Sandra, mi primita.
Reminiscencias de la niñez..
Mis recuerdos van hacia atrás, a cuando yo tenía uno cuatro años, mi prima tenía casi la misma edad que yo, solo un par de meses de diferencia, nuestros padres vivían relativamente cerca, en auto unos treinta y cinco minutos, mucho menos en días festivos.
Solíamos jugar juntos, porque nuestros padres al parecer tenían una especie de acuerdo, un fin de semana me llevaban a mí a casa de Sandra, mi prima, al siguiente los padres de ella la traían a casa nuestra, en todas esas ocasiones dormíamos en la casa donde nos quedábamos, así nuestros padre podían hacer las cosas que hacen los padres, en esos tiempos no nos imaginábamos que nuestros padres tuviesen una vida sexual, el acuerdo beneficiaba a ambas parejas y nosotros nos habíamos acostumbrado a ello.
Yo jugaba con ella diferentes juegos, teníamos una casita en el árbol, yo era el marido y ella mi señora que me esperaba cocinando en casa mientras yo era al trabajo, tenía una cocinilla de lata con unos platillos de plástico que servían a nuestra imaginación, por las noches nos bañaban juntos y dormíamos en el mismo cuarto.
A la edad de seis o siete años, como normalmente nuestros padres nos llevaban a visitas pediátricas donde nos revisaban para ver nuestro desarrollo, comenzamos a jugar con esas situaciones, uno de nosotros se fingía doctor y al otro le tocaba hacer el rol del niño que había sido llevado al pediatra, en esos juegos, ella me hizo desvestirme porque me tenía que auscultar, entonces, la ves que me toco a mí de doctor hice lo mismo con ella, en la casita del árbol, la hice desvestirse y la examiné como doctor, siempre nos tocábamos y nos matábamos de la risa con las diferencias de nuestros cuerpecitos de niños, cada vez que jugábamos este juego, lo hacíamos a escondidas de nuestros genitores, nos aislábamos en el dormitorio, la casita del árbol o cualquier otro lugar lejos de nuestros padres, ambos sabíamos que era un juego prohibido, no sabíamos porque, había una plena inocencia en nuestro actuar y al hacerlo, nos uníamos en una complicidad fascinante.
Nuestros padres estaban contentos de nuestra amistad y cariño que nos demostrábamos el uno al otro, incluso alentaban ese afecto, cuando estábamos juntos nos complementábamos tan bien que ellos nos podían dejar en una u otra casa y no dábamos molestias a la pareja que nos hospedaba.
Cuando teníamos cerca de nueve años, sus padres se trasladaron a otra ciudad por razones de trabajo, me recuerdo esa tarde que despedimos a su familia, todos llorábamos, fue como perder una parte de mí.
Dejé de ver a Sandra por cerca de un año, en las vacaciones ellos regresaban a su casa y nosotros nos visitábamos, yo y ella íbamos juntos a la plaza a jugar en los artefactos de gimnasia o simplemente a charlar y estar el tiempo juntos, le confesé que sentía su ausencia y ella me dio a entender que le sucedía lo mismo conmigo, extrañaba nuestros juegos y los divertidos años que vivimos visitándonos.
Así como fuimos creciendo, la siguiente vez que la vi había transcurrido otro año más, ella no usaba esas trenzas que yo tironeaba para hacerla enojar o desquitarme de algo que me había hecho ella, era una pequeña dama y yo un muchachito imberbe.
Pasaron dos años sin verla, ella siempre estaba en mis pensamientos, cuando la vi esta vez, ella y yo teníamos quince años, adolescentes, su cuerpo se estaba transformando, Sandra mostraba dos rotondeces en su pecho que me llamaron la atención y me causaban extrañas sensaciones, continuábamos a visitarnos, pero jugábamos solo con nuestros computadores y consolas, también con nuestros celulares, ella era muy diestra para todo tipo de juegos, mucha veces ella me enseñaba como avanzar al próximo nivel y me daba trucos para mejorar mis estrategias, por supuesto ya ni siquiera recordábamos cuando nos bañábamos juntos y jugábamos al doctor, pero nos mirábamos con una cierta complicidad cada vez que nos rozábamos las manos o fortuitamente nuestros cuerpos venían a contacto.
Muy luego descubrí la masturbación y ella era la fuente de mi inspiración, con esos recuerdos de haber jugado a tocar su vagina cuando pequeño, me bastaba para pasarme rollos y correrme escupiendo semen por todas partes.
Estaba terminando la secundaria, con dieciocho años, cuando papá regresó con la noticia que el padre de Sandra había encontrado un trabajo en nuestra ciudad y su familia regresaba a su antigua casa, le habían pedido a papa de hospedarlos por una noche mientras se organizaban en casa de ellos, me recuerdo de haber esperado con muchas ansias de volver a ver a mi prima, pero jamás me imaginé el momento.
El padre de Sandra había adquirido una camioneta de doble cabina muy espaciosa y cómoda, con ella habían viajado desde el norte grande a Santiago, pero mi sorpresa fue colosal, cuando vi descender mi hermosísima primita convertida en una espléndida mujer, el patito feo se había convertido en cisne, decir escultural es decir poco, vestía unos shorts blanco y una ceñida polera amarilla con sandalias con un taco bajo, los dedos de sus pies muy bien cuidados y pintados, como así también sus finas manos que cuando niños jugaron con mi pene, no fue mi intención pero se me paso por la mente al ver la tremenda mujer que tenía frente a mí, no pude despegar mis ojos de ella.
El padre de Sandra había adquirido una nueva propiedad muy cerca de nosotros, y debían ordenar algunas cosas antes de habitarla, así fue como pasamos a ser vecinos o casi, conversamos mucho, me enteré de que estaba postulando para ingeniería en minería y yo le conté que me había escrito para estudiar derecho igual que mi padre, ambos en la católica, íbamos a frecuentar la misma universidad en diferentes carreras.
A medida que nuestros estudios avanzaban, nos frecuentábamos poco por los empeños educacionales de ambos, algo estaba creciendo dentro de mí que me hacía tenerla presente, cada vez que nos encontrábamos, lo que más me gustaba de ella eran sus ojos claros de un verde gris, su mirada me llegaba al alma, escudriñaba mi espíritu, eran como un mar en calma, un sosiego y una paz increíble, una pulcritud una bondad infinita, sus ojos eran puros y castos.
Continué a ver a Sandra esporádicamente, generalmente nos encontrábamos en el Metro, siempre charlábamos como si nos hubiésemos visto el día anterior, ella era muy afectuosa y abierta conmigo y yo respondía del mismo modo, me encantaba verla y me regocijaba cada vez que la encontraba, pero ya no ocupaba todos mis pensamientos, sería por los extenuantes estudios de mi carrera, quizás porque yo la sabía allí, vecina mía y podía frecuentarla cuantas veces quisiera o también porque yo tenía otras historias con otras chicas, como es normal que suceda en la U.
Saque mi carrera, mi título y comencé a trabajar con papá, al cabo de dos años me independicé y abrí mi proprio estudio legal, no me fue muy bien así que decidí emigrar al norte y hacerme cargo de problemas migratorios y cosas afines, por supuesto que no rechazaba otras causas, como divorcios, pensiones alimenticias, algunas causas por tráfico de drogas y todo ese tipo de cosas, debo decir que comencé a surgir y de un kiosco, pasé a una oficina en el centro con una secretaria venezolana, con decir que me había acostumbrado a decir que todo estaba chévere.
En una de esas tantas comunicaciones con mi familia, me enteré de que Sandra estaba en Antofagasta trabajando para la industria minera, mi padre quedó de wasapearme su número de celular, como al quinto día me llegó el número de ella pidiéndome la saludara y ayudase en caso lo necesitara, di las gracias a papá y prometí que así lo haría.
Tenía tantas diligencias que hacer, que por más de dos semanas me quedé con el número y me olvidé, un día mientras voy caminando por el centro de la ciudad hacía el juzgado, veo una enorme camioneta que me toca la bocina, al tener sus vidrios polarizados no lograba ver de quien se trataba, me detuve y el vehículo se detuvo a mi lado, mi sorpresa fue mayúscula al ver esos ojos puros y castos, mirándome con un poco de picardía que no supe a que atribuir, Sandra con una sonrisa gigantesca ― ¡hola! Sergio … ¿Cómo estás? … ¿Qué me cuentas de bueno? ― me saludo ella ― ¡hola! Sandrita linda … mi prima adorada … ¿cómo estás tú? … ¡que sorpresa! ― repliqué ― Estoy bien … hace casi un mes que estoy aquí … salgo a girar con la esperanza de encontrarte y hoy es mi día de suerte … finalmente te encontré … ¿qué tal si vamos a almorzar a algún lado? ― dijo Sandra ― ¡Genial! … pero estoy yendo al juzgado y luego un par de entrevistas … no creo poder terminar antes de las tres o cuatro de la tarde … que te parece si nos vemos a las ocho frente a la Gobernación Marítima ― le dije ― ¡Perfecto! … ahí estaré ― dijo y arranco la camioneta.
No puedo decir de no haber sido afectado por Sandra, pero de verdad no tenía tiempo, sino que, para hacer mi trabajo, así que me dedique a concluir mis obligaciones lo más rápido posible, para poder después relajarme antes de juntarme con ella.
Llegué frente a la Gobernación cinco minutos antes de la hora y la camioneta estaba allí estacionada con las luces de estacionamiento encendidas, me acerqué por el lado del conductor y ella me reconoció y bajo su vidrió para señalarme de subir por el lado opuesto, luego de común acuerdo nos fuimos al restaurante Casablanca en el borde costero.
Elegimos una mesa en la terraza y ordenamos una cena a base de pescados y mariscos con una botella de Riesling muy frio, al final de la comida, concluimos con un coñac Hennessy para deleitar nuestros paladares, conversamos de todo y aunque si yo miraba sus maravillosos ojos y la recordaba niña en la casa del árbol desnuda y con su almejita abierta con mis dedos de niño, ninguno de los dos hizo alguna referencia a esos bellos recuerdos de nuestra niñez.
Era poco pasado medianoche ― Me regalaron un pisco peruano “Biondi” genuino … ¿te animas a venir conmigo a mi departamento a beber una copita? ― dijo Sandra ― bueno mañana es sábado y me puedo quedar en cama hasta más tarde ― respondí ― ¡Cool! … let´s go ― dijo ella usando términos anglosajones, estábamos ambos chispeantes después de la ingesta de alcohol, Sandra dijo que dejaría su camioneta estacionada porque no corría riesgo dado lo tranquilo del lugar y procedió a pedir la cuenta y que nos llamaran un Taxi, cargó todo a su tarjeta de crédito y no acepto que pagara yo, su voz un poco pegajosa y arrastrada, denotaba los efectos del coñac y el vino.
Llegamos a un edificio muy elegante y con su tarjeta digital ella accedió al ingreso, el conserje, un señor de la tercera edad, nos miró y reconociéndola a ella nos acompañó hasta el ascensor ― décimo piso ― dijo ella, yo me giré para buscar el teclado, pero el ascensor respondió ― décimo piso, subiendo ― me miró sonriendo, yo me encogí de hombros mientras el ascensor nos subía al piso décimo.
Siempre con su tarjeta ella accedió a un moderno y amplio departamento ― pero que bien te ha ido ― dije yo admirando la opulencia del departamento ― no es mío ― dijo ella ― la empresa nos arrienda el departamento por seis meses a una tarifa preferencial de ciento cincuenta mil … prorrogables por tres meses más ― agregó Sandra ― ciento cincuenta es una ganga ― dije yo ― sí, pero después de esos nueve meses el arriendo sube a cerca de quinientos mil ― afirmó mi primita.
― Sergio, en el refri esta la botella de pisco … también hay una con jugo de limón fresco … en el freezer esta la cubetera … sobre el refri está el azúcar flor … porque no preparas el sour mientras yo me voy a refrescar y a cambiar ― dijo Sandra indicándome la vía hacía la cocina mientras ella desaparecía hacia una de las otras piezas que imaginé, su dormitorio, me di cuenta también que su caminar era un tanto vacilante.
Me tomó algunos minutos preparar la bebida y dejarla un poco dulzona como a mí me gusta, encontré una bandeja de vidrio y dos vasos medianos, versé una buena porción del brebaje en cada vaso y justo cuando estaba volviendo a la sala de estar, Sandra venía saliendo de su cuarto envuelta en una bata larga hasta sus tobillos, pero totalmente transparente, podía ver claramente sus fabulosos pechos y veladamente su ombliguito y la maravillosa convergencia de sus torneados muslos, mi mandíbula inferior se bloqueó y quedé imposibilitado de juntarla con la parte superior por variados segundos.
― ¡Uy! Sergio, no me mires así … tu ya me has visto desnuda ― dijo Sandra ― Sí, pero tenías cuatro añitos … sin duda has cambiado … y tanto ― respondí casi en un tartamudeo, se sentó junto a mí en el sillón e iniciamos una conversación anodina y superficial sobre todos los temas que se nos vinieron a la cabeza, yo no podía despegar mis ojos de sus túrgidos senos que bamboleaban con sus carcajadas o simplemente cuando se movía, a ella parecía divertirle y acentuaba sus movimientos.
Nuestra charla entretenida y amena, aunque un poco pueril, nos llevó inexorablemente a los años de nuestra niñez y a recordar nuestros inocentes juegos infantiles y ella me sorprendió cuando dijo ― ¿y te recuerdas de esa vez que jugábamos desnudos al papá y la mamá y tu querías meter tu pene en mi vagina? ― respondí un poco desconcertado ― Sí, lo recuerdo y tu no me dejaste porque te dio miedo ― ella lanzo una carcajada que revolucionaron sus tetas que temblaban y se movían ostentosamente ― ¡Uy! sí … que años más lindos los que pasamos en nuestra niñez … ¿verdad? ― dijo Sandra mientras apoyaba una de sus manos en mi muslo ― es verdad … no tengo muchas ocasiones de recordarme de todo, pero vez que lo hago, son reminiscencias muy bellas y que aún guardo dentro de mí, sin duda fueron años muy felices ― dije, sintiendo que ella se había acercado un poco más a mí y me miraba un poco emocionada, sentí que me quería abrazar, nos habíamos bebido dos vasos de pisco sour.
Tomé su vaso lo deposité en la bandeja junto al mío y cuando hice el gesto de abrazarla, ella se apegó a mí, podía sentir sus moldeables senos contra mi pecho, su pezón en mi piel y mi pene comenzó a reaccionar, la abracé sin saber que hacer realmente, se sentía que ella estaba un poco ebria, no quería aprovecharme de la situación, es mi prima, pensé, la sentí sollozar y cuando la separé de mí, efectivamente sus ojos estaban llorosos y lágrimas fluían de ellos.
― ¡Oh! Sandra … ¿Qué te sucede? … ¿estás bien? ― le dije ― Sí … estoy bien … me he emocionado por los bellos recuerdos … eran tiempos tan lindos … yo anhelaba y ansiaba esos fines de semana junto a ti … estabas siempre ahí para ayudarme y satisfacer hasta algún capricho mío … que bellos tiempos ― dijo limpiándose los ojos con la falda de su bata y dejando esos maravillosos muslos suyos plenamente a la vista, nos quedamos mirando y su mano volvió a mi muslo, pero más hacía arriba, estaba rozando mi incipiente erección.
Estaba mirando a sus desnudos muslos, la bata se le había subido tan arriba, que la piel de su pelvis perfectamente rasurada era completamente visible, soy humano, soy hombre, tenía en mi cabeza algunas copas, eran tan bellos recuerdos, mis manos volaron a sus muslos y luego la atraje hacía mí y la besé, ella cerró sus ojos como en un sueño así que continué a besarla por un largo rato, ella jugaba con mi erección sobre mis pantalones y yo metía mi mano entre sus cálidos muslos.
Ella se recostó sobre el respaldo del diván y abrió sus muslos, podía ver su chochito pequeñito casi como cuando ella era niña, le abrí la bata y toda su hermosura quedó a la vista, en que preciosa mujer se había transformado mi primita.
Todavía con un miligramo de lucidez, la miré extasiado pensando que lo que íbamos a hacer estaba mal, pero puse en la balanza esas maravillosas protuberancias con durísimos pezones y mi lucidez se fue a la mierda, me hundí a lamer, besar y chupar esas tetas esplendorosas y mi conciencia fue obnubilada por la concupiscencia, el cachudo había metido su colita y ahí estaba yo a punto de follar con mi prima.
Sandra no solo era dulce, inteligente y divertida, sino increíblemente hermosa, ahora me aprontaba a descubrir si era buena amante también, ella gimiendo se enderezó y comenzó a quitarme mi cinturón y bajarme los pantalones, yo colaboré bajándome también mis boxers, mis diecinueve centímetros aparecieron gallardamente ― ¡nada de mal! ― dijo Sandra sonriendo maliciosamente ― has crecido un buen poco desde la última vez que te tuve en mis manos ¡eh! ― dijo ella hablándole a mi pene mientras pasaba su lengua sobre mi glande.
― Es tan grande ― dijo en un susurro mientras se pasaba mi verga por su mejilla ― ¿se habrá puesto así por mí? ― dijo mientras me miraba tiernamente, yo ya no daba más de la calentura, quería que me lo chupase, casi leyendo mi mente, Sandra cerro sus labios sobre mi pene y aprisionó la cabezota, comenzando una danza con su lengua alrededor que me hizo arquear mi espalda de goce, luego sus carnosos labios llegaron hasta mi vientre e hizo amagos de arcadas, mi verga estaba en lo profundo de su garganta, Sandra continuó a chuparme magistralmente acariciando tiernamente mis huevos, haciéndome cosquillitas que aumentaban mi placer, no pasaron más de cinco minutos y ella me tenía al borde de una acabada demencial, ya sentía mi semen hirviendo en mis pelotas ― ¡ooohhh! … no puedo aguantar me voy a correr ― dije casi desesperado tratando de advertirla, pero ella aumentó la succión y exploté en su boca, sujetando sus cabellos, pero ella no hacía ningún movimiento para alejarse, chupaba ávidamente, se acomodó para chupar mejor y no perderse nada.
Sandra sentada en sus talones, jugaba con mi pene que todavía expulsaba perladas gotas de semen y se lo refregó en sus tetas esponjosas, mirándome se pasó un dedo por sus labios diciendo ― ¡delicioso! … ¡que rico que estuvo! ― entre divertido y caliente la hice alzarse y besé ese ombliguito suyo sintiendo sus masas mamarias en mis cabellos, alce mis ojos y mi horizonte completo estaba obnubilado por sus tetas, maravillosa vista, me levante terminando de desvestirme, Sandra me tomó la mano y me dijo ― vámonos a nuestra casita del árbol ― miré esos castos y puros ojos verdes y la besé con mucha pasión.
En su dormitorio, Sandra se quitó su bata y quedó completamente desnuda, era una diosa griega, una obra de arte como de Botticelli o Velásquez, esplendorosa, majestuosa, soberbia, su vagina invisible entre sus torneados muslos, la hice recostar para besarla y acariciarla, esta era una mujer para gozar, para deleitarse, para amar, ella me miraba siempre con mucha ternura, le comí sus senos y sus pezones entre mis dedos, lamí una y otra vez esas colinas fecundas, después comencé a hacer camino hacia otras fronteras, me deslicé con mi lengua bordeando su ombligo, continuando a descender al centro de su sexo, su conchita era de verdad una conchita, pequeña, trate de meter un dedo y ella gimió en modo audible, estrechaba mi dedo con sus contracciones vaginales.
Me dediqué a lamer su chochito con fervor ― no me hagas daño ― dijo Sandra, pero con ese chocho así estrecho, de seguro que mi verga la iba a sentir, continué a lamerla y chupar su botoncito minúsculo, cada vez que mi lengua tocaba su clítoris, ella se echaba para atrás, gemía con fuerza y se retorcía, después de varios minutos, sentí que sus fluidos comenzaban a salir con más facilidad y abundancia, esta lista, pensé.
Mi pene se había recuperado totalmente, todavía tenía un poco de semen de la corrida anterior y nuevas gotas aparecían del orificio del glande, apunté mí verga a su concha y refregué la cabezota en su hendedura vaginal, para lubricarla mejor, luego empujé y casi cinco centímetros entraron en la estrecha vagina de mi primita, Sandra apoyó la punta de sus dedos en mi vientre como para controlar la penetración, su chocho envolvía mi pene como un estrecho y sedoso guante de terciopelo.
Sandra rotaba sus caderas en modo imperceptible, yo mantuve la presión, pero no empujé, mi pene desapareció en su cavidad vaginal al cabo de un par de minutos, era como estar en la gloria, nunca mi verga había invadido una vulva así caliente y estrecha, casi no quería moverme porque me habría hecho acabar en un santiamén, yo quería disfrutar, pero quería que también ella disfrutara.
Metí mi brazo bajo su cintura y de un solo esfuerzo, la hice girar dejándola sobre mí, ahora ella podía tener el control de la penetración, tanto en velocidad como en profundidad, ella me miró con ojos un poco sorprendida y se acomodó gimiendo al sentir mi enorme verga dentro de ella, desde esta posición yo podía gozar sus maravillosas tetas y sin perder tiempo, comencé a chupar y lamer sus pezones, ella de vez en vez, aferraba mu cabeza y la apretaba contra sus exuberantes pechos, cuando esto acaecía, yo mordisqueaba sus pezones y ella se empalaba voluntariosa en mi rígido pene.
Más me excito cuando mis narices percibieron ese olor a mujer, olor a conchita mezclados con olor a traspiración y perfume de marca, ella me estaba cabalgando a su propio gusto y placer, de pronto se detuvo y lanzó una serie de gemidos y temblores, sus paredes vaginales se contrajeron en rápida sucesión, probablemente un mini orgasmo, pensé.
Sandra se puso en cuclillas y comenzó un movimiento más rápido, inició ella a follarme con su coño y desde mi punto de vista yo podía ver claramente toda mi verga entrando y saliendo de su chocho lampiño, rosado y apretado, cada vez unos dos o tres centímetros de sus carnes se ceñían a mi pene y se venían pegadas hacía afuera, le estaba dando vuelta la concha con mi envergadura.
Ella gemía en continuación y se afirmaba con una mano en mi muslo y otra en mi vientre, sus senos bamboleaban de lo lindo y su angelical rostro lucía su ceño fruncido, como si se estuviera concentrando en algo, luego soltó un chillido casi agónico y comenzó a estremecerse de pies a cabeza, agarré sus muslos tratando de contener sus espasmos, pero ella colapso hacía adelante y terminó con su cabeza cerca de mi mejilla, podía sentir en mi oído su afanosa respiración junto a un ahogado sollozo.
― Cariño … ¿estás bien? ― le pregunte acariciando su espalda y sintiendo la presión de sus maravillosos senos en mi pecho ― ¡oh! Sergio … ha sido simplemente maravilloso … no soy adicta al sexo … no he tenido a ninguno mejor que tú ― me dijo mientras bajaba su cabeza para besar mis labios, mi pene estaba todavía dentro de ella, se enderezó ― ahora es tú turno ― me dijo asegurándose que mi pene estaba todo enterito dentro de ella, puso sus manos a sus costados, casi como si estuviese crucificada a una cruz imaginaria, y comenzó un salvaje movimiento de caderas que me corto el respiro, jamás mi verga había sido succionada tan velozmente y tan estrechamente por paredes aterciopeladas de chocho, creo que fueron dos o tres minutos y los borbotones de semen comenzaron a inundar su apretadísimo chorito, me agarré de sus caderas y la empalé en mi verga una y mil veces, haciendo que se corriera una segunda vez.
Nos quedamos quietecitos en un estrecho abrazo de caricias y convulsiones espasmódicas, su orgasmo duraba tanto como el mío, no sé como pude producir tanta lefa, pero me corrí a mares en su interior, mi pene resbaló fuera de ella y ella acomodó su rostro sobre mi pecho ― puedo sentir los latidos de tú corazón … se sienten muy fuertes … quisiera que fueran por mí ― me dijo ― al menos tu los has provocado … estos momentos han hecho latir así de fuerte a mi corazón ― le respondí ― quizás sea cierto … pero no me refería a eso … el hecho es que somos primos y no podemos involucrarnos sentimentalmente … no debemos ― dijo ella ― si es cierto … pero no lo hemos hecho … esto es solo un encuentro de amigos … amigos que no se veían desde hace mucho tiempo y quisieron recordar esos tiempos ― dije yo ― tal vez así sea … pero yo esta te la debía ― dijo Sandra ― ¿cómo así? ― le pregunté ― te recuerda que jugando al papá y a la mamá … tu querías meterme tu cosita y yo no te deje … pues ahora te deje ―
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