Reminiscencias VI.
—¡Eso fue grandiosamente increíble, cariño! … Dije en un gruñido apenas inteligible. —¡Mami! … ¡Mami! … ¡Quiero probar! … ¿Puedo intentarlo? … Dijo Theresa alborozada mirando el sudado y enrojecido rostro de su madre. —Tendré que pensarlo ….
Estaba claro que de ahora en adelante mi vida estaba ligada a tres mujeres. Mi felicidad estaba atada a la felicidad de ellas. Las chicas estaban exuberantes, emocionadas y llenas de iniciativas, me calentaban con sus sonrisas y bromas. Carla estaba al juego; bromeo e incitó a las pequeñas para que jugaran sensualmente conmigo. Ella se reía de mi cortedad y muchas veces las chicas iban más rápido que yo.
El sábado por la tarde nos fuimos al centro comercial, era un día tranquilo, hicimos algunas compras y luego nos metimos en un restaurant italiano para cenar. Me encontré a mi gusto con ellas, mi amor crecía día a día más por las tres.
Durante la cena, Antonella nos divirtió con sus payasadas, cantó alguna canciones que le habían enseñado en el colegio, llevaba el compas con sus manitas, sus mejillas estaban cubiertas de kétchup; Theresa se comió sus papas fritas de a una por una remojadas en salsa blanca y las inspeccionaba muy bien antes de comerlas. Mirándolas a las tres, comprendí lo afortunado que era.
Esa noche me comporté un poco diferente. Cuando Theresa me dio el beso de las buenas noches en la mejilla y se dio media vuelta para irse a su dormitorio, le reclamé:
—¡Hey! … ¿Es eso un beso? … ¡Quiero uno de verdad! …
Theresa se volvió coqueta y regresó con una amplia sonrisa. De pie entre mis rodillas, envolví mis brazos alrededor de ella, abracé su cuerpo esbelto, cuando inclinó su cabeza sonreí, sus ojos celestes brillaban con un fulgor especial. Ella besó mis labios y sentí su pequeña lengua entremeterse en mis labios, respondí abriendo mi boca y tocando su lengua con la mía por una fracción de segundos. Con un hermoso rubor de adolescente y una tímida sonrisa, regresó a su habitación.
Sentí el alboroto de Antonella al salir corriendo de su cuarto:
—¡Yo también! … ¡Yo también quiero! …
Exclamó y se tiro en mis brazos con su lengua fuera de su boca. También le di un beso con lengua mientras ella se reía como una loca, luego volvió corriendo a su pieza diciéndome:
—¡Gracias, papi! …
Todo resultó muy divertido y tuve una erección parcial. Carla vigilaba todos nuestros movimientos, me miró con sus esplendidos ojos y me sonrió divertida. Esa noche el sexo fue maravilloso.
*****
El día siguiente era un domingo por la mañana, cuando me desperté y miré a mi hermana, mi pulso se aceleró instantáneamente, me excité en modo increíble y se me formó una erección gigantesca. Fue increíble ver a mi hermana frente a mí abrazando a Antonella por detrás, la rodeaba con sus brazos. Los ojos de la pequeña estaban cerrados, sus fosas nasales dilatadas con respiraciones afanosas y profundas. El movimiento debajo de las sabanas me excitó. Carla sonriéndome, tiró de las sábanas hacia abajo, inhalé profundamente. El camisón de dormir de la pequeña estaba arremangado sobre su cinturita, sus pequeñas bragas de algodón bajadas hasta la mitad del muslo, su diminuto coño sin vello expuesto. Carla con dos dedos abrió el pequeño coño de Antonella, movió sus dedos acariciándola. Vi todo detalladamente. Su clítoris pequeñísimo, los labios regordetes de su coño abultados y enrojecidos alrededor del dedo de mi hermana que la acariciaba suavemente.
Mi pene se puso duro como jamás había estado. El ceño de Antonella se arrugo un poco. Sus caderas se movían rítmicamente mientras mi hermana frotaba su clítoris. Entonces ella retiró el dedo de su coño pequeñito, salió reluciente con los fluidos y la fragancia de la chicuela, su aroma llegó directamente a mi cerebro. Inconscientemente sostuve mi tremenda erección con una mano, Carla sonriendo con los ojos lucientes, frotó su dedo en mis labios, abrí mi boca y saboreé el dulce néctar de Antonella, una ambrosía llegada del paraíso.
Su dedo quedó mojado con mi saliva, volvió a tocar el clítoris de su hija, agregando la humedad de mi saliva a su coñito. Antonella se movió follando el dedo de su madre con su pequeña vulva. Carla sin dejar de mirarme beso el hombro de su pequeña hija.
Me excitó terriblemente ver a una madre jugando con la impúber vagina de su hija pequeñita, era como una golosina rara e ilícita. Escuché los jadeos de la nenita, abriendo la boca y contorsionándose bajo el dedo de su madre, moviendo sus caderas en modo ondulante.
Cuando Antonella se corrió, jadeando casi en silencio, su pequeño cuerpo estremeciéndose y frunciendo su ceño casi con dolor profundo, también yo me corrí. Carla lo sabía y me sonrió complacida. Estallé emocionado por el espectáculo erótico. Mi semen salió a borbotones sobre las sábanas, mi pija estaba tiesa y mi glande violáceo. Tuve como un segundo mini clímax y otra oleada menor de semen escapó de mi verga. Mi orgasmo fue tremendamente placentero viendo a una niña de casi nueve años llegar al clímax. Una experiencia como ninguna otra. Más tarde esa misma mañana, Carla me preguntó:
—¿Qué te pareció? …
—Creo que nunca en mi vida había visto algo tan erótico y sexy …
Dije honestamente. Mi hermana me sonrió con placer y agregó:
—Qué bien … porque el próximo fin de semana, ambas chicas quieren hacer lo mismo con nosotros dos … Theresa quiere estar contigo …
—¡Oh! … ¡Jesús mío! …
Jadeé, sintiendo que mi pija comenzaba a endurecerse otra vez. Los ojos de Carla brillaron con picardía y dijo:
—Te mostrare cómo hago correrse a la pequeña con sexo oral …
Gruñí sin poder decir otra cosa, Carla me sonrió y agregó:
—… luego me desquitaré contigo … espero tengas mucha resistencia …
¡¡Demonios!! ¡Si qué estaba excitado! Mi hermana me beso en la mejilla y me susurró al oído:
—… las chicas quieren vernos hacer el amor …
—¡Ugh! … ¿Uhm? … bueno …
*****
Durante el día mi mente fue copada por las figuras de Theresa y Antonella. Las observé mientras jugaban, gritaban, discutían, se reconciliaban y se rieron juntas; me habían cautivado por completo. Prácticamente estuve excitado todo el día, emocionado ante la perspectiva de intimidad con ellas. Entonces Carla me asombró. En un dado momento, Theresa se acercó a ella con alguna inquietud, Carla la envolvió con sus brazos y la besó, entonces la chica echó sus brazos al cuello de su madre y le devolvió el beso apasionadamente, pude ver sus bocas abiertas y sus lenguas jugar en un beso a la francesa, muy erótico y caliente. Ver a mi hermana besarse con su hija tan íntimamente me excitó en forma espontanea como un loco. Era ilícito, libertino y libidinoso, me provocó una enorme erección. Los enormes ojos zafirinos de Carla me miraron y brillaron sonriéndome.
A partir de ese instante, mi calentura fue una constante. No me detuve a pensar cuando tuve a Antonella a mi alcance, la agarré levantándola en el aire, ella envolvió mi cintura con sus piernecitas. La besé profundamente, mucho más que un toque de lengüitas y ella respondió con notable habilidad, con risitas de placer. Más tarde hice lo mismo con Theresa, disfruté besar la boca que mi hermana había besado. Los ojos claros de la chica brillaron conscientemente cuando nuestras lenguas se mostraron activas y juguetonas, incluso se apretó a mi cuerpo y sintió mi reacción masculina bajo mis shorts.
Mis shorts se transformaron en una pesadilla, la tela era muy delgada y se humedecían al instante con las gotas de mi líquido preseminal que rezumaba constantemente de mi pija al acariciar a las chicas, cómo si eso no bastara, Carla me arrinconaba y acariciaba mi polla por sobre el pantaloncito corto y empeoraba mi situación, tuve que comenzar a usar jeans y envolver mi pene en una toallita absorbente.
Por las noche, me encontré en un mundo de chicas sexys, prohibidas, ilícitas y terriblemente calientes. Los recuerdos de Carla a sus diez años volvían frecuentemente a mi mente; donde la encontraba la besaba y la atraía a mí, ella respondía siempre con besos intensos y apasionados. Claramente estaba constantemente excitada al igual que yo y eso incrementaba mi propia cachondez. Las chicas nos observaban con amplias sonrisas. Fue una experiencia única el ser excitado por tres sexys mujeres a la vez; dos preadolescentes y una mujer sensual y licenciosa.
Esa noche en el baño con mi hermana, cuando cepilló sus dientes y se lavó la cara junto a mí, vestía un sexy sujetador rosado con pequeñas bragas en conjunto, acaricié su hermoso trasero mientras estaba inclinada, ella reía y meneaba sus posaderas en modo invitante.
Llegamos al borde de nuestra cama, ella se reía de mis manoseos y no aguanté más. Demasiado caliente, la empuje suavemente con su rostro hacia abajo y observé su culo sensual a forma de corazón, acaricié sus nalgas cubiertas aún por los calzoncitos rosados y como pude empujé mis boxers por mis piernas; Carla sintió todos mis movimientos y sonrió:
—¿Estás caliente? …
—Ni siquiera puedes imaginar cuanto …
Le dije mientras tironeaba sus bragas hacia abajo para exponer sus preciosas y redondeadas nalgas desnudas, podía apreciar su pequeño coño enmarcado por la convergencia de sus muslos, su pubis protuberante y su delicada hendidura con sus finos labios estrechamente cerrados.
Sin juegos ni preparación previa, me coloqué entre sus piernas, agarré mi pija y guié la punta entre sus muslos, hasta tocar su hendidura y mojarla con mi líquido preseminal que hizo brillar sus ajustados labios. Empujé más allá, sobre el escondite de su clítoris y lo humedecí con mi semen. Impulsado por una intensa necesidad de hacerla mía, presioné su hendidura con mi potente erección, observando como sus finos labios venían desplazados por la cabeza de mi polla, su exuberante boquete vaginal recibió a mi amoratado glande y los finos labios se abrazaron alrededor de mi polla, presioné aún más y mi polla comenzó a ser tragada por esa cuevita caliente y resbaladiza. Po pude evitar de fijarme en ese agujerito rosado casi camuflado y un poco rugoso de su ano y me pregunté si a ella le gustaría el sexo anal. ¿Qué tal si se lo saco y la penetro por su apretado trasero?
Mi pene estaba hinchado y grueso, muy tieso, presioné adentrándome aún más en su coño, sus pliegues se estiraron para hacerme espacio, sentí la excitación resbaladiza y cálida de su chocho que me daba un tierno abrazo de bienvenida. Carla gimió en voz baja, recostada en silencio y leves jadeos, con la cara vuelta y la mejilla sobre la almohada.
Estaba alojado firmemente en ella y me preparé para poseerla por completo, liberé mi pija y puse mi mano en su cintura, las embestidas suaves y larga fueron exquisitas. Mi polla desaparecía por completo dentro de ella, su chocho me acogía placenteramente. El calor húmedo de su conchita rodeó completamente mi verga. Mi ingle chocó con sus redondos glúteos. Me detuve, mi erección pulsaba dentro de su apretado coño, me tomé unos instantes para admirar su esbelto y hermoso cuerpo debajo de mí, se sentía muy hermoso follar a mi hermanita que vestía aún su sostén rosado, besando su cuello le dije:
—¡Qué trasero más hermoso que tienes! … Un día haremos sexo anal …
Sentí los músculos de Carla apretando mi pija, suspiró y me dijo:
—Sí … me gustaría probarlo … nunca he tenido sexo anal … pero ahora, Mauro … necesito que me folles … folla mi coño, hermano …
Me retiré un poco de su vagina, sus rosados pliegues salieron pegados a mi polla, como queriendo retenerla o volverla a tirar dentro. De hecho, di un empujón corto y brusco; Carla gruñó, sus nalgas temblaban cuando mi ingle golpeó sus posaderas ¡¡Dios!! ¡Sí qué se sentía bien! Lo hice repetidas veces, una sacada lenta, una estocada rápida. Carla empujó su trasero hacia arriba, mi erección profundamente en ella, la excitación se intensificaba, la sensación de follar a Carla era siempre algo demasiado gratificante y emocionante.
Otra retirada lenta seguida de un fuerte empuje, todo tan jodidamente bueno, emergió en mi la necesidad de poseerla, de depositar en ella mi leche caliente, llenarla de mí y recibir la infinita satisfacción que me daban sus contracciones apoderándose de mi semen, ordeñando mi pija hasta dejarla seca. Carla metió su mano entre sus piernas y frotó su coño mientras yo incrementaba mis embestidas, la sentí jadear pesadamente:
—¡Oh, Mauro! … ¡Sí! … ¡Fóllame más fuerte! … ¡Me voy a correr! … ¡Aaahhh! …
Sentí las contracciones de su coño, su cuerpo se acalambró, por un instante se detuvo, luego se estremeció. Después gritando su placer, Carla onduló su trasero contra mí, apretando mi pija con su coño, casi succionando en busca de mi esperma.
La follé con duras arremetidas, enterrándome profundamente dentro de ella, sacando y empujando, mí corazón acelerado y, con un audible gruñido y agónico gemido, me corrí. Mí polla se hinchó, el semen recorrió mis ductos internos y con un éxtasis sublime mi esperma estalló dentro de ella, ¡Qué dicha más dulce! Seguí empujando y otra explosiva carga de mí semilla la inundó, la sensación fue tan fuerte que me sentí mareado. Mientras mi hermana se corría, yo la llenaba en forma maravillosa con mi líquido esperma, me sentía feliz chorreando a mi hermana con mi leche. Drenado y vacío, me dejé caer en su espalda.
*****
El lunes el tiempo había empeorado y amenazaba con chubascos intermitentes con probabilidad de tormenta eléctrica. La semana había iniciado como una tortura para mí. Las chicas se esmeraban y coqueteaban y mi pija no daba más, mi erección era casi dolorosa. Tampoco Carla venía en mi ayuda, se limitaba a acariciar mi polla por sobre mis jeans y cuando la quería atrapar, se escapaba como el viento.
Me dieron sensuales y eróticos besos hasta en los momentos menos pensados. Caricias de preadolescentes que me excitaban en forma demencial. Sin un ápice de vergüenza, acaricie sus preciosos y pequeños traseros por sobre sus vestidos, amando la sensación de sus sexys nalgas en mis manos. Ambas chicas parecían haber crecido forzadamente en los últimos días, sus preciosos ojos brillaban cachondos, se excitaban y sonreían. De seguro que Carla las instruía muy bien.
Con la ayuda y supervisión de su madre. Esas dos comenzaron a aparecer por las noches con camisetas cortas y ajustadas y bragas pequeñísimas para darme el beso de las buenas noches, yo tocaba sus culos y piernas sexys. Los pijamas habían sido relegados al armario.
Además, de frecuente comencé a encontrar a mi hermana besándose sexual y apasionadamente con sus hijas, siempre les acariciaba la nalgas y eso me excitaba muchísimo.
Todas las noches me desquitaba con Carla, nuestro sexo era enérgico, poderoso, libidinoso y licencioso. Mi hermana se excitaba tanto o más que yo, su apetito sexual era insaciable. Tuvimos sexo en la ducha después de bañarnos. Una mañana la atrapé en la sala de lavado con pantalones cortos tipo militar, su nalgas se camuflaban perfectamente con los diferentes colores de la tela, así que se los bajé para admirar como realmente eran. Llevaba una diminutas bragas celestes que se perdían en el surco de sus glúteos. Mientras estaba gacha a cargar la lavadora, me aproveche de ella. Carla se rio, pero no objetó cuando sintió mi potente erección empujando entre sus nalgas. Hizo un vano intento de subirse los calzoncitos, pero terminó rindiéndose y empujó su trasero para que la penetrara, tuvimos un gran sexo, la lavadora y la secadora funcionando, había un aroma a detergente y ropa limpia mezclados con nuestra propia fragancia.
El jueves traté de acorralarla en la cocina mientras las chicas se bañaban en la piscina, pero me rechazó decididamente diciéndome:
—Ve a hacer otra cosa … debes conservar fuerzas … este fin de semana seremos tres …
Seguí su recomendación y me fui a la ciudad a concluir algunas cosas que había descuidado últimamente.
Finalmente, el viernes llegó y mis expectativas eran altísimas. Estaba inquieto y me era imposible concentrarme en algo. El cielo se había cubierto y el pronóstico señalaba la posibilidad de lluvias. Pero no me importaba nada, lo más importante en mi mente era la idea de que los cuatro estuviéramos juntos en la misma cama. Estar en intimidad y libertad para tocarnos, acariciarnos, besarnos y acurrucarnos sensualmente. La imagen de mi hermana con su hija menor, Antonella, estaba nítidamente grabada en mi mente.
Para distraerme, fui a dar una caminata. El cielo se había puesto más oscuro y amenazador. En mi caminar llegué al borde del bosque. Sentí unas gotitas finas que comenzaron a caer, luego de un rato parecía una fina cortina de agua que distorsionaba la vista de los alrededores. Era la primera lluvia. En la lejanía se podían observar algunos rayos y apagados ruidos llegaban a nuestras latitudes. Había como una tibia brisa en el aire. Inicié a caminar de regreso a casa. El suelo mojado despedía un olor nuevo, bienvenida la lluvia que rendía fértil el terreno.
Me inspiró a hacer nuevas fotografías, capturar la salvaje naturaleza en acción, rendir visibles su dominio absoluto de la faz de la tierra. Hacer ver la magnificencia de la naturaleza. Tal vez a las chicas les gustaría ser fotografiadas.
Theresa y Antonella estaban en el patio de la propiedad con botad de agua e impermeables chapoteando en las charcas que se formaban, me encantaba la naturaleza inocente de las niñas cuando se comportaban como niñas, jugaban entre ellas a mojarse y cuando me vieron corrieron a tirarme agua. Me distraje tanto que olvidé todos mis pensamientos cachondos y me enfrasqué en una guerra de agua con las pequeñas. Hasta que mi hermana salió al patio y nos llamó dentro:
—¡Ya, chicas! … se ha hecho tarde … es hora de dormir …
—¡Aahh! … ¡Pero mami! …
Intentó reclamar Theresa, pero basto una autoritaria mirada de Carla y la pequeña tomó la mano de su hermana menor.
—¡Ven! … ¡Vamos, Antonella! … mamá dice que es hora de irse a dormir …
Pensé que debido al mal tiempo los planes habían cambiado. Ahora que las chicas habían desaparecido en sus dormitorios. Pues bien, sea lo que sea. Siempre habrá un mañana. Mi hermana volvió a buscarme, con sus ojos encendidos me dijo:
—¡Vamos, Mauro! … ven a la cama … tenemos cosas que hacer …
La seguí sonriendo y excitándome al mirar sus trasero esplendoroso, ¿le gustaría intentar con el sexo anal esta noche? Primero tendré que excitarla y después preguntarle. De todas maneras, no me pude contener y comenté:
—¡Qué culo más hermoso que tienes! …
Carla se rio contenta y movió coquetamente su trasero mientras entrabamos en nuestro dormitorio. Algunos minutos después estábamos desnudos sobre nuestro lecho matrimonial besándonos y toqueteándonos. Ella se reía por como yo iba de su panochita, a meter mi rostro entre sus tetas, a jugar con ellas, chuparlas y lamerlas, con dos de mis dedos en su chochito, luego lamiendo sus muslos y dando golpecitos a su clítoris enhiesto.
—¡Ay, Mauro! … ¡Más despacio! … ¡Tenemos toda la noche! …
—¡Estoy caliente! … ¡Desde esta mañana que sueño con hacer esto! …
Le dije agachándome a comerle el coño. Carla volvió a reírse y cerró sus muslos, así que me retiré a acariciar sus esplendidos pechos. Mientras chupaba ensimismado sus protuberantes pezones, la cama se sacudió y Theresa junto a Antonella, aterrizaron encima de nosotros. Antes de darme cuenta de nada, se metieron entre las sábanas y entre nosotros, separándonos.
Theresa se apegó a mi cuerpo, se contorsionó con agilidad y me abrazó:
—Se supone que debes abrazarme, papi …
Carla sonreía con la cara plena de dicha, atrajo a la pequeña Antonella a su cuerpo y la abrazó. Allí estábamos los cuatro sobre nuestra cama y, abrazábamos a las dos pequeñas. Antonella se abrazaba a su madre y reía como una loca. Las cubiertas de la cama fueron pateadas hacia los pies y me di cuenta de que todos estábamos desnudos. El pubis de Antonella estaba precioso insinuando su diminuta hendidura de niña de casi nueve años. Apreté a Theresa contra mío y sentí mi erección encajonarse entre sus sedosos muslos, suaves y cálidos. Aferré sus firmes y lindas nalgas y paseé mi verga entres sus piernas, ¡¡Maldición que se sentía bien!!
Los ojos de Carla brillaban intensamente con excitación y emoción. Tenía su cautivadora sonrisa, casi divertida, donde curvaba la comisura de sus labios. Hizo girar a la pequeña Antonella sobre su vientre y le apartó las piernecitas, luego comenzó a acariciar sus inexistentes pechitos de arriba abajo, deslizándose hasta sus muslos, mientras lo hacía, besaba su cuello y le murmuraba cosas en su oído. La nenita había cerrado sus ojos y se entregaba a las caricias de su madre. Mi erección dio un respingo entre los muslos de Theresa, cuando vi que abría los pequeños labiecitos de la panocha de Antonella y comenzaba a acariciar ese clítoris liliputiense de su hija.
Theresa, descontenta de mi inmovilidad, me dijo tirando de mi brazo:
—Papi, tienes que abrazarme más fuerte …
—Lo siento, pequeña …
Susurré, apretándola a mí y palpando su coño con mi mano, pero estaba distraído por el movimiento de la mano de Carla en el coño de Antonella, le estaba prodigando una caricia lenta, estimulándola.
Theresa impaciente, levantó una pierna y metió mi mano sobre su chocho, empujando mis dedos en su estrecha vagina:
—Parece que no eres muy bueno en esto … haz lo que hace mamá … aprende de ella …
—¡Ehm! … sí … lo siento, querida …
Dije casi balbuceando, ¡Dios, mío! ¡Qué bien se sentía el chocho de Theresa!, su protuberante y acolchado monte de venus, suave y aterciopelado. Era tan pequeño que ni siquiera llenaba mi palma. En tanto la placida sonrisa de Antonella había desaparecido. Abrió sus ojos y nos miró con la mirada extraviada, sus ojitos semi cerrados y su boquita entreabierta gozando de la caricias de su madre. La yema del dedo de Carla frotaba su clítoris y con un dedo de su otra mano insinuaba una penetración hasta el primer nudillo, todo en un movimiento suave y sensual.
—Mira a mamá … aprende lo que ella está haciendo …
Volvió a quejarse Theresa.
—Está bien, tesoro …
Le susurré besando su mejilla, sus rizos porfiados haciéndome cosquillas en la cara. Tracé el surco entre los labios de su panochita y traté de encontrar su clítoris. Theresa suspiraba:
—Un poquito más arriba, papá …
Metí un dedo entre sus nalgas y acaricié su engurruñado ano, mi otra mano arrastro fluidos de su panocha y toqueteé delicadamente su clítoris.
—¡Uhmmmm, papi! … eso está mejor …
Me dijo con un gemido elocuente y apretando entre sus nalgas a mi dedo medio perdido a acariciar su estrecho culito.
Pero no podía sustraerme a las acciones de mi hermana. Carla estaba con los ojos semi cerrados lamiendo el lóbulo de Antonella, noté el movimiento de sus caderas, debe haber estado muy caliente. Me distraje de nuevo al ver las yemas de los dedos de ella bañados en los fluidos de Antonella que estaba con su espaldita arqueada sobre el vientre de su madre que sobajeaba y frotaba su pequeña vagina incansablemente.
Sentí las contorsiones de Theresa contra mis dedos e imité a Carla, comenzando a sobajear su panochita con las yemas de mis dedos, abriendo y cerrando sus labiecitos mojados y frotando su minúsculo clítoris. Mi excitación aumentó y comencé a mover mi pelvis contra la de ella. Era un juego muy erótico sentir la suave y sedosa piel de su coño en mis dedos.
Los ojos de Antonella miraban las nalgas de su hermana que se contorsionaban en lascivos movimientos. Un escalofrió de placer recorría todo mi cuerpo mientras mis dedos masajeaban ese monte de venus sin vellitos. Antonella me miró a los ojos y vio mi mirada inyectada de lujuria por su hermana, luego cerro sus ojos y se estremeció con las caricias de su madre, moviendo sus piernas, las cerraba y las abría e intentaba alejarse de los dedos de Carla, gimiendo y sollozando, con alguna risitas fuertes; tal cual como Carla se corría cuando tenía diez años. Reminiscencias inolvidables.
Tracé el delicado surco de la delicada hendidura caliente de Theresa alcanzando su botoncito, empujé mi dedo y lo bañé en sus fluidos, luego los deslicé hasta tocar otra vez su pequeña pepita y froté suavemente.
—¡Hmmmm! … eso se siente rico, papi …
Pero Carla tenías más recursos e ideas. Enderezó a la pequeña Antonella, abriendo sus propias piernas ampliamente, la montó sobre su coño y comenzó a mover sus caderitas restregando su coño sobre el melocotón sin vellitos y con una hendidura bien cerrada de la pequeña.
Theresa se movió para llamar mi atención, mi erección pulsaba firme entre sus piernas y mis manos la sostenían de sus pequeñas caderas, haciéndola deslizarse por toda la longitud de mi polla, entre gemidos me dijo:
—Tienes que aprender mucho más de mamá … y hacer lo que hace ella …
—Bueno … está bien …
Susurré contemplando a Carla que hizo rodar a la pequeña Antonella sobre su espalda y le abrió sus piernecitas. Antonella complacientes, levantó las rodillas, apoyó los pies sobre la cama y abrió sus piernas al máximo. Mi hermana se arrodilló ante ella. Se medio giró a sonreírme y luego se inclinó a besar el pubis de Antonella, luego lamió la rajita de su hija y presionó su lengua entre sus diminutos labiecitos. La vista de mi hermana dándole sexo oral a su hija me excitó enormemente.
Escuché los besos y lengüeteadas de Carla al coño de Antonella, su lengua hacia brillar el coño de su hija e imaginé que estaba saboreando y deliciándose de ese pequeño chocho. Antonella gemía audiblemente y se contorsionaba aferrando la cabeza de su madre. Theresa me sacó de mi embelesamiento.
—Papi … es tu turno … hazlo igual a mamá …
Theresa rodó sobre su espalda poniendo en evidencia toda su hermosura preadolescente: cuerpo esbelto, pecho casi plano con pequeñas areolas rosadas y diminutos pezones. Sus caderas se estaban enanchando y comenzaban a tomar forma de mujer; sus nalgas se aplastaron sobre la cama y, ¡Dios mío! Su coño era una maravilla, no tenía vellos, se elevaba como una pequeña montaña sexy, su vientre plano, sus muslos muy eróticos; su vulva plena, hinchadita, húmeda y caliente. Mi erección me llegó a doler y muchas gotas de líquido preseminal gotearon de mi pija.
Entonces ella levantó sus rodillas tal cual había hecho su hermana pequeña. Los labios regordetes se separaron para exponer su conchita con un clítoris diminuto y debajo su cuevita muy pequeñita, rosada y empapada en fluidos que la hacían brillar.
Sus celestes ojos me miraban con sus labios mostrando una sonrisa neutra, como el cuadro de Leonardo, no había castidad ni inhibición en esa mirada franca y llena de lascivia pura, solo disfrute y gozo del momento. Le sonreí y su rostro se mostró radiante con una sonrisa verdadera, libre y cándida. Me demostraba un cariño leal e infinito.
Con el pulso a mil y una erección al máximo, me acomodé entre sus muslos y bese su coño por primera vez. Era exquisitamente suave, fresco, tierno; su aroma penetro mi nariz, su excitación perfumaba todo a su alrededor. Estaba tan cerca de su pubis que me percaté que no estaba del todo calva; delicados vellitos de adolescente comenzaban a florecer alrededor de su vulva y la parte superior, sobre su pubis, ¿Cómo sería verlos crecer y adoptar el color natural de sus cabellos? No lo sabía, pero si sabía que iba a tener la fortuna de ver todos sus cambios de niña a mujer y eso me entusiasmó y alegró enormemente.
El coño de Theresa contra mi boca se sentía cálido, suave y flexible; cedía a la presión de mi lengua, cuando probe su hendidura y saboreé su delicioso sabor, mi erección palpitó tanto que pensé que me iba a correr. También se agolparon en mi mente la reminiscencia del coño de Carla cuando tenía diez años. Solo que ahora de adulto, podía apreciar realmente lo increíblemente maravilloso que es un coño preadolescente. Pequeño, suave, fresco, con un aroma único y un sabor especial que provocan los fluidos de la chica excitada, era tan erótico, sensual y sexy.
Acaricié su clítoris con mi lengua, luego metí la punta hacia abajo, recogiendo la líquida humedad, toqué el estrecho agujero al interior de su vagina aterciopelada, resbaladiza y mojada. Pegué mis labios a los labios de su conchita, chupé y succioné todo saboreando esa ambrosía virgen y después volví a atacar a su pepita.
Ahuecando mis manos debajo de sus pequeñas nalgas, chupé y jugueteé con su botoncito. A nuestro lado Antonella lanzaba gemidos. Los glúteos de Theresa se tensaron y relajaron, una y otra vez, se tensaban y relajaban, mientras me comía su chochito, ella comenzó a ondular sinuosamente su almejita contra mi boca.
Desde mi cómoda posición entre sus muslos, observé a Theresa que estaba con sus ojos cerrados, comenzó a follar mi boca, de su rajita fluía cada vez más néctar, arrugó su frente y sus fosas nasales se dilataron, mientras yo lengüeteaba su coño vorazmente. Percibí que se estaba acercando a su clímax en forma silenciosa, pero abrumante. Hundió su vientre repetidas veces respirando con afán; levantó su pelvis y corcoveó como si tuviera un calambre, apretó mis mejillas con sus muslos, hizo como una pausa, luego dejo escapar un gruñido y un chillido precioso, su cuerpo se estremeció y de repente aferró mi cabeza y restregó su coñito contra mi boca, jadeando y gimiendo desesperadamente, finalmente con los puños cerrados fuertemente, arqueó su espalda y se puso a temblar de pies a cabeza. Continué a lamer su clítoris en forma suave, pero persistente; Theresa se derrumbó con un gruñido, sus piernas laxas y abiertas, sus ojos permanecían cerrados, pero había una sonrisa de paz y satisfacción en su joven rostro.
Mi erección no daba más, mi pene parecía haber crecido y mi liquido preseminal había dejado una mancha sobre las sábanas. Cuando levanté mi cabeza, vi a Antonella en una situación parecida, con su espaldita arqueada y sus muslos firmemente presionando el rostro de Carla. Observé el rostro bañado en fluidos de mi hermana, se levantó sonriendo, acercó su cara a mi oído y me susurro:
—¡Nunca he estado tan caliente como en este momento! … ¡Ponte de espaldas! …
Me acosté entre las niñas, mi erección blandía el aire amoratada e inflamada, rezumando líquido preseminal a toda fuerza. Carla montó mis muslos y tomó mi erección en su mano; su pubis velloso no podía ocultar su hendidura, ni su clítoris protuberante, ni el brillo de su coño empapado; Carla realmente estaba caliente.
Sentada en posición vertical sobre sus rodillas, con su mano firmemente aferrando mi erección, guió la punta de mi pene hacia su hendidura, moviéndola de arriba abajo, esparciendo mi líquido preseminal sobre sus hinchados labios. Sin dejar de sonreír y con su lengua en la comisura de su boca, Carla me miraba con su hermosos ojos llenos de picardía, eran cautivadores. Guió mi punta hacia la cálida entrada de su vagina y se detuvo.
Esperé desesperado, mi erección se esforzaba, el deseo de desahogarme rugía dentro de mí. Pero Carla solo me sonrió y presionó su coño contra mi verga lo suficiente para provocarme, luego se elevó ligeramente y uso mi glande enrojecido para estimular su clítoris.
—¡Jesús, mujer! … ¡Me vas a matar! …
Gemí desesperado a baja voz. Vi su sonrisa esplendente. Repitió la provocación, esta vez metiendo mi glande dentro de ella, lo suficiente para hacerme sentir su afelpado y caliente coño mojado, luego se volvió a levantar y restregó la punta bañada de mi pija contra su pepita.
—¡Me estás volviendo loco! …
Vino otro roce provocativo con penetración controlada, mi pija se adentró en su coño resbaladizo y húmedo antes de ser removida, esto era demasiado. Había resistido comiéndome el coño de Theresa, había aguantado mientras ella le comía el coño a Antonella; todo con el fin de tener un merecido relajo y desahogo en el cálido coño de mi hermana. Ya no podía soportar más.
Cuando volvió a restregar la punta de mi pene contra su clítoris, me corrí en forma explosiva, chorros y chorros potentes de semen caliente, espeso y blanco salieron disparados de mi pene chorreando su clítoris. En ese preciso momento Carla se dejó caer sobre mi erección y se empaló toda, mí pija siguió expulsando lechita dentro de ella. Por fin mi pene estaba envuelto en esa sedosa funda de terciopelo que era el coño de mi hermana. Sonreía como una loca y se estremecía sintiendo mis borbotones dentro de ella, mi polla pulsaba duro en su chocho provocándome un exquisito placer, la seguí follando, haciendo saltar sus tetas en el aire y ocasionándole estremecimientos de lujuria y goce, eyaculando toda mi lechita en su vagina, hasta que finalmente exhausto me detuve. Carla me sonreía feliz apoyada con sus manos en mi pecho, jugaba con mis vellos.
—¿Te sientes mejor ahora? …
—¡Eso fue grandiosamente increíble, cariño! …
Dije en un gruñido apenas inteligible.
—¡Mami! … ¡Mami! … ¡Quiero probar! … ¿Puedo intentarlo? …
Dijo Theresa alborozada mirando el sudado y enrojecido rostro de su madre.
—Tendré que pensarlo …
Respondió salomónicamente mi hermana; a eso saltó la pequeña Antonella:
—¡Mami, yo también quiero intentarlo! …
Carla me miró inquisitivamente sonriendo complacida y yo solo pude decir:
—¡Oh, mi buen señor! … ¡Ayúdame! …
(Continuará …)
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras una sensación y un placer!
He leído todos los capítulos y me han excitado demasiado, éste último de manera más intensa… Espero con ansias el próximo!!