Rutina de una madre incestuosa
Continuación de Rutina de una hija, madre y tía incestuosa. .
Ahora tenía la casa para mí sola y para mis hijas e hijo. La mayor, Janine, era una zorra. Luego de haberla encontrado mamando las vergas de sus primos, los hijos de mi hermano Mario, me contó cómo siempre había deseado chupar un pene. Su sueño al fin se cumplió y estaba deseosa por hacerlo de nuevo, pero no de ir más allá. Al preguntarle por qué, dijo que porque no creía ser capaz de recibir pedazos de carne tan grandes. Tenía sólo doce años y no creía que esos tamaños fueran para ella. Al principio no entendí su incomodidad, pero luego de un tiempo comprendí que ella se crió viendo porno y sólo había visto las de sus primos; no tenía idea de que el promedio eran más pequeñas.
No iba a ser yo la que acabara con sus ilusiones. Así que le dije que practicara con una fruta. En navidad le regalé un dildo para que practicara. Se lo di en secreto porque sus hermanos no debían saber.
En cuanto a ellos, tratábamos de tener nuestras platicas sexuales en secreto. Entre más crecían más difícil se volvía tener mis encuentros con mi hermano. A veces él pasaba a mi casa y me ofrecía llevarme a algún lugar. Esa era una clave para ser llevada a un motel para ser follada por él en una cama barata. Su trato hacia mí se había vuelto más cariñoso desde que le di un hijo, pero cuando usaba mi culo se volvía despiadado. Y yo lo adoraba. Recibía su verga mientras mordía una almohada y la babeaba mientras ponía los ojos en blanco. No tenía miedo de orinarme ahí. Conozco la diferencia entre eyaculación femenina y la orina, y sé que lo que soltaba al ser cogida por él eran ambas. Solía nalguearme sin piedad y luego venirse dentro de mis entrañas mientras jalaba mi cabello rubio.
-¿Te veré mañana? – me decía mientras se vestía luego de ducharse después de haberme destruido la cadera.
-Mañana no puedo. Lo siento, hermano.
La verdad era que poco después de haber sido visitada por mi hermano y su familia, y haber montado la verga de su hijo menor, mi cuñada, Cinthia fue a mi casa a poner las cosas en claro. Ella nos había visto y no lo había olvidado. Me quería lejos de sus niños. Yo le recordé cómo se había masturbado viéndonos y en cómo me había metido su dedo lleno de flujo de excitación en la boca.
Eso la molestó. Me dio una cachetada y justo cuando la vi exaltada, lista para devolverle el golpe, sus labios se unieron a los míos en un largo beso lleno de caricias morbosas y gemidos de excitación. Ella también perdía la compostura con facilidad, justo como yo. Al introducirme la lengua en la boca, perdió cualquier clase de autocontrol y antes de darme cuenta me había abierto la blusa y había desbrochado mi brasier.
-No le digas a Mario – gimió en mi oído poco antes de besármelo, luego el cuello, el hombro y finalmente mi teta izquierda.
-No le diré nada.
Comenzó a succionar mi teta justo como lo hacían mis hijas cuando eran bebés, cuando el morbo de tener los frutos de mi amor por mi padre me mojaba en demasía. Sentir sus pequeñas bocas me enloquecía y me llevaba a masturbarme con ellas en brazos. Por desgracia, ese mismo placer no apareció con mi tercer hijo, Sergio, pero por alguna razón lo sentí con la boca de Cinthia. Me humedecí al instante y gemí muy fuerte. Estaba empapándome y deseaba ser penetrada en ese instante. Con mi mano derecha comencé a desabrocharme el pantalón y ella sólo me dedicó una mirada traviesa, pero igual de enrojecida por la excitación.
Ella terminó el trabajo. Me despojó de mis ropas y las suyas de paso. Nos miramos mutuamente los pechos y luego reímos por la poca timidez que nos quedaba. Estábamos de pie mirándonos la una a la otra, traviesas.
-¿Primera vez? – preguntó, picarona.
Asentí.
-Entonces déjame esto a mí.
Ella era mayor que yo por siete años, en ese momento tendría unos 34. Era un poco más alta, pero también delgada. Sus grandes tetas eran perfectas para estimular una verga como la de mi hermano y su culo, más grande que el mío, la convertían en una aspirante a modelo a pesar de su edad. Me gustaba su cabello castaño.
Se acercó a mí y me comenzó a besarme. Lo hacía de aquella forma morbosa y con mucha lengua, penetrándome la boca y saboreando mi saliva. Al mismo tiempo, su mano comenzó a acariciarme el pubis. Había dejado de depilarme al ras desde que vivía en la casa de mamá, pero igual no lo dejaba crecer tanto. A mi hermano le encantaba verme así, y al parecer a su esposa también. Su dedo pasó desde atrás, casi por mi ano, por entre mis labios, mi uretra, mi clítoris y finalmente al pelo púbico de nuevo. Me estaba provocando. Era un juego para ceder ante ella, pero yo ya lo había hecho desde su beso.
-Cógeme – dije entre besos. Y una sonrisa triunfante se formó en su rostro.
Su dedo medio se introdujo en mí. Yo estaba muy mojada, pero no lo esperé. Me dejé caer en su hombro en cuanto lo sentí. Dios, no era una verga, pero era delicioso. No era la anchura ni la longitud, ni la sensación de ser partida en dos, sino su movimiento. Curveaba un dedo para saber dónde tocar. Me acariciaba con cuidado desde mi interior. Subía y bajaba, entraba y salía casi por completo sólo para hacerme pedirle volver a ser penetrada. Aumentó la velocidad. Con la otra mano levantó mi cabeza de su hombro y aprovechó para besarme con locura, de nuevo.
-Cinthia… Cinthia…
-Eso es, putita, di mi nombre – decía. Era asombroso lo mucho que coincidía con mi hermano tal vez por eso se habían casado.
-Cinthia…
Su pulgar comenzó a tocar mi clítoris mientras el dedo medio entraba en mi vagina. Me sobresalté y luego a chillar. Era delicioso.
-¿Y crees que esto es gratis, putita? Tendrás que pagar por esto.
Mis antiguos clientes ya me habían dedeado antes, pero el morbo de estar con una mujer era distinto. Sus besos, sus lamidas en las tetas y la forma con la que me masajeaba el culo le daban un toque extra de locura a mi ya embriagada alma. No tardé en venirme gritando en su oído.
-Es hora de que pagues, zorrita – dijo al abrir las piernas. Me puso de rodillas y yo, imitando al porno abrí la boca para comer su coño. El problema era que jamás lo había hecho. Ella se dio cuenta. – Hazlo como quisieras que te lo hicieran.
Y lo hice. Lamí, acaricié y succioné donde creía que me habría gustado a mí. Maravilloso. Sabía maravilloso. Su sabor era distinto al que quedaba en la verga de su esposo luego de cogerme, más puro, pero al mismo tiempo distinto. Ese flujo me volvió adicta y comencé a enloquecer. No podía respirar, pero igual deseaba chupar más y más. Traté de meter mi lengua en su vagina, para sentir más de ese sabor, pero preferí concentrarme arriba, en aquella protuberancia hinchada; al pasarle la lengua obtenía más de aquel flujo y al mismo tiempo unos chillidos de placer de su parte.
-¡Dios! – gritó – ¡Había olvidado lo mucho que me gustan las mamadas de mujeres! No te detengas, zorrita. Sigue así… ¡Sigue así!
Gritó más conforme seguía lamiendo. Hundió sus dedos en mi cabello y me presionó contra su sexo conforme mis lamidas le hacían poner a prueba la capacidad de su garganta. Y no fue en vano. Se vino en mi boca y el resto de mi cara. Por un momento pensé que me ahogaría.
Sus piernas temblaron y se dejó caer al suelo, jadeando.
-No sabes lo mucho que extrañé esto – dijo mientras trataba de controlar su respiración – Antes de casarme con tu hermano sólo lo hacía con mujeres. Nunca había dicho esto, pero creo que sólo me casé con él porque mi papá lo aprobaba… ¿Soy una mala persona?
La besé antes de decirle que no. Acordé no quedarme a solas con sus hijos luego de eso. A la semana siguiente, mientras todos los niños estaban en la escuela, regresó y con juguetes. Dijo que si quería complacerme con algo, debía ser con ella y no con sus hijos. Desde entonces, luego de despertar, masturbarme, preparar el desayuno, ver cómo mis hijos se iban a la escuela, me preparaba para ser visitada por mi hermano o por su esposa, aunque jamás a la vez.
Pasó el tiempo y consolidé una rutina bastante estable. El placer, mis hijos y mis tareas se llevaban bien. Comencé a tomar clases en la universidad porque sabía que el dinero no sería para siempre y quería algo mucho más estable. Fue en aquella época que los celulares con acceso a internet se hicieron más populares. La era del smartphone inició.
Así fue como un mensaje muy extraño llegó a mi cuenta de Facebook. “Vi a tu hija con tu sobrino”. Iba acompañado de una foto: en ella se veía a Ernesto de 16 años y a mi hija Janine de 15 besándose. Ambos iban de uniforme escolar.
-¿Qué rayos te pasa? – le dije al confrontarla.
-No pasa nada. Nadie sabe que es mi primo – respondió con esa arrogancia adolescente.
Le pedí que se detuviera. Era un poco hipócrita, sabiendo que ella era el fruto de una relación incestuosa, pero debía adaptarme a la sociedad. Por respeto a su madre, mi amante, no quería que siguiera con él.
No pasó ni un mes antes de encontrarla llorando en su cuarto. Estaba sentada en su cama.
-¿Qué pasó, bebé? – le pregunté. Seguía molesta, pero si mi niña se sentía mal, podía poner una pausa a mi enojo para consolarla.
Levantó un pequeño objeto delgado de plástico. Yo nunca había usado uno, pero los había visto en la televisión y el porno. Había un signo de más.
-¿Qué? ¿Pero…? – estaba confundida, estupefacta, asustada, todo al mismo tiempo – ¿Tú y Manuel siguieron haciéndolo?
-Claro, somos novios… aunque Ernesto a veces también participaba. Competían para ver quién se venía primero adentro de mí.
Me enfurecí, pero no por las razones que se esperarían de una madre. Sí, no me gustaba que mi hija hubiese quedado embarazada, pero ese no era mi problema principal. Cada mañana despertaba imaginando sostener a mi hija y lamiendo sus tetitas mientras algún hombre le introducía la verga por primera vez. Yo quería estar ahí en su desfloramiento, ser parte de él.
Mi hija estaba desconsolada. Yo estaba molesta, pero frustrada. Todo eso combinado con una inclemente humedad en mi vulva y una necesidad de liberar mi impotencia con alguien. Y sólo tenía a mi hija.
La empujé hacia atrás. Detuvo el llanto ante la sorpresa y no supo cómo reaccionar al sentirme encima de ella en la cama. Le comí la boca con furia como Cinthia o Mario solían hacerlo, al tiempo que amasé sus pechos por encima de su vestido.
-mamá… – gimió entre besos.
-Mi hija ya es una mujercita… – susurré mientras bajaba los tirantes de su vestido. Su pecho casi plano me ofreció un apetitoso pezón rosado – y ya va a tener bebés como toda una putita – Lo lamí, lo presioné, lo besé y lo succioné como ella lo hacía cuando yo era bebé.
-Pero es de mi primo… no debería tenerlo – dijo entre gemidos. Me gustaba su voz amortiguada por el placer, pero me gustaba más la contradicción de sus palabras de ese instante con las de casi un mes antes. El incesto de pronto era malo.
-No es tu primo – dije al tiempo que soltaba su pecho para levantar su falda y dejar ante mí unos calzoncitos morados hermosos – ¿Sabes quién es tu padre? – Pregunté mientras deslizaba su ropita hacia sus tobillos y dejaba un hermoso pubis semi lampiño a mi disposición – Tú y yo tenemos el mismo padre – dije al acercarme a su rostro estupefacto para besarle la boca. Mis dedos jugueteaban con sus labios vaginales – Fui la putita de mi papá desde los once hasta que murió cuando yo tenía 16. De ahí naciste tú y Nadia. Luego fui de mi hermano – le introduje un dedo. Ella gimió. Le introduje dos. Ella gritó. Estaba muy mojada – ¿No recuerdas cómo me cogía, cómo los encerraba para que no me vieran ser poseída por mi hermano?
-Sergio… – gimió Janine.
-Él es hijo de tu tío Mario y hermano de Ernesto y Manuel. – aumenté la velocidad – Tú eres hija de mi padre, o sea nuestra media hermana, pero también eres mi hija. Digamos que Ernesto es tu sobrino, tu medio primo y ahora el padre de tu hijo.
– Pero no quiero tener al bebé… – gemía, sus ojos se enrojecieron a pesar de mis dedos en su interior. Gemía, pero no sabía si por llanto o placer.
-Haz lo que quieras. Sólo digo que el placer de un bebé de tu familia es inigualable. Nunca me arrepentí de hacerlo con mi padre y mi hermano para tenerlos a ustedes.
Movía los dedos como Cinthia hacía conmigo cuando me penetraba con los dedos. Mi hija jadeaba y ponía los ojos en blanco. Aun así, juntó fuerzas para tomarme de la cara y acercarme a la de ella. Lucía sería a pesar de mis dedos en su interior.
-Si tanto placer te da, entonces embarázate también – dijo antes de besarme al tiempo que yo usaba mi pulgar para estimularle el clítoris al tiempo que le introducía los dedos.
No tardó en venirse. Y gritarme en el oído un montón de blasfemias e insultos hacia todo el mundo.
Cuando salí de la habitación con el cabello revuelto y los dedos llenos de lubricación de mi hija, me dirigí a la habitación de Sergio. Él y Nadia estaban sentados en el suelo demasiado cerca, hablando de qué pasaba en la habitación de su hermana mayor y de los gritos y el llanto.
-Qué bien que estén aquí los dos. Tengo que enseñarles algo que les servirá para siempre. Nadia, si no quieres hacerlo, vete, pero Sergio debe bajarse los pantalones.
Me quité la blusa y desabroché mi brasier sin problemas. Luego abrí mis pantalones ante mis hijos petrificados. Ellos no eran ajenos al sexo, pues el porno en la casa era normal, pero ver el inicio de un momento íntimo y sensual como ese siempre es paralizador. Noté cómo su verga se ponía dura bajo el pantalón y cómo las blancas mejillas de mi hija Nadia se ponían rojas.
-No te vas a ir, ¿eh? Entonces también desnúdate – le dije a Nadia – Estoy caliente y ya va siendo hora de que aprendan cómo es el sexo en la realidad.
Me quedé desnuda frente a ellos. Me miraban totalmente sorprendidos y sin aliento. Sergio había comenzado a abrirse el pantalón, pero fui yo quien se lo bajó con todo y ropa interior. Un niño de doce años alto, guapo, delgado y de cabello rubio. Era guapo ante cualquier estándar. Lo que más me gustó ver fue su verga. Aun le faltaba por crecer, pero ya tenía buen tamaño. No era más grande que las herramientas manejadas por la mayoría de mis antiguos clientes. Si seguía creciendo sería igual o más grande que la de su padre o su abuelo.
-Pero mamá… – objetó Sergio – En la escuela dijeron que esto no está bien…
-Soy tu mamá y también tu tía. Mi hermano y yo te tuvimos, así que sabemos que no está bien, pero si no aprendes aquí, no sé dónde lo harás. Seré tu primera mujer.
-¡No! – ahora fue Nadia quien protestó – debe ser alguien de su edad. Yo debo ser su primera mujer.
Ahora la sorprendida fui yo.
-Hija… – susurré incrédula.
Mi hermosa Nadia de trece años era hermosa como su hermana, pero más baja, completamente plana y de piernas largas y delgadas. En ocasiones se bañaba conmigo y nunca ocultaba sus dudas sobre el sexo en nuestra televisión.
-¿Entonces nuestro tío también es nuestro papá?
-No. Janine y tú son hijas de mi papá. Eres mi hija y media hermana. Y de Mario eres su media hermana y sobrina.
Eso sirvió para llevarse una mano a la entrepierna. Se acarició por unos segundos y luego se comenzó a desnudar. Esa resolución en su mirada me indicaba que no iba a permitirme ser la primera vagina en la verga de Sergio.
Sergio, sin perder fuerza en su erección se acostó sobre la alfombra. Toqué su verga y comencé a masturbarlo en lo que Nadia se alistaba. No pasó mucho antes de que sus pasos nerviosos se encaminaran hacia él y subiera como si lo montara. Ambas piernas a los lados y sus rostros muy cerca uno del otro. Aquella verga de quince centímetros estaba bien firme y apuntaba hacia la todavía lampiña entrepierna de Nadia.
-Seré tu primera mujer, hermano-primo – dijo mi pequeña. Levantó la mirada para alinear sus ojos con los míos, mostrándome un ultimo momento de nerviosismo a pesar de su reciente resolución. Yo no pude evitar acercarme y darle un beso en la boca para darle valor. Fue entonces que comenzó a bajar su cadera para frotarse. Lo hacía instintivamente y mojaba la longitud de la verga de su hermano. Él se movía de arriba abajo para estimularse también, pero a la vez buscaba introducirle aquel órgano dador de vida.
-Serás su única mujer si lo deseas. Sólo debes permitirme usarlo de vez en cuando – dije.
En ese momento, su glande abrió sus labios vaginales y presionó para entrar en aquel lugar apretado y virginal. Nadia chilló de placer y Sergio resopló. Yo, por mi parte, me mojé aun más. Me llevé la mano impregnada en los jugos de mi hija Janine a la nariz y aspiré su hermoso aroma. Escuché cómo Nadia sentía que la abría demasiado, pero yo no hice caso por estarme masturbando. Sin darme cuenta, la verga de Sergio ya había entrado por completo en su interior y los ojos de Nadia estaban blancos y parecía tener problemas para respirar a juzgar por sus jadeos.
Eso era normal y a mí me pasó también. La primera vez que papá me penetró me vine de inmediato, casi al instante. Él había pasado un largo rato besándome, acariciándome, lamiendo mis pezoncitos y estimulando mi clítoris con la mano justo como luego Cinthia me lo haría. Yo estaba tan excitada que, cuando por fin se deshizo del ultimo filtro de su cordura, se colocó entre mis piernas y me hizo venir sólo con sentir cómo su glande entraba por mi vaginita. Grité como Nadia, sólo que ella se tocó un pezón y se lo empezó a apretar. Su rostro estaba contraído en lo que otros creerían dolor, pero en vez de eso, era excitación y placer total.
-Mami… ¡mami! – gritaba la muy perra – ¡Oh my god! -exclamó luego de un espasmo fuerte en su interior. La velocidad instintiva con la que su hermano se movía para cogerla y con el que su propio cuerpo respondía para estimularse le había hecho gritar como en el porno. – Se siente rico, mami…
-Claro que se siente rico. No hay nada como hacerlo con tu propia familia. Tu hermana lo hace con su primo Ernesto y yo lo he hecho por años con tu tío Mario y con mi padre antes de su muerte. Y si ustedes quieren, tendrán muchos hijos nacidos del más puro de los amores.
-¡Sí! ¡Qué rico! ¡Tendré a tus bebés, Sergio! ¡Tendremos muchos bebés!
Me introduje los dedos y me imaginé ser yo la que montara a ese muchachito. Lo deseaba en verdad.
-Tendrán que esperar unos años – dije.
-¡NO! – gritó Nadia – Los quiero ahora. Hazme muchos bebés, Sergio, hazlo ahora…
No estaba vieja en ese momento, pero envidié esa movilidad con la que lo cabalgaba. Subía y bajaba devorando ese pene inmenso para sus tamaños. Nadia gritaba con cada estocada y respiraba como si llevara kilómetros corriendo, pero su lengua de fuera y sus ojos blancos la hacían parecer poseída por el demonio. No había otra explicación. Esos deseos alocados no podían provenir de Dios. Éramos una familia incestuosa, donde nuestro detonante para la fornicación era mencionar nuestro parentesco. Mi hija-hermana y mi hijo-sobrino estaban frente a mí y querían darme nietos-sobrinos de primer y segundo grado al mismo tiempo.
-Te amo, Sergio… – resopló Nadia antes de venirse una vez más, sólo que esta vez más fuerte, y curveándose hacia atrás violentamente. Su pequeña vulva soltó una gran cantidad de liquido al tiempo que chillaba con los ojos cerrados y se clavaba los dedos alrededor de los pezones.
Todavía no terminaba de venirse cuando le dije que se quitara de él. Se dejó caer en el suelo a un lado, mientras su pecho subía y bajaba.
Me acosté al lado de ambos y abrí las piernas.
-Ahora te toca arriba, hijo – le dije. Sergio, aturdido, pero animado se puso de pie casi al instante y se colocó entre mis piernas. Él había visto esto muchas veces. Con los dedos me separé los labios de mi vagina – Anda, usa a tu madre.
Me había malacostumbrado a la verga descomunal de mi hermano, pero al igual que los dedos delgados de Cinthia, la verga de Sergio tenía a su favor el morbo, al igual que el amor y la adrenalina de lo prohibido. Esa es la clave del incesto. Nunca hay que normalizarlo por más común que sea en su rutina o en su estirpe. Una verga familiar siempre es especial y prohibida por la sociedad. Recibirla, ser embestida desde el interior, es lo mejor. Gemí cuando entró en mí y su liquido preeyaculatorio y los jugos de Nadia se combinaron con los míos.
-Mami… se siente tan rico – dijo. Nadia abrió los ojos de repente. Parecía molesta.
-Claro, hijo. Todos los niños sentirán especial predilección por la vagina de su madre, pero sé que la apretadita conchita de Nadia era mejor, ¿no? – dije tratando de evitar un pleito entre hermanos y amantes ahí mismo.
-Las dos son geniales – dijo entre jadeos.
Se movía rápido, un poco torpe, pero con un buen ritmo acelerado. Él sólo conocía la paja, así que se movía a toda velocidad en mi interior. Además, la desesperada estimulación hecha por Nadia le había hecho desear ese placer. Pero ahora él era quien llevaba el ritmo y se movía por instinto. Él era quien me debía hacer gozar y al mismo tiempo gozar con mi cuerpo. A su edad yo ya abría las piernas para ser penetrada por los dedos de papá cuando mamá no miraba.
-pero me gusta cómo se movía Nadia.
-¿Te gustó cómo te cabalgaba? – decía yo, más excitada.
-Sí… sí… – decía mientras aumentaba la velocidad. Comenzaba a olvidarse de lo que hacía, el placer se apoderaba de él, justo como debía ser. No quería que se detuviera, pero quería que se viniera pronto. Lo deseaba con locura. Quería su leche, le había prometido a Janine tener un bebé al mismo tiempo que él.
En ese momento, Nadia atrapó la cabeza de su hermano con sus manos y lo besó. Se comían a besos frente a mí, su madre, hermana y tía. Mis hijos se estaban devorando al tiempo que este mocoso metía su verga por el agujero por el que nació. Y yo me mojé, me contraje, chillé de placer. Me vine con tanta fuerza que creí que rompería las ventanas.
Mi hijo, justo como su padre y su abuelo, rugió mientras soltaba su incestuoso esperma dentro de su puta madre.
Janine dio a luz cerca de sus 16 años. Yo lo hice cuando llegué a los 32, sólo una semana antes de Nadia, a los 14. Fue imposible saber ocultárselo a Mario, sobre todo porque su hijo mayor confesó ser el padre del hijo de mi hija mayor. Él y Cinthia fueron a mi casa a hablar de abortos y de irse a vivir lejos para mantener a las familias separadas por decencia, pero quise ser honesta por primera vez en mi vida y me abrí. Y esta vez no sólo de piernas. Le conté de lo mío con Manuel, con su esposa e incluso con nuestro hijo. Cinthia no sabía que mi tercer hijo era de su esposo, pero no dijo nada al estar avergonzada de haber sido revelado su lesbianismo de closet. Luego de un largo silencio incomodo, suspiré y sugerí una solución.
Mi casa tenía siete habitaciones. Era una de esas casas viejas que originalmente fue un terreno, luego un par de cuartos y una cocina y luego una maraña de habitaciones para todos los descendientes. Aunque supongo que mamá y papá no esperaban que sus descendientes tuvieran hijos con otros descendientes suyos. Fue fácil asignarnos cuartos una vez que fuimos francos. Janine y Ernesto tenían una habitación, Sergio y Nadia tenían otra. Yo seguía en mi habitación, la que anteriormente fue de mis padres, pero ahora era visitada constantemente por mi hermano y su esposa al mismo tiempo o de forma alternada entre ellos. Tenían la suya, pero preferían pasarla en la mía. Sólo Manuel dormía solo, pero mis visitas y las invitaciones a las vaginas de sus hermanas no lo hacían sentir solo. Las dos restantes eran para nuestros bebés.
Para quien no lo sepa, un bebé es un gran cambio en la rutina. Mi hija Janine dejó la escuela definitivamente al notarse embarazada de nuevo, pero Nadia prometió volver a tener un bebé una vez terminados sus estudios, así que, una vez dado a luz, volvió a la escuela y dejó a esa pequeña a nuestro cuidado. Me sentía bien volver a despertarme, preparar el desayuno, darle de mamar a los bebes para luego ser follada como loca por algún miembro de mi familia. Por suerte, esta vez tenía cuatro vergas a mi disposición, y un buen trío de coños.
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