Qué suegros Parte 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Qué suegros!
Parte 1
Hacía más de dos años en que cohabitaban con sus suegros a causa de que Adrián trabajaba como supervisor de concesionarias; viajando continuamente por todo el país y no queriendo dejarla sola en ese barrio en que la inseguridad crecía día tras día, la había llevado a vivir en su antiguo cuarto de soltero pero, aunque los padres eran amables y gentiles con ella, Sasha se sentía molesta ocupando un lugar en ese departamento pequeño en el que no era cómodo moverse sin importunar a los demás.
En lo personal y tal vez por ser extranjera, con otras costumbres, la falta de intimidad la perturbaba y salvo en ocasiones en que sus suegros estaban fuera de la casa, podía sostener relaciones libremente con su marido con toda la fogosidad que esas prolongadas ausencias ponían en su cuerpo en plena maduración; justamente por eso, en los períodos en que estaba sola y en su cuerpo se acumulaban viciosas necesidades pero totalmente humanas, escuchar a través de la delgada pared a los padres de Adrián hacerlo con total desparpajo como si vivieran solos, la volvía loca y, aunque nunca fuera aficionada a las masturbaciones porque sí, no eran pocas las ocasiones en que debía utilizar sus manos para satisfacer ese apetito.
No era que padeciera de incontinencia sexual, pero a los veintitrés años, una muchacha rusa de una ciudad esencialmente minera como Tula no transcurría su juventud sin haber dejado en el camino las más diversas experiencias con hombres de distinto calibre, y eso se aplicaba tanto a su situación económica como a lo dotados que eran; sin considerarse íntimamente una puta, se había prodigado tal como lo hacen sin reparos las jovencitas de hoy en día, sólo que en su caso lo hiciera como un medio de obtener dinero y mover influencias para poder emigrar a Buenos Aires, ciudad que había elegido por sus características europeas y por haber estudiado español en los seis años de la secundaria.
Además y para sumar a la suspicacia característica de todo extranjero hacía sus patronos o anfitriones un vestigio de alarma, le parecía que los modales y miradas furtivas de su suegro tenían un trasfondo que iba más allá de la mera amabilidad. Ciertamente, esa sensación se justificaba ya que el hombre no le era indiferente, no voluntariamente sino porque cada vez que estaba cerca de él, allá, en el fondo de sus entrañas, se encendía ese picor traicionero de la calentura que los hombres apuestos le provocaban.
Realmente, Martín y Amanda constituían una magnífica pareja por su apostura natural, ya que hijos de fineses, eran altos, esbeltos y agraciados; ella estaba acostumbrada a la apariencia de aquellos vecinos a su tierra y el rubio matrimonio la dejaba admirada por lo gallardo de su apostura y pensando especialmente en su suegro, tuvo que admitir para sí misma que esa admiración era en realidad atracción.
Sasha no tenía intenciones aviesas, pero como no trabajaba y permanecía todo el día con ellos, el trato cotidiano más los casi obligados roces físicos, ponían en su mente los más extraños pensamientos y no sólo con respecto a Martín, sino que una tarde se sorprendió observando como hipnotizada las tetas oscilantes de su suegra con golosa mirada cuando aquella se cambió desenfadadamente el corpiño en medio del comedor diario; en su frondosa variedad de relaciones sexuales, nunca había cruzado por su mente sostenerlas con otra mujer y aunque no les tenía aprensión, el
lesbianismo no le interesaba pero, íntimamente, se cuestionó si aquella no era una posición absurda.
Quince días llevaba Adrián en su viaje de inspección y ese sábado por la tarde en que después del almuerzo su suegra fue a la peluquería para hacerse las manos y prolijar la melenita que alimentara el invierno en un corte más fresco acorde con el verano que se aproximaba, ella se hizo cargo del lavado de los utensilios de cocina y la vajilla; estaba acomodando en las alacenas los últimos platos, cuando Martín hizo su aparición con el pretexto de tomar un café y luego de colocar el jarrito dentro del microondas, se apoyó en la mesada del costado para, casi jocosamente, hacer una confianzuda observación sobre que sus nalgas protuberantes no tenían nada que envidiarle a la contundencia de las de su mujer.
Un timbre de inquietud se encendió en la mente de la rusa y en tanto sus piernas se cerraban automáticamente como si el hacerlo desviara la mirada presentida de su suegro posaba en el generoso trasero, simuló desoír el piropo intencionado y prosiguió apilando los platos; evidentemente, Martín lo tenía todo planeado, ya que estando seguro de la ausencia de su mujer, no se limitó a esa observación sino que, aproximándose por detrás, puso las dos manos en su cintura al tiempo que meneándose de costado, hacía que el bulto de la pelvis rozara las prominentes nalgas.
La muchacha no quería hacer un escándalo y mucho menos en la casa de los padres de su marido, por otra parte, único lugar en que podía vivir ya que no conocía a nadie más en el país con quien pudiera hacerlo; sabiendo que lo inevitable sucedería pese a lo que hiciera, no tuvo una reacción negativa aparente y permaneció quieta mientras sentía que las manos abandonaban codiciosas las caderas para subir hacia el pecho hasta posarse sobre la masa maciza pero no exuberante de las tetas. Con las manos apoyadas sobre el mármol, y los ojos cerrados por la expectación, sintió como su suegro desabrochaba con paciente calma los botoncitos de la blusa para que luego los dedos se introdujeran a la búsqueda de los pechos.
Explorando la base del corpiño, él detectó el ganchito que lo abrochaba al frente y soltándolo con presteza, lo apartó para que las tetas cayeran por su propio peso sobre el abdomen; con tierna suavidad, los dedos se aventuraron a reconocer la comba pesada para subir lentamente hacia el vértice, palpando dulcemente las chatas, rosadas y granulosas aureolas, comprobando después el volumen de los largos pezones.
A su pesar – o tal vez no -, la joven rusa dejó escapar un profundo suspiro acompañado de ininteligibles susurros en su idioma y el hombre, sabiéndola entregada, terminó de quitarle la blusa y el corpiño para darla vuelta y hundir la cabeza en el estrecho valle entre las empinadas tetas; instintivamente, Sasha rodeó con sus manos la leonina cabeza para presionarla contra el pecho y en tanto la boca que besaba angurrienta la piel ya sonrojada del esternón derivaba hacia el seno derecho en aparatosas lamidas, sintió como la otra encerraba al izquierdo para sobarlo y estrujarlo con ternura.
Los más de quince días de abstinencia total predisponían el ánimo de la muchacha y la lengua de Martín que azotaba reciamente al largo pezón como comprobando esa elasticidad que lo hacia ceder dócilmente a los embates, fue contagiándola pero para cubrir las apariencias decidió no entregarse tan fácilmente, dejando la iniciativa en manos de su suegro; este no era mayor que
alguno de quienes “financiaran” su viaje y con menos de cincuenta años, la excitaba tanto como lo hiciera su hijo cuando lo conociera, haciendo que el cuerpo sólido y de músculos largos la atrajera inevitablemente.
Resollando suavemente en cortos jadeos, disfrutaba de esa lengua recorriendo curiosa las rosadas aureolas y cuando la boca se cerró sobre el pezón para chuparlo reciamente como si mamara al tiempo que los dedos encerraban al otro para pellizcarlo y estregarlo delicadamente, no pudo contener un tan categórico como perfecto asentimiento en español; entonces, las manos de su suegro, mientras la boca deambulaba de una teta a la otra lamiendo y chupando, bajaron diligentes el cierre de la corta pollera para dejarla caer al suelo sobre los pies.
Tal vez por hábito o porque su cuerpo respondía involuntariamente a aquellos estímulos, se apresuró a sacar los pies de ese encierro para después abrir las piernas flexionadas como incitándolo; sin decepcionarla, llevando una mano a colaborar con la boca en las estremecidas tetas, Martín distrajo la otra para llevarla a la entrepierna y por sobre la tela de la trusa, hizo a sus dedos estregarla arriba y abajo siguiendo la comba de esa abultada vulva que prometía placeres inmensos.
Ahora era ella quien proyectaba su pelvis contra la mano y cuando los dedos separaron la débil tela para frotar directamente los labios depilados, lo aferró por la nuca y su cuerpo imitó ansioso los meneos frenéticos de una cogida; sabiéndola a punto y aunque no era liviana, Martín la alzó entre sus brazos para conducirla al dormitorio que compartía con Adrián, pensando que si a su mujer se le ocurría volver antes de tiempo, podría huir fácilmente al baño por la puerta que lo conectaba con él.
Seguramente su suegro tenía calculado todo con anterioridad, ya que debajo de la ropa no llevaba nada y después de quitarse con rapidez los pantalones, se enderezó para sacarse la remera, dando oportunidad a que Sasha, quien había recapacitado que pese a su calentura no podía traicionar así a su marido y menos aun en su propia cama y con su padre, intentó huir para encerrarse en el baño pero Martín la aventajaba en corpulencia y velocidad; tomándola con una mano por la cola de caballo en que peinaba su largo cabello, la arrastró hasta la cama y levantándola, la dejó caer violentamente sobre el acolchado.
Asustada por esa reacción del hombre, se protegió el rostro con las manos pero no pudo evitar que aquel se subiera al lecho y acaballándose sobre su pecho, la desenmascarara con sus vigorosos dedos para después restregar por toda la cara la todavía fláccida masa de la verga; parpadeando sorprendida pero con los ojos desmesuradamente abiertos por el pánico, alcanzó a ver que el miembro del hombre, aun tumefacto, era verdaderamente grueso y largo.
Asqueada pero atemorizada por la violencia de su suegro, soportó estoicamente que refregara ala pija sobre sus ojos, nariz y mejillas, pero cuando aquel quiso ponerlo en su boca, cerró los labios obstinadamente mientras meneaba la cabeza a un lado y otro; Martín parecía entusiasmado con esa resistencia a pesar de que minutos antes le demostrara el nivel de su calentura y, sonriendo sardónicamente, la inmovilizó con una mano para poner los dedos como una tenaza en la parte superior de la mandíbula.
La fuerza del apretón desorientó a Sasha y el sufrimiento se le hizo tan grande que impensadamente cumplió con el objetivo del hombre y cuando abrió la boca para gritar, él embocó en ella la endeble morcilla al tiempo que la amenazaba roncamente que si lo mordía sería lo último que haría en este mundo; respirando sonoramente por la boca desmesuradamente abierta, sintió como el flojo pellejo se alojaba dentro y el hombre lo sacudía para hacer que lo chupara.
El peso de su suegro sobre el pecho le quitaba el aliento y en tanto la boca se le llenaba de saliva que terminaría por ahogarla, el dolor del maxilar se le hizo tan insoportable que tragó, encerrando con ese movimiento la verga entre los labios; no era la primera vez que debía convertir a un proyecto de verga en un verdadero falo y en reacción instintiva, comenzó a chuparlo tímidamente al tiempo que su lengua lo aplastaba contra el paladar y las muelas.
Martín veía contento como la rusita se allanaba a sus deseos y acariciándole los cabellos, la incitó con dulzura a que la mamara bien hasta que se endureciera; dándole la razón al hombre en cuanto a su excitación y condensando en los labios parte de esa histérica abstinencia pasajera, aflojó con sus dedos el cerrojo de los de su suegro, poniendo todo el énfasis de su experiencia en la chupada a la pija que paulatinamente iba cobrando rigidez.
Viendo que las chupadas ya eran voluntarias y que la muchacha estaba realmente entusiasmada con el tamaño que la verga prometía, levantó un poco las nalgas del suave colchón de las tetas e imprimió a su cuerpo el balanceo de una breve cogida; Sasha había concluido que toda resistencia sería vana y que si su marido continuaba abandonándola por tanto tiempo durante todo el año, hallaría el debido consuelo en brazos de su padre, con lo que su infidelidad no tomaría estado público ni estaría amenazada por las exigencias ni posibles celos de un extraño.
Tomando entre sus dedos la verga todavía fofa, la sacó de la boca para pedirle a Martín que se acostara boca arriba en la cama para poder hacerle una chupada como Dios manda; una vez que el hombre la complació, se instaló arrodillada entre las piernas abiertas y encogiéndoselas, puso la lengua tremolante a recorrer los arrugados globos de los testículos y encontrando en sus minúsculos meandros restos de sudor y fluidos naturales de la excitación masculina, fue enjugándolos con los labios en pequeños chupones y ya excitada ella misma, mientras manoseaba la verga entre los dedos, realizó algo a que los hombres se niegan defendiendo su cacareada masculinidad pero que los satisface más que una felación.
La punta vibrante de la lengua recorrió el perineo y prudentemente, estimuló el apretado frunce del culo con tal suavidad y sapiencia que arrancó en su suegro una grosera aprobación en que la calificaba como una verdadera puta; entusiasmada porque ahora era ella quien se proponía seducir y explotar la viril reciedumbre de su suegro, hizo flamear a la lengua insistentemente al tiempo que sentía como bajo sus dedos la verga se estaba convirtiendo por fin en un autentico falo que la sorprendió por lo desmesurado de su tamaño.
El hombre roncaba y gemía de placer al tiempo que acompañaba el endurecimiento con sus propias manos y luego de haber alcanzado a dilatar al culo lo suficiente para que la afilada punta lo penetrara aunque fueran milímetros, se dijo que ya era hora y levantando la cabeza, se encontró con el magnifico espectáculo de aquella pija colosal; con más de veinticinco centímetros de largo y un ancho que superaría fácilmente los cuatro, el miembro chato y curvado poseía una pequeña cabeza desde la cual se ensanchaba incalculable para hundirse en una recortada masa de espeso vello púbico ensortijado.
Emocionada por el premio que la esperaba, masturbando suavemente al falo con sus dedos ahora solitarios, enderezó la pija para alojar la lengua tremolante en la base de aquel prodigio y con el concurso de los labios en delicadas chupadas que sorbían la saliva, fue ascendiendo a lo largo de tronco; los dedos ya habían descorrido la sensible piel del prepucio para realizar suaves movimientos envolventes y cuando su boca llegó al surco en la base del glande, la lengua vibrante lo fustigó con vehemencia en toda su extensión para que luego los labios acariciantes lo sometieran a pequeños pero profundos chupeteos.
Dejando por un momento que los dedos combinados de ambas manos masturbaran al falo y estimularan convenientemente al culo se dio un respiro para tomar aliento y viendo como el hombre la observaba apoyado en sus codos, lanzó por entre las oscuras pestañas una tan pícara como lasciva mirada para luego dirigir la lengua a fustigar la pulida superficie del glande y tras haberlo recorrido con frenesí en varias oportunidades, abrió la boca para que sus labios rodearan el surco.
Enajenada por la soberbia verga, incrementó el ritmo de los dedos y tras varías chupadas profundas a la cabecita, fue introduciendo el desusado tronco en la boca; a medida que este se ensanchaba le parecía que ya no podría ir más allá y sin embargo, cada vez lograba meterlo un poco más hasta que el glande rozando su glotis produciendo una nausea que logró contener y comenzó con una retirada lentísima en la que los labios ceñían y soltaban al falo alternativamente.
Entre otras cosas en que se convirtiera en una especialista, no por satisfacer a sus parejas sino por que ella misma encontraba un placer casi malsano y perverso, quizás por la posibilidad cierta de poder realizarlas casi en cualquier momento y lugar sin necesidad de desnudarse ni entregarse totalmente, las felaciones ocupaban un lugar preferente y la portentosa verga parecía querer desafiarla; subiendo y bajando la cabeza con morosidad, encontraba en esas múltiples chupadas con que martirizaba las carnes un goce inédito y mientras ese vaivén iba creciendo en velocidad, los dedos no se daban descanso, unos acompañando a la boca, resbalando sobre la abundante saliva con que lubricaba al órgano, y los otros recorriendo los testículos con veloces escapadas hacia el culo en el que traviesamente introducía por segundos la punta del índice.
El hombre parecía demostrar la profundidad de su goce en una mezcla de insultos con alabanzas en que los más denigrantes y humillantes calificativos iban de la mano de apasionadas expresiones y con una mano presionaba su cabeza como si fuera posible que el falo penetrara todavía más; desde el fondo de las entrañas de Sasha, allí desde donde partían sus reclamos sexuales más histéricos, algo le hacía desear desesperadamente el semen de su suegro y poniendo la boca a envolver con los labios de costado al falo, fue recorriéndolo de arriba abajo con fuertes chupones que alternaba con rapidísimas masturbaciones de los dedos, hasta que los agónicos estertores del hombre le anunciara el arribo de la eyaculación y volviendo a meter la verga en la boca, pero ahora con fortísimas y cortas chupadas, hizo a la mano que lo pajeara en apretados restregones en círculo mientras que el índice, decididamente penetró al recto en un mínima pero satisfactoria culeada.
Los ronquidos de Martín se convirtieron en bramidos y en medio de sus elogios jubilosos sobre que ella sí sabía satisfacer a un hombre como era debido, fue elevando la pelvis hasta que, envarado por el placer, descargó en la boca de su nuera una abundante cantidad de un esperma espeso, cálido y fragante; sin cesar en la masturbación para que no declinara, saboreó y deglutió con fervor esa melaza con sabor a almendras dulces que la enajenaba y trasegando lentamente la savia masculina, no cejó en su empeño por culearlo hasta que rendida por tanta vehemencia, chupeteando esporádicamente al falo que, disminuido, todavía alojaba en la boca, se dejó estar blandamente hasta que su suegro volvió a tomar el papel protagónico y tras levantarse, la acomodó boca arriba.
Jadeante por la falta de aire ante semejante esfuerzo, Sasha sintió como él, tras quitarle la trusa, le abría las piernas para luego tenderse sobre ella y buscando su boca, limpió a lenguetazos los labios de todo rastro de semen y saliva y cuando ella recuperó el aliento, escarbó entre los labios en procura de la suya; nuevamente excitada, porque a pesar de haber tragado hasta la ultima gota de aquel maravilloso néctar, lo había disfrutado como cuando chica quedaba satisfecha luego del largo franeleo con los muchachos pero, como entonces, no había estado ni cerca de una eyaculación y mucho menos del orgasmo.
La lengua de Martín era gruesa y redondeada pero su punta se afilaba y adquiría una notable vibración que él ejecutó en su interior, haciendo que la suya, condicionada por años de práctica, se trenzara con ella en un despacioso duelo en que eran vencedora y vencida a la vez; totalmente caliente, abrazó a su suegro para clavar sus dedos en los recios músculos de la espalda y su pelvis se impulsó enérgica contra la de él, rozando la pija que, aun moribunda, impresionaba por su volumen.
Ambos sabían que Amanda permanecería horas fuera de la casa y eso les proporcionó una dosis de tranquilidad y audacia que se tradujo en la morosa delectación con que se besaban, comiéndose y succionando vorazmente la lengua del otro para luego atraparse los labios recíprocamente en hondas succiones y mordisqueos incruentos pero terriblemente satisfactorios; resollando ruidosamente por la nariz, Sasha restregaba su cuerpo contra el de Martín y aquel cobró conciencia de la desesperación de su nuera.
Casi a la fuerza consiguió desembarazarse de su boca y entonces la lengua inició un exasperante trayecto dibujando el mentón y deslizándose a lo largo del cuello hasta ese hueco en su base, enjugando delicadamente la transpiración acumulada en él para luego recorrer el rubicundo sarpullido del pecho; previendo la acción inmediata de su suegro, la muchacha envolvió sus piernas en los muslos de él y fue empujando la cabeza hacia abajo, segura de lo que esa boca podría realizar en sus tetas.
Aunque carecían del peso y consistencia de los de su mujer, los pechos de la rusa no eran tampoco pequeños y a esa maciza comba que los sostenía erectos sin necesidad de sostén, se agregaba la gelatinosa consistencia de su parte superior que siempre le quitara el sueño por lo que prometía al moverse; ahora, por fin la tenía bajo su lengua y esta pareció comprender la acuciante necesidad del hombre, recorriendo las movedizas colinas con expectante avidez.
Tan esbelta y alta como sus suegros o su marido, Sasha era una
típica eslava y su cuerpo de huesos menudos cobraba mayor espectacularidad por lo pálidamente rosado de la piel que, en este caso, destacaba aun más la ineludible presencia de las aureolas; de más de cinco centímetros, el claro rosado de sus bordes se oscurecía hacia el centro en el que campeaba la empinada presencia de los gruesos pezones, pero lo notable era la profusión de gránulos que, en degradación, comenzaba por una corona de gruesos lobanillos hasta finos lunares orlando al pezón de elástica consistencia, que mostraba su superficie cubierta de sutiles, casi indetectables arrugas que destacaban lo pulido de la punta ovalada.
A pesar de haberlas tenido ya en su boca, la belleza de las tetas alucinaba a Martín quien, antes de que la lengua descendiera sobre ellas, palpó, sobó y estrujó concienzudamente la sólida comba con el beneplácito de la muchacha quien expresaba su contento en largos y sordos suspiros que, exhalaba entre los dientes apretados, marcando la hondura de su ansiedad.
Sin dejar de macerar entre los dedos las magníficas tetas, aproximó la boca para dejar salir a la lengua que tremoló aviesa sobre esa granulación que él sabía, se conforma de verdaderas terminales nerviosas que incrementan la sensibilidad; Martín no sabía cuanto de eso era cierto pero a él le creaban una ferviente necesidad de excitarlas y durante unos minutos de sumió en la deliciosa tarea de recorrer ambas aureolas con similar devoción.
La dúctil lengua de Martín comenzó a realizar círculos concéntricos sobre la aureola y al llegar al pezón, lo envolvió repetidamente para después dejar lugar a los labios, que lo encerraron para chuparlo prietamente mientras los dientes lo mordisqueaban sin causarle daño pero sí una sensación de escozor en los riñones que la hacía retorcerse de placer; al mismo tiempo, pulgar e índice rodeaban al otro para retorcerlo elásticamente y, simultáneamente con los dientes, la uña del pulgar se hundía en la rugosa carne de la mama.
Aquello que realizaba su suegro resultaba estupendo para Sasha y sintiendo ya la urgencia escarbando sus entrañas, utilizaba las piernas para cobrar impulso y estrellar su pelvis contra la amorcillada masa de la imponente verga, cuando Martín se dijo que ya era suficiente de eso y descendiendo a lo largo del abdomen, encontró que debajo de la comba del bajo vientre y culminando esa depresión inferior, se alzaba un Monte de Venus que escapaba a lo normal, ya que en lugar de huesuda, su consistencia era mórbida y como estaba totalmente depilado, ese volumen parecía superior.
Congruente con eso, el bulto que lo impresionara se dejaba ver regordete y, del tamaño de una mano masculina combada, la vulva dejaba ver la rendija como una herida entreabierta cuyos bordes oscuramente rosados dejaban entrever como hilachas de los labios menores; recorriendo calmoso la cuesta descendente, investigó la consistencia de la carnosidad primera para después derivar a las profundas canaletas de la ingles, de las que extrajo una sabrosa mezcla de sudor y aromas naturales femeninos.
Como en un reflejo condicionado, Sasha fue encogiendo las piernas abiertas que sostuvo por detrás de las rodillas hasta que estas tocaron sus hombros y el hombre contempló congratulado la belleza de ese conjunto genital; aprovechando que la muchacha había alzado la grupa, colocó sus rodillas debajo de los riñones y así toda la entrepierna se le ofreció como un delicioso manjar.
Ella miraba arrobada las expresiones de su suegro y deseando que
esa lengua que ya le mostrara sus virtudes en las tetas y la boca lo realizara en concha y culo, lo incitó susurrante a que lo hiciera; saliendo de ese pasmado asombro, completó el periplo por una ingle que lo condujo directamente a la sima al costado de la vulva y llegando adonde se reunía con la otra en el hueco de la entrada a la vagina, la punta afilada trepó a lo largo de los labios mayores que a su paso cedían blandadamente y cuando arribó al nacimiento, encontró la arrugada abundante capucha sobresaliente del clítoris.
Aunque tentado por saber el tamaño que alcanzaría, desechó la idea para ir a buscar los tejidos que sobresalían apenas por entre los labios mayores y con dos dedos separó a estos que, como una cortina, descubrieron el maravilloso, secreto e íntimo mundo de su nuera; el interior de la vulva escondía unos labios menores como no conociera jamás, conformando dos intrincadas hileras llenas de pliegues y redondeces en los filos que los asemejaban a carneos corales y en tanto en la parte superior formaban la capucha que protegía al clítoris, por debajo, tras ensancharse en dos lóbulos semejantes a los de las orejas, se unían coronando al agujero vaginal con finos pellejitos.
La lengua flameó sobre los bordes oscurecidos por la afluencia de sangre y el sabor a hembra primitivamente animal lo sacudió tanto como a la muchacha que asintió fervorosamente al tiempo que meneaba la pelvis en un instintivo coito; separando totalmente los labios con ambos pulgares, la lengua se abatió voraz contra las carnes en una combinación de lamidas y chupeteos de los labios y cada vez más, introduciéndolos en la boca para sorberlos y restregarlos con la lengua sobre el interior de los dientes con un frenesí obsesivo de locas ideas rondando en su mente sobre qué haría si conseguía reunir en una cama a su mujer y su nuera.
Con esa compulsión apremiante como un mandato, no sólo maceró con la boca los arrugados flecos que hacían gemir a la muchacha de contento sino que también alcanzó al ya erecto clítoris y hundiendo la punta de la lengua debajo del pellejo, encontró al diminuto glande femenino que con forma de bala parecía pugnar para liberarse de esa membrana que lo cegaba; luego de escarbar afanosamente durante unos momentos al clítoris, lo encerró entre los labios para comenzar a chuparlo con lentitud pero fuertemente mientras dos dedos de la mano se juntaban para penetrar a la vagina.
Quizás por alguna razón que no dependía de la voluntad de su nuera, los músculos vaginales se habían estrechado para ofrecerle resistencia al avance, pero el intenso calor que generaban incitó más a Martín y los dedos tiesos se adentraron al canal vaginal hasta que los nudillos los detuvieron y curvándolos en un gancho, los hizo rascar las mucosas en un movimiento individual y continuo; la chica ya había soltado las piernas y clavando la cabeza sobre la cama al tiempo que las manos extendidas aferraban al cobertor como si quisieran rasgarlo, subía y bajaba el torso en una ondulación que hacía a las tetas zangolotear anárquicamente.
Inspirado como pocas veces lo estuviera, alcanzó con las yemas la callosidad del punto G en tanto la lengua envolvía al clítoris de costado, restregándolo contra los dientes; Sasha ya estaba olvidada de quien le hacía semejante maravilla y mezclando sus ayes con risitas y sollozos, lo conminó a no cesar porque su orgasmo estaba llegando y entonces Martín, haciendo girar su mano en un arco de más de ciento ochenta grados, estregó toda la cavidad pletórica de mucosas hasta que la muchacha, pujando como una parturienta
contra él, dejó fluir su tibia y líquida satisfacción.
Conociendo los tiempos de las mujeres, permaneció durante un momento más hurgando en el sexo mientras bajaba la boca para que recorriera la comba y arribada junto a los dedos, sorbió con fruición el orgasmo de la rusa.
Durante unos minutos, admiró la magnífica figura de su nuera espatarrada, pero en tanto lo hacía, fue estimulando con la mano a la verga que no había decrecido demasiado en su volumen y cuando la sintió rígida entre los dedos, se aproximó a Sasha que aun hipaba y de su pecho surgían tiernos susurros de agradecimiento; tomándole las piernas, se ubicó entre ellas y al tiempo que las encogía abiertas, hizo a la verga rozar el sexo de la chica.
Sabiendo que todo lo anterior, aunque fantástico, había sido sólo el preámbulo de lo que ella ansiaba, Sasha meneó las caderas para acomodar el cuerpo y extendiendo una mano, buscó al falo para dirigirlo hacia la concha; por un momento se excitó ella misma frotándolo contra la inflamación del clítoris hasta que embocándolo, alentó a su suegro con un enérgico !vamos¡ y proyectó la pelvis para que el falo portentoso comenzara a transitar la vagina.
La muchacha parecía haber olvidado la forma y consistencia de la verga y cuando luego de la pequeña cabecita el achatado tronco comenzó a desplazar los músculos que prepararan los dedos de su suegro, comprendió que difícilmente podría soportar el sufrimiento de semejante pija; a pesar de su forma de cuña, el tamaño de la verga era terrible y sentirla separando las carnes dolorosamente, puso en la muchacha no sólo una cuota inédita de sufrimiento sino que por primera vez, sintió un impulso masoquista que la hacía disfrutar con el dolor.
Martín conocía sobradamente el daño que su miembro hacía a las mujeres y por eso, a pesar del ardor de la esposa de su hijo, fue introduciéndolo con calmosa paciencia hasta sentir como la punta trasponía el obstáculo del cuello uterino y Sasha, con los ojos desorbitados en tanto se asía férreamente a sus brazos apoyados en la cama, respirando jadeante entre los dientes apretados, se dio un impulso final para que su pelvis se estrellara contra la de su suegro e inició un movimiento copulatorio.
En realidad no sabía definir del todo sus sensaciones, ya que sufría como nunca con esa barra monstruosa de carne desollando la delicada piel de la vagina pero a la vez disfrutaba como jamás lo hiciera al sentirla ocupando todo su interior como si fuera un parto inverso; elevando sus largas piernas, las cerró contra la zona lumbar del hombre y clavó los talones en sus glúteos para luego pujar combinadamente con pies y pelvis.
El padecimiento sólo se comparaba con el placer y entre gozosa y sufriente, casi como inmolándose, acompañó vehementemente los movimientos de su suegro y, en la medida que la cogida cobraba velocidad, tal como si sus mucosas uterinas actuaran de lubricante, el achatado miembro se deslizó cada vez más dichosamente; colocándole las piernas sobre sus hombros, Martín se inclinó para manosear y besar las tetas que oscilaban como deliciosos flanes y en esa posición en que la presión del cuerpo del hombre colocaba sus rodillas rozándole los hombros, sintió mejor como la verga la penetraba como el delicioso martilleo de un ariete.
Acariciando la leonina cabeza y al tiempo que el hombre chupeteaba las tetas, experimentando la incontinencia de un verdadero furor uterino, se
acompasó a la cadencia de la cogida a la vez que sus dedos se clavaban como garfios en la musculosa espalda pero cuidándose muy bien de no dejarle marcas; comprendiendo que la muchacha estaba tan necesitada de sexo que no dudaría en acompañarlo tácitamente en lo que le propusiera, fue volcándole las dos piernas unidas de costado y con esa presión, la verga restregó las carnes aun más duramente, provocando que expresara su dolor-goce por medio de sordas exclamaciones en las que se confundían los asentimientos con quejumbrosos gemidos.
Lentamente y observando como la vagina formaba un tubo epidérmico que adherido a la verga se estiraba y hundía siguiendo el ritmo de las penetraciones, Martín fue encogiéndole la pierna derecha al tiempo que alzaba la izquierda estirada contra su cuerpo, con lo que toda la entrepierna quedó abierta y despejada y abrazándose al torneado muslo, se dio envión para que la cópula fuera todavía más violenta; lloriqueando de placer y dolor, Sasha se asía desesperadamente al cobertor hundiendo en él las uñas como si destrozarlo mitigara ese sufrimiento, por otra parte tan exquisito.
Bajándole paulatinamente la pierna y sin dejar de someterla, Martín fue acomodándola para que quedara arrodillada; separándole las piernas y elevándole la grupa, la tomó por las caderas para hacerle alcanzar un suave balanceo en tanto él arqueaba el cuerpo para que la verga entrara y saliera con un ímpetu y vigor formidable.
Con la cara aplastada contra la sedosa tela y las tetas restregándola al ritmo de la cogida, la muchacha no daba crédito al goce que tremenda verga le proporcionaba y alentando a su suegro para que aun le diera más, extendió una mano hacia la entrepierna para rozar reciamente al clítoris; la alabanza inicial a la prominencia de sus ancas no era sólo un cumplido sino que verdaderamente las nalgas tenían una suave contextura mórbida que, sin embargo y a pesar de sus leves oscilaciones, las mantenía firmes y alzadas.
Mientras la penetraba, las manos abiertas sobaban y estrujaban los glúteos fantásticos y de a poco, fueron separándolos para observar la pátina de sudor en la lisa hendidura, clavando ávidamente sus ojos en el haz fruncido del culo; voluntaria o inconscientemente, la joven hizo que sus manos también confluyeran a las nalgas y separándolas, musitó una irresoluta invitación a que lo hiciera.
La rusita sorprendía cada vez más al hombre, ya que ninguna mujer jamás le reclamara voluntariamente que la culeara y teniendo en cuenta las proporciones de su verga, se preguntó asombrado si la concupiscencia de su nuera tendría límites; volcando en la raja una abundante cantidad de saliva que inundó al culo y en parte a los dedos conque la chica mantenía separadas las nalgas, apoyó la cabeza del falo para, muy delicadamente, comenzar a empujar.
Como sucede habitualmente, los esfínteres se mantuvieron firmes, no dando la sensación que la culeada fuera a serle fácil pero, entre los gruñidos, bufidos y quejas de la muchacha que musitaba roncamente su repetido asentimiento, el falo fue deslizándose morosamente en la tripa; dos o tres minutos debió tomarle completar la penetración pero cuando al fin la peluda mata de la pelvis se estrelló contra el muelle de las nalgas, ambos soltaron un suspiro satisfecho.
Como si lo hicieran desde siempre, se detuvieron estremecidos de goce unos momentos en que parecieron tomar fuerza y cuando él la aferró por las caderas para comenzar el vaivén, ella practicó una ondulación que
proyectaba cada vez más la grupa contra la pelvis; experto en culeadas no sólo femeninas, el recio finés levantó la pierna izquierda y asentando firmemente el pie sobre la cama, se dio mayor impulso y su nuera gimió de adolorido contento por la profundidad de la briosa culeada a que la sometía.
Entre ayes y sollozos de ella y fuertes bramidos de él, se dejaron estar en la magnífica culeada hasta que Sasha, volviendo a utilizar su mano, restregó duramente al sexo, llegando a meter tres dedos a la vagina mientras le rogaba exigente que la hiciera acabar; levantando la otra pierna para acuclillarse como un mitológico fauno, él se dio impulso para penetrarla en espaciados y violentos remezones y ante sus gritos de conformidad, fue alternando la introducción al culo como a la concha.
Rabiosamente y mientras golpeaba furiosamente sus puños contra la cama, transformada en una hembra animal, su nuera roncaba fuertemente entre exigencias de que volcara su leche en la concha para hacerle alcanzar el orgasmo y él, complaciéndola, pegó las dos o tres ultimas sacudidas por las que comprobó como su esperma inundaba la vagina y el útero de la muchacha en espasmódicos chorros, tras lo cual siguió sometiéndola mientras la sentía estremecerse entre sus manos para luego envararse y finalmente caer exánime como una muñeca rota sobre la colcha.
Media horas después y ya repuestos del esfuerzo, descansando la cabeza sobre el pecho de su suegro, Sasha le contó sucintamente y sin abundar en detalles, cómo desde los quince años había elaborado la “financiación” de su viaje al país y cómo aquello la condicionara sexualmente, haciendo que esos tres años de matrimonio con Adrián fueran una verdadera tortura para ella, ya que no se animaba a pedirle a su marido que le hiciera”cosas” para no denunciar sus depravadas habilidades.
Ante la pregunta tramposa de Martín sobre a cuantas mujeres había incluido entre sus hazañas sexuales, le respondió con toda franqueza que a ninguna pero no por convicción sino porque no se le cruzara ninguna que hubiera podido ayudarla, económicamente o con influencias; acariciándola tiernamente y en una confidencia que era casi un ruego, su suegro le confesó de sus fantasías con respecto a ella con Amalia y fue tanta la persuasión que puso en su argumento, que la muchacha se incorporó para apoyar el generoso torso sobre sus pectorales y mirándolo a los ojos con lúbrica pasión contenida, le dijo tan suspicaz y sincera como él, si en verdad quería concretar ese sueño.
Un poco cohibido por la actitud decididamente prostibularia de la rusita, admitió que se moría por verlas juntas en una cama pero que su duda, ya que ella se mostraba tan voluntariosa, era cómo planteárselo a su mujer que, si bien se había prestado gustosa a todo lo que le propusiera durante veintiséis años, a veces excediendo ciertos límites de moral, nunca había tenido relaciones con nadie que no fuera él; ella sabía de la poca experiencia con hombres, ya que su suegra siempre alardeaba de haber sido virgen hasta que a los dieciséis años conociera a Martín y que tan sólo un año después ya era madre.
Bajando una mano para juguetear con el fláccido pene de su suegro, le dijo que los cuarenta años eran una buena edad para que Amanda hiciera su debut como lesbiana, ya que a su belleza todavía vigente, sumaba la experiencia que él seguramente se encargara de enriquecer con sus virtudes físicas y su imaginación y que ella, aunque careciera de experiencia personal,
conocía las técnicas para satisfacer a otra mujer por el simple procedimiento de hacerle aquellas cosas que sabía necesitan las mujeres y que los hombres, en su gran mayoría, desconocen.
Mientras hablaba, con su mano había conseguido que la verga cobrara un poco de cuerpo y asegurándole a Martín que ambos satisfarían algo que llevaban reprimido en su inconsciente, le indicó que esa noche “preparara” a Amanda y dejara en sus manos cómo llevarla adonde los dos querían, tras lo cual bajó a lo largo del musculoso vientre para volver a introducir esa verga fabulosa en su boca golosa.
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