Rompeme en pedazos – 3
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ViejitoMalo.
Rompeme en pedazos – Capítulo 3
Adrián
Desperté malhumorado. Mi mano derecha estaba agarrando con fuerza mi pija… Había tenido un sueño tan real con vos, tan real…
Me toqué el testículo, pero no, no lo tenía quemado, aunque toda esa zona de la cama alrededor de mi cuerpo era un enchastre de semen… Como siempre, había acabado como un animal.
Subí la mano pringosa y me la lamí, imaginando que era tu brutal acabada sobre mi cuerpo y con el recuerdo de lo recién soñado fresco en mi mente, recogí las sábanas y las tiré en el canasto de la ropa sucia, para que más tarde mamá se encargara de ellas.
En el largo pasillo que comunicaba los dormitorios de la casa y los baños se escuchaban con claridad unos secos chasquidos seguidos de sordos gemidos, que venían de tu dormitorio. No hacía falta ser una lumbrera para darse cuenta que no sólo te cogías a la vieja, sino que también la fajabas… ¡Y que la muy conchuda lo disfrutaba, carajo!… No terminaba de entender qué le veías a mamá, que aunque tuviera un cuerpazo ya había pasado los cuarenta. Pudiendo cogerte la pendeja que eligieras, le dabas a ésta noche y día.
Eran las 6:15… Como cada mañana, puntualmente a las 05:00, se empezaban a escuchar primero los gemidos, después los sonidos guturales, indefectiblemente seguidos de los primeros golpes (¿cinto o látigo?, y a mamá, murmurando inútiles pedidos de perdón, intercalados con largos “silencios” en los que su boca seguramente se ocupaba de tu verga. Vivía caliente desde la mañana, escuchándolos, y tratando de adivinar qué le estarías haciendo, en base al tono de sus gritos. Imaginaba que cuando sus gritos eran estentóreos, te la estarías garchando por la concha, y que cuando daba alaridos, le estabas rompiendo el culo, mientras yo me moría de envidia, manoseándome la pija.
Era el primer polvo de los que le echarías durante todo el día, dependiendo de qué actividad tuvieras vos prevista, la primera de las cuales (la segunda, bah) era siempre correr dos horas por el pueblo, de 7 a 9, por gusto y para mantener ese fantástico estado atlético que me volvía loco de vos, entre otras cosas tuyas.
Faltaría poco entonces para que terminaras la “faena”, así que me dirigí al baño, en bolas.
Abrí el grifo del agua caliente, esperé unos minutos y me metí, y mientras alzaba mi cabeza imaginando que el chorro tibio de la ducha era tu meada sobre mi cuerpo, pensaba…
“Si te enterás, me matás. Si te enterás que en materia de sexo me gusta de todo, pero que más me tira que me la pongan (alguien como vos), me matás. Si te enterás que tengo fantasías homosexuales y sadomasoquistas con vos, me matás. Si te digo que sueño con tus manos recorriendo mi cuerpo, con fuertes, toscas y demandantes caricias, hasta que con ellas llegás a mi cara para apretarla con fuerza, y “obligarme” a que acerque mi boca a la tuya y cerrando ambos los ojos nos besemos con pasión…
Si te digo que no me canso de ver que a tus poco más de 30 años tenés un cuerpo hermoso, bien musculado (mantenido con tus diarias carreras y ejercicios de todo tipo en el gimnasio que tenés en casa) y una hermosa y descomunal verga, porque te he espiado en silencio cuando la reventabas a mamá, en medio de sus gritos, me matás por espiarte, y si te enterás que sueño con esa verga enterrada en mi orto, me matás por puto… Y lo peor de todo, si te llegabas a enterar que te miro el culo cada vez que puedo, estés vestido o en bolas, y que no hago más que desearlo e imaginar cómo será la textura de tu recto por dentro, cuando lo recorra mi verga… ¡Dios mío!, ¿de dónde mierda saqué yo estos gustos? ¿cómo se me va a ocurrir desear cogerme un tipo que no sólo es mi papá, sino que lo único que hace es – según lo que se dice en todo el pueblo – cogerse mina tras mina? Sea como sea, me vas a matar. ¿Cómo mierda hago para hablar esto con vos? ¿Cómo hago para contarte todo, para revelarte mi secreto, y mis deseos? Vivimos los tres solos, y así como estamos, estamos bien. ¿Y si hablo esto con vos y te asqueás conmigo?, ¿y si me echás de casa, por no querer tener en ella a un “marica”?, ¿sería mejor que me callara la boca, y que siguiera matándome a pajas, fantaseando con vos? ¿Cómo hago, cómo hago?”
Agarré la maquinita de afeitar que tengo en la bañera, para realizar mi rutina de todas las mañanas. “Por las dudas”, pensé, y empecé a pasármela sobre mi cuerpo enjabonado, “Nunca se sabe”, pensé, mientras me la pasaba por los brazos, el pecho, las axilas, el vientre, el pubis, los huevos y la pija, para que estuvieran lisitos y lustrosos, por si algún día te golpeaba un rayo mientras hacías tus ejercicios matinales, y al volver a casa me mirabas, me arrancabas la ropa, y hacías un desastre conmigo, mientras yo te decía “sí, sí, sí papá, sí, por fin. Haceme tuyo, como siempre deseé”.
Seguí pasando la maquinita por mis piernas hasta que no quedó ni un solo pelo, imaginando una escena tras otra de mi "violación", que para eso sí que soy bueno.
Cerré la ducha, y mientras agarraba mi toallón para secarme, escuché el clásico portazo que dabas cuando te ibas a correr. Suspiré como si fuera una chica y me paré frente al gran espejo del botiquín.
“Ahí estás”… Un joven adolescente, con el pelo rubio, lacio y largo, en mis 15 años, con un cuerpo que – ahora depilado – se muestra no tanto musculoso, sino armonioso. Es un cuerpo con los pechos algo hinchados y pezones gorditos, piernas largas y estilizadas y un culito redondo, bien paradito (¡bien de puto, bah!, ideal para ser besado y acariciado, tal como ya había ocurridos con dos o tres chicos que me volteé, y que estaban sacados por manoseármelo… Sergio y, algún tiempo antes, Rubén, a quienes les rompí el culo (¡Bah!, es un decir, porque los dos lo tenían ya bien abierto), y que después de dejarse coger por mí quisieron mi culo, y me dejaron tan profundamente insatisfecho… Tan con ganas de más.
Tan sin completar en mis propias fantasías, en mis deseos más íntimos… Sergio hasta se mató de risa sin entender nada de nada cuando le pedí que mientras me cogía también me nalgueara, porque "me lo merecía"… ¡Un pobre idiota, al fin de cuentas! De esos, muchos lamentablemente, que están convencidos que “coger” es simplemente rascar y echarse un polvo…
Hacía ya algún tiempo que, incompleto e insatisfecho en mis relaciones, venía fantaseando con vos. Dabas vueltas en mi mente papá, y muy secretamente en mi corazón… Estaba enamorado de vos, papá, pero si hasta yo mismo tenía miedo de reconocerlo y hablar con vos, ¿cómo hacer para seducirte? Sea como fuere, cada vez que podía, y sin que te dieras cuenta, no hacía más que mirarte y mirarte, cuando nadabas en nuestra piscina, o cuando hachabas leña para las estufas, mostrándome sin darte cuenta ese montón de férreos y sudorosos músculos, sabiendo y teniendo perfectamente en claro que sólo vos ibas a ser el primero que – de verdad, y entendiendo cabalmente lo profundo de mis verdaderas necesidades – martirizaras cruel y salvajemente mi cuerpo, primero, y horadaras, partieras y rompieras mi culo después, porque sólo vos estabas en mis fantasías, papá. Vos, tu cara, tus músculos, y tu maravillosa verga.
En mis fantasías sos mi dueño, papá. Y como dueño que sos de mí, podés hacer con mi cuerpo lo que quieras, lo peor que se te pueda ocurrir, lo más dañino y malvado… Porque yo ya te habré contado cuánto disfruto cuando vos me azotás y golpeás, cuando me maltratás, cuando me insultás, cuando me escupís, cuando me meás… Y también cuando me desollás por dentro el culo, con esa bestia que tenés colgando entre las piernas.
Y también cuando me hacés el amor, con todo el cariño del mundo, con toda la suavidad y ternura que se pueda esperar de alguien que tiene una pija que es como mi antebrazo.
¡Cuánto quisiera que me cojas! Cogerme… Poseerme… Penetrarme… Apropiarte de mí…Llenarme… Lastimarme… Marcarme… Decirme en el oído, mientras me besás la nuca y me abrazás por la espalda, teniéndome atado a un poste e inmóvil, mientras tu hierro de marcar ganado se calienta lentamente en un brasero hasta ponerse al rojo: “¡Sos mío, y por eso te voy a hacer esto!”…
Giré mi cuerpo frente al espejo hasta quedar algo de espaldas a él para mirar mis nalgas. Me pasé las manos por ellas, y ahí sí que no hacía falta la maquinita: eran suaves, redondas y tersas. "¿Te gustaría marcarme aquí, papi, o preferirías otro lugar que quede más a la vista?"…) Seguí el recorrido hasta mi ojete, y ahí palpé algunos pelitos.
Miré dentro del botiquín, y encontré lo que buscaba: una pincita de depilar.
Me senté en el borde de la bañera, y mientras con la mano izquierda buscaba al tacto los pelitos en mi culo, cuando los encontraba los tomaba con la pincita, y tiraba de ellos…
No. Fuerte y de un tirón, no, qué va…
Tiraba de cada uno de ellos con exasperante lentitud, hasta que se me saltaban las lágrimas. ¡Soy un perro masoca! El dolor me provocaba una erección. Con cada pelo tironeado, un poco más dura se me ponía la pija, hasta llegar a los casi 23 por 6, que acaricié suavemente con mi mano, en una lenta paja que interrumpí, porque no era eso lo que quería hacer… No ahora.
Insistí con la pincita hasta que no quedó ni un solo pelito… “Por la dudas”.
Y ahora, el broche dorado: si quería estar realmente listo para el día que en el medio de un ataque de locura entraras en la casa al grito de “¡Vengo a recogerte pendejo!”, mi culo tenía que estar impecable no sólo por afuera, sino también por dentro.
Busqué en el armario la manguerita que guardábamos allí, y la conecté directamente a la canilla del agua caliente, introduciéndome profundamente en mi recto el otro extremo. Me senté en el inodoro y abrí la canilla a todo lo que daba, sintiendo cómo el agua entraba como un torrente en mi culo, llenando mis intestinos. Cuando sentí que reventaba cerré la canilla, preguntándome si me sentiría así de bien cuando me mearas adentro del orto. Retuve el agua caliente hasta que mis heces bajaron en una explosión. Apreté el botón del tanque de agua y repetí la enema, hasta tres veces, dejando así limpito todo mi orto e intestinos, para tu entero disfrute.
Terminada esta última operación, abrí la puerta del baño y me dirigí a tu dormitorio.
Envidiaba a mamá con toda la fuerza de mi corazón de puto, y me llenaba de odio hacia ella, porque ella podía disfrutarte, y a mí sólo se me permitía escucharlos, imaginar sus cuerpos desnudos y sudorosos…Cogida y cogedor… Víctima y victimario… Dominante y sometida… ¡¡Mierda, yo quería de verdad estar ahí con vos, en vez de esa puta!!… También creo que por eso hacía yo con mamá todo lo que hacía… Era una forma de tenerte.
Abrí la puerta y entré al gran dormitorio totalmente espejado (un verdadero cogedero), donde ella estaba acostada boca arriba, desnuda y respirando pesadamente.
-Hoy tardaste mucho… Vení a comerte la leche que me tiró papi, vení…
Puta ninfómana… Desnudo como estaba, me abalancé sobre mamá, a manosear con desenfreno su cuerpo desnudo, bañado en el semen con el que vos la regabas siempre. Empecé a lamer sus grandes y duras tetas y a chupar con fuerza sus pezones, mientras ella suspiraba y se retorcía. Recogía tu semen todavía tibio papá, lo degustaba y lo tragaba.
-¡Qué rica que estás, Flor!
-Comé, comeme tranquilo, que la leche y yo somas todas para vos… Comé, dale.
Subí con mi lengua lentamente por su pecho hasta llegar a su cara, embadurnada, y me dediqué a limpiarla con mi lengua con suma prolijidad, tragándome todo lo que llegaba a mi boca.
-¡Qué lindo mi nene, ah, ahhh… papi me acaba en el cuerpo, ahh… con ese surtidor de leche que tiene, y mi nene, ahhh… se la come después… mi nene putito, ahhh…! Adentro de la boca tengo más, vení, besame, meteme la lengua bien adentro.
Como te darás cuenta, mamá sabía todo lo que me pasaba con vos, papá, porque encontré en ella una confidente, a quien le pude contar todos mis sentimientos y pensamientos, aunque a veces, eso parecía volverse en mi contra.
Le di un chupón en la boca, barriendo con mi lengua su paladar, que efectivamente tenía el mismo regusto que lo que comí de su cuerpo.
-Mirá, fijate… acá también me dejó leche –dijo Florencia mientras se pasaba la mano por la concha, para después ponérmela en la boca. Bajé mi cabeza, siempre deslizando mi lengua por su cuerpo, hasta llegar bien abajo, donde pude observar la depilada concha, abierta y chorreando… Después de quince años de aguantárselo a papá, era lógico que estuviera tan dilatada.
-Si metés la mano adentro, vas a ver que hay mucha, fijate…
A Florencia no le hacía falta la suavidad. Ahuequé mi mano derecha y la enterré en su concha casi hasta el codo, girándola para usarla como una pala, mientras ella se retorcía de gusto. Mientras tanto, refregaba con mi mano izquierda sus tetas, empapadas de mi saliva y semen de papá, mientras ella gritaba como una chancha a la que están degollando.
-¡¡Ay, qué malito sos!! Si se enterara papi del hijito degenerado que tiene, en una de esas…
-¿En una de esas qué, ma? A papá sólo le interesan las yeguas como vos… Nunca me daría bola… Levantate, dale, y maquíllame, que no aguanto más.
Me senté en un taburete frente a la cómoda, mientras mamá sacaba de ella los cosméticos, para con ellos maquillar mi rostro, mis ojos y mis labios de la misma forma en que ella lo hacía… Quería lucir como ella.
-¡Qué linda se te ve! ¡Cómo me gustaría que él estuviese aquí, y te viera así, y se abalanzara sobre vos! ¿Sabés la de polvos que te echaría?
Suspirando con tristeza, me paré mientras Flor se apoyaba en la puerta y me miraba atentamente. Miré en uno de los espejos, imaginando que estabas allí conmigo, listo para darme tus órdenes, que yo obedecería en un acto de amor y sumisión.
-Pienso en vos, papá. –Dije en voz alta de frente a una de la paredes espejadas, mientras mamá me observaba – Estoy preparándome para vos, papá, para cuando me hagas gritar y aullar cuando me partas el culo en cuatro, y entrenando mi cuerpo para que se acostumbre a todo lo que vos le vas a hacer cuando me agarres ¿sabés?. Voy a disfrutar con tu castigo.
Me dirigí al placard, salteé las cuatro primeras puertas, y busqué despaciosamente en la tercera. Descolgué el cinturón que más me gustaba, y con él en la mano me acosté en la misma cama gigante en la que hacías mierda a Florencia, en el centro de la habitación. Me miré en el espejo del techo, donde también veía el reflejo de mamá, que se estaba haciendo una paja con mi actuación. Entonces me ubiqué boca abajo sobre la cama, mirando ahora al espejo de mi costado, respirando algo agitado… -Esto me pasa por puto. Y también por marica. Por ser un cagón que no se anima a hablar con vos.
Levanté mi brazo derecho, en cuya mano tenía el cinturón, y lo bajé con fuerza hacia atrás, sobre mis nalgas. El correazo sonó nítido y seco.
¡STAAAC! -Gracias papá. -Y repetí el golpe, una y otra vez.
¡STAAAC, STAAAC, STAAAC, SSTAAAC! – Gracias papá, gracias. Me lo merezco.
Repetí la tanda de azotes varias veces, hasta que bien agitado, me detuve y bajé mi brazo. Pasé el cinto al brazo izquierdo, pero ahora lo agarré por el otro extremo, dejando suelta la hebilla. -Papá, me vas a hacer doler mucho… Por favor, no papá, por favor, no. Levanté el cinturón con mi brazo izquierdo. -¡Por favor papá, no lo hagas! -Descargué con furia mi brazo, y la hebilla golpeó mi nalga, ahora del otro lado.
¡¡CLACK, CLAACK. CLACK, CLAACKKKK, CLAAAACKKKK!! -Mirá papi, me hiciste empezar a sangrar, pero no importa, pegame más, pegame, dale… -Pasé el cinto a la otra mano y volví a repetir los golpes con la hebilla sobre mi nalga, mientras sentía que mi pija se ponía dura debajo de mi cuerpo. -Me gusta papi, me gusta, pegame más, dale, pegame más, y más fuerte también… ¿querés que me de vuelta?
Giré sobre mi cuerpo, apoyando el culo azotado sobre la cama, y observé en el espejo mi brutal erección. -Lo lograste vos, pa… Yo no tengo la culpa de calentarme cuando me golpeás… ¡Me gusta, pa. Me gusta que me pegues! ¡¡Pegame donde quieras, dale, pegame!! -gritaba, mirando al espejo en el techo, mientras mi brazo izquierdo se levantaba amenazante, con la hebilla colgando.
Descargué duros golpes en mi pecho, en mi vientre, que quedó marcado y sangrando en algunos puntitos, y en mis piernas, en donde con el cinturón totalmente extendido llegaba casi hasta la altura de los tobillos, pero no toqué la zona de la pelvis, donde mi verga se alzaba con una erección cada vez más grande y ya dolorosa… La reservaba para mi brazo derecho, tu ejecutor papá.
Me vi en el espejo del techo, con hermosas marcas que me habían dejado "tus" golpes en el cuerpo. Cambié el cinto a mi mano derecha, puse mi brazo izquierdo debajo de mi cuerpo, como si estuviera atado y recogí y entreabrí mis piernas… -Soy todo tuyo, papá… Arrancame todo a golpes, que mi verga y mis huevos a vos no te van a servir nunca -y empecé a descargar furiosos golpes sobre mi pija parada y mis huevos, que estaban duros, repletos de leche, pero estos golpes que yo mismo me daba, estos sí, me hacían pegar alaridos que yo sentía que te entregaba a vos, amor mío.
¡¡SSTAAACKKK, SSSTAAACKKK, SSSTAAACCKK!! -¡¡¡AAAyyygggghhhhhh, STAAACCKKK aaaggghhh, aaaggghhh, STACKK ayyy, aaayyy, STACKK, STACKK, aaahhh, ahhhh, ahhh… Papáááá, papáááá!!! ¡¡¿¿Por qué no te das cuenta papá??!!
En el medio de mi duro castigo empecé a tener una eyaculación feroz, que no detuvo mi castigo, pero que por las lastimaduras que yo mismo me había infringido, me hacía doler la cabeza de mi pija como si me la estuvieran apretando con un puño. Chorro tras chorro de semen hirviente fueron a parar a mi cuerpo y hasta llegaron a mi cara, mezclándose con mis lágrimas, mezcla de placer y de dolor, y hecho un ovillo dejé que mi cuerpo girara sobre mí mismo, adormeciéndome en posición fetal, mientras escuchaba los lejanos gemidos de Flor, que alcanzaba su propio orgasmo con mi cobarde dolor.
Sabíamos que teníamos dos largas horas por delante, y las disfrutábamos siempre así: yo le chupaba tu leche de su cuerpo a Flor y yo después le brindaba mi show, que estaba dedicado a vos…
Ahíto de ese placer al que algún necio podría llamar insano, pero llorando por dentro, solo en tu cama, exhibiéndome impúdicamente desnudo y maquillado como mi madre… escuché tu ronca voz.
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