Rutina de una hija incestuosa
La rutina del día a día es importante, sobre todo si está basada en coger con papá.
Tengo 16 años y vivo en un pequeño departamento en la ciudad. Mi rutina es sencilla: Despierto, preparo el desayuno y espero a que mi bebé dé signos de estar despierta. Le acerco una teta y espero a que succione hasta quedar satisfecha. Esa pequeña y hermosa cabecita adherida a mi pezón me trae tantos recuerdos, que no puedo evitar mojarme. No debería hacerlo, no es correcto, pero me suelo frotar mientras la cargo con el otro brazo. Trato de disimular mi orgasmo, pero sé que sabe lo que siento. Una vez satisfechas, suelo darle unas palmadas en la espalda y la dejo en su cuna mientras desayuno y espero.
Papá solía venir. Cerca de las diez de la mañana, aparecía en mi departamento y me hacía acompañarlo al sillón. Se sentaba y mientras acercaba mi boca a la suya, se abría los pantalones. Su descomunal verga era liberada después de unos segundos de besos, de los que yo salía de nuevo empapada y llena de lujuria.
-¿Tienes un condón? – preguntaba por habito.
-No, Melanie, se me olvidó. La próxima vez traeré uno – solía responder.
Su rostro amable me hacía creerle siempre. Nadie sospecharía nada malo de él. Tenía uno de esos rostros confiables, bonachones. No era uno de esos malencarados del barrio, sino de esos a los que las señoras se le insinuaban cuando podían. Yo siempre le creí, en especial cuando dijo que era mi culpa todo lo que nos pasó. Dijo que fui yo quien lo sedujo con mi cuerpo delgado y culo levantado. Mi cabello rubio fue lo que lo hipnotizó y mi rostro inocente le hizo perder la cordura. Yo no lo niego. Me mojaba mucho entonces. Me le acercaba y aspiraba su olor a hombre y mi coñito se humedecía al instante. Me sentaba en sus piernas y me frotaba en él mientras fingía jugar al caballito. Un día se sacó la verga y jugamos al caballito de una forma distinta.
-Shhhh, así sólo juegan los adultos. No le digas a nadie – me dijo justo antes de introducirme su gran miembro. Yo estaba emocionada y asustada en partes iguales, pero lo deseaba tanto que dije que sí a todo. Puse los ojos en blanco desde la primera penetración y me olvidé de todo.
Pasó el tiempo y comencé a cambiar. Mamá sospechaba que papá se acostaba con alguien, pero nunca pensó que se trataba de mí. Mis horizontes se ampliaron y entendí un poco mejor las conversaciones de las chicas mayores que tomaban el autobús conmigo. Supe que el porno de los chicos, aquello con lo que enloquecían y presumían, era en realidad con lo que yo gozaba. Llegó el día en que en clase la profesora nos dio una breve y sesgada lección de educación sexual. Dijo que todo estaba mal y que esperáramos a crecer. ¿Cuándo era correcto gozar? Quién sabe, nunca lo dijo. Lo que sí explicó fue que hacerlo con familiares estaba mal, era un crimen y que Dios se iba a enojar.
Esa tarde, cuando papá se sacaba la verga para hacerlo montar, le dije que las maestras creían que lo que hacíamos estaba mal, pero yo no estaba de acuerdo. Le dije que lo deseaba, que no era un juego, pero tampoco era algo malo. Era maravilloso. Explorar ese placer con él era la mayor bendición de mi vida. Y si aquellas viejas amargadas creían que era algo malo, entonces debía ser algo bueno. Quería saber por qué le temían tanto. Papá, enternecido, cambió.
Dejó de hacérmelo con cuidado. Ya no eran sólo caricias e introducciones de sus dedos y su verga. También lamía mis pezoncitos, mi coñito, acariciaba mi culito y trataba de introducirle un dedo a veces. Aquella actitud me relajaba y me hacía pedirle más. Cuando me metía la verga, ahora más fuerte y rudo, me miraba con cara seria y me susurraba que ahora era su mujer y que tendríamos una familia. Semanas después, en la clase, la profesora nos dijo que las relaciones sexuales servían para tener bebés. Las clases de educación sexual son muy malas, y no habían hecho la conexión entre semen y bebés. Les dio sentido a las frases de papá.
Semanas después mi hermano mayor nos visitó desde la casa que compartía con su novia. Tenía veinte años y era muy amable. Nos contó que había llamado a la policía porque se enteró que el vecino tocaba a su hija. Se lo llevaron preso. Yo me enojé con él, aunque no pude decirlo en la mesa. Papá me miró con rostro triste.
Inexplicablemente comenzó a pelear con mamá. Le contó algo un día con mucha seriedad y desde entonces ella le gritaba y le recordaba el asco que sentía por él. A mí también me miraba con desprecio, aunque era más lástima que odio.
Un día, papá no aguantó más y rentó aquel departamentito para mí. Me llevó a ese lugar y dejó que mi vientre creciera sin miedo ni remordimientos. Hacía el desayuno, comía, él me visitaba, le mamaba la verga y una hora después se iba a trabajar. El resto del día veía la televisión, leía o hablaba con mis amigas que seguían yendo a la escuela. La rutina se alteraba sólo cuando me llevaba al doctor.
El único momento en el que mamá habló conmigo me pidió que usara condón con papá. Y que me quedara lejos de ella. Ella fingiría que papá se iba a trabajar y no que se cogía a su hija en un departamento donde la tenía embarazada. Trataría de ser feliz con él a pesar de eso.
Por eso siempre le pedía usar condón, a pesar de que siempre lo olvidaba. Para la próxima sería. Yo le acariciaba la verga, se la chupaba, succionaba y masajeaba con mis labios y lengua. Le sostenía los testículos y masajeaba mientras me la introducía tan profundo como me fuera posible. Él me sostenía de las colitas de mi cabello para metérmela más profundo y sentir como si se tratara de mi vagina. Yo sólo aguantaba la respiración y me concentraba en no vomitar.
-Papi… – dije cuando me la sacó para respirar mejor – quiero que me cojas. Debes traer condón.
-No pasa nada, bebé. Mejor ven, lo haremos un ratito y te echaré mi leche afuera, ¿sí?
Yo sonría emocionada.
-Claro, papi.
Me llevó cargando a la cama en a habitación junto al baño y me dejó caer en el colchón. Estaba un poco gastado y sucio, pero era ideal para acostarme, abrir las piernas y esperar a papi. Para no hacerle las cosas más complicadas, yo siempre iba desnuda a menos que tuviera mi periodo o hiciera mucho frío. El resto del tiempo estaba disponible siempre para él.
Me acostaba y me lamía las tetitas, ahora más grandes y venosas por la leche. Succionaba de ellas hasta robarle una buena cantidad a nuestra bebé. Si ya tenía la verga dura, eso se la ponía más. Lo enloquecía. Me besaba con locura y con un movimiento preciso, me la metía en mi pequeño coñito. A los quince tuve a nuestro bebé, pero no había perdido elasticidad ni fuerza. Seguía apretado a pesar de lo mojada que me ponía. A él le gustaba y metía su lengua tan adentro de mí boca que sentía que me penetraba por dos lugares a la vez.
-¿Eres mi mujer? – preguntaba entre jadeos.
-Soy tu putita – le respondía – Tu putita Melanie.
Su verga llegaba muy profundo en mí. Me reacomodaba los órganos. Su cuerpo era enorme y me pequeño cuerpo se tenía que abrir bastante para tenerlo entre mis piernas. Me partía en dos, pero me enorgullecía de mi flexibilidad. Yo no podía pensar, sólo gemir y gruñir. Mis ruidos salvajes aumentaban conforme él aumentaba la velocidad y mi placer crecía. Era como un globo que se inflaba y buscaba explotar.
-Ahhhhh… Ahhhh… papi… Coge a tu putita… hazme otro hijo…
-Le daré un hermanito a Janine – decía a mi oído.
-También sería mi hermanito… mis bebés son mis hermanitos – decía. Esa frase me la repetía siempre a solas, cuando buscaba masturbarme. Me excitaba pensar que mis hijos y yo teníamos el mismo padre. Medios hermanos, pero al mismo tiempo más cercanos genéticamente que mamá y yo. Tenía toda clase de fantasías. Quería una multitud de bebés y luego a unos niños abriéndome de piernas para penetrarme mientras yo amamanto a sus hijos. Madre de mis nietos… Y si papá también las embarazaba… Dios… Un desastre de árbol genealógico donde tuviéramos más semen que sangre en el cuerpo.
Me vine de sólo pensarlo y papá se detuvo de repente al notarlo. Me dio vuelta, me levantó el culo y tomándome de la cadera me la volvió a meter. Grité, pero no por dolor. Mi cuerpo sólo podía sentir placer. Placer incestuoso. En la escuela me enseñaron esa palabra y a mí me encantaba. Era complicada, romántica, prohibida… describía a mi vida a la perfección. Papá comenzó a aumentar la velocidad y la punta de su enorme verga me llegó más profundo. Imaginé cómo saldría por mi boca. Era imposible, pero también creíamos imposible que cupiera en mi vaginita. Cuando empezamos a hacerlo no tenía pelo y ahora tenía que afeitármelo cada tres semanas.
Me tomó del cabello conforme sus gruñidos ganaban fuerza. Me jaló hacia atrás y su ritmo alcanzó el punto máximo de velocidad. Yo sabía lo que se avecinaba. Me gustaba, lo adoraba. Lo hacía así desde hacía años. Su esfuerzo en su voz me mojaba más, me enamoraba. Escuché el llanto de Janine desde la salita del departamento. Sí, llora, pequeña perrita. Tú crecerás para darle placer a tu papi y a los hermanitos que él me haga, pensaba siempre. Tendrás muchos hijitos y gozarás con su leche en tu interior…
El globo reventó. Exploté en placer y él también. Gritamos a la vez y sentí cómo su miembro enorme palpitaba en mi interior con cada descarga de leche. Mamá no estaría contenta por haberlo deslechado, pero me daba igual. Tampoco me importaba la fuerza con la que me sostenía de mi estrecha cintura o con la que me jalaba del cabello. Yo estaba en otro mundo, uno mejor.
Me sacó la verga de golpe y me dejó caer contra el colchón y las sabanas desarregladas. Odiaba cuando se limpiaba la verga con papel en vez de con mi boca. Se terminó de desnudar y se metió a la ducha cuya única fuente de privacidad era una cortina.
-Déjame bañarte, papi – dije entre jadeos y con la cabeza nublada.
-No, hija. Ya voy tarde y sólo me provocarás más. Mejor ve a ver qué quiere esa niña.
Ni siquiera recordaba el llanto de mi bebé. Tuve que reposar un poco y luego tomé fuerzas para levantarme e ir por ella. Sudaba y mi respiración seguía un tanto agitada, pero ya podía caminar. Igual me tuve que sentar por culpa de mis piernas temblorosas. Levanté a mi bebé y me senté en el sillón donde anteriormente se la mamé a mi propio padre.
-Ya, ya, nena. ¿Te asustó papi por lo que le hizo a mami? No es nada malo, nena. Él te lo hará también cuando crezcas.
En ese momento papá salió de la ducha y se volvió a vestir. No lucía contento.
-No le digas eso a Melanie. Yo nunca le haría algo así a mi hija – dijo antes de abrir la puerta e irse.
Casi siempre pasaba eso. Se iba con rostro arrepentido e incluso enojado. Su vergüenza lo obligaba a irse sin una sonrisa, y me dolía que ésta estuviera provocada por mí.
El resto de mi día era más sencillo. Prendía la tele, hacía un poco de limpieza, a veces salía a hacer las compras y regresaba. Ponía alguna película porno que a veces traía papá o la ponía en la computadora. Él decía que debía subirle el volumen para que los vecinos creyeran que siempre que cogíamos era la tele y no nosotros. Supongo que la ausencia de música y voces en inglés les indicarían que era una mentira, pero daba igual. Janine se entretenía más con los cuerpos penetrándose que con Plaza Sésamo.
Al día siguiente, papá no volvió. No me preocupó porque era sábado y en ocasiones se iba con mamá a algún viaje. Casi nunca veía las noticias, así que no me enteré de inmediato, pero cuando llegó el lunes, vi un recuento de la semana anterior y mencionaron a un hombre saltó de un puente. Ver el rostro controlado por el llanto de mamá en la televisión me produjo más preguntas. La llamé, pero nunca respondió. Al contrario, parecía ver mi nombre en su teléfono y colgaba.
Me empecé a poner nerviosa. Faltaba poco para llegar a fin de mes cuando el timbre de mi departamento sonó.
-Hola, hermanita, ¿cómo estás? – dijo Mario.
Lo dejé pasar y se dirigió directamente al sillón.
-Mamá me contó lo que hacías con papá – dijo mientras se abría los pantalones – No quiero alterar tu rutina diaria, así que vendré contigo antes de las diez y cumpliré con sus labores.
Su verga era igual de grande que la de papá. La diferencia era la juventud. Se veía más dura.
-¿Le darás un hermanito a Janine? – pregunté mientras me acercaba. Dejé de cubrirme los pechos. Le acerqué una teta a la boca.
-Todos los que quieras. Ellos jugarán con mis hijos con Cinthia, y tendrán más y más hijos. ¿Qué te parece?
-Fantástico – dije al sentí como succionaba de mi pecho y sus dedos se deslizaban por mi pubis hacia mi interior – Odio interrumpir mi rutina.
Sin saberlo, en ese momento el esperma de mi papá llevaba multiplicando células en mi útero desde hacía dos semanas.
Que hermoso relato, espero la segunda parte…. O no habrá..?
Creo que sí tendrá, trabajo en ello. Espéralo pronto. Besitosss
Ok gracias, lamento que se haya ido tu papá, me hubiera gustado que te siga dando el, besos
Amo los degenerados que se cogen a sus hijas o sobrinas sub 18. Le dejaria la verga llena de saliva y flujo a uno mio.
Menos el embarazo me gustó