Roberta IV.
—¡Ven, Andrés! … ¡Tómame! … ¡Dame tu polla! ….
Mi esposo Juan Alberto y yo a veces incluimos en nuestros juegos sexuales a algún o algunos amigos, esa tarde invitamos a Andrés. Hacía tres años que lo conocíamos y nos habíamos juntado con él en varias ocasiones. Ahora que Roberta había tenido relaciones sexuales con nosotros y sabía que teníamos encuentros carnales con otras personas. A mi esposo le pareció una buena idea invitar a Andrés a nuestra casa, para iniciar a nuestra hija al sexo de grupo. Bueno, tal vez no fue la mejor de sus ideas.
Cuando llegó Andrés, Roberta estaba con nosotros en la sala de estar mirando la televisión. Los presenté y sonreí para mis adentros cuando los vi cómo se miraban y se estudiaban ambos, recorriendo sus cuerpos con inquisidores ojos. Andrés es muy guapo, por eso lo habíamos invitado a tener sexo con nosotros tantas veces, a mi me encantaba su potente polla. Él tiene unos intensos ojos azules, lucientes con un brillo de inteligencia. Pestañas super largas, casi femeninas. Hombros fuertes y pecho musculoso, pero no de culturista. Brazos fornidos, pero estilizados. Sin duda que estaba muy bien en forma. Cabellos rubios a casco que le cubría sus pequeñas orejas. Sonrisa amplia con dientes exageradamente blancos. Mi coño se mojo al notar la protuberancia en sus ajustados jeans, me sentí muy cachonda y llenas de energías. Disimuladamente acomodé mis tetas que me hormigueaban con un delicioso escozor pensando a tener su poderosa polla abofeteando mis duros pezones.
Roberta tenía la exuberancia de un adolescente, pero en este momento la ocultaba. Se había cortado las puntas de sus castaños cabellos y miraba a Andrés con curiosidad, sonriéndole como una niña cachonda y dispuesta a todo. Noté su postura y como madre veo en ella cosas que otros no ven. Parecía mucho más alta con esos tacones, también más delgada con esa blusa y falda ajustada, como que le había crecido un poco el culo y las tetas de la noche a la mañana. Después de la introducción, ella se fue a su cuarto con un cadencioso meneo de sus caderas. Andrés no le quitaba ojo de encima y comentó:
—Pero … ¡Es una monada! … ¡Qué hermosa hija que tienes! …
Le dijo a Juan Alberto, pero este solo sonrió y cómo usualmente en él no dijo nada. Nos sentamos un rato a beber unas copas y luego lo tomé de la mano y lo llevé a nuestro dormitorio seguidos por Juan Alberto. Al pasar por el pasillo, noté que la puerta de Roberta estaba abierta unos centímetros, pero no me detuve, seguí caminando, sintiendo una mano de Andrés en uno de los cachetes de mi trasero. Entramos a nuestra habitación y cerré la puerta detrás de nosotros. Juan Alberto vino y la abrió dejándola unos centímetros abierta, inmediatamente imaginé el porqué.
No nos tomó mucho tiempo en desnudarnos por completo, yo sujeté mis exuberantes tetas mientras me acostaba plácidamente entre mis dos hombres. Mi coño estaba feliz de tener dos vergas tan cerquita. Andrés no perdió tiempo y se metió entre mis piernas y comenzó a chupar mi panocha como si no fuera haber un mañana. ¿Saben lo talentosa que es su lengua? Pues mi coño sí, muy luego me tenía gimiendo y aferrando sus cabellos. Juan Alberto tampoco se había quedado quieto, estaba chupando, mordisqueando y lamiendo mis tetas. Los chicos estaban demasiados ocupados para decir algo y yo estaba gimiendo audiblemente con sus deliciosas lamidas. Habíamos comenzado como tantas otras veces y me sentía en el séptimo cielo. La lengua de Andrés bailaba alrededor de mi conchita mojada y esto hacía que mi clítoris creciera y se asomara en medio a mis pliegues rosados y mojados. Solamente rozaba mi clítoris, pero intentaba penetrarme profundamente con su lengua, pero de repente se lanzó y se pegó a mi chocho como una ventosa, con fuertes sonidos de lengüeteos y sorbidos, se estaba saciando su sed de coño con mis abundantes fluidos, cosa que me estaba haciendo enloquecer. Sentí sus dedos buscando mi agujerito bañado y me penetró con ellos, enseguida comenzó un mete y saca con sus dedos mojados, comenzando a cogerme vigorosamente, siempre sin dejar de lamer mi botoncito del placer.
—¡Oh, Dios! … ¡Andrés … tu lengua se siente tan rico en mí … han pasado solo pocos minutos y ya estoy sintiendo que me voy a correr! … ¡Hmmmm! … ¡Oooohhhh! …
Andrés se sintió obligado a hacer más. Rápidamente se arrodilló y levantó mis piernas en el aire y hacia atrás, extendiéndolas y separándolas mucho. Una de mis rodillas golpeó la cabeza de Juan Alberto y él se hizo hacia atrás. Agarré los muslos de Andrés y sentí su polla presionando mi labia vaginal, la punta pulsante y apenas rozando mi clítoris, paseo su verga por mi estrecho y empapado surco y repentinamente me penetró:
—¡Ouch! … ¡Mierda! …
Su polla se deslizó de golpe muy profundo dentro de mí. Andrés empezó a follarme, mis piernas saltaban en el aire, me parecía haberme convertido en una estrella del porno. Juan Alberto tomó una de mis piernas y se inclinó sobre mi vientre, su lengua se estiró y alcanzó mi clítoris. ¡¡Dios santísimo!! Eso era perfecto. Una hermosa y gruesa polla profundamente enterrada en mí y la lengua de mi marido lamiéndome exquisitamente. Sentí a Andrés sacar su polla de mi coño por unos segundos y mi marido cambió ligeramente de posición e hizo unos cachondos sonidos. Entonces la polla de Andrés volvió a mi panocha follándome profundamente, y luego ya no. Ahora fue claro para mí, mí esposo estaba chupando mis fluidos directamente de la verga de Andrés, chupaba la polla de nuestro convidado cuando éste no me estaba follando. Andrés siguió follándome un poco más y todo lo que podía ver era la cabeza de mi esposo apoyada en mi barriguita.
—¡Santo Carajo, Juan Alberto! … ¡Eres un excelente chupapollas! …
Sentí que las olas de mi orgasmo se aproximaban, mi calentura estaba en aumento. La polla de Andrés me estaba follando profundamente y Juan Alberto estaba chupando y lamiendo mi clítoris. Todo se volvió tan intenso que pensé que podía estallar de un segundo a otro. Repentinamente di un intenso grito y mi cuerpo comenzó a temblar, me revolqué en la cama sin poder detener mis convulsiones. Sentí las furiosas embestidas de Andrés profundamente en mi coño, traté de juntar mis muslos y escapar, pero Andrés me tenía prisionera por mi pierna y me follaba violentamente. Pensé se iba a correr, pero no lo hizo. Mis piernas y mi trasero seguían temblando. Grité otra vez, pero nadie me escuchó. Juan Alberto se masturbaba plácidamente viéndome desesperada en la lujuria de mi orgasmo y Andrés no disminuía ni siquiera un poco sus clavadas. Finalmente, Andrés salió de mi coño y Juan Alberto se sentó con su verga brillante y sumamente dura, se miraron y chocaron los cinco, diciendo al unísono:
—¡Uno! …
Todavía no me recuperaba y Andrés me hizo arrodillarme y darme vuelta con mi culo hacia él. Siempre me deja el culo adolorido y pensé que esta vez no iba a ser la excepción. Su dura polla se deslizó otra vez en mi coño haciéndome sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Juan Alberto estaba de espalda posicionándose bajo de mí, sentí su lengua buscar mi coño enfebrecido. Andrés comenzó a follarme otra vez con inusitada energía, pero estaba vez me follaba el culo. Estaba deliciándome con la gruesa polla de Andrés estirando mi ano y él se movía hacia adelante y hacia atrás, sacándome y metiéndome su polla. Estábamos todos tan absortos dándonos placer, que nadie escuchó que la puerta se había abierto, solo escuchamos el grito de Roberta:
—¡Santo cielos, Andrés! … ¿Estás follando a mi mamá por el culo? …
Todos nos detuvimos. Andrés se quedó casi inmóvil. Juan Alberto dejo de lamerme y yo dejé de disfrutar. Andrés se volvió hacia Roberta y exclamó:
—¡Mierda! …
Pero su polla siguió moviéndose hacia adelante y hacia atrás profundamente dentro de mi esfínter, y Andrés se corrió; no sentí toda la potencia de su eyaculación, pero su polla se hinchó y él empujó más profundo en mi recto, sí sentí la tibieza de su semen bañando mis vísceras. Lo presionó contra de mi agujerito y la empujó en profundidad con cada chorro de esperma. Sus manos me mantuvieron quieta agarrando mi trasero. Lo dejó en mi culo por cerca de medio minuto, sin moverse, simplemente descansando. Nadie decía nada, todos fijábamos a Roberta con sus brazos en jarra observándonos.
—Acabas de correrte en su culo, ¿verdad? …
Preguntó insistentemente Roberta.
—Bueno … yo … ¡Ehm! … ¡Pero qué carajo estás haciendo tu aquí! …
Dijo Andrés un poco molesto.
—¡Por si no lo sabes … ella es mi madre! … la escuché gritar … sabía que ustedes estaban teniendo sexo … pero me alarmé cuando grito por segunda vez … y vine a comprobar si todo estaba bien …
—Y tú … ¿Caminas siempre por la casa medio desnuda? …
Se sonrojó y recién se dio cuenta de que estaba solo con sus bragas de Hello-Kitty de color fucsia. No llevaba nada más, solo sus bragas y unas pulseras de plástico. Lucía hermosa tan joven y casi desnuda.
—Bueno … no importa …
Dijo Andrés, su polla estaba ahora totalmente flácida, con algunas gotas de semen chorreando en la punta.
—¿Quieres mirar? …
Le preguntó Juan Alberto.
—¡No! …
Exclamé yo:
—Roberta no nos va a ver tener sexo … Al menos no más de lo que ha ya visto … Lo has hecho estupendamente, Andrés … gracias …
No sabía que decir ni que hacer. Por eso quería la puerta cerrada, pero Juan Alberto se sale siempre con la suya. Pensaba que Roberta era demasiado joven para estar mirándonos. Sí, ya sé que había visto mucho. También se había follado a mi marido hace unos días y yo me había comido su coño. Roberta estaba tan loca de sexo como mi marido y yo. Pero todavía era muy inexperta e inocente, pensé que no estaba lo suficientemente madura para dar el paso siguiente; como siempre Juan Alberto se expresó cuando nadie se lo requería:
—¡Vamos, niña! … ¡Ven y acuéstate con nosotros! …
Titubeante se llevó un dedo a los labios y nos miró a cada uno de nosotros. Cuando me miró a mí, seguramente me vio toda desaliñada, toda despeinada, mi coño empapado, mi culo enrojecido. Mientras Andrés y Juan Alberto se veían estupendos. No sé que estaba pasando por la cabeza de mi hija. ¿Quizás llamar la policía? ¿A quien de los dos hombres follar primero? Dio un paso hacia atrás y colocó su brazo sobre sus senos adolescentes.
Andrés todavía estaba lacio, pero su padre estaba con la polla larga, gruesa y dura como palo con una furiosa erección. Andrés vio que los ojos de Roberta estaban fijos en la polla de Juan Alberto, se inclinó un poco y aferró la caliente polla de mi marido comenzando a masturbarlo. Los ojos de Roberta se abrieron como huevos fritos. Andrés se detuvo y apunto la polla de mi esposo hacia ella:
—¿Te gusta la maravillosa erección que tiene tu papi? … parece que no es la primera vez que la ves, ¿verdad? … has visto ya a tus padres teniendo sexo, ¿no es así? …
Mi hija estaba demasiado confundida para mentir, pero sabía que no debía decir nada a un extraño y, no dijo nada. Pero sus dedos atraparon uno de sus pezones y comenzó a jugar con él. Miró aún más cachonda la polla de su padre y Andrés le dijo:
—Tal vez … ¿Te gustaría chupar la polla de papá? … ¡Deberías impregnarte del espíritu que tenemos todos nosotros! …
No sé que pasa con los chicos de hoy y el sexo. Parecen querer tener relaciones sexuales en todo momento y no importa con quien, son capaces de hacer cualquier cosa. Supongo que mi hija no era indiferente a la polla de su padre, pero empujarla a tener relaciones sexuales con nosotros, me parecía ir demasiado lejos.
Roberta negó con la cabeza, pero no dejaba de mirar la verga de su padre y que ella ya había probado. Pensé que quizás debía decirle algo, por ejemplo, decirle que volviera a su cuarto. Pero permanecí en silencio a mirar como se desarrollaba la situación; además, ella ya se lo había chupado antes a su padre. Andrés volvió a tentarla, sostuvo la polla de mi marido hacia arriba y apuntándola directamente hacia ella:
—Toma … es tuya …
Roberta parsimoniosamente se subió a la cama y la tomó, se inclinó y se metió la polla de su padre en la boca. Sentí unos pequeños espasmos en mi clítoris cuando hundí mi vientre observando como mi hija comenzaba a chupar la verga de mi esposo.
Observé con interés y lujuria como Andrés le dejaba la polla de Juan Alberto a mi hija. Roberta se arrodilló entre las piernas de mi marido y tomó su polla con ambas manos y se alternó entre chupadas y lamidas, al parecer ambos estaban disfrutando. Andrés tenía algo más en mente, puso sus manos en las caderas de mi hija y le bajo las bragas hasta las rodillas, ella sapientemente levanto primero una pierna y luego la otra para permitir quitarle sus bragas. La mano de Andrés le acarició la espalda y las nalgas una y otra vez, luego sus dedos se deslizaron por su culo y tocó su pequeño coño:
—¡Jesús Santo! … ¡Estás toda mojada, pequeña! …
Exclamó, pero Roberta no dijo nada. Andrés se tumbo de espalda y comenzó a reptar debajo de ella, levantó su cabeza y comenzó a lamer la panocha de mi hija, le dio una docena de lengüeteadas a su clítoris. Ella siguió chupando la pija de su padre, pero separó un poco sus piernas y las abrió un poco más, para apoyar su coño sobre la boca de Andrés. La polla de Andrés estaba todavía flácida, pensé que era hora de hacer algo al respecto. Me moví a su lado y tomé su polla sacudiéndola varias veces. Pareció animarse y esto me animó a mí también. Acaricié sus bolas y le di besitos a su verga antes de engullirla profundamente hasta tocar mi garganta. Su pene comenzó a ponerse duro, yo me calmé un poco, pero sin dejar de chuparlo. En un dado momento me pareció escuchar a Roberta exclamar caliente y lujuriosa:
—¡Ay, Jesús Santito! … ¡Ay, Dios! … ¡Que puta que soy! …
Preocupada, rápidamente eché un vistazo y vi que Andrés estaba pegado a su clítoris, sus labios se habían cerrado sobre el montículo de mi hija y succionaba dando certeros lengüetazos a su botoncito de placer. Sin duda que su lengua la torturaba haciendo cosas que estaban fuera de nuestra vista, sé por experiencia propia que él es demasiado bueno en eso. Roberta había dejado de chupar a su padre y parecía concentrada en disfrutar lo que le estaba sucediendo a su coño.
Dejé de chupar a Andrés y me coloqué arrodillada detrás del culo de mi hija; tomé sus nalgas en mis manos y comencé a besar su suave y delicada piel. Debo admitir que me encanta besar un culo, especialmente el de una mujer, firme, pero suave, sedoso y terso a la vez. Roberta gimió cuando le abrí los cachetes y comencé a lamer más cerca de su engurruñado ano. Mis tetas pendían y rozaban los vellos pectorales de Andrés. Mi lengua se acercó cada vez más a su estrellita estrecha y finalmente lamí su orificio del culo, escuché los audibles jadeos y gemidos de mi hija. Mi barbilla casi se juntaba con la barbilla de Andrés. Mojé lamiendo todo el agujerito trasero de mi hija y luego estiré sus glúteos para penetrarla con la puntita de mi lengua. Andrés estaba tan entusiasmado como yo lamiendo y chupando el clítoris de ella. Sentí que mi hija se estremecía, vi las contracciones de su culo que se abría y se cerraba, entonces ella gritó:
—¡Santos sacramentos! … ¡Me estoy corriendo! … ¡Mami, papi … me corrooo! …
Ella chillo fuertemente, Andrés y yo continuamos a lamerla aún con mayor ahínco y ella siguió gritando:
—¡Ay, Dios! … ¡Ay, Dios! … ¡Ay, Dios! …
Su vientre se hundió con convulsiones varias. Sus hombros se movieron. Nosotros seguimos lamiéndola y ella continuaba a correrse. Diría que su orgasmo duró unos cuarenta y cinco segundos, no lo sé con exactitud, pero fue muy extenso. Finalmente, sus muslos dejaron de temblar y cayó relajada sobre la cama. Yo también me dejé caer de espalda y con mis piernas abiertas, con desesperación supliqué:
—Por favor … que alguien folle mi coño …
Estaba tan caliente y mojada que necesitaba rápidamente una polla en mi concha. Juan Alberto no se había corrido y premurosamente se colocó entre mis piernas:
—Déjame ayudarte, cariño …
Segundos después la enorme y poderosa polla de mi marido me estaba embistiendo profundamente, su familiar y conocida verga ensanchó mi coño haciéndome tiritar de placer, lo amarré con piernas y brazos, empujando con mis talones su entera y dura polla dentro de mí. Levanté y empujé mi pelvis hacia arriba follando la polla que me penetraba extremadamente dentro, acerque mi rostro al cuello de mi marido y le rogué:
—¡Fóllame, amor! … ¡Fóllame fuerte! … ¡Dámelo todo, Juan Alberto! …
Vislumbré que Andrés se había deslizado al lado de Roberta y estaba masajeando los pezones de mi hija. Pero las sensaciones que me estaba procurando la polla de mi marido eran tan intensas que mis ojos involuntariamente se cerraron para gozar el momento. Y grité apretándome a mí marido:
—¡Fóllame, Juan Alberto! … ¡Fóllame con tu bendita y dura polla! … ¡Me encanta cuando me follas así fuerte! … ¡Haz que me corra! … ¡Hazme acabar con tu dura polla! …
Gemí y jadeé por un rato, luego volví a incitar a mi marido:
—¡Oh, Jesús! … ¡Ssiii! … ¡Ssiii! … ¡Fóllame duro, cariño! …
Respiré con dificultad y hablé mucho durante el sexo; Juan Alberto no dijo nada como usualmente lo hace. Ya no me importaba que mi hija estuviera involucrada con nuestros juegos, lo importante es que ella se sintiera bien y lo disfrutara al igual que nosotros. Repentinamente la voz ronca de Juan Alberto me hizo aterrizar:
—¡Bebé … me voy a correr! … ¡Estoy tan cerca! …
—¿Te vas a correr? … ¿Tan rápido? …
Metí mi mano entre nuestros cuerpos y comencé a masturbar mi clítoris; mi hija me observaba con sus ojos bien abiertos; froté enérgicamente mi enfebrecido clítoris, pero no estaba ni cerca de correrme, en eso Juan Alberto lanzó un gruñido y gritó:
—¡Santo Carajo! … ¡Me estoy corriendo! …
Sentí las pulsaciones de su pene y el cálido semen chorreando dentro de mí. Apreté los músculos de mi coño todo lo que pude para acrecentar la fricción, lo sentí llenarme. ¡Yo necesitaba llegar a mi clímax, pero no estaba sucediendo eso!
—¡Oh, mami! … ¡Eso estuvo realmente caliente! …
Dijo Roberta con sus sonrojadas mejillas y sus ojos lucientes.
—¡Hazte a un lado, Juan Alberto! … ¡Déjame follar a tu mujer! …
Dijo Andrés, mi marido sacó su pene flácido y unos segundos después una nueva polla estaba penetrando mi chocho, dura y tiesa. Recién había comenzado a follarme la polla de Andrés cuando escuché a mi hija:
—¡Mastúrbate, mami! … ¡Mastúrbate! … ¡Como cuando estaba follándote papá! …
La miré con dulzura a mi bebita, extendí mi brazo hacia ella y le dije:
—¡Bésame, cariño! …
Roberta se inclinó, pero antes de besarme tomó mi mano y la empujó hacia mi monte de venus. Ambas sentimos la enorme polla de Andrés entrando y saliendo de mi panocha, colocó mi mano sobre mi clítoris y me incitó a sobajear mi botoncito, luego la soltó. Pasó su lengua sobre mi abdomen y subió hasta alcanzar mi pezón que estaba tan duro como la pija de Andrés. Me encantó la sensación de los labios de mi hija en mis pechos, siguió deslizándose hacia arriba, besó mi cuello y finalmente su boca se posó sobre mis labios. La polla de Andrés se sentía bien, pero besar a mi hija era mucho mejor. A un cierto punto Roberta empujó a Andrés, su polla salió bruscamente de mi panocha y gemí desalentada. Enseguida se arrodilló entre mis piernas, haciéndose hacia adelante para que sus labios alcanzaran los míos. Nuestras lenguas se enredaron; nos besamos cada vez con más avidez. Roberta me chupó el labio superior y yo hice lo mismo con ella. Los chicos al parecer se divertían observándonos, pero de pronto Roberta exclamó sorprendida:
—¡Oh, Jesús mío! …
Miré a Juan Alberto y él estaba entretenido a acariciar su polla, entonces pensé que Andrés había hecho algo a Roberta. No me agradaba mucho que él se follara a nuestra hija, mis manos estaban acariciando su espalda y su trasero, no sabía que pensar. Roberta se encargo de ponerme con los pies por tierra otra vez:
—¡Mmmmm! … ¡Mmmmm! …
Bajé la mano por los redondeados glúteos de mi hija y sentí la polla de Andrés dentro de su coño. Bueno, eso sería todo, justo como me lo había figurado, pensé. Mi hija era una puta loca por el sexo, pero ya no importaba, era como yo y la amaba profundamente por eso. Ella se enderezó un poco y pareció perderse en su propia lujuria. Dejó de besarme, aunque sus labios estaban a centímetros de los míos. Tenía los ojos cerrados y al parecer disfrutaba al ser follada por Andrés. Era algo digno de ver. Mi hija follada por nuestro amigo de correrías y cachondeos. Movía su pecho, pero sus tetas no temblaban ni un milímetro, durísimas y tensas. Tenía una sonrisa de beata felicidad en su rostro y de tanto en tanto mordía su labio inferior gimiendo. Extendí mi mano para jugar con sus solidad tetas:
—¡Te estás divirtiendo, cariño! …
Pregunté y ella gruño algo en respuesta. Estiré mi brazo a la convergencia de sus piernas y encontré su cálida humedad, froté los mojados pliegues de su clítoris; y volví a preguntar:
—¿Se siente bien eso, tesoro? …
Roberta gimió audiblemente, lo que tomé como una respuesta positiva. Continué frotándola, sintiendo la polla de Andrés que entraba y salía de su estrecha panocha. Ella se puso más rígida, su cuerpo se tensó y comenzó a decir:
—¡Oh, sí! … ¡Oh, sí! … ¡Oh, sí! … ¡Oh, sí! … ¡Hmmmm! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Aaaahhhh! …
Sus ojos se abrieron de golpe y gruño junto a varios chillidos. Seguí acariciando sus pliegues y sentí que su estómago se endurecía, su cuerpo entero temblaba. Mí niña estaba teniendo otro potentísimo orgasmo. Andrés se percató y comenzó a follarla con mayor ímpetu; pienso que él quería correrse junto a ella, pero escuchamos a Robert gritar un:
—¡Huumummm, nooo! …
Su cuerpo se relajó y cayó rendida sobre mí. No quería parecer insensible, pero delicadamente la hice deslizar a mi lado y llamé la atención de Andrés que todavía no se corría:
—¡Ven, Andrés! … ¡Tómame! … ¡Dame tu polla! …
No dudó ni un instante, rápidamente se coló entre mis piernas y enterró su polla profundamente en mí. Comenzó a bombear mi coño dentro y fuera con un rápido ritmo. Se sentía el golpe de su pelvis contra la mía y el chapoteo de mis fluidos. Me había follado solo unos pocos instantes y mi cuerpo se estremeció, mis piernas se entiesaron y mis piececitos se encorvaron. Apreté los músculos de mi coño con fuerza. Sentí que me embestía con mucha fuerza y gruño mientras se corría en mí. No grite ni nada, pero fue simplemente delicioso. Sentí que su semen me llenaba y me hacía flotar totalmente ingrávida; mareada y ebria de lujuria. Las sensaciones iban y venían a través de mí cuerpo. Me masturbe para prolongar y continuar con mi orgasmo por muchos segundos más. Hasta mucho después que Andrés dejó de eyacular en mí.
Nos quedamos todos acostados exhaustos sobre la inmensa cama matrimonial, Juan Alberto estaba soñoliento a los pies, me acomodé en medio a Andrés y a Roberta, tomé sus manos y cuando me sentí un poco más recuperada, pregunté:
—¿Quién está listo para volver a hacerlo otra vez? …
Pero nadie me respondió …
(Continuará …)
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