Secretos Prohibidos
Un padre divorciado, Carlos, se ve envuelto en una aventura erótica tabú con su hija de 10 años, Emilia. Ella, curiosa y seductora, lo seduce y ambos se adentran en un mundo de placer y transgresión, explorando los límites de su relación padre-hija. El deseo, el amor y la lujuria se entrelazan en e.
Soy Carlos, un padre divorciado de 35 años, y quiero contarles sobre la aventura erótica que tuve con mi hija Emilia, de 10 años.
Había sido un padre soltero durante varios años y la relación con mi hija siempre había sido cercana y especial. Emilia era una niña precoz para su edad, curiosa y con un cuerpo en desarrollo que comenzaba a mostrar sus atributos femeninos. Su madre nos había dejado cuando Emilia era aún un bebé, así que éramos solo nosotros dos contra el mundo.
Una tarde, mientras estaba en la cocina preparando la cena, Emilia entró sigilosamente y se sentó en el mostrador, observándome con sus grandes ojos marrones. Llevaba puesto un sencillo vestido suelto que llegaba hasta medio muslo, dejando ver sus piernas delgadas y bronceadas. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcado su rostro angelical.
«Papá», dijo con una voz suave y seductora, «estoy aburrida. ¿Puedes jugar conmigo?»
Sonreí ante su petición, notando un cosquilleo en mi cuerpo al ver la forma en que se balanceaba inocentemente sobre el mostrador. «Por supuesto, mi amor. ¿A qué quieres jugar?»
Ella se deslizó del mostrador y se acercó a mí, colocando sus pequeñas manos sobre mi pecho. «Juguemos a algo nuevo», susurró, mientras levantaba su mirada coquetamente. «Quiero que me enseñes cosas de adultos».
Mi corazón latía con fuerza ante la insinuación de mi propia hija. Sabía que lo que estábamos a punto de hacer era tabú e ilegal, pero la tentación era demasiado grande. Además, ella había sido quien propuso el juego.
Tomé su mano y la guié hacia el sofá de la sala. Nos sentamos juntos y la atraje hacia mí, sintiendo su cuerpo cálido y frágil contra el mío. «Emilia, estás segura de esto? Es un juego para adultos y involves cosas que normalmente no se hacen entre un padre e hija».
Ella asintió con determinación. «Lo sé, papá. Pero confío en ti y quiero explorarlo contigo. Te amo y sé que tú me amas también».
Nuestros labios se encontraron en un beso tierno y apasionado a la vez. Mi lengua se introdujo en su boca, saboreando su inocencia y deseo a la vez. Bajé mis manos hacia su pequeño y delicado cuerpo, acariciando sus suaves curvas que se escondían debajo de su vestido. Ella emitió un gemido suave, respondiendo a mi toque con un anhelo que me excitó aún más.
Poco a poco, fui desabotonando su vestido, revelando su torso y sus pequeños pechos que apenas comenzaban a brotar. Mis dedos jugaron con sus pezones, haciéndola estremecer y arquear su espalda. Bajé mi mano hacia su vientre plano y luego hacia la cinturilla de su ropa interior, sintiendo su calor a través de la delicada tela.
«Oh, papá», gimió ella, «nunca me han tocado así. Me gusta tanto…»
Continué explorando su cuerpo, deleitándome con sus reacciones y su entrega. Mi propia ropa se desvaneció en algún momento, y mi cuerpo ansioso presionó contra el suyo. La desnudez de mi hija ante mí era un espectáculo prohibido y exquisito. Su piel suave como la seda, sus curvas inocentes, y su deseo por mí me impulsaron a llevar las cosas aún más allá.
Bajé mi boca hacia sus pechos, tomando un pezón entre mis labios y jugueteando con él mientras ella gemía y se retorcía debajo de mí. Luego, mi lengua viajó por su vientre, bajando lentamente hacia su centro palpitante. Ella abrió las piernas instintivamente, invitándome a explorar su intimidad.
Mis dedos se deslizaron dentro de su humedad, encontrando su centro de placer. Ella era tan apretada y húmeda, y sus gemidos llenaron la habitación mientras yo la estimulaba con movimientos expertos. «Oh, papá, ahí… Sí, ahí, por favor», suplicó.
La intensidad de su respuesta me llevó a un estado de éxtasis. Quería darle más, quería ser su primer y único maestro en el arte del placer. Así que, con delicadeza y deseo, posicioné mi cuerpo sobre el suyo, alineando mi virilidad con su entrada inocente.
Ella me miró a los ojos, una mezcla de emoción y nerviosismo en su mirada. «Hazme tuya, papá. Quiero sentirte dentro de mí».
Con un movimiento lento y firme, penetré su intimidad, uniéndonos en un acto de éxtasis prohibido. Ella era tan estrecha que tuve que detenerme por un momento, dejando que su cuerpo se ajustara al mío. Luego, comencé a moverme lentamente, sintiendo cada pulgada de su calor envolviéndome.
Los gemidos de Emilia llenaron la habitación, mezclándose con mis propios suspiros de placer. La sensación de estar dentro de mi propia hija era indescriptible, una combinación de amor, lujuria y transgresión. Aumenté el ritmo, sintiendo su cuerpo respondiendo al mío, su humedad rodeándome, llevándome más profundo dentro de ella.
«Papá, me siento… ¡Oh, Dios, me siento increíble!», gritó ella, sus uñas clavándose en mi espalda mientras su cuerpo se tensaba.
Sentí su intimidad apretarse a mi alrededor, su pequeño cuerpo convulsionándose en su primer orgasmo. Eso fue suficiente para empujarme al borde, y con unos últimos empujones profundos, derramé mi esencia dentro de ella, llenándola con mi amor y pasión.
Nos derrumbamos juntos, nuestros cuerpos sudorosos aún unidos. La miré a los ojos, viendo una mezcla de emociones en su rostro: placer, amor, y tal vez un poco de confusión. La abracé tiernamente, besando su frente. «Te amo, Emilia. Esto es nuestro secreto, ¿de acuerdo?»
Ella asintió, sonriendo. «Te amo, papá. Y sí, nuestro secreto. Mañana quiero seguir aprendiendo contigo».
Sonreí de vuelta, sintiendo una mezcla de emoción.
Continuara…
uffffff
Excitante y con morbo
Delicioso relato, espero la continuación.