Roxy: La Bebota.
(Continuación de La Bebota y el Payaso Manotas) Roxanita experimenta la necesidad de «juego» Su cuerpo desarrollado demanda la atención que le daba su amigo el payaso; pero estando el preso, deberá buscar esa atención en otro «jugador». .
Habían pasado cerca de 6 meses desde que Roxy vió por última vez a su amigo el Payaso Manotas. Tal como mencioné, fue una semana intensa de sexo y enseñanzas sobre como “jugar” mejor.
La tristeza de no ver a su amigo la acompañó por un mes y medio, aproximadamente. Después, ése sentimiento cambió a una urgente necesidad de volver a vivir las mismas experiencias. Dicho de otra manera, el cuerpo de Roxy andaba necesitado de más placer, pero ella lo veía como muchas ganas de “jugar”.
Durante algunas semanas intentó hacerlo sola. Recordaba como el payaso usaba sus dedos o su lengua para “prepararla” para el juego. Evidentemente no podía usar su propia lengua, pero intentó con sus propios dedos. Aunque al principio servía para calmar un poco sus ganas, pronto descubrió que no era para nada lo mismo. No había un señor travieso que le dijera lo buena que estaba, no había nadie a quién presumirle sus desarrollados atributos. Nadie le estaba tocando sus pechos ni tampoco nadie le estaba dando “empujoncitos”. Era demasiado frustrante y aburrido.
Se rindió de intentar jugar ella sola.
Al salir a la tienda por encargos que le hacía su mamá o al regresar de su escuela, notaba que los hombres de todas las edades la miraban demasiado, como si quisieran jugar con ella. Y en realidad estas miradas siempre estuvieron ahí, pero ella antes, en su inocencia, no las había notado.
Ponía especial atención en los señores de mayor edad, pues le recordaban a su pervertido amigo. Sin embargo, estos hombres no eran como él. Únicamente veían con deseo, con morbo; pero al notar que era una menor de edad, no se arriesgaban a meterse en problemas. “Si fuera mayor…” “Si estuvieran legalizadas…” Manoseaban y cogían a Roxy solamente en sus fantasías. Y Roxy no se acercaba a ellos por mucho que deseara hacerlo, pues recordaba la regla de oro que le enseñó el Payaso Manotas sobre este divertido y placentero juego: “No puedes decirle a nadie que quieres jugar. Nadie debe saber que lo has hecho antes, porque puedes meter en problemas a los que jugamos esto con niñas como tú” Ella no entendía porqué eso podría pasar, pero en definitiva no quería meter en problemas a nadie, sin importar qué tantas ganas tuviera. Ni qué hablar de los señores conocidos que había en su colonia, porque por muchas ganas que le trajeran, no querían que sus papás los metieran a la cárcel.
Poco después de que Roxy cumplió sus 11 añitos, en esos seis meses que pasaron, justo cuando ya había perdido toda esperanza de poder volver a jugar con alguien, llegó una oportunidad:
—Roxy, este fin de semana iremos a la casa de la abuela— mencionó su madre durante la cena.
El anuncio le pareció extraño a Roxy, pues hacía más de dos años que no iban de visita a esa casa —Tu abuelita cumple 80 años y quiere que todos estemos ahí. Es un evento muy importante para ella.
—¡Qué bien! Hace mucho que no veo a mi abuelita— dijo la nena con los ojos llenos de alegría. Pero sus papás, por alguna razón, parecían no estar muy contentos con la idea. Cosa que le extrañó —¿Ustedes no querían ir?
Los padres se miraron entre sí por un instante y luego su papá habló.
No es que no queramos ir. De hecho también extrañamos a tu abuelita. Es solo que…— volteó a ver a su mujer como si no supiera cómo explicar algo.
—¿Te acuerdas de tu tío Fernando? — preguntó su madre.
Ella hizo un poco de memoria. Ése nombre le sonaba. Entonces recordó a un tío chaparrito, panzón y muy escandaloso. Siempre hablaba de manera muy graciosa, según ella, aunque en realidad el tío era de esos que hablaban montones de vulgaridades con una voz tan alta que parecía verdulero.
—¡Ah sí! Era muy chistoso jiji — hizo un poco más de memoria y recordó que nunca se acercaba a ella —Aunque nunca quería jugar conmigo, no sé porqué— dijo llevándose un dedo a sus labios, como si intentará descifrar en ese momento la razón detrás de esa actitud hacia ella.
—Pues ahora va a querer andar detrás de ti todo el tiempo…— dijo en voz baja su padre, evidentemente molesto.
Roxy no alcanzó a oírlo pero su mujer sí y por ello le mandó una mirada recriminadora que el padre decidió ignorar.
—… Bueno, pues él estará en la fiesta, pero… — su madre hizo una pausa. Se notaba que buscaba las palabras adecuadas para explicar una situación compleja a su “inocente” hija —Bueno, ahora mismo no nos llevamos muy bien con él y pues…— otra pausa —queremos pedirte que no te acerques mucho a él al saludarlo. Mucho menos que vayas con él tú sola
La nena se extrañó ante esas palabras, pero justo cuando iba a preguntar la razón su madre se le adelantó antes de que su boca emitiera sonido. Levantando la mano en señal de alto dijo.
—Son cosas de adultos, nena. Tú solamente has caso de lo que te decimos, ¿sí amor?
Roxy se quedó confundida, pero no protestó. Aunque sí que mostró su disgusto con un gesto de sus cejas.
Y es que la nena estaba pasando por un momento de rebeldía, propia de la pubertad, pero además sus hormonas y su cuerpo estaban “ansiosos e insatisfechos” cosa que en ocasiones la ponía de mal humor.
Sus padres, si bien lamentaban los cambios en su tierna princesa, entendían que eran algo natural de la edad, sin imaginar que había algo más detrás.
En la noche, cuando Roxy no podía dormir por la calentura de su cuerpo, e intentaba calmarse frotando su intimidad bajo las sábanas, empezó a desear que su amigo regresara.
Imaginaba ver las luces de su camioneta reflejadas en la ventana de su cuarto. Ella tomaría su ropa de “juego” y saldría corriendo hacia él. Se irían de nuevo a esa construcción abandonada y sería feliz. “¡O al menos otro señor que quiera jugar!” Pensó desesperada. “¿Por qué? ¿Por qué no puedo acercarme a nadie? ¿Por qué la gente no quiere a los señores que les gusta jugar con niñas? ¿Por qué los ven mal? ¿Por qué los meten en problemas? ¿Por qué…” y de pronto, sus ojos se abrieron totalmente. Su mano bajo su calzoncito se detuvo. Como si el universo le hubiera revelado una verdad milenaria.
—¿Por qué no quieren que me acerque al tío Fernando?…— susurró suavemente en la oscuridad de su cuarto, con una expresión en shock, para luego lentamente formarse una sonrisa traviesa en su hermoso rostro.
La sola idea de que su tío podría ser un “jugador” —como ella empezó a llamar a los señores que jugaban con niñas— la llevó a fantasear de una manera tan morbosa y vívida, que no solamente reanudó su masturbación, sino que la excitación le escaló a un nivel comparable a la que sintió cuando jugaba con el payaso, por lo cual tuvo que tomar uno de sus osos de peluche para llevárselo a la boca y así ahogar el intenso gemido que soltó cuando explotó en un intenso orgasmo.
Luego de eso, la nena agitada y sudorosa, por fin logró caer rendida ante el sueño.
Al día siguiente, cuando iba de camino a la escuela, no podía dejar de pensar en la teoría que había armado la noche anterior.
¿Realmente su tío Fernando podría ser un jugador o solamente estaba haciéndose ideas debido a su calentura?
A bordo del transporte público escarbó más en sus recuerdos, para intentar dar con memorias que confirmaran sus sospechas, inconsciente de las miradas lujuriosas que le lanzaban unos señores parados al fondo.
Era difícil, pues su tío realmente convivía demasiado poco con ella. Al punto de que casi la ignoraba por aquel entonces. Pero hubo un recuerdo que le llegó:
Era una fiesta familiar. Roxy —de ocho años— había tomado una pelota que su abuela le había regalado. Contenta, se disponía a salir al jardín delantero para jugar con ella. En el camino de la sala hacia el exterior, pasó entre dos mesas alargadas, dispuestas para los invitados. Una de sus primas, Carmén, estaba ayudando a preparar las mesas, poniendo servilletas, saleros, vasos y demás.
Su prima tendría unos dieciséis en ese tiempo. Recuerda que al pasar a un lado de ella, esta le sonrió con cariño y la dejó pasar, ya que el espacio entre las mesas, acomodadas a lo largo en paralelo una de otra, era estrecho.
Roxy le dió las gracias, siguió su camino, y entonces lo vió. Su tío Fernando estaba parado, recargado sobre el marco de la puerta que daba al jardín. Fumaba un cigarrillo, con la mirada atenta hacia adelante, pero no hacia Roxy —en realidad el tío miraba a su prima, aunque ella no lo notó— además de que la otra mano la tenía metida dentro del bolsillo de su pantalón, moviéndola de forma extraña. Al verlo, Roxy le sonrió y le preguntó si quería jugar con ella. Su tío, sin siquiera mirarla, le respondió:
—Ahora no, nena —y le dió una palmaditas en la cabeza, con la vista fija en su prima y caminó hacia ella.
Roxy se sintió un poco triste de que su tío ni siquiera la hubiera mirado y lo siguió con la mirada. Entonces el tío se acercó hacia la prima Carmen que se estiraba sobre la mesa para colocar unos cubiertos en el lado opuesto al que se encontraba, lo que dejó totalmente vulnerable su redondo y parado trasero —en aquel entonces ella era la más nalgona de las primas— No notó el acercamiento del tío hasta que fue demasiado tarde. Fernando tomó de las caderas a Carmen y fingiendo querer pasar al otro lado, le apoyó y restregó su miembro en todas las nalgas a su culona sobrina.
Carmen dió un grito de horror y furia. Se giró tan rápido como le fue posible y le metió una tremenda cachetada a su tío. Tan fuerte que le volteó la cara de lado y la marca de la mano quedó plasmada en su grasosa cara. La piel le ardió. Pero eso no fue todo.
—¡¿Qué te pasa, puerco asqueroso?!— chilló con rabia la adolescente, con los ojos vidriosos y la cara roja por toda la ira que sentía. Luego, lo empujó con todas sus fuerzas y, como el tío aún seguía aturdido por la cachetada, no pudo mantener el equilibrio, desplomándose hacia atrás sobre la mesa, la cual no resistió su peso y se dobló.
Todo lo que estaba en la mesa cayó sobre él y se cortó el brazo con un vaso que rompió con su cuerpo. No fue una herida profunda, pero la sangre empezó a botar escandalosamente. La chica le siguió gritando insultos con odio. La familia corrió a ver lo que había pasado. Roxy empezó a llorar por el susto del estruendo y los gritos. No recordaba exactamente qué cosas decían, pero recordaba vagamente a su abuela ayudando a poner de pie a su tío, horrorizada por el corte en el brazo de su hijo. Su prima les decía a gritos lo que había pasado y Fernando negaba todo. La abuela creía y defendía a su hijo, mientras los demás adultos se ponían del lado de su prima. Incluso creía recordar que tuvieron que contener al papá de Carmen que insistía que lo soltaran. La abuela llevó a la parte de arriba a su tío, abrazándolo y mimándolo como si fuera un niño pequeño. Los demás adultos se quedaron intentando tranquilizar al papá de Carmen y sus demás primas abrazaron a la prima agredida sexualmente, llevándola fuera, en dirección a Roxy.
—¡¡Es un cerdo pervertido!!— dijo llena de rabia y soltándose a llorar mientras pasaba a lado de Roxy, escoltada por sus primas.
Roxy era una niña muy aplicada en la escuela y no pensó más en su recuerdo hasta que estaba cenando con sus padres. Inmersa en sus pensamientos tomaba sus alimentos en silencio, con la mirada fija en su plato. Sus padres creían que quizás seguía molesta por el episodio del día anterior, pero en realidad la mente de la bebota estaba dándole vueltas a su recuerdo.
Fue una situación horrible, y ahora entendía porqué su mamá decía que no se llevaban bien con él. Tal parecía, que ahí no había nada que indicara que su tío era un jugador. Pero había dos cosas que Roxy no podía dejar de rumiar en su mente: 1) ¿Por qué su prima Carmen se enojó tanto cuando el tío se le pegó por detrás? No parecía muy diferente del juego de los “empujoncitos” y eso era muy rico y divertido, así que, ¿por qué se enojaría tanto? 2) ¿Por qué lo llamó “cerdo pervertido”? Esa última palabra ya la había oído antes. El payaso la mencionó cuando le dijo que no quería que pensara que era un viejo pervertido.
Y si su amigo no quería ser llamado así… ¿quería decir que los pervertidos eran malos? “Pero si no hizo nada malo… Solamente le dió un empujoncito” pensó en su inocencia.
De nuevo en su cama, esta vez tan concentrada en desenredar el misterio que no tenía tiempo ni ganas de tocarse, siguió buscando respuestas con las manos sujetas a sus sábanas.
Podría ser que a su prima no le gustaran esos juegos y por eso rechazó tan groseramente al tío cuando él quiso jugar. Pensamiento que hizo que Roxy se enfadara mucho con su prima. “Pudo haber sido más amable y decir que no le gustaba jugar a eso” pensó. Pero para ella eso no tenía lógica. ¿Qué niña no querría jugar tan rico?…
“Niña”…
Su prima no era una niña. Ya era una adolescente. Y muchas veces oyó que las adolescentes ya no juegan cosas de niñas.
Este pensamiento hizo que Roxy se preocupara.
¿Dejaría en un futuro de querer jugar a esto? Eso era imposible. De hecho, ninguna de sus primas era niña en aquel entonces. Ella era la única. Es la más pequeña de la familia.
Pero entonces, ¿por qué su tío quiso jugar con una adolescente y no con una niña como ella?…
“… Nos gusta jugar con niñas así como tú, de colita y pechos grandes”
¡¡CLARO!!
El payaso había dicho que a los jugadores les gustaban las niñas con esos atributos.
—Yo no tenía nada…— susurró de nuevo en la oscuridad, feliz de haber conseguido un avance en su deducción, pues a los ocho años Roxy era una niña planita como cualquier otra. No se empezó a desarrollar hasta los nueve, y para entonces ya no tenía contacto con su tío.
A pesar de estar contenta de que ahora tenía un cuerpo que podría gustarle mucho a su tío y por fin querría jugar con ella, aún no estaba totalmente segura de que su tío fuera cien por cien un jugador.
Esa palabra de “pervertido” la tenía algo preocupada. Aunque también podría ser solamente un insulto que su grosera prima usó para ofender a su tío.
“Supongo que no lo sabré hasta verlo” determinó.
Pero había otro problema, y uno bastante grande: la familia.
¿Cómo podría averiguarlo con tanta gente cerca? Seguro que todos estarían al pendiente del tío, y sus padres de ella.
Ése problema casi hace que se desilusione con la posibilidad de no poder jugar con su tío. Pero la que antes era una niña infantil, inocente y tontita; ahora era una nenota dispuesta a hacer lo necesario para calmar la calentura de su cuerpo y llegó a la resolución de que esto no era un problema, sino un desafío.
En los días siguientes, la que antes obedecía al pie de la letra las reglas de la casa; se dedicó a trazar un plan y crear una serie de mentiras, más o menos convincentes; para lograr salirse con la suya.
Finalmente el gran día llegó y Roxy se sentía lista, a la vez que emocionada.
Desayunó de muy buen humor, cosa que agradó felizmente a los padres. Luego, se fue a tomar un buen baño. Ella siempre ha sido una nena muy limpia, pero esta vez se esmeró más. Quería estar impecable para su tío. Cada detalle que tenía que ver con su aspecto físico, lo arregló teniendo en mente gustarle a su tío en la mayor medida posible.
Era increíble que ése bastardo ni siquiera sabía que Roxy se estaba preparando para él, exactamente al mismo tiempo en que aquel pervertido estaba metido en su cuarto, en la casa de la abuela —sí, el parásito vivía de mantenido a sus 55 años, sin trabajo y sin familia— mirando pornografía en su computadora, como si fuera un adolescente. Vestido solamente con ropa interior que no se había cambiado en tres días, sacudiendo su verga con intensidad mientras miraba a una joven actriz porno —que no le llegaba ni a los talones a Roxy a pesar de tener unos veinte años— disfrazada de colegiala, empinada sobre el escritorio de un musculoso falso profesor, que la penetraba con intensidad desde atrás.
—¡Uff! ¡Eso putita!… Párame bien las nalgas… Dependiendo de qué tan bien las pares, será tu calificación jeje ¡Ummm! — gruñía el gordo tío de Roxy, imaginando que él era quien perforaba a la actriz, subiendo y bajando su mano sobre su miembro descuidado y sucio, totalmente embarrado de líquido preseminal; sin tener idea de que en unas horas, tendría de frente a una chica MUCHO más buenota y también mucho menor.
Regresando al cuarto de la traviesa Roxy, después de haber limpiado cada rincón y curva de su cuerpo, dejando un aroma dulce y afrutado en su piel; salió del baño con su corto cabello húmedo, se secó con calma y empezó a peinarse —que, como todos sabemos, es en lo que más tarda una chica—. Eligió un peinado que la hiciera ver menos niña, con un medio fleco que caía sobre la mitad de su frente, dándole un toque sexy y decidido. Todo esto lo hacía completamente desnuda.
Los rayos de sol que entraban por la ventana hacían brillar su piel, resaltando cada uno de sus atributos voluptuosos. Se aplicó un gloss con sabor y aroma a fresa, que hacía sus labios irresistibles. Un maquillaje ligero, con sombras azules y un delineado negro sutil, marcaba sus ojos sin exagerar. Se colocó unas arracadas doradas —de imitación, claro— y sacó la ropa que el payaso le había comprado para sus sesiones de juego.
Primero sacó una tanga blanca diminuta. La deslizó por sus piernas firmes y torneadas, con pantorrillas marcadas que mantenían la feminidad. Subió la prenda hasta que se perdió entre sus dos grandes nalgas, redondas, firmes y perfectamente paradas. Desde atrás, sólo se veía el pequeño triángulo en su cadera, junto a las finas tiras que abrazaban su cuerpo.
Desde el frente, el panel pequeño cubría su entrepierna con una protección interna de algodón, que evitaba marcas, pero no ocultaba el contorno. Se formaba un triángulo invertido, ligeramente abultado y sugerente.
Luego sacó una minifalda negra, diminuta y de tela brillante y delgada, tan ajustada que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, definiendo cada curva con descaro. La hacía verse aún más nalgona y caderona. La tanga se marcaba bajo la tela, insinuando con precisión lo que escondía.
Caminó de un lado a otro frente al espejo. Con cada paso, la tela se deslizaba hacia arriba de manera traviesa, deteniéndose justo en el límite entre sus piernas firmes y ese culo irresistible. Si la dejaba así, la falda se mantenía un rato, pero al seguir moviéndose inevitablemente superaba ese límite, dejando al descubierto más piel, incluido el puente vaginal de su tanga. En esos momentos tenía que bajarla sí o sí, al menos cuando la familia estuviera cerca.
Y ni hablar de cuando se empinaba sin doblar las rodillas. Al inclinar el torso, la falda subía sin control, revelando la mitad de sus redondas nalgas, con la tanga clavada entre ellas. Si bajaba aún más, la prenda se disparaba hasta la cintura, como un cinturón ancho, dejando una vista de infarto para quien tuviera la suerte de verla. Cabe resaltar que estas poses y pruebas, no las hacía por querer ser precavida en cuanto a lo que podía hacer sin enseñar de más; sino que eran ensayos para ver qué tanto iba a enseñar a su tío con sus movimientos insinuantes.
Se calzó unos tacones de plataforma, de un tono tornasol que reflejaba la luz en diferentes ángulos; y con una escarcha brillante y rosa en la plataforma y el tacón. Sus hermosos pies infantiles quedaban moderadamente inclinados, como si se pusiera de puntitas; lo que no solamente le dió algunos centímetros extra de altura; sino que al ponerse de pie, su postura se estilizó mucho más: El culo se le alzó y se le tensó, con una descarada y tentadora elegancia; en esa pose firme resaltaban mucho más sus pesados y redondos senos a prueba de gravedad. Las correas se enredaban y ajustaban alrededor de sus delicados tobillos, de una manera sensual. Al caminar, cada paso que daba hacía que sus nalgas se movieran con un vaivén hipnótico.
—Creo que Carmen ya no será la de la colita más grande jiji— dijo con orgullo Roxy al ver cómo se le veía la parte trasera en el espejo.
Parecía hecha para calzarse ese tipo de tacones. Y lo sabía. Sonreía de una manera pícara, impropia para una niña de su edad, imaginando la cara de bobo que pondría su tío al verla caminar.
Incluso pudo visualizarlo con la mirada perdida en su espectacular y tentador culo, que no se le ha visto a ninguna niña de 11, y no pudo evitar soltar una risita. Sin embargo, al caminar con sensualidad y seguridad, recordó con nostalgia, pero también con una mezcla de vergüenza y morbo, lo difícil que fue acostumbrarse a caminar con ellos bajo la tutela del Payaso Manotas, que no perdía oportunidad para meterle mano si perdía el equilibrio.
Finalmente, se enfundó un top de manga larga, color hueso, con los hombros al aire y un escote que podía abrirse o cerrarse con una hilera de botoncitos a presión, El tejido tenía un patrón de finas líneas en relieve que recorrían su torso verticalmente. Las mangas, tensadas gracias a unos orificios donde pasaba sus pulgares, se ceñían a sus brazos con un toque moderno y práctico.
El top dejaba completamente expuesto su abdomen firme y definido. Su cintura, estrecha y bien marcada, hacía un juego perfecto con sus caderas y realzaba aún más el contraste con su busto rebosante.
Roxy estaba tan increíblemente bien dotada a sus escasos 11 añitos, que abotonar toda la parte superior era imposible. Aunque tampoco era que quisiera ocultar el escote, sino todo lo contrario. Quería que su tío se distrajera en sus desarrollados pechos. Ese escote era una invitación descarada para que su tío fijara la vista en ellos. Apenas logró abrochar algunos de los botones, lo que dejó un amplio escote que mostraba buena parte de su voluptuosidad. Sin sostén, su busto se alzaba con una mezcla perfecta de firmeza y suavidad. La tela del top se adaptaba como una segunda piel, dibujando con precisión la forma natural de sus senos, generosos y provocativos, que ya desearían tener chicas mayores, como sus primas por ejemplo.
Cómo cereza del pastel, para adornar su escote y dirigir la mirada de su tío a sus dos grandes encantos; se colgó una cadenita de oro — un regalo que recibió algunos cumpleaños atrás de parte de su mamá — con la letra “R”. La pieza descansaba sutilmente atrapada entre la plenitud de sus pechos, como si fuera una invitación directa a ver más de cerca.
Se miró al espejo. Estaba hecha una provocación lujuriosa, inmoral y prohibida. Sencillamente no había manera en que su tío pudiera ignorar tal cosa. Con una media sonrisa se ajustó son movimientos medidos el escote, tirando de los bordes hasta conseguir el mejor ángulo de sus dos grandes atributos. Se miró una vez más, de frente, de perfil, de espaldas y luego asintió satisfecha por el resultado.
Se roció algo de perfume de imitación, pero que no tenía un aroma para nada fuerte o desagradable, sino dulce. Tomó una chaqueta negra, corta, de cuero, con la que disminuyó un poco la visión de su escote, pero que era imposible de abrochar por su voluptuosidad. Había terminado la parte fácil pero laboriosa. Ahora venía la parte difícil, convencer a sus padres de dejarla ir así.
Se ajustó la chaqueta tirando de ella hacia abajo e intentando cubrir lo más posible su provocativo escote. Inhaló, exhaló y abrió la puerta de su cuarto en dirección hacia la sala, para encontrarse con sus papás.
Los padres estaban en la sala, sentados en el sofá, uno al lado del otro, esperando con impaciencia a que su hija terminara de arreglarse. Nunca había tardado tanto.
Al oír la puerta del cuarto de Roxy abrirse, los dos dirigieron su mirada hacia esa dirección.
—Nena tardaste mucho. Corre que se nos hace…
La frase de la su madre quedó inconclusa. Ambos abrieron tanto los ojos y su sangre abandonó sus rostros volviéndolos casi pálidos; que parecía que acababan de ver a un fantasma colarse a la sala.
La nena salió con una sonrisa tensa, nerviosa. A sabiendas de que lo que sus padres veían no les gustaba para nada.
Los padres abrieron la boca, pero ninguna palabra salió. Como si lo hubiesen ensayado, los dos recorrieron el cuerpo de su hija, de arriba a abajo y luego de regreso.
Roxanita no sabía qué decir. Empezó a jugar con sus dedos, visiblemente nerviosa. Y solo atinó a decir:
—Ahm… Ya… Ya estoy lista jeje… ¿Nos vamos?…
La madre sacudió la cabeza apretando los ojos. Como si la apariencia y palabras de su hija le hubiesen generado tal incomodidad que necesitaba sacudírsela para hablar.
– Roxy… ¿de… de dónde sacaste esa… ropa? —la pregunta de la madre salió casi como un balbuceo. Conteniendo con todas sus fuerzas su voz, para que no saliera a gritos.
– Ahm… pues…
Lo había ensayado. Durante varios días, desde que empezó a urdir todo este plan, Roxy había pasado varios minutos frente a su espejo planeando qué responder a sus padres cuando le preguntaran sobre la ropa que traía puesta. Incluso había pensado en las posibles respuestas para los diferentes cuestionamientos que surgirían.
Pero de pronto el script se borró de su mente. Por más que lo buscaba entre los archivos de su cerebro, las frases previstas no aparecían por ningún lado.
Roxanita, siendo aún una niña, con cuerpo de mujer y vestida como una provocadora; comenzó a sollozar por los nervios.
– Es que… yo…
La voz se le empezó a quebrar y un nudo en la garganta no le dejaba articular bien.
– ¡Está bien, nena! ¡Todo está bien!
Dijeron al unísono, parándose prácticamente al mismo tiempo. Avanzando rápidamente ante la sensible y frágil nena. Después de todo seguía siendo su princesa.
Ambos posaron sus manos tanto en su espalda como en sus brazos.
– Es solo que…
El padre no supo cómo terminar esa frase y buscó con la mirada a su mujer para buscar ayuda.
– … nos sorprendimos de verte vestida así.
Concluyó la madre.
– Es que… me da miedo… que se enojen conmigo.
Dijo la nena con los ojos brillosos.
– No nos encontremos. Lo prometo. Solo dinos la verdad.
Dijo el padre intentando consolar a su pequeña.
La nena aspiró intentando que no se le salieran sus moquitos y fue entonces que se calmó un poco. Entonces pudo hablar y trató de explicar lo mejor que pudo la mentira que había planeado.
– Lo que pasa es que no quería usar la misma ropita de siempre… No es que no me guste, y tampoco me estoy quejando; sé que no hay dinero para comprar ropa nueva. Pero ya no quería vestir de la misma manera. Así que…
La nena hizo una pausa. Mientras planeaba su mentira, astutamente dedujo que debía decir algo de verdad. En este caso, confesar algo que se supone no debía hacer en primer lugar. Salir.
– … un día salí de la casa. ¡Pero solo después de hacer mi tarea! —se apresuró a explicar— y bueno, fuí a la casa de la señora Mari Cruz…
Mari Cruz. Ese nombre hizo que ambos padres fruncieran el ceño. Y no era para menos. La señora Mari Cruz era esa vecina incómoda y problemática. La típica señora metiche que nada más busca hacerle imposible la vida a los demás. Esas señoras que no pueden ver a nadie más feliz o más próspero que ellas mismas, porque entonces se la pasa conspirando para desahogarse.
Y Roxanita lo sabía bien. Así que la usó para su mentira, a sabiendas de que a sus padres no les apetecería nada ir a conversar con ella para corroborar la información.
– Como es muy viejita, pensé que si me ofrecía a ayudarle de vez en cuando, ella me daría dinero. Como un trabajo. Sé que desobedecí sobre no salir de casa cuando estoy sola. Y también sé que en vez de comprarme ropa, debí haberles dado ése dinero para ayudarles. Pero es que de verdad deseaba tener ropa nueva.
Dicen que los hijos heredan muchos atributos de sus padres. En este caso, Roxy no había sido una nena terriblemente ingenua solo por la coraza de ignorancia que sus padres habían creado alrededor de ella. La verdad es que sus padres también muchas veces pecaban de ingenuos. Sobretodo tendían a confiar excesivamente en los demás. Principalmente por ser personas tímidas que evitaban los problemas a toda costa. Y dudar de la palabra de alguien, para ellos, era igual que crear un conflicto.
Además, no tenían ninguna razón para dudar de la palabra de su pequeña. Aún cuando su relato daba más preguntas que respuestas.
No querían someter a su hija a un interrogatorio. Y mucho menos podían ponerse hablar sobre lo increíblemente inapropiado de su atuendo. Hacerlo, implicaba hablar sobre temas sexuales. Como por ejemplo lo mucho que sus de por sí desarrollados atributos resaltaban, o el impacto visual y provocativo que iba causar. No. Ella era una niña. Una niña inocente hasta donde ellos sabían. Si Roxanita había elegido esa ropa, no era con una intención sexual. Seguramente, al ser una nena ingenua, había elegido solamente lo que le pareció más bonito y moderno. Probablemente sin siquiera probárselo antes.
Ambos se miraron y al instante acordaron, en silencio, no preguntar nada más ni impedir que su hija usara lo que con tanto entusiasmo había elegido. Ya habría tiempo después para enseñarle a elegir mejor su ropa.
– Está bien, nena. No está bien que nos ocultes cosas, pero entendemos porqué lo hiciste. La próxima vez, confía en nosotros. Te habríamos acompañado a escoger tu ropita nueva.
Dijo su madre abrazándola y dándole un beso en la frente.
– Así es, princesa. Y gracias por decirnos la verdad.
Roxy se sintió aliviada por haberse salido con la suya. Pero también se sintió algo culpable por haberles mentido de esta manera a sus padres. Sobretodo porque se sentían agradecidos de haber escuchado una supuesta verdad que no lo era.
Pero su cuerpo demandaba la atención de los “juegos” y esto era necesario para conseguirlo.
– Entonces… —la nena se paso una de sus manitas por la nariz— ¿No están molestos?…
– Para nada.
Dijeron al mismo tiempo.
– Y… ¿cómo me veo? Jiji
La pregunta los tomó por sorpresa. No podían decir lo que realmente pensaban.
– Muy bonita…
Dijo uno.
– Y… moderna jeje
Dijo el otro.
La nena les sonrió con una sonrisa amplia y tierna. Ellos le devolvieron una sonrisa falsa. Intentando esconder sus preocupaciones.
– Jiji gracias. Ahora vámonos. Dijeron que ya era tarde jeje.
Los padres asintieron resignados. Imaginando el revuelo que iba a haber a su llegada a la fiesta.
El plan era viajar en transporte público, pero eso ya no parecía la mejor idea. Exponer más de lo necesario a la pequeña era un riesgo que no querían correr, así que la mamá sacó su celular y pidió un Uber. Más caro sin duda, pero mucho más seguro.
Después de una espera de aproximadamente unos ocho minutos, el Uber llegó afuera de la humilde casa.
Ambos padres se cercioraron de dejar la casa bien cerrada, mientras la despampanante Roxy salió a la calle para verificar que el Uber ya hubiese llegado.
– ¡Llegó el Uber, mami!
El chófer, que era un hombre maduro de aproximadamente cincuenta años. Peló los ojos al voltear hacia aquella vocecita infantil y encontrarse con la encarnación de la lujuria y la provocación.
Al ver a la nena tuvo una reacción exagerada, pero completamente involuntaria. Se aferró al volante con ambas manos y se jaló así mismo más hacía adelante, casi pegando el rostro al parabrisas.
Con los pocos pasos que la nena dió desde su casa hacia el exterior, la diminuta y ajustada falda ya se había subido lo suficiente para que el hombre se deleitara con las increíbles piernotas de la chamaca. Además de lograr visualizar un triángulito blanco cubriendo la parte íntima de la nena. Y, por supuesto, logró ver a través de la abertura de la chaqueta de cuero, un vistazo de los dos enormes senos que mostraba con tanto orgullo.
Poco le faltó al hombre brincar en su asiento de la emoción y la excitación. Sin embargo, su concentración era tal que no se percató de que los padres habían salido ya también.
Un toque fuerte en el vidrio del copiloto y un fuerte carraspeo lo sacaron de su enajenación.
– Uber para Guadalupe.
Dijo la mamá al otro lado del cristal, con una cara que denotaba la molestia de que ése chófer estuviera morboseando a su pequeña con la mirada. Aunque no le reclamó, pues en el fondo sabía que la nena mostraba demasiado sus desarrolladísimos atributos.
–… ¡Ah! Sí… Adelante, suban.
El chófer desbloqueó las puertas y empezó a emocionarse con el hecho de que la nena se fuera a sentar en el asiento del copiloto. O incluso mejor, tal vez la nena viajaría sola y entonces tendría la oportunidad de hacerle plática y ver qué lograba conseguir.
Pero la mamá de Roxy estaba empeñada en no exhibir a su hija ante ojos tan libidinosos.
Rodeó el auto y abrió la puerta trasera del lado del piloto.
– Sube por aquí, Roxy.
La nena, que no se percató de que el chófer ansiaba con devorarla con la mirada, hizo caso al instante a la indicación de su madre.
El chófer maldijo por dentro al no tener ninguna forma de mirar a la chica y ahora encima se iba a sentar justo detrás de él, sin posibilidad de al menos mirarle las tetas por el retrovisor.
La madre cerró la puerta y entonces subió por la puerta trasera del copiloto, para quedar en medio y vigilar que el chófer no anduviera espiando a su hija por el espejo; luego subió el padre y finalmente marcharon hacia la fiesta.
Luego de unos minutos de viaje, la familia había llegado al fraccionamiento privado donde vivía la abuela de Roxanita. Les dieron acceso en la caseta de vigilancia y el Uber los dejó frente a la casa indicada.
La madre inteligentemente espero hasta que su hija bajara del auto —que dicho sea de paso, la diminuta prenda que llevaba no soportó la tensión al sentarse y se subió por completo, dejando expuestas sus nalgas a la textura de la tela del asiento— para pagarle al conductor.
El hombre ya estaba atento al espejo izquierdo para darse un taco de ojo cuando la nena bajara y cerrara puerta. Pero…
– Le pago.
Sentenció la madre con voz firme y autoritaria. El hombre dudó un instante. Quería ver. Quería apreciar las nalgotas de la nena.
– Señor, le pago.
Volvió a decir la señora elevando un poco más su voz.
Al hombre no le quedó más remedio que gruñir por dentro y voltear a recibir el dinero. Para colmo la señora le estaba dando muchas monedas y tendría que contarlas.
A la señora le salió bien su plan, porque al bajarse la nena tenía la falda hasta la cintura, dejando ver sus redondas nalgas entangadas. De manera rápida, pero no urgente, se bajó su minifalda hasta ajustarla más abajo de sus nalgas. Pero la talla chica y la tela elástica, hicieron retroceder casi al instante la prenda hasta justo el raz de sus nalgas.
La madre cerró los ojos suavemente deseando no haber visto eso y las alarmas de que esto había sido una pésima idea se encendieron en su cabeza.
– Gracias.
Dijo la señora bajando con su esposo mientras el chófer seguía ocupado contando monedas.
El hombre rápidamente mandó al diablo la cuenta que llevaba y alzó la vista, dispuesto a ver cómo esa nenota caminaba hacia la casa, hasta que esta desapareciera de su vista. Pero la madre ya se había anticipado.
Con un acción que parecía amorosa. La señora abrazó por detrás a su hija y usó su cuerpo para taparla. Frustrando así cualquier oportunidad de que ése chófer morboso se alegrara la vista con su hija. Incluso se dió el permiso de lanzarle una mirada de reproche/burla antes de abrir la reja de la casa y caminar hacia la entrada.
– Pinche vieja amargada… Sino quieres que vean a tu hija, para que dejas que salga vestida como puta…
El hombre evidentemente frustrado y enfadado, comenzó a maldecir a la progenitora de la nena. Resignado, puso reversa y desapareció de la vista de la familia.
Los tres miembros se quedaron parados frente a la puerta antes de tocar.
Los tres estaban nerviosos. Sabían que esa fiesta iba a ser muy diferente a las otras reuniones familiares.
Sin embargo, había una discrepancia.
Los padres estaban nerviosos por el qué les iban a decir por traer a Roxana vestida así. Y preocupados por los efectos que su despampanante hija causaría.
Pero Roxy… ella estaba nerviosa de volver a estar en una situación como con el Payasos Manotas. Su corazón empezó a acelerarse. Entrelazaba los dedos y los movía sin control. Se mordió el labio inferior por un costado.
Este era el momento. El que tanto había planeado y esperado. ¿Las cosas saldrían como ella había imaginado? ¿O el tío volvería a rechazarla como la última vez que se vieron?
Una disculpa por haber tardado tanto en traer la continuación de esta historia que tanto me pidieron. Como siempre, me extendí demasiado así que esta nueva entrega será de dos o tres partes. Pero debo avisar que será la última entrega de Roxy. Pues quiero hacer otros relatos. Aún está pendiente la segunda entera de Pao y de otros proyectos que tengo en mente.
Si alguna chica quiere hacer roleplay sobre el tema o cualquiera quiere conversar; les dejo mi contacto en Telegram: @ViejoMorboso
¡Saludos!


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