh!
—…con tantas ganas, padre, ¡era un espectáculo de lujuria!. En todo el rato que estuvo comiéndonos las pichulas, mi compadre y yo no dijimos ni una palabra, padrecito, porque no terminábamos de sentir una cosa, cuando ya nos estaba haciendo algo más rico todavía.
—Qué…flap…más…flap, flap, les ha…flap…cía.
—Nos comía las bolas, padre, en un momento hasta sentí que me tocó el hoyo…
—¡Aghh!, flap, flap, flap
—con la puntita del dedo, padre, y yo que no le hago a las mariconerías, sentí un gustito tan rico ¡que hasta me dio un escalofrío! Y eso no fue todo, padre, cuando ya había pasado harto rato chupándonos las vergas, de pronto se acostó a la orilla de la cama de los padres y levantó sus piernecitas dejando a la vista de ambos su chorito peladito…
—flap, flap, flap
—…y el hoyito del culo que nos mostraba abriendo las nalgas con ambas manos con una sonrisa en su cara. Y yo, padre, no me resistí, me tiré desesperado a comerle la rajita exquisita, como un bollito con una ranurita roja al medio y…¡Oh, padre!, ¡jamás había sentido algo tan rico en toda mi vida, padre!, ¡nunca!
—flap, flap, flap
—El chorito tenía un olorcito que me tenía a punto de acabar sin tocarme, padre, además de un sabor entre dulce y salado. Caliente y húmedo, con sus jugos y mis chupadas.
—¡Ay!, flap, flap, flap
—De repente, mi compadre que estaba hincado al lado mío, me apartó un poco y le metió también la lengua en el choro, padre. Era una cosa irreal ver a mi compadre con la cara toda roja metiéndole la lengua…
—flap…¡dios mío!…flap, flap
—…por el choro a su hija. En eso se me ocurrió subirme a la cama y me acosté atravesado con la cabeza en la orilla y luego puse a la Maquita de espaldas encima mío con su potito al alcance de mi lengua. Así yo pude dedicarme a comerle el anito mientras mi compadre se dedicaba a comerle el choro. ¡Ay!, ¡padre!… (silencio)
—flap… qué pasó, hijo mío, por favor sígueme contando, ¡no te detengas ahora!
—Padre… es que…
—¡Qué!, ¡QUÉ!
—Padre, espere un poquito, es que si sigo recordando me voy a ir cortado.
—¡Pero weón…!, digo, ¡hijo mío!
—Padre… ya, ahora sí. Mire, padre, un buen rato después, mi compadre decidió acostarse él con las piernas flectadas y con la cabeza hacia los pies de la cama y puso a la Maquita de guatita sobre él a chuparle el pico mientras él se apoderaba del chorito con su boca y ahí yo le seguía comiendo el anito, padre… ufff, padre, no tengo palabras para describir ese hoyito rosadito y caliente…
—¡Ahhh, sigue, sigue!
—…de mi ahijadita. Ahora entiendo por qué al caliente de mi compadre le está costando cumplirle a la comadre. La niña es fuego puro, padrecito, si usted hubiese estado ahí con nosotros sabría de qué hablo.
—¡Dios mío!, ¡cómo quisiera yo!, ¡CÓMO QUISIERA YO!
—¿En serio, padrecito?
—¡Por supuesto, hijo mío!, ¡cómo quisiera yo estar en vuestro lugar para que la ira del señor caiga sobre mí y no sobre ustedes, ovejas descarriadas.
—Un santo, padrecito, eso es usted, un hombre demasiado bueno.
—Sí, hijo, demasiado bueno pa’ cul… cul… culparme a mi mismo por los pecados de mi grey. ¿Y qué más pasó, hijo?
—Padre, mi compadre y yo estábamos tan calientes con la Maquita, que no nos dimos ni cuenta de que en la puerta de la pieza nos estaba observando…
—¡Qué?!
—… mi hijo, padrecito. Yo ni me acordaba que lo había dejado solo, jugando playstation. Estaba allí mirándonos y apretándose la verguita por sobre el pantalón. Mi compadre fue el primero que se dio cuenta. «Venga, mi niño» —le dijo— y yo ahí lo vi avanzar hacia la cama. Mi compadre le dijo que se sacara toda la ropa y Marito no se demoró nada en quedar como dios lo trajo al mundo con su pichulita paradita, pegadita a su barriga de tan dura que la tenía.
—¿Y qué paso?
—Que la Maquita recibió ese día su primera pichula por el choro, padre.
—¡Nooo!, ¿y quién fue?
—Su papá
—¡Quéeee!, ¿Se la metió su papá?, ¡Y cómo!, ¡cuenta, cuenta!
—No, padrecito, no se la metió su papá, sino que a mi compadre fue a quién se le ocurrió.
—Pero… ¡se le ocurrió qué!
—Mire, padre, cuando Marito se acercó a la cama, mi compadre se bajó… yo no entendí por qué, pero él rodeó la cama y sacó algo del velador sin decir nada. Yo estaba re entusiasmado todavía comiéndole el hoyito a la Maquita y cuando mi compadre se bajó de la cama yo aproveché para atacarle la conchita, hasta creo que sentí la saliva de mi compadre en el chorito todo mojado, padrecito.
—Ay, hijo, estoy que me desmayo.
—¿Se siente mal, padrecito?
—No, no, continúa… ¿qué hizo tu compadre?
—Bueno, él sacó algo del velador y prácticamente me arrancó de la chucha de la niña. Me miró y me dijo: «pon atención».
—Entonces abrió un pomo de algo y le echó una cremita a mi ahijadita en la vulva y le metió un buen poco en la vagina. Hasta le metió un poco el dedo índice.
—¡Ay, dios!
—Y después, padre… aquí viene lo bueno.
—Ufff, hijo, no empieces otra vez y sigue, dime qué pasó.
—Después de tener a la Maquita bien embadurnada, tomó a mi Marito y le puso la misma cremita en el pico, padrecito. Ahí mismo entendí lo que quería hacer… y eso me calentó muchísimo más, padre.
—Ufff, por supuesto, hijo.
—Después mi compadre me pidió que le ayudara con Marito y él se encargaría de la Maquita. Y así fue que yo me puse detrás de mi hijo y le guié la pichula, padrecito, mientras mi cumpa sujetaba a la Maquita y le abría bien abiertas las piernas.
—flap, flap, flap.
—Yo acerqué a mi hijo con su pico entre dos de mis dedos y apunté y cuando la verguita tocó el chorito, le pedí que empujara sus caderas despacito para que entrara. No costó nada, padre, entró de una, mi ahijadita solo gimió un poquito, pero no creo que haya sentido ningún dolor. Después yo le fui enseñando los movimientos a mi niño y así fue como Maquita dejó de ser virgencita, padre.
—¡Qué lindo, hijo!, ¡qué maravilla! Uno no puede dejar de maravillarse de las cosas del señor, hasta en un acto tan perverso uno puede admirar la belleza.
—Sí, padre, fue un momento muy bello. Marito se la metió hasta el fondo y la Maquita apenas se quejó, pero la verdad, padre, no creo que la verga del niño le haya roto la telita porque su herramienta aún es muy chiquita, es como un pequeño lapicito de punta colorada. Ay, padre, fue tan rico verlo como se la enterró por primera vez que hasta el día de hoy, si no fuera porque tengo que cumplirle a mi mujer y «alimentar» a los niños, le juro que me mataría a pajas recreando ese momento en mi mente.
—Te creo, hijo, es lo mismo que me pasa a mí.
—¿Cómo, padre?
—Lo que te digo, hijo. Yo tengo el deber de escucharte, pero también soy un ser humano y toda esta narración tiene sus efectos en mí. Cuando tú te vas, tienes quién te saque la leche, pero yo, hijo… ¡ay de mí!
—Oh, padre, no pensé en eso. Yo pensaba que ustedes los padrecitos no tenían esas necesidades.
—Pero cómo tan weón, hijo. Perdón, hijo, no me hagas caso.
—Lo siento, padre. ¿Hay algo que pueda hacer por usted, padre?
—Trae a los niños, hijo, eso es lo único que te pido. Me muero de ganas, hijo, me muero de ganas…
—¿De tener a los niños?
—Sí, hijo, de tener a los niños. Siento que cada día que pasa será más difícil guiarlos y necesito cu… cuidarlos. Es una necesidad que me sale desde las entrañas, hijo; quiero verlos, tenerlos aquí conmigo, que conozcan lo que tengo para enseñarles, que sepan del amor que les tengo reservado. Te juro, hijo, que en cuanto los traigas, me desnudaré ante ellos.
—¿Cómo, padre?
—Sí, hijo, me despojaré de toda impureza para recibirlos en la gloria del señor. También les presentaré otros miembros…
—¡Oh!
—…que los apoyarán, les enseñarán y los mantendrán siempre ocupados.
—¿Usted cree que sea bueno, padre, que se aficionen a otras pichulas?
—Ay, hijo, qué mal pensado eres; yo quiero decir que les presentaré otros miembros de la iglesia que estarán fascinados de poder ayudarme en esta labor que me has impuesto.
—Ah, entiendo.
—Hijo, los miembros de esta comunidad somos poquitos, pero tenemos algunas cosas en común. Ten por seguro que ellos también querrán impregnar a estos niños con la savia bendita de su amor. Metérsela hasta el fondo… de sus almas; fecundarlos con la semilla que dios nos ha encargado esparcir entre las almas inocentes. ¡Oh, hijo!, ¡te aseguro que en cuanto les pongamos las manos encima van a saber lo que es bueno!
—¡Cuánto amor en sus palabras, padrecito! Siento que nunca podré pagarle todo lo que hace por ayudarnos.
—Claro que puedes, hijo, claro que puedes, es cosa que traigas a los niños y los dejes a cargo nuestro por un tiempo y ya habrás pagado con creces ante dios y la santa madre iglesia. Y recuerda que hace un mes atrás me pediste que te ayudara a desvirgar al niño y yo, contra toda mi voluntad y pensando en que no puedo dejarlo a merced de tu enorme callampa, prometí hacer algo al respecto. Todo sea para que el niño no vaya a sufrir un desgarro o algo peor.
—Sí, padre, entiendo y no sabe cómo se lo agradezco.
—Y dime, hijo. ¿Pasó algo más aquel día?
—Padre, mientras mi niño se culeaba a la Maquita, mi compadre acercó el rostro al chorito que estaba siendo penetrado y le pasó la lengua por el clítoris y creo que hasta la dio una lamida al pico de mi niño.
—Oh, dios, ese compadre tuyo es un hombre muy caliente por lo que cuentas.
—Ni se imagina, padre, es un weón muy caliente, siempre ha sido así. Cuando estábamos solteros, a veces nos comíamos mujeres entre los dos y no se cansaba nunca.
—flap, flap, te creo, hijo, flap, flap, flap, te creo.
—Entonces, padrecito, a mí me dieron ganas de hacer lo mismo y también me acerqué a comerle el clítoris a mi niña preciosa, mi ahijadita querida…
—flap, flap, ¡qué rico!, flap, flap
—…y entre los dos le dimos lengua y le succionamos el botoncito tan sensible que tiene la niña. Lo único que no me gustó es que de repente tenía la cara de mi cumpa demasiado cerca y en un momento hasta le pusimos la lengua al mismo tiempo y… eso no me gustó, padre, porque a mí no me gustan las weás de maricones…
—No seai weón, hombre, flap, flap, flap
—Bueno, de pronto, Marito metió la pichulita muy adentro y se quedó quietecito, con los ojos cerrados y le dio como un temblor, padre, y estoy seguro que se vino en seco, porque él está muy chiquito y no moquea todavía, pero se estremeció entero mi bebé hermoso y la Maquita no sé si habrá llegado o no, pero después de tanto ajetreo, ya estaba cansadita también, así es que por último les dimos a los dos unos besitos ricos con lengua…
—flap, flap, flap
—… y los hicimos que se acostaran uno al ladito del otro y nos vinimos con mi compadre en sus pechitos…
—flap, flap, ¡Qué rico!, flap
—… y sus caritas y mi compadre, que siempre quiere más, juntó el moco con los dedos y se los metió a los dos por la boca. Se veían tan…
—¡Me voy!
—…ricos los dos todos moqueados, padrecito.
—!me voy!, ¡ME VOOYY!, ¡ME VOOOYY!, ¡AAAGHH, CONCHETUMAAAAADRE!
—¡Padre!, ¡no se marche aún!, ¡la absolución!
—ahhhh (suspiro)
—Padre, ¿se encuentra bien?, no me asuste, padre.
—No te preocupes, hijo, es que todo lo que me has contado ha sido tan impresionante que sentí unas repentinas ganas de huir, pero ya pasó, hijo, no me iré, aquí estoy contigo.
—¡Oh, padre! Lamento tanto haberle causado este dolor tan grande.
—No, has hecho bien, hijo. He sido yo el que ha flaqueado, mi deber es escuchar al penitente, no irme en medio de su congoja.
—Está bien, padre. Le pido con infinita humildad que interceda ante nuestro padre celestial y absuelva mis pecados, padrecito.
—Claro, hijo, si muestras un verdadero arrepentimiento (¡me ensucié la sotana por la chucha!) nuestro señor, en su infinita (¿dónde dejé los pañuelos desechables) bondad, sabrá perdonarte. Ahora reza, conmigo el padre nuestro.
—Es que no me lo sé de memoria, padre, y no traje el librito que me regaló.
—(suspiro) Está bien. «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén».
—Amén. Apiádate de mí, mi señor.
——dios, padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su hijo y derramó el espíritu santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la iglesia, el perdón y la paz y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo.
—Amén.
—Recibe con humildad el perdón del señor, nuestro rey, y ahora vete en paz, y anuncia a los hombres las maravillas de dios que te ha salvado. Rezarás el Padre Nuestro cada noche hasta que nos volvamos a ver.
—Sí, eso haré, padrecito. Muchas gracias.
—Ve con dios, hijo.
Torux
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