¡Qué buena chica!.
—Nunca he amado a nadie como te amo a ti … —Entonces … no me folles, por favor ….
Me case con una mujer preciosa, participante a Miss Chile, Daniela su nombre. Los dos teníamos una veintena de años cuando me dio una hermosa bebita, la llamamos Cecilia por el nombre de una amiga de ella. Cecilia tenía el cabello castaño claro, hermosos y lucientes ojos celestes, un rostro angelical donde se dibujaba una sonrisa que te inundaba el alma.
Mi mundo era perfecto, pero duro solo once años. Daniela nos abandonó de la noche a la mañana. Se fue sin decir nada. Ahora estoy convencido de que ella se caso conmigo buscando la seguridad económica; soy hijo de banqueros y siempre hemos gozado de una vida privilegiada. Daniela se había acostumbrada a estar entre personas pudientes, a viajar por el mundo, a conocer tierras exóticas, y a vivir la vida alegremente. Se fue con otra mujer, una de esas millonarias en dólares. Seguramente Cecilia habría sido un estorbo y la dejo a sabiendas de que nada le iba a faltar; eligió la vida glamorosa y el Jet Set.
Ciertamente el golpe fue duro para mí, me deprimí, me amargué. Pero tenía a mí lado un espíritu indomable, Cecilia, ella me dio ánimo y me mantuvo cuerdo. La chicuela había perdido a su madre, pero no iba a dejar escapar a su padre, se acercó a mí y juntos superamos esos días oscuros. Estaba siempre abrazada a mí y eso fue suficiente para volver a sentirme feliz. Cuando mi bebita cumplió los once años, yo me había recuperado totalmente de la separación de mi esposa, pero me había vuelto demasiado dependiente de mi hija.
Cecilia era mi todo, y mis sentimientos hacia ella se fueron enredando; a tal punto, que me sentí enamorado de mi propia hija. De siempre habíamos sido muy cariñosos el uno con el otro; pero comencé a mirarla con otros ojos. Solo quería sostenerla a mi lado y poco a poco inicié a tocarla. Los besos se fueron transformando casi sin querer en besos apasionados. No quería estar con nadie, no busqué otra mujer, mis ojos estaban solo para Cecilia y nadie más. Y, finalmente me di cuenta de que no había nadie al mundo que quisiera llevarme a la cama, sino mi pequeña hija.
Comencé a ser más tierno con ella. Me encantaba su fragancia personal, el aroma de sus cabellos cuando la tenía abrazada a mí a ver Toys Story en el plasma gigante de nuestra sala. Vimos deportes varios. Películas varias.
Pero no tenía ninguna duda de que el futbol le encantaba, le compré una camiseta blanca y pantaloncitos negros, los colores del club que le encantaba, y cada vez que nos sentábamos a mirar una partida del club de sus amores, ella se vestía con esas prendas. Yo me ponía una usada tuta de gimnasia de pantalones cortos y la chaquetilla abierta sin nada debajo.
Durante las jugadas más intensas y divertidas, nos abrazábamos y toqueteábamos, si había un gol nos dábamos de besos. Para mi todo era muy excitante y emocionante, sentir sus delgaduchas piernas en contacto con mis piernas velludas. Rozar sus pechitos planos. Sentir la yema de sus pequeños dedos jugar con los vellos de mi pecho. El calor de su cuerpo. La presión de sus labiecitos en los míos. Todo me incitaba y excitaba, mi verga se endurecía sintiéndola a ella entre mis brazos,
Pero lo que comenzó a hacer que el futbol fuera diferente a cualquier otra cosa, fue algo que hice en forma deliberada. Cuando el juego se tornaba tenso y con muchas jugadas intensas. La tomaba de sus caderas y la hacía balancearse de un lado a otro sobre mi regazo, como si estuviera nervioso. Ella al parecer no se percataba de nada y me dejaba hacer. Todavía no cumplía sus doce años y ella comenzó a entender lo que estaba sucediendo.
En una de esas tantas veces, Cecilia se volvió a mirarme, yo casi había follado su pequeño trasero durante la partida de futbol. Su mirada era compungida. Quizás, hasta sintió lastima por mí. Comenzaba a darse cuenta de que el amor que yo sentía por ella estaba equivocado. Pero a esa tierna edad ella no sabía cómo lidiar con eso. Sus profundos ojos celestes me miraron por un rato, me hizo cariño en la mejilla y, luego se volteó a mirar la televisión.
Creo que su mirada, fue para recordarme que ella era mi hija adorada y no solo un cálido cuerpo femenino. Pero no funcionó. En minutos lo volví a hacer, esta vez sentí un pequeño estremecimiento recorrer su cuerpo. Le estaba dando placer físico a mi hija, pero no sabía como lo iba a tomar ella. En realidad, pensaba que probablemente ella no quería que sucediera, lo aceptaba solo porque venía de la persona que ella más amaba, y también porque se sentía bien. Ella arqueó su espalda mientras temblaba de pies a cabeza, puso su cabecita en mi hombro gimiendo su placer, besé su cuello y sentí el calor que emanaba su cuerpo.
Improvisamente ella se levantó como un resorte de mi regazo:
—Papi … la partida es un asco … quiero ir a nadar …
Se giró hacia mí y me beso en los labios, luego corrió a su habitación a cambiarse.
A mitad de noviembre los días eran ya bastante calurosos. Estuve tentado de unirme a ella, pero no quería hacerla sentir que la perseguía por todas partes para tocarla. Ella necesitaba su espacio y yo debía respetarlo. Además, yo también necesitaba darme una refrescada, tenía una visible mancha de semen en mis shorts. No tenía la menor duda ni remordimientos por mis acciones, quería seducir a mi hija a como de a lugar. Hoy no hubo suficiente tiempo para concluir algo más, pero mañana …
Las siguientes semanas fueron más o menos similares. Nos abrazábamos, nos besábamos y toqueteábamos. Le di unas palmaditas en su pequeño trasero. Nuestro beso de las buenas noches se prolongaba un poco más de lo acostumbrado. Cecilia no cooperaba mucho en el contacto íntimo, pero tampoco se negaba a hacerlo. Y así avanzábamos hacia su duodécimo cumpleaños. Ella continuaba sentándose en mi regazo durante las partidas de futbol. Entonces ideé una trampa. Eché todos sus jeans cortos a la lavadora, deje solo un par de pantaloncitos cortos y delgados.
Ese sábado había un partido importante. Cecilia se sentó en mis rodillas, en vez de mi regazo. Así como transcurría la partida, la fui trabajando hasta que se rindió y volvió a relajarse sobre mí en mi regazo. Pronto comencé a mover mis caderas y presionar mi maciza erección contra su trasero; podía percibir el calor que emanaba de su coñito a trasvés de los delgados pantalones. Y no tenía duda alguna de que ella podía sentir claramente mi pija presionando contra su sexo. Poco a poco fue arqueando su espalda y empujando su panochita sobre mi verga. Besé su cuello y ella gimió suavemente, me dijo:
—Papi … por favor …
Pidiéndome que me detuviera, pero no hizo nada para alejarse, entonces la apreté un poco más a mí:
—Cariño … necesito esto … te amo … eres tan hermosa … y no te duele, ¿verdad? …
—No, papi … se siente bien … solo que no deberíamos estar haciendo esto …
—Nada temas, bebé … solo sé una buena chica … deja simplemente que suceda …
Después de eso, Cecilia no dijo nada más. Comenzó a gemir más audible, silenciosamente aceptó cuando mis manos se posaron en sus pequeñísimas tetitas. Esa estimulación nueva para ella hizo la diferencia; Cecilia comenzó a mover sus caderas y gemir intensamente. Cuando intenté alejar mi erección de ella, ella empujó buscando mi dureza. Miré por encima de su hombro y vi la mancha en sus pantaloncitos, su coño estaba empapando la prenda. Mi hija se estaba restregando en mi pija, perdía el control de si misma. La sujeté, pero continuó a moverse sensualmente sobre mi polla. Sus pequeñas nalgas presionaban mi pene y comencé a sentir mi orgasmo que se acercaba; sin poder aguantar más, chorros de esperma saltaron de mi pene, mi polla pulsaba expeliendo borbotones de semen, mi cuerpo convulsionaba. Cecilia se giró, sus ojos estaban abiertos de par en par observándome correrme y la extensa mancha que se formó en mis shorts. La acomodé sobre mí, abrí sus piernecitas y metí mi mano dentro de sus delgados pantalones cortos. Intento protestar, pero la mantuve firme a mí:
—Solo sé una buena chica …
Dije en un intenso susurro en su oído. Inmediatamente Cecilia se calmó y me dejó sondear sus pliegues suaves, empapados y calientes. Sus gemidos se transformaron en chillidos y vagidos de bebita, intentaba controlar lo que sentía que se estaba construyendo dentro de ella. La palma de mi mano descansaba en su monte de venus y mis dedos sobajeaban su coño encharcado. Cecilia estaba apretando mi mano con sus suaves muslos. Hice deslizar mi dedo sobre su clítoris, lo moví dos veces y Cecilia gritó:
—¡Papi! …
Su chillido fue de placer y horror cuando se corrió en mi mano. Fue un orgasmo muy bañado, no como una video porno, pero su cuerpo pubescente produjo algunos chorritos de cálido fluido. Se estremeció toda por varios segundos. Luego miró sus pantalones cortos empapados y salto de mi regazo, exclamando:
—¡No deberíamos haber hecho eso! …
Luego huyó a su dormitorio velozmente; pero a medio camino se devolvió y me besó, luego se fue apurada a su cuarto.
Cecilia estuvo distante durante la semana siguiente. Al parecer era su primer orgasmo intenso. No la perseguí ni la molesté. Sabía que ya había probado el placer del sexo. Pensé que ella pronto iba a volver a mis brazos y, ahora ella sabía que lo volveríamos a hacer. Seguramente estaba viviendo un tormento y una encrucijada; dividida entre su miedo y repulsión a mis incestuosos deseos y la necesidad de sentir mis brazos alrededor de ella. Y yo ya sabía cuál ganaría.
Seguramente su propio deseo fue lo que realmente la asustó, como cualquier nueva sensación o deseo carnal desconocido para ella. Cecilia sabía que yo no usaría fuerza bruta para hacerla hacer algo más allá de lo que habíamos hecho ya. Y ella tenía razón en eso. Pero yo contaba con la debilidad humana, y mi hija ya había probado el gustito del sexo y esto la debilitaba. Su capacidad de decisión para detener las cosas se iba a comenzar a desmoronar.
En su duodécimo cumpleaños, tenía de invitados a amigos y amigas, una grande y hermosa torta de helado. Las chicas vieron videos en el mega plasma y cotillearon como buenas chicas. Sus amigas no me interesaban para nada. No me llamaban la atención con sus jóvenes cuerpos. Mis ojos estaban solo para mi hija.
A las diez en punto llegaron los últimos padres de las niñas y se las llevaron a sus propios hogares. Cecilia estaba extasiada y feliz. Chicos y chicas lo habían pasado bien y estaban impresionados por la belleza de la casa y la enorme piscina. Las chicas se fascinaron por la bañera Jacuzzi para un relajante hidromasaje. Mi hija sentada en el sofá, a poca distancia de mí, me preguntó:
—¿Papi? …
—Sí, cariño …
—Las chicas me preguntaron si podían venir el próximo fin de semana y probar el Jacuzzi …
—Por supuesto que sí, tesoro … pero solo chicas … no quiero chicos en la casa …
—Sí, papi …
—Imagino estarás cansada después de este día agitado, ¿eh? …
—Sí, papi … es cierto … cansada, pero me he divertido mucho … gracias por esta pequeña fiesta, papá … resulto increíble …
Se levantó para irse y me dio un beso en los labios. Las cosas habían tornado a su curso normal, eso significaba que tendría otra oportunidad de explorar la floreciente sexualidad de Cecilia. Para mí sorpresa, ella se volteó a mirarme, indecisa, luego vino otra vez a mí, me besó una vez más y salió de la habitación.
La mañana siguiente, Cecilia se había levantado más temprano que yo y había preparado el desayuno. Estaba casi saliendo de la cocina, cuando entre a la habitación. Me deslicé silenciosamente y la abracé por detrás, ella se apoyó a mí, entonces le di unas palmaditas en su hermoso trasero. De vuelta ella me golpeo el trasero con la cuchara de palo. Me di vuelta para sentarme a la mesa sonriendo. Me miraba sorprendida. Había respondido de puro instinto con un coqueteo a mi coqueteo.
Durante el desayuno charlamos de mil cosas, la hermosa sonrisa de Cecilia nunca abandonó su rostro, lucía radiante y feliz. Por la mañana estuvimos ordenando y limpiando el patio. Se veía que tendríamos un maravilloso día de verano con altas temperaturas, entre treinta y treinta y cuatro grados de máxima. Después de un almuerzo ligero, Cecilia me dijo:
—Nademos, papi …
—Excelente idea … nademos … me iré a cambiar …
—Yo también, papi …
No estoy seguro de si ella era consciente del riesgo que representaba el usar un bikini delante de mí, pero habían pasado casi dos semanas desde aquella sesión de besos, abrazos y caricias que la llevaron al orgasmo. Quizás pensó que mis ánimos y deseos incestuosos se habían apaciguados. Como buen niño rico, yo no me detendría hasta saciar mi hambre de ella. La deseaba con toda mi alma.
Ciertamente trató de protegerse cubriéndose con un clásico traje de baño de una pieza, pero de todas maneras lucía fantástica con su espalda completamente desnuda, sus largas piernas y la abertura lateral del traje de baño hasta sus caderas la hacían parecer todavía más calentorra. Lo más hermoso, es que ella tenía un año más, se había vuelto más alta, su cuerpo había crecido, sus caderas eran más anchas, sus pechos se hacían notar y ese traje de baño era de la temporada pasada, a todas luces le quedaba chico.
La tela de color rosado parecía una segunda piel y se le enterró tanto adelante como de atrás, se vislumbraban notablemente sus labiecitos vaginales y sus incipientes vellitos alrededor de su coño diminuto, por detrás sus nalgas estaban completamente desnudas. Cecilia era una bomba sexy con ese ajustado traje de baño.
Cecilia no se había percatado de su apariencia hasta que nos metimos a la piscina. Cuando se miró hacia abajo, vio que la delgada tela se había vuelto casi traslucida y se le veía todo. Nadó rápidamente hasta el final de la piscina, salió del agua y se cubrió con una toalla antes de sentarse sobre la tumbona, luego volvió a levantarse y se dirigió hacia la casa. Yo no estaba demasiado lejos de ella, me fui tras ella y la alcance en el pasillo.
Extendí mi mano y toqué su brazo aún mojado. Se volvió y vio mis ojos inyectados de deseos:
—Papi … no intentaba provocarte …
—Lo sé, tesoro … pero eres una hermosura … jamás pensé en que me estabas provocando …
—Gracias, papá … me alegro de que lo entiendas …
La atraje hacia mí y la bese deslizando mi lengua dentro de su boca:
—Papi … no … por favor …
Exclamó cuando finalmente la dejé respirar.
—Tranquila, cariño … solo sé una buena chica … luego nos sentiremos bien tu y yo …
Algo en ella la instaba a escapar de mí, pero nunca ni siquiera lo intentó. Ella estaba en los brazos de un ser querido y no tenía la fuerza para alejarse de mí. La volví a besar, mi lengua dentro de su boca y poco a poco su lengua acarició la mía. La apoyé contra la pared e hice deslizar al suelo la toalla que la cubría. Con las yemas de mis dedos, comencé a trazar el apretado surco formado por los labios de su coño. Cecilia presionó su frente en mi pecho mirando hacia abajo y contemplando como mis dedos habían apartado la tela de su traje de baño y separaban los labios de su panochita; gimió en forma suave e inconscientemente abrió un poco sus piernas.
Empecé a besar sus hombros desnudos, aceptó silenciosamente cuando hice deslizar los tirantes de su traje de baño exponiendo sus maravillosos pechos adolescentes. Tan pronto como mi boca hizo contacto con sus tetitas, lamiendo sus areolas, chupando y mordisqueando sus pezones, ella comenzó a mover sus caderas en forma espontánea. Parecía incapaz de resistirme, ya no tenía la voluntad necesaria para hacerlo. Podía decir fehacientemente que se entregaba a mí, quería ser una buena chica para mí
Mientras Cecilia rotaba sus caderas contra mi mano, seguí bajando su traje de baño siempre más abajo, pasando por sus caderas. Ella tomó mi cabeza entre sus manos y presionó mi boca contra sus hinchados y endurecidos pezones que yo continuaba a lamer y succionar ávidamente. Cuando su traje de baño bajó de sus caderas, Cecilia hizo un sensual movimiento y facilitó que la prenda se deslizara por sus piernas hacia los tobillos, luego levantó un pie y después el otro, para dejar el traje de baño tirado en el suelo y abrió levemente sus piernas.
La sostuve por las caderas contra la pared mientras me iba arrodillando; besé su torso, su ombligo, su vientre y exploré su pubis con mi lengua.
—¡Oh, papi! … esto tiene que parar … es demasiado …
—¿Demasiado bueno o demasiado malo? …
Se quedo silente, vi por el rabillo del ojo como mordía su labio inferior antes de responder con una coqueta sonrisa:
—¡Ah! … ¡Uhm! … papi … ambos … cómo tú …
Eso significaba que ella me amaba como padre. Pero no le complacía que yo me apoderara de su intimidad y la hiciera sentir pasiones tan intensas. Reunió todas sus fuerza rogándome que me detuviera, pero con sus gemidos y movimientos naturales era imposible para mí detenerme. Hasta que se rindió y no protestó más.
Mi lengua comenzó a explorar los apretados labios de su coño, mientras con mi pulgar sobajeaba su turgente clítoris. Necesitaba romper cualquier atisbo de resistencia con lujuria. Mi boca, mi mente y mi cuerpo desbordaban de lujuria. Penetré sus rosados pliegues con mi lengua y percibí la calentura de su chochito. Agité el pulgar y la sentí estremecerse. Su joven y tierno cuerpo dominaba su mente.
Cecilia gimió de puro placer y empujo su coño contra mi cara. En menos de un minuto comenzó a moverse frenéticamente. Ya no había vuelta atrás, abrazaba y aceptaba el placer del momento. Intentaba de reprimir sus chillidos y gemidos, pero no le resultaba posible, su coño la comandaba por completo. Chillaba y daba vagidos de nenita, para luego gemir y gruñir como una mujer adulta. Se había convertido en una nena lujuriosa, entre gruñidos dejaba escapar incoherencias varias:
—No, papito … no … ¡Uhmmmm! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ooohhh! … ¡Paapiii! … ¡Aaahhh! …
Su mente venía controlada totalmente por las fuertes sensaciones de su cuerpo
Trató cuanto pudo para resistirse, pero el placer era mayor que sus principios moralistas. Su cuerpo la traicionaba. Comenzó a sacudirse y me golpeó en la cabeza con su antebrazo y, después, repentinamente explotó en una cascada de cálidos jugos que bañaron mi cara, luego se derrumbó sobre mí.
La sostuve en mis brazos mientras se desplomaba al suelo en convulsiones y estremecimientos. Desnuda y temblorosa la llevé directamente al dormitorio principal. En el camino todavía me dio algunos ligeros golpecitos en mi espalda, pero físicamente ella estaba lejos de darse cuenta de lo que le estaba sucediendo. Después de haberme quitado mi traje de baño, me metí a la cama donde la había recostado, nos besamos apasionadamente, su lengua y la mía bailaron juntas. Cuando nos separamos, ella me dio una bofetada. Me miró con sus ojos muy abiertos y luego me beso con inaudita pasión, después me susurró:
—Te odio … hazme amarte una vez más …
—¿Cómo, Ceci? …
Su mirada era de confusión y frustración:
—No lo sé … ya no soy tú pequeñita … no sé porque me haces esto …
—Porque eres el amor de mi vida …
Ella rompió en sollozos y me beso atrayéndome a su frágil cuerpo.
—Entonces ámame, papi … prométeme que suceda lo que suceda, siempre me amarás …
—Nunca he amado a nadie como te amo a ti …
—Entonces … no me folles, por favor …
—Cariño … no me puedes pedir eso … Eso hacen los hombres cuando aman a una mujer …
—Por favor, papi … no soy tu mujer … soy una niña …
—Pero en el pasillo te corriste como una mujer … con mis caricias …
—Lo sé … pero yo no debería sentirme así … se supone que no podemos …
—¿Quién dice eso? …
—¡Todos! … Soy una buena chica, ¿recuerdas? …
—Sí que lo eres … por eso que has dejado que papi te hiciera todas esas cosas … cosas que nos hicieron sentir bien a ti y a mí …
—Pe-pero ….
—Todo está bien, nenita … sigue siendo una buena chica y ayuda a papá a demostrarte lo hermoso e increíble que podemos sentirnos … te acostumbrarás … ya verás … y lo entenderás … así tiene que ser …
—¿Y seguirás amándome? …
—Siempre, mi niña … siempre te amaré …
Cecilia se acercó y me beso de nuevo. Comprendí que para ella lo más importante era el afecto, los besos significaban mucho más que el placer. La tome en mis brazos y comencé a besarla con delicadez, pero al mismo tiempo con pasión. Sentí su cuerpo como se apegaba al mío, su pequeña complexión física se estrechaba a mí como con una necesidad de sentirse amada, tan acurrucada a mí que sentí la forma de sus tetitas presionar mi pecho y sus pezones erguidos y firmes hundirse en mis pectorales. Se estaba relajando y aceptando el momento.
Finalmente la giré de espalda sin dejar de besarla y me coloqué entre sus tiernos muslos. Un poco nerviosa y con los ojos llorosos me preguntó:
—¿Va a doler, papi? …
—Cariño … no todas las chicas son iguales … puede que al principio sientas un escozor … pero todo es momentáneo … es como un pinchazo cuando recoges una rosa … al cabo de un rato ya ni lo sientes … pasa rápido …
—¿Deveras quieres hacerlo? …
—Sí, amor … sí …
—Está bien, papi … solo ámame … ámame mucho … ¿ya? …
La besé por largo rato y luego me alineé con su diminuta rajita. Su hendidura estaba mojada por su orgasmo y las continuas caricias de mi parte. Pensé que estoy ayudaría a penetrarla más fácilmente. Estaba claro que ella era muy pequeñita todavía y yo un hombre adulto. Cuando comencé a presionar la punta de mi abultado glande en ese apretado agujerito, Cecilia gimió y se apretó más a mí, su frágil cuerpo temblaba de miedo. Lanzó un grito cuando empujé mi pija dura como palo y metió su cabeza en mi pecho mordiéndose los labios para acallar sus gritos. Me relajé por un momento y ella también se tranquilizó, seguramente pensó que ya había pasado lo peor. Entonces empujé atravesando y destruyendo su himen, ella chilló y me dio algunos golpes con sus puños cerrados:
—¡Ay, papi! … ¡Ay! … es demasiado grande … yo soy pequeñita …
La besé en su rostro, en sus parpados, en sus mejillas, en sus labios; le di miles de besos mientras ella lloraba. Mi verga inexorablemente se abrió paso entres sus delicados pliegues vírgenes, estirando su coñito al máximo. A cada empuje iba más profundo en ella, los golpes en mi espalda comenzaban a disminuir:
—Más duro, hija … golpéame más fuerte … desahógate … haz que salga todo tu mal …
Cecilia me dio algunos golpes más, yo aproveche esa distracción suya para empujar mi pene hasta el fondo de su conchita, me tomó cerca de un minuto para hacer encajar toda mi verga en su ajustada panochita.
Finalmente, los golpes cesaron y tomé un ritmo acompasado, lento y suave. Su vagina comenzó a generar más fluidos, lo que me permitió moverme más libre. Como pude me agache y tomé sus pezones entres mi labios, inmediatamente tuve varios gemidos como respuesta y Cecilia movió sus caderas, primero tímidamente y luego sus piernas y muslos se abrieron para dejarme follarla libremente, el instinto se apodero de su cuerpo y me abrazó con sonoros gemidos. Luego se movió para buscar la mejor posición para acomodar mi pene en su estrecha vagina. Después de un rato, ella buscaba formas de llevarme lo más profundo posible y me acompañaba en mis embestidas:
—Ámame, papi …
Susurró casi con urgencia y lo decía en el verdadero significado de eso; no decía “fóllame”, decía “Ámame”. La besé un sinnúmero de veces empujando suavemente mi polla en su estrecho chochito, quería ayudarla a sentir placer, ya no me importaba el placer para mí. El placer para mí estaba en todas partes: En su piel cálida y tierna, la fragancia de su sexo, los besos desesperados de ella, los frágiles brazos envolviendo mi cuerpo y tirándome con fuerza, sus gemidos y vagidos, su labios carnosos y aterciopelados de su coño que apretaban mi pija en modo increíble.
Alzó sus piernas y comenzó a moverlas por mis costados, casi al mismo ritmo de mis embistes, a veces sus talones se enterraban en la parte posterior de mi muslos; le susurré al oído:
—Te amo, Ceci … y por siempre te amaré …
—¡Oh, papi! … no puedo soportar más … pero estoy bien … estoy bien, papi …
—Eres una buena nenita … papi te ama …
—Lo sé, papi …
Aumenté la velocidad de los embistes. Hubiera querido que durara para siempre, pero sabía en mi corazón y conciencia, que esta no sería la última vez que disfrutara de los placeres de su floreciente cuerpo de mujer. No quería dejarla más adolorida de lo necesario y mis caderas volaron con rápidos empujones:
—¡Oh, Dios! … ¡Oh Dios, papi! … Lo estas haciendo más duro …
Dijo Cecilia tomada por sorpresa y gimiendo se apretó a mí. No sentí que estaba por correrse, pero era notorio que estaba sintiendo placer. Sentí la presión que se acumulaba dentro de mí y supe que no podría contenerme y estaba a punto de inundar su dulce coñito. Me corrí tan fuerte que mis piernas se entiesaron y sentí mis muslos acalambrarse; empujé toda mi verga profundamente en ella y la sentí gemir y envolver mi cuello con sus bracitos. Estaba en éxtasis mientras lo borbotones de mi semen anegaban de esperma su estrecha conchita. Lentamente y con delicadez fui moviéndome y expeliendo los últimos restos de lechita dentro de ella. Lo había hecho. Tome la virginidad de mi propia hija y no me sentí terrible ni nada de eso, me sentía simplemente feliz.
Besé su cuello y sus hombros mientras me deslizaba a su lado. Le reitere decenas de veces cuanto la amaba. Finalmente escuche de sus labios sus sentimientos y escuché lo que quería escuchar:
—Yo también te amo, papi …
La abracé con todas mis fuerzas y ella me empujó suavemente:
—Papi … tengo deseos de orinar …
La saqué de la cama y la llevé al baño, la mantuvo por las manos mientras ella se sentaba en el inodoro. Me miró y se dio cuenta de que yo no me iría. Se encogió de hombros y luego dejó escapar el tintineo celestial de su orina cayendo dentro del tazón. Ella se quedó expectante cuando fue mi turno y me tocó orinar. Miró fijamente mi polla y vio salir mi pis con cierta potencia. Solo entonces me percaté de que ella no había visto realmente mi polla antes. Me miraba hipnotizada, notó las manchas rojizas que lo habían embetunado con su sangre virgen. Se apartó un poco y se metió a la ducha, estiró una mano para invitarme a bañarme con ella, cuando me acomodé afrente a ella, abrió el grifo y comenzó a bañar mi pija, luego dijo:
—Papi, hay veces que no tiene ningún sentido luchar contra ciertas cosas … estoy confundida … no sé quien soy, pero sea lo que sea ahora, no me siento mal … no estoy ni contenta ni triste … pero me siento bien …
—¿Cómo yo? …
—Sí … probablemente como tu …
—¿Me amas? …
—Sí, papi … te amaré por siempre … y lo que acabamos de hacer … quiero hacerlo contigo muchas veces más …
Sostuve su pequeño cuerpo desnudo en mis brazos, mientras ella acariciaba mi pija y rociaba mis bolas con el agua tibia. Nos besamos varia veces, la ducha se prolongó por largo rato y luego cuando terminamos, nos fuimos a cenar a la cocina.
Esa misma noche cuando me fui a la cama, Cecilia entró en mi dormitorio con su mochila de la escuela, se fue directamente a mi armario, ordenó y organizó todas mis cosas y desocupó una par de cajones para ella, luego de su mochila sacó sus prendas y las fue ordenando en los cajones vacíos. Finalmente llego con unos pijamas y me dijo:
—Tu cama será mi cama de ahora en adelante …
No tuve tiempo de decir nada, ella se metió a mi baño para ordenar sus cosas de limpieza bucal y corporal. Cuando termino, sin decir nada más de metió a mi cama.
Comenzaba una nueva etapa para nosotros, tenerla todas las noches entre mis brazos era solo un sueño que ahora se realizaba. Le había quitado su virginidad, pero no su alma tierna e inocente, tampoco su deseo de sentirse amada. Todavía en mi yo interno tenía algunos remordimientos, mi alma se había visto afectada, pero ella era la única que podía entregarme la paz y el amor que mi alma necesitaba para sanar. Abrazada a mí le susurré al oído:
—¡Qué buena chica! …
FIN
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras una sensación y un placer!
Delicioso relato, excelente descripción, me gusta mucho la sensualidad combinada con inocencia, continúa escribiendo realmente disfruto este tipo de historias, un saludo.
Hermoso y exitante.
Enseñar a tu hija así, es un privilegio. Y contarlo de esta manera es una experiencia excitante. Esperamos nuevas experiencias.
Puedes seguir haciendo historias así de bien, seria bueno que agregaras la complicidad de terceros pero sin que interactuen mucho en el sexo