Short Blanco (Mi primera paja a los 12 con mi hermano y su amigo)
El despertar sexual de Tomás en los tempranos 2000 y su interés sexual por su hermano mayor..
Recuerdo tener 12 años cuando me empecé a interesar por su cuerpo. Sin entender en qué momento había cambiado tanto. No hacía mucho tiempo era como yo, pero repentinamente se tornó alto y atlético. Su abdomen se endureció y una fina línea de vellos castaños subía hasta su ombligo. Sus piernas, ahora gruesas y definidas, también se cubrieron de vellos. Sentía una mezcla de admiración y sensaciones que aún no lograba entender.
Lo seguía a todas partes, como una sombra e imitaba torpemente todo lo que él hacía. Lo veía superar, una tras otra, cuánta prueba física se propusiera. Podía correr, nadar y trepar con destreza. Era el goleador del equipo del barrio, de la escuela y del club. La pelota hacía su voluntad. Si bien yo entendía que mis cualidades eran más intelectuales o creativas no podía evitar admirarlo y, a veces, envidiarlo.
Ramiro era amigo de todos, siempre estaba haciendo chistes y a veces se ponía en situaciones ridículas. No tenía miedo a decir lo que pensaba, a la primera. Yo era todo lo contrario, siempre con miedo y vergüenza. Introvertido, callado. Tenía sólo un amigo en la escuela y después estaba Federico, el hermano menor de uno de los amigos de Rami. Era natural que nos hiciéramos amigos, porque, sí, Ramiro es mi hermano.
Federico tenía mi edad, era más bajo que yo y algo rellenito. Hacía todo lo que yo decía y se aburría casi tan rápido como yo. Estar con él era una pérdida de tiempo.
El calor desde siempre despertó mis instintos sexuales, quizás por la piel expuesta y el sudor. O quizás lo que me enciende sea el recuerdo de uno de esos veranos bonaerenses
Yo estaba solo jugando en la pileta. Y Ramiro llegó de jugar al fútbol. Caminaba pateando la pelota y hablando con su amigo, Nicolás, sin ningún esfuerzo. Los vi salir al patio tracero de mi casa sin remera, transpirados por el calor de febrero.
Rami es de River y Nico de Boca, la discusión recurrente en sus conversaciones. Pero es importante porque el short de fútbol que Ramiro tenía puesto era blanco, de tela fina y con el escudo del club en la parte inferior. Nico tenía un short negro, el típico con las tres rayas.
Me vieron en la pileta, flotando sobre un gomón inflable y se acercaron.
– ¿Cómo está el agua?. Preguntó Rami antes de sacarse los botines y las medias. Su amigo lo siguió y antes de que uno lance al otro al agua, como usualmente pasaba, se tiraron de bomba.
Nico era un poco más bajo que Ramiro y también tenía un cuerpo algo atlético, pero con piernas flacas cubiertas de vello negro, que también subía por su ombligo y seguía hasta formar una línea en medio de su pecho. Me llamó la atención lo tupido que era el vello en sus axilas.
Si bien Ramiro era el líder en todos sus círculos Nico siempre le pisaba los talones, su cara recordaba a la de un actor de moda en ese momento, el de Juegos Sexuales. Mis papás no me dejaban verla, pero puede que la haya visto a escondidas. Lo que creo que le bajaba puntos a Nico a nivel social era su sentido del humor vulgar y a veces ofensivo, aunque no es algo raro en chicos de 15 años.
Nos refrescamos los tres en la pileta. Yo los observaba como siempre, con mucho interés por sus cuerpos. El agua les daba un brillo hipnótico. Ellos comenzaron a jugar y yo los miré desde el gomón hasta que me forzaron a bajar y me uní a sus juegos.
El juego era sumergir al otro y evitar que salga a la superficie. Rara vez lograba sumergir a alguno de ellos, aunque me unía a sus intentos de hundirse entre ellos. Intentaba acercarme y rozarlos de cualquier forma. Entre risas y manotazos. Cuando lograban sumergirme los tomaba de las piernas bajo el agua o tiraba de sus shorts.
Cuando se cansaron fueron a la parte menos profunda a descansar. La tela blanca y brillante de su short de Rami ahora se veía transparente y se pegaba su piel en las piernas gruesas. La transparencia volvió visible su slip azul y el peso del agua en la tela enmarcaba cada curva de su voluminosa entrepierna. No le podía quitar los ojos de encima. Trataba de adivinar las formas de ese bulto prominente. Una imagen que me persigue hasta el día de hoy.
El short de Nico también se pegaba a su cuerpo, pero el color negro no ayudaba a evidenciar sus formas. Tenía las piernas mucho más delgadas que las de su amigo y su entrepierna parecía cumplir con la misma regla.
Aún en ese momento todo era confusión para mí. No entendía por qué me llamaban tanto la atención.
Esa noche, o alguna de esas noches, comencé a sentir físicamente los efectos del verano, de esos cuerpos y esa tarde en la pileta. Me rozaba instintivamente contra el colchón en busca de placer. No sabía qué era la masturbación, asumo que, por mí falta de amigos o de ese tipo de confianza con mis pares.
Pasé varias noches entre frotes y hasta una vez sentí un cosquilleo extraño y ganas de ir a mear. Seguía sin saber lo que hacía.
Durante esos días de febrero me limitaba a seguir a Ramiro como una sombra, iba a verlo jugar a la canchita y si faltaba uno me dejaban jugar. Aunque no hacía mucho.
Cuando lo perdía lo buscaba en las casas de sus amigos y me quedaba con ellos.
-Dejá de perseguirme. Me dijo uno de esos días, cansado de mi presencia pasiva entre sus grupos o quizás avergonzado de la forma en que me quedaba mirándolos.
Y así fue como empecé a pasar mucho tiempo solo u observando a mi hermano desde lejos. Incluso casi me hice amigo de Federico, pero nos aburrimos.
En verano no era extraño que mi hermano llegara de noche a casa. Mis padres siempre lo estaban regañando. Yo ya no salía mucho y me había adueñado de los espacios de la habitación, pero a él no le importaba mientras tuviera sus pelotas y su ropa acomodadas. Dormíamos en camas marineras. Él arriba y yo abajo. Muchas noches me quedaba despierto hasta que se acostaba para verle el bulto mientras subía en slip.
Muy a mi pesar, el verano llegó a su fin y volvió la rutina escolar. El comienzo de las clases acarreaba muchas cosas desagradables. Entre ellas el uniforme de la escuela. Lo odiaba. Sobretodo el de gimnasia. Ese maldito jogging azul que ya me quedaba chico y con el que alguien me había llamado culón. Cada vez que lo usaba me sentía inseguro.
Pero ese año pasó algo que todo hermano menor odia. Uniformes nuevos. Para el mayor. A Rami le compraron todo el uniforme porque había crecido mucho el último año y yo empezaba a usar las viejas prendas de mi hermano. Después de algunos arreglos.
Siempre usé los uniformes viejos de mi hermano, pero cuando me los probé esta vez se sintió distinto. Meterme en sus pantalones ahora tenía una carga erótica que antes no. Y ver cómo la tela del joggin se curvaba hacia adelante en la entrepierna me hacía sentir extraño.
Normalmente almorzábamos con mi abuela y mis primos y primas, que vivían en la esquina de casa porque mis viejos trabajaban a esa hora. Solía quedarme y dormir la siesta en la casa de mi abuela mientras que mi hermano se iba a la calle o a la casa de alguno de sus amigos.
Mis primos más chicos eran extremadamente molestos y ese día no me dejaron dormir. Fastidiado decidí irme a casa a ver si lograba dormir un rato.
Entré a casa y abrí la puerta de mi habitación. Lo que vi a continuación me dejó helado.
Ramiro estaba con Nicolás, que iba a la misma escuela que nosotros, vestidos con el uniforme, frente a frente, bastante cerca. Ramiro tenía el pantalón nuevo por los tobillos igual que Nico, que sostenía en su mano la verga dura de Rami. Mi hermano hacía lo mismo con la verga de su amigo.
En el momento en que abrí la puerta se me congeló el pensamiento. Me quedé paralizado sin entender lo que estaba viendo, pero sabiendo que no debía estar viéndolo. Ellos se sobresaltaron y se soltaron inmediatamente. No les di tiempo a decir nada porque corrí.
Corrí hacia la puerta queriendo escapar de algo que no se suponía que viese. No sé cómo hizo tan rápido, pero antes de llegar a la puerta de calle tenía a Ramiro agarrándome del brazo con los pantalones grises puestos y abrochados. Yo estaba agitado y nervioso.
– ¿A dónde vas?. Preguntó, seguramente, temiendo que fuese a contarle a mi abuela. No respondí.
Nico apareció detrás de Rami riéndose nervioso, me llevaron a la pieza y me sentaron en mi cama mientras Rami se sentaba en la silla del escritorio y su amigo se quedaba parado, todavía sonriendo.
Mi mente no lograba descifrar lo que había visto. Pero estaba a punto de entender muchas cosas.
– ¿Tomi, vos te haces la paja?. Me preguntó Ramiro. Negué con la cabeza.
-¿Sabés qué es?. Nuevamente negué. Había escuchado la palabra, pero no. No sabía a qué se refería. Nico esbozando una sonrisa nerviosa se decidió a hablar.
– La paja es cuando te tocas la pija para largar leche ¿Nunca lo hiciste?.
– No. Respondí sin poder mirarlos a los ojos, sin entender qué tenía que ver la leche en todo esto. Imaginando cosas descabelladas..
Después de una pausa Nico se empezó a desabrochar el cinturón y los pantalones grises del colegio.
-Mirá. Dijo y observé cuidadosamente cómo sacaba la pija con una erección incompleta. No era muy distinta a la mía, salvo en la mata tupida de pelo negro y grueso que la rodeaba – Primero hay que ponerla dura. Mi hermano miraba igual que yo la demostración de Nico. Se masajeó el miembro hasta que se le puso completamente erecto. – Y ahí le das así. Con un movimiento de mano bajó su prepucio descubriendo así la cabeza de la pija y lo volvió a subir. Repitió ese movimiento una y otra vez mientras mi hermano y yo mirábamos. Siguió así un par de minutos. Rami me miró y yo a él, sin saber qué hacer.
– Mostrale vos también. Le dijo Nico a mi hermano que empezó a desabrocharse el pantalón en lo que sacaba una verga mucho más larga y gruesa, con el prepucio aún cubriendo la cabeza prominente, no tenía tanto pelo alrededor cómo la de su amigo, pero era más grande, bastante. Comenzó a acariciarla hasta hacerla crecer y yo no entendía cómo podía seguir aumentando de tamaño. Con movimientos lentos empezó a descubrir paulatinamente el glande rosado y brillante. No podía sacarle los ojos de encima. Eso era lo que había debajo de ese enorme bulto en aquel short blanco.
– Ahora vos. Dijo Nico, mirándome esperando que los siguiera. Los observé cuidadosamente, curioso por sus cuerpos, pero lo que ellos me estaban mostrando era la paja. Era una clase particular de masturbación. Me bajé lentamente el joggin azul grande que antes encerraba la pija que estaba mirando. Mi pene era más chico que los de ellos y apenas tenía algunos vellos alrededor.
– No tengas vergüenza. Dijo Rami percibiendo mi timidez.
Saqué mi verga, que ya estaba dura, y comencé a mover la mano como veía que ellos lo hacían. Nico, que estaba parado frente a mí y sus pantalones grises habían descendido hasta sus rodillas, se sentó en la cama, a mi lado, y me mostró de cerca cómo le daba velocidad a sus movimientos.
– Hay que darle así, con ganas, para largar leche.
– ¿Leche?. Dije, aun desconcertado por eso.
– Si, vas a sentir como ganas de hacer pis, pero no es pis, es la leche. Dijo mi hermano mayor en un tono casi cariñoso.
Todo esto era muy nuevo para mí, mucha información para procesar. Ahí, con mi hermano y su amigo en pija masturbándose para mí. De golpe recordé que cuando los vi ellos se estaban tocando mutuamente.
– Y… está más bueno cuando te lo hace otro. Dijo dubitativo Nicolás interrumpiendo mis pensamientos, mirando a Rami como pidiendo permiso.
Rami se levantó de la silla, con la verga gruesa en la mano y se unió a nosotros la cama, del otro lado. Nico detuvo el movimiento de mi mano derecha, con la que me estaba tocando, y mientras la acercaba a su pija comenzó a masturbarme con su mano izquierda. Su mano fría y extraña me generó un escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral. Mi mano derecha se cerró instintivamente en torno a su verga. No era mucho más grande que la mía pero la sentí caliente y dura. Lo masturbé con el mismo ritmo que él a mí.
Rami del otro lado se masturbaba mirando la escena. Su verga era enorme en comparación con la mía y la de su amigo. Era otra escala, tanto de longitud como de grosor. Me tomó la mano izquierda y la apoyó sobre su pierna. Yo lo miré a los ojos mientras acariciaba su piel blanca. Me miró de una forma en la que nunca me habían mirado. Con deseo. Y después miró mi mano y su pija. Entendí el mensaje y coloqué mi mano entorno su miembro. Esa verga era otra experiencia. No imaginaba que fuera tan grande. Que las pijas pudiesen ser tan grandes. Su cabeza era enorme y rosada y el tronco blanco, grueso se sostenía recto, apuntando al techo, cubierto de venas. El rango de movimientos que podía hacer mi mano izquierda en la pija de mi hermano era mucho mayor al que hacía mi derecha con Nico. Pero mi mano izquierda es más torpe y no cerraba completamente alrededor de ese grosor.
Estaba masturbando dos pijas, pero solo miraba una. La mano de Nico subía y bajaba por mi pija. A veces bajaba demasiado y me generaba algo de molestia, pero lo percibió y comenzó a acelerar el ritmo sin bajar tanto mi prepucio. Intenté igualar su velocidad.
Después de unos minutos así Nico empezó a sacudirse, sus músculos se contrajeron y, escuché sus respiraciones agitadas. Con los ojos muy abiertos observé como desperdigaba por el suelo y mí mano varios chorros de semen. No salía de mi sorpresa. Sin darme cuenta dejé de masturbar a mi hermano. Nico me soltó y se paró mientras Rami retiraba mi mano de su miembro para tomar de su cama una remera que ofreció a su amigo para que se limpie, la de Los Redondos que había usado la noche anterior.
Yo me quedé ahí sentado, con el pito duro al aire, la mano bañada en leche y la cabeza llena de preguntas mientras ambos se subían los pantalones hasta que Ramiro me sacó del trance.
– Anda a lavarte las manos. Me dijo seco. Me subí el slip y el joggin y obedecí. Cerré la puerta y antes de lavarme observé la leche de Nico que comenzaba a perder densidad y color. La olí, y entonces me di cuenta que ya había sentido ese olor antes. En las manos de mi hermano. Me gustó el olor, pero no me animé a probarla. Luego olí mi otra mano, la que había masturbado a Ramiro. También me resultaba familiar el aroma, pero ahora me gustaba más.
Me lavé las manos y cuando volví a la pieza los dos amigos habían ido.
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