Priscila, 3a parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por aslex.
Alberto logró que la habitación trasera estuviera en condiciones esa misma semana: el lunes por la tarde el cuarto estaba limpio y midieron los de la alfombra; el martes los plomeros instalaron la tubería para la regadera, el miércoles los albañiles colocaron el piso y los pintores terminaron casi completamente las paredes; el jueves llegaron los muebles y se instalaron la mayor parte de los accesorios de la recamara y del baño. El viernes fue dedicado a los detalles bastos, o sea, aquellos que le dieran una sensación acogedora.
Esa noche, la del viernes, Alberto y Priscila fueron a su casa solo para avisar a Maritza que se irían al rancho de Melquiades a pasar el fin de semana. Melquiades es uno de los proveedores de la tienda, pero eso no sabía Maritza ni le importaba, asintió con expresión falsamente jubilosa pero pensando que fueran donde fueran, la justicia divina los alcanzaría.
Esa noche se vistió como nunca lo había hecho, con aquel vestido ajustado que había comprado hacia 5 años y que nunca usó, se sentó a cenar y, aunque no lo mostrara, esperó a su hijo para que le viera su juventud apenas añeja. Sandro llegó, se sentó como siempre a la mesa y comenzó a cenar, pero algo le distraía, aunque no era completamente consciente de qué era aquello, su visión periférica le estaba fallando o quizá algo realmente sucedía, miró a un lado y a otro hasta que se percató que su madre estaba vistiendo ropa extraña.
Sus pechos eran más grandes de lo que recordaba, su cadera más amplia, su cintura más pequeña. Sus ojos, sin lentes, menos sombríos. Y su mirada, la parte más desconcertante, sin aprensiones. Masticó la cena lo más lentamente posible, "que buenas estas mamá", pensaba mientras la miraba con descaro.
Alberto apenas podía impedir que sus manos temblaran, Priscila había apoyado su cuerpo en él y lo abrazaba dichosa mientras viajaban en el auto; cuando llegaron a la bodega que hacía de oficina y centro de operaciones de la empresa se dieron un beso prolongado en la boca, salieron después del auto y entraron, "papi, estoy muy emocionada, hasta se me hace que me voy a caer", Alberto solo atinó a mirarla ya que su garganta no pudo emitir sonido. Cuando cerraron la puerta principal ella se echo a sus brazos y pegó su boca a la de él y así la cargó hasta la nueva recamara donde continuaron besándose ya acostados.
Poco a poco se sacaron la ropa, él por instinto, ella por el deseo de sentir su piel con todo su cuerpo por lo que se le pegaba y cruzaba su pierna por encima de la pierna de él. Su papá la acariciaba de arriba a abajo con su mano libre lo que le producía escalofríos de placer a ella y provocaba que emitiera gemidos de placer, "¿podre metérsela?", se preguntaba Alberto cuando su pene se apretaba contra el bajo vientre de su hija; ella se separó un poco y le preguntó si quería que le hiciera lo del otro día, "no mi amor, ahora yo te lo hare" y apenas diciéndole ya la estaba acomodando boca abajo y le abría las piernas.
La visión de aquella vagina le causó una especia de shock, tuvo un espasmo muy fuerte en su pene, como si fuera a venirse, y es que el sentirse dueño del cuerpo de su hija era lo más excitante que pudiera haberle pasado o quizá fuera a sucederle alguna vez.
Acercó su cara a esa vagina ya bastante húmeda y la olió aspirando lentamente, era un olor que combinaba un poco de sudor, algunos ligeros rastros de orín y mucho de sus jugos lubricantes. Su cerebro sintió el placer de aquellos aromas, luego pego lentamente su boca y recibió en su lengua el registro de los sabores, lo que le provocó otro espasmo en el pene. Chupó un poco, tratando de beber lo más posible; ella arqueó su cuerpo al sentir los labios de su padre, nunca imaginó que se pudiera tener tanto placer, puso las manos en la cabeza de él y lo empujo hacia sí, él sacó su lengua de nuevo y comenzó a lamer despacio sus labios externos, quería saborearla despacio, explorarla completa.
Ella gemía y pedía más de aquello, él respondía hundiendo ligeramente la lengua y chupando con los labios, bebiendo cada gota de jugo que salía de aquella minúscula gruta. Hurgaba también buscando su clítoris y cuando lo halló lo presionó con la punta de la lengua, eso fue suficiente para que ella estallara, se retiró bruscamente de él y se acurrucó con las piernas contraídas como queriendo mantener el placer dentro de su cuerpo el mayor tiempo posible.
Alberto no esperaba esa reacción, pensó que quizá había sido demasiado para ella, la miraba inquieto, temiendo que ya no quisiera continuar, ella a su vez gemía muy despacio, algunas leves olas aun recorrían su cuerpo. Luego de un rato descubrió su cara y lo miró maliciosa, "otra vez, Alberto"
Él rió complacido y hundió su cara en la vagina de ella en cuanto extendió y abrió las piernas de nuevo.
Orgasmo tras orgasmo de Priscila fue la primera parte de la historia de esa noche, Alberto le lamió la vagina al menos 10 veces y en cada una ella obtenía su climax, lloraba y moqueaba pidiendo más, se agarraba la cara, el pecho aun plano, las piernas y las nalgas, lo aferraba de los cabellos para exigirle que fuera más adentro con la lengua, con los labios.
Alberto decidió dirigir las caricias hacia otros rumbos, su boca fue a sus pies para lamerlos y chuparlos. Ella lo miró un poco sorprendida ya que deseaba que se quedara ahí donde estaba para siempre, pero cuando la lengua de su padre lamió la planta de su pie se estremeció de nuevo, aunque la sensación le pareció muy extraña, ya que aunado al placer había también cierto efecto desesperante lo que la obligaba a mover su otra pierna de manera convulsiva, "¡no Alberto!, ¡déjame!", decía, pero su pie no era de la misma opinión ya que lo movía hacia la boca de él; luego de un rato la lengua de Alberto se ocupó del resto de la extremidad. Ella a su vez gemía sin control, estaba completamente a merced de aquella boca y lo único que atinaba a hacer era sentir con toda su conciencia el placer recibido.
Pasaron los minutos y Alberto decidió llevar sus labios a sus piernas las cuales comenzó a lamer con calma, ella tenía sus ojos cerrados, su nariz dilatada y la boca abierta tratando de aspirar la mayor cantidad posible de aire a la vez que jadeaba dichosa, "más Alberto, más papi", decía por momentos en voz casi inaudible.
Ella pensó que volvería a chuparle su vagina pero él hizo algo que la sorprendió, la volteó boca abajo y le empezó a lamer las nalgas, le parecía increíble que tantas partes del cuerpo fueran tan sensibles, la boca de su padre lamia y chupaba de manera ya salvaje, succionaba aquellos globos apenas desarrollados pero el clímax fue cuando las separó y metió su lengua entre ella, lo más profundo que pudo, haciéndola gritar de placer y provocándole otro orgasmo.
Ella se quedó dormida casi al instante, su cuerpo estaba agotado, él, aunque con la lengua adolorida y un poco lacerada, sentía aun la necesidad de saborearla totalmente. Le comenzó a chupar suavemente los labios y a lamerle la cara de la misma forma, luego inicio una exploración completa de todo su cuerpo. Su saliva se esparció por cada rincón, por cada milímetro. Hacerlo así le causaba un enorme morbo y estaba consciente que de un momento a otro tendría un orgasmo. Ella sentía de manera inconsciente lo que le hacía Alberto, pero estaba tan cansada que apenas emitía ligerísimos gemidos.
Alberto estaba frenético, parecía devorar un delicioso platillo del cual no se hartaba, el cuerpo de Priscila recibió esas caricias durante una hora más o menos hasta que por fin despertó, "¿no te cansas Alberto?"
"No", le contestó sonriente, "ven, abrázame", le dijo ella extendiendo los brazos. Él obedeció y se refugió en ella, "ahora yo te voy a hacer cosas", le dijo luego de un rato que estuvieron enlazados fuertemente. Él se acostó boca arriba y puso sus manos en la nuca. Ella pasó las suyas por su pecho y luego volteó a ver su pene, "se te hizo chiquito"
"Si, pero nomas con que lo toques y se va a hacer grande otra vez"
"Yo… ¿quieres que te bese ahí?", le preguntó ella sonriendo entre sensual y maliciosa
"Si tu quieres"
Priscila se dirigió hacia el pene de su papá, lo tomo suavemente con la mano y sintió como se erguía, luego bajó la mano para descubrirlo y lo miró un rato antes de abrir la boca para engullirlo, "espera", dijo Alberto de pronto, "si te lo metes a la boca a lo mejor me vengo"
"¿Y?"
"Nomas te aviso", ella lo miró intensamente antes de voltear de nuevo hacia su objetivo, abrió la boca de nuevo y comenzó a tragarlo despacio.
Estaba muy caliente y duro además de que palpitaba de manera convulsiva, luego comenzó a lamerlo con su lengua sin sacárselo de la boca, eso fue demasiado para Alberto ya que no pudo evitar que un chorro de semen saliera disparado al fondo de la garganta de su hija.
Priscila no estaba preparada por lo que comenzó a toser cuando parte de ese semen resbaló en su tráquea, sentía que se ahogaba pero a la vez su expresión mostraba que le causaba risa la situación. Alberto la miraba un poco inquieto, pero se tranquilizó cuando comprendió que no era nada de cuidado, aunque le consternaba su actitud. Luego de un rato ella pudo hablar entre franca risa: "que tonta soy, ya sabía que eso te salía muy fuerte pero no me acordé". Se acomodó a la altura de él y lo miró a los ojos, "tiene un sabor muy fuerte", él la besó despacio, saboreando su saliva a la vez,
"Esto que te sale, entra allá abajo, ¿verdad?", Alberto asintió en silencio, "y eso es de donde salen los bebes, ¿verdad?", de nuevo movió la cabeza ligeramente de arriba a abajo, "entonces, si eso me cae ahí adentro, ¿yo puedo tener un bebe?"
Alberto le dijo que sí, que por eso era mejor esperar a que le bajara la regla para poder tener relaciones según el calendario, mas al ver su expresión interrogante tuvo que extenderse en detalles.
"Entonces si te pones un… ¿condón?… ¿me la puedes meter ahorita?"
"No, ahorita ya tengo mucho sueño y tu también, se te cierran los ojitos mi amor"
"¿Mañana?"
"Mañana veremos", dijo él cerrando los ojos, intentando dormir, e intentando también ignorar las protestas de ella quien las adicionaba con estirones de orejas, de pelo, piquetes de ojos y mordidas a sus labios y mejillas. Estaba dichoso con ella y se le notaba en la expresión de la cara, definitivamente era la mujer de su vida.
Sandro no pensaba en otra cosa que dejarse llevar por las feromonas que su madre emitía, se levantó de la mesa pero no se fue inmediatamente, como era su costumbre, su mirada iba de los pechos de Maritza y hacia sus caderas. Maritza era pequeña como él, aunque aun muy bien formada, sus pechos elevados por fin por un brasier ajustado revelaban cierto volumen inquietante, su cara maquillada sonreía levemente picara sin despegar los ojos del televisor.
Sabía que Sandro la miraba con deseo, Sandro, su hijo, si Alberto poseía a su hija, ¿por qué ella no podía poseer a su hijo?, esa era parte de su venganza, además necesitaba un cómplice para lograr sus planes: Sandro obtendría a cambio la tienda.
Sandro caminaba sin recato alrededor de su madre, se acercaba y se alejaba tratando de decidir qué hacer a continuación, metía sus manos a las bolsas del pantalón, las sacaba y les secaba el sudor con la camisa. Luego las apoyaba en el respaldo de la silla donde estaba Maritza, para después repetir el ciclo una y otra vez.
Luego de interminables 20 minutos, convencida que los atavismos no eran lo suficientemente fuertes para provocar una acción directa de su hijo, Maritza se levantó, lo miro a los ojos, y luego se dirigió a su recamara, si, esa misma que la semana pasada era ocupada por su marido incestuoso y su hija la puta, se detuvo en la puerta y lo miró de nuevo provocándole, insinuándole.
Sandro la siguió….
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