Siempre (parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Mi nombre es Cristóbal, y estos son recuerdos de mi niñez.
Acaba de suceder algo que me hizo tener una especie de flash back, y considero interesante contar esta historia.
Estaba entre los 9-10 años, y para ese entonces yo era un chico bastante inocente.
Soy un chico delgado, piel blanca, cabello negro azabache, ojos café claro, labios gruesos y rojos, y una sonrisa agradable.
En esa época era exactamente igual, solo que con rasgos más infantiles.
Como decía anteriormente, era un chico muy inocente y tímido.
No tenía hermanos, y mis amigos eran un poco más pequeños y mucho más inocentes, por lo que no tenía cómo imaginarme hasta donde llegaría esto.
Mi abuela había sufrido un accidente y estuvo muy grave en la clínica por mucho tiempo, luego la derivaron a su casa y mi madre iba a asistirla pues es Enfermera.
Todo eso fue por alrededor de 5 meses, los cuales tuve como niñero a mi tío Marcelo.
En ese momento; Marcelo tenía 18 años, acababa de terminar el colegio y aprovechó de ganar algún dinerillo por cuidarme.
Se quedaba conmigo desde las 4 hasta las 10 de la tarde y de lunes a viernes, ya que el fin de semana nos íbamos donde mi Mamá con mi Padre.
Marcelo era un chico muy simpático, lo pasaba muy bien con él, y nos entreteníamos bastante.
Siempre tuvo esa alma de niño que lo hacía tener una excelente relación conmigo, pero nunca había sucedido nada “anormal” entre nosotros.
La primera semana estuvo muy bien, armábamos rompecabezas, veíamos Los Simpsons, comíamos golosinas: nos divertíamos mucho.
Un día, a causa de una apocalíptica tormenta, se nos fue la señal de la Tv y quedamos sin nuestro programa favorito.
Al cabo de unos minutos, la luz terminó por irse, y quedamos completamente a oscuras y aburridos.
Marcelo fue a buscar algunas velas y las colocó en mi habitación, donde nos quedamos conversando.
Ahí empezó todo.
-Me siento como en la prehistoria.
– dijo Marcelo.
-Pero armemos un puzle o algo.
– sugerí.
-Está muy oscuro, te hará daño a la vista.
-¿Entonces qué hacemos?
-¿Quieres jugar al doctor?-preguntó incorporándose con una simpática sonrisa.
-¡Ya!.
.
.
¿Y cómo se juega?
-Yo seré el doctor, y tú serás mi paciente.
–
Preparamos la habitación y dimos inicio al “juego”.
Se supone que yo entraba muy “enfermo” y él tenía que atenderme, y al final terminábamos en una guerra de cosquillas.
Pero hubo momentos que no fueron así.
Yo estaba acostado con las rodillas flexionadas y las piernas separadas, mientras él estaba entre ellas.
Me dijo que tendría que sacarme los pantalones para poder “examinarme” mejor, a lo que yo dudé.
Me negué al principio, pero al final me convenció diciendo que era parte del juego.
Para quitarle el hielo al asunto y hacerme ceder por completo, me hacía algunas cosquillas y se ponía a reír como un idiota, lo que a mí me causaba una gracia tremenda.
Luego, mientras reía, fue bajando mi pantalón poco a poco.
Cuando quedé desnudo (de la cintura para abajo), sentí un calor en mis mejillas que me hizo desviar la mirada.
El ambiente frio helaba mis partes intimas, y se contrastaba con el fuego en mi cara.
Me sentía expuesto y con una extraña sensación entre mis piernas.
Pero Marcelo me miraba como si nada de eso fuera extraño.
Su sonrisa seguía siendo la misma, y se transmitía por sus ojos, apaciguándome de alguna manera.
Tomó mis rodillas (que en algún momento junté) y las separó, dejándome más expuesto para él.
Su dedo tocó tímidamente a mi pene.
Una agradable cosquilla se extendió por mi entrepierna.
Cuando vio que no rechacé su caricia, volvió a tocar pero con más confianza.
Pronto, su mano entera tocaba mis genitales, y susurraba palabras continuando aun el juego.
-Ahora revisaré como está la cabecita de tu pene.
– y antes de que procesara lo que me dijo, me bajó el prepucio.
Un aire frio acarició mi glande, y gemí por su tacto.
Cuando miré a Marcelo, su rostro estaba serio, como concentrado en las caricias que me daba.
Me avergoncé al sentir cómo mi pene se iba endureciendo entre sus dedos.
Me incorporé para excusarme, pero él me tranquilizó y me dijo que volviera a mi antigua posición.
Mis piernas temblaron, cuando sus dedos estiraron mi escroto, y me recorrió un escalofrío cuando sopló en él y se fue recogiendo lentamente.
Aun me sentía reticente, pero no podía negar que me agradaba.
De pronto sus dedos bajaron, y sentí que el dedo pulgar de cada mano se apoyó en la nalga respectiva, y juntos, las separaron.
Por un breve instante, mi ano quedó expuesto y recibió el tibio aliento de mi tío.
Marcelo se apartó luego de unos rápidos segundos.
Noté en su cara la discordia.
Creo que tenía un debate sobre lo que había hecho.
Me miró y me dijo que me vistiera nuevamente.
Cuando habló nuevamente, dijo que llevara las velas hacia la mesita que estaba junto al sofá, y luego se encerró en el baño.
Al cabo de unos minutos, salió y se dirigió a la biblioteca a buscar algo para leer.
Se sentó en el sofá y me colocó sobre sus piernas con ternura.
-¿Has leído éste libro?- “El juego de Ender” decía el titulo.
-No.
Pero lo iba a leer después de terminar “Las crónicas de Narnia”-
-¿Quieres leerlo conmigo?-
-Bueno.
En ese momento me di cuenta que con Ender, tenía bastante en común en lo que se refiere al perfil psicológico.
No nos percatamos cuando ya íbamos en la página 50, y llegó mi padre.
Estábamos entusiasmados con la lectura, así que al próximo día acordamos continuar.
Luego se despidió y se fue.
Cuando me acosté, no pude evitar tocarme como Marcelo lo hizo, pero no conseguía obtener la misma sensación de exposición y vulnerabilidad.
Al otro día, apenas entró nos fuimos al sofá.
Tomó el libro y me senté en sus piernas.
Ya íbamos en la página 10, cuando comencé a sentir algo punzando en mi culo.
Miré a Marcelo, y me respondió con una mirada lujuriosa, a la vez que restregaba con más fuerza su pelvis contra mis nalgas.
Por alguna razón, eso me excitó.
No sé si era por la agradable sensación en mi culo, o por la morbosa expresión en su rostro.
Ahí me percaté que sentía una atracción por él.
Sus ojos grises eran como las nubes de invierno, su cabello castaño lucía como el chocolate derretido, y sus gruesos labios provocaban morderlos.
-¿Quieres jugar?-preguntó sugerentemente.
-Si.
– no había duda en la respuesta.
Nos fuimos a mi habitación, y nos situamos en la misma posición que la última vez.
Marcelo se colocó entre mis piernas y lentamente fue bajando mi pantalón.
En esta ocasión, me tocó con más seguridad, y yo me dejé llevar por sus caricias.
Mi pene no tardó en erectarse, y Marcelo jugó con el.
Ahogué un gemido cuando un húmedo calor envolvió mi pene.
Temblé en el momento en que su lengua comenzó a acariciar mi glande y los alrededores de mi verguita.
Lo miré con los ojos como platos, y el solo succionaba con sus parpados cerrados, y en completa concentración.
Sentí que la saliva empezaba a chorrear por mis testículos, y comenzaba a humedecer el inicio de mi ano.
Sus pulgares tomaron posición en mis nalgas, y las separaron.
Una agradable cosquilla me atravesó cuando su respiración chocó contra ese lugar tan privado.
-Necesito revisar más profundo.
– dijo con una voz ronca.
–
No entendí el significado de sus palabras hasta que sentí su dedo presionando mi agujero.
Apreté mi ano como acto reflejo.
Marcelo me dijo que me relajara: le hice caso.
Cuando solté mi entrada, sentí que la punta de su dedo encontraba mi hoyito, y lentamente se iba introduciendo.
Era una especie de ardor extraño, que se extendía a medida que su dedo ganaba terreno.
No me dolía, pero tampoco me agradaba del todo.
Lo sacó, humedeció su dedo, y lo volvió a introducir con delicadeza.
Me dijo que mi interior era muy estrecho, y que necesitaba mucha lubricación.
A medida que aumentaba el movimiento de su dedo, también aumentaba la masturbación que él me realizaba.
La sesión terminó cuando estrangulé su dedo con mis músculos anales, y obtuve un delicioso orgasmo en seco.
Su dedo salió con lentitud, dejándome una sensación de vacío, y mis piernas se desvanecieron en la cama.
Mi tío se levantó, y se fue a encerrar al baño.
Cuando apareció, nos fuimos al sofá y continuamos leyendo como si no hubiese sucedido nada fuera de lo común.
Durante toda la semana fue así, y siempre terminaba con él encerrándose en el baño.
No sabía por qué, y no me atrevía a preguntárselo.
Un día el juego cambió.
Ya no jugaríamos al doctor, sino que al policía y al ladrón.
Él sería el policía, y yo el ladrón.
Corríamos por toda la casa, y nos reíamos a gritos.
Cuando él me tomó detenido, me llevó hasta mi habitación.
Desapareció por unos segundos, y cuando regresó, traía consigo una cuerda.
-Eres un niño malo, y tendré que amarrarte para que no te escapes.
–
Me ordenó que me quedara boca abajo, y ató mis pies y manos.
Luego, colocó voz autoritaria, y dictó mi sentencia.
A continuación, procedió a hacerme cosquillas en todo el cuerpo.
Como estaba amarrado, no podía cubrirme, por lo que mi risa se dividía entre el pánico y la diversión.
Noté que sus toques se centraban en mi espalda baja, y no tardó demasiado en llegar a mi culo.
Dejé de reírme y presté atención, cuando sus dedos se hundieron en el elástico de mi pantalón.
Con lentitud los fue bajando, y pronto mis nalgas quedaron desnudas ante él.
Haciendo algunas peripecias, consiguió quitarme el pantalón y volvió a atarme las piernas.
Lo mismo hizo cuando me desnudó la parte de arriba de mi cuerpo.
Sus manos envolvieron mis glúteos, y yo cerré los ojos y me dejé llevar.
Gemía en voz baja cada vez que sus dedos tocaban esos lugares sensibles de mi piel, o cuando separaba mis nalgas y dejaba mi ano al descubierto.
Repitiendo los mismos movimientos que la vez anterior, pronto su dedo ya estaba punteando mi estrecho orificio.
Me preparé para dejar entrar su falange y respiré hondo, pues al principio dolía.
Sentía mi pequeño pene en desarrollo muy duro y palpitante.
Cuando me rozaba en ese punto tan sensible de mi interior, me retorcía sobre la cama con un deje de desesperación al no poder moverme libremente por las amarras.
Mi culo subía, bajaba; se contraía, se relajaba; se movía a un lado y al otro, y yo solo mordía las sabanas loco de placer.
No veía la cara de Marcelo, ni los movimientos que hacía, por lo que todo me pillaba con completa sorpresa.
Aunque me podía imaginar su expresión: frente arrugada, ojos entrecerrados, mejillas sonrojadas, y mordiéndose los labios, disfrutando al ver lo que sus caricias me causaban.
Hubo un momento en que sacó su dedo, y dejó a mi ano boqueando por más, pero a continuación fue al ataque con su lengua.
Una corriente se centró en mi agujero y cruzó mi espalda hasta llegar a mi nuca, atravesó mi garganta y salió como un sonoro gemido de mi boca.
La caliente humedad de su lengua juguetona, fue suficiente para hacerme gemir y retorcerme como un poseso sobre la cama.
Entraba en mi ano con mucho esfuerzo, y sin querer, mi culo la apretaba con nerviosas contracciones.
Al cabo de unos segundos, sentía mi culo rebosante de saliva y muy viscoso.
La sensación me agradaba, y causaba que mi ano boqueara con desesperación.
Pronto, ya eran dos dedos los que escarbaban en mi culo, los cuales costó trabajo hacerlos entrar.
De todas formas, el dolor no era el suficiente como para hacerme decaer, y valientemente los aguantaba.
Al tercer dedo, sentí que mi capacidad estaba siendo sobrepasada, y cada vez se dificultaba más los movimientos de estos.
Luego de un rato, volvió a introducir su lengua, y esta vez, logró meterla aun más adentro.
Era extraña la sensación de tener algo tan blando, escurridizo y baboso dentro de ti, y que más aun, te hiciera gozar a más no poder.
Pero si se podía más.
Oí que se sacaba la ropa, y un movimiento de frote.
También escuché que escupía algo, y luego que se aproximaba hacia mí.
Marcelo colocó una pierna a cada lado de mi cuerpo, y separó mis nalgas.
Esperé expectante lo que sucedería a continuación.
Me sorprendí cuando algo gordo y baboso, hacía presión en mi ano.
Su tacto contra mi carne me erizaba la piel, pues desprendía un delicioso calor.
Entre mis piernas sentía unas cosquillas provenientes, seguramente, de los pelos de sus testículos.
A duras penas me giré, y alcancé a ver parte de la base de su pene, que se perdía entre mis turgentes nalgas.
Pronto dejó caer su cuerpo, y la cabeza de su pene comenzó a hacer una presión más fuerte contra mi ano, pero éste aun no cedía.
Al no ceder, empecé a sentir un fuerte dolor.
Marcelo lo notó y dejó de empujar.
-Calma, Cristóbal.
– me susurró en mi oreja.
– Relájate, ya verás que rico se siente después.
-Pero me duele.
– repliqué.
-Lo haré más lento, pero te prometo que después te gustará.
Confía en mí.
Asentí, y al instante escuché que escupía en el espacio entre mi ano y su pene.
Esta vez se soltó un poco más, y precedió a besarme la espalda y el cuello, susurrando cosas para mantenerme calmado.
Volvió a presionar y su pene comenzó a abrirse paso entre mi carne.
Me tensé cuando el dolor cruzó mi culo.
Marcelo se detuvo al instante y dejó que me recuperara.
Mi cerebro me decía que detuviera todo, pero había algo que me decía que continuara.
Esperó unos segundos, y retomó la penetración.
Cuando su glande estuvo completamente dentro de mí, volvió a tomar una pausa.
Yo respiraba de forma agitada y entre cortada, e intentaba no contraer mi ano, aunque mis espasmos eran involuntarios.
Marcelo temblaba con cada uno de ellos.
Su pene lentamente fue absorbido por mi culo, y poco a poco fue ganando terreno.
Mi recto lo sentía muy tenso y el ardor era insistente.
Cuando mi ano se contraía, podía sentir todo el largo de su duro mástil.
Me quejé cuando su glande tocó fondo, y un agudo dolor punzó en mi vientre.
Las lágrimas bajaron por mi rostro e impactaron contra las sabanas de la cama.
Aun así, no me decidía a terminar esto.
Marcelo estaba sobre mí, y el calor de su cuerpo me causaba gratas sensaciones.
Muy despacio, empezó a retirar su miembro, y antes de sacar su glande, volvió a introducirlo completo.
Cada movimiento que hacía, causaba diversas sensaciones dentro de mí.
Tanto placer, como dolor.
Su verga la sentía punzando en mi vientre, y entre cada pulsación de dolor, venía una extraña pero deliciosa sensación.
Cuando las embestidas fueron en aumento, el impacto entre su glande y mi próstata, causaban corrientes de placer en mi pene y una extraña corriente.
La corriente era similar a cuando uno tiene unas inmensas ganas de orinar, y va liberando el chorro lentamente.
Es por eso que con cada penetración, me provocaba ganas de orinar, aunque no era precisamente eso lo que quería.
De todas formas, me encantaba.
Al cabo de unos minutos, el dolor disminuyó, pero fue intensificándose cuando Marcelo comenzó a taladrarme con mayor velocidad.
Mi tío me decía entre gemidos, lo estrecho y caliente que tenía mi culo, y que en cualquier minuto se correría.
Yo, por mi parte, no entendía ni la mitad de lo que decía, aunque asumía que todo le encantaba por la manera en que hablaba.
Mi excitación estaba a tope, superando con creces cualquier cosa que un niño de mi edad hubiese experimentado antes.
Mi culo se movía descontrolado , ya que no podía mover ninguna otra parte de mi cuerpo.
No podía hacer nada más, solo recibir los pollazos de Marcelo.
Una intensa corriente de placer envolvió mi cuerpo, y me dejó sin respiración.
El orgasmo fue tan intenso, que por un segundo, me asusté por la velocidad con que mi corazón palpitaba.
Mi ano destrozado mordió su pene de tal manera que, a los segundos, comenzó a gemir con agitación.
Sus vellos púbicos golpeaban mi carne con una preocupante velocidad, rompiendo todo a su paso.
El dolor volvió a invadir mi interior, y como acto reflejo, mi culo entero se contrajo.
Para él fue perfecto, porque tuvo una endemoniada presión extra, cuando empezó a soltar su leche dentro de mí.
Al rato, cuando se aseguró que todo su semen estaba dentro de mí, sacó su pene y se fue al baño.
Me quedé ahí acostado, todavía con mis extremidades atadas, con mi culo abierto, lleno, y ardiendo.
Mi corazón aun estaba agitado, y mis ojos cerrados.
Lentamente comencé a sentir que algo viscoso salía de mi orificio, y no podía hacer nada, solo esperar a que Marcelo llegara.
Después de unos cinco minutos, apareció.
Me desató, y me llevó hasta el baño.
Caminar dolía mucho, por lo que necesité mucho de su ayuda para poder desplazarme.
Me asusté cuando vi sangre en mi ano, y vi preocupación en su rostro.
Al parecer no esperaba con que se le pasara la mano, y me hiciera sangrar tanto.
Me limpió delicadamente, y en toda la noche no borró la expresión de culpabilidad.
Seguramente, llegar hasta ese nivel, no estaba en sus planes, y solo se había dejado llevar por la calentura.
Mi culo ardió toda la noche, era desesperante, y la sensación de vacío también.
Antes de que llegara mi padre, Marcelo tomó una crema y me la aplicó por dentro, según él, para que el ardor se calmara.
Durante muchas semanas, no volvimos a repetir nada.
Su cara de culpa estuvo siempre presente, aunque intentaba disfrazarla.
Pero tarde o temprano esa culpa se disiparía, y fue más temprano que tarde…
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