Rutina de una hermana incestuosa
Continuación de Rutina de una hija incestuosa.
Despierto y voy al baño a limpiarme y prepararme. Después preparo el desayuno. Mis pechos llenos de leche duelen, pero nada como alimentar a Janine y a Nadia para liberar presión. Es delicioso, tenía que serlo. Las hice en un mar de placer y gozo. Las hicimos, debo siempre aclarar el plural. Las llevé en mi vientre por nueve meses, pero fue el semen de mi padre el que me las dio. Soy feliz por eso.
Cerca de las nueve de la mañana, mi hermano abre la puerta sin avisar y me pide comida. Nada muy elaborado, sólo algo sencillo para complementar lo que su esposa, Cinthia, le dio en su casa. Es un sueño de mujer, pero mi hermano está comprometido con seguir la rutina de papá. Él aparece, come un poco y luego yo llevo a Melanie, mi niña de dos años, y a Nadia, de cuatro meses a la habitación. Al cerrar la puerta, siempre escucho el tintineo del cinturón desabrochado de Oscar, mi hermano. Tengo 17 años y el 27. Es alto, fuerte y trata de mantenerse musculoso. Yo soy pequeña y a pesar de mis dos bebés, me he mantenido delgada.
-has ganado peso en los lugares adecuados, zorrita. Ven aquí – me decía – Límpiame – siempre pedía al sacarse la verga. Él estaba de pie y yo me arrodillaba para recibir su verga en la boca. Entraba sin cuidado, con brusquedad, como si de un juguete se tratara. Me sujetaba de la cabeza con fuerza para que yo no me alejara de la violencia con la que me cogía por la boca – Sólo contigo hago esto. Con Cinthia hago el amor, lo hago con cariño.
Y me gustaba. Trabajaba en algo relacionado a seguros y su jefe era un idiota. Siempre estaba lleno de frustración. Con su esposa obtenía cariño y conmigo liberaba su frustración.
-Date vuelta – decía cuando las cosas estaban especialmente mal.
Esas palabras significaban girarme y poner la cabeza en el suelo y levantar mi culo hacia él. Yo siempre iba desnuda en ese departamento, sólo usaba una bata si debía hablar con el casero del edificio, pero el resto del tiempo debía estar lista para la verga fraternal. Obedecí y presenté mi culo como la buena perrita que era. Quitó el tapón.
-Tienes un culo hermoso, Melanie. ¿Lo has estado limpiando bien?
-Siempre, hermano.
Sacó el plug de mi ano con cuido, pero con firmeza. Seguía molesto porque mi segunda hija no fue suya, sino de mi padre; la procreó conmigo poco antes de morir. ¿Cómo sabía que no era de Mario? Porque mi sangrado debió llegar en los días en los que nuestros encuentros empezaron. Su castigo era no meterme la verga por el coño, sino por el culo.
-hermoso – dijo al ver mi hoyito dilatado.
-Por favor, hermano, perdóname. No fue mi culpa.
Su glande, grande e inflado, rozó por debajo mi vulva. Me hizo estremecer, incluso creí que me la metería por ahí. En vez de eso jugaba conmigo. Me tentaba. Cuando se cansaba, lo alineaba a mi esfínter y lo introducía hasta adentro. Era tan grande que no importaba que lleváramos más de un año haciéndolo por ahí, seguía sorprendiéndome de lo mucho que se forzaban los bordes. Me rellenaba completa.
-Oh, dios… – siempre exclamaba, como si fuera algo nuevo – Ten cuidado, Mario.
No decía nada, sólo resoplaba, se acomodaba y sosteniéndome de las caderas metía y sacaba hasta la mitad de la longitud de su descomunal verga. Cada embestida nueva era más fuerte, más rápida y mi cuerpo entero reacomodaba los órganos para sentir esa pieza de carne en mi interior. Mis ojos se llenaban de lágrimas. Era doloroso y placentero a la vez. Los primeros días me decía que lo importante era su gozo, no el mío, pero igual me gustaba a pesar de lo mucho que ardía en el borde de mi ano.
-¿Te gusta, putita?
Siempre quería decirle que no era su putita. Era la putita de papi, no de él, y siempre lo sería, pero temía hacerlo enojar.
-Soy tu hermana… – decía entre gemidos y gimoteos.
-Sí… eres mi hermanita… mi hermanita madre de mis sobrinitas.
-Madre de tus hermanitas… – decía siempre, haciéndolo aumentar la velocidad y mojándome a mí.
-Y ellas serán putitas como tú, ¿verdad?
Dios, cuanto me gustaba que me dijera eso. Quería verlo cogiéndolas y preñándolas. Mis hijas serían sus vacas para producirle leche y bebés. Sólo debían crecer y desarrollarse. No necesitaban la puta escuela, sólo a mi hermano trabajador y su verga enorme. Sí… ¡Sí…! ¡SÍ!
-¡Y tu hijo y tú las preñaran! – grité sintiendo un orgasmo acercándose.
De repente, me sacó la verga del culo, pero antes de que pudiera protestar o preguntar qué pasa, sentí cómo me abría el coño para clavármela por ahí. Me sentí como un títere siendo rellenado por una mano. Me abría me partía en dos. Estaba totalmente mojada y aun así sentía cómo se forzaba la elasticidad de mi vagina.
Pero eso no fue lo mejor. Eso fue cuando llegó al fondo, cuando golpeó con el tope. Fue doloroso e igual me gustó. Era demasiado para mí cuerpo.
-¡AYYYYY! ¡AYYYYY! ¡HERMANOOOO! ¡ME VENGO! ¡AHHHH!
El orgasmo fue brutal. Me oriné, eyaculé y mis piernas perdieron fuerza. Mi vista se nubló y mi espalda se curveó hacia atrás mientras forzaba mi garganta para gritar con todas mis fuerzas. El mundo debía saber que estaba gozando con esa verga en mi interior.
Dejé caer la cabeza en el piso mientras sentía en la lejanía unas cuantas embestidas más, con una fuerza descomunal y oía en el viento unos gruñidos y rugidos. Una última estocada me hizo tener un deja vú de todas esas veces con papá, de cuando su leche era disparada en mi interior. Él me amaba. Me encantaba sentir los espasmos de su verga mientras disparaba los chorros de leche más espesos de la humanidad. Ahora mi hermano era quien los soltaba adentro.
-Dices muchas guarradas cuando te cojo. Ni loco dejaría que mi hijo tocara a esas alimañas que tienes por hijas. Han de estar enfermas por nacer del incesto o algo – decía mi hermano justo antes de sacármela. Casi siempre lo hacía.
Me sentía vacía cuando sacaba su verga, pero esta vez, con su leche saliendo a borbotones de mi interior, tibia y espesa, me sentía acompañada. Me dejé caer al suelo y me giré para estar boca arriba, respirando con agitación.
Mi hermano, en cambio, se dirigió al único cuarto de mi departamento y entró. Seguro iba a bañarse.
La siguiente parte de mi rutina era recuperarme, limpiarme un poco, secar la saliva del piso y preparar un pequeño almuerzo para mi hija mayor. Para cuando mi hermano salía con el cabello mojado y la verga limpia, se sentaba en el sillón mientras robaba algún pan o fruta de la mesa.
-Te dejaré de visitar tan seguido, Melanie – dijo esa vez.
Me giré sorprendida y contrariada. A pesar de su agresividad al coger, me gustaban sus visitas y nuestros encuentros.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Cinthia empieza a creer que tengo una amante.
-No soy tu amante, soy tu hermana.
-Eso lo sé, pero ella me cuestiona el porqué de llegar sin suficiente leche para ella. Cree que veo a alguien. Así que para evitar tantos problemas, te visitaré sólo un par de veces entre semana solamente.
-¡Eso romperá mi rutina!
-¿Crees que me importa? – la voz de Mario sonaba demasiado altanera – Mi matrimonio es más importante. No puedo tener problemas con ella y con el trabajo, eso me mataría.
Hice un puchero.
-Eso no funcionará conmigo, no soy nuestro padre. Mejor encuentra algo que hacer. Te seguiré trayendo dinero – sacó un cigarro de su pantalón y lo prendió – Trataré de conseguirte un trabajo para que rentemos un mejor lugar. No puedes tener a dos niñas y a ti en este cuartucho. Mi closet es más grande.
No esperó una respuesta mí. Sólo se puso de pie y se fue. Ese día me dejó ahí, más temblorosa por el miedo a romper mi rutina que por el orgasmo que me había dejado casi inconsciente.
La solución llegó un par de días después, cuando volvía de la tienda. Había dejado a las niñas durmiendo la siesta, así que creí posible salir, comprar algunos víveres, despejarme y alejarme de las pequeñas por unos minutos. Era uno de los pocos momentos en los que me vestía. Mi ropa comenzaba a quedarme pequeña. Mis tetas habían crecido.
-Oye, niña – dijo el casero. Su nombre era Valentín – Dejaste a esas niñas solas y están llorando. Tengo quejas en todo el piso.
-Lo siento, don Valentín. No creí que se despertarían.
Él siempre hacía una pausa después de verme hablar. Me miraba de arriba abajo. Miraba mi pantaloncito corto y mi blusa sin sujetador debajo porque ya no tenía uno capaz de sostener mis tetas.
-¿Sabes? La renta va a subir el próximo mes, pero siempre que te veo, me dan ganas de ofrecerte un descuento.
Se acercó demasiado a mí. Debía tener unos cuarenta años, tenía brazos fuertes y una mandíbula firme. Estaba un poco gordo, pero era esa obesidad de hombre fuerte y trabajador. Siempre olía a sudor, aunque no me parecía molesto.
-¿Qué tengo que hacer, don Valentín?
-Todos te escuchamos por las mañanas, los inquilinos hablan y preguntan por ti. Sabemos que un muchacho viene a darte lo tuyo, y muy fuerte, pero el resto del día estás sola. Sólo preguntaba si podías, ya sabes, atendernos. Yo cobraría y te daría una parte, además del descuento en la renta.
Al principio no supe qué decir, pero algo en mí se emocionó. Mi corazón latía a toda velocidad. Era una gran oportunidad… pero podría ser mejor.
-No quiero el descuento – dije. Don Valentín casi salta del asombro – En vez de eso quiero un departamento más grande por el mismo precio. Quiero que mis niñas ni siquiera se enteren de que estoy con ustedes.
Él sonrió con triunfo.
-Hay un departamento más espacioso en el segundo piso. Eran dos, pero los uní. ¿Qué te parece si te mudas ahí y usamos tu departamento actual como “consultorio”? ¿Te gusta la idea?
Soy toda una mujer de negocios, me dije.
-Trato hecho.
-Pero antes – dijo levantando un dedo – Quiero que calles a esos críos y que luego bajes a mi oficina a demostrar tus habilidades.
Su vista bajó por un segundo. Parecía que mis tetas delataban mi emoción por aquel trato. Habían comenzado a gotear por su cuenta y manchaban mi blusa. Su verga se puso tiesa en ese instante.
-¿Qué le parece si sube conmigo, don Valentín, y espera en mi sillón?
-De acuerdo.
Subimos juntos. Yo no podía dejar de sonreír. Pensaba en papá porque seguramente estaría orgulloso de mí. Crío a una putita y a una gran mujer de negociosos. Ahora mi rutina sería mucho más entretenida.
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