Reminiscencias V
—Papi se puso tieso esta noche cuando froté su pierna … —Lo imaginé y lo vi, hija … ¿Lo hiciste intencionalmente? … —Sí, mami … nunca pensé que fuera tan emocionante … —Lo es … ahora lo sabes, ¿no? ….
Llegó noviembre y se avecinaba a pasos agigantados el verano. La primavera había dejado todo florecido y había miles de colores en todas partes, predominaba el verde en todos los tonos, pero había también rojos, naranjas, algunos grises, nubes blanquísimas cuando las había, pero la mayor parte del tiempo el azul del cielo era simplemente esplendoroso. Había un solo color que superaba a todas las gamas de colores del universo entero. Los zafirinos ojos de Carla, mi hermana
La primavera renovaba todo, las niñas tenían más energía que nunca, se aprontaban a los exámenes de fin de año y Carla se hacía cargo completamente de la casa, cuando digo completamente, quiero decir que se hizo cargo incluso de administrar nuestras finanzas. No soy amante del dinero, siempre me ha resultado fácil obtener lo suficiente para vivir holgadamente. Tengo dos tiendas de electrodomésticos y otras dos de telefonía, pero la construcción de la piscina había llevado mis cuentas bancarias a límites riesgosos y Carla se dio cuenta, se preocupó y quiso saber más.
Sin preocuparme demasiado la llevé a mi oficina. Se dedicó a tiempo pleno a ordenar mi involuntario desorden, después de casi una semana, finalmente me sentó en la isla de la cocina, me paso una aromática y humeante taza de café y me dijo.
—Tu Gerente General es un incompetente …
—¿Y tu como lo sabes? …
—Trabajé a tiempo parcial en la administración de algunas empresas … entiendo algo de números y balances y, … te puedo asegurar que este señor no lo está haciendo bien …
—¡Oh! … no me lo habías dicho …
—Bueno … tu ejecutivo mantiene un stock desproporcionado … invierte más del treinta por ciento de tus ingresos sin ningún estudio de mercado … tiene la bodega llena de artículos no vendidos y … te confirmaré en un par de días cuando termine con el balance general … de que has perdido al menos un veinte por ciento de tu capital en el último semestre …
Sonaba muy profesional, al parecer sabía muy bien de lo que estaba hablando:
—¿Y cual sería tu sugerencia? …
—Bueno … primero que nada liquidar todos los stocks innecesarios … tratar con los proveedores de nuevo … reorganizar las tiendas y trabajar con el personal necesario … no necesitas un montón de gente que se da de cabezazos sin saber que hacer … además, tu capital podría ser invertido en otros negocios que den una buena renta …
—Entendí y me encantó eso de inversiones y buenas rentas … ¿pero el resto? …
—¿Deveras quieres saber? …
Por supuesto que no la insté a explicármelo. Despedí a mi administrador y Carla se hizo cargo de las tiendas y la organización de todas las finanzas e inversiones. Veladamente me sugirió de encontrarme otro pasatiempo, eso de la fotografía no le pareció suficiente; creo que me quería fuera del camino para que dejara tranquilo al equipo de construcción que estaba terminando los trabajos de la piscina. Para dejarla tranquila le dije que sí, pero me volví y la tome por los hombros, la miré seriamente a esos profundos ojos azules y le dije:
—¿Crees que el sexo oral sería un buen modo de pasar el tiempo? …
Lanzo una sonora carcajada y me atrajo sutilmente empujando mi cabeza hacia abajo:
—¿Quieres comenzar ahora? …
Sus pómulos se sonrojaron cuando aferré sus caderas, rápidamente se deshizo de mi agarré y se alejó medio metro diciéndome:
—Puedo sugerirte que comiences con la pintura … lo otro … bueno … ya veremos …
*****
A fines de noviembre me entregaron la obra, la piscina invierno-verano estaba oficialmente terminada. Theresa y Antonella estaban felices, pero Carla no las dejó bañarse, dijo que había que temperar el agua. Tres días más tarde la inauguramos con una deliciosa barbacoa y las niñas corriendo y lanzándose al agua una y otra vez, habían invitado a algunos de sus amigos y amigas, nuestra casa se había llenado de chicos traviesos y hambrientos.
Más tarde esa noche, una vez que las chicas estuvieron en la cama y ya habían cogido sueño, Carla tomó mi mano y me llevó de vuelta a la piscina donde había una botella de fresco Chiantí y dos vasos pronto a ser servidos, me acercó a una tumbona y luego agarró la botella y versó generosas cantidades del mosto en ambos vasos, me extendió uno de los vasos y luego se sentó junto a mí en otra tumbona. Bebimos en silencio, la noche era tibia y una suave brisa movía las ramas de los algarrobos
Carla en un instante se puso de pie y extendió su brazo hacia la alberca y dijo:
—¡Qué hermoso qué quedó! …
Realmente el arquitecto había hecho un buen trabajo. Paneles de vidrio completos en tres de sus lados, se podía abrir automática e individualmente cada uno de ellos. Los tragaluces dejaban paso a bastante luz de sol. Las luces empotradas eran casi invisibles y hacían que el agua misma fuera luminiscente, celeste, cristalina y acogedora. Amplios escalones permitían salir de la piscina y en el extremo opuesto un trampolín. Carla sonriendo me preguntó:
—¿Recuerdas cómo empezó esta idea de la piscina? …
—¡Ehm! … ¡no! …
—¡Uhm, preocupante tu pérdida de memoria, querido! … ¡Bañarnos juntos, amor! …
—¡Qué idea tan maravillosa! … ¡Me trae viejas reminiscencias! …
—¿Probemos? …
—Dame un minuto para ir a ver a las niñas …
Dije y me levanté de carrerita para ir a controlar a las nenas, Carla me sonrió y bebió un trago de su vaso. Al minuto volví, ambas chicas dormían plácidamente. Carla ya estaba en el agua clara y transparente, mientras me desvestía, pude ver cada detalle de ella como magnificado; la forma en que sus preciosos senos se movían sensualmente impulsados por el agua; el delicioso movimiento de sus nalgas y su vello púbico cuidadosamente recortado, un triangulo de vellos endrinos muy sensuales. Cuando me metí al agua ya tenía una erección parcial con la imagen de ella desnuda. Toda la reminiscencia de nuestros años pasados juntos de niños adolescentes, regresaron en tropel a mi mente.
Carla, como si leyera mi mente, nadó parsimoniosamente hacia mí, sus brazos envolvieron mi cuello, su cálido cuerpo se apretó al mío, sus piernas rodearon mi cintura y su coño se frotó contra mi incipiente erección, sonriendo me dijo:
—Parece que estás pensando a alguien … ¿esto te trae algún recuerdo? …
—¡Sí! … es uno de mis recuerdos favoritos … jamás lo he olvidado … tu y yo en la piscina de casa nuestra …
La tomé de sus caderas y me fui dando saltitos hacia el extremo menos profundo, hasta que pude sostenerme en pie y sostenerla en mis brazos. El agua temperada me llegaba a los hombros.
—Nunca me penetraste cuando nadábamos en esa piscina …
—Tienes razón … nunca hicimos el amor completamente …
Carla hizo un seductor movimiento de caderas y restregó su coño contra mi erección dura y maciza, luego me beso el cuello y acercándose a mi oído me dijo:
—Yo siempre quise intentarlo …
Busque sus labios con desesperación y metí mi lengua en su boca que se abrió y su lengua se enfrentó a la mía, nos besamos apasionadamente mientras nuestras lenguas contribuían a rozarse y enviar señales de infinita pasión y cariño. La mano de Carla bajó buscando mí hombría, lo aferró con dulzura, mi pija vibraba y la excitación iba in crescendo dentro de mí. Sostuve su hermoso trasero, una preciosa nalga en cada mano. Sin esfuerzo alguno, mi hermana adorada deslizó la punta de mi erección a lo largo de su hendidura templada y me posicionó, levantó más las piernas para rodear mi cintura. El agua tibia acariciaba nuestros cuerpos calientes. Con un suave y lento movimiento mi polla se hundió en ese maravilloso túnel rosado y apretado del coño de mi hermana. Su coño me daba la bienvenida con exquisitos apretones. Colmar el vacío de su coño fue un placer indescriptible. Mi erección empujaba sus excitados pliegues de terciopelo, no había al mundo nada más excitante de aquello. Sentir mi erección enterrándose poco a poco en ella fue glorioso y una bendición que venía directamente del cielo.
Nos besamos en un silencio casi completo, un suave arrullo del agua que gorgoteaba entre nuestros cuerpos nos acompañaba. Metí mi mano entre nosotros y la ahuequé para hacer caber su seno redondo, firme y duro, su pezón resbaló entre mi dedo índice y el del medio, ligeramente hice presión en él, Carla gimió en voz baja y me apretó a ella. Luego echó sus caderas hacia atrás y mi pene resbaló al borde de su boquete vaginal, estuvo a punto de salirse por completo, entonces ella presionó con su pierna en mi cintura llevándome profundamente dentro de su coño divino. Sosteniendo su harmonioso trasero en mis manos, la guié dentro y fuera, dentro y fuera. Era fácil, el agua la hacía ligera como una pluma. Empezamos a hacer el amor, gemidos y suspiros, aprietes y caricias, besos y lamidas, lentas carantoñas y muchos besos, polla dura, gruesa y caliente hasta el fondo de su coño ardiente y apretado. Nos follamos despacio, teníamos todo el tiempo del mundo para gozar de nuestros cuerpos, no había prisa ni urgencia, solo un amor leonino, mayúsculo y sincero. Jugamos con nuestras manos, nos hechizamos con nuestras miradas encantadas, nos provocamos con nuestras lenguas traviesas. Nos divertíamos haciéndolo juntos. A medida que la pasión se hacía más intensa, los besos terminaron, su uñas se incrustaron en mis hombros y luego en mi espalda, mordí sus labios y también su lóbulo, succioné su cuello como un vampiro y tanto ella como yo gritábamos nuestro placer de poseernos mutuamente. Entre gruñidos bestiales ella logró balbucear:
—¡Esto se siente tan bien! … ¡Solo tú me haces sentir así! …
No pude articular palabra alguna, solo gruñidos y gemidos sintiendo el apriete estrecho de su coño.
—¡Urgh! … ¡Uhmmmm! …
Pero estaba totalmente de acuerdo, estábamos en la estratosfera de nuestra pasión, en ese espacio infinito de placer donde existíamos solo ella y yo.
La imperiosa e persistente necesidad de un orgasmo se estaba construyendo, nuestros movimientos se aceleraron, todavía lánguidos, pero más duros, decididos e insistentes. La seguí follando con mi pija gruesa y sensible, estrechamente apretada por su coño de felpa. Carla se montaba y empujaba su coño sobre mí con una ondulación de su pelvis increíble, agregando una presión salvaje que venía de sus piernas. La sentí jadear afanosamente en mi oído:
—¡Hmmmm! … Mauro … Hermano … Me estoy corriendo … ven … amor … córrete junto a mí … ahora, Mauro … tu y yo juntos … ¡Aaahhh! …
Sin mediar más provocación ni esfuerzo, me fundí en su pasión, mi erección creció y se hinchó, con un gruñido de placer sentí el aluvión de semen moviéndose en mis conductos internos, mi cordón espermático se infló y llenó mi vesícula seminal que, saturada, expulsó la lefa hacia la uretra y con movimientos musculares rítmicos mi semen afloró con una fuerza y velocidad aspaventosas. Los borbotones golpearon la matriz de Carla que continuó apretando y ordeñando mi pija con sus músculos vaginales haciéndome tiritar de placer.
Flotamos hacia los escalones de la piscina, alcance los vasos de vino y volví a sentarme al lado de ella, vi las gotas de agua que recorrían su hermosa piel como diamantes luminosos, estábamos apagados, satisfechos y en paz:
—Fue otra primera vez contigo … nunca habíamos hecho el amor en la piscina … me gustó …
—¡A-há! … y muy bueno también … diferente además … me alegro de que la hayamos construido …
—Yo también …
*****
El día siguiente era domingo, muy temprano en la mañana, mi erección matutina me molestaba, había claridad de amanecer, pero el sol estaba todavía oculto detrás de las montañas, me acurruqué a Carla y me di cuenta de que ambas chicas estaban en la cama con nosotros. Con mucho cuidado desperté a Carla presionando su pezón por sobre su camisón, ella despertó sonriente y le susurré al oído:
—Estoy caliente … es temprano … ¿te gustaría ir a nadar por la mañana? …
Silente y sonriente ella asintió. Nos escabullimos sigilosamente de la cama como dos niños traviesos, la chicas siguieron durmiendo, cerramos la puerta con cuidado y nos desvestimos para tirarnos a la piscina como en esos años pretéritos, sin nada de ropa y juguetonamente.
Todo iba a la perfección. Con la piscina ubicada en el extremo opuesto de la casa, pensamos que ni Theresa ni Antonella nos escucharían. Nos perseguimos y nos tiramos agua como cuando éramos niños, una rutina toda nuestra y que no habíamos olvidado. Ella se dejó alcanzar y yo la atrapé entre mis brazos, atrayendo su delicado cuerpo al mío; habíamos apenas comenzado a besarnos cuando sentí el chillido de Antonella:
—¡Aquí! … ¡Están aquí en la piscina! …
Theresa apareció en las puertas francesas y nos miraba con una mano en la frente, el sol derramaba sus primeros rayos matinales sobre nuestra propiedad y le impedía vernos con claridad, gritó:
—¡Están nadando sin nosotros! …
Y Antonella volvió a chillar:
—¡Y están desnudos! ….
—¿¿Qué?? … —Exclamó sorprendida Theresa, acercándose para ver bien.
—¡Están sin ropa! … ¡Yo también quiero nadar sin ropa! …
Chilló la pequeña desnudándose y saltando al agua. Theresa no dijo nada, solo se deshizo del pijama y se lanzó detrás de su hermana.
Hasta ese momento no sucedía nada de extraño, excepto que Theresa emergió justo al lado de nosotros, casi frente a mi y con una cara entre sorprendida y alborozada, exclamó:
—¡Mami … mami! … ¡Lo tiene duro! …
Luego con una mirada picarona agregó:
—¡Papi … papi! … ¿Puedo tocarlo? …
Me encontré en aprietos, avergonzado me di la vuelta para que Carla interviniera, pero me la encontré con una sonrisa y muy divertida de la situación. Entonces como un flashazo, reminiscencias volvieron a mi mente. Mi hermana siendo una pequeñita haciéndome la misma petición, cuando me vio con una erección la primera vez; en eso volví a escuchar la voz de Theresa:
—Mamá dice que es una cosa natural … que los niños tienen que saber y aprender …
Antonella se acercó nadando rápidamente:
—¡Yo también! … ¡Yo también! … ¡Papi! … ¡Déjame mirar! … ¡Quiero verlo, papi! …
Era la vida repitiéndose, como un dejá vu, pero ahora con dos niñas. Carla enarcó las cejas y dijo:
—Deja que lo vean, Mauro … ya saben todo sobre cuerpos y sexo …
Antonella era la más bulliciosa de las dos:
—¡Sí, papi! … ¡yo tengo una vagina! … ¡ahí es donde va el pito de un chico! …
Theresa a la espera y un tanto molesta le replicó:
—¡Todos saben eso, boba! … Papi, gírate … quiero ver …
Con toda la conmoción hubo un efecto secundario y agradecí que mi pene se empequeñecía poco a poco. Theresa nadó a mi alrededor y mirando hacia abajo exclamó desconcertada:
—¡Oh!, se está ablandando … ¿Por qué? … ¡Mira … se hizo más pequeño! …
Antonella muy preocupada, nadó rápidamente a mirar:
—¡Haber! … ¡Quiero ver! …
Miré a mi hermana y se estaba riendo muy divertida por la bochornosa situación. Le fruncí el ceño y ella solo se rio más fuerte. Nadó a mi lado y me tomó la mano dirigiéndome hacia los escalones:
—Ven y siéntate aquí …
Las chicas nos siguieron, Theresa subió los escalones y quedó con el agua a las rodillas, Antonella más abajo tenía el agua a la cintura. Carla se dirigió a Theresa:
—Le hiciste sentir vergüenza …
Theresa la miro interrogativamente y mirando mi pene preguntó:
—¿Cómo? …
Y la pequeña Antonella dijo:
—¿Por qué? …
Carla todavía sonreía y se divertía a costa mía. En forma didáctica comenzó a explicar a ambas chicas:
—El pene de un hombre es algo tímido … no le gusta que se burlen de él … cuando lo haces, éste se retrae … se esconde aquí dentro …
Dijo Carla señalando mi ingle:
—¿Ah? … —Inquirió Theresa.
—¿Por qué? … —Quiso saber Antonella.
—Porque tienen que ser amable con él … hacer que se sienta querido y orgulloso …
Dijo Carla medio en serio y medio en broma.
—¿Cómo? … —Preguntó Theresa.
—¡Sí, mami! … ¿Cómo y por qué? … —Dijo Antonella.
—Bueno … a veces si besan al chico suele funcionar …
Dijo Carla, girando mi rostro hacia ella, sus ojos brillaban con una maliciosa luz y muy divertida.
—¡Carla! … —Exclamé un tanto preocupado.
—No seas tonto, Mauro … esta es una oportunidad perfecta para educar a las chicas …
Luego sin dejar de sonreír, sus labios presionaron los míos. Theresa mirando fijamente mi pene dijo:
—Mami … no funciona …
—¡Sí, mami! … no pasa nada …
Dijo Antonella con las manos en su cintura e inclinándose a mirar mi miembro flácido. Carla no pudo contener la risa y se rio con sus labios en mis labios.
—¡Chicas! … besar es algo íntimo … y la excitación comienza en la cabeza del hombre … excepto si éste está demasiado nervioso …
—¿Cómo papá? … —Preguntó Theresa.
—¿Por qué papá está nervioso, mami? … —Demandó Antonella.
Carla asintió y continuó con su charla:
—Para que funcione tiene que haber seducción … tienes que hacer que él te imagine y te desee … que pueda tocarte … que ambos….
—¡Yo quiero tocarlo, mami! …
Exclamó la pequeña Antonella estirando su mano bajo el agua hacia mi ingle. Carla se movió muy rápido y atrapó la manita de la niña:
—¡¡Antonella!! … ¡Nunca! … ¡Nunca toques a alguien a menos que él quiera que lo hagas! …
—¡Ay, mami! … lo siento …
Entonces Theresa preguntó:
—¿Y como se sabe cuando quieren que lo toquen, mami? …
—Las primeras veces es por tentativos … debe haber una cierta cercanía … así …
Dijo mi hermana colocando su mano en mi muslo, luego prosiguió:
—… de este modo si él no quiere … se alejará y se irá … si se queda … puedes incursionar más arriba … tocar el interno de su muslo … así …
La mano de Carla se deslizó hacia mi ingle. Estaba todavía nervioso y pudibundo, por lo tanto, mi pene se mantenía blando.
—Todavía no funciona, mami …
Dijo Theresa acercándose aún más a mí. Carla acercó su mano hasta casi tocarme, se arrimó a mi oído y me susurró con un hilo de voz:
—Mira a Theresa … ¿te recuerda ella a alguien? … ¿ves su pequeño coño? … yo era igual a ella … ¿te recuerdas? …
Miré el coño de Theresa y verdaderamente lucía como el de Carla a su edad, su hendidura pequeña y bien cerrada, su monte venus protuberante, su exuberante cuerpo joven y el abultamiento de su vulva entre sus piernas. En ella vi a mi hermana en esos tiempos tan lejanos, reminiscencias atesoradas en mi mente. ¡Qué me ayude Dios! Mi erección comenzó a formarse y no había forma de detenerla.
—¡Oh, mami! … ¡Mira! … ¡Está creciendo! … —Chilló Antonella.
Carla sonrió y me acarició suavemente hasta ponerme completamente duro. Los ojos de ambas chicas estaban fijos en mi pija. entonces Theresa preguntó:
—¿Que le dijiste a papá al oído? …
—¡Uhm!, nada … solo algo que estimulara su cerebro y superara su timidez …
—¡Y funcionó, mami! … ¿Puedo tocarlo ahora? …
Intervine, quizás un poco bruscamente:
—No …
Pero Carla me ignoró totalmente:
—Por supuesto que puedes, cariño …
—¡Yo también! … —Chilló Antonella.
—¡Tú hermana primero! … —Respondió mi hermana sonriendo.
Tuve la intención de objetar en forma enérgica, pero Carla guió la mano de su hija y Theresa envolvió mi polla endurecida con sus dedos alrededor, en principio un poco vacilante, con mucho cuidado. No pude reprimir el cálido pulso de placer que me hizo estremecer levemente, su inexperto toque era excitante, la vista de su pequeña mano hacía parecer mi polla aún más grande, mi erección palpitaba y pulsaba al máximo. Theresa se mordió su labio inferior y me apretó delicadamente.
—No me dijiste que era así tan grande, mami …
Dijo Theresa apretándome un poco más fuerte e iniciando una tímida masturbación, poniendo a prueba mi rigidez.
—¡Mi turno! … —Chilló Antonella.
Theresa ignoró totalmente a su hermana menor y dijo:
—¿Deveras tuviste sexo con papá cuando tenias diez años, mami? … ¿No te dolió? …
—¡Maaami! … es mi turno … —Reclamó Antonella.
—¡Papá!, dile a mami que me toca a mi … —Insistió Antonella
Carla sonrió benevolentemente a Antonella:
—Un minuto, tesoro … ten paciencia …
Luego se volvió a Theresa y explicó:
—Ahora es un poco más grande … pero sí … Mauro y yo tuvimos sexo! …
Ahora es mi turno de imponerme, pensé:
—Suéltame, Theresa … es el turno de tu hermana …
Theresa le dio un último apretón a mí erección y la soltó. Antonella inmediatamente metió su mano; mucho más pequeña que la de su hermana mayor, no logró circundar mi grueso pene con sus deditos, entonces me tomó con sus dos manos en forma enérgica.
—¡Guau, mami! … ¡Esta cosa es realmente grande! … ¡Mira! … ¡Necesito mis dos manos para sostenerlo! …
Mi pene comenzaba a palpitar peligrosamente sintiendo estas pequeñas manos moviendo mi prepucio de arriba abajo, así que detuve todo:
—¡Basta, Antonella! …
Dije quitando las manitas de la nena de mi pija y cerré mis rodillas. Ninguna de las chicas pareció molestarse. Theresa incluso cambió totalmente de tema:
—Mami … ¿podemos desayunar ahora? … tengo hambre …
—Yo también, mami … —Chilló la pequeña Antonella.
Ambas chicas subieron los escalones, agarraron las toallas para secarse y luego recogieron sus ropas, antes de irse, Theresa dijo a Carla:
—Date prisa, mamá …
Observé a Carla alejarse detrás de las chicas y esperé que mi erección desapareciera. Eso me dio un tiempo para pensar algunas cosas que me confundieron: ¿Me sentí cómodo con estos nuevos acontecimientos? No ¿Me sentí cómodo con mi reacción cuando las chicas me tocaron? No ¿Me sentí cómodo con la simpleza y franqueza de Carla sobre la respuesta sexual y el cuerpo de Theresa y Antonella? Sorprendentemente, sí. Pero no me gustaba ser el maniquí utilizado para las demostraciones de Carla. ¿Por qué me sentía así? No tenía una respuesta al momento, me encogí de hombros, salí de la piscina y me sequé.
*****
No había nada de particular en este domingo. Solo un día más de descanso. El clima era templado, casi perfecto. Observé a las chicas mientras desayunaban y no vi ningún cambio. Todo normal y habitual. Se fueron juntas a ver televisión y más tardes salieron a jugar juntas al patio, ocasionalmente se sentían gritos y llantos de alguna bronca entre las dos, pero Carla corría a mediar entre ellas y castigaba cuando tenía que castigar y todo volvía al orden y normalidad.
A lo largo del día luché contra la excitación leve y las erecciones momentáneas, las visiones de esta mañana rondaban por mi cabeza en los momentos más extraños.
Cuando llegó la hora de acostarnos, tenía el sexo en primer plano. Mientras cepillaba mis dientes, Carla entro al baño charlando de mil y una cosas. No lograba tomar el hilo de la conversación. Mí atención estaba centrada en el inmaculado sostén blanco con elegantes encajes que mostraba la forma de sus senos perfectamente redondos e invitantes, deseaba meter mis manos sobre ellos y sentir lo mullido y suave que son con sus delicados pezones. Sus bragas del mismo color y encaje, parecía un juego muy sexy, el elástico de las bragas se amoldaba a sus glúteos firmes, moldeándolos y evidenciándolos eróticamente, juntando sus nalgas a formar un apretado surco lleno de misterios y tesoros escondidos, pensé que su ano debía ser igual de delicioso que su coño.
Me parecía que siempre ella había estado conmigo, tantos años de separación había hecho a nuestro amor más fuerte y grande. Ahora compartíamos el dormitorio principal, sus cosas habían desplazado a las mías, había un orden diferente, pero no me importaba, cuanto más cerca la tenía, más la adoraba. La intimidad de compartir mi baño me agradó, la veía tal como era ella, hermosa como siempre. Creo que estas rutinas de cercanía hicieron que nuestra relación se fortaleciera aún más.
Sentado en la cama con una incipiente erección, la vi entrar todavía en bragas y sostén. Bostezó y se estiró, luego metió sus brazos detrás de ella y desabrochó su sujetador, con una encogida de hombros lo hizo deslizarse y liberó sus pechos maduros y estatuarios, me parecía una diosa griega. Me encantaba contemplarla cuando se desnudaba, con esos movimientos tan femeninos y agraciados, doblando su sostén cuidadosamente para dejarlo sobre una silla, al inclinarse sus maravillosos senos se cimbraban, luego era el turno de las bragas, con su movimiento de caderas, esa inclinación para recogerlos, levantar primero una pierna y luego la otra, con esos esplendidos muslos que se juntaban y que a ratos escondían esa maraña oscura de vellos sobre su sexo divino, me parecía adivinar su hendidura y mi pene crecía hasta endurecerse imaginando todo ese bien de Dios ante mi ojos paganos.
Sin dejar de hablar ni un momento, Carla deslizó una vieja remera mía sobre su cabeza a cubrir su desnudez y luego la tuve a mi lado en la cama, ya me había vuelto loco con todo su espectáculo y mi imaginación trabajaba horas extras a pensar cómo hacerla mía una vez más. La atraje hacia mí y la besé, acariciando sus tibias nalgas desnudas, inmediatamente me sentí excitado con la proximidad de mi hermana. Sus nalgas y sus senos eran mis preferidos. Mientras más tocaba su trasero, más besos apasionados le daba. Carla me miró con sus sonrisa cautivadora y observó:
—Estás caliente otra vez …
—¡Mucho! …
Respondí con mis dedos recorriendo el pasadizo estrecho de sus glúteos, siempre más abajo, rozando suavemente su ano, para alcanzar la tibia humedad de su coño. Mientras nuestras lenguas se batían en duelo, tracé su delicada hendidura y curvé mi dedo medio para sondear su estrechez empapada, los labios rodearon mi dedo, abrazándolo y dándole una calurosa bienvenida.
Carla respondió con un ahogado gemido, su mano comenzó a bajar y a buscar dentro de mis boxers, aferró mi erección y su pulgar se fue de inmediato a mi glande y la yema de su dedo palpó las gotitas de semen que escapaban de mi pija. El líquido preseminal rebozaba y se deslizaba por los costados de mi pene mojando su mano, ella lo esparció uniformemente sobre mi órgano agitado y rígido.
Con un suave apretón dejó ir mi erección y tiró de mis boxers hacia abajo, yo tironee su remera hacia arriba, nos coordinamos y quedamos totalmente desnudos, nos miramos metiéndonos juntitos, su suave y cálido vientre contra mi polla erecta. Nos necesitábamos el uno al otro. Nos mirábamos con curiosidad, afecto e infinito placer. Había pureza en esos inmensos ojos azules. Giré a mi hermana sobre su espalda, me incliné y tomé su puntiagudo seno en mi boca, lamí su areola y chupé su pezón jugando sobre él con mi lengua. Respondió apuntando duro hacia el cielo, las yemas de mis dedos recorrieron su sexy monte de venus y exploré la humedad más abajo, ahuequé mi mano para hacerla calzar sobre su coño templado, mi dedo medió probó a sumergirse en su volcán de fluidos vaporosos y etéreos, sus labios pulsaban anticipándose al placer.
Carla gimió y suspirando movió su ingle y abrió sus piernas, mis dedos peinaron esos deliciosos rizos húmedos, enmarañados y cálidos, froté su clítoris, el coño de mi hermana estaba mojado y lábil. Sondeando más profundo, la penetré, su vagina estaba apretada y caliente. Con mis dedos empapados en su ambrosía, volví a acariciar su clítoris. Sus gemidos de placer no hicieron más que aumentar mis deseos por ella. Me encantaba como reaccionaba su cuerpo, su calentura manifiesta. Chupé delicadamente su teta, lamiendo su rosada areola, luego atrapé su pezón entre mis dientes y con el máximo de dulzura lo estiré hacia arriba como un chicle.
—¡Oooohhhh! … Mauro … ¡Dios mío! …
Murmuró moviendo sus caderas sinuosamente contra mi mano. Con suaves caricias, rasgueando su botoncito del placer y mi boca sobre sus pechos, Carla comenzó a moverse; un movimiento rítmico de su ingle, empujando su pelvis contra mis dedos. Emitía murmullos de placer, gemidos, quejidos y a ratos parecía sollozar para luego dejar escapar una risa loca que me fascinaba. Sus manos se enredaron en mis cabellos y apretó mi cabeza contra sus senos.
Con profundos gemidos de placer, Carla convulsionó y se corrió temblando, sus piernas se cerraron y encogió sus rodillas plegando sus piernas en alto, se retorció y jadeó durante su clímax, su placer impulsó mi deseo superlativamente. Con su respiración todavía afanosa, desaceleró, su cuerpo se relajó, pero todavía tenía pequeños estremecimientos y yo cubrí su coño candente con la palma de mi mano, protegiéndolo y posesionándome de él, era mío y solo mío. La cubrí de besos, rozando delicadamente sus labios y empujando su nariz con la mía. Ella abrió sus ojos brillantes y me sonrió complacida. Su mano sensualmente acarició mi pene endurecido como un leño, luego lo aferró con ternura y delicadez, haciéndome suspirar y agitar, mi excitación estaba totalmente desbordada.
—Tu turno …
Dijo Carla con una sonrisa amplia y sus intensos ojos zafirinos brillando intensamente. Quizás con un poco de melindrería, me alejé un poco y me puse de rodillas, diciéndole:
—Date la vuelta … te quiero por detrás …
Carla rodó sobre su flanco y se giró, apoyando su cabeza en la almohada. Por algunos instantes, me detuve a admirar su espalda lisa, la forma de sus caderas anchas, lo sexy que lucían sus nalgas perfectas; ¡¡Maldita sea, amaba su trasero!! La curvatura de sus glúteos y todo el conjunto a forma de pera, la convergencia de sus muslos y la abertura sexy entre sus piernas que dejaban un espació preciso para esconder su maravillosa vagina. ¡Era tan encantadoramente sexy!
Metí mi brazo bajo su cintura y la levanté sobre sus rodillas y codos, su hermoso culo lucía ahora la forma de un gigantesco corazón, con sus nalgas redondeadas y firmes. Inhalé profusamente un poco de aire admirado por la belleza de mi hermana, mi polla latía rígida. Carla separó un poco sus rodillas y los labios de su coño emergieron hacia atrás, sus vellos oscuros y su hendidura inflamada de excitación eran claramente visibles. El coño de mi hermana era simplemente precioso, tan exuberante que me parecía como una parte especial y separada de ella, como con vida propia.
De rodillas, con mi erección blandiendo el aire, me acerqué, agarré mi pene, mi cuerpo temblaba de deseo contenido. Acaricié esa hendidura cerrada de mi hermana con la punta de mi pija, se veía fantástico. Me encantaba lo grande y gruesa que parecía mi polla y como empujaban y forzaban sus labiecitos enrojecidos, mientras más presionaba, más se abría ese cofre del tesoro. Mi pene se envalentonó y reconoció ese terreno fértil y cálido y, empujó más adentro, mi glande amoratado tocando la entrada de ese coño delicioso. Sosteniendo sus caderas y mirando el maravilloso y erótico espectáculo, penetré a mi hermana con un lento y largo empuje, hasta que mi pene desapareció completamente tragado por la exquisita panocha de Carla que lo apretaba con fuerza y dulzura.
Me inundó un placer inmenso y mis pulsaciones aumentaron. Me retiré hasta casi sacárselo y luego presioné nuevamente, mi erección se hundió en ella como un cuchillo caliente en la mantequilla. Esa sensación de estar enterrado profundamente en el coño de mi hermana era incomparable, una cosa exquisita y gloriosa, ella y yo amándonos libremente sin remilgos ni tapujos, un amor sincero, un amor noble, un amor puro. Mi polla palpitó dentro de ella, saqué mi ariete empapado en sus jugos y luego empujé un poco más fuerte, el placer iba in crescendo a velocidad abismante. Las nalgas de Carla rebotaban contra mis muslos, ¡¡Oh, Dios … qué bien se sentía esto!!
Con un impulso desesperado me follé a mi hermana, tiré de su esplendido trasero contra mí y con cada profunda embestida más amaba el placer que ella me regalaba. Pero era sexo duro y egoísta. Todas las sensaciones eran para mí. La espectacular vista de su cuerpo desnudo me estimulaba como nunca, su estrecha cintura, sus preciosas nalgas y mi erección que se adentraba y salía a veces con sus pliegues arremangados en mi pene. Su coño estrecho lentamente hizo tensionar todo mi cuerpo. Respiré casi con violencia, necesitaba ese aire para continuar en mi goce paroxístico, el aire invadió mis pulmones, mis venas se hincharon, sentí esa creciente sensación que me abrumaba, sentía mi bolas rebotando contra de ella, una presión insoportable en mí ingle, mi erección se tensó haciendo mi pija más gruesa y rígida. Carla comenzó a empujar su trasero hacia mí, mis muslos golpeaban contra sus glúteos y mis bolas rebotaban, escuché sus jadeos y murmullos:
—¡Oh, Dios bendito! … Mauro … ¡Fóllame, hermano! … ¡Fóllame más fuerte! …
Mi polla se hinchó y se hinchó inauditamente, jadeando visiblemente, exploté en ella:
—¡Jesucristo! … ¡Hmmmm! …
Mi clímax me hizo convulsionar, un aluvión a borbotones salió disparado de mi pene, un éxtasis maravilloso y exquisito. Mientras me corría la embestí con tal fuerza que la levantaba de la cama con mi pene profundamente en su chocho, parecía como si me volviera a correr una y otra vez. Cada instante, cada pulso, cada embestida, cada dulce chorro llenándome de felicidad, copiosas salpicaduras de semen que parecían no terminar. Una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo cuando la última gota salió de mi pija, mas que continuar a embestirla, aferré firme sus caderas y dejé mi verga estilar dentro de ella, sus músculos vaginales se encargaron de chupar y ordeñar mi pene hasta el final. Finalmente, los pulsos de semen cesaron, jadeando y casi sin fuerzas me desplomé en su espalda, ella se recostó llevando el peso de mi cuerpo consigo. Nos quedamos así por mucho tiempo, recobré mi respiración y los latidos de mi corazón se calmaron; Carla todavía con un poco de afano, habló:
—Fue diferente … sexo puro … me gustó …
—Tengo que admitir que fui un poco egoísta … pero me pusiste tan caliente …
Estando el uno al lado del otro, ella jugó con mis vellos pectorales, tenía una pierna sobre una de las mías y dijo:
—No será que ver a mi hijas desnudas, fue lo que te excitó realmente … debería haberte dejado verlas desnudas mucho antes …
La miré un poco desencantado, sus preciosos ojos zafirinos me encuadraban atentamente:
—No, Carla … no fueron las chicas las que me excitaron …
—¿Estás seguro? … a ellas parece gustarles … Realmente, a mí no me importa … si quieres puedo afeitarme el pubis para parecerme más a ellas …
La tomé por los hombros y la miré intensamente:
—¡No! … no quiero que afeites tu vello púbico … amo tu vello púbico … no hay nada más sexy que eso … te amo como eres … una mujer verdadera, sexy y segura de ti misma … no existe nadie que pueda causarme las sensaciones que tu me brindas … me seduces solo a mirarme … tus ojos me dicen todo y me alborotan como la primera vez en esa piscina … cuando éramos niños … Theresa me recordó a ti … te vi en ella hace tantos años … reminiscencias de un pasado lejano … uno de los recuerdos más preciados de mi vida …
Nos quedamos en silencio, ella me miraba con su mirada escrutadora, leyendo la expresión de mis ojos que la miraban con devoción y amor; finalmente con una sonrisa sincera dijo:
—Te creo … pero tú también debes creerme … no me importaría si nuestras chicas te excitaran …
Luego acercándose a mi oído y con una baja voz de complicidad, agregó:
—… en caso lo hayas olvidado … a mí también me excitan …
Pensé en decir algo, pero Carla no me dio el tiempo; cómo si nada continuó:
—Dijiste que era uno de tus recuerdos más preciados … ¿Cuáles son los otros? …
Como si hubiera concluido su parte, se giró sobre su espalda, se acurruco a mi lado para escucharme:
—Bueno … todos los de nuestra niñez … la piscina … nuestras primeras veces … también algunos que me causaron dolor … como cuando te vi esposarte con otro hombre y lo hermosa que estabas … recuerdo haberte vista embarazada de Theresa, estabas absolutamente hermosa, saludable y feliz porque ibas a tener un bebé … otro que me hizo muy feliz … fue cuando llegaste a mi casa … estabas sola en el patio reflexionando a la luz de la luna … te volteaste, me abrazaste y me dijiste que te mudarías conmigo … fui el hombre más feliz del mundo en ese momento … esa noche me diste un beso … aún siento ese beso en mis labios … me encantó …
—¡Uy, Mauro! … ¡Qué romántico eres! …
—No … no lo soy … pero mis recuerdos más impactantes son todos relacionados contigo …
—Bueno … está bien … me alegro mucho de que así sea …
Dijo sonriendo feliz. Poco a poco nos quedamos dormidos con ella muy acurrucada a mí.
*****
Carla se despertó cuando sintió a Theresa colarse bajo las sábanas a su lado, dio una mirada al ventanal y estaba todo oscuro. Escuchó mi respiración acompasada, todavía estaba profundamente dormido detrás de ella. Se acomodó con Theresa a cucharitas, inhalo el aroma de sus cabellos, hizo a un lado los rizos que le hacían cosquillas en la cara y se durmió.
Parecía que solo habían transcurrido unos minutos cuando me giré y la acurruqué más cerca de mí, la sentí apoyar sus nalgas contra mi erección matutina, gimió cuando sintió mi glande hinchado empujar en medio a sus glúteos como si perteneciera a ese intimo lugar suyo. Se recordó del sexo de la noche anterior, sus dos potentísimos orgasmos y la maravillosa erección mía llenándola por completo.
Empujó y contrajo sus nalgas apretando mi pene haciéndome sentir de que estaba despierta y que aceptaba mi erección; de alguna manera, el tener a su hija mayor en sus brazos con mi erección presionando sus posaderas, la excitaba. Sus movimientos eran sutiles, pero acariciaba mí miembro con su culo, me alegré al sentir sus caricias y gemidos y acomodé mi pija entre sus nalgas.
Había una comunicación tácita, casi telepática, nuestros cuerpos funcionaban y se comunicaban entre sí con movimientos y gemidos; mis manos se apoyaron en sus caderas, ella empujó aún más. La habitación estaba oscura, el sol estaba lejos de aparecer, Theresa dormía plácidamente en sus brazos.
Carla sintió sobre su piel las gotas que rezumaban de mi pene, esa sensación sedosa, cálida y resbaladiza que le gustaba tanto y la excitaba infinitamente. Lenta y suavemente hizo rotar su culo empujándolo contra mi pija, hasta que mi miembro se encajonó más abajo, casi tocando su coño, bajó su mano entre sus piernas, frotó su clítoris y siguió más abajo hasta tocar mi glande que empujaba ya sus labios hinchados, su coño latía con inmenso placer cuando mi erección comenzó a rozar su hendidura.
Bastaron unos suaves empujones, mi glande hurgó sobre sus suaves vellos y se posicionó apartando sus labios mayores, la punta de mi verga se acurrucó a la entrada de la delicia exquisita de su panocha, con un silencioso suspiro penetré su estrecha cuevita y volví a sentir la maravillosa sensación de estar dentro del coño de mi hermana, ¡Dios! ¡Cómo estaba cachonda y mojada! La tomé de su cadera derecha y sentí su coño apretarme con una contracción, luego iniciamos la sinuosa danza del amor.
Nunca me percaté de que ella abrazaba a su hija mientras yo la follaba, pero al parecer eso contribuyó a excitarla, la follé muy lentamente, con caricias largas y sin tiempo, mí polla la llenaba exquisitamente, sentí que aumentaba su placer con sus propios dedos y varios temblores me anunciaron que su orgasmo se acercaba, sintió un hormigueo en el coño y un calor que incendiaba su piel. Agitada abrazó a su hija con fuerza empujando su trasero sobre mi pija, disfrutando de ese musculo masculino potente que colmaba su conchita bañada, gozaba tremendamente a follar conmigo, tanto como a mí cogerla a ella.
Sus pechos estaban presionando la espalda de Theresa, quien ignara de todo, continuaba a dormir, seguí empujando suavemente dentro de ella, estirándola, llenándola, sentí su trasero tiritar y sus ahogados gemidos cuando se corrió con mi pija pulsando profundamente en ella, su coño apretándome con sus músculos vaginales exprimiendo todo de mí. Su orgasmo se prolongó en un suave éxtasis que endurecieron los sensibles pezones de sus senos llenos y pesados. Cuando llegó al ápice de su clímax, mi pene se hinchó y pulsó con las contracciones de su coño, no pude resistir más y la inunde con esperma tibio y fresco, me corrí en su acogedor coño. Carla abrazó aún más a su hija, se había corrido una vez más en mi verga en forma hermosa, la calidez y la paz se apoderaron de ella, se sintió saciada, relajada y feliz. Sintiendo mi pene aún dentro de ella, se abandono en un sueño tranquilo, de paz.
*****
El lunes sucesivo inició de modo agitado. La niñas debían ir al colegio y discutían por cualquier cosa, en realidad no fui de mucha ayuda para Carla. Me senté en un taburete de la isla de la cocina a disfrutar de la confusión que creaban las chicas. Finalmente, Carla logró apaciguarlas y ordenarlas para acompañarlas a la escuela. Antes de salir, me ordenó de limpiar la cocina y luego se apuró a llevar a las niñas.
Mientras conducía de regreso a casa, Carla divagó pensando en mí. Me había creído cuando le dije que no era Theresa la que me excitaba. De todas maneras, se preguntó que diría yo si me dijera que Theresa estaba en nuestra cama cuando follamos esta mañana al alba por segunda vez, ¿Me causaría a mí la misma excitación que le causaba a ella? Todavía llevaba en su coño restos de mi semen y podía sentirlo en su panocha húmeda, ¿Por qué había odiado esa sensación cuando estuvo casada con su marido y ahora adoraba sentirse inundada de mí semen?
Estacionó al ingreso de la casa detrás de mi auto, entró a la casa y la cocina continuaba igual. No se sintió mal por eso, había aprendido a conocerme y sabía con qué facilidad me distraía en las cosas que más me gustaban y, el lavar platos no era una rutina en mi lista de preferidos.
Me encontró afuera abrigado con un grueso suéter para protegerme de la fría mañana, ¡con pantalones cortos! ¿Por qué pantalones cortos? Por un momento me contempló. Estaba yo sentado en una silla enmarcando los nuevos maceteros con hermosas flores y sacando fotografías de ellos. Se dio cuenta que mis cabellos estaban crecidos y necesitaba un corte de pelo, también noto una incipiente barba, pensó que me daba carácter y me encontró un hombre sexy. Decidió dejarme tranquilo y se fue a limpiar la cocina, también tenía que encargarse de la lavandería, con dos niñas pequeñas, los vestidos sucios abundan.
Por la tarde Carla mostró un álbum de viejas fotografías a las niñas, reminiscencias de nuestra propia niñez, las chicas estaban fascinadas y querían saberlo todo, las preguntas iban y venían: ¿La piscina era bella como la nuestra, mami? ¿Cómo fue crecer allí? ¿Es verdad que la abuela hacía helados? ¡Mami, eras muy linda de niña! ¡Te ves tan jovencita como nosotras! ¿Tenías realmente diez años, mami? Antonella se rio muy fuerte mirando una fotografía mía, ¡Oh, aquí papá se parece a un compañero mío del colegio! Luego se interesaron de nuestra relación cuando pequeños y preguntaron sin remilgos: ¿Es verdad que tuvieron sexo a esa edad? ¿Cómo se sintió? ¿Te dolió la primera vez? ¿Cuántas veces lo hicieron? ¿Te gustó? ¿Por qué tuviste sexo con papá?
Carla estaba muy divertida con sus hijas y respondía a todas y cada una de sus preguntas, las chicas la escuchaban fascinadas atentamente, ocasionalmente riéndose de su forma de narrar y comentar todas sus respuestas. Carla revivió todo esos momentos del pasado y se sintió excitada, las reminiscencias eran fuertes y maravillosas.
Más tarde, mientras preparaba la cena, me vio sentado a mirar la televisión en compañía de las chicas, una a cada lado mío, las tenía abrazadas a ambas mientras me reía y bromeaba con ellas, pero notó que respondía a sus preguntas en forma simple y sencilla, tratándolas como adultas y no como niñas, se alegró por mi aptitud.
También se percató de algo que la hizo sonreír. En un momento, Theresa apoyó su mano sobre mi muslo. Mientras cortaba unas cebollas, notó que la mano de su hija se deslizaba más hacia el interior, hacia mi ingle. ¡Theresa estaba probando! Se quedó atenta a ver qué haría yo.
Por unos instantes no hubo avances. Notó que Theresa la imitaba a ella cuando me tocaba, también se percató que la chicuela, Antonella, había puesto su mano en el otro muslo y repetía los movimientos de su hermana mayor. Carla lo encontró fascinante, excitante y erótico al ver la primera incursión de sus hijas en lo íntimo. Pero justo antes de que sus manos llegaran a mi entrepierna, yo me levanté con la excusa de ir al baño. Se preguntó si yo me había dado cuenta de todo. Si me había excitado sexualmente con la exploración de las chicas.
Más tarde ella interrogó a la chicas y Theresa le dijo:
—Papi se puso tieso esta noche cuando froté su pierna …
—Lo imaginé y lo vi, hija … ¿Lo hiciste intencionalmente? …
—Sí, mami … nunca pensé que fuera tan emocionante …
—Lo es … ahora lo sabes, ¿no? …
Carla se inclinó y le dio el beso de las buenas noches a Theresa, susurrándole al oído:
—Que tengas dulces sueños, hija …
Antonella dormía ya profundamente, se acercó a su cuarto a darle las buenas noches.
Esa noche se sintió muy emocionada, notó que me encontraba muy vigoroso y entusiasta. La lleve al orgasmo dos veces esa noche y, mientras se sumía en un sueño reparador, pensaba si debería comentar conmigo lo de las chicas.
Durante las siguientes noches, ambas chicas continuaban el juego sutil de la seducción conmigo y yo llegaba a la cama ya con una buena erección. Follé a Carla todas las noches, a veces suave y amorosamente, pero otras casi con desesperación de poseerla y descargar mi fuerza en su coño adorable, la veía despertarse sonriente y feliz todas las mañanas. Y cada noche las chicas la informaban de sus movimientos y ella respondía sus preguntas y les daba sugerencias para hacerlo de un modo u otro, pero que siguieran probándome y provocándome.
(Continuará …)
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