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Incestos en Familia

TE DESEO, MAMÁ

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maduritaseconfiesa.
Ella era una mujer de 40 años bien conservados, morena de ojos vivos, activa y cariñosa. A veces Iván se hacía el despistado mientras ella se preparaba para la ducha, solo para poder observarla; envuelta en la toalla que iba a usar para secarse que se abría a cada paso y dejaba ver una piernas generosas pero bien formadas y una cadera en pura curva que él se moría por agarrar. Luego, mientras ella se duchaba, le pedía permiso para pasar al servicio y movía un poco la cortina para admirar el cuerpo húmedo y resbaladizo de la que se había convertido, más que en su madre, en su diosa. Movía su cara sin desplazar demasiado la cortina para poder ver su pubis negro y peludo, su vientre de pura lujuria, su cintura fuerte y definida, sus tetas generosas y redondas, sus pezones erectos con el contraste de temperatura que miraban directos a los ojos de él, mientras ella se enjabonaba.

Luego él se iba a su habitación, cerraba la puerta y se masturbaba recordando cada centímetro de su piel, imaginándose a sí mismo metiéndose con ella en la ducha, tocando aquel cuerpo, frotando su polla contra las nalgas de ella, disfrutando con el volumen de sus pechos en las manos y follándose sin contemplaciones aquella extraordinaria mujer que se deshacía en un placer que Iván sabía que hacía mucho tiempo que no le daban.

Pero en realidad era todo una fantasía. Su padre era un tipo corriente y chapado a la antigua. Iván había visto desnudo a su padre en numerosas ocasiones en las duchas del gimnasio y sabía lo que aquel hombre podía ofrecer a su madre; desde luego, nada que pudiera satisfacerla plenamente. Los había oído en alguna ocasión haciendo el amor; algo mecánico, rápido y silencioso. Aquello le daba rabia, sabía que su madre se merecía mucho más, se merecía que la hicieran estremecer, gemir de placer hasta que los gemidos fueran gritos, se merecía dedicación y tiempo y se merecía una polla como la que Iván sujetaba en la mano al masturbarse pensando en ella; larga, gorda, dura y anhelante.

Hasta que cierto día la vio fregando los platos, con un vestidito de tirantes de tela de algodón abotonado delante. Se notaba que no llevaba sujetador por cómo se cimbreaban sus tetas con cada movimiento. Las bragas se le marcaban en la tela fina, enmarcando unas nalgas redondas y tiernas que también temblaban a cada giro de la cintura. La melena suelta parecía una flecha que señalaba el camino que Iván se moría por seguir. Los prejuicios, las inhibiciones, la culpa, los reparos desaparecieron por completo de su mente. Su inmensa polla bajo el pantalón luchaba por liberarse de su prisión. Se acercó a ella por detrás, pegando todo su cuerpo a la espalda de ella y le susurró al oído:

– Te deseo, mamá –mientras apoyaba sus manos en las caderas de ella y frotaba su vientre contra su culo.
– ¡¿Qué dices?! Anda tira, déjate de tonterías –con un sobresalto e intentando girar su cuerpo para mirar a la cara del intruso.

Iván no iba a rendirse tan fácilmente; bloqueó su huida con su cuerpo, la sujetó por las muñecas con autoridad pero dulce, metió su boca bajo la melena y empezó a besar el largo cuello desde el hombro, subiendo despacio hasta la oreja. Sentía la piel de la mujer erizarse de placer. Entonces susurró de nuevo:

– Te deseo, mamá. Más de lo que jamás podré desear a nadie –sintió como la fuerza de la mujer flaqueaba, le soltó las muñecas y apoyó sus manos en la cintura, dándole la vuelta para mirarla de frente y clavando la mirada en sus labios, confesó – Me vuelves loco de deseo.

Y empezó un largo y lento beso, al principio solo rozando los labios, al final devorándolos. Ella con los ojos abiertos, mirando a su hijo aterrorizada, confundida, vacilante, no sabía qué hacer para zafarse de esa situación, tal vez porque no quería hacerlo. Iván seguía con su cuerpo incrustado contra el suyo, presionándolo contra el fregadero, apoyadas ahora sus manos en la cintura de ella y desplazándolas hacia arriba lenta e imparablemente. Ella estaba muy confundida, atónita sabiendo que era su propio hijo el hombre que la estaba llevando a tal grado de excitación. Giraba su cuerpo buscando una salida, cada vez con menos convicción y sin ninguna en absoluto cuando Iván le rozó suavemente los pezones por encima de la tela con sus pulgares. Ella ya jadeaba cuando Iván liberó sus labios del beso.

– Esto no está bien –decía ella con la respiración descontrolada -. No debes hacer esto. No debemos hacer esto.
– Dime que no lo deseas –dijo Ivan mientras le besaba suave el cuello bajando hasta el primer botón del vestido -. Dime que no lo deseas y te dejo en paz.

El silencio y un gemido intenso cuando Iván empezó a masajearle las tetas fue la respuesta que obtuvo, la respuesta que había soñado. Iván no lo pensó un instante más y empezó a desabrochar uno a uno los botones del vestido, besando la piel descubierta a casa momento, acariciando por momentos con una mano y desabrochando con la otra. No tardó mucho en tener a la vista todo su cuerpo, oculto únicamente su sexo con unas bragas de encaje blanco transparente y absolutamente mojado que dejaba traslucir la negrura del vello púbico. Era hipnótica aquella imagen.

Tener a su madre así, jadeando con los labios entreabiertos, los pechos moviéndose con la respiración agitada, el vientre avanzado buscando su contacto, el coño húmedo casi chorreante… Le hizo perder el poco control que le quedaba. Agarró con fuerza la tela de encaje y la arrancó de un tirón, haciendo sacudirse la carne de las nalgas y las caderas. Metió su mano sin dificultad entre las piernas de ella, que se estremeció lanzando su cabeza hacia atrás, y empezó a masturbarla con decisión. Quería darle tanto placer… Por eso siguió haciéndolo, masturbándola, acariciándole los pezones, besándola, hasta que sintió el orgasmo en su mano y los gritos de placer en sus oídos, y siguió acariciándola suave y lento hasta que ella recuperó el dominio de su cuerpo y le miró a los ojos. Iván no lo podía creer, aquella mirada jamás la hubiera imaginado; una mirada de deseo, placer y, sobretodo, de lujuria pura dirigida a él.

Su pantalón, que estaba ya mojado a la altura del glande, iba a reventar de un momento a otro. Ella lentamente fue a poner sus manos sobre él, lo acarició intensamente por encima de la tela tejana mientras la otra mano iba desabrochando y abriendo el pantalón hacia los lados. Le bajó el bóxer y el pantalón hasta media cadera, liberando toda aquella excitación, aquella inmensa polla deliciosamente babeante que nunca había visto. Iván la miraba, dejándose hacer, expectante ante lo que pudiera suceder a partir de ahora. Ella la cogió firme y suave y empezó a masturbarla lentamente con una mano, mientras la otra repartía el líquido que emanaba por el capullo hiper-sensible y besaba dulcemente los labios de su hijo. Iván estaba volviéndose loco de placer, observando aquella imagen de su madre desnuda masturbándole y absolutamente complacida con ello. Fue a poner una mano firme sobre la cabeza de ella, empujándola hacia abajo para que supiera exactamente lo que quería. Ella no ofreció resistencia. Se puso de rodillas, le bajó más el pantalón y se metió su polla en la boca, despacio, saboreando cada milímetro.

Ver a su madre así, arrodillada frente a él, desnuda, postrada, chupando, desató en él el mayor de los placeres que hubiera conocido hasta entonces, pero no quería correrse, quería follársela y si se corría no sabía cuánto tiempo tardaría en recuperarse. No, no estaba dispuesto a esperar. Por eso, aunque la mamada estaba siendo gloriosa, la detuvo, la levantó en el aire y la sentó sobre el mármol de la cocina, abrió sus piernas y le metió la polla tan fuerte y tan profundo como fue capaz. Ella no se resistía ya a nada, bien al contrario abrazaba su cuerpo con las piernas y marcaba presionando con los pies el ritmo deseado. Tanto lo deseaba, tanto había soñado con ese momento, que Iván no pudo dominarse para retrasar el momento del orgasmo.

– Voy a correrme, mamá. No puedo más, me voy a correr.

La única respuesta de su madre fue un incremento en la presión que hacían sus pies, impidiendo que se separase más de un centímetro de ella, provocando que Iván se corriese inundándole el coño de tanto calor que provocó en ella un nuevo orgasmo. Iván la abrazó fuertemente, con cada músculo de su cuerpo aun penetrándola, la besó con fuerza y con pasión hasta el límite mientras ceñía cada porción de su piel a la de ella y le acariciaba la espalda con todo lo que podía.

Un ruido en la puerta de entrada les sobresaltó. Iván se separó de ella, se subió el pantalón en un segundo, recogió las bragas rotas y las metió en la basura, mientras ella se abotonaba de nuevo el vestido y se arreglaba un poco el pelo. Los pasos de su padre se acercaban a la cocina. Ella se giró hacia el fregadero y, sin saber muy bien qué hacía volvió a fregar los mismos platos que había fregado. Iván abrió la nevera buscando algo, pero no tenía la menor idea de qué. Su padre entró por la puerta de la cocina, besó a su mujer en la mejilla y preguntó:

– ¿Qué hay hoy para comer?

“Un millón de cosas y todas ellas absolutamente deliciosas” pensó Iván, y sonrió de medio lado.

3864 Lecturas/1 octubre, 2018/0 Comentarios/por sexosintabues
Etiquetas: hijo, madre, mayor, padre, sexo
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