Rompeme en pedazos 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ViejitoMalo.
Rompeme en pedazos
Capítulo 1
Adriana
Entraste al dormitorio con la mirada torva, y la respiración agitada. Una fina capa de sudor cubría tu cuerpo después de tu ejercicio matinal. Te estaba esperando, recién maquillada, en una postura quizá algo cinematográfica, apoyando mi cola en el borde de la cómoda, y mis brazos hacia atrás, proyectando ligeramente mi pecho hacia adelante, en el que se podía ver con claridad cómo se proyectaban pezones.
La erección que te llevaste a correr con vos está ahí todavía, brutal dentro de tu pantalón corto, demostrando que estabas tan caliente como yo misma.
¡Qué ganas de dejar todo el show de lado, y tirarme a tus brazos al grito de “cogeme, macho”! En lugar de eso, me di vuelta con lentitud quedando de frente al espejo, con mi cabeza gacha.
Me abrazaste por la espalda, de frente a la pared espejada de nuestro dormitorio, mirándome en él fijamente, mientras me hacías sentir con suaves roces en el culo el tamaño y la dureza de tu verga. Miré tu reflejo frente a mí, y mientras la emoción me provocaba ligeros temblores, no pude menos que sentirme empequeñecida. Me sacabas más de veinte centímetros de altura, y eras ancho, fuerte y musculoso… Un hermoso ejemplar de macho. Fuerte y maduro, pero joven en tus apenas treinta y cinco… y encima, caliente. Deslizaste tu mano en mi escote hasta llegar a mi pecho, que estrujaste con rudeza, mientras llevabas tus dedos a mi pezón, parado desde hacía rato, y entre mis suaves gemidos lo estiraste, apretándolo.
Mi cuello estaba ofrecido a vos, para que en él alternaras tus lamidas, tus suaves mordiscos y tus besos, haciendo que se me pusiera la piel de gallina. Acercaste tu boca a mi oído derecho, y rozándome con tus labios preguntaste, mirándonos en el espejo.
-¿Me vas a dar el gusto, entonces?
-Tratándome así, es imposible decirte que no.
Reanudaste tus mordiscos, ahora un poco más fuertes y en el otro lado de mi cuello.
-Vos ya sabés: si no querés me lo decís y listo… Lo dejamos para otra vez que estés más segura… No pasa nada cielo.
-Nunca en mi vida estuve más segura de algo… Yo te elegí a vos para que seas el primero, Roque. Yo te prefiero, y si de mí depende, deseo que seas el único que vaya a entrar por ahí… Además, con esto que tenés acá -dije, bajando mi mano por atrás hasta ponerla en tu bragueta, y apretar con suavidad tu pija -yo sé que lo que me vas a hacer va a ser inolvidable… Para los dos.
-¿Estás segura Adriana, de verdad?
-Mmm, no sé… -Dije, mirando hacia abajo y poniendo trompita. -¿Me vas a hacer doler, no? -te pregunté, mientras ronroneaba y te apretaba un poco más la pija. -¿mucho?… ¿Vas a ser violento conmigo, amor?… ¿Vas a ser sádico y cruel como siempre, o me vas a tratar como a una muñequita?
-Me gusta romper muñecas Adri… Partirlas…
-¡¡Mmmm!! ¿Me vas a hacer gritar de dolor, me vas a hacer pegar alaridos?… ¡No sabés las ganas que tengo!… Quiero ver cómo te desatás conmigo… Quiero verte enloquecer… Quiero sentirte cómo entrás en mí rompiéndome toda a tu paso… ¡¡¡Quiero que me hagas doler, hijo de puta, y acordarme toda la semana de lo que me vas a hacer ahora, en un rato no más!!!… ¡Desnudame!… ¡¡Arrancame la ropa, y violame… Hacé un desastre conmigo!!
-Te va a doler, Adriana… Te va a doler mucho.
-Eso es lo que espero. ¡¡Que me duela hasta hacerme gritar pidiéndote piedad, y que a vos se te ponga más dura de sólo escucharme, y que yo no te importe!!
Me diste vuelta y me agarraste fuertemente de la cabeza, enroscando tus dedos en mi larga cabellera rubia, y mirándome con intensidad, acercaste tu boca a la mía y me besaste con fuerza, mientras mi cuerpo temblaba. -Sos una puta hermosa Adriana.
-Sí cielo, soy una puta, pero no una cualquiera. Yo soy tu puta, a la que le hacés y te hace lo que a vos se te ocurra, sin límite… Ahora sólo te pido que te olvides de lo que es la compasión, o la piedad, y que me trates como me merezco. ¡No aguanto más!
Pusiste una de tus grandes manos, que mi culo y mi cuerpo conocían tan bien, en el escote de mi camisola, y tiraste con brutalidad hacia abajo… Síííí… Ibas a violarme.
Debido al sacudón, mis grandes tetas sin corpiño botaron hacia abajo y hacia arriba, mientras las mirabas, como un lobo hambriento.
-¿Querés com…?
Me interrumpiste con un rugido sordo, ya transformado en el animal que amo, temo y deseo, y aprisionaste mi pecho en tu garra, llevándola con violencia a tu boca, para lamerla y morderla, y concentrarte después en el pezón, al que chupaste como un lobo hambriento, haciendo que se pusiera duro y gordo.
-Comé chiquito… ¡¡Ahhhh!! ¡Así, así, comé, comeme toda… Comete a tu puta!… Roque… Ahhhh, Roque… Me matás… Mordeme… Mordeme bien fuerteeeee, ahhh, asíii, sí, síííí, con furia… Así, así…Más fuerte, dale, por favor, dale… ¡Hacémelas sangrar a mordiscones, dale, dale! ¡Dale carajo, que para eso sos mi macho, y sos el único que me las come!
Y mientras así le gritaba a mi hombre, estallé en un violento orgasmo, el primero de los muchos que sabía que llegarían después, en una multiorgasmia que vos me habías hecho descubrir, y luego crecer hasta el paroxismo.
-Besame, por favor, besame, que estoy acabando.
Paraste con tu deliciosa tortura, y apretando mi cuerpo contra el tuyo para disfrutar de las sacudidas que provocaba mi orgasmo en el mío, ascendiste hasta mi cara, y me diste uno de esos chupones de antología, con tu lengua acariciando la mía y llegándome hasta la garganta… Haciéndome olvidar hasta de respirar.
Separé mi cara enrojecida de tu boca, llevé mis manos a tu cortísimo cabello rubio, mirándote con dulzura. -Te amo Roque, te amo con locura… Esto ya no puede esperar más.
Me separé de tu abrazo y llevando mis manos a la cintura de mis pantaloncitos cortos, me di vuelta de espaldas a vos para mostrarte mi culo oscilando sensualmente, mientras bajaba la pequeña prenda, quedándome en tanguita, mientras te miraba por sobre mi hombro.
-Sos hermosa Adriana… La más hermosa mujer que yo haya conocido nunca, jamás, pero también sos la más puta de todas, y así hay que tratarte. ¡¡Arrodillate, y sacame el cinto!!
Me arrodillé a tus pies, mirándote, como quien pide en silencio que le perdonen la vida.
Bajé la vista, y acaricié tu cinturón. Lo había hecho hacer yo para vos, a mi pedido, por unos talabarteros del pueblo que sabían de tus "gustos", de modo que no sólo se ciñeron a mis instrucciones sino que también sugirieron sus propias ideas. ¿El resultado? Tu cinturón, con su repujado en forma de pequeños diamantes con distintos bordes y filos, se había transformado en un exquisito elemento de tortura, que no sólo marcaba mi piel dejándola con una coloración entre azulada y bordó, sino que aplicado con tu sabiduría era capaz de hacerla saltar en pedazos, destrozando aquella parte de mi cuerpo que eligieras para golpear… Yo lo sabía bien porque lo compré hacía casi dos años, cuando empezamos nuestra relación… Y lo estrenaste conmigo el mismo día en que te lo regalé, cuando sin motivo alguno, sino sólo por placer (Sííí… el de ambos…), me arrancaste la ropa y me diste, y me diste, y me diste, sin asco, con ganas, marcando la piel de todo mi cuerpo con distintos tonos rojizos o directamente cortajeándola, lastimándola, rompiéndola, disfrutando con mis gritos, en los que reconocías la mezcla de dolor y placer, hijo de puta… "Ablandaste" tu cinto conmigo, desde aquel día y a lo largo de todo este tiempo, calentándote con el dolor que me producías… Y haciéndome acabar una y otra vez, como una perra, con el dolor que me regalabas…
Y mientras pasaba la punta de mis dedos por tu cinto, apoyé mi frente sobre tu bulto, que ya se notaba gigantesco por debajo del pantalón, y refregué mi cara sobre él, mientras destrababa la hebilla, haciendo sisear el cinto en las presillas hasta quitarlo por completo, tras lo cual lo colgué de mi cuello, porque sabía que lo ibas a usar después. Puse mis manos en la parte trasera de tus piernas y las deslicé hacia arriba hasta llegar a tus nalgas, que estrujé mientras apoyaba mi frente en el animal hermoso que se escondía como podía en tu pantalón, y dije, en voz baja y mirando al piso entre tus pies -¿vas a romperme, amorcito? ¿Vas a romper a tu mujercita? ¿Me vas a partir en dos, aunque llore de dolor y te pida por favor que pares? ¿Vas a hacerme mierda, amor? ¿Vas a estropearme?… ¿Querés que te lo pida por favor? ¿Querés?… Por favor amor, por favor, necesito que me cojas, que me garches, que me revientes. Necesito sentirte dentro de mí, aunque tengas que partirme en cuatro para lograrlo. ¿Me cogés, por favor?
-Todavía no -respondiste, sacando tu cinturón de mi cuello y señalándome la cama, en una silenciosa orden.
-¡Ay, por lo menos mostrámela, dale! –respondí, sin hacerte caso (¡a propósito, vamos!) quedándome en la posición de rodillas frente a vos en la que estaba y acariciándote el bulto.
-Puta y también desobediente… Quedate tranquila linda, que ya la vas a ver y a sentir… Te va a entrar por todos lados, putona… Pero primero tu correctivo.
-¡Ay no, Roque, perdoname, por favor!
Tomaste mi cabellera con tu mano derecha y me levantaste de un tirón, llevándome hacia a la cama a las sacudidas, entre mis gritos -¡¡Ayyy, perdoname… AAAyyyy, por favor perdoname, no lo voy a volver a hacer, te lo juro… Ayyy, me duele, bruto.
Ignorando mis gritos, me revoleaste encima de la cama, donde caí despatarrada y agitada mientras te miraba, sabiendo que en mis ojos habría ahora un brillo de deseo animal.
Te agachaste sobre mí y giraste mi cuerpo dejándome boca abajo, y mientras llenabas de besos mis hombros y espalda, llevaste tus manos al elástico de mi tanga, y empezaste a bajarla con lentitud, hasta que se trabó.
-Levantá un poquito la cadera, cielo. –Así lo hice, para que vos pudieras terminar de bajarme la tanga.
-Hum, ya casi no te quedan marcas…
-Es que me tenés un poco abandonada. Tendrías que solucionarlo cielo,… si no, voy a tener que pensar que tenés otras a quienes atender.
-Tenés 17 añitos… Sos tan jovencita y menuda… ¡¿Quién diría que ibas a resultarme tan, pero tan puta y desobediente?! … Te voy a castigar Adriana. Sabés que te lo merecés.
-Sí cielo, claro que me lo merezco… Y también lo necesito, lo deseo. Vos sabés que para mí es como si me cogieras… Pegame, cielo, por favor pegame… Haceme tuya también así
Tomaste tu cinturón y te alzaste sobre mí.
-Poné los bracitos abajo del cuerpo, doblados…
.¿Así? -dije, mientras plegaba mis brazos debajo de mi cuerpo, llevando mis manos a la altura de mi cara, pero sin taparla, porque sabía que te gustaba ver mis gestos.
-Pedí, puta.
-Por lo que más quieras, por favor, te lo suplico, te imploro amor mío… ¡¡¡Matame a golpes!!!
Tu cinturón empezó a caer sobre mi espalda y nalgas, con una cadencia que sólo vos manejabas, y sin que yo supiera dónde y cuándo iba a caer el próximo golpe.
¡¡TSAKKK!!
Mi culo se sacudió, no por mi voluntad sino por la fuerza de tu golpe. -¡Ahhh! Mmmm, gracias mi amor, gracias.
¡¡TSAKKK!!… ¡¡TSAKKK!!… -Síííí, ahhh, así cielo, así.
¡¡TSAKKK!!… ¡¡TSAKKK!!… ¡¡TSAKKK!!… -¡¡Aggghhh!! Me gusta, amor, me gusta… Más, ahh, más fuerte por favor.
Y mientras más te pedía, sin apartar mi mirada de tus ojos, más recios eran tus azotes, hasta que te detuviste.
-¡¡Pedime, puta de mierda!!
-Lastimame, papi -respondí, mientras hacía oscilar mi culo enrojecido por tus azotes. -Arrancame la piel a lonjazos, dale, que estoy caliente como una perra.
Reanudaste tus golpes para que, cayendo sobre mi piel, empezaran a cortarla, mientras mis puños se cerraban, sintiendo cómo el dolor, el calor y el ardor me provocaban el placer más intenso.
¡¡TSSKK -¡¡AAAyyy!!!, ¡¡TSSKK!! -¡¡AAyyyayay!! ¡¡TSSKK!!… -Síííí… Haceme sangrar Roque… ¡¡Aahhh!!…Haceme sangrar y tratame como una cerda… ¡¡Colgame de las patas boca abajo y que me chorree la sangre al piso hasta que me muera como una cerdaaaaa!!… Y así, a los gritos, mis nalgas fueron quedando a la miseria, bien marcadas y chorreando sangre.
Como nos gustaba a ambos…
Diste fin entonces a mi castigo, y llenaste de besos mi espalda, mi nuca y también mis golpeadas y lastimadas nalgas, mientras las estrujabas y repetías como una letanía "vas a ser mía, vas a ser mía, vas a ser mía". Luego las separaste y llevaste tu boca hacia mi ojete, para chuparlo con fuerza y sensualidad, hundiendo tu lengua en las profundidades de mi culo, dilatándolo, mientras mis gemidos te acompañaban.
-Te juro, Adrianita… Me da no sé qué… Sé que te voy a romper toda…
-¿Sí? Es que hay que hacerlo amor… Tenemos que hacerlo, para que yo pueda ser enteramente tuya cielo. Quiero que todo mi cuerpo sea tuyo, aunque me hagas aullar del dolor.
Te detuviste, nos miramos, ambos agitados, hablando a gritos con nuestros ojos, pero sin proferir ni una palabra…
-Date vuelta Adriana, te voy a hacer mía, por el único agujero que te queda virgen… Puta de mierda. Te toca sufrir en serio.
Me giré lentamente sobre mi cuerpo desnudo, mientras vos te alzabas hacia mi cabeza. Me besaste en la boca con pasión, con ardor, con tantas ganas. Respondí a tus besos con la misma pasión, mientras acariciaba tu cara.
-Haceme el amor, Roque, por favor. Necesito ser del todo tuya…
Te paraste al lado de la cama y me diste el gusto: te sacaste tu pantalón, haciendo que apareciera “él”… Más de treinta centímetros de un vergón duro y grueso como un brazo, ya de color carmesí, surcado por gordas venas a las que se veía palpitar mientras hacían circular sangre a raudales, para alimentar a esa bestia, cuya cabeza era un húmedo y grueso hongo que tantas veces me había roto el culo, haciéndome gritar cada vez como si fuera la primera. Te pusiste sobre mí, con tus piernas a los lados de mi cuerpo, escupiste brutalmente entre mis pechos (me hacías sentir tan yegua, hijo de puta) y me calzaste la verga entre las tetas, a las que apretaste en torno a tu pija, mientras te movías con lentitud hacia atrás y adelante. Levanté mi cabeza sobre la almohada para que cada vez que tu pija venía hacia mí, llegara con mi lengua a tu amenazante glande, para lamerlo, y chuparlo, y escupirlo, y pasarlo por mis mejillas.
-No aguanto más Roque, no aguanto más. Te quiero sentir… Por favor, por favor.
Saliste de tu posición y bajaste sobre mi cuerpo deslizando sobre él tus labios que me besaban, hasta que tu cabeza estuvo sobre mi ingle.
Y mirándome fijo a los ojos, pusiste una mano sobre mi propia pija, tan parada y dura (aunque nunca tan grande) como la tuya, y la agarraste con fuerza, deslizando el prepucio hacia abajo y arriba en una lenta paja, para finalmente dejar al descubierto mi glande, mientras mis suspiros arreciaban. Llevaste tu boca a mi glande, lo lamiste con deleite, besándolo y sorbiéndolo con fuerza para llevarlo al interior de tu ardiente boca, aspirándolo y expulsándolo con verdadero deleite, mientras mis manos acariciaban tu cabeza y tu pelo.
-R…Ro… Roque… Por f… r favorrr… Chupámela todaaa, dale… ¿Te gusta, cielo, te gustaaa?… Me matás, amorrr, me matás… ¡¡¡Chupame bien la pija, papááá!!!
Dejaste de chupármela y me miraste tiernamente.
-Me gustás, Adrián, me gustás mucho…
Me encantaba que me llamaras por mi verdadero nombre, aunque fui yo mismo quien tomó la decisión, que vos apoyaste, de ser también Adriana, y ocupar en tu vida y tu corazón el papel de tu amante, además del de mamá.
Disfrutaba viendo cómo gozabas de mí, mientras acercabas tu lengua a mi escroto, cuyo tamaño habías tenido que hacer reducir, por lo que mis huevos siempre parecían dos aceitunas gigantes queriendo estallar, y los lamiste y chupaste con parsimonia, acariciándolos con tu lengua, consciente de que estaban repletos de leche.
-Espero estar chupándote tan rico como te lo hace mamá…
Sonriendo, seguiste con tu descenso hasta que llegaste adonde ambos queríamos. Lo que me habías hecho hacer por tu amiga, la Dra. Jorgelina, especializada en novísimos tratamientos con células madre, cuando ya no nos alcanzó con el pelo largo y ondulado, ni con la depilación definitiva, ni con el maquillaje que me enseñó mamá, ni que “probáramos” con este par de tetas los nuevos tratamientos de Jorgelina, ni hacerme afinar la cintura, extrayendo para ello mis dos últimas costillas, ni que me hicieras crecer estas nalgas de infarto en unas caderas que previamente te habías encargado de ensanchar con tu verga enterrada en mi orto, noche y día, ni las cirugías estéticas para afinar mi rostro, que ya era tan femenino.
Hoy íbamos a estrenar mi nueva concha, como uno más de nuestros “jueguitos”.
-¿Adri?
-Sí, amor…
-También le pedí a “Jorge” que te hiciera crecer un himen…
-Morboso… Chupámela papá, Chupámela como lo hiciste con mi pija, dale… Aahh, así, sí, así… ¡Así, amor, así! Está bien mojadita, por tu culpa… Haceme sentir que además de tu hijo, soy también tu mujer. Desvirgame, haceme tuyo también por acá, por esta concha que me hiciste hacer, así también aprendo a sufrir como una mina, dale, que no aguanto más. Hacé de cuenta que soy mamá, cuando te la empezaste a coger, de chico. Mostrame cómo te la regarchabas a tu vieja, hijo de puta.
-Así, putita, mirá.
Me incorporé sobre mis codos. No sólo quería sentirte, sino también ver lo que ibas a hacerme.
Apoyaste el glande entre los pliegues de mi vulva. Rozaste con él mis labios mayores, haciéndome arquear la espalda.
-¿La querés?
-¡¡Ahora, ya, por favor, ya mismo!!
Tomaste mis piernas y las calzaste en tus hombros, mientras nos mirábamos con pasión.
-Te amo, papá.
-Y yo te amo a vos Adrián, y por eso te tomo.
Y en un solo, fuerte y seco movimiento, introdujiste la cabeza de tu gigantesca verga en mi concha, dilatándola, agrandándola por primera vez.
-¡¡¡AAAGGGHHH!!! ¡¡¡AAAGGG!!!… ¡¡Así, así, sí!!… Ahh… Pará un cachito… Pará Roque… Duele mucho, esperá, esperá…
-¡Callate, marica! –Gritaste, mientras volaba hacia mi cara la primera bofetada, que impactó ruidosamente en mi mejilla, sacudiendo mi cara hacia el otro lado.
-Mmm, papi… ¿Qué te pasó, perdiste la fuerza, o te la estás guardando?
No terminé de preguntarte cuando un revés cayó sobre mi otra mejilla, y una seguidilla de durísimas cachetadas sacudieron mi cara, -¡Tomá, hijo de puta, tomá, tomá y tomá! -haciendo que mi cabeza se bamboleara con fuerza, de una lado a otro, entre mis gritos.
-¡Ahhh!, perdoname… Gracias papi, ahora sí, hundila toda, dale. No me tengas piedad.
Llevaste tus manos a mi cara y aproximando tu boca, volvieron tus apasionados besos. Y mientras me besabas me la metías, lenta pero inexorablemente, hasta hacer tope.
-Ahora sí, te voy a romper el virgo, puto… ¡¡Sos mío!! -y diste un fuerte empujón, que hizo que el dolor me atravesara todo, mientras te enterrabas en las profundidades de mi concha, arrastrando con tu pija lo que había sido mi virginidad.
-¡¡¡AAAGGGHHHH!!! ¡¡¡AAAHHH!!! Me estás matando, ¡¡Ayyy amor, Aayyy!!, me estás matando, te juro que me estás matando… Me la estás rompiendo toda… La tenés demasiado grande para el tamaño de mi conchita… ¡¡No entra toda, Roque, no entra, no entra…!! Pero no pares, no pares, por lo que más quieras… ¡¡Haceme tuya!!
Metías y sacabas profundamente tu brutal verga entre los pliegues de mi concha, que a propósito habías hecho hacer angostita para que te sintiera bien (para que me doliera a lo loco, bah, para qué engañarnos) cuando me la rompieras, y me hicieras pegar esos gritos de energúmena, provocados por un dolor increíble, profundo, lacerante y divinamente hermoso que yo estaba conociendo por primera vez, mientras me hacías tu mujer.
-¡Te voy a hacer mierda Adriana! -gritaba papá, mientras me enterraba esa bruta pija hasta el fondo de mi dolorida concha, en el medio de mis berridos, y la sacaba, dejando adentro sólo la cabeza -¡Te la voy a reventar por adentro, yegua, como te hice mierda el orto! -otro pijazo dentro de mis entrañas, mientras yo le pedía por favor que me rompiera toda, que me destrozara, que me matara en serio. -¡¿Querías acordarte de esto, puta?!… ¿Así que te gusta el dolor, forra?… ¡¡Te vas a acordar de esta cogida toda la semana, reputaza, y la próxima lo vas a pensar dos veces antes de pedir pija!!
Hice silencio. Lo que vino, no se lo deseo al peor de mis enemigos, si no es capaz de entender lo que es entrega, sumisión, dolor y placer.
-¡Hablá, puta!
-Perdoname amor, perdoname por favor.
-¿Perdonarte? Conchuda hija de re mil putas… ¡¡¡Esto es lo que vos te merecés, guacha de mierda!!!
Me tomaste por la cadera con tus manos que parecían garras.
-No, por favor… Me vas a mandar al hospital.
Por toda respuesta, con una expresión diabólica en tu cara, me la enterraste con un brutal golpe, más allá del fondo de mi concha, rompiéndola toda a tu paso. Y mientras yo lanzaba inhumanos alaridos, casi desmayado por el dolor, seguiste cogiéndome con salvajismo, sin detenerte, haciendo que salpicara con mi sangre tu ingle y las sábanas.
Estabas gozando. Y yo, allí, en la profundidad de mi horroroso dolor, estaba gozando con vos, porque ahora sí, me habías hecho tu mujer. ¿Vos gozabas? ¡Yo también! ¡¡Todos contentos, entonces!!
-Mirala, puta. Quiero mostrártela.
Y sacando la pija de mis profundidades, sin haber acabado, como de costumbre, la pusiste entre mis tetas. Más oscura, dura e hinchada que antes, brillante por los jugos que habías sacado de adentro de mi concha. Y llena de sangre… Mi sangre…
-Esa sangre es de tu virgo roto. Y también de tu concha, que por unos días no te va a servir para nada, puta… ¡Chupala, asquerosa de mierda!
-¡Sí papi, sí!
Lamí y sorbí todos los jugos de tu verga, como si fueran el manjar más exquisito.
-¡Gracias, amor, gracias!
-Ahora sí que vas a decir "gracias", putona. ¡¡Date vuelta, mierda!! -Así lo hice, sabiendo lo que venía.
-Esperá que la mojo un poco -dijiste, mientras me la enterrabas de un golpe en mi dolorida y reventada concha, arrancándome otro grito. Serruchaste unos segundos mientras yo me revolvía, la sacaste, y usando mi sangre como único lubricante me la enterraste en el culo, así nomás… Por más que lleváramos ya dos años haciéndolo, cada vez que me cogías era como si me desvirgaras el orto, hasta que lo dilatabas un poco, pero mientras tanto me hacías sufrir como un perro, y esta vez no fue la excepción.
-¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!!… ¡¡Papi, papi, por favor, pará papi!!… ¡¡dame un poco de tiempo, por favor!! No había forma de evitar mis alaridos y el llanto… Que no te importaban en lo más mínimo, tal como yo mismo te había pedido, y que te daban tanto o más placer que la cogida misma, hasta que el dolor se transformó para mí en puro placer masoquista.
-MMmmm, ahhh, ahhh, más, por favor, más. ¡Clavámela amor, enterrámela entera! Haceme sentir tus huevos golpeándome.
-¿Querías golpes, puta? ¿Te gusta el dolor? ¡¡Tomá!! -y descargaste un brutal manotazo en mi nalga, que ya habías "acariciado" con tu cinto.
-¡¡Ayy!!… Mi pobre papi se está volviendo viejito, y ya casi no le quedan fuerzas ni para darle una paliza a su mujercita, pobrecito… -provoqué, vicioso, deseando íntimamente “sacarte”, y que perdieras el control… Conmigo, claro.
Pero en lugar de darme el merecido castigo a mi culo, te reíste, y sin dejar de meterme profundamente la pija en el orto, me agarraste de los pelos e izaste mi cuerpo hasta pegar mi espalda contra tu fornido pecho, lo que me hacía sentir más brutalmente tu cogida. Deslizaste tu mano debajo de mi mandíbula, y con suavidad giraste mi cara hacia la derecha, como intentando que te mirara.
-Besame Adrián… Te amo, hijo.
-Y yo… ¡AAYY! te amo… ¡AAGGHH! a vos, papá -respondí, haciéndote caso y besándote en la boca, mientras al mismo tiempo te hacía escuchar mis grititos mientras me besabas, con intensidad, tras lo cual, empujaste mi cabeza nuevamente hacia abajo, junto con la tuya, para terminar hablándome al oído. -Cuando terminemos con esto, el "viejito" te va hacer acordar de esto que le dijiste, y te va hacer arrepentir, putita.
Serruchaste en mi culo otra vez un rato largo en medio de mis placenteros quejidos, hasta que quisiste cambiar de hoyo. La sacaste de mi recto y otra vez en medio de mis alaridos, me la enterraste en la concha ensangrentada, y así seguimos… Unos minutos en la concha lastimada y hecha mierda y unos minutos en mi culo, que nunca alcanzaba a cerrarse ni un poco, mientras ya me dolía la garganta de tanto gritar.
-Bueno hija de puta -dijiste, mientras me mataba a pijazos -Decime ahora de quién sos, yegua.
-¡¡¡Soy tuya, Roque, soy tuyaaaa papá, soy tuya, tuyo, tuyo y de nadie más!!!
-Comé entonces -dijiste, y sacando la verga de mi concha rota, me la acercaste a la boca. No hacía falta que me ordenaras que sacara la lengua, y que con ella diera toquecitos en tu glande, mientras acariciaba con mis manos toda la longitud de tu verga, buscando lo que te habías guardado… Con un grito de animal herido, acabaste a raudales…
Chorros de tu exquisito semen incandescente. Lo que podía lo saboreaba y tragaba con deleite, y lo que no, iba directamente a mi cara, a mi cuello y a mis tetas, bañándome toda en semen. Te acostaste a mi lado en la cama, me besaste con amor, llenando tu boca de tu propio semen, que también tragaste. Entonces me abrazaste con fuerza, para que nuestros cuerpos compartieran el baño de semen.
-Comeme, dale.
Chupé cada centímetro de tu cuerpo, para comerme tu corrida, pero también para agasajarte, para decirte “te amo” con cada chupada y mientras eso te hacía, me acariciabas y preguntabas.
-¿Qué se dice, yegua?
-¡Gracias mi amor! ¿Podremos repetir en un ratito?
-Venía para acá y besame, viciosa de mierda… ¡Flor!… ¡¡Dejá de espiar, y vení para acá, carajo!!
Mamá, enteramente desnuda y sonriente, abrió la puerta del dormitorio.
-¿Tienen hambre mis amorcitos?
Mamá, ese pedazo de hembra de 40, que me había parido a mí a los 25, y a papi a los 13, se acomodaba entre nosotros, para darnos la teta a ambos, mientras acariciábamos su cuerpo…
Seguramente algún día te contaré cómo empezó todo, pero antes que te vayas, te cuento un secreto: papá y mamá son hermanos.
* * * *
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