SEXO PROHIBIDO (Que segunda vez…)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Con esta era la segunda vez que Alejandra acababa en mi boca.
Se había vaciado como la primera, parecía que el sexo oral la excitaba en demasía.
Recostada sobre una pequeña mesa que mi mujer tiene en la sala, totalmente desnuda.
Yo entre sus piernas, igual desnudo, sentado en una silla con la verga esperando turno para ser ella quien le de placer a mi hijastra.
Porque esto apenas empieza, Alejandra y yo sabemos que hoy tenemos todo el tiempo que haga falta, esta vez no será como hace una semana.
El día que me encontró pajeandome, ahora es distinto.
Ha sido ella quien me busco quizá sabiendo que conmigo si va a encontrar el sexo que le gusta y que su gran chocho se merece.
Lo tiene grande, carnoso, labios vaginales no muy gruesos.
Una mata de pelos espesa parece el perfecto camuflaje para esconder aquel manjar, porque si de sabor de panocha hubiera concurso, ella ganaría el primer lugar sin discusión alguna.
Tanto me gusta el sabor de sus líquidos que no he tenido reparo alguno en tragármelos, sentir en mi paladar el fruto de la chupada que le estoy dando.
La escucho gemir, la siento retorcerse y no puedo más que pensar que su marido no la coge como Dios manda.
Esta hembra de 170 de estatura y de 28 años merece sexo del bueno.
Quizás lo traiga en los genes, a su madre, mi mujer le encanta la verga.
Cuantas veces no me lo ha confesado, que eso agradece a la vida el que alguna vez yo apareciera.
Me encanta como me coges amor – dice.
Me encanta tu vergota.
A las tres pareciera que mi polla les ha caído como anillo al dedo.
Porque aunque Alejandra no lo sabe, su hija también se ha comido mis 18 centímetros de verga.
Estos que ahora están a punto de enterrársele hasta lo más profundo.
Juego un poco entre sus labios vaginales, algo que evidentemente le anuncia que ha llegado el momento.
Me mira como agradeciendo que ya deje de torturarla, porque si bien es cierto ha acabado ella sabe que el premio mayor está en su entrada.
Su respiración se ha acelerado, sus grandes pechos suben y bajan, me doy cuenta que sus piernas me aprisionan rodeándome por arriba de la cintura.
Quizá previniendo que no me retracte de lo que esto y a punto de hacer o talvez simplemente quiera ayudarme halándome hacía dentro de ella cuando la este penetrando.
Centímetro a centímetro se la dejé ir toda, despacio para sentir esa calentura interior que percibí nomas le entró la cabeza.
Al parecer sintió tanto como yo porque no pudo evitar gemir intensamente para después decirme lo rico que sentía.
Ahhhh papi que gruesa la tienes, que vergudo eres papi.
La siento hasta adentroooo.
Lo que decía y su rostro era el síntoma más evidente de que Alejandra estaba mal cogida.
La tenía hasta el tronco, nada mas los huevos afuera.
Podía sentir que había llegado al tope de su vagina y aunque la posición era perfecta escuchar sus palabras y sus gemidos me hizo querer estar más junto a ella.
Le ofrecí las manos y afianzando las suyas la hale hacía mi hasta quedar sentada al borde de la mesa.
Sus hermosas tetas ante mi, su boca al alcance de la mía.
Seguía ensartada en mi polla, pero estar abrazados uno frente al otro era sentirnos uno solo.
¿Te gusta mi verga? – dije mirándola a los ojos.
Me encanta.
¿Y a usted le gusta mi coñito? – Pregunto.
Si amor, me gusta.
Me beso de una manera que no supe interpretar si era pasión o amor.
Sus labios fundidos a los míos, nuestras lenguas jugando una con otra.
– Que rico haces el amor – dijo ahora tuteando y sin quitar esa cara de mujer satisfecha.
A si abrazados me separe un poco, le bese los pechos.
Le sabían un tanto salados talvez porque estábamos sudados, la excitación quizá, porque la tarde era fresca.
Una leve brisa caminaba triunfal entre las ramas del árbol que había en el patio.
Porque estábamos en la sala, esa delimitada únicamente por los ventanales de cristal.
Si alguien abriera el portón que daba a la calle ni como esconder nuestros cuerpos desnudos y negar que estábamos teniendo sexo aunque ella fuera la hija mayor de mi mujer.
Hazme tuya amor, hazme tuya.
Quiero sentirte mi hombre – dijo.
Sus palabras eran órdenes.
Empecé a culear, se la saque casi completa y otra vez para adentro, luego una vez más y así una y otra vez.
Alejandra no dejaba de decirme cuán grande la sentía.
Sendos pujidos llenaban la sala donde estábamos.
Seguíamos abrazados aunque un poco separados, sus tetas moviéndose al compás de la cogida, podía ver como la polla salía viscosa de líquidos para luego desaparecer en aquella vagina que era un horno.
Ella trataba de mover sus caderas como queriendo seguir el ritmo, respiraba agitada, no paraba de decir cuanto le gustaba.
Me pedía más, que no me detuviera, que era mi mujer.
Soy tuya amor, soy tuya papi.
Córrete, acaba en mi amor, dame tu leche.
Sino la conociera pensaría que era otra mujer a quien me follaba.
Esta no era la mujer callada, introvertida y hasta inocentona que yo veía llegar a mi casa por su hija.
Esta no era la hijastra que según sabía se junto con su marido a los 14 para luego casarse cuando cumplió la mayoría de edad.
Esta mujer era otra, una a la que la verga la transformaba al igual que a su madre.
Sin decirle me entendió cuando quise cambiar posición, rápidamente se bajo de la mesa y se puso con las piernas abiertas, sus manos sobre la mesa misma.
Me coloque detrás suyo y acomodándole la verga en su entrada la penetre sin miramiento alguno, hasta que de nuevo la cabeza llegó hasta el fondo de su vagina.
Podía sentir el tope, sus paredes internas dándome luz verde en cada estocada.
Sus nalgas se movían frente a mis ojos como gelatina, sus pechos como globo balanceándose hasta casi tocar la mesa misma.
Doblaba un poco la cabeza talvez para no hacerse daño con el mueble, los pujidos y gemidos ahora eran más fuertes que antes.
Sentí que iba a acabar y quizá ella también se dio cuenta.
La verga se me había engrosado más de lo normal, la curvatura más pronunciada.
Más oscura, morada talvez de tanta sangre en acumulada en las venas.
Me detuve un poco y ella aprovechó para decirme que quería montarme.
Quiero subirme papi – dijo.
Hale la silla que teníamos cerca y me senté, Alejandra abrió las piernas y dejando las mías entre las suyas tomo mi palo y colocándoselo ella misma entre los labios de su panocha se dejó caer hasta que sus nalgas casi aplastan mis huevos.
Su espalda frente a mi, yo sosteniendo sus caderas, así follamos hasta que otra vez supimos que mi verga estaba a punto de estallar.
Bajemos al piso – me pidió con aquella voz que me dijo cuán excitada estaba.
Como si de una emergencia se tratara, nos paramos.
No tuvo que decirme nada, me tiré boca arriba con mi polla como mástil.
Alejandra otra vez dejó mis piernas entre las suyas y bajo hasta quedar casi sentada sobre mi abdomen, una vez más fue ella quien puso la cabeza en su entrada y de una engullo cada centímetro hasta que los sintió en sus entrañas
.
Esta vez no se detuvo, coloco sus manos en mi pecho y empezó a culear como yo jamás pensé que podía.
Rico, con fuerza, de arriba abajo pero con un movimiento extra que hacía que mi pene se doblara como si quisiera enderezarlo.
Podía ver como aquel coño prácticamente me ordeñaba a la inversa, de abajo hacia arriba.
Sonríe al pensar que si antes lo sentía grande ahora se lo tragaba como el mejor de los placeres.
La cueva de mi hijastra parecía haber sido diseñada específicamente para aquel camotote que se estaba tragando.
Fue al unísono, sentí fuego fluyéndome por dentro, escalofríos en mi espalda.
Espejismo o no, una bola subió por todo lo largo de mi polla.
La vulva de Alejandra se había dilatado en su interior como si quisiera hacer más espacio y se contraía, talvez lo imaginé pero por un momento sentí como si aquella cueva quisiera chuparme hacía adentro.
Explotamos juntos, una última sentada de Alejandra y aquel fuego en su interior comenzó a embadurnar mi polla, que una y otra vez se vaciaba en sendos chorros de semen.
Conté más de 6, porque aquella sensación que me venía desde culo no me dejo contar más.
Mi hijastra se había tirado sobre mi, su respiración estaba al límite.
Por un instante pensé que estaba llorando, jadeaba como si aquella cogida no la hubiera vivido antes.
Mmmmm mmmmmmm era lo único que alcanzaba a salir de su boca.
El semen y los líquidos de mi hijastra habían empezado a llegar al tronco de mi verga, todavía mi polla seguía en su interior.
No la saque – había dicho ahora tratándome de usted.
Quiero sentirla un ratito más.
Echada sobre mi, descansando.
Era ahora cuando me percataba de su peso, mi hijastra es un mujeron.
Una potranca como dicen por acá, gordita pero bien proporcionada.
Una vez me vino a la mente que aquel enano que tenía por esposo quizá no la complacía.
Que otra explicación podía tener el que su mujer me buscará para la que la cogiera a sabiendas que era sexo prohibido.
Quizá la primera vez que follamos halla sido una debilidad, un momento donde los sentidos traicionan y se hace algo de lo que luego se arrepiente.
Esta vez no.
Alejandra sabia que estaba sólo, que su mamá no estaba y que sus otros hermanos andaban en aquel evento de fútbol al que habían ido a participar.
No le vaya decir a nadie papi – dijo mi hijastra sacándome de mis pensamientos.
Y como si aquella fuera su forma de despedirse se quitó de encima mío.
Nos paramos, mi verga colgando ya semi erecta.
¿Porque la tiene tan grande? – dijo mirándome como si en realidad supiera que no sabría responderle.
Sonreí ¿Te vas a bañar? – pregunte.
No, Marco debe estar por llegar – dijo vistiéndose apresurada.
Marco era su esposo.
Ingeniero industrial y amigo de la familia desde que ambos eran niños.
Mi mujer incluso lo consideraba como a un hijo, de hecho era su hijo político.
Por un momento lo imaginé, aquel enano de gafas quizá fuera la causa de que su mujer anduviera buscando sexo fuera de su hogar.
Otra vez sonreí.
Alejandra ya abría el portón y se iba dejándome desnudo en aquella sala donde minutos antes había vivido algo que creo se volverá a repetir.
Una vez mas sonreí y camine rumbo al baño.
Debía lavarme el olor de mi pecado, si es que podía llamarse pecado el satisfacer a una hembra necesitada de verga.
Seguiré contando ….
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