Roberta V.
—¡No te detengas, papi! … ¡Fóllame! … ¡Fóllame fuerte y córrete dentro de mí! ….
Había sido simplemente magnifico introducir a mi hija al sexo de grupo. Sin duda esto nos había hecho unir más como familia; ya no había nada que ocultarle y ella había disfrutado follando con su padre y nuestro amigo de aventuras.
Esa mañana volvía del supermercado y encontré la puerta de la habitación de Roberta mal cerrada, había ruidos al interior. Juan Alberto estaba desnudo sobre la cama de ella y mi hija estaba arrodillada entre sus piernas, con sus largos y lisos cabellos cubriendo el vientre de él, no se lograba ver bien lo que estaba haciendo, pero su cabeza que subía y bajaba era signo evidente que estaba mamando la polla de su padre. Él estaba completamente desnudo y Roberta había conservado su tanga blanca. Hizo un movimiento de su cabeza y con una mano corrió sus cabellos hacia un costado. Ahora la visión era clara, su mano aferraba la polla gruesa y larga de él, mientras con sus labios le daba besitos sobre la cabezona verga de Juan Alberto. Era un momento sublime ver a mi hija de dieciséis años chupar fervorosamente la enorme verga de su padre. Sus cabellos volvieron a caer sobre el vientre de él y su accionar quedo oculta a mis ojos.
Sus cabellos castaño claro tenían ese aspecto brillante y juvenil de una chica de su edad. Juan Alberto gemía feliz recibiendo la atención oral de su hija, sentí una punzada de celos y unas cosquillas en mis estómago, pero no duró nada, ya los había visto hacer eso otras muchas veces. Roberta se estaba convirtiendo en una avezada chupadora de pollas, aparte de ser una bella chica. La habíamos involucrado en nuestros juegos sexuales y ahora ella compartía su padre conmigo. En estos momentos yo no era nada más que una mirona que los espiaba. Una madre observadora que miraba orgullosa a su hija satisfacer a su padre.
No sé qué tan avanzados estaban, pero no me parecía que Juan Alberto estuviese por correrse. Pensé en todas las mamadas que yo le había hecho a mi marido y me pareció que estaba demasiado calmo, normalmente cuando él se venía lo hacía con movimientos frenéticos de sus caderas y chorreaba mi boca. A veces la cantidad de semen era exigua y yo asumía de que había estado masturbándose con anterioridad, pero a veces me sorprendía placenteramente cuando su esperma brotaba de su polla en forma potente y abundante cual si fuese una manguera extinguiendo un fuego. No sé si a todas les gusta así, pero yo prefiero esas poderosas ráfagas de semen llenando toda mi boca, dejándome un sabrosito y delicioso sabor que permanece por horas en mis papilas gustativas.
Me importaba un rábano si me dejaba cubierta de leche, muchas veces mojaba mis cabellos, rociaba mi rostro y mis tetas, yo espalmaba su semen sobre mi tersa piel como si fuera una crema de belleza, me gustaba sentir en mi tez el aroma de la leche de mi marido y mi piel parecía rejuvenecer con esa lactosa crema cosmética de los cojones de mi esposo.
Viendo a mi hija aumentar el movimiento de su cabeza, volvió a mi mente el sabor inconfundible de su polla resbaladiza por mi saliva. Su pene era duro, pero afelpado y delicado a la vez, como se supone que deber ser una magnifica polla como la de él. Me hacía pensar a cuando niña me chupaba un dedo, pero la pija de Juan Alberto tenía un sabor almizclado y rezumaba un espeso semen.
Ahora la mano de Roberta se había ahuecado para acariciar sus bolas, engulló toda la pija de Juan Alberto y éste gimió levantando sus caderas. Ciertamente una chica de dieciséis años ya sabía lo delicadas que son las pelotas de un hombre. Por eso ella las mantenía en su mano sopesándolas, quizás tratando de adivinar que tan llenitas de leche estaban. Sus labios se deslizaron hacia arriba por toda la longitud del pene de él y luego volvieron a descender. Parecía no estar chupándolo muy fuerte, pero Juan Alberto volvió a gemir y alzar sus caderas, no había duda alguna de que se estaba divirtiendo.
Otra vez vinieron a mi mente esos maravillosos momentos con mi marido cuando yo le chupaba la verga, quizás yo lo hacía más fuerte que Roberta y cuando estaba a punto de correrse, cerraba mis labios fuertemente alrededor de su polla, la apretaba con mi mano para masturbarlo, y dejaba de chupar, luego soltaba mi mano y los chorros de semen entraban potentes en mi boca y lo dejaba salir entre mis labios descendiendo y bañando toda su polla. Cuando hacía esto él sabía que no me estaba tragando su semen, pero no decía nada. Siempre elogiaba mi forma de chupárselo, no importaba si me tragaba o no su esperma caliente, sin embargo, generalmente no me dejaba escapar ni un sola gota de su sabroso néctar masculino. Juan Alberto era un poco un misterio para mí, siempre tenía cariñosas palabras para mí y me dejaba hacer lo que yo quisiera hacer.
Las palabras de mi marido me sacaron de mis cachondos pensamientos.
—Ponte de espalda, cariño …
Le dijo a Roberta y la chiquilla se dejo caer hacia adelante encima de él con sus duras tetas aplastadas contra el pecho de su padre y lo besó apasionadamente en los labios. La piel de ella brillaba con una ligera capa de sudor, luciendo hermosa e impecable en su juventud. Luego rodó sobre su espalda justo al borde de la cama; Juan Alberto aferró sus piernas y la tiró hacia el centro del lecho y se colocó entre las piernas de ella. Se encorvó a besar los duros pezones de la chicuela, primero uno y luego el otro. Su polla brillaba muy dura casi tocando el coño estrecho de la chica, parsimoniosamente lamió las tetas de ella. Roberta boca arriba parecía no tener senos, pero yo que compraba sus sostenes sabía que tenía una hermosa copa B. Había una gota de semen en la punta de la polla de Juan Alberto y parecía ya pronto a follar a su hija. Roberta debe haber saboreado muchas de esas gotas mientras le chupaba la pija, pensé. Ahora esa polla se paseaba de un lado a otro amenazando con penetrar el estrecho agujero rosado. Pero él tenía otras ideas por su cabeza; su lengua se fue de a poco desplazando hacia abajo, dejando un rastro salivoso sobre el vientre de ella, hasta alcanzar los hinchados labios del coño de su hija. Sostuvo sus muslos con ambas manos y hundió su cabeza entre sus piernas, Roberta chilló y comenzó a menear desesperadamente sus caderas. Juan Alberto había atrapado su clítoris entre sus labios y chupaba sediento el jugoso afluente del coño caliente de ella. El culo de Roberta saltó hacia arriba, pero Juan Alberto no la soltó, parecía que su boca estaba pegada al coño de ella, mi hija chillaba con su cabeza caída hacia atrás y trataba de respirar con afano. Los ojos de él estaban abiertos observando cada movimiento y salto de ella, pero sus manos aferraban firmemente los muslos de ella manteniéndolos separados mientras su boca continuaba a devorar su panocha.
“Relájate, bebé … se una buena chica … no te corras demasiado pronto, ¿eh?” Al menos eso es lo que me había dicho a mí en una ocasión parecida, pero esta vez no dijo absolutamente nada a su hija, continuó a chuparle su chocho, aunque si ella chillaba y se revolcaba en la cama como una loca. Ahora estaba más que segura de que la iba a follar, pues es lo mismo que hacía conmigo. Le soltó unos de sus torneados muslos e insertó un dedo en su apretada vagina. Estaba sondeando cuan mojada estaba ella, y si estaba lista para su gruesa polla. Realmente no vi lo que estaba haciendo, todo parecía muy rápido, pero su comportamiento era fácil de adivinar. Viendo a mi hija desesperada y perdida en la lujuria con su padre, un cosquilleo se hizo intenso entre mis piernas. Me subí la falda y me baje las bragas hasta mis rodillas, con la palma de mi mano masajeé la rajita de mi caliente conchita, mi clítoris pareció despertar de golpe, la humedad se estaba acrecentando.
Penetré mi coño con dos dedos hasta los segundos nudillos, los curvé ligeramente pensando en tocar mi punto “G”. Cualquiera podría pensar, “Esta ya tiene cuarenta años y se debería conocer su chocho al revés y al derecho”, pero para mí no es así. De seguro mis dedos dentro de mi coño se sentían bien, pero prefería moverlos dentro sin cuidarme de si iban a mí punto “G” o no. Por cierto, no había nada mejor que frotar directamente mi clítoris. Pero menear mis dedos dentro de mi coño mojado, era como encender una cerilla y buscar la mecha del explosivo mayor que me hiciera explotar en un poderoso orgasmo. Poco a poco fui encendiendo un chisporroteo, pero nada que se asemejara a una explosión; de todos modos, mis dedos se sentían de maravillas dentro de mi coño famélico de una gorda polla.
Pensando y satisfaciéndome a mí misma me había distraído de lo que estaba haciendo mi marido y mi hija, pero la cabeza de él seguía perdida entre los muslos de ella. Se movía en largas pasadas hacia arriba y hacia abajo, seguramente él trataba de lamer en una sola pasada su culo, su panocha y su clítoris. Juan Alberto era un ducho lamedor y su técnica insuperable, lo hacía normalmente a mí y era capaz de hacer que me corriera como una loca en breve tiempo, no podría decir que era lo mejor de él, pero sin duda sabía como hacer gozar a una mujer.
Sintiendo los sorbetes al delicioso coño de Roberta, escuché las suplicas de mi hija:
—¡Oh, papi! … ¡Se siente tan rico lo que me haces! … ¡Pero quiero que me folles! … ¡Fóllame por favor, papá! …
—Está bien, nenita … Papá está aquí para complacerte …
—¡Sí, papi! … ¡Necesito sentirte dentro de mí! …
Ella lo agarró del cabello y suavemente lo jaló hacia arriba; él se enderezó de entre sus piernas, noté que su polla estaba un tanto blandengue, pero se endureció en forma instantánea cuando su engrosado glande tocó el monte de venus de Roberta, rozó su coño bañado y brillante con la saliva de él. Contuve la respiración cuando apoyó su cabezona polla entre los labios de ella, parecía imposible que esa enorme polla entrara en ese cartuchón agujerito, pero madre natura dotó a las mujeres de vaginas elásticas y mi hija era una exuberante mujer y su chocho se estiró y el enorme pene de su padre comenzó a hundirse en ella que no hacía más que gemir, abrir al máximo sus piernas y aceptar la dulce penetración de la polla de su padre.
Pensé a las pollas humanas que habían penetrado mi conchita los últimos cinco años. La más grande fue la del marido de una pareja colombiana que conocimos en nuestras vacaciones a Barranquilla; tan gruesa como una lata de cerveza y probablemente de unos veinticinco centímetros, cuando tocó el fondo de mi coño me dolió, pero al mismo tiempo me dio un exquisito placer. Por varios días pensé que el pene de Juan Alberto se había achicado.
Recordando los deliciosos momentos en que me follaron otros hombres, mi coño se convirtió en una laguna y cálidos jugos comenzaron a escurrir por mis muslos. Ahora veía como Juan Alberto había hecho desaparecer su larga y gruesa polla en la panocha de Roberta. Ella lo mantenía abrazado, había doblado y levantado sus piernas hacia arriba y podía apreciar los movimientos ocasionales de su pelvis acomodando la gigantesca pija de su padre.
Ahora Juan Alberto comenzaba a follarla, veía su culo levantarse y empujar su polla dentro de su hija y Roberta no cesaba de gemir y apretujarse estrechamente a él, se notaba que ambos lo estaban disfrutando. Decidí quitarme los calzones y esconderlos entre mis tetas. Me encantaba masturbarme mirando a una pareja tener sexo duro y mi marido había comenzado a embestir enérgicamente el coño de mi hija que comenzaba a agitarse bajo de él y a chillar, sus piernas habían rodeado el cuerpo de él y con sus talones presionaba las nalgas de su padre para que la penetrara más profundamente.
—¡Oh, papi! … ¡Me gusta tanto tu polla! … ¡Dámela más fuerte! … ¡Métemela, papi! … ¡Dame toda tu bendita polla! … ¡Ooohhh, ssiii! …
No podía ver claramente lo que estaba sucediendo, solo podía observar el culo de Juan Alberto que subía y bajaba entre los muslos de ella, también podía ver sus peludas bolas. Roberta hablaba y le pedía más y más, me di cuenta de que ella era mucho más parlanchina que yo durante el sexo, Juan Alberto solo gruñía y gemía, no decía nada, pero eso era normal en él. Mis dedos se deslizaron hacia arriba y hacia abajo sobre mi clítoris rápidamente mientras escuchaba a mi hija decir:
—¡Oh, Dios! … Te gusta follar el estrecho coño de tu hija, ¿verdad? … se siente tan bien tu estupenda pija en mi coñito caliente, papi … está caliente y mojado para ti, papá …
Escuchando la cándida, suave y erótica voz de mi hija entre gemidos de lujuria, hizo que me comenzara a masturbar más rápido. Me excitaba verla y escucharla de esa manera, no la vi así antes. Me encantaba que me hija disfrutara al ser follada por su padre. Si, es verdad, me sentí un poquito celosa, pero no podía enojarme con ella, yo también disfrutaba de esa pija que la estaba penetrando profundamente, cuando mi marido follaba espléndidamente mi coño. Vi el trasero de Juan Alberto que había cambiado sus movimientos, ahora restregaba su pubis sobre el monte de venus de mi hija, hacia adelante y hacia atrás; las piernas de Roberta se habían hecho un poco para atrás y ofrecía toda su vagina abierta al roce con la polla de su padre que estaba enterrada profundamente en su panocha.
—¡Sí, papito! … ¡Así como lo estás haciendo! … ¡Estás arañando mi clítoris! … ¡Guau, se siente increíble, papá! …
Juan Alberto se había deslizado hacia arriba, su pecho estaba al nivel de sus hombros y continuaba a refregar su polla en el coño de ella. No lo estaba metiendo y sacándolo, estaba en un movimiento largo y cadencioso de atrás y adelante, su trasero apenas parecía moverse, pero su pubis hacía círculos sobre la conchita de Roberta.
Era como si su polla estuviese moliendo las patatas para hacer un pure, por lo menos eso me pareció a mí cuando me lo hizo la última vez y lo encontré fabuloso, ahora era mi hija a disfrutar de las pericias de mi marido, lo que me enfadó un poco es que a mí me lo hizo por menos de un minuto y ahora se lo estaba haciendo a Roberta casi sin descanso ni intenciones de detenerse. Mientras él se mantenía en lo alto de su cuerpo, las piernas de ella estaban empujadas hacia atrás, de modo que ahora podía ver claramente su pequeño coño adolescente apretado alrededor de la gruesa polla de Juan Alberto. Veía los movimientos de su pija, ya no bombeaba, sino que se frotaba contra su monte de venus. La visión era sin igual, la dura polla de mi marido apretada y atrapada dentro del coño ajustado de Roberta. Repentinamente él volvió a moverse hacia arriba y hacia abajo, pero ahora las rodillas de Roberta estaban cerca de sus hombros. La polla de mi marido entraba y salía arrastrando los pliegues rosados y estrechos de la vagina de ella. Me pareció una hermosa follada entre padre e hija.
Mis dedos estaban tan mojados que saqué mi calzón de entre mis tetas y los sequé, también pasé la prenda por sobre mi panocha y alrededor de mis muslos. Podía escuchar el sonido del chapoteo de mis dedos moviéndose frenéticos dentro de mi encharcada vagina, acaricié mi clítoris, me acercaba al borde del orgasmo. Me preguntaba si también Roberta sería como yo en esto; para mí era difícil correrme simplemente mientras me follaba, generalmente debía estimular mi clítoris con mis dedos o Juan Alberto debía hacerme algo más para hacer que me corriera, normalmente me comía el coño hasta hacerme estremecer de pies a cabeza con sus lamidas y chupadas. Tengo que aclarar eso sí, que ser follada por el pene de mi marido siempre lo sentí de maravillas.
—¡Córrete dentro de mí, papá! … ¡Quiero que dispares dentro de mi coño! … Bueno … ¡Haz lo que quieras! … ¡Córrete donde quieras, papi! …
Me llamaron la atención estas palabras de Roberta, ¿De donde diablos habrá sacado eso? “córrete donde quieras, papi”; quizás lo pensó espontáneamente ella misma; pero era una forma de expresarse de una adulta: “Córrete donde quieras” se lo dije por primera vez a Juan Alberto después de varios años de casados. Follábamos casi todos los días, estábamos haciéndolo en la posición del misionero, como normalmente solíamos hacerlo, repentinamente me dieron deseos de ver como se corría mi marido, normalmente no se masturbaba frente a mí en esa época. Yo tampoco había visto de cerca como se corría un hombre, cosa que me intrigaba y que quería ver, sentí que estaba muy cerca de correrse y le dije, “Córrete donde quieras”, con la intención de ver las gruesas venas de semen blanco explotar fuera de su polla. Quería ver volar por los aires la esperma de Juan Alberto. Él me estaba follando y aunque si casi nunca hablaba durante el coito, esa vez me respondió “Me encanta correrme en tu coño, cariño” y exactamente eso fue lo que hizo segundos después. Me sentí muy decepcionada y por eso nunca olvide ese momento. Días más tarde otra vez follábamos, cuanto sentí que estaba por correrse, me vino a la mente y otra vez le pedí “Córrete donde quieras, bebé” y él lo hizo, sacó su pene de mi coño, comenzó a masturbarse frente a mí, apuntaba su polla dura y mojada hacia mí, su mano sacudía su sexo enérgicamente, no sé si pensaba a algo mientras lo hacía, pero estaba con los ojos cerrados, tal vez lo hacía pensando a mí o a mi coño, pero no era eso lo que me importaba. Lo importante par mí era verlo mientras se corría. Deslicé mi mano hacia abajo a mi coño y comencé a masturbarme, aún cuando él tenía los ojos cerrados yo lo miraba hacia sus ojos. Tampoco pensaba a él mientras me masturbaba, curiosamente, generalmente yo pensaba a sexo con una o más mujeres. Mi boca en un coño. Mi coño frotándose con otro coño. Besos en labios femeninos. Aplastar mis tetas sobre otras tetas. Lamer un coño jugoso. Todo eso mientras acariciaba mi clítoris con mis dedos, rara vez con un vibrador, a menudo solo con mis dedos y a veces me agarraba el coño con toda la mano y lo restregaba, mientras mis fantasías desfilaban ante mis ojos. Me masturbé junto a Juan Alberto por casi un minuto cuando lo escuché gruñir audiblemente, arqueó su espalda y echó su pelvis hacia adelante, luego eyaculó un largo y grueso chorro que casi golpea mi barbilla. Para cuando termino de eyacular, mis dos tetas estaban cubiertas de semen y había gotitas colgando de mis pezones, también había salpicado mi brazo. Fue realmente encantador. La siguiente vez que dije eso unas semanas después, él se corrió en mi cara. Jamás le pregunté porque hizo eso y no estaba del todo segura de que me gustara, pero lo vi tan contento y satisfecho de haberlo hecho, que finalmente no me importó, ¿Lo habrá visto en algún video porno? No sentí que era algo degradante, sentí como que yo era de su propiedad, me sentí halagada de ser su mujer. Quizás disfrutó cuando yo me lamí los labios y saboree su semen. Otras veces lo besé con mis labios bañados en su semen y él lamió su propio semen desde mis mejillas. Entonces sospeché que mi marido tenía aptitudes bisexuales.
Juan Alberto seguía follando a Roberta. No se había salido de ella ni tampoco se había corrido en su coño. Todavía podía apreciar su polla bombeando su coño arriba y abajo, y de un lado al otro. ¡Dios, qué vista más hermosa! Estuve a punto de correrme, pero preferí subir mi mano y pellizcar mis pezones por sobre mi blusa, por un instante cerré los ojos y escuché a Roberta:
—¡Sí, papá! … ¡Ssiii! … ¡Ssiii! … ¡Ssiii! …
Pensé que Roberta se estaba corriendo en la polla de su padre, eso es lo que me pareció. Sus piernas se movían como locas, abriéndose y juntándose. Juan Alberto en medio a ellas, él gimió y la folló mucho más fuerte y rápido. Roberta gruñó y chilló. Nunca antes la escuche gritar así. Ella se detuvo haciendo ruidos y vocablos ininteligibles, sus manos se fueron sobre el trasero de su padre y lo tiro hacia ella y su coño. Otra vez estuve al borde del orgasmo. Podía sentir que la presión aumentaba, mi vientre se hundió, mis muslos cálidos se calentaron aún más, mi barriga cosquilleaba. Es curioso, en un momento una se siente placenteramente excitada, estimulada sexualmente, el cuerpo entero vibra, los pezones se endurecen y pulsan. Es como cuando uno pone una olla con agua a calentar, en momentos la superficie esta clara y tranquila y, un segundo después comienza a burbujear y luego hierve fuera de control. Esa era yo de pie en la puerta del dormitorio de Roberta. La escuché que ella se corría y yo me vine descontroladamente. Mis dedos aplastaron mi clítoris y mis piernas apretaron mi mano casi cruzándose. Abrí mis ojos como platos, pero no veía absolutamente nada, excepto una nube multicolor que me envolvía por entero. Fue un orgasmo grandioso.
Juan Alberto dejó de follar a su hija y se giró a mirarme, Roberta sacó su cabeza de entre los brazos de su padre y también me fijó con sus ojos ensoñadores. Creo que debí haber gritado o haber hecho mucho ruido, pero ya nada importaba, me sentí muy relajada, caminé hacia la cama y me senté en ella. La polla de mi marido todavía estaba dentro del coño de mi pequeña. Roberta todavía mirándome dijo desesperada:
—¡No te detengas, papi! … ¡Fóllame! … ¡Fóllame fuerte y córrete dentro de mí! …
¡Que malcriada esta pergenia!, pensé. Decir eso mientras mira a su madre. Supuse que ella había renunciado a que su padre se corriera donde quisiera. O tal vez la idea de tener a su padre corriéndose dentro de ella con su madre allí mismo, la hizo calentarse más. Pero lo más probable es que Juan Alberto quisiera correrse en su joven coño apretado.
Me giré media recostada a su lado, me incliné hacia ella y le dije:
—¡Bésame, cariño! …
Sentí su mano detrás de mi nuca y me tiró hacia sus labios, pero solo me rozó con sus labios, pasó su suave y pequeña lengua por ellos y lamió mi cara, cosa que terminó por calentarme y mi mente se llenó de lujuriosos pensamientos con ella. Me subyugaba el sabor de los labios de mi hija, nuestras boca abiertas se juntaron y se cerraron como si una quisiera devorar a la otra, nuestras lenguas se unieron y mezclaron. Lamí sus labios suavemente; Juan Alberto la folló más fuerte, tan fuerte que sentí el tierno cuerpo de mi nenita temblar de pasión cada vez que su padre enterraba su polla paterna profundamente en ella. Seguramente el vernos a mi y a mi hija besándonos apasionadamente, tuvo una cierta incidencia en el aumento de la calentura de Juan Alberto. Sus dos mujeres favoritas estaban saboreando sus respectivas bocas con lascivia y pasión.
Mi hija temblaba, pero me devolvió el beso con persistente pasión. Presioné fuerte sus labios y luego fui disminuyendo la intensidad; mordisqueé suavemente su boca y deslicé una mano sobre sus turgentes y duros pechos. Jugué con su lengua y ella trato de atrapar la mía. Sin duda que los labios de mi hija eran únicos, tiernos y regordetes en su deliciosa boca jugosa. También la mano de Roberta se colocó sobre mis senos, suavemente se deslizó sobre mi vientre y prontamente se apoderó de la lechosa humedad de mi concha. Abrí un poco mis piernas para facilitar que sus dedos me penetraran y se deslizaron deliciosamente dentro de mí. Roberta gimió audiblemente, creo que fue más por nuestras caricias que por la polla de su padre.
Ciertamente yo estaba aventajada y mi posición era la mejor, Roberta estaba atrapada bajo el torso de su padre que taladraba su panocha estrecha como un poseído. Besé su cuello y jugueteé mordisqueando su oreja. Luego volvería a su boca por más deliciosos y suculentos besos, pero no pude, Juan Alberto la estaba follando todavía con mucha fuerza. Escuché los sonidos que él estaba haciendo e inmediatamente supe que estaba por correrse dentro del coño de su propia hija; y así fue, emitió varios gruñidos, sentí el estremecimiento de su cuerpo y me giré a mirar como hundía enérgicamente su polla en el coñito de Roberta. Vi el movimiento de sus caderas y los convulsivos espasmos al descargar sus chorros de semen dentro de ella. Por suerte no había nada de qué preocuparse, ya qué Juan Alberto se había sometido a una vasectomía hace algunos años y no había ningún riesgo de que pudiese preñar a nuestra hija. En tanto él vaciaba su cojones en ella, Roberta gimió diciendo:
—¡Oh, papá! …
Se había dibujado una sonrisa de felicidad en su rostro y parecía totalmente satisfecha y en paz. Pero yo sentí celos al verla con la polla de mi marido profundamente en su chocho y ella moviendo sus caderas para sobajear y ordeñar la enorme pija de Juan Alberto que colmaba su chuchita de esperma.
Algo dentro de mí me hizo enfadar. Normalmente gozamos de un matrimonio bastante bien llevado y feliz, conozco muy bien a mi esposo. Pero la cantidad de tiempo que estuvo follando a Roberta en vez de haberme follado a mí me hizo reflexionar en forma celosa. Al parecer el coño juvenil y apretado de ella lo atrae más que mi recorrida vagina. Está más que claro que Roberta con sus dieciséis años corre con ventaja. Además, es una chica encantadora con su cabellos castaños recogidos en una cola de caballo; su piel es brillante y suave; sus tetas son aún más pequeñas que las mías, pero muy duras, firmes y continúan a crecer. En realidad, es un bombón. Desearía que Juan Alberto no la follara tan a menudo; actualmente él la folla al menos dos veces a la semana, lo que significa que yo me quedo dos veces sin ser follada. Ciertamente él me ayuda a masturbarme y se come mi coño con vehemencia todas las veces, pero no es lo mismo su lengua y sus dedos en comparación a cuando llena mi vagina con su enorme pene. Lo vuelvo a mirar y todavía no saca su polla de adentro del ajustado coño de su hija, me estoy enojando otra vez, pero no con Roberta, solo con Juan Alberto. Pensé que debía hacer algo al respecto.
(Continuará …)
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!
Muy buenos y excelentes tus cinco escritos. Muy bien redactados y buenas descripciones. Por favor continúa.