Priscila 2a parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por aslex.
Alberto Taboara durmió poco esa noche, pensaba en Priscila y en el futuro, sentía su respiración tranquila bajo su abrazo mientras un remolino de ideas se agitaba en su cabeza. Odiaba la idea de tener que ocultarse y reprimirse cada que tuviera sexo con su hija, odiaba tener que pedirle a Priscila que no hiciera ruido cuando disfrutaba, y aun más odiaba el hecho de que la presencia de Maritza le inquietara en cierta medida, y es que no era difícil, ni siquiera para él, suponer de lo que una mujer celosa es capaz.
Se le ocurrió que lo mejor sería comprar un terreno lejos de la zona y construir una casa a donde se fueran a vivir Priscila y él, se separaría de su esposa alegando cualquier motivo. No le importaría dejarle esta casa a Maritza a quien además le daría una pensión para que no pusiera reparos.
Cuando Priscila despertó él ya estaba terminando de arreglarse, "ándale floja, levántate que vamos a salir"
Priscila adoraba salir con Alberto y más los domingos, él la llevaba a comer y al cine y además daban paseos por algún parque mientras comían nieve, por eso la noticia le terminó de alegrar la mañana, y es que el recuerdo de la noche anterior aun le provocaba ligeros estremecimientos de placer desde que comenzó a despertar, "Alberto"
"¿Qué?"
"Anoche no me viste las bragas", al decirlo hizo a un lado la cobija que la cubría parcialmente, aun vestía el pantaloncillo corto: "quítamelo", le dijo mientras pasaba el meñique por dentro de la cintura de la prenda, él se puso a un lado de la cama y lo desabrochó para luego deslizarlo por sus piernas, entretanto ella le miraba intensamente a los ojos, "¿te gustan como se me ven?"
"Te ves muy bonita", le contestó al tiempo que recorría con la mirada la piel broncina y perfecta de sus piernas. "Tócalas Alberto"
"¿Qué?", preguntó un poco sorprendido, "que toques las bragas", dijo ella riendo, se había dado cuenta que él le miraba las piernas lo que de alguna manera le hizo comprender que tenia cierto poder sobre él, aunque aun no sabía bien a bien qué tipo de poder era ese y ni siquiera pasó por su mente en ese momento que pudiera utilizarlo a su favor alguna vez. Alberto posó su mano en el costado de la cadera de ella, "¿verdad que la tela se siente muy suavecita?"
"Si mi amor", Alberto sentía que su sangre hervía, tenía que recobrar la calma, "tócale aquí también", dijo Priscila tomándole a la vez la mano y guiándole a sus nalgas, "si, la tela es suavecita mi amor, es que es de puro algodón", su voz se oía entrecortada y Priscila notó que la cara de su papá estaba extremadamente roja, y no era para menos ya que nunca había tocado a su hija en esa parte, "¿esto también le hacen los esposos a las esposas, Alberto?", la voz de ella también distaba de sonar serena, le fascinaba sentir la mano de él ahí y también el verlo turbado. "Si Pris, también esto"
"Bésame", le dijo ella de manera apasionada y jalándolo del brazo, "no Pris, tenemos cosas que hacer y también te tengo que decir otras, arréglate para irnos ya"
Ella se levantó un tanto molesta, pero hizo lo que le pidió.
Ya en el auto él le comentó: "Necesitamos un lugar donde estar solos", ella se había colocado los lentes oscuros que usaba cuando viajaba con su papá, mascaba chicle inmoderadamente y había puesto los pies sobre el muslo de él, "¿por qué?", preguntó pretendiendo mostrar escaso interés, "porque tu mamá nos podría oír"
"¿Y?", si alguna otra persona, no importando su condición social o económica, le hubiera contestado así lo menos que hubiera recibido de Alberto era un gesto de fastidio, mas Priscila solo percibió en la respuesta de él cierta benevolencia, "si Maritza se entera de lo que hemos hecho seguro me hecha a la ley"
Ella se sentó derecha mostrándose a la vez algo inquieta, "¿por qué?"
"Porque lo que hemos hecho está castigado por la ley"
"¿Y por qué Maritza te echaría a la ley?"
"Por celos", ella se quedó pensando unos momentos en la respuesta que le dio y luego dijo: "pues córrela de la casa"
"La cosa se pondría peor, le diría a todo el mundo que la corrí para quedarme solo contigo, haría un escándalo y también me acusaría de hacerte lo que hicimos sin que tu quisieras"
"Pero yo quería"
"Todos dirían que te obligué, que tu no sabias y le creerían mas a ella"
"Pero ¿y si digo que no me obligaste?"
"Como quiera, le harían mas caso a ella"
"¿Y donde estaríamos solos?", Alberto comprobó, con esta última pregunta de Priscila, que las mujeres iban siempre mas allá de lo previsto por cualquier hombre, "te voy a enseñar algo, a ver qué te parece"
Alberto la llevó a una zona poco urbanizada, era en unas colonias nuevas plagadas de tierra oscura y casas apenas hechas, "este es un terreno que compré hace meses, aquí me gustaría hacer una casa para ti y para mi". Priscila miró alrededor, miró el lugar marcado, miró hacia el cielo y luego dijo que sí, que le gustaba, "aquí estará la sala, quiero una sala grande, y por acá ponemos la cocina y por este lado la escalera al segundo piso, porque vamos a tener segundo piso, ¿verdad?, quiero una escalera grande, muy ancha, sin barandales y saldrá de aquí hasta arriba", decía ella mientras movía sus manos acorde a sus pensamientos, "y al final de la escalera unos sillones, o mejor una sillas de madera, de esas con cojines, y a la derecha tu sala de estar, porque tú tienes que tener tu sala donde nadie te moleste, ahí va a estar tu escritorio y unas ventanas grandes de vidrio de color para que no te entre mucho sol pero que se vea mucha luz también, ¿se puede eso Alberto?, ¿qué entre luz pero no mucha?"
"Si mi amor, lo que tú quieras"
La ínfima inquietud de Alberto no estaba infundada, Maritza los había escuchado, se le helo el corazón cuando acerco sus oídos a la puerta, tal como lo hacia sistemáticamente desde la primera vez que Priscila usurpó su cama y escucho los gemidos de placer de su hija, su mente pareció desconectarse y solamente el equilibrio natural del cuerpo la mantuvo en esa posición unos momentos más, luego se irguió y camino hacia la recamara que ocupaba esos dos días de la semana, la recamara de Priscila, se acostó en la cama de ella y mascullo toda la noche, en medio de terribles espasmos, no solo lo que la odiaba, sino las formas que le haría pagar su osadía.
Todo aquello que la frenaba se desvaneció de golpe, ahora solo tenía una cosa fija en la mente: se vengaría de todos sus sufrimientos.
"¿Me vas a besar en el cine?", Priscila deseaba sentir sus labios de nuevo, quería abrazarlo y besarlo sin que nada los interrumpiera, odiaba pensar que había una hora para dormir, que había un momento para ser formales y atender clientes, imaginaba un lugar y situación donde solo estuvieran ellos y que nada ni nadie los molestara.
"Te quiero enseñar algo más", Alberto la llevo a la oficina, "nuestra oficina", como siempre le mencionaba. Fue un viaje de más de media hora en coche desde el terreno que sería su casa hasta la bodega donde estaba dicho lugar; este era un cubículo aparentemente desordenado donde se tomaban las decisiones importantes de la empresa comercializadora. Durante el trayecto Priscila se recargaba en su brazo, lo miraba ansiosa y en determinados momentos, cuando le parecía adecuado, le besaba en la boca, el se dejaba hacer tratando de no mostrar demasiada atención al hecho, y no es que no estuviera ansiosos de responder, lo que lo frenaba era el temor de ser sorprendido en semejante acto.
Pero cuando llegaron a su destino ya nada lo detuvo, entraron a la bodega y desde que cerró la puerta tras ellos comenzaron a besarse sin miramiento. Él la cargaba para estar a su altura, ella rodeaba su cuerpo con sus piernas y se colgaba a su cuello con los brazos, pegaba su boca a la de él como si en ello se le fuera la vida, "me gusta que me beses, ¿por qué nunca me habías besado Alberto?, le dijo en cierto respiro, el aspiro hondo y le contesto: "es que primero quería que tu quisieras besarme, que tú me amaras como yo te amaba"
"¿Entonces tu ya me amabas Alberto?"
"Creo que te he amado desde que naciste"
"Enséñame lo que tienes ahí abajo", le dijo ella ahogando el hilo de voz que ansiaba surgir de su garganta, él la llevo, así como estaban, cargándola, hacia un cuarto detrás de la oficina, ahí donde llegaban todos los objetos que no encontraban acomodo en otra parte, y la sentó sobre una pila de costales de lo que quizá solo ellos sabían de que estaban llenos.
"Aquí podemos hacer un lugar para los dos mientras hacemos la casa, vaciaremos todo esto y haremos un lugar a nuestro gusto, ¿qué te parece?", Alberto se cuidaba siempre de pedirle su opinión, y es que adoraba verla pensativa, que sus ojos se dirigieran hacia abajo por unos momentos y que su nariz se dilatara casi imperceptiblemente durante unos pocos momentos, además del hecho de que ella siempre tenía algo importante que aportar, mas esta vez fue glorioso para el ya que ella no bajo la vista ya que lo que lo miraba fijamente mientras aspiraba, y dilataba su nariz, mientras pensaba que contestar, "¿Quieres hacer una casa aquí para los dos?"
"Un cuarto, para estar solos", ella acerco su boca a la de él y tomo sus labios como había aprendido a hacerlo de él y los estiro con sus labios de la misma forma que él le había enseñado, luego se separo y le insistió: "enséñame lo que tienes ahí"
Alberto se separo de su abrazo y se alejo un poco, luego separo los brazos para mostrarle que estaba a su disposición; en ese tiempo estaban de moda los pantalones muy ajustados al cuerpo por lo que le era notorio el bulto de su entrepierna, y más por el hecho de que tenía una erección. Ella se hinco frente a él y puso su mano sobre la prominencia, "esta duro, siempre se te pone duro cuando nos besamos", su gesto era de seriedad mientras pasaba lentamente la mano desde un extremo al otro sobre la tela del pantalón, luego dirigió sus dedos hacia la cremallera para comenzar a desabrocharla; ya abierta paso su mano sobre la suave tela de la trusa, le gustaba sentir la dureza del pene de Alberto, "su cosa", como ella la nombraba en sus pensamientos, "hace como dos años, cuando fuimos a la casa de mi tía Graciela, vi la cosa de mi primo cuando lo estaba cambiando de los pañales, se me hizo bien raro ver que los hombres tienen una cosa así, yo sabía que tu tenias cosa también pero no me imaginaba que la tuya era tan grande, por eso se me hacía que era otra cosa lo que tenias aquí", la inocencia como se expresaba Priscila le causo aun mas excitación,
"Mi primo la tenia chiquitita, jajajaja", dijo ella cuando rodeo, aun por encima de la trusa, sus dedos sobre la erección de Alberto, "esta mojadito aquí en la punta", ella estaba algo nerviosa, por lo que trataba de disimularlo con la charla, aunque más bien parecía, en ciertos momentos, que hablaba para sí misma, "desabróchate el pantalón, Alberto", le dijo sonriente luego de haberlo intentado ella: Luego se lo deslizo hacia abajo y miro hacia los costales; le ordenó que se recargara ahí y, de nuevo hincada, le bajo con cierto cuidado las trusas, pensaba que quizá debería tener cuidado de no lastimar "esa cosa"; la miro largamente antes de tocarla, "está muy grande", dijo sin dejar de mirar el pene y tomarlo al mismo tiempo con su mano, "esto…, ¿entra aquí abajo?", pregunto ella señalando su entrepierna, "si mi amor"
"¡Te pusiste rojo como en la mañana!, jajaja", su sonrisa era extremadamente traviesa, sus ojos brillaban del gusto que le invadía al ver a su padre tan excitado, "cuando dijiste que yo era muy pequeña, ¿lo decías por que esto no me cabe todavía?"
"No Pris, todavía no te cabe"
"¿Y duele?"
"Si se hace con mucho amor, no duele casi nada"
"¿Se la has metido a muchas mujeres?"
"No a tantas"
"¿Cuantas y quienes?", pregunto imperativa y apretando el pene para afirmar su interpelación, aunque una leve sonrisa bailaba en sus labios, "pues…como unas 10, creo, no me acuerdo"
“¿Quiénes fueron?”, Alberto rememoro en voz alta la lista de mujeres con quien había tenido relaciones, "¿y, aparte de Maritza, ¿vas con alguna otra mujer?, dime la verdad", un nuevo apretón.
"No, y con Maritza hace como dos años que no hacemos nada", a él, el juego de sentirse dominado por aquella aun frágil mano le encanto desde el primer momento, le resultaba exultante que fuera Priscila quien lo hiciera.
Priscila volvió la mirada al objeto que oprimía, le observaba atentamente todos los detalles, "te gusta mucho que te lo agarre, ¿verdad?"
"Mucho", contesto el tratando de aparentar calma, "¿esto que tiene aquí arriba se puede mover?"
"Si, es la capuchita y se abre toda cuando lo jalas para abajo"
"Y si le jalo, ¿no te duele?"
"No", ella lo hizo y observo algo asombrada como aparecía el glande, rojo y bastante lubricado, "¿te gusta que te lo baje, verdad?"
"Si", ahora su voz ya mostraba que le era imposible mantener demasiado control sobre sus reacciones, "esto, ¿cómo se llama?"
"La cabeza"
"Ah, sí, parece una cabecita, ¿y por qué esta mojada con eso?"
"Se moja porque se siente muy rico que me lo agarres"
"Ah, ¿y si te lo aprieto te gusta o te duele?"
"Me gusta", ella apretó sin dejar de mirar su cara para percibir las reacciones que provocaba, las cuales eran perceptibles aunque el tratara de disimularlas, "mira, se volvió a esconder", el glande estaba cubierto de nuevo cuando ella subió su mano y un suspiro de él le indico que iba por el camino correcto, jalo de nuevo la piel del pene para descubrirlo de nuevo por lo que Alberto no pudo evitar gemir; ella, a su vez, no despegaba la mirada de su rostro, le parecía muy excitante el poder provocarle aquello a su papá. Siguió moviendo su mano lentamente de arriba hacia abajo, el trataba de no cerrar los ojos aunque era lo que más deseaba, por algún motivo no quería dejarse llevar por las todas esas sensaciones frente a su hija por el momento, aunque a cada movimiento de la mano de ella le resultaba cada vez más difícil lograrlo, su expresión, tinta de purpura, mostraba que la caricia era extremadamente deliciosa ya que sus ojos se habían abierto un poco más de lo normal y su boca trataba de aspirar la mayor cantidad de aire posible, pero sin abrirse lo suficiente, al contrario, sus labios se habían contraído un poco. "Amor, creo que mejor ya lo sueltas", su voz parecía indicar que había corrido varios kilómetros ya que le faltaba el aliento, "¿cómo?", pregunto ella algo sorprendida, "que…eso, mejor ya por hoy…suéltalo"
"¿No te gusta así?"
"Si, bastante"
"¿Entonces?", ella se había detenido y estaba ahora expectante, pero no había soltado el pene, "es que…creo que ya estoy a punto"
"¿Cómo?, ¿a punto de que?"
"Es que no sabes, cuando se siente así de rico, los hombres se vienen"
"¿Se vienen?", Priscila estaba bastante confusa, y no tanto por la palabra desconocida, sino porque le abrumó la idea de que había tantas cosas que ignoraba en cuanto a el sexo, "si, es como lo tuyo de anoche, cuando te gustó tanto que te besara el cuello", su confusión aumento, ¿por qué Alberto no quería sentir lo mismo que ella?, se pregunto de inmediato, "¿por qué No quieres sentir lo mismo que yo sentí?"
"es que cuando un hombre se viene es diferente a lo de las mujeres"
"¿Cómo es?"
"Pues sale algo de ahí"
¿Que sale?"
"Un liquido"
"Ah, ¿y por qué no quieres que te salga?", ella ya mostraba cierta perspicacia, se decía que si el problema era que salía un liquido pues entonces no se explicaba la negativa de él. Ya más calmo Alberto le dijo que ese liquido podía mancharle, "es muy pegajoso y sale muy rápido"
Ella comprendió el porqué se rehusaba a continuar, "pero te gustaría venirte, ¿no?"
"Si"
"Entonces quiero que te vengas, ¿ok?", le gustaba usar una palabra que antes tenía para ella otro significado, ya que le representaba ahora una acción que desconocía por completo, pensaba que eso la integraba mas a la comunidad de aquellos que tenían sexo, o sea los adultos. "Ok", dijo Alberto
"Dime que hago", lo miraba con cierta expectación, como si fuera una alumna que deseaba agradar a su mentor, "pues con lo que estabas haciendo…"
"Bueno", dijo ella al tiempo que iniciaba a hincarse de nuevo frente a él, le invadía una extrema curiosidad por ver como se venían los hombres, "espera amor, mejor párate acá, en este lado, ahí te vas a manchar", ella lo miro un poco confundida, "¿por qué?, ¿es muy sucio lo que sale?"
"No, no es sucio, pero si cae en la ropa se batalla para quitarlo, ya te dije que es pegajoso"
"¿Y si me cae en el cuerpo?, ¿o sea en ni piel?"
"Ah no, ahí se quita fácil", Alberto sintió que la excitación volvía y con más fuerza, ¿sería posible que sucediera lo que estaba imaginando?, "entonces me quito la ropa y ya", dijo ella sonriente y a la vez mostrando cierto desafío por si él se atrevía a negarse de nuevo, aunque no esperó respuesta ya que de inmediato se quitó la blusa y a continuación el pantalón y al final las bragas.
Aunque parezca asombroso. Alberto nunca había visto a Priscila desnuda, recorrió con la mirada su cuerpo delgado el cual a pesar de su corta edad ya mostraba signos de lo que, más pronto que tarde, se convertiría. Respiro hondo y se recargo sobre la pila de costales y al fin se decidió a cerrar los ojos cuando sintió la mano de ella cerrarse alrededor de su pene, que, dicho sea de paso, ya vibraba compulsivamente. "Parece más grande que hace rato", dijo ella sin dejar de mover su mano de arriba a abajo, lo hacía lentamente y apretando con cierta fuerza. De nuevo estaba sumamente atenta a su reacciones aunque en ciertos momentos bajaba la vista al objeto que manipulaba, ¿de donde saldría ese liquido que le decía Alberto?, ¿de ese agujerillo?, a la vez su mente navegaba por otros rumbos, "le gusta que lo baje y lo suba, ¿y si lo bajo más?", y eso hizo en cierto momento aunque con cierto temor, temía lastimarlo, pero cuando notó que eso le gustaba también continuo haciéndolo, luego comprendió que la velocidad era también significativa, y es que sin proponérselo había elevado el ritmo en cierto momento y entendió que aquello también le era placentero por lo que lo incluyó en su repertorio de movimientos, ¿era posible que aquello cupiera en una mujer?, o sea, ¿dentro de ahí?, ¿abajo?, se preguntaba.
No habían pasado quizá tres minutos cuando su mano percibió que la cosa de Alberto se ponía aun más dura; su oído, un gemido hondo, casi cavernario, y que su cuerpo entero se arqueaba hacia atrás. -¿Ya?-, pensó con inquietud casi una milésima de segundo antes de que el semen de Alberto chocara primero en su cabello luego de describir una corta parábola hacia arriba, contra su cara en la segunda emisión y tras otra curva menor, y contra su pecho las siguientes veces porque ella, casi instintivamente, dirigió el pene hacia esa dirección.
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