Recuerdos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por lenuma2.
En casa éramos cuatro hermanos, María, de 20 años, Luís, de 16, Carlos de 13 y yo, Carmen de 9 añitos cuando empezó esta historia. Mi padre era empleado de banca y mi madre tenía una mercería en el bajo de la casa en la que vivíamos y que además tenía en la parte posterior un gran patio con varias bodegas, un gallinero y árboles frutales.
María había plantado sus estudios y era la que prácticamente se pasaba el día completo en la tienda, liberando a mi madre. Los demás estudiábamos, yo la primaria y mis hermanos el bachillerato. Éramos buenos chicos, estudiosos, formales y colaboradores tanto en casa como en la tienda en lo que pudiese hacer falta.
La historia que estoy recordando comienza una tarde en la que Luís y yo estábamos en una de las bodegas del patio, tratando de encontrar una silla vieja de enea que mi hermano quería recuperar y pintar para decorar mi habitación.
Mimitos para la pequerrecha, je,je je.
La bodega estaba llena de trastos viejos, muebles, cajas de ropa, herramientas sin orden ni concierto, formando un perfecto caos. Después de separar cajas, mover baúles y escalar por encima de viejos muebles, llegamos a donde estaba la silla, sucia y destartalada pero que el trabajo que nos costó encontrarla nos hizo ver interesante y nos la imaginamos restaurada como la gran maravilla. Luis me agarró por atrás allí subidos y abrazándome me dijo que la silla sería un regalo especial para su hermanita especial. Mientras me decía esto, me apretaba y sus manos se movían por mi vientre haciendo dibujos por mi barriga.
Yo me sentía feliz por la consideración de mi hermano, al que adoraba y las caricias que me hacía me gustaban mucho así que eché la cabeza para atrás buscando aumentar el contacto. Luis siguió con sus caricias que fueron aumentando el recorrido, una mano se paseaba por mis tetitas, aún pequeñitas pero ya sensibles, y la otra bajaba a jugar con el elástico de la braga. Estuvimos así un ratito, dos o tres minutos en los que juntamos nuestras caras y me besó en la mejilla y en el cuello, haciéndome sentir muy a gusto, muy feliz de tener semejante hermanazo.
Bajamos la silla, la remiramos y limpiamos y decidimos que la arreglaríamos poco a poco allí mismo, sin prisas. Luis me volvió a abrazar, esta vez de frente, pegándome a su cuerpo y diciéndome que me quería muchísimo. Yo estaba en la gloria y la verdad es que aquellos abrazos me hacían sentir algo nuevo muy placentero, por lo que también colaboraba abrazándolo yo también y dándole besitos por donde quedaba a mi altura: el cuello y los hombros. Estuvimos así un buen rato y volvimos a casa a seguir cada uno con nuestras cosas.
Los días siguientes, después de merendar al llegar del colegio, bajábamos a la bodega y poco a poco fuimos lijando la silla y se fueron haciendo más habituales los abrazos. Si no me abrazaba Luis, era yo la que me apretaba a él.
Una tarde, Luis estaba repasando una madera y yo por detrás me abracé a él, pasándole las manos por la barriga y moviéndolas lentamente en círculos, como él me hacía a mí otras veces. En uno de estos recorridos, mi mano bajó algo más de lo debido y noté que había algo duro donde debería estar el pito de mi hermanito. Luís se sobresaltó y se separó y yo me quedé intrigada aunque no me atreví a comentarle nada, fue una sorpresa pero en mi inocencia se abrió una brecha que me hizo sospechar que había algo más en nuestros encuentros. Esa tarde Luis estuvo más callado de lo habitual y acabamos pronto.
Al día siguiente al llegar a la bodega Luis me abrazó por detrás y comenzó a acariciarme como siempre, moviendo sus dedos sobre mi ropa que ese día consistía en un viejo mandilón del cole, de esos abiertos por delante con botones como una camisa larga y debajo una camiseta fina y la braguita. En sus viajes los dedos de Luís fueron encontrando hueco por el mandilón, acariciando la camiseta, la braga y, poco a poco, la carne de mi barriga por el ombligo. Yo estaba en la gloria y así se lo hacía ver con mi cabeza echada para atrás y mis manos acariciando sus piernas y nalgas hasta donde llegaba. En esto me fijé que pegado a mi culo había algo duro: lo de ayer. No quise romper la situación así que seguí haciendo y dejando hacer, es decir, disfrutando del momento.
Poco a poco, Luis fue paseando sus dedos por mi barriga, jugando ya con mis tetitas y metiendo tímidamente la mano por el elástico sin bajar más. Yo estaba en el cielo, cada vez que me tocaba una teta me retorcía de gusto y empecé a frotar un poco más fuerte el culo en su cosa dura, sin querer que se asustase. Esto hizo que Luis me apretase aún más fuerte, y jadeando me decía:
– Mi niña, mi niña. Cuanto te quiero.
La mano que jugaba con el elástico empezó a perder la timidez y bajó hasta las ingles, acariciándome de modo que yo me retorcía de placer. En esto estábamos cuando Luis se pone tenso y con unos temblores me achucha más fuerte y empuja hacia delante, diciendo:
– Hay mi niña. Como me pones
– Mi niña, cuánto te quiero.
Al ratito me afloja y me besa tiernamente el cuello y se separa. Yo estaba desconcertada y él me lo notó enseguida y con una sonrisa me dijo:
– Perdona hermanita, es que no aguantaba más de gustito y acabé.
Como no entendía lo que quería decir y estaba intrigada por su pito duro, aproveché la ocasión y se lo pregunté directamente:
– Luis, que es eso duro que te noto cuando me abrazas.
– ¿Qué te ha pasado, que es eso de acabar?
– Creo que debes de ser sincero y explicarme lo que no entiendo.
Mis palabras dejaron desarmado a Luis que se puso muy colorado y después de un ratito de silencio me dijo:
– Carmen, la verdad es que esto que estamos haciendo no está bien, yo soy tu hermano mayor y no debería aprovecharme de ti. Además, si nos pillan me matan. no debemos hacerlo más.
Al oírle decir esto con su cara muy seria, traté de animarlo y le dije que ya sabía que lo que hacíamos era prohibido, pero que nadie más que nosotros se tenía que enterar, que teníamos que hacerlo con cuidado y solo cuando se pudiese, pero que yo quería saber algo más sobre esto, por ejemplo, ¿qué es eso duro que te noto entre las piernas cuando me aprietas?, ¿Es el pito?
Luís al oír lo que le decía cambió su expresión y me dio un abrazo de los “normales”.
– Carmen, eres un sol, por mi parte te juro que solo haremos esto cuando tú quieras, nunca trataré de obligarte a nada que no quieras. Por otra parte, hay muchas cosas que no sabes pero te las iré enseñando poco a poco. Para empezar, la cosa dura efectivamente es mi “pito” que se llama también “pene” y vulgarmente “polla”. Cuando el hombre se excita y quiere tener sexo, su pene se pone duro y mucho más grande que cuando está normal, esto es así para que se pueda meter en vuestra “cosita” y tener hijos.
Yo que tal cosa oigo, casi me desmayo:
– meter en mi cosita y tener hijos. ¿Estás loco?
– No mujer, no te asustes, nosotros solo estamos jugando y no va a pasar eso de ninguna manera, entre otros motivos, porque no es tan sencillo, ya te lo iré explicando poco a poco y confía en mí. Nosotros solo debemos jugar sin peligros. Créeme.
Estas explicaciones me tranquilizaros y me llegue a atrever a pedirle que me enseñase el pito grande a lo que me respondió que ahora ya lo tenía normal, que otro día, cuando se empalme, que es así como se dice, me lo enseñará.
Como el tiempo había ido pasando, volvimos a casa sin trabajar en la silla. Casi mejor, cuanto más tardemos más podemos jugar a lo otro.
Pasaron varios días sin poder ir a la bodega sin llamar la atención, Luis tenía que hacer algún recado, mi otro hermano Carlos andaba por el medio, etc. así hasta que una tarde sin moros en la costa, pudimos volver. Yo como la experiencia de que me tocase sin tela me había gustado, preparé ropa adecuada: un vestido corto y flojo que se pudiese subir un poco y sin camiseta, solo la braga. Al bajar me fijé que Luis llevaba un pantalón de deportes viejo y una camiseta, también él pensó algo, je, je.
Llegamos ante nuestro “taller de manualidades” y preparamos un poco como si estuviésemos trabajando en la silla, pero enseguida nos fundimos en un gran abrazo:
– Cuántos días sin venir, ya tenía buenas ganas de estar contigo mi niña.
– Yo: pensé que no podríamos volver, siempre alguna pega… pero al fin estamos aquí.
Luis me abrazó de frente y con sus manos fue frotando mi espalda y mi culo, yo le correspondía en su espalda y poco a poco fui metiendo mis manos por debajo de su camiseta para tocarlo mejor, llegando a jugar con la goma de su pantalón como había hecho él con mi braga días atrás. Mi maniobra debió iluminar a Luis que inmediatamente fue subiendo el vestido hasta que le permitía el contacto directo con mi piel. metiéndose por debajo de la braga y tocando mi culito directamente. ¡Que gustito!
Estábamos en la gloria y nos empezamos a besar en la cara y poco a poco en los labios. Nuestras manos acariciaban con ansia y en esto, noté que a mi barriga tenía pegada una cosa dura así que no tardé nada en decirle:
– Enséñame eso duro ahora que está grande y antes de que se encoja otra vez.
– Primero lo tocas y luego lo miras.
Así hice, sin separarnos, fui metiendo la mano por dentro de su pantalón hasta que tropecé con “eso”. La sensación fue grande: estaba caliente y duro, poco a poco fui tomando confianza y llegué a jugar con él entre mis dedos a lo que me dice Luis:
– Si sigues así vas a hacer que me corra ya.
No sabía a qué se refería y se lo dije:
– ¿Qué dices que te puede pasar?
– Cuando el hombre siente mucho gusto, su polla descarga un líquido como la leche, que lo excita mucho, pero después del gusto lo deja relajado, eso se llama correrse
– ¿Eso fue lo que te pasó el otro día, que te corriste?
– Sí, me corrí y puse el calzoncillo y el pantalón perdidos, pero me diste mucho gusto y quiero repetirlo.
– Bueno, si nos queda tiempo, quizás, dije yo.
– Ahora, ya que no puedo tocarlo, quiero verlo, suéltate y enséñamelo.
Dicho y hecho, Luis se separó un poco y con algo de vergüenza se bajó el pantalón hasta que dejó a la vista su aparato, que estaba todo tieso, coloradote en la punta y mirando para arriba descaradamente.
Yo flipaba, ¡Que cosa!
Al mismo tiempo se me parecía linda y fea, con esos pelos en la base.
– ¿Puedo tocar?
– Si, toca, pero no mucho, que si no me corro, que estoy muy caliente.
Luis tomó su pito y me enseñó un agujero que tiene en la cabeza:
– Por aquí sale la corrida, es también por donde sale el pis, pero claro, es diferente. Ahora déjame pegar bien a ti que quiero tener el gustito, me dijo.
– Yo también quiero estar a gusto, le dije.
Me tomó en brazos y acomodó su pito en mi cosita, me apoyo sobre la mesa de trabajo y así estuvimos un rato disfrutando de las caricias y los besos. Yo estaba muy rara, el roce de su pito me producía temblores y tenía ganas de aplastarme contra él, las bragas me molestaban y se lo dije.
Luis me dijo que siguiese así, que sin bragas sería peligroso así que obedecí y continué moviéndome rozándome contra Luis. Cada vez estaba más loca y mis besos eran más fuertes. El me abrazaba por debajo de los hombros y frotaba su pito contra mi conchita. Yo tenía las piernas levantadas rodeando a mi hermano del alma y me movía para los lados buscando el placer.
– Hermanito te quiero, me pongo loca.
– Mi niña, me pones a mil, voy a correrme, no aguanto más.
Dicho y hecho, Luis se pone tenso, convulsiona y noto un líquido pastoso que moja mis bragas mientras la cara de mi hermano está pasmada, como lelo. Yo estaba muy a gusto pero al notar que Luis se apagaba, me fui calmando también hasta que paramos.
– Oye Carmen, ha sido estupendo, que bien, cuanto gusto me has dado. Mira cómo te llené de corrida las bragas y las piernas. ¿Y tú, disfrutaste? creo que sí, te veía poner los ojitos en blanco, apretarme y moverte.
– Bueno, dije yo, me gustó pero creo que no tanto como a ti, al menos no me puse tan tensa y por mi parte creo que seguiría un poco más. De todos modos fue muy bueno y lo hemos de repetir. Vamos a limpiarnos y volver que pasó mucho tiempo.
Así pasó una tarde, otra, una semana, otra, la silla avanzaba poco pero lo otro mejoraba mucho. Luis fue aprendiendo a calentarme, me tocaba mi conchita (Chochete le gustaba llamarle) y a veces metía un poco los dedos dentro, pero a mí me daba miedo y casi nunca le dejaba. Alguna vez quiso rozarme con la cabeza de su polla (el pito se acabó ya) pero tampoco quería yo, me daba pánico pensar lo que me podía pasar, aunque ya sabía que era demasiado niña para quedar preñada.
El asunto es que bajábamos a la bodega unas dos veces por semana y teníamos una relación rápida pero buena, yo aprendí lo que eran los orgasmos y cada vez me gustaba más, pero el miedo a ser descubiertos nos limitaba mucho.
Un domingo, a eso de las diez y media de la mañana, una vecina se acercó a nuestra casa a pedirnos por favor que le vendiésemos unas cintas para el pelo, que las que tenía estaban viejas. Este tipo de relación era frecuente en el pueblo, por lo que raro era el domingo que no venía alguien. Mi madre y mi hermana mayor habían salido para la misa con mi hermano Carlos, mi padre se había ido a pescar, así que le tocó a Luis bajar a atenderla. Yo que me enteré, me ofrecí a acompañarlo y bajamos a la tienda. Cuando termino de atender a la vecina, los dos, al mismo tiempo nos dijimos:
– Esta va a ser especial.
En la trastienda cubrimos el suelo con cartones de embalaje e improvisamos un lecho, nos desnudamos totalmente, cosa que hasta ahora no podíamos haber hecho, admiramos nuestros cuerpos, nos abrazamos, nos besamos sin prisa, teníamos una hora para los dos sin peligro.
Luis me empezó a besar los pechos que ya asomaban y me ponían loca, siguió bajando al ombligo y lo tuve que parar, que quería llegar más abajo. Yo lo bese en los labios, en el pecho en el ombligo y me atreví a besar la puntita de su polla, radiante, tiesa y colorada, nos tumbamos en los cartones y nos fundimos en un abrazo. Nuestros cuerpos se buscaban y se retorcían, el deseo era imperioso. Cuando estábamos ya casi a mil por hora, Luis colocó su cosa en mi puerta y me dijo:
– Déjame metértela un poquito que quiero saber lo que se siente, aunque sea solo la cabeza.
Yo no quería pero al final le dejé solo la cabeza. La sensación era buena pero mi pánico era insuperable así que le mandé sacarla y lo hizo a regañadientes, es un sol mi hermanito.
Para compensarlo, me pude encima de él y me monté sobre su tranca de modo que aunque no entraba por la punta, los roces por mi vulva ya lubricada de excitación lo pusieron a mil. Me puse a cabalgar y fui entrando en trance. Mi culo se movía de atrás a delante, de derecha a izquierda, de arriba abajo, Luis con sus manos me apretaba el culo y las tetas y me decía cositas que me gustaba oír:
– Mi niña me está dando mucho gusto, ¡mucho! ¡Mucho!
– ¡Quiero que mi niña se corra conmigo!
– Quiero subirte a las nubes, ¿Vienes?
– Quiero correrme contigo, mi amor,
– ¡Así, así mi vida! ¡Cómo me pones!
Yo tampoco estaba callada:
– Así Luis, muévete, muévete mucho.
– Uff, como me pongo, me matas de gusto.
– Me gusta. No pares. Ay que gustito.
Al poco tiempo, una descarga eléctrica me recorrió el cuerpo desde los pies a la cabeza, mis jadeos se debieron de oír en misa, y todo mi cuerpo estalló en un orgasmo que me tubo en suspenso, como en el aire, durante una eternidad, en ese tiempo sentí a Luis decirme cosas, pero no podía atenderlo, me estaba corriendo como una loca. Al ir calmándome descubrí a Luis que también se había corrido y mojado toda mi barriga, que me miraba con cara de ser el hombre más feliz del mundo y me decía:
– Carmen, te quiero, no quiero que esta felicidad se acabe. Tenemos que repetir esto todas las veces que podamos mi amor.
– Si Luis, esto es mucho mejor que cuando lo hacemos en la bodega, tenemos que tratar de venir más veces, me has dado muchísimo gusto, me corrí como nunca.
– Si mi vida, pero tenemos que ser muy prudentes. Si nos descubren nos matan.
– Si, es mejor ir recogiendo todo y subir.
Después de quedar un ratito relajándonos, nos lavamos en el aseo del comercio, recogimos el montaje de cartón y aquí no pasó nada, subimos a casa y cada uno a sus deberes.
Poco más tarde llegaron los de misa:
– ¿Algo nuevo?
-Nada, solo la pesada de la vecina que necesitaba una cinta y bajamos a despacharla.
-Bueno, tampoco es para tanto, menudo sacrificio, os falta práctica. A partir de ahora los domingos si viene alguien a despachar bajáis vosotros.
Afortunadamente así fue muchas veces más, otro día os cuento.
Carmen
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!