Secretos familiares
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Sabia que esos cuatro ojos no perdían detalle.
Ignoraba cuánto tiempo hacía que me observaban, pero ahí estaban, viendo como me cogia a su hermana adoptiva.
Un morbo extraño se había apoderado de mi.
Saber que me veían.
Que eran mis hijastros, los mismos a quienes encontré jugando al sexo con Rebeca y que hoy se comía mi verga.
Eso me tenía al mil.
La penetraba con fuerza, sintiendo como mi pene se alojaba en lo más profundo de sus entrañas.
Mi culo bajaba una y otra vez culeando esa estrecha vagina que hubiera pasado por virgen, sino la hubiese visto con los que hoy solo eran testigos.
La tenía al borde de la cama, boca arriba.
Sus piernas totalmente abiertas formando una V perfecta, yo en medio sosteniéndome en el colchón para poder ensartarle hasta el último de mis 17 cm en cada embestida.
Podía saber que ellos incluso veían cuando mi verga entrando y saliendo de esa panochita, quizá hasta se masturbaran viendo como gozaba su hermana.
Porque de algo estaba seguro, aquella niña de tan solo 16 años parecía poseída por algún demonio de lujuria.
Gemía una y otra vez, su cuerpo tenso, los ojos desorbitados, su boca descompuesta.
Quién diría que sí en un principio había mostrado alguna reserva de coger conmigo hoy estuviera dando signos de estar recibiendo el mejor sexo de su vida.
Se la saque.
Quería disfrutar otra vez el sabor de su chocho, así como estaba me incliné para darle la chupada de su vida.
Con toda intención me coloqué de tal manera que sus hermanos pudieran ver en primer plano como se lamia un chocho.
Estaba húmeda a tal grado que hilos de líquido vaginal se le escurrían en dirección del culo.
Era un espectáculo ver a aquella hembra, de caderas perfectas, vulva de niña.
Suave la piel, sensible al tacto.
Tan sensible que al roce de mi lengua otra vez empezó a gemir como endemoniada.
Sus manos se aferraban a mi cabeza halándome hacia ella, como si quisiera asegurarse de que no me escaparía hasta hacerla acabar.
El sabor de sus jugos era indescriptible tanto como sus gemidos.
Ininterrumpidos, intensos, escandalosos.
Quién conociera a Rebeca dudaría de que fuera ella si la viera en este estado.
Es que era tan distinta, introvertida y hasta escurridiza a la gente.
De la casa a la escuela, así la habíamos educado.
Sin novio conocido.
Sin embargo hoy me regalaba su parte perversa.
Gritando y gimiendo para que le diera sexo, sexo y más sexo.
Ummmmm ummmmmm ummmmmmm ummmmmmmm- gemía retorciéndose como si aquello que vivía jamás lo hubiera sentido.
Su manos apretándose las tetas, magreándose los pezones cómo si ello incrementará el placer que sentía.
Me gustaba verla gozar.
Me gustaba ver su cuerpo sentir, escucharla suspirar, pedirme que no parara mientras se cotorsionaba como babosa en sal.
Con toda intención me puse de pie dejando mi verga al aire, quise que mis hijastros pudieran ver cómo me la mamaba su hermana.
Se veía enorme frente a su cara de niña, la tomó con sus manos y empezó a pajearme suavemente cómo si disfrutará sentir mis miembro entre sus dedos.
Lo miraba curiosa como si buscara explicación alguna de porque le daba tanto gozo.
Se lo metió a la boca, el glande.
Lo chupo despacio como saboreando, lo saco y otra vez engulló lo que pudo y así una vez y otra vez.
Sentía su lengua juguetear con el glande, sus manos acariciar mis huevos.
Me olía cómo si le gustara sentir mi aroma.
El chapoteo de mi verga entrando y saliendo en Rebeca llegaba a mis oídos como música afrodisíaca.
Sabía que mis hijastros no perdían detalle.
Fueron largos minutos los que Rebeca chupo mi pito y ahora decidí cogerla de perro sobre la cama, esa misma cama donde cogia a su madre por las noches.
La puse de tal manera que quedara viendo contrario a donde estaban sus hermanos, que pudieran ver cómo la empalaba, como le metía mi verga y cómo la hacía gozar.
La penetre de una, sin preámbulos.
Le coloqué la verga y a la primera estocada se la deje ir hasta el fondo haciendo que pujará y que enterrara su cabecita en el colchón.
Por un segundo olvide cuan estrecha era.
Cuando creí saber que otra vez se había acostumbrado a mi verga empecé el mete y saca.
Despacio, degustando cada roce con sus entrañas, sintiendo ese calorcito, ese sabor único de su chocho.
A pesar de estar húmeda podía sentir lo apretado de su cueva, como si está fuese de las pocas veces que le había entrado algo de igual tamaño.
Pero igual seguíamos, ambos sintiendo que este era un polvo único, ella gemía, yo igual, ella suspiraba yo también.
Los dos con los ojos cerrados.
Nos movíamos, conscientes que había llegado el momento de acabar.
Yo aferrado a sus caderas acelere mis movimientos y la intensidad de la culeada, se la mandaba hasta dentro, con fuerza, como ella me lo pedía.
Como me decía que lo hiciera.
Como casi parecía suplicar, que le diera más, más fuerte, que sentía rico.
Fue un rico orgasmo, sentí vaciarme por completo, sentí mi polla echando chorros y chorros dentro de aquella vulvita.
Sentí su chocho contraerse, sus espasmos, escuche su respiración cómo si le faltara el aire, el intenso gemido de una mujer satisfecha, sentí su orgasmo.
Sus líquidos calientes mezclándose con los míos.
Sentí como se desfalleció aún con mi pene adentro y caer de bruces sobre la cama.
Estábamos exhaustos, tanto que por un momento me olvide de aquellos que nos habían estado espiando.
Supe que no dirían nada.
Tenían sus secretos y yo estaba dispuesto a guardarlo, lógico, a cambio de que ellos no dijeran nada.
Seguiré contando .
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