Todo queda en familia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por shizu.
Hasta que te vi a los ojos no sabía que fue la mejor decisión que tomé.
Hace un par de años, el médico nos dijo que mi esposa era infértil por factor tubo-peritoneal.
Nos mantuvimos juntos, investigamos sobre la adopción, pero sabía que no nos sentiríamos felices.
Luego de un tiempo, mi hermana y su pareja nos invitan a su departamento, puesto que tenían grandes noticias que darnos.
Con ella desde siempre fuimos unidos, nos contábamos secretos, nos apoyábamos mutuamente frente a peligros, a pesar de tener gran diferencia de 8 años de edad.
Recuerdo el aroma que existía en el aire esa noche: era un dulzor abrazador.
"Lo hablamos con Jorge, y, bueno, decidimos que yo les prestaré mi útero para que ustedes tengan un bebé" con esa oración Las palabras me abandonaron, los pensamientos huyeron, los latidos me parecían extremadamente abruptos.
No entendía lo que me hablaban.
– Espera -intenta hablar mi esposa, Catalina- nos estás ofreciendo tú útero para tener un bebé, pero, es que.
-sabía que también le había afectado, para bien o para mal, ambos estábamos perplejos ante semejante frase.
-Si -responde Fernanda, mi hermana- Lo hablamos con mi esposo y los papás, y sería lindo que ustedes tuviesen un bebé, y qué mejor, que la familia ayudase en esto.
Ustedes son grandes personas, tienen un amor profundo el uno por el otro y lo hacen notar en su día a día.
Por eso, estamos todos de acuerdo en que mi útero, mi cuerpo, sea para su bebé.
No lo podría creer, era algo que debía… ¿intentar meditar?
-Ya, o sea, si es que aceptásemos, ¿en qué clínica se haría? -les pregunto
-En ninguna- me responde Jorge, mi cuñado.
Para luego cogerle la mano, entrelazar sus dedos y mirarme fijo, decidido- Es mejor para todos y para el bebé, que dejásemos lo científico de lado y el bebé se hiciera de forma natural, que ustedes se acostasen y engendraran un bebé de forma natural
-Fernanda me sonríe, yo intento no desmayarme, mi esposa se sienta- tú dices – mi esposa, tartamudea – ¿hacerlo entre ustedes? ¿hermanos? ¿se…sexo, entre hermanos para un bebé?
-Pues sí – sonríe mi hermana- sería un acto de amor puro en el cual daría un fruto hermoso para vuestra vida.
¿no lo piensas así? ¿no crees que sería mejor que ir a un recinto frío y de pálido ambiente donde sólo te introducirán un instrumento y tu hijo naciera no por amor?
Nos miramos.
-Bueno, es…- me puse de pie y mi esposa me siguió- no sabemos que responder, pero, por hoy creo que nos iremos y bueno, no sé, es que…- sudaba frío- Ya, lo hablaremos, gracias por el ofrecimiento, la comida, este…- miraba a mi esposa-
-Descuida, sé que puede ser chocante, pero, piénsenlo, será hermoso – mi hermana me dice esto luego de apoyarse con fuerza en mis hombros y regalarme un abrazo- hablamos antes de fin de mes.
Las semanas pasaron, las noches se hacían eternas de tanto pensar este asunto.
Mi esposa lo que más añoraba era ser madre, criar un niño, abrasarlo, darme comida.
-Hazlo- Fue en un desayuno de un miércoles donde Catalina me lo dijo- Hazlo, quiero un bebé -sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz se entrecortaba- hazlo, dame un hijo, dame una razón para sentirme mejor, para que nuestra vida sea normal.
Hazlo, por favor.
Ten un hijo -miró hacia sus manos- conmigo.
Una cálida tarde de jueves, las hojas caían danzando de forma otoñal, el cielo bañó con su naranjo ser la tarde de toda la ciudad; le escribí: “Lo haré, dime dónde y cuándo”.
Rápidamente recibí su respuesta: “¡Perfecto! Vengan este sábado en la noche.
Los esperamos.
Te quiero hermanito, no te arrepentirás”
Estaba decidido, ahora, había que hacerlo.
¿Aló? ¿Señor Iturriaga?, si, en portería se encuentra el matrimonio Oyarzun Astarruga.
Si, si, ¿qué pasen? Ya… – Un tipo regordete con aire de buena persona estaba por conserje hablando- Si, por favor pasen.
Que tengan buena velada – claro, espero tenerla…pensaba-
El viaje en el elevador fue eterno.
El reflejo del rostro de mi amor, de mi esposa, de la mujer con la que quería compartir mi vida, el reflejo de su sonrisa apagada se dibujaba en el espejo.
No podría mirarla de frente, ni ella a mí.
Le iba a decir algo, se abren las puertas y un estruendoso saludo por parte de mi cuñado ahogó toda frase que de mi boca intentó llegar a los oídos de mi esposa.
Nos guio por su departamento, nos dijo que dejáramos todo donde quisiéramos, que ella nos esperaba su cuarto y que todo estaría bien.
Era nuestro gruía por un pasillo lleno de fotografías, lleno de recuerdos, lleno de días pasados, de momentos que fueron, de sentimientos que nacieron.
Estábamos frente a su puerta – Bueno, yo debería esperar en …- habló mi esposa, pero fue detenida por Jorge- No, no, por favor.
Debemos estar los cuatro en el cuarto, debemos transmitir el amor durante el momento, te necesitamos allí, necesitamos que la madre del bebé esté allí- la tomó por las manos – ven, en serio, eres esencial en esto- ambos cruzaron un umbral mirándose a los ojos.
Ella seguía a Jorge como un niño sigue un padre en quien confía, que sabe que nada malo pasará.
Yo, solo estaba estático, ido, vacío.
– ¡Vamos hombre! -se dirigía a mi- no te quedes allí, eres tú el que debe hacerlo – con su mano me invitó a pasar-
Caminé sin alma.
Mi hermana estaba en su cama, desnuda, abrazando sus piernas y en su rostro una sonrisa que jamás había visto.
Era mágica, penetrante, llena de espíritu y energía.
Era ella siendo ella.
Nadie dijo nada.
Ella se levanta, se para frente a mí, desnuda, un cuerpo largo y con curvas pronunciadas, una blanca piel llena de estrellas dibujadas con placer, un cabello radiante de brillo navegando hasta el fin de sus caderas.
Me abraza por el cuello, une sus labios a los míos -estará todo perfecto -me susurra y me ahogo en sus celestes penetrantes que tiene por ojos.
Siento un par de manos desabotonar mi camisa como su fuese un puzle infantil, con facilidad y armoniosa calma me desviste.
Se deshace de mis prendas como el otoño se deshace de las hojas en los árboles hasta dejarlos desnudos, absortos de tiempo y vida.
Mi mano se une a la suya, mis pies cubren lugares donde estuvieron los suyos, me acuesta sobre ella, me acaricia, me desea lo mejor, dibuja círculos eternos en mi espalda mientras sus labios mueven los míos bajo un compás latente de sentimiento.
Con sus dedos crea una línea invisible en mi pecho, la cual empieza a descender hasta mi abdomen, mis genitales.
Enreda sus dedos en mi pene y empieza a masturbarme.
Su suave palma, la gentil presión de su mano hace que mi pene comience con una erección.
Me besa, me masturba, me excita, me deshace, me crea.
Sentí un calor animal empezar a cubrirme el cuerpo, sentí la dureza de mi pene atrapado en su suave mano, sentí su cuerpo bajo el mío -Te guiaré- me dice mientras coloca con su mano mi glande en la entrada de su humanidad, húmeda y caliente – antes de penetrarme, mírala a ella- ambos giramos la cabeza y volví a la realidad.
La vi, vi a mi esposa sentada mirándonos con ojos llorosos, un pálido mirar – penétrame mirándola a ella.
Házmelo como su fuese ella, dame el amor que le das a ella, entrega todo.
Es su bebé, hazlo con ella – su voz perforó mi alma, su voz se introdujo en mi cerebro e hizo que mi cuerpo se estremeciera mientras mis ojos abrazaban a mi esposa, la muchacha tímida que conocí en el café, que leía a Murakami son ahínco en su mirar.
Ella, mi amor, mi vida – házmelo – con suavidad empecé a introducir mi pene.
Era muy cálido, húmedo y tierno, era estrecho, era mi hermana a quien penetraba, pero era a mi mujer a quién miraba.
La miré en todo momento, en cada segundo, en cada centímetro que introducía en mi hermana.
Me sonrió.
Un gemido suave llegó a mi oído.
Giré la cabeza y bajo mío estaba mi hermana, con los ojos cerrados y la boca repleta de placer.
Mi hermana, con la que crecí, la que conocía mis secretos, la que apoyaba cuando volvía con el corazón roto.
La pequeña niña que dormía conmigo las noches de invierno.
Ella, estaba allí, bajo mío, y yo, dentro de ella.
Mis caderas se movían en un vaivén natural.
Sentía su interior caliente, sentía sus dedos enterrarse en mi espalda, sentía sus piernas entrelazarse en mi cintura.
Gemía en cada movimiento, gemía cada segundo, gemía y me excitaba.
-Si, eso…por favor, ooh si – entre gemidos me hablaba- no pares, hermano.
Hagamos un bebe para ustedes, eso, ahí, ah, ah, ah… – me excitaba escucharla, me excitaba ver como de un momento a otro se movía y se puso sobre mí.
Me excitó ver como sus caderas se movían al montarme, como llevó mi mano a uno de sus pechos redondos, blancos, de aureolas rosadas, suaves y pequeñas.
Como mi mano apretaba con rabia y excitación su pecho, como el otro bailaba al ritmo del sexo.
Era perfecta la imagen, era mi hermana, la de cuerpo curvilíneo y largo, la de piernas perfectas, la de sonrisa eterna, ella, me montaba.
Posó su cuerpo sobre el mío, sus pechos acariciaban mi pecho, mis manos se posaron en sus nalgas, mis caderas se movían de forma bruta, como animal.
No me podía controlar, aunque quisiera.
-Si…ah ah ah, si – me gemía al oído, fuerte, me mordía la oreja, me gemía, me mordía.
Ese era su juego mientras su cabello cubría parte de mi cabeza.
El sonido de gemidos inundaba la habitación, la cama se movía y chocaba con la pared provocando el sonido típico del sexo descontrolado “TAK TAK TAK TAK TAK TAK”, la habitación, el momento, el tiempo, todo era nuestro.
La cojo por la espalda, giro y la coloco bajo mío nuevamente.
Sus piernas posiciono de tal forma sobre mis hombros, que sus muslos hacen presión en parte de mi abdomen y pecho.
Empiezo a follarla fuerte.
Su cuerpo se hunde en la cama, sus gemidos se hunden en mis oídos, mis caderas se hunden en las suyas, mi pene se hunde en ella.
Me apodero de todos sus rincones, mi pene se adueña de su interior, siento su humedad aumentar, siento su calor penetrarme, siento como lentamente empieza a tener un orgasmo, siento como sus músculos se aprietan, como con sus manos me daña la espalda, como un gran gemido empieza a convertirse en varios, la siento irse, la siento.
-Ven, tómale la mano – escucho cerca de mí y siento una gentil y temblorosa mano tomar la mía.
Miro hacia un costado y era mi esposa – tómale la mano, háganlo juntos- le decía mi cuñado- nos miramos mutuamente.
Mis caderas no se detuvieron, mi hermana gemía, mi cuñado nos miraba sonriendo.
Empecé a sentir más calor, más y más y más.
Sentí mi pene más duro, sentía que venía.
Apreté con fuerza la mano de mi esposa, penetraba con dureza a mi hermana.
El momento era un cuadro postmoderno digno de Jodorowsky.
Sentía como el tiempo se detuvo, sentí mi voz soltar un gemido, sentí mi cuerpo apretarse, sentí el orgasmo más profundo que jamás había tenido, sentí como llenaba de semen a mi hermana.
Gemí, presioné, gocé – Si, oooooh si si – decía, mientras mi hermana hacía lo suyo con sus gemidos- eso hermano…si, eso, lléname, lléname de ti, oooh no pares de llenarme.
Me quedé mirando a mi hermana, sudando, respirando agitadamente.
Mi esposa me presionaba la mano.
Mi hermana abría sus ojos para luego hablarme – lo hiciste bien, esperemos dé sus resultados- y me sonrió.
Me vestí lentamente, volví a mis cabales y trataba de recordar todo.
Mi esposa estaba hablando con mi cuñado y mi hermana me miraba desde su cama mientras hablaba por teléfono con nuestros padres.
Les daba la noticia de que estaba hecho, y que en unas semanas sabrían si tendrían un nieto.
Al escucharlo me entraron ganas de vomitar, no sé si por lo bizarro de la situación o qué carajo.
Nos metimos al elevador con mi esposa, presioné el 1 y la escuché hablarme – Oye, debo decir algo… es que – la miraba atento – es que… es el momento de decirte la verdad – Me inundé la cabeza de ideas sobre el divorcio, quizá le se quería alejar por todo, no debía mirarme…- Te fui infiel – no se si escuché bien- disculpa que te lo diga así, ahora y acá, pero, te fui infiel -No entendía, no sabía – hace unos meses…yo… me acosté…
Espera, espera- le dije- para, ¡PARA! – La miraba- ¿qué? Explícame, o sea ¿con quién?
Te lo diré todo -miró hacia el piso- Recuerdas el cumpleaños de tu papá, hace unos meses, pues…- La puerta del elevador se abrió- no fue el…fueron.
Espero les agrade, y si es así, continuaré el hilo.
Abrazos!
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