Secretos entre primos (Parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Diciembre del 2010, tenía 14 años, y estábamos acercándonos a la navidad.
Como milagro divino a mi abuela se le ocurrió viajara mi ciudad proponiendo la idea de irnos todos al campo a pasar las fiestas.
Toda la familia estaba entusiasmada con la idea debido a que hacía millones de años que no nos reuníamos todos.
La casona de la familia era muy antigua, y parecía que hubiesen unido dos casas gigantes que se comunicaban por un artesanal pasillo.
Era un poco tenebrosa por fuera, pero muy acogedora y espaciosa por dentro.
Cómo éramos tantos, tuvimos que repartirnos entre todas las habitaciones.
Habían 10 en total, y 23 personas.
Seis se repartieron entre cada matrimonio, y las otras cuatro se repartieron entre los primos.
Como había más chicas que chicos, un número mayor se agrupó en una sola habitación, quedando dos habitaciones con 3 chicos en cada una.
Para el lunes 20 de diciembre aún no llegaban todos, por lo que esa noche la pasaría sólo con Pablo, mi primo de 19 años.
Cabe decir que, debido a la edad, no éramos muy unidos, por lo que no estaba muy contento.
De todas formas era la única opción, porque la otra habitación para chicos era ocupada por niños aún más pequeños que yo.
Su único consuelo fue que pronto llegaría Federico que era con el que mejor se llevaba.
Debo confesar que me dolía un poco el rechazo de Pablo, ya que yo sentía por él una pequeña atracción/admiración.
Era un chico guapo, estudiaba una buena carrera universitaria, jugaba futbol, era cool.
Además tenía unos ojos cafés bien sensuales y de largas pestañas, un cabello castaño ligeramente largo, y una agradable sonrisa de finos labios rojos que iba perfecta en su fuerte mandíbula decorada con una delgada línea de barba.
La primera noche me fui a dormir temprano, pues no tenía muchas ganas de compartir momentos de silencio incomodo entre él y yo.
De todas formas, no pude quedarme dormido, así que me quedé dando vueltas entre las sabanas hasta la 1 de la mañana.
De pronto la puerta de la habitación se abrió y procedió a entrar Pablo ligeramente ebrio.
Comenzó a desvestirse y yo, haciéndome el dormido, comencé a espiarlo.
Había una cierta curiosidad/morbo/fantasía en lo que estaba haciendo, y me agradó esa sensación voyerista.
Descubrí que tenía un lindo trasero y una muy trabajada espalda, con un tatuaje del ojo de osiris en la escapula derecha.
Deseaba que se volteara para lograr apreciar su bulto y no me di cuenta que estaba dejando de ser disimulado.
Pablo me descubrió pero no dijo nada y continuó con lo que hacía.
Se quitó los calcetines y se recostó sobre la cama, pasando sus brazos por detrás de su nuca.
Lo miré a la cara en un intento de evitar bajar la vista a su paquete, pero el autocontrol no me lo permitió mantener mucho tiempo y terminé clavando mis ojos en ese bulto.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando pude ver cómo su pene se dibujaba de manera tan perfecta en sus boxers de color verde limón.
Era sumamente erótico la forma en que su glande se remarcaba sobre la tela como si fuese un dibujo en 3D.
Pablo me miraba de manera analizadora, aunque no decía ninguna palabra.
De forma optimista pensé que a lo mejor no había tomado mal que lo mirara, y me giré dando por cerrado el tema pues ya había visto lo que quería ver y no quería seguir tentando a la suerte.
Pero antes de que lograra hacerlo, su voz me interrumpió:
-¿Eres gay?
-¿Qué? No.
-respondí medio confundido.
-¿Por qué me miraste así, entonces?
-Así, ¿Cómo?
-Tan.
fijamente –no había nada más que sólo intriga en su rostro.
-Fue sin querer –dije avergonzado.
-¿En serio? -inquirió llevando su mano derecha a su bulto para rascarse los huevos.
De forma instantánea mis ojos bajaron a ese lugar, casi atraídos de forma magnética.
Lo sentí sonreír-.
¿Quieres ver más?
-¿Ah? -pregunté confundido y completamente descolocado.
-No te hagas, escuchaste bien –esta vez se apretó el paquete sin disimularlo.
Usé toda la fuerza mental para no mirar ese movimiento-.
¿Quieres o no?
-No –dije cortante y me giré dándole la espalda.
A continuación sentí el sonido del elástico bajando por la piel, y luego el sonido de carne golpeando carne.
Imaginé que estaba jugando con su pene en un afán de tentarme y.
lo estaba logrando.
Escuchaba sus movimientos y podía hacerme la imagen mental de lo que sucedía: él, con sus boxers a medio muslo, jugando con su verga y rascando sus huevos.
Podía sentir su mirada taladrando mi nuca, como esperando a ver algún movimiento de mi parte.
Estaba comenzando a incomodarme y temía colocarme en evidencia.
Quería dejar todo como un simple incidente y que pasara al olvido, pero Pablo estaba empeñado a probar lo contrario.
-¿Te masturbas? -preguntó cortando el silencio.
No respondí y fingí dormir-.
Anda, sé que estas despierto y que te mueres por voltearte.
Respóndeme.
¿Lo haces o no? Yo a tu edad ya lo hacía.
-No, no lo hago -mentí.
Él sonrió.
-Estas mintiendo.
Todos lo hacen.
Yo lo estoy haciendo ahora –dijo esto último con un tono de voz más cachondo-.
¿Quieres ver? Yo te podría enseñar.
-No, gracias –dije cortante.
-Anda.
no seas malito.
Yo sé que quieres -escuché que se relamió los labios-.
Ayúdame a quitarme estas ganas.
¿Dijo "Ayúdame"? ¿Qué quería decir con eso?
-Te prometo que será secreto entre nosotros –dijo de forma tentadora.
Acto seguido se levantó.
Sentí que dio unos pasos y lo escuche acercarse hacia mi.
Su mano se posó sobre la sabana a la altura de mi muslo y subió lentamente hasta mi nuca.
-Jorgito.
-me nombró de manera musical-.
Juega conmigo.
yo sé que te gustará.
Su toque y su voz erizó todo mi cuerpo y, lentamente, comencé a girarme.
Ya no podía ocultar las ganas de verlo y de descubrir lo que proponía.
Lo primero que vi fue a su pene semi-erecto apuntándome.
Se veía demasiado sexy su verga en ese estado.
Era de un lindo color dorado, surcado por unas cuantas venas y decorado con un glande gordo y de color rosado.
Sus huevos aún estaban ocultos tras la tela de su boxer, pero podía deducir que eran claros y lampiños.
Una pequeña mata de vellos rizados decoraba el contorno de su pene, haciéndolo ver muy masculino.
Se relamió los labios cuando hicimos contacto visual.
Su mano apretó mi nuca y comenzó a acercarme a su pene.
-Abre la boquita –dijo.
Dudé.
Una guerra estaba ocurriendo al interior de mi cabeza.
No estaba seguro de si continuar o no-.
Vamos, ábrela.
Sólo no uses los dientes.
-No creo que sea correcto esto –le dije.
-No es momento de que te pongas moralista.
Ya te dije que esto no saldrá de la habitación.
Confía en mi.
Tomó mi mano y la guio hasta el tronco de su verga.
Tenía una deliciosa textura y se sentía muy caliente.
Comencé a mover la mano de arria abajo, y noté que entre palpitaciones empezaba a endurecerse y a incrementar su tamaño.
En segundos su pene se encontraba completamente erecto apuntando al techo.
Cuando su glande estaba enteramente perfundido de sangre y brillante, volvió a empujar mi cabeza hasta que mis labios hicieron contacto con su carne.
-Abre -ordenó de forma ruda y sexy.
Lentamente fui abriendo mi boca y, sin perder tiempo, fue hundiendo su miembro.
Un ligero sabor salado distinguí cuando su glande se posó en mi lengua.
Me sorprendí al darme cuenta que no era tan desagradable como me lo había imaginado.
Deje que entrara un poco más y lo detuve cuando sentí que era suficiente.
En mi boca estaban cerca de 12 centímetros de los 17 que medía aprox.
Gimió cuando succioné en modo reflejo.
Con su miembro en mi boca, llevó sus manos al elástico de su boxer y decidió quitárselo.
Tomó mis manos y las colocó en sus fuertes nalgas, y luego sostuvo mi cabeza marcando el ritmo de la mamada.
Con unas cuantas succiones comencé a notar un extraño y ligeramente salado liquido proveniente de su glande.
Su huevos golpeaban mi mentón de forma rítmica, aunque aún no lograba introducir más de su pene.
Cada vez que su verga entraba demasiado, apretaba sus nalgas para avisarle que tuviera más cuidado.
De todas formas, pronto mis ojos se encontraron inyectados en sangre y húmedos debido a las arcadas.
De un momento a otro sacó su pene de mi boca y se sentó en su cama.
-Ven –me llamó.
Abrió sus piernas y entendí que quería que me arrodillara entre ellas.
Tomé su mástil con mi mano derecha y me lo engullí.
Sus manos masajearon mi espalda y fueron bajando hasta llegar a mi trasero.
Una corriente cruzó mi columna cuando su dedos apretaron mis nalgas por sobre mi slip.
Luego se fueron al elástico y tiraron de él hacia arriba, haciendo que la tela se metiera entre mis nalgas en una especie de "calzón chino".
-Ni mi novia tenía nalgas así -observó.
No se aguantó y me dio una nalgada que sonó de forma aguda en la habitación.
Tiraba de la tela introduciéndomela aún más y acariciaba todo el contorno de mis suaves montañas de carne.
Al cabo de un rato, me volteó y me dijo que me quedara en cuatro patas.
Me quitó el slip y separó mis nalgas dejando expuesto mi ano.
Cuando sentí una corriente de aire en tan privado lugar, decidí apartarme.
Esto comenzaba a salirse de mis manos.
-Tranquilo, no pasará nada –dijo.
-Tengo miedo.
Dejemos todo esto hasta aquí.
-Hemos llegado muy lejos como para retroceder –se acercó a mi lentamente.
Tomó mi mentón y con su mano libre acarició mi mejilla-.
Vamos, yo sé que te gusta.
-Pero.
-no me dejó terminar y me calló con un beso.
La lluvia de sensaciones que recorrió mi cuerpo fue inexplicable.
Su boca era una experta y su lengua se movía de forma impresionante, arrancándome gemidos de placer y gozo.
-Te prometo que esto sólo mejorará -dijo cuando se separó de mi dejándome en las nubes.
Me dejó en la misma posición que había adoptado antes, y abrió mis nalgas.
Sin que pudiera protestar, enterró su cabeza entre ellas y comenzó a comerme el culo.
Mis piernas temblaron cuando su cálida lengua hizo contacto con mi piel.
Hundí mi rostro en las sabanas para evitar gritar de placer ante tal estímulo.
Su voz, las cosas que me decía y en la forma que me lo decía, lograba que todo mi cuerpo respondiera positivamente a sus caricias.
Me coloqué en alerta cuando su dedo intento explorar mi interior.
Como acto de reflejo apreté mi ano y le impedí el paso.
Decidió acariciarme y tranquilizarme con algunas palabras para conseguir que relajara los músculos.
Puso su dedo en mi boca y me dijo que lo chupara y lo embarrara de saliva, luego, lentamente, fue trazando círculos en mi ano.
Mordí mi labio ante esos divinos movimientos, y dejé que prosiguiera cuando sentí que su dedo comenzaba a presionar el lugar.
Inspiré profundo e intenté relajarme.
Él aprovechó mi receptividad y procedió a enterrarlo con lentitud.
Al principio sentí un leve dolor que se fue transformando en una incomoda molestia.
Todavía no se volvía tan terrible, sólo era una desconocida y ligeramente molesta sensación.
Pero aún era el inicio.
A medida que me iba acostumbrando a su dedo, fui descubriendo que sus movimientos se me iban haciendo más y más placenteros.
No podía evitar el sentimiento de culpa y de extrañeza que me producía el estar haciendo esto, pero una parte de mi, la más oculta, simplemente prefería suprimir lo malo y exacerbar lo rico y prohibido.
-Voy con el segundo -anunció.
Poco a poco la presión fue aumentando y el ardor se hizo presente.
Mi interior se contrajo y aprisionó sus dedos- Calma, campeón, me romperás los dedos.
Relájate.
Me besó el coxis y fue ascendiendo por mi espalda, causando un oleada de placer.
Sin percatarme, sus nudillos chocaron contra mis nalgas.
Un gemido escapó de mi boca sin que pudiera advertirlo.
Noté cómo él disfrutaba lo que me hacía y, al girarme, comprobé su cara de excitación y pervertida lujuria.
Cuando me fui acostumbrando, me dejé llevar por lo bien que sentía y fui respondiendo con movimientos que favorecían la entrada de sus dedos.
La llegada del tercer dedo ya no fue tan terrible, pues ya me comenzaba a acostumbrar a la extraña sensación.
Una cálida humedad en el muslo me hizo saber que de mi pene salía un río de líquido pre-seminal que, dependiendo de la posición, bajaba por el tronco de mi verga y caía por mis testículos.
-Ya estás listo, pequeño -dijo sacando sus dedos de mí.
-Listo.
¿para qué? -pregunté jadeante.
-Para esto –Y movió su babeante verga frente a mi, de forma extremadamente morbosa.
-No creo que.
-.
-No desperdicies saliva, primito.
No hemos avanzado tanto para detenernos ahora.
Además, haz disfrutado como una perra en celo todo lo que te he hecho hasta ahora.
Ya es obvio que naciste para esto, así que no gastes energías negándolo.
Me dejó frio con su argumentación y me di cuenta que estaba en lo cierto, pues aún el recuerdo de sus dedos en mi culo producía placenteras sensaciones.
Tomó mi silencio como el pase para continuar con sus deseos, y se recostó en la cama para darme instrucciones.
-Bien, ahora quiero que te vayas sentando lentamente en mi verga –dijo moviéndola de lado a lado-.
Evita gritar mucho, así que no te apures demasiado.
Dudé, pero ya no estaba en condiciones de evitarlo, simplemente asumí lo que vendría.
Me paré a su costado y coloqué mis piernas a cada lado de su cintura.
Él tomó su jugoso miembro y lo apuntó al cielo, de manera que quedara fácil para que me lo fuera metiendo.
Poco a poco fui descendiendo y pronto su glande hizo contacto con mi ano.
El calor que despedía su carne causó estragos en mi vientre.
Mis piernas comenzaron a temblar debido a la posición y a los nervios, pero no fue nada comparado con lo que sentí cuando oí pasos acercarse a la puerta.
-Shh.
-dijo Pablo.
Me tomó de las manos y me acercó a su cuerpo, ahogando mi boca en su fuerte pecho.
Podía oír perfectamente su corazón galopando en su pecho, casi a la misma velocidad que el mío.
-¿Pablo? ¿Tu tienes mi teléfono? -preguntó mi hermana desde el otro lado de la puerta.
Sentía que mi corazón iba a salir de mi boca, pero una enorme excitación recorría mi cuerpo, y el pene de Pablo punzando en mi estómago me indicaba que él se encontraba igual.
-¿Por qué iba a tener yo tu teléfono? -preguntó Pablo.
Me sorprendió la tranquilidad del tono de su voz.
-No lo sé.
Quizás te equivocaste.
-Mm, pues creo que no- ¿Revisaste en el sofá grande? Siempre se caen las cosas por entre los pliegues.
-Puede ser –dijo mi hermana-.
Bueno, descansen.
Los pasos se fueron alejando hasta que ya no se oyeron.
Pude volver a respirar normalmente.
Mi vientre estaba lleno de su pre-semen, y su muslo estaba lleno del mío.
Sonrió con soberbia y autosuficiencia.
Luego retomó la postura y me ordenó volver a la mía.
Respiré profundamente para tomar valor y me levanté.
Su pene no se bajó en ningún momento, al contrario, lucía incluso más vigoroso y turgente que nunca.
Escupió su mano e introdujo sus dedos en mi agujero sin siquiera avisarme.
Luego me dijo que continuara rápido o podría venir alguien más.
Cuándo su glande comenzó a entrar me detuve al instante.
El dolor fue más fuerte del que imaginé, pero Pablo no me permitió alejarme.
Me tomó de la cintura y me pidió continuar:
-Ya pasará, tranquilo –dijo-.
Sólo aguanta un poco más.
No me atreví a contradecirle porque temía que comenzara a ponerse brusco.
Decidí hacerle caso y continuar con mi trabajo.
Volvió a escupir en su mano pero esta vez embarró la saliva en su glande, de forma que se deslizó con un poco más de suavidad.
El dolor aún estaba y dudaba que se fuera, pero por lo menos la lubricación hizo que la entrada fuera más fácil.
Tuvo que cubrirme la boca cuando al fin su glande entró completamente.
Una punzada aguda cruzó mi culo y provocó que una lágrima escapara de mi ojo derecho.
La desesperación nació en mi e instintivamente traté de salirme de ahí.
Le informé que me estaba doliendo y que estaba casi al borde del llanto.
Retiró su glande, volvió a colocarle saliva y luego volvió a encajármelo.
Entró con agilidad pero el dolor no se fue del todo.
Esta vez se quedó quieto y me sostuvo para que no cambiara de posición.
Mi culo sufría espasmos y abrazaba el inicio de su miembro con gran fuerza.
El pánico comenzó a abandonarme y pronto su miembro dejó de ser tan doloroso.
Me preguntó si estaba listo para seguir y, sin esperar respuesta, continuó introduciendo su verga.
El dolor volvió pero ya no tan agudo como cuando entró su glande.
Sus testículos hicieron contacto con mis nalgas y ambos gemimos.
Me sentía lleno, con una mezcla de placer-dolor y un cálido ardor.
Lentamente comenzó a moverse provocando que el aire saliera de mis pulmones y que ahogara mis gemidos.
El rostro de mi primo fue cambiando y únicamente quedaba lujuria y morbo.
Fue embistiéndome cada vez de forma más y más violenta.
Con una mano apretaba mis tetillas y con la otra me apretaba las nalgas.
A medida que los segundos pasaban y motivados con los gruñidos de placer de Pablo, comencé a disfrutar lo que me hacía.
El dolor pasó a segundo plano y me centré en sentir el placer solamente.
Poco a poco mis gemidos fueron aumentando, a tal punto que tuvo que cubrirme la boca para que no se escucharan en las otras habitaciones.
Eses gemidos hacían que sus excitación también fuera creciendo, provocando que sus embestidas fueran violentas y profundas.
Producto de esto decidió que saliéramos de la cama ya que estábamos cerca de estropearla completa.
Sacó su pene de mi culo, dejándome abierto y vacío, y me llevó hasta el mueble más cercano.
Hizo que apoyara mi abdomen en la superficie de madera y separó mis piernas.
Oí que se arrodilló y, acto seguido, enterró su cara entre mis juveniles nalgas.
Su lengua entró con facilidad a mi cavidad provocando que mis piernas temblaran por el placer.
A continuación introdujo sus dedos con saliva y luego procedió a enterrarme su miembro.
Mi grito se ahogó en su palma cuando su pene se hundió completamente.
Después cruzó sus manos por mi cuerpo y nos acoplamos en un abrazo.
Mi cabeza quedaba a la altura de su cuello, por lo que logré recostarme en su hombro para recibir un beso jugoso y lleno de lujuria.
Nuestros gemidos se ahogaban con nuestras bocas con cada embestida, llevándome a niveles desconocidos de placer.
Mi pene comenzaba a moverse espasmódicamente contra la madera del mueble dejando una pequeña mancha de humedad.
De pronto una corriente eléctrica comenzó a descender desde mi miembro para luego repartirse por todo mi cuerpo.
Mi corazón fue acelerando sus las respiraciones fueron en aumento.
Los gemidos salieron de mi boca sin que pudiese detenerlos y supe que venía algo grande.
Mi culo se contrajo de forma violente y de mi pene comenzaron a salir chorros de leche que se fueron deslizando por el mueble.
Pablo, al mismo tiempo, fue acelerando sus embestidas para terminar rellenando mi culo de su semen.
Cubrió su propia boca para evitar que sus masculinos gemidos se callaran, y luego cayó rendido sobre mi.
Mi respiración aún era agitada y mi mente estaba adormecida.
Todavía algunas gotas de semen caían por mi glande, y aún su pene se mantenía rígido en mi interior.
Después de un rato se retiró y noté como su leche se derramaba por mis piernas desde mi abierto y viscoso ano.
Su verga se veía de un rojo intenso y cubierta de nuestros jugos, y poco a poco fue perdiendo su dureza.
Sacó papel de su mochila y limpió su pene y mi culo.
Luego admiró como había dejado mi ano y, posteriormente, se dirigió a su cama.
-Buenas noches –me dijo mientras se cubría-.
Estuvimos genial.
-… -no respondí nada.
Había sido un cumulo de sensaciones, pero no tenía idea de que palabra expresaba lo que sentía.
-Recuerda, esto no lo debes decir a nadie -advirtió-.
A ti te gustó, yo lo sé.
También sé que vas a querer más.
Si guardas silencio, lo tendrás cada vez que queramos.
Luego apagó la luz y el silencio nos tragó.
Me quedé dormido sólo cuando el cansancio venció todos mis pensamientos.
Cuando desperté Pablo no estaba en la habitación.
Me vestí y salí y me di cuenta que estaban todos desayunando.
Creo que había dormido más de lo que tenía estipulado.
Me senté en el único espacio vacío que quedaba: justo al lado de Pablo.
Me preguntó como había dormido y si estaba todo bien.
Intenté disimular la incomodidad que sentía y le respondí como lo haría normalmente.
Estaba comiendo tranquilamente cuando siento sus dedos jugando con mi muslo.
Miré en todas las direcciones pero todos estaba inmersos en conversaciones.
Tomó mi mano de forma disimulada y la llevó hasta su paquete.
Todo el ruido desapareció y solo existíamos nosotros, y lo que estaba haciendo.
Al cabo de un rato se levantó y rápidamente desapareció, sin antes señalarme que lo siguiera.
Caminamos hasta un pequeño bosque lleno de arbustos y matorrales y se sentó bajo un gran sauce.
Abrió su pantalón y dejó libre su palpitante pene.
-¿qué haces?-pregunté mirando a los lados.
-Calma, aquí no hay nadie –dijo-.
Están todos allá conversando.
Hizo que me sentara junto a él y comenzó a acariciarme la mejilla.
Su mano izquierda se fue a mi nuca y con la derecha tomó su verga.
Poco a poco fue acercándome a su miembro y respondí abriendo mi boca.
El delicioso sabor salado invadió mis papilas y me dejé llevar.
Las primeras succiones fueron tímidas, pero poco a poco tomé más confianza.
Sus manos acariciaron mi cuerpo y se detuvieron en mis nalgas.
-¿Te duele? -preguntó entre gemidos.
-Un poco -contesté sacando su glande de mi boca-.
Todavía lo siento abierto, aunque no se ve así.
Es extraño.
-Suele suceder –dijo.
-¿Cómo sabes? -pregunté.
Pero no me respondió.
Tomó mi cuello y me enterró su pene.
Luego de un rato fui sintiendo un liquido viscoso caer en mi lengua.
Era el rico liquido pre-seminal, el cual fui drenando y disfrutando.
Había descubierto que ese sabor no me provocaba rechazarlo.
-¿Pablo? -escuché a la distancia.
Fue como si me hubiesen lanzado un balde de agua fría por la espalda.
Me despegué de su miembro como si quemara y me quedé en shock.
Una vocecita en mi cabeza habló: "Tuviste que haberte alejado de él cuando las cosas comenzaron a salirse de las manos".
comosigue